La fidelidad en los deberes domésticos
Estimada hermana O: Creo que usted no es feliz. Al buscar una gran obra que hacer, pasa por alto los deberes actuales que se encuentran directamente en su camino. No es feliz porque está mirando por encima de los pequeños deberes diarios de la vida en busca de alguna obra más elevada y más grande. Se siente inquieta, intranquila y descontenta. Le gusta más dictar que ejecutar órdenes. Le gusta más decir a otros lo que deben hacer que hacerlo usted misma con alegría.
Usted podría haber hecho más feliz el hogar de sus padres si hubiera estudiado menos sus inclinaciones, y más la necesidad ajena. Cuando desempeña los deberes comunes y ordinarios de la vida, no dedica su corazón a la tarea que está realizando. Su mente se aleja de él y piensa en un trabajo más agradable, superior o más honorable. Alguien debe hacer esas mismas cosas que no le causan placer y hasta le desagradan. Estos deberes sencillos, si se hacen con buena voluntad y fidelidad, le darán una educación que usted necesita para que le lleguen a gustar los deberes domésticos. Hay en ello una experiencia que le es altamente esencial obtener, pero no la aprecia. Usted murmura contra su suerte, haciendo así desgraciados a los que la rodean, y sufriendo usted misma una grave pérdida. Tal vez nunca se la llame para realizar un trabajo que implique presentarse ante el público. Pero todos las tareas que cumplimos y que son necesarias, ya sea lavar los platos, poner la mesa, atender a los enfermos, cocinar o lavar, son de importancia moral; y mientras no podamos desempeñar estos deberes con alegría y felicidad, no estamos listos para llevar a cabo otros deberes mayores y superiores. Las tareas humildes que se nos presentan deben ser hechas por alguien; y los que las cumplen deben sentir que están haciendo un trabajo necesario y honorable, y que al cumplir su misión, por humilde que sea, realizan la obra de Dios tan ciertamente como Gabriel cuando era enviado a los profetas. Todos se desempeñan en su orden y en sus respectivas esferas. La mujer en su hogar, al desempeñar los sencillos deberes de la vida que deben ser realizados, puede y debe manifestar fidelidad, obediencia y amor tan sinceros como los que manifiestan los ángeles en su esfera. La conformidad con la voluntad de Dios hace que sea honorable cualquier trabajo que deba ser hecho.
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Lo que usted necesita es amor y afecto. Su carácter necesita ser moldeado. Debe poner a un lado sus preocupaciones, y en su lugar albergar amabilidad y amor. Niéguese a sí misma. No fuimos creados ángeles, sino un poco inferiores a ellos; sin embargo, nuestra obra es importante. No estamos en el cielo, sino en la tierra. Cuando estemos en el cielo, entonces estaremos preparados para hacer la obra sublime y elevadora del cielo. Aquí en este mundo es donde debemos ser probados. Debemos estar armados para el conflicto y para el deber.
El deber más sublime que incumbe a las jóvenes es el que han de cumplir en sus propios hogares, al beneficiar a sus padres, hermanos y hermanas con afecto y verdadero interés. Allí es donde se puede manifestar abnegación y olvido propio, al cuidar a los demás y actuar en su favor. Este trabajo nunca degradará a una mujer. Es el cargo más sagrado y elevado que ella puede ocupar. ¡Qué influencia puede ejercer una hermana sobre sus hermanos! Si ella vive correctamente, puede determinar cuál será el carácter de sus hermanos. Sus oraciones, su amabilidad y afecto pueden valer mucho en una familia. Hermana mía, estas nobles cualidades no pueden comunicarse a otras mentes, a menos que existan primero en la propia. El contentamiento de espíritu, el afecto, la amabilidad y la alegría del genio que manifieste a todo corazón le devolverán lo que usted dé a los demás. Si Cristo no reina en el corazón, habrá descontento y deformidad moral. El egoísmo requerirá de los demás lo que no estamos dispuestos a darles. Si Cristo no está en el corazón, el carácter será desapacible.
