Testimonios para la Iglesia, Vol. 7, p. 41-49, día 389

Nunca se olviden que su fuerza y su victoria consisten en trabajar juntamente con Cristo como su Salvador personal. Esta es la parte que le toca realizar a cada uno. A los que actúan así se les da la promesa: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. Juan 1:12. Cristo declara: “Separados de mí nada podéis hacer”. Juan 15:5. Y el alma humilde y creyente contesta: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. Filipenses 4:13. 

Cristo es el Redentor comprensivo y compasivo. El nos dejó su cometido: “Id por todo el mundo”. Marcos 16:15. Todos han de escuchar el mensaje de amonestación. A los que participan en la carrera cristiana les espera un precio del más alto valor. Y los que corren con paciencia recibirán una corona de vida que nunca se marchitará. 

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Que no haya más demoras

Nuestros obreros no están comunicando el mensaje como debieran. Nuestros dirigentes no han despertado a la tarea que debe realizarse. Cuando pienso en las ciudades donde se ha hecho tan poco, donde hay tantos miles a quienes amonestar acerca del pronto advenimiento del Salvador, experimento un deseo intenso de ver a hombres y mujeres que salgan a hacer la obra con el poder del Espíritu, llenos del amor de Cristo por las almas que perecen.

Los habitantes de nuestras ciudades, vale decir los que viven a la misma sombra de nuestras puertas, han sido extrañamente descuidados. Ahora se debería hacer un esfuerzo organizado para llevarles el mensaje de la verdad presente. Se debería poner un cántico nuevo en sus labios. Debieran salir para impartir la luz del mensaje del tercer ángel a otros que se hallan actualmente en la oscuridad. 

Todos necesitamos estar completamente despiertos con el fin de hacer avanzar la obra en las grandes ciudades a medida que se abren las puertas. Nos hemos quedado muy atrás en seguir la instrucción que se nos ha dado acerca de entrar en estas ciudades y erigir en ellas monumentos para Dios. Debemos guiar a las almas paso a paso hacia toda la luz de la verdad. Y debemos continuar la tarea hasta dejar una iglesia organizada y construida una humilde casa de culto. Me siento muy animada a creer que muchos ayudarán considerablemente con sus medios, aunque no sean de nuestra fe. La luz que se me ha dado indica que en muchos lugares, especialmente en las grandes ciudades de los Estados Unidos, tales personas ofrecerán su ayuda. 

Los obreros que trabajan en las ciudades deberían leer cuidadosamente los capítulos 10 y 11 del libro de Hebreos y hacer suyas las instrucciones que contienen estos pasajes de las Escrituras. El capítulo 11 es un registro de las experiencias de los fieles. Los que laboran para Dios en las ciudades deben avanzar por fe haciendo lo mejor que puedan. Dios escuchará y contestará sus peticiones a medida que velan y trabajan y oran. De este modo obtendrán una experiencia de valor incalculable para ellos en su obra posterior. “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. Hebreos 11:1. 

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Mi mente se encuentra profundamente conmovida. Hay una obra que hacer en cada ciudad. Los obreros deben trasladarse a las ciudades grandes y celebrar reuniones campestres. En estas reuniones se deben utilizar los mejores talentos con el fin de que la verdad sea proclamada poderosamente. Personas de talentos variados deben participar. Nadie posee todos los dones requeridos para realizar el trabajo. Se necesitan varios obreros para llevar a cabo una reunión campestre de éxito. Ninguna persona debería considerar que es prerrogativa suya realizar todo el trabajo importante. 

Los corazones serán alcanzados a medida que en estas reuniones los oradores proclamen la verdad con el poder del Espíritu. Cuando el amor de Cristo se reciba en el corazón desterrará de él el amor por el error. 

Se necesitan reuniones campestres como las que se realizaban al comienzo de nuestra obra. Reuniones campestres separadas de los aspectos administrativos de las asociaciones. Durante una reunión campestre los obreros debieran estar libres para impartir el conocimiento de la verdad a las visitas. 

