Testimonios para la Iglesia, Vol. 6, p. 448-456, día 383

La obra de compartir lo que uno ha recibido convertirá a cada miembro de iglesia en un colaborador de Dios. No podemos hacer nada por cuenta propia, pero Cristo es el obrero principal. Toda persona tiene el privilegio de trabajar juntamente con él. 

El Salvador dijo: “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo”. Juan 12:32. Cristo soportó la cruz por el gozo de ver almas redimidas. Se convirtió en el sacrificio viviente por el mundo caído. Ese acto de sacrificio de sí mismo incluyó el corazón de Cristo y el amor de Dios; y mediante este sacrificio se dio al mundo la poderosa influencia del Espíritu Santo. La obra de Dios debe llevarse a cabo mediante el sacrificio. De cada hijo de Dios se requiere abnegación. Cristo dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame”. Lucas 9:23. Cristo da un nuevo carácter a todos los que creen; este carácter, mediante su sacrificio infinito, es la reproducción del suyo propio. 

El autor de nuestra salvación será el consumador de la obra. Una verdad atesorada en el corazón hará lugar para otra verdad aún. Y la verdad pone siempre en actividad las facultades de quien la reciba. Cuando los miembros de nuestras iglesias amen verdaderamente la Palabra de Dios, revelarán las mejores cualidades, las más poderosas; y cuanto más nobles sean, tanto más semejantes a niños serán en espíritu, pues creerán lo que la Palabra de Dios enseña contra todo egoísmo. 

Un raudal de luz brota de la Palabra de Dios y debemos despertarnos para reconocer las oportunidades descuidadas. Cuando todos sean fieles en lo que respecta a devolver a Dios lo suyo en diezmos y ofrendas, se abrirá el camino para que el mundo oiga el mensaje para este tiempo. Si el corazón de los hijos de Dios rebosara de amor por Cristo; si cada miembro de la iglesia estuviera totalmente dominado por un espíritu de abnegación; si todos manifestasen profundo fervor, no faltarían fondos para las misiones. Nuestros recursos se multiplicarían, y se nos ofrecerían mil oportunidades de ser útiles. Si el propósito de Dios de dar al mundo el mensaje de misericordia hubiese sido llevado a cabo por su pueblo, Cristo habría venido ya a la tierra, y los santos habrían recibido su bienvenida en la ciudad de Dios. 

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Si hubo alguna vez un tiempo en que debían hacerse sacrificios, es ahora. Los que tienen dinero deben comprender que ahora es el momento de emplearlo para Dios. No se absorban recursos en multiplicar las facilidades donde la obra ya está establecida. No se añada edificio a edificio, donde se han concentrado ya muchos establecimientos. Empléense los recursos para fundar centros en nuevos campos. Así podréis ganar almas que desempeñarán su parte en producir otros miembros. 

Pensad en nuestras misiones en los campos extranjeros. Algunas de ellas están luchando para establecerse; se ven privadas hasta de las comodidades más escasas. En vez de aumentar las comodidades ya abundantes, edificad la obra en esos campos necesitados. Vez tras vez el Señor ha hablado al respecto. Su bendición no puede acompañar a su pueblo si desprecia sus instrucciones.

Practicad la economía en vuestros hogares. Muchos están albergando y adorando ídolos. Apartad vuestros ídolos. Renunciad a vuestros placeres egoístas. Os ruego que no absorbáis recursos en el embellecimiento de vuestras casas; porque es el dinero de Dios, y pedirá que se lo devolváis. Padres, por amor de Cristo, no empleéis el dinero del Señor para satisfacer las fantasías de vuestros hijos. No les enseñéis a seguir la moda ni a practicar ostentación para ganar influencia en el mundo. ¿Podría esto inclinarlos a salvar las almas por las cuales Cristo murió? No; sólo crearía envidias, celos y malas suposiciones. Vuestros hijos se verían inducidos a competir con la ostentación y extravagancia del mundo y a gastar el dinero del Señor en lo que no es esencial para la salud o la felicidad. 