No son solamente las obras y las batallas grandes las que prueban el alma y exigen valor. La vida diaria causa perplejidades, pruebas y desalientos. Es el trabajo humilde el que con frecuencia exige paciencia y fortaleza. Se necesitará confianza propia y resolución para afrontar y vencer todas las dificultades. Asegúrese de que el Señor esté con usted, para que sea en todo lugar su consuelo. Necesita mucho un espíritu manso y tranquilo, sin él no puede tener felicidad. Dios le ayude, hermana mía, a buscar mansedumbre y justicia. Lo que usted necesita es el Espíritu de Dios. Si está dispuesta a ser cualquier cosa o a no ser nada, Dios la ayudará, la fortalecerá y la bendecirá. Pero, si descuida los pequeños deberes, nunca le serán confiados otros mayores.
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Orgullo y pensamientos vanos
Queridos hijos P y Q: Ustedes están engañados acerca de ustedes mismos. Ustedes no son cristianos. Ser verdaderos cristianos es ser semejantes a Cristo. Ambos están lejos del blanco en este respecto; sin embargo espero que no permanezcan engañados hasta que sea demasiado tarde para formar caracteres para el cielo.
Su ejemplo no ha sido bueno. No han llegado al punto de obedecer las palabras de Cristo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”. Mateo 16:24. Aquí hay lecciones que ustedes no han aprendido. La negación del yo no ha sido parte de su educación. Han descuidado estudiar las palabras de vida. “Escudriñad las Escrituras” (Juan 5:39), dijo el Maestro celestial. Él sabía que esto era necesario para todos a fin de que llegaran a ser verdaderos seguidores de Cristo. A ustedes les encanta leer libros de cuentos, pero no encuentran interesante la Palabra de Dios. Deberían limitar su lectura a la Palabra de Dios y a los libros que son de un carácter espiritual y útil. Al hacer esto, cerrarán una puerta contra la tentación y serán bendecidos.
Si hubieran perfeccionado la luz que ha sido dada en Battle Creek, estarían ahora mucho más adelantados en la vida divina de lo que están. Ambos son vanidosos y orgullosos. No han sentido que deben dar cuenta de su mayordomía. Son responsables ante Dios por todos sus privilegios y todos los medios que han pasado por sus manos. Han buscado su propio placer y su gratificación egoísta a expensas de la conciencia y de la aprobación de Dios. No actúan como siervos de Cristo, responsables ante el Salvador que los compró con su propia sangre. “¿No sabéis que al ofreceros a alguien para obedecerle, sois siervos de aquel a quien obedecéis, o del pecado para muerte, o de la obediencia para justicia? Pero gracias a Dios, que aunque fuisteis esclavos del pecado, habéis llegado a ser obedientes de corazón a ese modelo de enseñanza al cual estáis entregados; y liberados del pecado, habéis llegado a ser siervos de la justicia” Romanos 6:16-18 (NRV).
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Ustedes profesan ser siervos de Cristo. ¿Le rinden entonces una obediencia pronta y voluntaria? ¿Preguntan fervientemente cómo agradarán mejor a aquel que los ha llamado a ser soldados de la cruz de Cristo? ¿Exaltan ambos la cruz y se glorían en ella? Contesten estas preguntas a Dios. Todos los actos de ustedes, por secretos que piensen que hayan sido, están abiertos para su Padre celestial. Nada le es oculto ni encubierto. Conoce todos sus actos y los motivos que los impulsan. Él tiene pleno conocimiento de todas sus palabras y pensamientos. Ustedes tienen el deber de dominar sus pensamientos. Tendrán que guerrear contra una imaginación vana. Pueden pensar que no es pecado permitir que los pensamientos divaguen sin restricción. Pero no es así. Son responsables ante Dios por acariciar pensamientos vanos; porque de las vanas imaginaciones nace la comisión de pecados, la ejecución de aquellas cosas en las cuales la mente se espació. Gobiernen sus pensamientos, y entonces les será mucho más fácil gobernar sus acciones. Sus pensamientos necesitan ser santificados. Pablo escribe a los corintios: “Derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”. 2 Corintios 10:5. Cuando asuman tal actitud, ustedes comprenderán mejor la obra de consagración. Sus pensamientos serán puros, castos y elevados; sus acciones puras y sin pecado. Sus cuerpos serán conservados en santificación y honor, para que los puedan presentar “en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional”. Romanos 12:1. Se les requiere que sean abnegados tanto en las cosas pequeñas como en las grandes. Deben entregarse completamente a Dios; en su estado actual no son aprobados por él.
