Testimonios para la Iglesia, Vol. 7, p. 200-208, día 406

El Señor busca a hombres que vean la obra en toda su grandeza y que entiendan los principios que han ido entrelazados con ella desde sus comienzos. El no aceptará que un orden mundano de cosas se introduzca para moldear la obra de acuerdo con lineamientos completamente diferentes de los que él ha marcado para su pueblo. La obra debe ostentar el carácter de su Originador. 

La misericordia y la verdad se encontraron en el sacrificio de Cristo por los hombres caídos, y la justicia y la paz se besaron. Cuando estos atributos se separan de la obra más grandiosa y aparentemente de mejor éxito, a ésta no le queda nada. 

Dios no ha singularizado a unos pocos hombres para concederles su favor mientras deja a los demás sin cuidar de ellos. El nunca encumbrará a uno en tanto que echa a otro por el suelo para oprimirlo. Todos los que se hayan convertido genuinamente manifestarán el mismo espíritu. Tratarán a su prójimo como tratarían a Cristo. Ninguno ignorará los derechos del otro. 

Los siervos de Dios deberían tener un respeto tan grande por la obra sagrada que manejan, que no introducirán en ella ni siquiera un vestigio de egoísmo. 

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Fe y valor

El señor ordenó a Moisés que refiriese a los hijos de Israel cómo los había librado del yugo de Egipto y les había conservado milagrosamente la vida en el desierto. Moisés debía recordarles su incredulidad, sus murmuraciones cuando fueron probados, así como la gran misericordia y tierna bondad del Señor que no los abandonaron nunca. Ello debía estimular su fe y fortalecer su valor. Al par que comprenderían su estado de debilidad y pecado, se darían cuenta también de que Dios era su justicia y fortaleza. 

De igual importancia es hoy que el pueblo de Dios recuerde los lugares y circunstancias en que fue probado, en que su fe desfalleció, en que hizo peligrar su causa por su incredulidad y confianza en sí mismo. La misericordia de Dios, su providencia, sus libramientos inolvidables deben ser recordados uno tras otro. A medida que el pueblo de Dios repase así lo pasado, debe comprender que el Señor repite su trato. Debe prestar atención a las advertencias que le son dadas y guardarse de volver a caer en las mismas faltas. Renunciando a toda confianza en sí mismos, los hijos de Dios deben confiar en él para que los guarde del pecado que podría deshonrar su nombre. Cada vez que Satanás obtiene una victoria, hay almas que peligran; algunos caen bajo sus tentaciones y no pueden recuperarse. Avancen con prudencia los que hayan cometido alguna falta, y a cada paso oren como el salmista: “Sustenta mis pasos en tus caminos, para que mis pies no resbalen”. Salmos 17:5. 

Dios manda pruebas para saber quiénes permanecerán fieles cuando se hallen expuestos a la tentación. Coloca a cada uno en situaciones difíciles para ver si confiará en una potencia superior. Cada uno posee rasgos de carácter todavía ignorados y que deben ser puestos en evidencia por la prueba. Dios permite que aquellos que confían en sí mismos sean gravemente tentados, a fin de que puedan comprender su incapacidad. 

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Cuando sobrevienen pruebas; cuando vemos delante de nosotros, no una gran prosperidad, sino, por el contrario, una situación que exige algún sacrificio de parte de todos, ¿cómo recibimos las insinuaciones de Satanás de que nos esperan momentos extremadamente penosos? Si escuchamos lo que él nos sugiere, perderemos nuestra confianza en Dios. En un tiempo tal, debemos recordar que Dios cuida siempre de sus instituciones. Debemos considerar la obra que realizó y las reformas que hizo. Debemos juntar las pruebas de las bendiciones del cielo, las bendiciones ya recibidas de lo alto, y decir: “Señor, creemos en ti. La casa editorial te pertenece, y no queremos faltar ni dejarnos desanimar. Tú nos has honrado poniéndonos en relación con tu institución; permaneceremos en tu camino para hacer justicia y juicio; haremos nuestra parte resueltos a permanecer leales a tu obra”. 

Si nos falta fe en el punto en que nos encontramos cuando se presentan las dificultades, nos faltará la fe dondequiera que estemos. 