En nuestras reuniones campestres se deberían hacer arreglos para que los pobres puedan obtener un alimento sano y bien preparado, a un precio tan barato como sea posible. También se debería hacer funcionar un restaurante donde se prepararan platos saludables y se sirvieran de una manera atractiva. Que esta línea de trabajo no se considere como algo separado de los otros aspectos de la obra de la reunión campestre. Cada aspecto de la obra de Dios se halla íntimamente unido a todos los demás, y todos deben avanzar en armonía perfecta. 

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El culto de familia

Si hubo un tiempo en el que cada casa debiera ser una casa de oración, es ahora. Predominan la incredulidad y el escepticismo. Abunda la inmoralidad. La corrupción penetra hasta el fondo de las almas y la rebelión contra Dios se manifiesta en la vida de los hombres. Cautivas del pecado, las fuerzas morales quedan sometidas a la tiranía de Satanás. Juguete de sus tentaciones, el hombre va donde lo lleva el jefe de la rebelión, a menos que un brazo poderoso lo socorra. 

Sin embargo, en esta época tan peligrosa, algunos de los que se llaman cristianos no celebran el culto de familia. No honran a Dios en su casa, no enseñan a sus hijos a amarle y temerle. Muchos se han alejado a tal punto de Dios que se sienten condenados cuando se presentan delante de él. No pueden allegarse “confiadamente al trono de la gracia”, “levantando manos limpias, sin ira ni contienda” Hebreos 4:16; 1 Timoteo 2:8. No están en comunión viva con Dios. Su piedad no es más que un convencionalismo sin fuerza. 

La idea de que la oración no es esencial es una de las estratagemas de las que con mayor éxito se vale Satanás para destruir a las almas. La oración es una comunión con Dios, fuente de la sabiduría, fuerza, dicha y paz. Jesús oró a su Padre “con gran clamor y lágrimas”. Pablo exhortó a los creyentes a “orar sin cesar” y a hacer conocer sus necesidades por “peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con hacimiento de gracias”. Santiago dice: “Rogad los unos por los otros,… la oración del justo, obrando eficazmente, puede mucho” Hebreos 5:7; 1 Tesalonicenses 5:17; Santiago 5:16.

Mediante oraciones sinceras y fervientes, los padres deberían construir una barrera defensiva alrededor de sus hijos. Deberían orar con fe intensa para que Dios habite en ellos y que los santos ángeles los preserven, a ellos y a sus hijos, de la potencia cruel de Satanás. 

En cada familia debería haber una hora fija para el culto matutino y vespertino. ¿No conviene a los padres reunir en derredor suyo a sus hijos antes del desayuno para agradecer al Padre Celestial por su protección durante la noche, y para pedirle su ayuda y cuidado durante el día? ¿No es propio también, cuando llega el anochecer, que los padres y los hijos se reúnan una vez más delante de Dios para agradecerle las bendiciones recibidas durante el día que termina?

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El padre, o en su ausencia la madre, debe presidir el culto y elegir un pasaje interesante de las Escrituras que pueda comprenderse con facilidad. El culto debe ser corto. Cuando se lee un capítulo largo y se hace una oración larga, el culto se torna fatigoso y se siente alivio cuando termina. Dios queda deshonrado cuando el culto se vuelve árido y fastidioso, cuando carece tanto de interés que los hijos le temen. 

Padres y madres, cuidad de que el momento dedicado al culto de familia sea en extremo interesante. No hay razón alguna porque no sea éste el momento más agradable del día. Con un poco de preparación podréis hacerlo interesante y provechoso. De vez en cuando, introducid algún cambio. Se pueden hacer preguntas con referencia al texto leído, y dar con fervor algunas explicaciones oportunas. Se puede cantar un himno de alabanza. La oración debe ser corta y precisa. El que ora debe hacerlo con palabras sencillas y fervientes; debe alabar a Dios por su bondad y pedirle su ayuda. Si las circunstancias lo permiten, dejad a los niños tomar parte en la lectura y la oración. 

La eternidad sola pondrá en evidencia el bien realizado por esos cultos de familia. 

