Dos veces, durante el reinado de Salomón, el Señor se le apareció y le dirigió palabras de aprobación y consejo; a saber, en la visión nocturna de Gabaón, cuando la promesa de darle sabiduría, riquezas y honores fué acompañada de una exhortación a permanecer humilde y obediente, y después de la dedicación del templo, cuando una vez más el Señor le alentó a ser fiel. Fueron claras las amonestaciones que se dieron a Salomón, y maravillosas las promesas que se le hicieron; sin embargo quedó registrado acerca de aquel que, por sus circunstancias, parecía abundantemente preparado en su carácter y en su vida para prestar atención a la exhortación y cumplir con lo que el Cielo esperaba de él: “Mas él no guardó lo que le mandó Jehová.” “Estaba su corazón desviado de Jehová Dios de Israel, que le había aparecido dos veces, y le había mandado acerca de esto, que no siguiese a dioses ajenos.” 1 Reyes 11:9, 10. Y tan completa fué su apostasía, tanto se endureció su corazón en la transgresión, que su caso parecía casi desesperado.
Salomón se desvió del goce de la comunión divina para hallar satisfacción en los placeres de los sentidos. Acerca de lo que experimentó dice:
“Engrandecí mis obras, edifiquéme casas, plantéme viñas; híceme huertos y jardines, … poseí siervos y siervas, … alleguéme también plata y oro, y tesoro preciado de reyes y de provincias; híceme de cantores y cantoras, y los deleites de los hijos de los hombres, instrumentos músicos y de todas suertes. Y fuí engrandecido, y aumentado más que todos los que fueron antes de mí en Jerusalem…
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“No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan, ni aparté mi corazón de placer alguno, porque mi corazón gozó de todo mi trabajo… Miré yo luego todas las obras que habían hecho mis manos, y el trabajo que tomé para hacerlas: y he aquí, todo vanidad y aflicción de espíritu, y no hay provecho debajo del sol.
“Después torné yo a mirar para ver la sabiduría y los desvaríos y la necedad; (porque ¿qué hombre hay que pueda seguir al rey en lo que ya hicieron?)… Aborrecí por tanto la vida… Yo asimismo aborrecí todo mi trabajo que había puesto por obra debajo del sol.” Eclesiastés 2:4-18.
Por su propia amarga experiencia, Salomón aprendió cuán vacía es una vida dedicada a buscar las cosas terrenales como el bien más elevado. Erigió altares a los dioses paganos, pero fué tan sólo para comprobar cuán vana es su promesa de dar descanso al espíritu. Pensamientos lóbregos le acosaban día y noche. Para él ya no había gozo en la vida ni paz espiritual, y el futuro se le anunciaba sombrío y desesperado.
Sin embargo, el Señor no le abandonó. Mediante mensajes de reprensión y castigos severos, procuró despertar al rey y hacerle comprender cuán pecaminosa era su conducta. Le privó de su cuidado protector, y permitió que los adversarios le atacaran y debilitasen el reino. “Y Jehová suscitó un adversario a Salomón, a Adad, Idumeo… Despertóle también Dios por adversario a Rezón, … capitán de una compañía,” quien “aborreció a Israel, y reinó sobre la Siria. Asimismo Jeroboam, … siervo de Salomón,” y hombre “valiente,” “alzó su mano contra el rey.” 1 Reyes 11:14-28.
A la postre, el Señor envió a Salomón, mediante un profeta, este mensaje sorprendente: “Por cuanto ha habido esto en ti, y no has guardado mi pacto y mis estatutos que yo te mandé, romperé el reino de ti, y lo entregaré a tu siervo. Empero no lo haré en tus días, por amor a David tu padre: romperélo de la mano de tu hijo.” 1 Reyes 11:11, 12.
Despertando como de un sueño al oír esta sentencia de juicio pronunciada contra él y su casa, Salomón sintió los reproches de su conciencia y empezó a ver lo que verdaderamente significaba su locura. Afligido en su espíritu, y teniendo la mente y el cuerpo debilitados, se apartó cansado y sediento de las cisternas rotas de la tierra, para beber nuevamente en la fuente de la vida. Al fin la disciplina del sufrimiento realizó su obra en su favor. Durante mucho tiempo le había acosado el temor de la ruina absoluta que experimentaría si no podía apartarse de su locura; pero discernió finalmente un rayo de esperanza en el mensaje que se le había dado. Dios no le había cortado por completo, sino que estaba dispuesto a librarle de una servidumbre más cruel que la tumba, servidumbre de la cual él mismo no podía librarse.
