Sección 4—Obra médica misionera
“Y toda alma viviente que nadare por dondequiera que entren estos dos ríos, vivirá”. “Porque sus aguas salen del santuario” Ezequiel 47:9,12.
El plan de Dios para nuestros sanatorios
Toda institución establecida por los adventistas del séptimo día ha de ser para el mundo lo que fue José en Egipto, y lo que Daniel y sus compañeros fueron en Babilonia. La providencia de Dios permitió que estos escogidos fueran llevados cautivos para impartir a naciones paganas las bendiciones que la humanidad recibe por el conocimiento de Dios. Serían los representantes de Jehová. Nunca debían transigir con los idólatras; deberían honrar especialmente su fe religiosa y su nombre como adoradores del Dios viviente.
Ellos lo hicieron así. Honraron a Dios tanto en la prosperidad como en la adversidad, y Dios los honró.
Sacado de una mazmorra, siervo de cautivos, donde fue víctima de la ingratitud y de la malicia, José se mantuvo fiel al Dios del cielo. Todo Egipto se asombró de la sabiduría del hombre a quien Dios había instruido. Faraón “lo puso por señor de su casa, y por gobernador de todas sus posesiones, para que reprimiera a sus grandes como él quisiese, y a sus ancianos enseñara sabiduría” Salmos 105:21, 22. Dios se manifestó por medio de José no sólo a Egipto, sino a todas las naciones relacionadas con ese poderoso reino. Quiso hacerlo un portador de luz para todos los pueblos, y lo colocó en el segundo puesto, después del trono, en el mayor imperio del mundo; para que el beneficio de la iluminación celestial pudiera extenderse lejos y cerca. José representaba a Cristo, por su sabiduría y justicia, por la pureza y benevolencia de su vida diaria y por su devoción a los intereses de la gente, a pesar de que era una nación de idólatras. En su benefactor, por quien todo Egipto sentía gratitud y alabanza, ese pueblo pagano, y por su medio todas las naciones con las cuales se relacionaba, había de contemplar el amor de su Creador y Redentor.
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Así también en Daniel, Dios colocó una luz junto al trono del reino más poderoso del mundo; para que todos pudiesen aprender del Dios vivo y verdadero. En la corte de Babilonia había representantes de todos los países, hombres dotados de los más selectos talentos y de abundantes dones naturales, que poseían la más elevada cultura que pudiese otorgar este mundo. Sin embargo, los cautivos hebreos sobresalían entre todos ellos. No tenían rivales en fuerza y belleza física, en vigor mental y logros literarios, ni en fuerza y percepción espirituales. “En todo asunto de sabiduría e inteligencia que el rey les consultó, los halló diez veces mejores que todos los magos y astrólogos que había en todo su reino”. Daniel 1:20. Aunque Daniel era fiel a sus deberes en la corte del rey, se mantuvo tan leal a Dios que él pudo honrarlo como su mensajero ante el monarca babilónico. Por su medio, los misterios del futuro fueron revelados, y Nabucodonosor mismo se vio obligado a reconocer al Dios de Daniel como “Dios de dioses, y Señor de los reyes, y el que revela los misterios”. Daniel 2:47.
Así también las instituciones establecidas hoy por el pueblo de Dios deben glorificar su nombre. La única manera como podemos cumplir su expectativa es siendo representantes de la verdad para este tiempo. Dios debe ser reconocido en esas instituciones. Por medio de ellos debe presentarse la verdad para este tiempo con poder convincente ante el mundo.
Somos llamados a exponer ante el mundo el carácter de Dios tal como fue revelado a Moisés. En respuesta a su oración: “Te ruego que me muestres tu gloria”, el Señor prometió: “Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro”. “Y pasando Jehová por delante de él, proclamó: ¡Jehová!, ¡Jehová!, fuerte, misericordioso, y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión, y el pecado”. Éxodo 33:18, 19; 34:6, 7. Tal es el fruto que Dios desea de su pueblo. Por la pureza de su carácter y la santidad de su vida, por su misericordia y amor compasivo, debe demostrar que la “ley de Jehová es perfecta, que vuelve el alma”. Salmos 19:7.
