A través de los largos siglos de “tribulación y tiniebla, oscuridad y angustia” (Isaías 8:22) que distinguieron la historia de la humanidad, desde el momento en que nuestros primeros padres perdieron su hogar edénico hasta el tiempo en que apareció el Hijo de Dios como Salvador de los pecadores, la esperanza de la raza caída se concentró en la venida de un Libertador para librar a hombres y mujeres de la servidumbre del pecado y del sepulcro.
La primera insinuación de una esperanza tal fué hecha a Adán y Eva en la sentencia pronunciada contra la serpiente en el Edén, cuando el Señor declaró a Satanás en oídos de ellos: “Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar.” Génesis 3:15.
Al escuchar estas palabras la pareja culpable, le inspiraron esperanza; porque en la profecía concerniente al quebrantamiento del poder de Satanás discernió una promesa de liberación de la ruina obrada por la transgresión. Aunque le iba a tocar sufrir por causa del poder de su adversario en vista de que había caído bajo su influencia seductora y había decidido desobedecer a la clara orden de Jehová, no necesitaba ceder a la desesperación absoluta. El Hijo de Dios se ofrecía para expiar su transgresión con su propia sangre. Se les iba a conceder un tiempo de gracia durante el cual, por la fe en el poder que tiene Cristo para salvar, podrían volver a ser hijos de Dios.
Mediante el éxito que tuvo al desviar al hombre de la senda de la obediencia, Satanás llegó a ser “el dios de este siglo.” 2 Corintios 4:4. Pasó al usurpador el dominio que antes fuera de Adán. Pero el Hijo de Dios propuso que vendría a esta tierra para pagar la pena del pecado, y así no sólo redimiría al hombre, sino que recuperaría el dominio perdido. Acerca de esta restauración profetizó Miqueas cuando dijo: “Oh torre del rebaño, la fortaleza de la hija de Sión vendrá hasta ti: y el señorío primero.” Miqueas 4:8. El apóstol Pablo llama a esto “la redención de la posesión adquirida.” Efesios 1:14. Y el salmista pensaba en la misma restauración final de la heredad original del hombre cuando declaró: “Los justos heredarán la tierra, y vivirán para siempre sobre ella.” Salmos 37:29.
-503-
Esta esperanza de redención por el advenimiento del Hijo de Dios como Salvador y Rey, no se extinguió nunca en los corazones de los hombres. Desde el principio hubo algunos cuya fe se extendió más allá de las sombras del presente hasta las realidades futuras. Mediante Adán, Set, Enoc, Matusalén, Noé, Sem, Abrahán, Isaac, Jacob y otros notables, el Señor conservó las preciosas revelaciones de su voluntad. Y fué así como a los hijos de Israel, al pueblo escogido por medio del cual iba a darse al mundo el Mesías prometido, Dios hizo conocer los requerimientos de su ley y la salvación que se obtendría mediante el sacrificio expiatorio de su amado Hijo.
La esperanza de Israel se incorporó en la promesa hecha en el momento de llamarse a Abrahán y fué repetida después vez tras vez a su posteridad: “Serán benditas en ti todas las familias de la tierra.” Génesis 12:3. Al ser revelado a Abrahán el propósito de Dios para la redención de la familia humana, el Sol de Justicia brilló en su corazón, y disipó sus tinieblas. Y cuando, al fin, el Salvador mismo anduvo entre los hijos de los hombres y habló con ellos, dió testimonio a los judíos acerca de la brillante esperanza de liberación que el patriarca tenía por la venida de un Redentor. Cristo declaró: “Abraham vuestro padre se gozó por ver mi día; y lo vió, y se gozó.” Juan 8:56.
La misma esperanza bienaventurada fué predicha en la bendición que pronunció el moribundo patriarca Jacob sobre su hijo Judá:
-504-
“Judá, alabarte han tus hermanos: Tu mano en la cerviz de tus enemigos: Los hijos de tu padre se inclinarán a ti. Cachorro de león Judá: De la presa subiste, hijo mío: Encorvóse, echóse como león, Así como león viejo: ¿quién lo despertará? No será quitado el cetro de Judá y el legislador de entre sus pies, Hasta que venga Shiloh; Y a él se congregarán los pueblos.” Génesis 49:8-10.
