En una ocasión, durante esa reunión, hice algunas observaciones sobre la necesidad de vestir con sobriedad y la economía en los dispendios. Existe el peligro de ser descuidado e irreflexivo en el uso del dinero del Señor. Los jóvenes que se unen al trabajo en las tiendas deberían poner cuidado de no permitirse gastos innecesarios. A medida que las tiendas penetran en nuevos campos y el trabajo misionero se amplía, las necesidades de la causa son mayores y, sin caer en la mezquindad, en este asunto deberá aplicarse la más rigurosa economía. Es mucho más fácil acumular facturas que pagarlas. Hay muchas cosas que, aun siendo adecuadas y agradables, no son necesarias, por lo que prescindir de ellas no causa sufrimiento. Es muy fácil multiplicar las facturas de hotel y los gastos de ferrocarril, gastos estos que se podrían evitar o, cuando menos, reducir en gran medida. Hemos ido y regresado a California doce veces y no hemos gastado un dólar en banquetes o en el vagón restaurante. Hemos comido de lo que llevábamos en nuestras cestas. Al cabo de tres días los alimentos se vuelven un poco secos, pero esto se suple con un poco de leche o caldo caliente.
En otra ocasión me referí a la santificación genuina, que no es otra cosa que una muerte diaria al yo y la conformidad diaria a la voluntad de Dios. Mientras estuve en Oregón se me mostró que la ponzoñosa influencia de lo que se ha venido a llamar santificación ponía en peligro algunas de las jóvenes iglesias de la Asociación de Nueva Inglaterra. Algunos podrían caer víctimas del engaño de esa doctrina mientras que otros, conocedores de su influencia engañosa, podrían apercibirse de su peligro y apartarse de ella. La santificación de Pablo es un conflicto constante con el yo. Dijo: “Cada día muero”. 1 Corintios 15:31. Su voluntad y sus deseos entraban en conflicto diario con la voluntad de Dios. En lugar de seguir su propia inclinación, hacía la voluntad de Dios aunque no fuera agradable y crucificara su naturaleza.
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Llamamos a los que deseaban ser bautizados y aquellos que guardaban por primera vez el sábado para que se adelantaran. Respondieron veinticinco, los cuales dieron un testimonio excelente, y antes de la clausura de la reunión de campo veintidós recibieron el bautismo.
Nos alegramos de encontrar a los viejos conocidos de la causa con quienes establecimos amistad treinta años atrás. Nuestro muy amado hermano Hastings está hoy tan interesado en la verdad como entonces. Nos alegramos de encontrar a la hermana Temple y a la hermana Collins de Darmouth, Massachussets, y al hermano y la hermana Wilkinson, en cuya casa nos alojamos más de treinta años atrás. El peregrinaje de algunos de esos seres amados puede terminar en breve, pero si son fieles hasta el fin recibirán la corona de vida.
Nos interesamos por el hermano Timbal, el cual es mudo y fue misionero entre los mudos. Gracias a su perseverante trabajo un pequeño grupo ha aceptado la verdad. Encontramos a este fiel hermano en nuestras reuniones anuales, rodeado de varios conversos mudos. Alguien que puede oír, escribe cuanto puede de los discursos y se sienta junto a sus amigos mudos. Él lo lee y vuelve a predicar activamente valiéndose de sus manos. Ha usado libremente sus medios para avanzar en el trabajo misionero honrando a Dios con su dinero.
La mañana del martes 3 de septiembre abandonamos Ballard Vale para asistir a la reunión de campo de Maine. Disfrutamos de un apacible descanso en casa del joven hermano Morton, cerca de Portland. Él y su buena esposa consiguieron que nuestra estancia con ellos fuera muy agradable. Antes del sábado entramos en el campamento de Maine y nos alegramos de ver a algunos amigos probados de la causa. Hay algunos que, haga sol o llueva, siempre están al pie del cañón. Pero también hay cristianos de día soleado que cuando todo anda bien y agrada a sus sentimientos, son fervientes y celosos; pero cuando hay nubarrones y asuntos desagradables que afrontar, no tienen nada que decir o hacer. La bendición de Dios descendía sobre los obreros activos, mientras que los que no hacían nada no se beneficiaban de la reunión en la medida en que podían haberlo hecho. El Señor estaba con sus ministros, los cuales trabajaban fielmente presentando temas doctrinales y prácticos. Deseábamos ardientemente que muchos que no daban señales de haber sido bendecidos por Dios se pudieran beneficiar de la reunión. Ansío ver a esas amadas personas alcanzando sus elevados privilegios.