No enseñéis a vuestros hijos a pensar que vuestro amor hacia ellos debe expresarse satisfaciendo su orgullo, prodigalidad y amor a la ostentación. No es ahora el momento de inventar maneras de consumir el dinero. Dedicad vuestras facultades inventivas a tratar de economizarlo. En vez de satisfacer la inclinación egoísta gastando dinero en cosas que destruyen las facultades del raciocinio, procurad cuidadosamente practicar la abnegación para tener algo que invertir en la tarea de enarbolar el estandarte de la verdad en los campos nuevos. El intelecto es un talento; usadlo para estudiar cómo emplear mejor vuestros recursos para la salvación de la gente. 

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Enseñad a vuestros hijos que Dios tiene sobre todo lo que poseen un derecho que nada puede abolir jamás; cualquier cosa que ellos tengan, él se las ha confiado en custodia, para probar su obediencia. Inspiradles la ambición de ganar estrellas para su corona haciendo pasar muchas almas del pecado a la justicia. 

El dinero es un tesoro necesario; no debe gastarse pródigamente para beneficio de quienes no lo necesitan. Algunos necesitan vuestros donativos voluntarios. Con demasiada frecuencia, los que tienen recursos dejan de considerar cuántos hay en el mundo que tienen hambre y padecen por falta de alimento. Tal vez digan: “No puedo alimentarlos a todos”. Pero si practicamos las lecciones de economía que nos dejó Cristo, podremos alimentar por lo menos a uno. Puede ser que podáis alimentar a muchos que tienen hambre del alimento temporal; y podéis alimentar sus almas con el pan de vida. “Recoged los pedazos que sobraron, para que no se pierda nada”. Juan 6:12. Estas palabras las pronunció Aquel que tenía todos los recursos del universo a su disposición; aun cuando su poder de hacer milagros proporcionó alimento a millares, no desdeñó enseñar una lección de economía. 

Practicad la economía en el empleo de vuestro tiempo. Pertenece al Señor. Vuestra fuerza es del Señor. Si tenéis costumbres de despilfarro, suprimidlas de vuestra vida. Si conserváis tales hábitos, ellos ocasionarán vuestra bancarrota para la eternidad, mientras que los hábitos de economía, laboriosidad y sobriedad son, aun en este mundo, una porción mejor para vosotros y vuestros hijos, que una dote cuantiosa. 

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Somos viajeros, peregrinos y advenedizos en la tierra. No gastemos nuestros recursos para satisfacer deseos que Dios nos ordena reprimir. Demos, más bien, el debido ejemplo a los que se tratan con nosotros. Representemos adecuadamente nuestra fe restringiendo nuestros deseos. Levántense las iglesias como un solo hombre y trabajen fervientemente como quienes andan en la plena luz de la verdad para estos últimos tiempos. Impresione vuestra influencia a la gente para hacerle comprender el carácter sagrado de los requerimientos de Dios. 

Si en la providencia de Dios habéis recibido riquezas, no os acomodéis a este mundo pensando que no necesitáis dedicaros a un trabajo útil, que tenéis bastante, y que podéis comer, beber y alegraros. No permanezcáis ociosos mientras otros luchan para obtener recursos para su causa. Invertid vuestros recursos en la obra del Señor. Si hacéis menos que vuestro deber para ayudar a los que perecen, recordad que al ser indolentes os hacéis culpables. 

Dios es quien da a los hombres el poder de conseguir riquezas, y él otorga esta capacidad, no como medio de complacer al yo, sino como un medio de devolver a Dios lo suyo. Con este objeto, no es pecado adquirir recursos. El dinero debe ganarse por el trabajo. Todo joven debe cultivar costumbres de laboriosidad. La Biblia no condena a nadie por ser rico, si adquirió sus riquezas honradamente. Es el amor egoísta al dinero mal empleado lo que constituye la raíz de todo mal. La riqueza resultará una bendición si la consideramos como del Señor, para recibirla con agradecimiento y devolverla con igual agradecimiento al Dador. 