Ustedes han ejercido una influencia no santificada sobre la juventud en_____. Su amor por la ostentación conduce a un desembolso de recursos que es incorrecto. No comprenden los derechos que el Señor tiene sobre ustedes. No se han familiarizado con los dulces resultados de la abnegación. Los frutos de ella son sagrados. Servirse y agradarse a ustedes mismos ha sido la norma de su vida. Gastar sus recursos para gratificar el orgullo ha sido su práctica. ¡Oh, cuánto mejor habría sido que ustedes hubieran restringido sus deseos y hecho algún sacrificio para la verdad de Dios, y al negar así la atracción de la concupiscencia de los ojos, la concupiscencia de la carne y el orgullo de la vida, hubieran tenido algo para poner en la tesorería de Dios! En vez de comprar cosas frívolas, pongan lo poco que tienen en el banco del cielo, para que cuando venga el Maestro ustedes puedan recibir tanto el capital como el interés.
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¿Han investigado ustedes cuánto podrían hacer para honrar a su Redentor aquí en la Tierra? ¡Oh, no! Se han complacido en honrarse ustedes mismos y en recibir honor de otros, pero no han sentido ansias de indagar cómo ser aprobados por Dios. La religión pura e incontaminada resultaría un ancla para ustedes. A fin de responder a los grandes fines de la vida, deben evitar el ejemplo de aquellos que están buscando su propio placer y deleite, y que no tienen temor de Dios. Dios ha hecho amplias provisiones para ustedes. Él ha dispuesto que si cumplen con las condiciones trazadas en su Palabra, y se separan del mundo, recibirán fuerza de él para reprimir toda influencia degradante y desarrollar lo noble, bueno y elevador. Cristo será en ustedes “una fuente de agua, que brota para vida eterna”. Juan 4:14 (NRV). La voluntad, el intelecto y toda emoción, cuando los controla la religión, tienen un poder transformador.
“Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios”. 1 Corintios 10:31. He aquí un principio que yace en el fundamento de todo acto, pensamiento y motivo: la consagración de todo el ser, tanto el aspecto físico como el mental, al control del Espíritu de Dios. Deben crucificarse la voluntad no santificada y las pasiones, lo que puede considerarse como una obra estricta y severa. Sin embargo debe hacerse, o ustedes oirán la terrible sentencia de los labios de Jesús: “Apartaos”. Pueden hacer todas las cosas mediante Cristo, que los fortalece. Ustedes son de esa edad cuando la voluntad, el apetito y las pasiones claman por ser complacidos. Dios los ha implantado en su naturaleza para propósitos elevados y santos. No es necesario que se conviertan en una maldición para ustedes al ser degradados. Pero llegarán a serlo cuando se nieguen a someterse al control de la razón y la conciencia. Refrenarse, negarse, son palabras y actos con los cuales ustedes no están familiarizados por experiencia. Las tentaciones los han dominado. Las mentes no santificadas no reciben esa fuerza y aliento que Dios les ha provisto. Son impacientes y poseen un fuerte deseo por algo nuevo, algo para gratificar, complacer y excitar la mente; y a esto se llama placer. Satanás tiene encantos seductores para cautivar el interés y excitar la imaginación de los jóvenes en particular, para poder asegurarlos en su trampa. Ustedes están edificando sobre la arena. Necesitan clamar fervientemente: “Oh Señor, convierte lo más íntimo de mi alma”. Pueden ejercer una influencia para el bien sobre otros jóvenes, o pueden ejercer una influencia para el mal.
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Que el Dios de paz los santifique por completo, alma, cuerpo y espíritu.
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La obra en Battle Creek
En una visión que se me dio en Bordoville, Vermont, el 10 de diciembre de 1871, se me mostró que la posición de mi esposo ha sido muy difícil. Ha sobrellevado un peso de preocupaciones y trabajo. Sus hermanos en el ministerio no han tenido que llevar estas cargas, y no han apreciado sus esfuerzos. La constante presión que ha recaído sobre él lo ha abrumado mental y físicamente. Se me mostró que su relación con el pueblo de Dios era similar, en algunos respectos, a la de Moisés con Israel. Hubo murmuradores contra Moisés, al estar en circunstancias adversas, y ha habido murmuradores contra mi esposo.
