Publicando y viajando
En junio de 1849, se nos presentó la oportunidad de establecer nuestro hogar temporalmente en Rocky Hill, Connecticut. El 28 de julio nació en este lugar nuestro segundo hijo, Jaime Edson.
Mientras vivíamos allí, mi esposo tuvo la impresión de que era su deber escribir y publicar acerca de la verdad presente. Se sintió muy animado y bendecido al decidir hacerlo, pero también perplejo puesto que carecía de dinero. Había hermanos que tenían recursos económicos, pero no estuvieron dispuestos a compartirlos. Finalmente, presa del desánimo, abandonó la idea y decidió buscar un campo de heno para segarlo. Al salir él de la casa, sentí una gran preocupación y me desmayé. Ofrecieron oraciones para mi restablecimiento y fui bendecida y tomada en visión. Vi que el Señor había bendecido y fortalecido a mi esposo para que trabajara en el campo un año antes; que él había utilizado correctamente los medios que había recibido; y que tendría cien veces más en su vida, y si era fiel, una abundante recompensa en el reino de Dios; pero que en esta ocasión, el Señor no le concedería fortaleza para trabajar en el campo, porque tenía otra obra para él; que debía avanzar con fe y escribir y publicar acerca de la verdad presente. Comenzó a escribir inmediatamente, y cuando llegaba a algún pasaje difícil, le pedíamos al Señor que nos revelara el verdadero significado de su Palabra.
Más o menos en ese tiempo comenzó a publicar una hojita titulada The Present Truth (La verdad presente). La imprenta se encontraba en Middletown, a doce kilómetros de Rocky Hill, y él con frecuencia caminaba esta distancia de ida y vuelta, aunque entonces cojeaba de un pie. Cuando trajo el primer número de la imprenta, nos arrodillamos alrededor de él y le pedimos al Señor con humildad y muchas lágrimas que bendijera los débiles esfuerzos de su siervo. Luego mi esposo envió las hojitas a todas las personas que pensó que las leerían, y las llevó al correo en un bolso de mano. Cada número se llevaba cada vez de Middletown a Rocky Hill. Antes de preparar las publicaciones para llevarlas al correo, las extendíamos delante del Señor y orábamos fervorosamente y con lágrimas, rogando que su bendición acompañara a los mensajeros silenciosos. Muy pronto comenzaron a llegar cartas con dinero destinado a la publicación de este folleto, y también las buenas nuevas de que muchas personas estaban aceptando la verdad.
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No interrumpimos nuestros esfuerzos por predicar la verdad cuando comenzamos esta obra de publicaciones, sino que seguimos viajando de un lugar a otro, proclamando las doctrinas que nos habían traído tanta luz y gozo; continuamos animando a los creyentes, corrigiendo los errores y poniendo las cosas en orden en la iglesia. Con el fin de llevar adelante la empresa de las publicaciones, y al mismo tiempo continuar nuestros trabajos en diferentes partes del campo, la publicación del folleto se trasladó a diversos lugares.
En 1850 se publicó en Paris, Maine. En ese lugar lo ampliamos y le cambiamos el nombre por el que tiene en la actualidad: The Advent Review and Sabbath Herald (La revista adventista y heraldo del sábado). Los amigos de la causa eran escasos y carecían de riquezas, de modo que todavía nos sentíamos obligados a luchar con la pobreza y con gran desánimo. El trabajo excesivo, las preocupaciones, la ansiedad, la falta de alimentos nutritivos y la exposición al frío durante nuestros largos viajes invernales, fueron demasiado para mi esposo, por lo que fue derribado por el peso de la carga. Se puso tan débil que apenas podía caminar hasta la imprenta. Nuestra fe fue probada en grado sumo. Habíamos soportado voluntariamente las privaciones, el trabajo y el sufrimiento; sin embargo la gente interpretó mal nuestros motivos y éramos considerados con desconfianza y celos. Pocas personas por cuyo bien habíamos trabajado daban muestras de apreciar nuestros esfuerzos. Nos encontrábamos demasiado confundidos para poder dormir o descansar. Las horas durante las cuales debiéramos haber repuesto fuerzas mediante el sueño, con frecuencia las pasábamos contestando largas comunicaciones ocasionadas por la envidia; y mientras otros dormían, pasamos muchas horas derramando lágrimas de agonía y lamentándonos delante del Señor. Finalmente mi esposo dijo: “Esposa, es inútil seguir luchando durante más tiempo. Estas cosas me están destruyendo y pronto me enviarán a la tumba. No puedo seguir más. He escrito una nota para el folleto diciendo que no seguiré publicándolo”. Me desmayé cuando él salió de la casa para llevar la nota a la imprenta. Mi esposo volvió y oró por mí; su oración fue contestada y yo me sentí aliviada.