Nuevamente, en los lindes de la tierra prometida, el advenimiento del Redentor del mundo fué predicho en la profecía que pronunció Balaam:
“Verélo, mas no ahora: Lo miraré, mas no de cerca: Saldrá ESTRELLA de Jacob, Y levantaráse cetro de Israel, Y herirá los cantones de Moab, Y destruirá a todos los hijos de Seth.” Números 24:17.
Mediante Moisés, Dios recordaba constantemente a Israel su propósito de enviar a su Hijo como redentor de la humanidad caída. En una ocasión, poco antes de su muerte, Moisés declaró: “Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios: a él oiréis.” Moisés había recibido instrucciones claras en favor de Israel concernientes a la obra del Mesías venidero. Las palabras que Jehová dirigió a su siervo fueron: “Profeta les suscitaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare.” Deuteronomio 18:15, 18.
En los tiempos patriarcales, el ofrecimiento de sacrificios relacionados con el culto divino recordaba perpetuamente el advenimiento de un Salvador; y lo mismo sucedía durante toda la historia de Israel con el ritual de los servicios en el santuario. En el ministerio del tabernáculo, y más tarde en el del templo que lo reemplazó, mediante figuras y sombras se enseñaban diariamente al pueblo las grandes verdades relativas a la venida de Cristo como Redentor, Sacerdote y Rey; y una vez al año se le inducía a contemplar los acontecimientos finales de la gran controversia entre Cristo y Satanás, que eliminarán del universo el pecado y los pecadores. Los sacrificios y las ofrendas del ritual mosaico señalaban siempre hacia adelante, hacia un servicio mejor, el celestial. El santuario terrenal “era figura de aquel tiempo presente, en el cual se ofrecían presentes y sacrificios;” y sus dos lugares santos eran “figuras de las cosas celestiales;” pues Cristo, nuestro gran Sumo Sacerdote, es hoy “ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que el Señor asentó, y no hombre.” Hebreos 9:9, 23; 8:2.
-505-
Desde el día en que el Señor declaró a la serpiente en el Edén: “Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya” (Génesis 3:15), supo Satanás que nunca podría ejercer el dominio absoluto sobre los habitantes de este mundo. Cuando Adán y sus hijos comenzaron a ofrecer los sacrificios ceremoniales ordenados por Dios como figura del Redentor venidero, Satanás discernió en ellos un símbolo de la comunión entre la tierra y el cielo. Durante los largos siglos que siguieron, se esforzó constantemente por interceptar esa comunión. Incansablemente procuró calumniar a Dios y dar una falsa interpretación a los ritos que señalaban al Salvador; y logró convencer a una gran mayoría de los miembros de la familia humana.
Mientras Dios deseaba enseñar a los hombres que el don que los reconcilia consigo mismo proviene de él, el gran enemigo de la humanidad procuró representar a Dios como un Ser que se deleita en destruirlos. De este modo, los sacrificios y los ritos mediante los cuales el Cielo quería revelar el amor divino fueron pervertidos para servir de medios por los cuales los pecadores esperaban en vano propiciar, con dones y buenas obras, la ira de un Dios ofendido. Al mismo tiempo, Satanás se esforzaba por despertar y fortalecer las malas pasiones de los hombres, a fin de que por sus repetidas transgresiones multitudes fuesen alejadas cada vez más de Dios y encadenadas sin esperanza por el pecado.
-506-
Cuando la palabra escrita de Dios era transmitida por profetas hebreos, Satanás estudiaba con diligencia los mensajes referentes al Mesías. Seguía cuidadosamente las palabras que bosquejaban con inequívoca claridad la obra de Cristo entre los hombres como sacrificio abrumado de sufrimientos y como rey vencedor. En los pergaminos de las Escrituras del Antiguo Testamento leía que Aquel que había de aparecer sería “llevado al matadero” “como cordero,” “desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres.” Isaías 53:7; 52:14. El prometido Salvador de la humanidad iba a ser “despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto;” y sin embargo iba a ejercer también su gran poder para juzgar a “los afligidos del pueblo.” Iba a salvar a “los hijos del menesteroso,” y quebrantar “al violento.” Isaías 53:3, 4; Salmos 72:4. Estas profecías hacían temer y temblar a Satanás; mas no renunciaba a su propósito de anular, si le era posible, las medidas misericordiosas de Jehová para redimir a la humanidad perdida. Resolvió cegar los ojos de la gente hasta donde pudiera, para que no viera el significado real de las profecías mesiánicas, con el fin de preparar el terreno para que Cristo fuese rechazado cuando viniera.