La vida de Abraham, el amigo de Dios, fue una vida de oración. Dondequiera que levantase su tienda, construía un altar sobre el cual ofrecía sacrificios, mañana y noche. Cuando él se iba, el altar permanecía. Y al pasar cerca de dicho altar el nómada cananeo, sabía quién había posado allí. Después de haber levantado también su tienda, reparaba el altar y adoraba al Dios vivo. 

Así es como el hogar cristiano debe ser: una luz en el mundo. De él, mañana y noche, la oración debe elevarse hacia Dios como el humo del incienso. En recompensa, la misericordia y las bendiciones divinas descenderán como el rocío matutino sobre los que las imploran. 

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Padres y madres, cada mañana y cada noche juntad a vuestros hijos alrededor vuestro, y elevad vuestros corazones a Dios en humildes súplicas. Vuestros amados están expuestos a la tentación. Hay dificultades cotidianas sembradas en el camino de los jóvenes y de sus mayores. Los que quieran vivir con paciencia, amor y gozo deben orar. Será únicamente obteniendo la ayuda de Dios como podremos obtener la victoria sobre nosotros mismos. 

Cada mañana consagraos a Dios con vuestros hijos. No contéis con los meses ni los años; no os pertenecen. Sólo el día presente es vuestro. Durante sus horas, trabajad por el Maestro, como si fuese vuestro último día en la tierra. Presentad todos vuestros planes a Dios, a fin de que él os ayude a ejecutarlos o abandonarlos según lo indique su Providencia. Aceptad los planes de Dios en lugar de los vuestros, aun cuando esta aceptación exija que renunciéis a proyectos por largo tiempo acariciados. Así, vuestra vida será siempre más y más amoldada conforme al ejemplo divino, y “la paz de Dios, que sobrepuja todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”. Filipenses 4:7. 

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La responsabilidad de los esposos

Estimado hermano y estimada hermana: Acabáis de uniros para toda la vida. Empieza vuestra educación en la vida matrimonial. El primer año de la vida conyugal es un año de experiencia, en el cual marido y mujer aprenden a conocer sus diferentes rasgos de carácter, como en la escuela un niño aprende su lección. No permitáis, pues, que se escriban durante ese primer año de vuestro matrimonio, capítulos que echen a perder vuestra felicidad futura. 

Para comprender lo que es en verdad el matrimonio, se requiere toda una vida. Los que se casan ingresan en una escuela en la cual no acabarán nunca sus estudios. 

Hermano mío, el tiempo, las fuerzas y la felicidad de su esposa están ahora ligados a los suyos. Su influencia sobre ella puede ser sabor de vida para vida o sabor de muerte para muerte. Cuide de no echarle a perder la vida. 

Hermana mía, usted debe ahora tomar sus primeras lecciones prácticas acerca de sus responsabilidades como esposa. No deje de aprender fielmente estas lecciones día tras día. No abra la puerta al descontento o al mal humor. No busque una vida fácil y de ocio. Vele constantemente para no abandonarse al egoísmo. 

En vuestra unión para toda la vida, vuestros afectos deben contribuir a vuestra felicidad mutua. Cada uno debe velar por la felicidad del otro. Tal es la voluntad de Dios para con vosotros. Mas aunque debéis confundiros hasta ser uno, ni el uno ni el otro debe perder su individualidad. Dios es quien posee vuestra individualidad; y a él debéis preguntar: ¿Qué es bueno?, ¿qué es malo? y ¿cómo puedo alcanzar mejor el blanco de mi existencia? “No sois vuestros. Porque comprados sois por precio: glorificad pues a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”. 1 Corintios 6:19-20. Vuestro amor por lo que es humano debe ser secundario a vuestro amor a Dios. La abundancia de vuestro amor debe dirigirse hacia Aquel que dio su vida por vosotros. El alma que vive para Dios le tributa el mejor de los afectos. ¿Se dirige la mayor parte de vuestro amor hacia Aquel que murió por vosotros? Si es así, vuestro amor recíproco será conforme al orden celestial. 