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A la mañana siguiente mientras la familia oraba, fui tomada en visión y se nos mostraron los asuntos que nos preocupaban. Vi que mi esposo no debía dejar de publicar el folleto; porque eso era justamente lo que Satanás estaba tratando que él hiciera, y trabajaba mediante sus agentes para conseguirlo. Se me mostró que debíamos continuar publicando y que el Señor nos sustentaría; que los que eran culpables de haber arrojado tales cargas sobre nosotros tendrían que ver la extensión de su cruel comportamiento, y volver confesando su injusticia, de lo contrario se encontrarían con el desagrado divino; que no habían hablado y actuado solamente contra nosotros, sino contra Aquel que nos había llamado a ocupar el lugar que él deseaba que ocupáramos; y que todas sus sospechas, celos e influencia secreta habían sido registradas fielmente en el cielo, y no serían eliminadas hasta que todos los que habían participado en esto vieran la extensión de su conducta equivocada y desanduvieran cada paso.
El segundo volumen de la Review se publicó en Saratoga Springs, Nueva York. En abril de 1852 nos mudamos a Róchester, Nueva York. Nos veíamos obligados a dar cada paso por fe. Todavía estábamos afligidos con la pobreza y nos veíamos en la necesidad de ejercer la más rígida economía y abnegación. A continuación daré un breve extracto de una carta escrita a la familia del hermano Howland, fechada 16 de abril de 1852: “Nos estamos estableciendo en Róchester. Hemos alquilado una casa vieja por 175 dólares al año. Tenemos la prensa en la casa. Si no fuera por esto, tendríamos que pagar otros cincuenta dólares al año por un cuarto donde tenerla. Ustedes se sonreirían si pudieran ver en qué consisten nuestros muebles. Compramos dos armaduras de cama por veinticinco centavos cada una. Mi esposo me trajo seis sillas viejas, ninguna de las cuales era igual, por las que pagó un dólar, y poco después me trajo otras cuatro sillas viejas sin asiento, por las que pagó sesenta y dos centavos. Los marcos están firmes y les he puesto asientos de una tela resistente. La mantequilla cuesta tan cara que no la compramos, ni tampoco podemos comprar papas. Utilizamos salsa en lugar de mantequilla, y nabos en vez de papas. Nos servimos las primeras comidas en una mesa hecha con unas tablas colocadas encima de dos barriles de harina vacíos. Estamos dispuestos a sufrir privaciones si la obra de Dios puede adelantarse con ello. Creemos que la mano del Señor nos dirigió al venir a este lugar. Hay un extenso campo en el cual trabajar y hay sólo pocos obreros. Nuestra reunión del último sábado fue excelente. El Señor nos reconfortó con su presencia”.
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De tiempo en tiempo salíamos para asistir a conferencias a diferentes partes del campo. Mi esposo predicaba, vendía libros y trabajaba para extender la circulación de la revista. Viajábamos en un medio de transporte privado y nos deteníamos a mediodía para dar de comer a nuestro caballo junto al camino y para almorzar nosotros. Luego, armado de lápiz y papel, mi esposo escribía artículos para la Review y el Instructor, apoyando las hojas sobre la tapa de la caja en la que llevábamos el almuerzo o bien encima de su sombrero. El Señor bendijo abundantemente nuestros esfuerzos y la verdad afectó muchos corazones.
En el verano de 1853 efectuamos nuestro primer viaje al Estado de Míchigan. Después de haber publicado las fechas en que visitaríamos los distintos lugares, mi esposo cayó postrado con fiebre. Nos unimos en oración en favor de él, y aunque se sintió aliviado siguió muy débil. Estábamos muy confundidos. ¿Tendríamos que apartarnos de nuestro trabajo debido a la enfermedad del cuerpo? ¿Se le permitiría a Satanás ejercer su poder sobre nosotros y contender por nuestra utilidad y nuestras vidas mientras permaneciéramos en el mundo? Sabíamos que Dios podía limitar el poder de Satanás. El podía permitir que sufriéramos en el horno, pero nos sacaría purificados y mejor preparados para su obra.