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Salimos del campamento el lunes sintiéndonos casi exangües. Decidimos asistir a las reuniones de campo de Iowa y Kansas. Mi esposo había escrito que se reuniría conmigo en Iowa. Puesto que nos era imposible asistir a la reunión de Vermont, de Maine nos dirigimos directamente a South Lancaster. Yo tenía muchos problemas para respirar y el corazón me afligía constantemente. Me alojé en la tranquila casa de la hermana Harris, quien hizo todo cuanto estaba en su mano para ayudarme. El jueves por la tarde reemprendimos el viaje hacia Battle Creek. A causa de mi estado de salud, no me atreví a seguir adelante en el ferrocarril y nos detuvimos en Rome, Nueva York, donde hablé el sábado. La asistencia fue elevada.
El lunes en la mañana visitamos al hermano y la hermana Abbey en Brookfield. Tuvimos una entrevista muy fructífera con esta familia. Estábamos realmente interesados en que ellos finalmente fueran victoriosos en la vida cristiana y ganaran la vida eterna. Deseábamos profundamente que el hermano Abbey venciera su desánimo y se entregara sin reservas en los méritos de Cristo y al tener éxito en su lucha, llevara al fin la corona de la victoria.
El martes tomamos el ferrocarril hacia Battle Creek y al día siguiente llegamos a casa. Me sentía feliz de poder descansar y recibir tratamiento en el sanatorio. Sentí que era favorecida por gozar de las ventajas de esa institución. Los auxiliares eran amables y atentos, y en cualquier ocasión del día o la noche estaban prontos a hacer lo indecible para aliviar mis sufrimientos.
En Battle Creek
La reunión de campo general se celebró en Battle Creek, del 2 al 14 de octubre. Fue la mayor asamblea que jamás hubieran celebrado los adventistas del séptimo día. Estaban presentes más de cuarenta ministros. Nos alegró ver a los hermanos Andrews y Bourdeau de Europa y al hermano Loughborough de California. En esa reunión hubo representaciones de la causa en Europa, California, Texas, Alabama, Virginia, Dakota, Colorado y todos los estados del Norte, desde Maine hasta Nebraska.
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Me sentía feliz. Me unía a mi esposo en el trabajo. Aunque estaba muy fatigada y el corazón me causaba dificultades, el Señor me dio fuerzas para hablar al pueblo casi cada día, y en algunos casos dos veces. Mi esposo trabajaba muy duro. Estuvo presente en casi todas las reuniones económicas y predicó casi cada día con su estilo claro y conciso. Por mi parte, no pensaba que necesitara fuerzas para hablar más de dos o tres veces durante la reunión; pero, a medida que avanzaba, mis fuerzas aumentaban. En varias ocasiones me mantuve en pie durante varias horas e invité a las personas a adelantarse para orar. Nunca había sentido la ayuda de Dios de manera tan evidente como en aquella reunión. A pesar de los esfuerzos, mi fuerza aumentaba de manera constante. Para gloria de Dios recojo aquí el hecho de que mi salud era mucho mejor en la clausura de la reunión que seis meses atrás.
El miércoles de la segunda semana de la reunión, algunos de nosotros nos unimos en oración por una hermana que estaba aquejada de depresión. Mientras orábamos, fue grandemente bendecida. El Señor parecía muy próximo. Fui arrebatada en visión de la gloria de Dios y se me mostraron muchas cosas. Luego regresé a la reunión y, con un solemne sentido de la condición del pueblo, di un breve resumen de las cosas que me habían sido mostradas. Desde entonces he escrito algunas en testimonios personales, en llamamientos a los ministros y en otros artículos que aparecen en este volumen.
Eran reuniones en las que imperaba un solemne poder y un profundo interés. Algunos que estaban relacionados con nuestra oficina de publicaciones se convencieron y se convirtieron a la verdad, dando testimonios claros e inteligentes. Los infieles se convencían y se alineaban bajo la bandera del Príncipe Emmanuel. La reunión fue una victoria decidida. Antes de su clausura se bautizaron ciento doce personas.