En las filas de los observadores del sábado nadie ha hecho tanto como mi esposo. Él ha dedicado su interés casi enteramente a la edificación de la causa de Dios, sin tener en cuenta sus intereses personales y a expensas de los placeres sociales con su familia. En su devoción a la causa frecuentemente ha arriesgado su salud y su vida. Ha sentido tanta presión con la carga de esta tarea que no ha tenido el tiempo apropiado para el estudio, la meditación ni la oración. Dios no le ha pedido que esté en esta situación, ni siquiera por el interés y el progreso de la obra de publicaciones en Battle Creek. Hay otras ramas de la obra, otros intereses en la causa, que han sido descuidados debido a su devoción por esta línea de trabajo. Dios nos ha dado a ambos un Testimonio que llegará a los corazones. Él ha abierto ante mí muchos canales de luz, no sólo para mi beneficio, sino para el beneficio de su pueblo en general. También le ha dado a mi esposo gran luz sobre temas bíblicos, no sólo para él, sino para otros. Vi que debería escribirse y hablarse de estas cosas, y que nueva luz continuaría brillando sobre el mundo.
Vi que podríamos lograr diez veces más para acrecentar la causa al ocuparnos entre el pueblo de Dios, llevando un testimonio variado para satisfacer las necesidades de la causa en diferentes lugares y bajo diversas circunstancias, que lo que podríamos hacer quedándonos en Battle Creek. Se necesitan nuestros dones en el mismo campo escribiendo y hablando. Mientras mi esposo esté sobrecargado, como lo ha estado, con un cúmulo de preocupaciones y asuntos financieros, su mente no puede ser tan fructífera en la Palabra como lo sería en otras circunstancias. Y él se halla expuesto a los asaltos del enemigo; porque ocupa un puesto donde existe una presión constante, y habrá hombres y mujeres, como ocurrió con los israelitas, que serán tentados a quejarse y murmurar contra él, que ocupa el puesto de mayor responsabilidad en la causa y obra de Dios.
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Al estar bajo estas cargas que ninguna otra persona se aventuraría a tomar, mi esposo, bajo la presión de la ansiedad, ha hablado a veces sin la debida consideración y con aparente severidad. A veces ha censurado a los que estaban en la oficina porque no eran cuidadosos. Y cuando han ocurrido errores innecesarios, él ha considerado justificable sentir indignación por la causa de Dios. Este curso de acción no siempre ha tenido los mejores resultados. A veces trajo como consecuencia que aquellos que fueron reprobados dejaron de hacer las mismas cosas que deberían haber hecho, porque temían que no las harían en forma correcta; y entonces se les echaría la culpa por ello. En la medida en que éste ha sido el caso, la carga ha caído más pesadamente sobre mi esposo.
Lo mejor para él habría sido ausentarse de la oficina más de lo que lo ha hecho, y dejar que otros hicieran el trabajo. Y si después de una prueba paciente y justa, demostraran ser infieles o incapaces para el trabajo, tendría que despedírselos, dejando que se ocuparan en negocios donde sus desaciertos y errores afectarían sus intereses personales y no la causa de Dios.
Estaban aquellos que estuvieron a la cabeza del negocio de la Asociación Publicadora quienes, por no decir algo peor, fueron infieles. Y si aquellos que estaban asociados con ellos como fideicomisarios hubieran estado al tanto de lo que pasaba y sus ojos no hubiesen estado cegados y su sensibilidad paralizada, esos hombres habrían sido separados de la obra mucho antes de cuando lo fueron.
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Cuando mi esposo se recuperó de su larga y severa enfermedad, se encargó del trabajo confuso y desordenado, tal como fue dejado por hombres infieles. Trabajó con todo el tesón y la fuerza de la mente y el cuerpo que poseía, para poner en orden el trabajo y librarlo de la vergonzosa confusión en la que lo habían sumido aquellos que le daban un lugar prominente a sus propios intereses y que no sentían que la tarea en la que estaban ocupados era sagrada. La mano de Dios se ha extendido para juzgar a estos infieles. Su curso de acción y sus resultados deberían constituir una advertencia a otros para no hacer como ellos han hecho.
