El Deseado de Todas las Gentes: Capítulo 23 – “El reino de Dios está cerca”

“Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, y diciendo: El tiempo es cumplido, y el reino de Dios está cerca: arrepentíos, y creed al evangelio.”1

La venida del Mesías había sido anunciada primeramente en Judea. En el templo de Jerusalén, el nacimiento del precursor había sido predicho a Zacarías mientras oficiaba ante el altar. En las colinas de Belén, los ángeles habían proclamado el nacimento de Jesús. A Jerusalén habían acudido los magos a buscarle. En el templo, Simeón y Ana habían atestiguado su divinidad. Jerusalén y toda Judea habían escuchado la predicación de Juan el Bautista; y tanto la diputación del Sanedrín como la muchedumbre habían oído su testimonio acerca de Jesús. En Judea, Cristo había reclutado sus primeros discípulos. Allí había transcurrido gran parte de los comienzos de su ministerio. La manifestación de su divinidad en la purificación del templo, sus milagros de sanidad y las lecciones de divina verdad que procedían de sus labios, todo proclamaba lo que después de la curación del paralítico en Betesda había declarado ante el Sanedrín: su filiación con el Eterno.

Si los dirigentes de Israel hubiesen recibido a Cristo, los habría honrado como mensajeros suyos para llevar el Evangelio al mundo. A ellos fué dada primeramente la oportunidad de ser heraldos del reino y de la gracia de Dios. Pero Israel no conoció el tiempo de su visitación. Los celos y la desconfianza de los dirigentes judíos maduraron en abierto odio, y el corazón de la gente se apartó de Jesús.

El Sanedrín había rechazado el mensaje de Cristo y procuraba su muerte; por tanto, Jesús se apartó de Jerusalén, de los sacerdotes, del templo, de los dirigentes religiosos, de la gente que había sido instruída en la ley, y se dirigió a otra clase para proclamar su mensaje, y congregar a aquellos que debían anunciar el Evangelio a todas las naciones.

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Así como la luz y la vida de los hombres fué rechazada por las autoridades eclesiásticas en los días de Cristo, ha sido rechazada en toda generación sucesiva. Vez tras vez, se ha repetido la historia del retiro de Cristo de Judea. Cuando los reformadores predicaban la palabra de Dios, no pensaban separarse de la iglesia establecida; pero los dirigentes religiosos no quisieron tolerar la luz, y los que la llevaban se vieron obligados a buscar otra clase, que anhelaba conocer la verdad. En nuestros días, pocos de los que profesan seguir a los reformadores están movidos por su espíritu. Pocos escuchan la voz de Dios y están listos para aceptar la verdad en cualquier forma que se les presente. Con frecuencia, los que siguen los pasos de los reformadores están obligados a apartarse de las iglesias que aman, para proclamar la clara enseñanza de la palabra de Dios. Y muchas veces, los que buscan la luz se ven obligados por la misma enseñanza a abandonar la iglesia de sus padres para poder obedecer.

Los rabinos de Jerusalén despreciaban a los habitantes de Galilea por rudos e ignorantes; y, sin embargo, éstos ofrecían a la obra del Salvador un campo más favorable que los primeros. Eran más fervientes y sinceros; menos dominados por el fanatismo; su mente estaba mejor dispuesta para recibir la verdad. Al ir a Galilea, Jesús no buscaba retiro o aislamiento. La provincia estaba habitada en ese tiempo por una población numerosa, con mayor mezcla de personas de diversas nacionalidades que la de Judea.

Mientras Jesús viajaba por Galilea, enseñando y sanando, acudían a él multitudes de las ciudades y los pueblos. Muchos venían aun de Judea y de las provincias adyacentes. Con frecuencia se veía obligado a ocultarse de la gente. El entusiasmo era tan grande que le era necesario tomar precauciones, no fuese que las autoridades romanas se alarmasen por temor a una insurrección. Nunca antes había vivido el mundo momentos tales. El cielo había descendido a los hombres. Almas hambrientas y sedientas, que habían aguardado durante mucho tiempo la redención de Israel, se regocijaban ahora en la gracia de un Salvador misericordioso.

La nota predominante de la predicación de Cristo era: “El tiempo es cumplido, y el reino de Dios está cerca: arrepentíos, y creed al evangelio.” Así el mensaje evangélico, tal como lo daba el Salvador mismo, se basaba en las profecías. El “tiempo” que él declaraba cumplido, era el período dado a conocer a Daniel por el ángel Gabriel. “Setenta semanas—dijo el ángel—están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para acabar la prevaricación, y concluir el pecado, y expiar la iniquidad; y para traer la justicia de los siglos, y sellar la visión y la profecía, y ungir al Santo de los santos.”2 En la profecía, un día representa un año.3 Las setenta semanas, o cuatrocientos noventa días, representaban cuatrocientos noventa años. Y se había dado un punto de partida para este período: “Sepas pues y entiendas, que desde la salida de la palabra para restaurar y edificar a Jerusalem hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas,”4 sesenta y nueve semanas, es decir, cuatrocientos ochenta y tres años. La orden de restaurar y edificar a Jerusalén, completada por el decreto de Artajerjes Longímano,5 entró a regir en el otoño del año 457 ant. de C. Desde ese tiempo, cuatrocientos ochenta y tres años llegan hasta el otoño del año 27 de J. C. Según la profecía, este período había de llegar hasta el Mesías, el Ungido. En el año 27 de nuestra era, Jesús, en ocasión de su bautismo, recibió la unción del Espíritu Santo, y poco después empezó su ministerio. Entonces fué proclamado el mensaje: “El tiempo es cumplido.”