La semana siguiente a la reunión de campo mi trabajo en la predicación, la oración y la escritura de testimonios fue aún más exigente que durante la reunión misma. Cada día se celebraban dos o tres reuniones en favor de nuestros ministros. Eran de gran interés y mucha importancia. Los que llevan el mensaje al mundo deberían tener una experiencia diaria en los asuntos de Dios y ser hombres convertidos en todos los sentidos, santificándose con la verdad que presentan a otros y representando a Jesucristo con sus vidas. Sólo entonces, y no antes, su trabajo tendrá éxito. Se hicieron los esfuerzos más fervientes para acercarse a Dios con confesión, humillación y oración. Muchos dijeron que habían visto y sentido la importancia de su labor como ministros de Cristo como nunca antes. Algunos sintieron profundamente la magnitud de la tarea y su responsabilidad ante Dios, pero deseábamos ver una mayor manifestación mayor del Espíritu de Dios. Yo sabía que, como en el día del Pentecostés, cuando el camino estuviera libre el Espíritu de Dios acudiría. Pero había tantos tan alejados de Dios que no sabían como poner su fe en acción.
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Los llamamientos a los ministros que aparecen en otros lugares de este número, expresan más claramente lo que Dios me ha mostrado al respecto de su pobre condición y sus elevados privilegios.
Reuniones campestres en Kansas
Partimos hacia la reunión de campo de Kansas el 23 de octubre. Me acompañaba mi hija Emma. En Topeka, Kansas, dejamos el ferrocarril y recurrimos a medios de transporte privados para recorrer las doce millas que separan esa estación de Richland, el lugar donde se celebraría la reunión. Encontramos las tiendas plantadas en una arboleda. Al estar ya muy avanzada la temporada de reuniones de campo, se había tenido en cuenta el frío en los preparativos. En el campamento, junto a la gran tienda, se levantaban otras diecisiete, cada una de ellas dotada de una estufa, en las que se acomodaban varias familias.
La mañana del sábado empezó a nevar pero no se suspendió ni una reunión. Cayeron entre dos y tres centímetros de nieve y el aire era punzante y frío. Las mujeres con niños de corta edad se agolpaban alrededor de las estufas. Era impresionante ver que ciento cincuenta personas se congregaran en esas circunstancias. Algunos recorrieron más de trescientos kilómetros en carruaje privado. Todos parecían hambrientos del pan de vida y sedientos del agua de salvación.
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La tarde y la noche del viernes habló el hermano Haskell. La mañana del sábado me sentí llamada a pronunciar palabras de aliento a los que habían hecho tan gran esfuerzo para asistir a la reunión. La tarde del domingo la asistencia externa era muy elevada, considerando que el lugar quedaba muy apartado de las principales vías de comunicación.
El lunes por la mañana hablé a los hermanos sobre el tercer capítulo de Malaquías. Entonces llamamos a aquellos que deseasen ser cristianos y no estuvieran seguros de que Dios los hubiera aceptado para que se adelantaran. Alrededor de treinta personas respondieron. Algunos buscaban al Señor por primera vez y algunos que eran miembros de otras iglesias aceptaron el sábado. A todos les dimos la oportunidad de hablar y el libre Espíritu de Dios descendió a nuestra reunión. Después de haber elevado una oración por los que se habían adelantado, examinamos a los candidatos para el bautismo. Seis fueron bautizados.
Me sentí muy feliz al escuchar que el hermano Haskell presentaba ante la gente la necesidad de distribuir lecturas entre las familias, en especial Spirit of Prophecy y los cuatro volúmenes de los Testimonios. De ese modo, durante las largas tardes de invierno algún miembro de la familia podría leerlos en voz alta para que toda la familia pudiera ser instruida. Yo hablé de la necesidad de que los padres eduquen y disciplinen adecuadamente a sus hijos. La mayor prueba del poder del cristianismo que podemos presentar ante el mundo es una familia ordenada y bien disciplinada. Ese es el mejor modo de recomendar la verdad porque es un testimonio vivo de su poder práctico sobre el corazón.
La mañana del martes se clausuró la reunión y en compañía de mi hija Emma, el hermano Haskell y el hermano Stover regresamos a Topeka para tomar el ferrocarril hacia Sherman, Kansas, donde se iba a celebrar otra reunión de campo. Esa reunión fue interesante y provechosa. En comparación con las reuniones celebradas en otros estados, esta parecía pequeña porque sólo asistieron alrededor de cien hermanos y hermanas. Estaba destinada a reunir a los miembros esparcidos. Algunos procedían del sur de Kansas, de Arkansas, de Kentucky, de Missouri, de Nebraska y de Tennessee. En esa reunión, se me unió mi esposo y desde allí, acompañados por el hermano Haskell y nuestra hija, nos dirigimos a Dallas, Texas.