La experiencia de mi esposo durante el período de su enfermedad fue desdichada. Había trabajado en esta causa con interés y devoción como ningún otro hombre lo había hecho. Había corrido riesgos y asumido posiciones avanzadas según la Providencia lo había dirigido, sin tener en cuenta la censura o las alabanzas. Había permanecido solo, y batallado en medio de sufrimientos físicos y mentales, ignorando sus propios intereses, mientras las personas a quienes Dios había designado para que se mantuvieran a su lado lo dejaron cuando él más necesitaba su ayuda. No sólo había sido abandonado para batallar y luchar sin su ayuda y comprensión, sino que frecuentemente había tenido que enfrentar su oposición y quejas contra uno que estaba haciendo diez veces más que cualquiera de ellos para establecer la causa de Dios. Todas estas cosas habían ejercido su influencia; habían moldeado la mente que en un tiempo estaba libre de sospechas, y que tenía una actitud confiada, y habían hecho que perdiera confianza en sus hermanos. Aquellos que tuvieron parte en crear esta situación, en gran medida serán responsables por el resultado. Dios los habría dirigido si le hubieran servido ferviente y devotamente.
Se me mostró que mi esposo les había dado a sus hermanos evidencias inequívocas de su interés en la obra de Dios y su devoción a ella. Después de pasar años sufriendo privaciones y trabajando incesantemente para establecer los intereses de la obra de publicaciones sobre una base firme, le entregó al pueblo de Dios aquello que era suyo y que simplemente podría haber retenido y recibido las ganancias de ello si hubiera decidido hacerlo. Este acto mostró a la gente que no estaba tratando de obtener ventajas personales, sino que buscaba promover la causa de Dios.
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Cuando mi esposo fue sorprendido por la enfermedad, muchos actuaron con la misma insensibilidad hacia él que la que los fariseos mostraban hacia los desgraciados y oprimidos. Los fariseos les decían a los sufrientes que sus aflicciones eran consecuencias de sus pecados, y que los juicios de Dios habían caído sobre ellos. Al hacer esto aumentaban el peso de sus sufrimientos. Cuando mi esposo cayó bajo la carga de las preocupaciones, hubo quienes fueron implacables.
Cuando empezó a recuperarse, de modo que en su debilidad y pobreza comenzó a trabajar algo, les pidió a los que estaban al frente de los asuntos en la oficina, que le dieran un cuarenta por ciento de descuento en un pedido de libros por valor de cien dólares. Estaba dispuesto a pagar sesenta dólares por los libros que él sabía que le costaban a la Asociación sólo cincuenta dólares. Pidió este descuento especial en vista de sus labores y sacrificios pasados en favor del departamento de publicaciones, pero se le negó este pequeño favor. Se le dijo fríamente que sólo podían darle un descuento del veinticinco por ciento. Mi esposo pensó que esto era muy duro, sin embargo trató de soportarlo en forma cristiana. Dios anotó en el cielo esta decisión injusta y desde ese momento tomó el caso en sus propias manos, y ha devuelto las bendiciones quitadas, como hizo con el fiel Job. Desde que se tomó esa decisión despiadada, el Señor ha estado obrando en favor de su siervo, y lo ha levantado por encima de su previa condición de salud del cuerpo, claridad y fuerza mental, y libertad de espíritu. Y desde entonces mi esposo ha tenido el placer de distribuir con sus propias manos, publicaciones por valor de miles de dólares, sin costo alguno. Dios no olvidará completamente ni abandonará para siempre a aquellos que han sido fieles, aunque a veces cometan errores.
Mi esposo ha tenido celo por Dios y la verdad, y a veces este celo lo ha llevado a trabajar en exceso a expensas de su fuerza física y mental. Pero el Señor no ha considerado esto como un pecado tan grande como el descuido y la infidelidad de sus siervos en reprobar las injusticias. Aquellos que alabaron a los infieles y adularon a los profanos fueron partícipes de su pecado de descuido e infidelidad.