Durante los siglos que precedieron el diluvio, tuvieron éxito los esfuerzos de Satanás para que prevaleciera en todo el mundo la rebelión contra Dios. Ni siquiera las lecciones del diluvio fueron recordadas mucho tiempo. Con arteras insinuaciones y paso a paso, Satanás volvió a inducir a los hombres a una rebelión abierta. Nuevamente parecía estar a punto de triunfar; pero el propósito de Dios para el hombre caído no debía ser puesto así a un lado. Mediante la posteridad del fiel Abrahán, del linaje de Sem, se conservaría para las generaciones futuras un conocimiento de los designios benéficos de Jehová. De cuando en cuando Dios levantaría mensajeros de la verdad para recordar el significado de los sacrificios ceremoniales, y especialmente la promesa de Jehová concerniente al advenimiento de Aquel a quien señalaban todos los ritos del sistema de sacrificios. Así se preservaría al mundo de la apostasía universal.
-507-
El propósito divino no se cumplió sin arrostrar la oposición más resuelta. De todas las maneras que pudo, el enemigo de la verdad y de la justicia obró para inducir a los descendientes de Abrahán a olvidar su alta y santa vocación y a desviarse hacia el culto de los dioses falsos. Y con frecuencia sus esfuerzos triunfaron excesivamente. Durante siglos, antes del primer advenimiento de Cristo, las tinieblas cubrieron la tierra y densa obscuridad los pueblos. Satanás arrojaba su sombra infernal sobre la senda de los hombres, a fin de impedirles que adquiriesen un conocimiento de Dios y del mundo futuro. Multitudes moraban en sombra de muerte. Su única esperanza consistía en que se disipase esta lobreguez, para que Dios pudiese ser revelado.
Con visión profética, David, el ungido de Dios, había previsto que el advenimiento de Cristo sería “como la luz de la mañana cuando sale el sol, de la mañana sin nubes.” 2 Samuel 23:4. Y Oseas atestiguó: “Como el alba está aparejada su salida.” Oseas 6:3. En silencio y con suavidad se produce el amanecer en la tierra, y se despierta la vida en ella cuando se disipan las sombras de las tinieblas. Así había de levantarse el Sol de Justicia, y traer “en sus alas … salud.” Malaquías 4:2. Las multitudes “que moraban en tierra de sombra de muerte” habían de ver “gran luz.” Isaías 9:2.
El profeta Isaías, mirando con arrobamiento esa gloriosa liberación, exclamó:
“Un niño nos es nacido, Hijo nos es dado; y el principado sobre su hombro: y llamaráse su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán término, sobre el trono de David, y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora para siempre. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto.” Vers. 6, 7.
-508-
Durante los últimos siglos de la historia de Israel antes del primer advenimiento, era de comprensión general que se aludía a la venida del Mesías en esta profecía: “Poco es que tú me seas siervo para levantar las tribus de Jacob, y para que restaures los asolamientos de Israel: también te dí por luz de las gentes, para que seas mi salud [salvación] hasta lo postrero de la tierra.” El profeta había predicho: “Manifestaráse la gloria de Jehová, y toda carne juntamente la verá.” Isaías 49:6; 40:5. Acerca de esta luz de los hombres testificó osadamente Juan el Bautista cuando proclamó: “Yo soy la voz del que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo Isaías profeta.” Juan 1:23.
A Cristo fué a quien se dirigió la promesa profética: “Así ha dicho Jehová, Redentor de Israel, el Santo suyo, al menospreciado de alma, al abominado de las gentes, … así dijo Jehová: … Guardarte he, y te daré por alianza del pueblo, para que levantes la tierra, para que heredes asoladas heredades; para que digas a los presos: Salid; y a los que están en tinieblas: Manifestaos… No tendrán hambre ni sed, ni el calor ni el sol los afligirá; porque el que tiene de ellos misericordia los guiará, y los conducirá a manaderos de aguas.” Isaías 49:7-10.