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El propósito de Dios para sus instituciones actuales puede verse también en lo que trató de realizar mediante la nación judía. Deseaba impartir abundantes bendiciones a todos los pueblos por medio de Israel. Así quería preparar el camino para la difusión de su luz al mundo entero. Las naciones habían perdido el conocimiento de Dios porque adoptaron costumbres corruptas. Sin embargo, en su misericordia Dios no quería raerlas de la existencia. Su propósito era darles la oportunidad de conocerlo por medio de su iglesia. Quería que los principios revelados por su pueblo fueran el medio de restaurar la imagen moral de Dios en la gente.
Cristo era su instructor. Así como los acompañó en el desierto y mientras se establecían en la tierra prometida, ahora sería su Maestro y Guía. En el tabernáculo y el templo, su gloria moraba en una santa manifestación sobre el propiciatorio. Manifestaba constantemente en su favor las riquezas de su amor y paciencia.
Dios deseaba hacer de su pueblo Israel una alabanza y una gloria. Le dio toda ventaja espiritual. No privó a sus hijos de nada que favoreciese la formación del carácter que los haría sus representantes.
La obediencia a las leyes de Dios iba a hacer de ellos maravillas de prosperidad entre las naciones del mundo. El que podía darles sabiduría y habilidad en todo trabajo y arte continuaría siendo su Maestro, y los ennoblecería y elevaría por medio de la obediencia a sus leyes. Si eran obedientes, los preservaría de las enfermedades que afligían a otras naciones, y serían bendecidos con vigor intelectual. La gloria de Dios, su majestad y poder, debían revelarse en toda su prosperidad. Habían de ser un reino de sacerdotes y príncipes. El Señor les proporcionó todas las facilidades para que llegaran a ser la nación más importante del mundo.
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De la manera más definida, les presentó su propósito por medio de Moisés y les dio a conocer los términos de su prosperidad. Les dijo: “Porque tú eres pueblo santo para Jehová tu Dios; Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la tierra… Conoce, pues, que Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta las mil generaciones…Y por haber oído estos decretos, y haberlos guardado y puesto por obra, Jehová tu Dios guardará contigo el pacto y la misericordia que juró a tus padres; y te amará, te bendecirá y te multiplicará… Bendito serás más que todos los pueblos”. Deuteronomio 7:6-14.
“Has declarado solemnemente hoy que Jehová es tu Dios, y que andarás en sus caminos, y guardarás sus estatutos, sus mandamientos y sus decretos, y que escucharás su voz. Y Jehová ha declarado hoy que tú eres pueblo suyo, de su exclusiva posesión, como te lo ha prometido, para que guardes todos sus mandamientos; a fin de exaltarte sobre todas las naciones que hizo, para loor y fama y gloria, y para que seas un pueblo santo a Jehová tu Dios, como él ha dicho”. Deuteronomio 26:17-19.
En estas palabras se presentan las condiciones de toda verdadera prosperidad, condiciones que todas nuestras instituciones deben obedecer, si desean alcanzar el propósito con que fueron establecidas.
El Señor me dio, hace años, luz especial acerca del establecimiento de una institución donde los enfermos pudiesen ser tratados de maneras completamente diferentes de las que se practican en cualquier otra institución de nuestro mundo. Debía fundarse y dirigirse según los principios bíblicos, como instrumento del Señor, y debía ser en sus manos uno de los agentes más eficaces para dar luz al mundo. El propósito de Dios era que se destacase en capacidad científica, poder moral y espiritual, como fiel centinela de la reforma en todos sus aspectos. Todos los que desempeñaran una parte en ella, debían ser reformadores que respetasen sus principios, y prestasen atención a la luz de la reforma pro salud que resplandece sobre nosotros como pueblo.
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Dios deseaba que la institución que se estableciera se destacase como faro de luz, amonestación y reproche. Quería probar al mundo que una institución guiada por principios religiosos y que ofrecía asilo a los enfermos, podía sostenerse sin sacrificar su carácter peculiar y santo; que podía ser mantenida exenta de toda práctica censurable, propia de otras instituciones dedicadas al restablecimiento de la salud. Debía de ser un instrumento para producir grandes reformas.
