La obra del médico en favor de la gente
Mientras ejerce su profesión, todo médico puede por la fe en Cristo disponer de una cura del más alto valor: un remedio para el alma enferma de pecado. El médico convertido y santificado por la verdad queda anotado en el cielo como colaborador de Dios, como discípulo de Jesucristo. Por la santificación de la verdad, Dios da a los médicos y enfermeros sabiduría y habilidad para tratar a los enfermos, y esta obra abre la puerta de muchos corazones. Los hombres y mujeres son inducidos a comprender la verdad que es necesaria para salvar el alma y el cuerpo.
Este es un elemento que caracteriza la obra para este tiempo. La obra médica misionera es como el brazo derecho del mensaje del tercer ángel que debe ser proclamado a un mundo caído; y los médicos, administradores y obreros de cualquier ramo, al desempeñar fielmente su parte, están haciendo la obra del mensaje. Así la proclamación de la verdad va a toda nación, lengua y pueblo. En esta obra los ángeles celestiales tienen una parte. Despiertan gozo espiritual y melodías en los corazones de aquellos que han sido librados del sufrimiento, y el agradecimiento a Dios brota de los labios de muchos que han recibido la verdad preciosa.
Cada médico de nuestras filas debe ser cristiano. Solamente los médicos que son verdaderos cristianos según la Biblia pueden desempeñar debidamente los altos deberes de su profesión.
El médico que comprende su responsabilidad, sentirá la necesidad de la presencia de Cristo con él en su obra para aquellos en cuyo favor hizo tan grande sacrificio. Dejará subordinado todo lo demás a los intereses superiores que conciernen a la vida que puede salvarse para la eternidad. Hará cuanto esté en su poder para salvar tanto el cuerpo como el alma. Tratará de hacer la misma obra que Cristo haría si es tuviese en su lugar. El médico que ame a Cristo y las almas por quienes Cristo murió tratará fervientemente de llevar a la habitación de los enfermos una hoja del árbol de la vida y de proporcionar el pan de vida al doliente. A pesar de los obstáculos y dificultades que encuentre, esta es la obra solemne y sagrada de la profesión médica.
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La verdadera obra misionera es aquella en la cual la obra del Salvador está mejor representada, sus métodos aplicados más de cerca y mejor mostrada su gloria. La obra misionera que no alcance esta norma se registra en el cielo como defectuosa. Será pesada en las balanzas del santuario y se encontrará que está fallada.
Los médicos deben tratar de dirigir la mente de sus pacientes a Cristo, el Médico del alma y el cuerpo. Lo que ellos sólo pueden intentar hacer, Cristo lo realiza. El agente humano se esfuerza por prolongar la vida. Cristo es la vida. El que pasó por la muerte para destruir a aquel que tiene el imperio de la muerte es la Fuente de toda vitalidad. En Galaad hay bálsamo y médico. Cristo soportó una muerte atroz en las circunstancias más humillantes para que nosotros viviéramos. Dio su preciosa vida para vencer la muerte. Pero se levantó de la tumba, y las miríadas de ángeles que vinieron a contemplarle mientras recuperaba la vida que había depuesto, oyeron sus palabras de gozo triunfante cuando, de pie sobre la tumba prestada por José, proclamó: “Yo soy la resurrección y la vida”.
La pregunta: “Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?” (Job 14:14) ha sido contestada. Al llevar la penalidad del pecado al bajar a la tumba, Cristo la iluminó para todos los que mueren con fe. Dios, en forma humana, sacó a luz la vida y la inmortalidad por el Evangelio. Al morir, Cristo aseguró la vida eterna a todos los que crean en él y condenó al instigador del pecado y la deslealtad a sufrir la pena del pecado: la muerte eterna.