Los que eran firmes en la nación judía, los descendientes del santo linaje por medio del cual se había conservado el conocimiento de Dios, fortalecían su fe meditando en estos pasajes y otros similares. Con sumo gozo leían que el Señor ungiría al que iba “a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, … a promulgar año de la buena voluntad de Jehová.” Isaías 61:1, 2. Sin embargo, sus corazones se entristecían al pensar en los sufrimientos que debería soportar para cumplir el propósito divino. Con profunda humillación en su alma leían en el rollo profético estas palabras:
-509-
“¿Quién ha creído a nuestro anunció? ¿y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová?
“Y subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca: no hay parecer en él, ni hermosura: verlo hemos, mas sin atractivo para que le deseemos.
“Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto: y como que escondimos de él el rostro, fué menospreciado, y no lo estimamos.
“Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido.
“Mas él herido fué por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados: el castigo de nuestra paz sobre él; y por su llaga fuimos nosotros curados.
“Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino: mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.
“Angustiado él, y afligido, no abrió su boca: como cordero fué llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca.
“De la cárcel y del juicio fué quitado; y su generación ¿quién la contará? Porque cortado fué de la tierra de los vivientes; por la rebelión de mi pueblo fué herido.
“Y dispúsose con los impíos su sepultura, mas con los ricos fué en su muerte; porque nunca hizo él maldad, ni hubo engaño en su boca.” Isaías 53:1-9.
-510-
Acerca del Salvador que tanto iba a sufrir, Jehová mismo declaró por Zacarías: “Levántate, oh espada, sobre el Pastor, y sobre el Hombre compañero mío.” Zacarías 13:7. Como substituto y garante del hombre pecaminoso, Cristo iba a sufrir bajo la justicia divina. Había de comprender lo que significaba la justicia. Había de saber lo que representa para los pecadores estar sin intercesor delante de Dios.
Por medio del salmista, el Redentor había profetizado acerca de sí mismo:
“La afrenta ha quebrantado mi corazón, y estoy acongojado: y esperé quien se compadeciese de mí, y no lo hubo: y consoladores, y ninguno hallé. Pusiéronme además hiel por comida, y en mi sed me dieron a beber vinagre.” Salmos 69:20, 21.
Profetizó acerca del trato que iba a recibir: “Perros me han rodeado, hame cercado cuadrilla de malignos: horadaron mis manos y mis pies. Contar puedo todos mis huesos; ellos miran, considéranme. Partieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes.” Salmos 22:16-18.
Estas descripciones del acerbo sufrimiento y de la muerte cruel del Mesías prometido, por tristes que fuesen, abundaban en promesas; porque con respecto al que “quiso” quebrantar, “sujetándole a padecimiento” para que entregase “su vida en expiación por el pecado,” Jehová declaró:
“Verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada. Del trabajo de su alma verá y será saciado; con su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y él llevará las iniquidades de ellos.
“Por tanto yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fué contado con los perversos, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores.” Isaías 53:10-12.
-511-
El amor hacia los pecadores fué lo que indujo a Cristo a pagar el precio de la redención. “Vió que no había hombre, y maravillóse que no hubiera quien se interpusiese;” ningún otro podía rescatar a hombres y mujeres del poder del enemigo; por lo tanto “salvólo su brazo, y afirmóle su misma justicia.” Isaías 59:16.
“He aquí mi Siervo, yo le sostendré; mi Escogido, en quien mi alma toma contentamiento: he puesto sobre él mi Espíritu, dará juicio a las gentes.” Isaías 42:1.
En su vida no había de entretejerse ninguna aserción de sí mismo. El Hijo de Dios no conocería los homenajes que el mundo tributa a los cargos, a las riquezas y al talento. El Mesías no iba a emplear recurso alguno de los que usan los hombres para obtener obediencia u homenaje. Su absoluto renunciamiento de sí mismo se predecía en estas palabras:
“No clamará, ni alzará, ni hará oír su voz en las plazas. No quebrará la caña cascada, ni apagará el pábilo que humeare.” Isaías 42:2, 3.