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Vuestro afecto podrá ser tan claro como el cristal, arrobador en su pureza, y sin embargo, podría ser superficial por no haber sido probado. Dad a Cristo, en todas las cosas, el lugar primero, el último y el mejor. Contempladle constantemente, y vuestro amor por él, en la medida en que sea probado, se hará cada día más profundo y más fuerte. Y a medida que crezca vuestro amor por él, vuestro amor mutuo aumentará también en fuerza y profundidad. “Nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma semejanza”. 2 Corintios 3:18. 

Tenéis ahora deberes que cumplir que no existían para vosotros antes de vuestro matrimonio. “Vestíos pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia”. Examinad con cuidado las instrucciones siguientes: “Andad en amor, como también Cristo nos amó… Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor. Porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia… Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” Colosenses 3:12; Efesios 5:2. 22-25. 

Él matrimonio, unión para toda la vida, es símbolo de la unión de Cristo con su iglesia. El espíritu que Cristo manifiesta hacia su iglesia es el mismo espíritu que debe reinar entre los esposos.

Ninguno de los dos debe tratar de dominar. El Señor ha presentado los principios que deben guiarnos. El esposo debe amar a su esposa como Cristo amó a la iglesia. La mujer debe respetar y amar a su marido. Ambos deben cultivar un espíritu de bondad, y estar bien resueltos a nunca perjudicarse ni afligirse el uno al otro.

Hermanos míos, ambos tenéis una voluntad fuerte. Podéis hacer de ella una gran bendición o una gran maldición para vosotros y para aquellos con quienes tengáis relaciones. No tratéis de constreñiros el uno al otro. No podéis obrar así y conservar vuestro amor recíproco. Las manifestaciones de la propia voluntad destruyen la paz y la felicidad de la familia. No dejéis penetrar el desacuerdo en vuestra vida conyugal. De lo contrario seréis desdichados ambos. Sed amables en vuestras palabras y bondadosos en vuestras acciones; renunciad a vuestros deseos personales. Vigilad vuestras palabras, porque ellas ejercen una influencia considerable para bien o para mal. No dejéis traslucir irritación en la voz, mas poned en vuestra vida el dulce perfume de la semejanza de Cristo. 

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Antes de entrar en una unión tan íntima como el matrimonio, un hombre debiera aprender a dominarse a sí mismo y a tratar con los demás. 

En la educación de los hijos, hay ciertas circunstancias en las cuales la voluntad firme de la madre se halla en pugna con la voluntad irracional e indisciplinada del niño. En tales casos, la madre necesita mucha sabiduría. Al obrar de una manera poco prudente, al someter al niño por la fuerza, se le puede hacer un daño incalculable. 

Una crisis tal debe evitarse tanto como se pueda, porque implica una lucha violenta tanto para la madre como para el niño. Pero cuando dicha crisis se produce, hay que inducir al niño a someter su voluntad a la voluntad más sabia de sus padres.

La madre debe dominarse perfectamente, y no hacer nada que despierte en su hijo un espíritu de desafío. Nunca debe dar órdenes a gritos. Ganará mucho si conserva una voz dulce y amable. Debe tratar a su hijo de modo que lo conduzca a Jesús. Ella debe acordarse de que Dios es su sostén, y el amor su fuerza. Si es una creyente prudente, no tratará de obligar a su hijo a someterse. Ella orará con fervor para que el enemigo no obtenga la victoria, y mientras ore, se dará cuenta de que su vida espiritual se renueva. Verá que el mismo poder que obra en ella obra también en su hijo. Este se volverá más amable y sumiso. Así ganará la victoria. La paciencia, la bondad, las sanas palabras de la madre cumplen esa obra. La paz sucede a la tormenta como el sol a la lluvia. Los ángeles que observaron la escena entonan cantos gozosos. 

Estas crisis se producen también entre marido y mujer. A menos que ellos estén bajo la influencia del Espíritu de Dios, manifestarán en tales ocasiones el mismo espíritu impulsivo e irracional que se revela tan a menudo en los niños. Esa lucha entre dos voluntades será entonces parecida al choque del pedernal contra el pedernal. 

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