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Con gratitud Salomón reconoció el poder y la bondad de Aquel que es el más “alto” sobre los altos (Eclesiastés 5:8, VM); y con arrepentimiento comenzó a desandar su camino para volver al exaltado nivel de pureza y santidad del cual había caído. No podía esperar que escaparía a los resultados agostadores del pecado; no podría nunca librar su espíritu de todo recuerdo de la conducta egoísta que había seguido; pero se esforzaría fervientemente por disuadir a otros de entregarse a la insensatez. Confesaría humildemente el error de sus caminos, y alzaría su voz para amonestar a otros, no fuese que se perdiesen irremisiblemente por causa de las malas influencias que él había desencadenado.
El verdadero penitente no echa al olvido sus pecados pasados. No se deja embargar, tan pronto como ha obtenido paz, por la despreocupación acerca de los errores que cometió. Piensa en aquellos que fueron inducidos al mal por su conducta, y procura de toda manera posible hacerlos volver a la senda de la verdad. Cuanto mayor sea la claridad de la luz en la cual entró, tanto más intenso es su deseo de encauzar los pies de los demás en el camino recto. No se espacia en su conducta errónea ni considera livianamente lo malo, sino que recalca las señales de peligro, a fin de que otros puedan precaverse.
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Salomón reconoció que “el corazón de los hijos de los hombres” está “lleno de mal, y de enloquecimiento en su corazón.” Eclesiastés 9:3. Y declaró también: “Porque no se ejecuta luego sentencia sobre la mala obra, el corazón de los hijos de los hombres está en ellos lleno para hacer mal. Bien que el pecador haga mal cien veces, y le sea dilatado el castigo, con todo yo también sé que los que a Dios temen tendrán bien, los que temieren ante su presencia; y que el impío no tendrá bien, ni le serán prolongados los días, que son como sombra; por cuanto no temió delante de la presencia de Dios.” Eclesiastés 8:11-13.
Por inspiración divina, el rey escribió para las generaciones ulteriores lo referente a los años que perdió, así como las lecciones y amonestaciones que entrañaron. Y así, aunque su pueblo cosechó lo que él había sembrado y soportó malignas tempestades, la obra realizada por Salomón en su vida no se perdió por completo. Con mansedumbre y humildad, “enseñó,” durante la última parte de su vida, “sabiduría al pueblo; e hizo escuchar, e hizo escudriñar, y compuso muchos proverbios. Procuró … hallar palabras agradables, y escritura recta, palabras de verdad.”
Escribió: “Las palabras de los sabios son como aguijones; y como clavos hincados, las de los maestros de las congregaciones, dadas por un Pastor. Ahora, hijo mío, a más de esto, sé avisado… El fin de todo el discurso oído es éste: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, el cual se hará sobre toda cosa oculta, buena o mala.” Eclesiastés 12:9-14.
Los últimos escritos de Salomón revelan que él fué comprendiendo cada vez mejor cuán mala había sido su conducta, y dedicó atención especial a exhortar a la juventud acerca de la posibilidad de caer en los errores que le habían hecho malgastar inútilmente los dones más preciosos del Cielo. Con pesar y vergüenza, confesó que en la flor de la vida, cuando debiera haber hallado en Dios consuelo, apoyo y vida, se apartó de la luz del cielo y de la sabiduría de Dios y reemplazó el culto de Jehová por la idolatría. Al fin, habiendo aprendido por triste experiencia cuán insensata es una vida tal, su anhelo y deseo era evitar que otros pasasen por la amarga experiencia por la cual él había pasado.
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Con expresiones patéticas escribió acerca de los privilegios y responsabilidades que el servicio de Dios otorga a la juventud:
“Suave ciertamente es la luz, y agradable a los ojos ver el sol: mas si el hombre viviere muchos años, y en todos ellos hubiere gozado alegría; si después trajere a la memoria los días de las tinieblas, que serán muchos, todo lo que le habrá pasado, dirá haber sido vanidad.” Eclesiastés 11:7-10.