En pronunciado contraste con la conducta de los instructores de su época, iba a destacarse la del Salvador entre los hombres. En su vida no iban a presenciarse disputas ruidosas, adoración ostentosa ni actos destinados a obtener aplausos. El Mesías iba a esconderse en Dios, y Dios iba a revelarse en el carácter de su Hijo. Sin un conocimiento de Dios, la humanidad quedaría eternamente perdida. Sin ayuda divina, hombres y mujeres se degradarían cada vez más. Era necesario que Aquel que había hecho el mundo les impartiese vida y poder. De ninguna otra manera podían suplirse las necesidades del hombre.
Se profetizó, además, acerca del Mesías: “No se cansará, ni desmayará, hasta que ponga en la tierra juicio; y las islas esperarán su ley.” El Hijo de Dios iba a “magnificar la ley y engrandecerla.” Vers. 4, 21. No iba a reducir su importancia ni la vigencia de sus requerimientos; antes iba a exaltarla. Al mismo tiempo, iba a librar los preceptos divinos de aquellas gravosas exigencias impuestas por los hombres, que desalentaban a muchos en sus esfuerzos para servir aceptablemente a Dios.
-512-
Acerca de la misión del Salvador, la palabra de Jehová fué: “Yo Jehová te he llamado en justicia, y te tendré por la mano; te guardaré y te pondré por alianza del pueblo, por luz de las gentes; para que abras ojos de ciegos, para que saques de la cárcel a los presos, y de casas de prisión a los que están de asiento en tinieblas. Yo Jehová: éste es mi nombre; y a otro no daré mi gloria, ni mi alabanza a esculturas. Las cosas primeras he aquí vinieron, y yo anunció nuevas cosas: antes que salgan a luz, yo os las haré notorias.” Vers. 6-9.
Mediante la Simiente prometida, el Dios de Israel iba a dar liberación a Sión. “Saldrá una Vara del tronco de Isaí, y un Vástago retoñará de sus raíces.” “He aquí una virgen que concibe y da a luz un hijo, y le da el nombre de Emmanuel. Requesones y miel comerá, hasta que sepa desechar lo malo y escoger lo bueno.” Isaías 11:1; 7:14, 15 (VM).
“Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de conocimiento y de temor de Jehová. Y harále entender diligente en el temor de Jehová. No juzgará según la vista de sus ojos, ni argüirá por lo que oyeren sus oídos; sino que juzgará con justicia a los pobres, y argüirá con equidad por los mansos de la tierra: y herirá la tierra con la vara de su boca, y con el espíritu de sus labios matará al impío. Y será la justicia cinto de sus lomos, y la fidelidad ceñidor de sus riñones. … Y acontecerá en aquel tiempo que la raíz de Isaí, la cual estará puesta por pendón a los pueblos, será buscada de las gentes; y su holganza será gloria.” Isaías 11:2-5, 10.
-513-
“He aquí el Varón cuyo nombre es Pimpollo, … edificará el templo de Jehová, y él llevará gloria, y se sentará y dominará en su trono, y será sacerdote en su solio.” Zacarías 6:12, 13.
Iba a abrirse un manantial para limpiar “el pecado y la inmundicia” (Zacarías 13:1); los hijos de los hombres iban a oír la bienaventurada invitación:
“A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad, y comed. Venid, comprad, sin dinero y sin precio, vino y leche.
“¿Por qué gastáis el dinero no en pan, y vuestro trabajo no en hartura? Oídme atentamente, y comed del bien, y deleitaráse vuestra alma con grosura.
“Inclinad vuestros oídos, y venid a mí; oíd, y vivirá vuestra alma; y haré con vosotros pacto eterno, las misericordias firmes a David.” Isaías 55:1-3.
A Israel fué hecha la promesa: “He aquí, que yo lo dí por testigo a los pueblos, por jefe y por maestro a las naciones. He aquí, llamarás a gente que no conociste, y gentes que no te conocieron correrán a ti; por causa de Jehová tu Dios, y del Santo de Israel que te ha honrado.” Vers. 4, 5.
“Haré que se acerque mi justicia, no se alejará: y mi salud no se detendrá. Y pondré salud en Sión, y mi gloria en Israel.” Isaías 46:13.
Con sus palabras y sus acciones, durante su ministerio terrenal, el Mesías iba a revelar a la humanidad la gloria de Dios el Padre. Cada acto de su vida, cada palabra que hablara, cada milagro que realizara, iba a dar a conocer a la humanidad caída el amor infinito de Dios.