¿Pero qué valor tiene la riqueza incalculable, si se acumula en costosas mansiones o en títulos bancarios? ¿Qué importancia tienen estas cosas en comparación con un alma por la cual murió el Hijo del Dios infinito? 

A los que han amontonado riquezas para los últimos días, el Señor declara: “Vuestras riquezas están podridas, y vuestras ropas están comidas de polilla. Vuestro oro y plata están enmohecidos; y su moho testificará contra vosotros, y devorará del todo vuestras carnes como fuego”. Santiago 5:2, 3.

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El Señor nos ordena: “Vended lo que poseéis, y dad limosna; haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en los cielos que no se agote; donde el ladrón no llega, ni polilla destruye. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. Estén ceñidos vuestros lomos, y vuestras lámparas encendidas; y vosotros sed semejantes a hombres que aguardan a que su señor regrese de las bodas, para que cuando llegue y llame, le abran enseguida. Bienaventurados aquellos siervos, a los cuales su señor, cuando venga, halle velando; de cierto os digo que se ceñirá, y hará que se sienten a la mesa, y vendrá a servirles. Y aunque venga a la segunda vigilia, y aunque venga a la tercera vigilia, si los hallare así, bienaventurados son aquellos siervos. Pero sabed esto, que si supiese el padre de familia a qué hora el ladrón había de venir, velaría ciertamente, y no dejaría minar su casa. Vosotros, pues, también, estad preparados; porque a la hora que no penséis, el Hijo del hombre vendrá”. Lucas 12:33-40.

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La casa publicadora de Noruega

[La siguiente apelación, escrita el 20 de noviembre de 1900, se refiere a las dificultades financieras de nuestra obra de publicaciones en Cristianía (actualmente Oslo), Noruega. La Junta de Misiones Extranjeras recibió en 1899 información según la cual la casa publicadora en Cristianía estaba comprometida en deudas y era incapaz de cumplir sus obligaciones, y que la institución estaba en peligro de caer en las manos de sus acreedores. Para remediar esta situación, se requeriría una ayuda financiera por la cantidad de 50.000 dólares. La junta no podía proveer esta suma, y aunque nuestros hermanos en Noruega continuaron en posesión de la casa publicadora por más de un año después de esto, poco se hizo para auxiliarla. Parecía que finalmente debía entregarse el edificio a los acreedores, o venderlo para reunir fondos a fin de pagar la deuda. De este modo la institución construida mediante años de trabajo y sacrificio se perdería para la obra del Señor. Para impedir esta gran calamidad, el Señor habló a través de su sierva en las siguientes fervientes palabras de apelación, instrucción y aliento. 

Nuestra casa publicadora está en peligro, y en el nombre del Señor apelo a nuestro pueblo en favor de ella. A todos aquellos cuyos corazones aprecian la causa de la verdad presente se los convoca para ayudar en esta crisis. 

Aquellos que aman y sirven a Dios debieran sentir el interés más profundo en todo lo que concierne a la gloria de su nombre. ¿Quién podría ver una institución donde la verdad ha sido magnificada, donde el Señor ha revelado tan a menudo su presencia, donde los mensajeros de Dios han dado instrucciones, donde la verdad ha sido proclamada en publicaciones que han hecho mucho bien? ¿Quién podría soportar ver que una institución tal pase a manos de personas mundanas, para ser usada con propósitos comunes y terrenales? Dios ciertamente sería deshonrado si se permitiera que su institución cayera en la ruina por falta del dinero que él ha confiado a sus mayordomos. Si ocurriese esto, los hombres dirían que fue porque el Señor no pudo impedirlo. 

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Estas cosas significan mucho para nuestros hermanos y hermanas en Escandinavia. Ellos serán probados dolorosamente si sus instalaciones dejan de funcionar. Hagamos un esfuerzo para impedir que ellos caigan en la depresión y el desaliento. Permitamos que haya un esfuerzo consagrado, unido, para sacar a la casa publicadora de la dificultad en la cual ha caído. 