El Poseedor y Dador de la vida eterna, Cristo, fue el único que pudo vencer la muerte. Él es nuestro Redentor; y bienaventurado es todo médico que es, en el verdadero sentido de la palabra, un misionero, un salvador de las almas por las cuales Cristo dio su vida. Un médico tal aprende del gran Médico día tras día a velar y trabajar por la salvación de las almas y los cuerpos de hombres y mujeres. El Salvador está presente en la habitación del enfermo y en la sala de operaciones; su poder, para gloria de su nombre, realiza maravillas.
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El médico puede hacer una noble obra si está relacionado con el gran Médico. Puede hallar la oportunidad de decir palabras de vida a los parientes del enfermo, cuyos corazones están llenos de simpatía por el doliente; y puede enternecer y elevar la mente del que sufre para inducirlo a mirar al que puede salvar hasta lo sumo a todos los que se allegan a él en busca de salvación.
Cuando el Espíritu de Dios obra sobre la mente del afligido y lo induce a buscar la verdad; el médico debe trabajar por el alma preciosa como lo hacía Cristo. No trate de insistir ante él acerca de ninguna doctrina especial, sino señálele a Jesús como el Salvador que perdona el pecado. Los ángeles de Dios impresionarán la mente. Algunos se niegan a ser iluminados por la luz que Dios quisiera dejar resplandecer en las cámaras del espíritu y en el templo del alma; pero muchos responderán a ella, y en esas mentes quedarán disipados el engaño y el error en sus diversas formas.
Debe aprovecharse cuidadosamente toda oportunidad de trabajar como Cristo trabajó. El médico debe hablar de la ternura y del amor de Cristo y de las obras de sanidad que realizó. Debe creer que Jesús es su compañero y que está a su lado. “Porque nosotros, somos colaboradores de Dios” 1 Corintios 3:9. El médico nunca debe descuidar la oportunidad de dirigir la mente de sus pacientes a Cristo, el Médico supremo. Si el Salvador mora en su corazón, sus pensamientos serán siempre encauzados hacia el Sanador del alma y el cuerpo. Conducirá la mente de sus pacientes a Aquel que puede curarlos, al que, mientras estaba en la tierra, devolvía la salud a los enfermos y sanaba el alma tanto como el cuerpo, diciendo: “Hijo, tus pecados te son perdonados”. Marcos 2:5.
El médico nunca debe dejar que la familiaridad con el dolor le haga descuidado o carente de simpatía. En caso de enfermedad grave, el paciente siente que está a merced del médico. Lo considera su única esperanza terrenal, y este debe conducir al alma temblorosa hacia el Hijo de Dios, que dio su vida para salvarlo de la muerte, que se compadece del doliente y quien, por su poder divino, dará habilidad y sabiduría a los que se las pidan.
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Cuando el paciente no sabe en qué terminará su caso, es la oportunidad del médico para impresionar su mente. No debe hacerlo con el deseo de hacerse notar, sino para conducir el alma a Cristo como Salvador personal. Si se salva, es un alma por la cual el médico debe velar. El paciente siente que la vida del médico forma parte de su vida. ¿Y con qué fin ha de aprovecharse esta gran confianza? Siempre para ganar un alma para Cristo y magnificar el poder de Dios.
Cuando pasó la crisis y el paciente está fuera de peligro, sea este creyente o incrédulo, pásense algunos momentos con él en oración. Presentad a Dios vuestro agradecimiento porque la vida del paciente fue conservada. El médico que sigue una conducta tal, lleva a su paciente a Aquel de quien depende la vida. El paciente puede expresar palabras de gratitud al médico porque, Dios mediante, ambas vidas fueron ligadas; pero sean la alabanza y la gratitud dadas a Dios, porque él está presente aunque invisible.
En el lecho de la enfermedad, el paciente a menudo acepta y confiesa a Cristo; y esto sucederá con más frecuencia en el futuro de lo que ha sucedido en lo pasado; porque el Señor hará obra abreviada en nuestro mundo. Los labios del médico deben pronunciar palabras de sabiduría y Cristo regará la semilla sembrada, haciéndola fructificar para vida eterna.