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La visita a Texas
El jueves fuimos a casa del hermano McDearman, en Grand Prairie. Allí nuestra hija se encontró con sus padres, su hermano y su hermana, los cuales habían estado a las puertas de la muerte a causa de la fiebre que había asolado el estado la temporada anterior. Nos complació mucho ministrar las necesidades de esa afligida familia que durante años nos había asistido en nuestras aflicciones.
Después de percibir una ligera mejoría en su salud, los dejamos para asistir a la reunión de campo en Plano. Esa reunión tuvo lugar entre el 12 y el 19 de noviembre. Al principio el tiempo era agradable, pero pronto empezó a llover y esto, acompañado de un terrible viento, impidió la asistencia general del país circundante. En este punto nos alegramos de encontrar a nuestros viejos amigos, el hermano R. M. Kilgore y su esposa. Estábamos muy complacidos de encontrar en el campamento un gran e inteligente cuerpo de hermanos. Cualesquiera que hubieran sido los prejuicios que allí existieron contra los que proceden del Norte, nada de eso aparecía entre esos amados hermanos y hermanas.
Nunca mi testimonio fue recibido con más disposición y más entrega que por esa gente. Me interesé profundamente por la obra en el gran estado de Texas. Satanás siempre ha tenido el objetivo de dominar todos los campos importantes. Probablemente jamás estuvo más ocupado que en Texas por impedir la introducción de la verdad en un estado. Esa es la mejor prueba para mi mente de que allí hay mucho trabajo por hacer.
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Preparación para la venida de Cristo
En la reciente visión que me fue dada en Battle Creek, durante nuestra reunión general, se me mostró el peligro que corremos como pueblo de llegar a asemejarnos al mundo más bien que a la imagen de Cristo. Estamos ahora en los mismos umbrales del mundo eterno; pero es el propósito del adversario de las almas inducirnos a postergar la terminación del tiempo. Satanás asaltará de toda manera posible a los que profesan ser el pueblo que guarda los mandamientos de Dios y espera la segunda aparición de nuestro Salvador en las nubes de los cielos con poder y grande gloria. Inducirá a tantos como pueda a postergar el día malo, a identificarse en espíritu con el mundo y a imitar sus costumbres. Me sentí alarmada al ver que el espíritu del mundo estaba dominando los corazones y las mentes de muchos que hacen alta profesión de la verdad. Albergan el egoísmo y la complacencia propia; pero no cultivan la verdadera piedad ni la estricta integridad.
El ángel de Dios me señaló a los que profesan la verdad, y con voz solemne repitió estas palabras: “Mirad por vosotros, que vuestros corazones no sean cargados de glotonería y embriaguez, y de los cuidados de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día. Porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra. Velad pues, orando en todo tiempo, que seáis tenidos por dignos de evitar todas estas cosas que han de venir, y de estar en pie delante del Hijo del hombre”. Lucas 21:34-36.
Al considerar el poco tiempo que nos queda, debiéramos velar y orar como pueblo, y en ningún caso dejarnos distraer de la solemne obra de preparación para el gran acontecimiento que nos espera. Porque el tiempo se alarga aparentemente, muchos se han vuelto descuidados e indiferentes en sus palabras y acciones. No comprenden su peligro, y no ven ni entienden la misericordia de nuestro Dios al prolongar el tiempo de gracia a fin de que tengan oportunidad de adquirir un carácter digno de la vida futura e inmortal. Cada momento es del más alto valor. Se les concede tiempo, no para que lo dediquen a estudiar sus propias comodidades y a transformarse en moradores de la tierra, sino para que lo empleen en la obra de vencer todo defecto de su carácter, y en ayudar a otros, por su ejemplo y esfuerzo personal, a ver la belleza de la santidad. Dios tiene en la tierra un pueblo que, con fe y santa esperanza, está siguiendo el rollo de la profecía que rápidamente se cumple, y cuyos miembros están tratando de purificar sus almas obedeciendo a la verdad a fin de no ser hallados sin manto de boda cuando Cristo aparezca.
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Muchos de los que tomaron el nombre de adventistas han incurrido en el error de fijar fechas para la venida de Cristo. Lo han hecho repetidas veces, pero el resultado ha sido, cada vez, el fracaso. Se nos declara que el tiempo definido de la venida de nuestro Señor está fuera del alcance de los mortales. Aun los ángeles que ministran a los que han de ser herederos de la salvación no conocen ni el día ni la hora. “Empero del día y hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino mi Padre solo”. Mateo 24:36. Por haber pasado repetidas veces la fecha fijada por algunos, el mundo se encuentra en un estado de incredulidad más decidida que antes con respecto al próximo advenimiento de Cristo. El mundo considera con digusto el fracaso de los que fijaron fechas; y porque hubo hombres que se dejaron seducir de este modo, muchos se apartan de la verdad presentada por la Palabra de Dios según la cual el fin de todas las cosas está cercano.