“Súbete sobre un monte alto, anunciadora de Sión; levanta fuertemente tu voz, anunciadora de Jerusalem; levántala, no temas; Di a las ciudades de Judá: ¡Veis aquí el Dios vuestro!
-514-
“He aquí que el Señor Jehová vendrá con fortaleza, y su brazo se enseñoreará: he aquí que su salario viene con él, y su obra delante de su rostro. Como pastor apacentará su rebaño; en su brazo cogerá los corderos, y en su seno los llevará; pastoreará suavemente las paridas.” Isaías 40:9-11.
“Y en aquel tiempo los sordos oirán las palabras del libro, y los ojos de los ciegos verán en medio de la oscuridad y de las tinieblas.
Entonces los humildes crecerán en alegría en Jehová, y los pobres de los hombres se gozarán en el Santo de Israel… Y los errados de espíritu aprenderán inteligencia, y los murmuradores aprenderán doctrina.” Isaías 29:18, 19, 24.
Mediante los patriarcas y los profetas, así como mediante las figuras y los símbolos, Dios hablaba al mundo del advenimiento de Quien lo libertaría del pecado. Una larga cadena de profecías inspiradas señalaba la venida del “Deseado de todas las gentes.” Hageo 2:7. Hasta el lugar de su nacimiento y el tiempo de su aparición fueron minuciosamente especificados.
El Hijo de David debía nacer en la ciudad de David. Dijo el profeta que de Belén saldría “el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días del siglo.” Miqueas 5:2.
“Y tú, Bet-lehem, en tierra de Judá, no eres de ninguna manera el más pequeño entre los príncipes de Judá; porque de ti saldrá el Caudillo que pastoreará a mi pueblo Israel.” Mateo 2:6 (VM).
El tiempo en que iban a producirse el primer advenimiento y algunos de los principales acontecimientos relacionados con la vida y la obra del Salvador, fué comunicado a Daniel por el ángel Gabriel. Dijo éste: “Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para acabar la prevaricación, y concluir el pecado, y expiar la iniquidad; y para traer la justicia de los siglos, y sellar la visión y la profecía, y ungir al Santo de los santos.” Daniel 9:24. En la profecía un día representa un año. Véase Números 14:34; Ezequiel 4:6. Las setenta semanas, o 490 días, representan 490 años. El punto de partida de este plazo se da así: “Sepas pues y entiendas, que desde la salida de la palabra para restaurar y edificar a Jerusalem hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas” (Daniel 9:25), es decir 69 semanas, o 483 años. La orden de reedificar a Jerusalén, según la completó el decreto de Artajerjes Longímano (véase Esdras 6:14; 7:1, 9), entró en vigencia en el otoño del año 457 ant. de J.C. Desde esa fecha, 483 años llegan hasta el otoño del año 27 de nuestra era. De acuerdo con la profecía, ese plazo debía llegar hasta el Mesías, o Ungido. En el año 27 de nuestra era, Jesús recibió, en ocasión de su bautismo, el ungimiento del Espíritu Santo, y poco después comenzó su ministerio. Se proclamó entonces el mensaje: “El tiempo es cumplido.” Marcos 1:15.
-515-
Había dicho el ángel: “En otra semana [7 años] confirmará el pacto a muchos.” Durante siete años después que el Salvador iniciara su ministerio, el Evangelio iba a ser predicado especialmente a los judíos; por Cristo mismo durante tres años y medio, y después por los apóstoles. “A la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda.” Daniel 9:27. En la primavera del año 31 de nuestra era, Cristo, el verdadero Sacrificio, fué ofrecido en el Calvario. Entonces el velo del templo se rasgó en dos, por lo cual se demostró que dejaban de existir el carácter sagrado y el significado del servicio de los sacrificios. Había llegado el momento en que debían cesar el sacrificio y la oblación terrenales.
Aquella semana, o siete años, terminó en el año 34 de nuestra era. Entonces, al apedrear a Esteban, los judíos sellaron finalmente su rechazamiento del Evangelio; los discípulos, dispersados por la persecución, “iban por todas partes anunciando la palabra” (Hechos 8:4); y poco después se convirtió Saulo el perseguidor, para llegar a ser Pablo, el apóstol de los gentiles.