Perdemos las oportunidades más preciosas cuando no hablamos oportunamente. Con demasiada frecuencia, un talento precioso que debiera multiplicarse mil veces permanece sin usar. Si no estamos atentos, la oportunidad de oro pasará. En tal caso el médico permitió que algo le impidiera hacer la obra encomendada como ministro de la rectitud.
No hay demasiados médicos piadosos que sirvan en su profesión. Hay mucha obra que hacer, por eso los pastores y los médicos deben trabajar perfectamente unidos. Lucas, el escritor del evangelio que lleva su nombre, es llamado “el médico amado”, y los que hacen una obra similar a la suya están viviendo el Evangelio.
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Incontables son las oportunidades del médico para amonestar al impenitente, alentar al desconsolado y desesperado, y aconsejar sobre la salud mental y física. Mientras instruye a la gente en los principios de la verdadera temperancia, y como guardián de las almas aconseja a los que están enfermos de la mente y el cuerpo, el médico desempeña su parte en la gran obra de preparar a un pueblo para el Señor. Esto es lo que la obra médica misionera ha de realizar en relación con el mensaje del tercer ángel.
Los pastores y los médicos han de obrar armoniosamente y con fervor para salvar a las almas que están enredadas en las trampas de Satanás. Han de dirigir a hombres y mujeres a Jesús, su justicia, su fortaleza y el resplandor de su semblante. Continuamente han de velar por las almas. Hay quienes tienen fuertes tentaciones y corren peligro de ser vencidos en la lucha con los agentes satánicos. ¿Los pasaréis por alto sin ofrecerles ayuda? Si veis un alma que necesita ayuda, entablad conversación con ella aun cuando no la conozcáis orad con ella. Conducidla a Jesús.
Esta obra incluye tan ciertamente al médico como al predicador. Por esfuerzos públicos y privados, el médico debe tratar de ganar almas para Cristo esforzándose tanto pública como privadamente.
En todas nuestras empresas e instituciones se debe reconocer a Dios como el Artífice maestro. Los médicos deben ser sus representantes. La fraternidad médica ha hecho muchas reformas, y tiene que seguir progresando. Los que tienen en sus manos la vida de los seres humanos deben ser educados, refinados, santificados. Entonces el Señor obrará por medio de ellos para glorificar su nombre.
La obra de Cristo en favor del paralítico ilustra la manera en que debemos trabajar. Este hombre, por intermedio de sus amigos, había oído hablar de Jesús, y pidió que lo llevaran a la presencia del gran Médico. El Salvador sabía que el paralítico había sido torturado por las sugerencias de los sacerdotes, de que a causa de sus pecados Dios lo había desechado. Por lo tanto, su primer paso consistió en dar paz a su espíritu. “Hijo—dijo—, tus pecados te son perdonados”. Esta seguridad llenó su corazón de paz y gozo. Pero algunos de los que estaban presentes empezaron a murmurar diciendo en su corazón: “¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?” Entonces, para que supieran que el Hijo del hombre tenía poder para perdonar los pecados, Cristo dijo al enfermo: “Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa”. Marcos 2:5-11. Así demostró el Salvador que unía la obra de predicar a la de sanar.
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Unidad de acción
A medida que la obra misionera médica se extiende más, surgirá la tentación de independizarla de nuestras asociaciones. Pero se me ha mostrado que este no es un plan correcto. Los diferentes sectores de nuestra obra son todos ellos parte de un gran todo. Tienen un centro.
En Colosenses dice: “Pero el cuerpo es de Cristo. Nadie os prive de vuestro premio, afectando humildad y culto a los ángeles, entremetiéndose en lo que no ha visto, vanamente hinchado por su propia mente carnal, y no asiéndose de la Cabeza, en virtud de quien todo el cuerpo, nutriéndose y uniéndose por las coyunturas y ligamentos, crece con el crecimiento que da Dios”. Colosenses 2:17-19. Nuestro trabajo debe demostrar la influencia de la cruz en todos sus aspectos. La obra de Dios referente al plan de la salvación no debe realizarse en forma desunida. No debe operar al azar. El plan que proveyó la influencia de la cruz, también proveyó los métodos de difusión. Este método es simple en sus principios y amplio en su manera de proceder sencilla y definida. Cada parte se ensambla con otra en perfecto orden y relación.