En oración privada derramé mi alma delante de Dios para que reprendiera la enfermedad y fortaleciera a mi esposo a fin de que pudiera soportar el viaje. El caso era urgente y mi fe se aferró firmemente a las promesas de Dios. Obtuve allí la evidencia de que si proseguíamos nuestro viaje hacia Míchigan, el ángel de Dios nos acompañaría. Cuando referí a mi esposo mis preocupaciones, él me dijo que también había tenido preocupaciones similares; pero decidimos ir, confiando en el Señor. Con cada kilómetro que recorríamos aumentaban sus fuerzas. El Señor lo sostuvo. Y mientras él predicaba la Palabra, sentí la seguridad de que los ángeles de Dios estaban a su lado para prestarle ayuda en sus esfuerzos.
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Durante este viaje mi esposo se preocupó mucho del tema del espiritismo, y poco después de regresar comenzó a escribir un libro titulado Signs of the Times (Señales de los tiempos). Todavía estaba débil y podía dormir muy poco, pero el Señor le sirvió de apoyo. Cuando sentía confusión y angustia mental, se volvía a Dios y clamaba buscando alivio. Dios escuchaba nuestras fervientes oraciones y con frecuencia bendecía a mi esposo, y él, con el espíritu renovado, continuaba con su trabajo. Muchas veces durante el día buscábamos a Dios en ferviente oración. Ese libro no fue escrito con las fuerzas de mi esposo.
Durante el invierno y la primavera sufrí mucho del corazón. Me resultaba difícil respirar estando acostada. Se me interrumpía la respiración, y también me desmayaba frecuentemente. Tenía una hinchazón en el párpado izquierdo, que parecía ser cáncer. Había ido aumentando gradualmente durante más de un año, hasta hacerse muy dolorosa, y afectaba mi vista. Cuando leía o escribía, me veía obligada a vendar el ojo afligido. Temía que fuera destruido por un cáncer. Recordaba los días y las noches pasados leyendo pruebas de imprenta, y ese esfuerzo intenso había fatigado mis ojos. Pensé: “Si pierdo mi ojo y mi vida, será como sacrificio por la causa de Dios”.
Por ese tiempo un médico que atendía gratuitamente a los pacientes visitó Róchester, y decidí que él examinara mi ojo. El pensaba que la hinchazón era realmente un cáncer. Pero después de tomarme el pulso, dijo: “Usted está muy enferma y morirá de apoplejía antes que esa hinchazón se abra. Usted se encuentra en un peligroso estado de salud, y tiene el corazón enfermo”. Esto no me asombró, porque me había dado cuenta que sin pronta ayuda médica descendería a la tumba. Otras dos mujeres que acudieron a la consulta médica también sufrían la misma enfermedad. El médico dijo que yo me encontraba en un estado más peligroso que cualquiera de las dos, y que al cabo de tres semanas me vería afligida de parálisis. Le pregunté si él creía que sus medicamentos me curarían. No me dio mucho ánimo. Probé los remedios que prescribía, pero no recibí ningún beneficio.
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Al cabo de unas tres semanas me desmayé y caí postrada, y permanecí casi inconsciente durante 36 horas. Se temía que no viviera, pero en respuesta a la oración nuevamente reviví. Una semana después recibí un golpe en el lado izquierdo. Tenía una extraña sensación de frío e insensibilidad en la cabeza, y fuerte dolor en las sienes. Sentía la lengua pesada e insensible, y no podía hablar bien. No podía mover el brazo ni el lado izquierdo. Pensé que estaba muriendo, y en medio de mis sufrimientos sentí una gran ansiedad por recibir una evidencia de que el Señor me amaba. Durante meses había sufrido de dolor continuo en el corazón y me encontraba constantemente deprimida. Había tratado de servir a Dios por principio, sin hacer intervenir mis sentimientos, pero ahora anhelaba la salvación de Dios. Deseaba profundamente recibir su bendición a pesar de mi sufrimiento físico.