-516-
Las muchas profecías concernientes al advenimiento del Salvador inducían a los hebreos a vivir en una actitud de constante expectación. Muchos murieron en la fe, sin haber recibido las promesas; pero, habiéndolas visto desde lejos, creyeron y confesaron que eran extranjeros y advenedizos en la tierra. Desde los días de Enoc, las promesas repetidas por intermedio de los patriarcas y los profetas habían mantenido viva la esperanza de su aparición.
Al principio Dios no había revelado la fecha exacta del primer advenimiento; y aun cuando la profecía de Daniel la daba a conocer, no todos interpretaban correctamente el mensaje. Transcurrieron los siglos uno tras otro; finalmente callaron las voces de los profetas. La mano del opresor pesaba sobre Israel. Al apartarse los judíos de Dios, la fe se empañó y la esperanza casi dejó de iluminar el futuro. Muchos no comprendían las palabras de los profetas; y aun aquellos cuya fe se había conservado vigorosa estaban a punto de exclamar: “Se van prolongando los días, y fracasa toda visión.” Ezequiel 12:22 (VM). Pero en el concilio celestial había sido determinada la hora en que Cristo había de venir; y llegado “el cumplimiento del tiempo, Dios envió su Hijo, … para que redimiese a los que estaban debajo de la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos.” Gálatas 4:4, 5.
La humanidad debía recibir lecciones en su lenguaje. El Mensajero del pacto debía hablar. Su voz debía oírse en su propio templo. El, que es Autor de la verdad, debía separarla del tamo de las expresiones humanas, que la habían anulado. Los principios del gobierno de Dios y el plan de redención debían ser definidos claramente. Las lecciones del Antiguo Testamento debían presentarse a los hombres en toda su plenitud.
Cuando finalmente apareció el Salvador “hecho semejante a los hombres” (Filipenses 2:7), e inició su ministerio de gracia, Satanás pudo tan sólo herirle el calcañar, mientras que con cada acto que le humillara e hiciera sufrir, Cristo hería la cabeza de su adversario. La angustia que el pecado había producido se derramó en el seno del que era sin pecado; y sin embargo mientras Cristo soportaba la contradicción de los pecadores, pagaba la deuda del hombre pecaminoso y deshacía la servidumbre en la cual la humanidad había estado sujeta. Toda angustia y todo insulto que sufría obraba para liberar la humanidad.
-517-
Si Satanás hubiese logrado que Cristo cediese a una sola tentación, o que manchase su pureza perfecta por un solo acto o aun por un pensamiento, el príncipe de las tinieblas habría triunfado sobre el Garante del hombre y habría ganado para sí toda la familia humana. Pero si bien Satanás podía afligir, no podía contaminar; podía ocasionar angustia, pero no profanar. Hizo de la vida de Cristo una larga escena de conflicto y prueba; y sin embargo, con cada ataque iba perdiendo su dominio sobre la humanidad.
En el desierto de la tentación, en el huerto de Getsemaní y en la cruz, nuestro Salvador cruzó armas con el príncipe de las tinieblas. Sus heridas llegaron a ser los trofeos de su victoria en favor de la familia humana. Mientras Cristo pendía agonizante de la cruz, mientras los malos espíritus se regocijaban, y los hombres impíos le escarnecían, su calcañar fué en verdad herido por Satanás. Pero ese mismo acto aplastaba la cabeza de la serpiente. Por la muerte destruyó “al que tenía el imperio de la muerte, es a saber, al diablo.” Hebreos 2:14. Este acto decidió el destino del jefe de los rebeldes, y aseguró para siempre el plan de la salvación. Al morir, Cristo venció el poder de la muerte; al resucitar, abrió para sus seguidores las puertas del sepulcro. En esa última gran contienda vemos cumplirse la profecía: “Esta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar.” Génesis 3:15.
“Muy amados, ahora somos hijos de Dios, y aun no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él apareciere, seremos semejantes a él, porque le veremos como él es.” 1 Juan 3:2. Nuestro Redentor abrió el camino, para que aun el más pecaminoso, el más necesitado, el más oprimido y despreciado, pueda hallar acceso al Padre.
-518-
“Jehová, tú eres mi Dios: te ensalzaré, alabaré tu nombre; porque has hecho maravillas, los consejos antiguos, la verdad firme.” Isaías 25:1.