Lo que más necesitamos es fe en Dios. Cuando miramos el lado oscuro de las cosas, perdemos nuestro punto de apoyo en el Señor Dios de Israel. Cuando abrimos nuestros corazones al temor, la senda del progreso queda obstruida por la incredulidad. No abriguemos nunca el sentimiento de que Dios ha abandonado su obra. 

No habrá que hablar tanto sin fe, ni imaginar que éste o aquél estorba la marcha. Id adelante con fe. Confiad en que el Señor abrirá camino delante de su obra. Entonces hallaréis reposo en Cristo. Si cultiváis la fe, si os ponéis en relaciones normales con Dios, y por oraciones fervientes os identificáis con vuestro deber, seréis usados por el Espíritu Santo. Los numerosos problemas que hoy parecen sin solución, podréis resolverlos por vuestra propia cuenta confiando de continuo en Dios. No es necesario que estéis en dolorosa incertidumbre, pues vivís bajo la dirección del Espíritu Santo. Podéis andar y trabajar con confianza. 

Debemos tener menos fe en lo que podemos hacer, y más fe en lo que el Señor puede hacer por nosotros, si queremos tener manos limpias y corazones puros. No es vuestro el trabajo que realizáis; es de Dios. 

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Necesitamos más amor, más franqueza, menos sospechas y desconfianza. Debemos estar menos dispuestos a censurar y acusar. Esto es lo que ofende gravemente a Dios. El corazón necesita ser enternecido y subyugado por el amor. El estado de debilidad de nuestro pueblo proviene del hecho de que sus corazones no son rectos delante de Dios. El alejamiento de Dios es la causa de las condiciones difíciles que reinan en nuestras instituciones. 

No os acongojéis. Mirando las apariencias, quejándoos cuando se presentan dificultades, dais prueba de una fe débil y enfermiza. Por vuestras palabras y acciones, demostrad al contrario que vuestra fe es invencible. El Señor posee recursos innumerables. El mundo entero le pertenece. Mirad a Aquel que posee luz, potencia y capacidad. El bendecirá a todos aquellos que traten de comunicar luz y amor. 

El Señor desea que todos comprendan que su prosperidad está escondida con él en Cristo; que depende de su humildad, mansedumbre, obediencia sin reservas y devoción. Cuando hayan aprendido la lección que el gran Maestro enseña, cuando sepan morir a sí mismos y no poner nunca su confianza en el hombre, entonces, cuando le invoquen, el Señor será para ellos auxilio eficaz en cada dificultad. El dirigirá su juicio. Estará a su diestra para aconsejarles y les dirá: “Este es el camino, andad por él”. 

Hablen de fe y valor a los obreros los hermanos que ocupan puestos de responsabilidad. Echad vuestra red a la derecha del barco, es decir, del lado de la fe. Mientras dura el tiempo de gracia, mostrad lo que puede realizar una iglesia consagrada y viva. 

No comprendemos suficientemente el gran conflicto que pone frente a frente a los ejércitos invisibles de ángeles buenos y ángeles desleales. Los ángeles buenos y los malos luchan alrededor de cada hombre. No es un conflicto imaginario; no son batallas simuladas aquellas en que estamos empeñados. Tenemos que hacer frente a los adversarios más poderosos y nos incumbe decidir quiénes vencerán. Debemos hallar nuestra fuerza precisamente donde hallaron la suya los primeros discípulos. “Perseveraban unánimes en oración y ruego”. “De repente vino un estruendo del cielo como de un viento recio que corría, el cual hinchió toda la casa donde estaban sentados”. “Y fueron todos llenos del Espíritu Santo”. Hechos 1:14; 2:2, 4. 

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No hay excusa para la deserción o el desaliento, puesto que todas las promesas de la gracia celestial pertenecen a los que tienen hambre y sed de justicia. La intensidad del deseo representado por el hambre y la sed es una garantía de que lo que más necesitamos nos será otorgado. 

Tan pronto como reconocemos nuestra incapacidad para hacer la obra de Dios, y nos sometemos a él para ser guiados por su sabiduría, el Señor puede trabajar con nosotros. Si estamos dispuestos a desterrar el egoísmo de nuestra alma, él suplirá todas nuestras necesidades.

Colocad vuestra mente y vuestra voluntad donde el Espíritu Santo pueda alcanzarlas, pues él no usará la mente ni la conciencia de otro hombre para revelarse a vosotros. Estudiad la Palabra de Dios pidiendo fervientemente la impartición de su sabiduría. Consultad la razón santificada y enteramente sometida a la voluntad divina. 