Los hermanos se reunieron para orar especialmente por mi caso. Mi deseo quedó satisfecho y recibí la bendición de Dios y tuve la seguridad de que él me amaba. Pero el dolor continuó y seguí debilitándome poco a poco. Nuevamente los hermanos se reunieron para presentar mi caso delante del Señor. Yo estaba tan débil que no podía orar en voz alta. Mi condición al parecer debilitó la fe de los que me rodeaban. Luego recordé las promesas del Señor como nunca antes las había recordado. Me parecía que Satanás se esforzaba por arrancarme del lado de mi esposo y de mis hijos, para lanzarme en la tumba, y las siguientes preguntas surgieron en mi mente: ¿Puedes creer tú exclusivamente en la promesa de Dios? ¿Puedes avanzar por fe y dejar que la apariencia sea lo que sea? La fe revivió. Le dije a mi esposo en un susurro: “Yo sé que me recuperaré”. El contestó: “Quisiera poder creer lo mismo”. Llegó la noche sin que yo recibiera ningún alivio, y sin embargo seguí confiando firmemente en las promesas de Dios. No pude dormir, pero continué mi oración silenciosa. Pude conciliar el sueño al amanecer.
Cuando el sol salía, me desperté sin sentir ningún dolor. Había desaparecido la presión en el corazón y me sentía muy feliz. ¡Qué cambio se había operado! Me parecía que un ángel de Dios me había tocado mientras dormía. Sentí una enorme gratitud. Mis labios pronunciaron alabanzas a Dios. Desperté a mi esposo y le referí la curación admirable que Dios había efectuado en mí. Al comienzo casi no lo pudo creer, pero cuando me levanté y me vestí y caminé por la casa, él también alabó a Dios conmigo. Había cesado también el dolor en mi ojo enfermo, y a los pocos días la hinchazón había desparecido y había recuperado plenamente la vista. La obra de curación había sido completa.
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Fui a ver al médico nuevamente, y apenas me tomó el pulso me dijo: “Señora, ha ocurrido un cambio completo en su organismo; pero las dos mujeres que me consultaron la última vez que usted estuvo aquí, han muerto”. Le dije que no había sido curada con la medicina que él me había dado. Cuando me hube ido, el médico le dijo a una amiga mía: “Su caso es un misterio. No lo comprendo”.
Pronto visitamos Míchigan nuevamente, y tuve que soportar largos y cansadores viajes por caminos ásperos, y aun tuvimos que pasar por lugares llenos de barro; pero no por eso me abandonaron mis fuerzas. Pensamos que el Señor deseaba que visitáramos Wisconsin, e hicimos arreglos para embarcarnos en el tren en Jackson, a las diez de la noche.
Mientras nos preparábamos para tomar el tren, nos embargó un sentimiento de gran solemnidad y nos pusimos a orar. Mientras nos encontrábamos allí encomendándonos a Dios, no pudimos dejar de llorar. Fuimos a la estación con sentimientos de profunda solemnidad. Al subir al tren, entramos en un carro de adelante, que tenía asientos con respaldos altos, con la esperanza de poder dormir algo esa noche. Pero como el carro estaba lleno, seguimos hasta el próximo, y en él encontramos asientos. En esta ocasión no me quité el sombrero como era mi costumbre cuando viajábamos de noche, y además mantuve la mano en la maleta, como si esperara algo. Ambos hicimos comentarios acerca de los extraños sentimientos que experimentábamos.
El tren se había alejado un poco más de cuatro kilómetros de Jackson cuando comenzó a moverse con gran violencia, y a sufrir grandes sacudidas, hasta que finalmente se detuvo. Abrí la ventana y vi que uno de los vagones se había descarrilado y uno de sus extremos se encontraba muy elevado. Escuché gritos de dolor y había gran confusión. La locomotora también se había descarrilado, pero el vagón en el que nos encontrábamos no había sufrido ningún daño, y se encontraba separado de los demás a una distancia de unos treinta metros. El vagón del equipaje no había recibido mucho daño, de modo que nuestro gran baúl con libros se encontraba intacto. El vagón de segunda clase estaba deshecho, y sus secciones, todavía con pasajeros adentro, habían caído a ambos lados de la vía. El vagón en el que habíamos procurado encontrar asientos estaba muy averiado, y uno de sus extremos se elevaba sobre un montón de escombros. El mecanismo de acoplamiento no se había roto, pero el vagón en el que nos encontrábamos había sido desenganchado del vagón que le precedía, como si un ángel los hubiera separado. Cuatro personas habían muerto o se encontraban heridas de muerte y muchas estaban lesionadas de gravedad. Comprendimos que Dios había enviado un ángel para que cuidara nuestras vidas.
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Regresamos a Jackson, y al día siguiente tomamos el tren hacia Wisconsin. Dios bendijo nuestra visita a ese Estado. Muchas almas se convirtieron como resultado de nuestros esfuerzos. El Señor me fortaleció para soportar el tedioso viaje.