Dios ha reunido a su pueblo como iglesia para que revele al mundo la sabiduría de Aquel que formó su organización. Él sabía qué planes promover para que su pueblo fuera eficiente y tuviera éxito. La estricta observancia de estos planes lo capacitará para mostrar la autoridad divina del gran plan de Dios para la restauración del mundo.
Los que participan en la obra de Dios deben ser dirigidos y guiados por él. Cada ambición humana debe perderse en Cristo, quien es la cabeza de todas las instituciones ordenadas por Dios. Él sabe cómo establecer y mantener vigentes sus propios negocios. Sabe que la cruz debe ocupar el lugar central, porque es el medio para la redención de la humanidad y por la influencia que ejerce en cada parte del gobierno divino. El Señor Jesús, quien conoce en detalle la historia de nuestro planeta, también sabe qué métodos debieran usarse para actuar sobre las mentes humanas. Él conoce la importancia de cada operación y cómo se relacionan unas con otras.
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“Porque ninguno de nosotros vive para sí”. Romanos 14:7. Este principio divino rige tanto en el cielo como en la tierra. Dios es el poderoso centro. Toda forma de vida se origina en él, y a él pertenecen todo servicio, honra y lealtad. Para todo ser creado existe un gran principio de vida: dependencia y cooperación con Dios. La misma relación que existe en la perfecta familia celestial, también debía existir en la familia de Dios en la tierra. Bajo la dirección de Dios, Adán debía estar a la cabeza de la familia de Dios en la tierra para mantener los principios de la familia celestial. Esto debía ocasionar paz y felicidad. Pero Satanás estaba empecinado en oponerse a la ley según la cual “ninguno de nosotros vive para sí”; está empecinado en vivir para sí mismo. Procuró convertirse en el centro de influencia. Esto fue lo que incitó a la rebelión en el cielo, y fue la aceptación por parte del hombre de este principio lo que introdujo el pecado en el mundo. Cuando el hombre pecó, se separó del centro que Dios había dispuesto. Un demonio se convirtió en el poder central en el mundo. Satanás había establecido su trono en el lugar donde debía estar el trono de Dios. El mundo rindió su homenaje, como una ofrenda voluntaria a los pies del enemigo.
¿Quién podría introducir los principios establecidos por Dios en su autoridad y gobierno para contrarrestar los planes de Satanás y llevar al mundo de nuevo a su lealtad? Dios dijo: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna”. Juan 3:16.
Este es el remedio para el pecado. Cristo dice: “Donde Satanás ha establecido su trono, allí levantaré mi cruz. Satanás será expulsado, y yo seré levantado para atraer a todos los hombres hacia mí. Me convertiré en el centro del mundo redimido. Dios, el Señor, será exaltado. Aquellos que ahora son controlados por la ambición y las pasiones humanas, serán mis colaboradores. Influencias satánicas han conspirado para contrarrestar todo bien. Se han aliado para inducir a las gentes a pensar que es justo oponerse a la ley de Jehová. Pero mi ejército se enfrentará a las fuerzas del diablo. Mi espíritu se unirá con cada agencia divina para oponérseles. Compromete a cada agencia santificada en el universo. Ninguna de ellas faltará. Tengo trabajo para todos los que me aman, empleo para cada persona que trabaje bajo mi dirección. La actividad del ejército de Satanás, el peligro que rodea al alma humana, exige la energía de cada obrero. Sin embargo, nadie será obligado. La depravación del hombre habrá de ser enfrentada con el amor, la perseverancia y la paciencia de Dios. Mi trabajo será rescatar a los que están bajo el gobierno de Satanás”. Dios obra por medio de Cristo para traer nuevamente a todos a su primera relación con su Creador y para corregir las influencias destructoras introducidas por Satanás. Sólo Cristo se sostuvo puro en un mundo de egoísmo, donde un hombre destruiría a un amigo o hermano a fin de lograr un esquema colocado en sus manos por el diablo. Vistiendo su divinidad con humanidad, Cristo se presentó a nuestro mundo para que la humanidad pudiera relacionarse con la humanidad y la divinidad con la divinidad. En medio de la enorme confusión del egocentrismo, él podía decir a cada ser humano: “Regresa a tu centro el cual es Dios”. Él mismo lo hizo posible para cada uno de nosotros, al cumplir en este mundo los principios celestiales. Vivió la ley de Dios en la humanidad. Él impartirá a todos en cada nación, país y región, los dones celestiales más excelentes, si aceptan a Dios como su Creador y a Cristo como su Redentor.