Hay personas que tienen poca fe, que pueden tratar de desalentar a otros y así impedirles que participen en esta buena obra. Sólo se necesita una palabra desalentadora para provocar y fortalecer el egoísmo en el alma. No escuchéis a quienes procuren tentaros. Poned a un lado las preguntas que surgirán en cuanto a cómo surgió la dificultad. Mayormente puede haber sido el resultado de errores que se cometieron; pero no dediquemos tiempo ahora a la crítica y las quejas. Las críticas, las quejas y la censura no ayudarán a nuestros hermanos en su incertidumbre y aflicción.

Dios ha llamado a agentes humanos para trabajar juntamente con él en la obra de la salvación. Él usa a hombres con debilidades y sujetos a errar. Por lo tanto no censuremos a los que han tenido la desgracia de cometer errores. Más bien procuremos que la gracia de Dios nos transforme de tal manera que lleguemos a ser compasivos y sensibles ante el dolor humano. Esto causará gozo en el cielo; porque el hecho de amar a nuestro hermano caído como Dios y Cristo nos aman, revela que somos partícipes de los atributos de Cristo.

Este no es tiempo para criticar. Lo que ahora se necesita es simpatía genuina y ayuda decidida. Debiéramos considerar individualmente las necesidades de nuestros hermanos. Que cada aliento que se dedica a este asunto se use para hablar palabras que animarán. Que cada facultad se emplee en actos que elevarán. 

Una parte del ministerio de los ángeles celestiales es visitar nuestro mundo y supervisar la obra del Señor que está en las manos de sus mayordomos. En cada momento de necesidad ellos ministran a quienes, que como colaboradores con Dios, están esforzándose para llevar adelante su obra en la tierra. Se nos describe a estas inteligencias celestiales como seres deseosos de observar el plan de redención, que se regocijan toda vez que prospera cualquier parte de la obra de Dios. 

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Los ángeles se interesan en el bienestar espiritual de todos lo que procuran restaurar la imagen moral de Dios en el hombre; y la familia terrenal debe unirse a la familia celestial en la obra de vendar las heridas y laceraciones que ha causado el pecado. Los emisarios angélicos, aunque invisibles, cooperan con los agentes humanos visibles, y forman una alianza de socorro con los hombres. Los mismos ángeles que, cuando Satanás estaba buscando la supremacía, pelearon en las cortes celestiales y triunfaron del lado de Dios. Los mismos ángeles que prorrumpieron en exclamaciones de gozo cuando nuestro mundo fue creado y sus habitantes sin pecado; los ángeles que presenciaron la caída del hombre y su expulsión del hogar edénico, estos mismos mensajeros celestiales se interesan supremamente en trabajar, en unión con la raza caída y redimida, por la salvación de los seres humanos que perecen en sus pecados.

Los agentes humanos son las manos de los instrumentos celestiales; porque los ángeles celestiales emplean manos humanas en el ministerio práctico. Los agentes humanos como manos ayudadoras deben poner en práctica el conocimiento de los seres celestiales y usar sus habilidades. Al unirnos con estos poderes que son omnipotentes, nos beneficiamos con su educación y experiencia superiores. De ese modo, al llegar a ser partícipes de la naturaleza divina y desterrar el egoísmo de nuestras vidas, se nos conceden talentos especiales para ayudarnos mutuamente. Este es el camino del cielo para administrar el poder salvador. 

¿No hay algo estimulante e inspirador en este pensamiento: que el agente humano está como el instrumento visible para conferir las bendiciones de las entidades angélicas? Al ser así obreros juntamente con Dios, el trabajo lleva la estampa de lo divino. El conocimiento y la actividad de los obreros celestiales, unidos al conocimiento y el poder que se imparten a las agencias humanas, proporcionan alivio a los oprimidos y afligidos. Nuestros actos de ministerio desinteresado nos hacen partícipes en el éxito que se deriva del alivio ofrecido.