El 29 de agosto de 1854 se añadió otra responsabilidad a nuestra familia con el nacimiento de Willy. Alrededor de ese tiempo recibimos el primer ejemplar de una revista falsamente llamada The Messenger of Truth (El mensajero de la verdad). Los que nos calumniaban en esa revista habían sido reprochados por causa de sus faltas y errores. No quisieron aceptar el reproche, y en forma secreta al comienzo y luego más abiertamente, emplearon su influencia contra nosotros. Hubiéramos podido soportar eso, pero además, algunas personas que debieran habernos apoyado fueron influenciadas por esos malvados. Algunos en quienes habíamos confiado, y que sabían que nuestros esfuerzos habían sido marcadamente bendecidos por Dios, nos retiraron su simpatía y la concedieron a personas que eran prácticamente desconocidas.
El Señor me mostró la verdadera condición de ese grupo y lo que finalmente ocurriría con él; que consideraba con desagrado a las personas conectadas con esa revista y que su mano estaba contra ellas. Y aunque prosperaran durante un tiempo, y algunas personas honradas fueran engañadas, sin embargo la verdad triunfaría finalmente, y todas las almas sinceras se apartarían del engaño en que habían caído, y se libertarían de la influencia de esa gente perversa. Como la mano de Dios estaba contra ellos, finalmente fracasarían.
Nuevamente se deterioró la salud de mi esposo. Tenía tos y le dolían los pulmones, y su sistema nervioso estaba en estado de postración. La ansiedad que experimentaba, las cargas que había soportado en Róchester, su trabajo en la oficina, la enfermedad y las muertes que habían ocurrido en la familia, la falta de simpatía de los que habían compartido sus labores, juntamente con sus viajes y sus predicaciones, habían sido demasiado para su salud y al parecer la tuberculosis lo conducía rápidamente hacia la tumba. Fue ése un tiempo de abatimiento y tristeza. Unos pocos rayos de luz penetraban ocasionalmente a través de la espesa capa de nubes, dándonos un poco de esperanza, sin lo cual la desesperación nos hubiera hundido. En algunos momentos nos parecía como si Dios nos hubiera abandonado.
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Un grupo que publicaba la revista Messenger inventó toda clase de falsedades contra nosotros. Con frecuencia recordaba vividamente las siguientes palabras del salmista: “No te impacientes a causa de los malignos, ni tengas envidia de los que hacen iniquidad. Porque como hierba serán pronto cortados, y como la hierba verde se secarán” Salmo 37:1-2. Algunos que escribían en ese folleto hasta hablaron con expresiones de triunfo de la debilidad de mi esposo, diciendo que Dios se ocuparía de él, y lo quitaría del camino. Cuando mi esposo leyó esto mientras se encontraba enfermo, revivió su fe, y exclamó: “No moriré, sino que viviré, y anunciaré las obras del Señor, y tal vez hasta predique en el funeral de ellos”.
Las nubes más espesas parecían cerrarse a nuestro alrededor. Gente malvada que profesaba piedad, bajo el mando de Satanás, se apresuró a inventar falsedades y a disponer sus fuerzas contra nosotros. Si la causa de Dios hubiera estado únicamente en nuestras manos, habríamos temblado; pero estaba en manos de Aquel que podía decir: “Nadie será capaz de arrancarla de mis manos”. Sabíamos que Jesús vivía y reinaba. Podíamos decir ante el Señor: La causa es tuya, y tú sabes que no ha sido nuestra propia elección, sino por orden tuya, que hemos aceptado la parte que tenemos en ella.
Traslado a Míchigan
En 1855 los hermanos de Míchigan prepararon el camino para que la obra de publicaciones se estableciera en Battle Creek. En ese tiempo mi esposo debía entre dos y tres mil dólares, y todo lo que tenía, además de los libros impresos, eran cuentas por cobrar por libros vendidos, y algunas de éstas eran dudosas. La causa aparentemente había llegado a un punto en el que debía detenerse. Los pedidos de publicaciones eran escasos y de poca monta, por lo que él temía morir endeudado. Los hermanos de Míchigan nos socorrieron consiguiendo un terreno y edificando una casa. La escritura estaba registrada a mi nombre, de modo que yo podía disponer de estos bienes como lo considerara conveniente después de la muerte de mi esposo.