El Señor reveló que la prosperidad del sanatorio no debía depender sólo del conocimiento y la habilidad de sus médicos, sino del favor de Dios. Debía ser reconocido como una institución donde se consideraba a Dios como Monarca del universo, y que estaba bajo su vigilancia especial. Sus directores debían dar a Dios el primer lugar, el último y el mejor en todo. En esto consistiría su fuerza. Si se la dirigía de una manera que Dios pudiera aprobar tendría gran éxito, se destacaría por estar más adelantada que todas las instituciones semejantes que hubiera en el mundo. Se le concederían privilegios superiores, mucha luz y conocimiento. La responsabilidad de las personas a quienes se confiara la dirección de la institución estaría de acuerdo con la luz recibida.
A medida que nuestra obra se ha extendido y se han multiplicado las instituciones, el propósito que Dios tuvo al establecerlas ha sido el mismo. No han cambiado las condiciones necesarias para que prosperasen.
La familia humana está sufriendo por causa de la desobediencia a las leyes de Dios. El Señor desea que los seres humanos sean inducidos a comprender la causa de sus padecimientos y la única manera de hallar alivio. Desea hacerles ver que el bienestar físico, mental y moral depende de la obediencia a su ley y se propone que nuestras instituciones sean lecciones objetivas de los resultados de la obediencia a los buenos principios.
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En la preparación de un pueblo para la segunda venida del Señor, se debe realizar una gran obra por medio de la difusión de los principios de la salud. Debe instruirse a la gente acerca de las necesidades del organismo físico y el valor de la vida sana según se enseña en las Escrituras, a fin de que los cuerpos que Dios creó puedan serle presentados como sacrificios vivos, idóneos para rendirle un servicio aceptable. Hay una gran obra que hacer para aliviar los sufrimientos de la humanidad doliente por medio del uso de los agentes naturales que Dios ha provisto, y en evitar las enfermedades por el control de los apetitos y las pasiones. Debe enseñarse a la gente que transgredir las leyes de la naturaleza es desobedecer las leyes de Dios. Tanto en los asuntos físicos como en los espirituales, debe enseñarse la verdad de que “el temor de Jehová es para vida”. Proverbios 19:23. “Si quieres entrar en la vida,” dijo Cristo, “guarda los mandamientos”. Mateo 19:17. Cuida de vivir mi ley “como las niñas de tus ojos”. Proverbios 7:2. Cuando se obedecen las órdenes de Dios, son “vida para quien las halla, y medicina para toda su carne”. Proverbios 4:22.
Nuestros sanatorios deben ser una fuerza educativa para enseñar a la gente estas cosas. Aquellos que reciben instrucción, pueden a su vez, impartir a otros el conocimiento de los principios que devuelven la salud y la conservan. Deben ser nuestros sanatorios instrumentos para alcanzar a las personas, agentes que les muestren el mal que produce el desprecio de las leyes de la vida y la salud, y que les enseñen a mantener el cuerpo en la mejor condición. Los sanatorios deben establecerse en países, donde trabajan nuestros misioneros, para que sean centros desde los cuales se lleve a cabo una obra de sanidad, restauración y educación.
Debemos trabajar tanto por la salud del cuerpo como por la salvación del alma. Nuestra misión es la misma que la de nuestro Maestro, de quien está escrito que anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos de Satanás. Acerca de su propia obra él dice: “El espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos”. “Me ha enviado para sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos: a poner en libertad a los oprimidos” Isaías 61:1; Lucas 4:18. Mientras sigamos el ejemplo de Cristo en el trabajo para beneficiar a los demás, despertaremos su interés en el Dios a quien amamos y servimos.
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Nuestros sanatorios han de ser, en todos sus departamentos, monumentos para Dios, instrumentos suyos para sembrar las semillas de la verdad en los corazones humanos. Lo lograrán si son debidamente dirigidos.
En nuestras instituciones médicas, debe darse a conocer la verdad viviente de Dios. Muchas de las personas que llegan a ellas tienen hambre y sed de verdad, y cuando se la presenta correctamente, la reciben con alegría. Nuestros sanatorios han sido el medio de enaltecer la verdad para este tiempo y darla a conocer a millares de personas. La influencia religiosa que reina en esas instituciones inspira confianza a los pacientes. La seguridad de que el Señor preside allí, y las muchas oraciones ofrecidas en favor de los enfermos, hacen una impresión en su corazón. Muchos que antes nunca pensaban en el valor del alma quedan convencidos por el Espíritu de Dios, y no pocos son inducidos a cambiar todo el curso de su vida. Muchos que estaban satisfechos de sí mismos, que pensaban que su norma de carácter era suficiente y no habían sentido la necesidad de la justicia de Cristo, recibirán impresiones que nunca se borrarán. Cuando llegue la prueba futura, cuando sean iluminados, no pocos de estos se unirán con el pueblo remanente de Dios.