Los que tan presuntuosamente predican una fecha definida, al hacerlo, satisfacen al adversario de las almas, porque promueven más la incredulidad que el cristianismo. Mediante textos de las Escrituras erróneamente interpretados, presentan una cadena de argumentos que aparentemente sostienen su teoría. Pero sus fracasos demuestran que son falsos profetas, que no interpretan correctamente el lenguaje de la Inspiración. La Palabra de Dios es verdad y certidumbre, pero los hombres han pervertido su significado. Esos errores han desprestigiado la verdad de Dios para estos últimos días. Los ministros de todas las denominaciones ridiculizan a los adventistas; sin embargo, los siervos de Dios no deben callar. Las señales predichas en la profecía se están cumpliendo rápidamente en derredor nuestro. Esto debe inducir a todo aquel que sigue verdaderamente a Cristo a actuar con celo.
Los que creen que deben predicar una fecha definida a fin de causar impresión sobre la gente, no actúan de acuerdo con el debido punto de vista. Los sentimientos de los oyentes se pueden conmover y despertarse sus temores; pero no obran basados en buenos principios. Se crea excitación, y cuando pasa la fecha, como ha sucedido repetidas veces, los que se conmovieron por la proximidad de la misma, recaen en la frialdad, las tinieblas y el pecado, y es casi imposible despertar su conciencia sin recurrir a alguna gran excitación.
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En el tiempo de Noé, los habitantes del mundo se burlaban de lo que llamaban los temores y presentimientos supersticiosos del predicador de la justicia. Se lo denunciaba como un visionario, fanático y alarmista. “Mas como los días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre”. Mateo 24:37. Los hombres rechazarán en nuestra época el solemne mensaje de amonestación como lo rechazaron en el tiempo de Noé. Se referirán a esos falsos maestros que predijeron el acontecimiento y citaron la fecha definida, y dirán que no tienen más fe en nuestra advertencia que en la de ellos. Tal es la actitud del mundo hoy. La incredulidad está muy difundida y la predicación de la venida de Cristo es asunto de burla y ridículo. Esto contribuye a que sea aún más esencial que los que creen en la verdad presente manifiesten su fe por sus obras. Deben ser santificados por la verdad que profesan creer porque son en verdad sabor de vida para vida o de muerte para muerte.
Noé predicó a sus contemporáneos que Dios les daría ciento veinte años en los cuales podrían arrepentirse de sus pecados y hallar refugio en el arca. Pero ellos rechazaron la misericordiosa invitación. Les fue concedido abundante tiempo para apartarse de sus pecados, vencer sus malas costumbres y adquirir un carácter justo. Pero la inclinación al pecado, aunque débil al principio en muchos, se fortaleció por la repetida participación en el pecado, y los precipitó a una ruina irreparable. La misericordiosa amonestación de Dios fue rechazada con mofas, burlas y ridículo; y ellos fueron dejados en tinieblas para seguir el curso que su corazón pecaminoso había escogido. Pero su incredulidad no impidió que se cumpliese el acontecimiento predicho. Llegó, y grande fue la ira de Dios que se mostró en la ruina general.
Estas palabras de Cristo deben grabarse en el corazón de todos los que creen la verdad presente: “Mirad por vosotros, que vuestros corazones no sean cargados de glotonería y embriaguez y de los cuidados de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día”. Lucas 21:34. Cristo mismo nos presenta el peligro que nos acecha. Él conocía los riesgos que encontraríamos en estos postreros días y quería que nos preparásemos. “Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre”. Mateo 24:37. Comían y bebían, plantaban y edificaban, se casaban y se daban en matrimonio, y no conocieron hasta el día que Noé entró en el arca y el diluvio vino y los barrió a todos. El día de Dios encontrará a los hombres absortos igualmente en los negocios y placeres del mundo, en banquetes y glotonerías, y en la complacencia del apetito pervertido, en el consumo contaminador de bebidas y del narcótico tabaco. Tal es ya la condición de nuestro mundo, y estas prácticas se encuentran hasta en los que profesan pertenecer al pueblo de Dios, algunos de los cuales siguen las costumbres del mundo y participan de sus pecados. Abogados, mecánicos, agricultores, negociantes y aun ministros claman desde el púlpito: “Paz y seguridad” (1 Tesalonicenses 5:3), cuando la destrucción está por sobrevenirles.