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Solo Cristo puede hacerlo. Su evangelio en las manos y corazones de sus seguidores es el poder que realizará esta gran obra. “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y del conocimiento de Dios!” Por sí mismo, llegando a estar expuesto a las falsas representaciones de Satanás, Cristo hizo posible que la obra de la redención fuera posible. Así Satanás se vería obligado a revelarse a sí mismo como la causa de la deslealtad en el universo de Dios. Así se resolvería para siempre el gran conflicto entre Cristo y Satanás.
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Satanás fortalece las tendencias destructivas de la naturaleza humana. Introduce envidia, celos, egoísmo, codicia, emulación y contiendas por los puestos más importantes. Instrumentos malignos se desempeñan a través de las astutas maquinaciones de Satanás. De esa manera los planes del enemigo, con sus efectos destructivos, se han introducido en la iglesia. Entonces llega Cristo con su influencia redentora, con el propósito de impartir su eficiencia a los hombres mediante la operación de su Espíritu, para emplearlos como sus instrumentos, colaboradores con él, en su esfuerzo por inducir al mundo a manifestarle nuevamente su lealtad.
Los hombres se unen en compañerismo y dependencia unos con otros. Por medio de los dorados eslabones de la cadena del amor, quedarán firmemente atados al trono de Dios. Esto puede lograrse solamente cuando Cristo imparte a la gente los atributos que habrían sido suyos si se hubieran mantenido leales a Dios.
Las personas que, mediante la comprensión inteligente de las Escrituras, llegan a entender acertadamente el significado de la cruz, quienes en verdad creen en Jesús, poseen un seguro fundamento para su fe. Tienen la fe que obra por el amor y purifica el alma de todas sus imperfecciones heredadas y cultivadas.
Dios ha unido a los creyentes constituidos en iglesia para que se fortalezcan mutuamente a fin de llevar a cabo obras buenas y justas. La iglesia en la tierra sería en verdad un símbolo de la iglesia en el cielo si los miembros tuvieran un mismo propósito y estuvieran unidos en la misma fe. Quienes no están motivados por el Espíritu Santo son los que echan a perder el plan de Dios. Un espíritu diferente se posesiona de ellos, y así ayudan a fortalecer las fuerzas de las tinieblas. Quienes sean santificados por la preciosa sangre de Cristo, no se convertirán en instrumentos para contrarrestar los excelentes planes diseñados por Dios. No introducirán maldad humana en los asuntos pequeños o grandes. Evitarán perpetuar la discordia en la iglesia.
Es cierto que hay cizaña entre el trigo; se notan males en el conjunto de los observadores del sábado; ¿pero desacreditaremos a la iglesia a causa de esto? ¿No emprenderán los administradores de cada institución, los dirigentes de cada iglesia, la obra de purificación de tal forma que la transformación que se realice en la iglesia la convierta en una luz brillante que alumbra en un lugar oscuro?