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Había declarado el ángel: “En otra semana [siete años] confirmará el pacto a muchos.” Por siete años después que el Salvador empezó su ministerio, el Evangelio había de ser predicado especialmente a los judíos; por Cristo mismo durante tres años y medio, y después por los apóstoles. “A la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda.”6 En la primavera del año 31 de nuestra era, Cristo, el verdadero sacrificio, fué ofrecido en el Calvario. Entonces el velo del templo se rasgó en dos, demostrando que el significado y el carácter sagrado del ritual de los sacrificios habían terminado. Había llegado el tiempo en que debían cesar los sacrificios y las oblaciones terrenales.

La semana—siete años—terminó en el año 34 de nuestra era. Entonces, por el apedreamiento de Esteban, los judíos sellaron finalmente su rechazamiento del Evangelio; los discípulos, dispersados por la persecución, “iban por todas partes anunciando la palabra;”7 poco después, se convirtió Saulo el perseguidor, y llegó a ser Pablo, el apóstol de los gentiles.

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El tiempo de la venida de Cristo, su ungimiento por el Espíritu Santo,8 su muerte y la proclamación del Evangelio a los gentiles, habían sido indicados en forma definida. Era privilegio del pueblo judío comprender estas profecías, y reconocer su cumplimiento en la misión de Jesús. Cristo instó a sus discípulos a reconocer la importancia del estudio de la profecía. Refiriéndose a la que fué dada a Daniel con respecto a su tiempo, dijo: “El que lee, entienda.”9 Después de su resurrección, explicó a los discípulos en “todos los profetas” “lo que de él decían.”10 El Salvador había hablado por medio de todos los profetas. “El espíritu de Cristo que estaba en ellos” “prenunciaba las aflicciones que habían de venir a Cristo, y las glorias después de ellas.”11

Fué Gabriel, el ángel que sigue en jerarquía al Hijo de Dios, quien trajo el mensaje divino a Daniel. Fué a Gabriel, “su ángel,” a quien envió Cristo para revelar el futuro al amado Juan; y se pronuncia una bendición sobre aquellos que leen y oyen las palabras de la profecía y guardan las cosas en ella escritas.12

“No hará nada el Señor Jehová, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas.” Aunque “las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios, … las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos por siempre.”13 Dios nos ha dado estas cosas, y su bendición acompañará al estudio reverente, con oración, de las escrituras proféticas.

Así como el mensaje del primer advenimiento de Cristo anunciaba el reino de su gracia, el mensaje de su segundo advenimiento anuncia el reino de su gloria. El segundo mensaje, como el primero, está basado en las profecías. Las palabras del ángel a Daniel acerca de los últimos días, serán comprendidas en el tiempo del fin. En ese tiempo, “muchos correrán de aquí para allá, y la ciencia será aumentada.”14 “Los impíos obrarán impíamente, y ninguno de los impíos entenderá, pero entenderán los entendidos.”15 El Salvador mismo anunció señales de su venida y dijo: “Cuando viereis hacerse estas cosas, entended que está cerca el reino de Dios.” “Y mirad por vosotros, que vuestros corazones no sean cargados de glotonería y embriaguez, y de los cuidados de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día.” “Velad pues, orando en todo tiempo, que seáis tenidos por dignos de evitar todas estas cosas que han de venir y de estar en pie delante del Hijo del hombre.”16

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Hemos llegado al período predicho en estos pasajes. El tiempo del fin ha llegado, las visiones de los profetas están deselladas, y sus solemnes amonestaciones nos indican que la venida de nuestro Señor en gloria está cercana.

Los judíos interpretaron erróneamente y aplicaron mal la palabra de Dios, y no reconocieron el tiempo de su visitación. Esos años del ministerio de Cristo y sus apóstoles—los preciosos últimos años de gracia concedidos al pueblo escogido—los dedicaron a tramar la destrucción de los mensajeros del Señor. Las ambiciones terrenales los absorbieron, y el ofrecimiento del reino espiritual les fué hecho en vano. Así también hoy el reino de este mundo absorbe los pensamientos de los hombres, y no toman nota de las profecías que se cumplen rápidamente y de los indicios de que el reino de Dios llega presto.

“Mas vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, para que aquel día os sobrecoja como ladrón; porque todos vosotros sois hijos de luz, e hijos del día; no somos de la noche, ni de las tinieblas.” Aunque no sabemos la hora en que ha de volver nuestro Señor, podemos saber que está cerca. “Por tanto, no durmamos como los demás; antes velemos y seamos sobrios.”

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