Dios es honrado por instituciones dirigidas de esta manera. En su misericordia, ha hecho de los sanatorios un poder tal para el alivio de los sufrimientos físicos, que millares han sido atraídos a ellos para ser curados de sus enfermedades; en muchos, la sanidad física va acompañada de la curación del alma. Reciben del Salvador el perdón de sus pecados. Reciben la gracia de Cristo, y se identifican con él, con sus intereses y su honor. Muchos salen de nuestros sanatorios con corazones renovados. El cambio es notable. Al volver a sus hogares, son como luces en el mundo. El Señor los hace testigos suyos. Su testimonio es: “He visto su grandeza, he probado su bondad”. “Venid, oíd todos los que teméis a Dios, y contaré lo que ha hecho a mi alma”. Salmos 66:16.
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Así, por medio de la mano de nuestro Dios que los prospera sobre ellos, nuestros sanatorios han sido el medio de lograr mucho bien. Y se elevarán aún más alto. Dios obrará con el pueblo que le honre.
Maravillosa es la obra que Dios quiere realizar por medio de sus siervos, a fin de que su nombre sea glorificado. Dios hizo de José una fuente de vida para la nación egipcia. Por medio de José conservó la vida a todo el pueblo. Por medio de Daniel, Dios salvó la vida de todos los sabios de Babilonia. Y estas liberaciones fueron lecciones objetivas; ilustraron ante el pueblo las bendiciones espirituales que le eran ofrecidas por la relación con el Dios a quien adoraban José y Daniel. Así también desea impartir hoy por medio de su pueblo, bendiciones al mundo.
Cada obrero en cuyo corazón habita Cristo, todo aquel que quiere revelar su amor al mundo, es colaborador con Dios para beneficiar a la humanidad. Mientras recibe del Salvador gracia para impartirla a otros, fluye de su ser entero la oleada de vida espiritual. Cristo vino como el gran Médico, para sanar las heridas que el pecado había hecho en la familia humana, y su Espíritu, obrando por medio de sus siervos, imparte a los enfermos del pecado, a los dolientes seres humanos, un intenso poder curativo, eficaz para el cuerpo y el alma. “En aquel tiempo—dice la Escritura—habrá manantial abierto para la casa de David y para los moradores de Jerusalén, para la purificación del pecado y la inmundicia”. Zacarías 13:1. Las aguas de este manantial sanarán los padecimientos físicos y espirituales.
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Desde este manantial fluye el caudaloso río que vio Ezequiel en visión. “Estas aguas salen a la región del oriente, y descenderán al Arabá, y entrarán en el mar: y entradas en el mar, recibirán sanidad las aguas. Y toda alma viviente que nadare por dondequiera que entraren estos dos ríos, vivirá… Y junto al río, en la ribera a uno y otro lado, crecerá toda clase de árboles frutales: sus hojas nunca caerán, ni faltará su fruto. A su tiempo madurará, porque sus aguas salen del santuario; y su fruto será para comer, y su hoja para medicina”. Ezequiel 47:8-12.
Dios quiere que nuestros sanatorios sean, en virtud de su poder, un río semejante, de vida y curación.
Nuestros sanatorios deben revelar al mundo la benevolencia del cielo; y aunque no se note exteriormente la presencia visible de Cristo, los obreros pueden aferrarse a la promesa: “He aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Mateo 28:20.
Las promesas de Dios a Israel son también para las instituciones establecidas hoy para la gloria de su nombre: “Así ha dicho Jehová, que hizo la tierra, Jehová que la formó para afirmarla; Jehová es su nombre: Clama a mí y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces. Porque así ha dicho Jehová Dios de Israel acerca de… esta ciudad. He aquí que yo les traeré sanidad y medicina; y los curaré y les revelaré abundancia de paz y de verdad… Y los limpiaré de toda su maldad… Y me serán a mí por nombre de gozo, de alabanza y de gloria, entre todas las naciones de la tierra, que habrán oído todo el bien que yo les hago”. “En aquellos días Judá será salvo, y Jerusalén habitará segura, y se le llamará: Jehová, justicia nuestra”. Jeremías 33:2-9, 16.