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¡Con qué gozo contempla el cielo estas influencias combinadas! Todo el cielo observa esos agentes que son como la mano para llevar a cabo el propósito de Dios en la tierra, cumpliendo así la voluntad de Dios en el cielo. Tal cooperación realiza un trabajo que trae honor y gloria y majestad a Dios. ¡Oh, si todos amaran como Cristo amó, para que la gente que perece pueda ser salvada de la ruina, qué cambio se produciría en nuestro mundo! 

“Y dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobre, el cual confiará en el nombre de Jehová… Ellos serán apacentados, y dormirán, y no habrá quien los atemorice. Canta, oh hija de Sión; da voces de júbilo, oh Israel; gózate y regocíjate de todo corazón, hija de Jerusalén. Jehová ha apartado tus juicios, ha echado fuera tus enemigos; Jehová es Rey de Israel en medio de ti; nunca más verás el mal. En aquel tiempo se dirá a Jerusalén: No temas; Sión, no se debiliten tus manos. Jehová está en medio de ti, poderoso, él salvará; se gozará sobre ti con alegría, callará de amor, se regocijará sobre ti con cánticos”. Sofonías 3:12-17. ¡Qué cuadro es este! ¿Podemos captar su significado? 

“Reuniré a los afligidos por estar apartados de las fiestas establecidas; tuyos son, y sufrían por esa humillación. En ese tiempo yo exterminaré a todos tus opresores. Salvaré a la lisiada, y traeré a la descarriada; y las pondré por alabanza, por renombre en toda la tierra. En ese tiempo yo os traeré, en ese tiempo os reuniré yo. Y os pondré por renombre y alabanza entre todos los pueblos de la tierra, cuando restaure vuestros cautivos ante vuestros propios ojos”. vers. 18-20 (NRV 2000). Léase también el primer capítulo de Hageo. 

Cuando las agencias humanas, como mayordomos de Dios, tomen en forma unida de los mismos bienes del Señor y los usen para quitar las cargas que recaen sobre sus instituciones, el Señor cooperará con ellos. 

“Volvió el ángel que hablaba conmigo, y me despertó, como un hombre que es despertado de su sueño. Y me dijo: ¿Qué ves? Y respondí: He mirado, y he aquí un candelabro todo de oro, con un depósito encima, y sus siete lámparas encima del candelabro, y siete tubos para las lámparas que están encima de él; y junto a él dos olivos, el uno a la derecha del depósito, y el otro a su izquierda. Proseguí y hablé, diciendo a aquel ángel que hablaba conmigo: ¿Qué es esto, señor mío? Y el ángel que hablaba conmigo respondió y me dijo: ¿No sabes qué es esto? Y dije: No, señor mío. Entonces respondió y me habló diciendo: Esta es palabra de Jehová a Zorobabel, que dice: No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos. ¿Quién eres tú, oh gran monte? Delante de Zorobabel serás reducido a llanura; él sacará la primera piedra con aclamaciones de: Gracia, gracia a ella. Vino palabra de Jehová a mí, diciendo: Las manos de Zorobabel echarán el cimiento de esta casa, y sus manos la acabarán; y conocerás que Jehová de los ejércitos me envió a vosotros. Porque los que menospreciaron el día de las pequeñeces se alegrarán, y verán la plomada en la mano de Zorobabel. Estos siete son los ojos de Jehová, que recorren toda la tierra. Hablé más, y le dije: ¿Qué significan estos dos olivos a la derecha del candelabro y a su izquierda? Hablé aún de nuevo, y le dije: ¿Qué significan las dos ramas de olivo que por medio de dos tubos de oro vierten de sí aceite como oro? Y me respondió diciendo: ¿No sabes qué es esto? Y dije: Señor mío, no. Y él dijo: Estos son los dos ungidos que están delante del Señor de toda la tierra”. Zacarías 4:1-14. 

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