“Acuérdate de tu Criador en los días de tu juventud, antes que vengan los malos días, y lleguen los años, de los cuales digas, No tengo en ellos contentamiento; antes que se oscurezca el sol, y la luz, y la luna y las estrellas, y las nubes se tornen tras la lluvia: cuando temblarán los guardas de la casa, y se encorvarán los hombres fuertes, y cesarán las muelas, porque han disminuído, y se oscurecerán los que miran por las ventanas; y las puertas de afuera se cerrarán, por la bajeza de la voz de la muela; y levantaráse a la voz del ave, y todas las hijas de canción serán humilladas; cuando también temerán de lo alto, y los tropezones en el camino; y florecerá el almendro, y se agravará la langosta, y perderáse el apetito: porque el hombre va a la casa de su siglo, y los endechadores andarán en derredor por la plaza: antes que la cadena de plata se quiebre, y se rompa el cuenco de oro, y el cántaro se quiebre junto a la fuente, y la rueda sea rota sobre el pozo; y el polvo se torne a la tierra, como era, y el espíritu se vuelva a Dios, que lo dió.” Eclesiastés 12:1-7.
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La vida de Salomón rebosa de advertencias, no sólo para los jóvenes sino también para los de edad madura y para los que van descendiendo por la vertiente de la vida hacia su ocaso. Oímos hablar de la inestabilidad de los jóvenes que vacilan entre el bien y el mal, así como de las corrientes de las malas pasiones que los vencen. En los de edad más madura, no esperamos ver esta inestabilidad e infidelidad; contamos con que su carácter se habrá establecido y arraigado firmemente en los buenos principios. Pero no siempre sucede así. Cuando Salomón debiera haber tenido un carácter fuerte como un roble, perdió su firmeza y cayó bajo el poder de la tentación. Cuando su fortaleza debiera haber sido inconmovible, fué cuando resultó más endeble.
De tales ejemplos debemos aprender que en la vigilancia y la oración se halla la única seguridad para jóvenes y ancianos. Esta seguridad no se encuentra en los altos cargos ni en los grandes privilegios. Uno puede haber disfrutado durante muchos años de una experiencia cristiana genuina, y seguir, sin embargo, expuesto a los ataques de Satanás. En la batalla con el pecado íntimo y las tentaciones de afuera, aun el sabio y poderoso Salomón fué vencido. Su fracaso nos enseña que, cualesquiera que sean las cualidades intelectuales de un hombre, y por fielmente que haya servido a Dios en lo pasado, no puede nunca confiar en su propia sabiduría e integridad.
En toda generación y en todo país, se tuvo siempre el mismo verdadero fundamento y modelo para edificar el carácter. La ley divina que ordena: “Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, … y a tu prójimo como a ti mismo” (Lucas 10:27), el gran principio manifestado en el carácter y la vida de nuestro Salvador, es el único fundamento seguro, la única guía fidedigna. “Y reinarán en tus tiempos la sabiduría y la ciencia, y la fuerza de la salvación” (Isaías 33:6), la sabiduría, el conocimiento que sólo puede impartir la palabra de Dios.
Estas palabras dirigidas a Israel acerca de la obediencia a los mandamientos de Dios: “Esta es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia en ojos de los pueblos” (Deuteronomio 4:6), encierran tanta verdad hoy como cuando fueron pronunciadas. Encierran la única salvaguardia para la integridad individual, la pureza del hogar, el bienestar de la sociedad, o la estabilidad de la nación. En medio de todas las perplejidades y los peligros de la vida, así como de los asertos contradictorios, la única regla segura consiste en hacer lo que Dios dice. “Los mandamientos de Jehová son rectos” (Salmos 19:8), y “el que hace estas cosas, no resbalará para siempre.” Salmos 15:5.
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Los que escuchen la amonestación que encierra la apostasía de Salomón evitarán el primer paso hacia los pecados que le vencieron. Únicamente la obediencia a los requerimientos del Cielo guardará de la apostasía a los hombres. Dios les concedió mucha luz y muchas bendiciones; pero a menos que acepten esa luz y esas bendiciones, ellas no les darán seguridad contra la desobediencia y la apostasía. Cuando aquellos a quienes Dios exaltó a cargos de gran confianza se apartan de él para depender de la sabiduría humana, su luz se trueca en tinieblas. La capacidad que les fuera dada llega a ser una trampa.
Hasta que el conflicto termine, habrá quienes se aparten de Dios. Satanás ordenará de tal manera las circunstancias que, a menos que seamos guardados por el poder divino, ellas debilitarán casi imperceptiblemente las fortificaciones del alma. Necesitamos preguntar a cada paso: “¿Es éste el camino del Señor?” Mientras dure la vida, habrá necesidad de guardar los afectos y las pasiones con propósito firme. Ni un solo momento podemos estar seguros, a no ser que confiemos en Dios y tengamos nuestra vida escondida en Cristo. La vigilancia y la oración son la salvaguardia de la pureza.
Todos los que entren en la ciudad de Dios lo harán por la puerta estrecha, por esfuerzo y agonía; porque “no entrará en ella ninguna cosa sucia, o que hace abominación.” Apocalipsis 21:27. Pero nadie que haya caído necesita desesperar. Hombres de edad, que fueron una vez honrados por Dios, pueden haber manchado sus almas y sacrificado la virtud sobre el altar de la concupiscencia; pero si se arrepienten, abandonan el pecado y se vuelven a su Dios, sigue habiendo esperanza para ellos. El que declara: “Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (Apocalipsis 2:10), formula también esta invitación: “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos; y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar.” Isaías 55:7. Dios aborrece el pecado, pero ama al pecador. Declara: “Yo medicinaré su rebelión, amarélos de voluntad.” Oseas 14:4.
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El arrepentimiento de Salomón fué sincero; pero el daño que había hecho su ejemplo al obrar mal, no podía ser deshecho. Durante su apostasía, hubo en el reino hombres que permanecieron fieles a su cometido, y conservaron su pureza y lealtad. Pero muchos fueron extraviados; y las fuerzas del mal desencadenadas por la introducción de la idolatría y de las prácticas mundanales, no las pudo detener fácilmente el rey penitente. Su influencia en favor del bien quedó grandemente debilitada. Muchos vacilaban cuando se trataba de confiar plenamente en su dirección. Aunque el rey confesó su pecado y escribió, para beneficio de las generaciones ulteriores, el relato de su insensatez y arrepentimiento, no podía esperar que fuese completamente destruída la influencia funesta de sus malas acciones. Envalentonados por su apostasía, muchos continuaron obrando mal, y solamente mal. Y en la conducta descendente de muchos de los príncipes que le siguieron, puede rastrearse la triste influencia que ejerció al prostituir las facultades que Dios le había dado.
En la angustia de sus amargas reflexiones sobre lo malo de su conducta, Salomón se sintió constreñido a declarar: “Mejor es la sabiduría que las armas de guerra; mas un pecador destruye mucho bien.” “Hay un mal que debajo del sol he visto, a manera de error emanado del príncipe: la necedad está colocada en grandes alturas.”
“Las moscas muertas hacen heder y dar mal olor el perfume del perfumista: así una pequeña locura, al estimado por sabiduría y honra.” Eclesiastés 9:18; 10:5, 6, 1.
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Entre las muchas lecciones enseñadas por la vida de Salomón, ninguna se recalca tanto como la referente al poder de la influencia para el bien o para el mal. Por limitada que sea nuestra esfera, ejercemos una influencia benéfica o maléfica. Sin que lo sepamos y sin que podamos evitarlo, ella se ejerce sobre los demás en bendición o maldición. Puede ir acompañada de la lobreguez del descontento y del egoísmo, o del veneno mortal de algún pecado que hayamos conservado; o puede ir cargada del poder vivificante de la fe, el valor y la esperanza, así como de la suave fragancia del amor. Pero lo seguro es que manifestará su potencia para el bien o para el mal.
Puede llenarnos de pavor el pensar que nuestra influencia pueda tener sabor de muerte para muerte; y sin embargo es así. Un alma extraviada, que pierde la bienaventuranza eterna, es una pérdida inestimable. Y sin embargo un acto temerario o una palabra irreflexiva de nuestra parte, puede ejercer una influencia tan profunda sobre la vida de otra persona, que resulte en la ruina de su alma. Una sola mancha en nuestro carácter puede desviar a muchos de Cristo.
Mientras la semilla sembrada produce una cosecha, y ésta a su vez se siembra, la mies se multiplica. En nuestras relaciones con los demás, esta ley se cumple. Cada acto, cada palabra, constituye una semilla que dará fruto. Cada acto de bondad reflexiva, de obediencia, de abnegación, se reproducirá en los demás, y por ellos en otros aún. Así también cada acto de envidia, malicia y disensión, es una semilla que producirá una “raíz de amargura” (Hebreos 12:15), por la cual muchos serán contaminados. ¡Y cuánto mayor aún será el número de los que serán envenenados por esos muchos! Así prosigue para este tiempo y para la eternidad la siembra del bien y del mal.