Mirad a Jesús con sencillez y fe. Contemplad al Salvador hasta que vuestro espíritu desfallezca bajo el exceso de luz. Oramos y creemos sólo a medias. “Pedid, y se os dará”. Lucas 11:9. Orad, creed, fortaleceos unos a otros. Orad como nunca habéis orado, para que el Señor ponga su mano sobre vosotros, y seáis habilitados para comprender la longitud, la anchura, la profundidad y la altura del amor de Cristo, que sobrepuja todo entendimiento, y estéis henchidos de la plenitud de Dios. 

El hecho de que somos llamados a soportar pruebas demuestra que el Señor Jesús ve en nosotros algo muy precioso, que desea desarrollar. Si no viese en nosotros algo que puede glorificar su nombre, no dedicaría tiempo a refinarnos. No nos esmeramos en podar zarzas. Cristo no arroja a su horno piedras sin valor. Lo que él purifica es mineral valioso. 

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El herrero pone el hierro y el acero en el fuego para saber qué clase de metal es. El Señor permite que sus escogidos sean puestos en el horno de la aflicción, a fin de ver cuál es su temple, y si podrá moldearlos para su obra. 

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La abnegación

Las leyes del reino de Cristo son sencillas, y sin embargo tan completas que cualquier adición humana no hará sino crear confusión. Y mientras más sencillos sean nuestros planes de trabajo al servicio de Dios, tanto mayores serán nuestras realizaciones. La adopción de planes mundanos en la obra de Dios es una invitación al desastre y la derrota. La sencillez y la humildad caracterizarán cada esfuerzo efectivo que se haga para el progreso de su reino. 

Para que el Evangelio pueda llegar a toda nación, tribu, lengua, y pueblo, se necesita practicar el principio de la abnegación. Los que ocupan posiciones de confianza deben actuar como mayordomos fieles en todas las cosas, protegiendo concienzudamente los fondos creados por el pueblo. Se debe ejercer cuidado para prevenir cualquier gasto innecesario. Al levantar edificios y proveer diversas instalaciones para la obra, debemos cuidar de no hacer planes demasiado elaborados que consuman dinero innecesariamente; porque en cada caso esto significa una incapacidad de proveer medios para la extensión de la obra en otros campos, especialmente en tierras extranjeras. No se deben retirar fondos de la tesorería para establecer instituciones en el territorio nacional, a riesgo de debilitar el progreso de la verdad en las regiones extranjeras.

El dinero de Dios no se debe utilizar solamente en nuestros territorios, sino también en países distantes, y en las islas de los mares. Si el pueblo de Dios no realiza esta labor, con toda seguridad él le quitará el poder que no utiliza adecuadamente. 

Hay muchos creyentes que tienen escasamente alimentos para sostenerse, y que a pesar de su abyecta pobreza traen diezmos y ofrendas a la tesorería del Señor. Muchos que saben lo que es sostener la causa de Dios en circunstancias difíciles y angustiosas, han invertido medios en las casas publicadoras. Voluntariamente han soportado penurias y privaciones, mientras han velado y orado por el buen éxito de la obra. Sus donativos y sacrificios expresan la ferviente gratitud de sus corazones por Aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable. Sus oraciones y ofrendas ascienden como testimonio delante de Dios. Ningún incienso más fragante se eleva a los cielos. 

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Pero en toda su extensión la obra de Dios es una sola, y los mismos principios deberían practicarse en todos sus aspectos. Debe portar la estampa del trabajo misionero. Cada departamento de la causa está relacionado con todos los sectores del campo evangélico, y el mismo espíritu que controla a un solo departamento se dejará sentir en todo el campo. Si una parte de los obreros recibe sueldos elevados, otros, en diferentes ramas de la obra, también exigirán sueldos elevados, y el espíritu de abnegación se debilitará. Otras instituciones se contagiarán con el mismo espíritu y el favor del Señor les será retirado, porque él no puede sancionar jamás el egoísmo. De ese modo cesaría nuestro trabajo agresivo. Es imposible hacerlo avanzar sin un sacrificio constante. De todas partes del mundo llegan pedidos en procura de hombres y medios para llevar la obra adelante. ¿Nos veremos obligados a decir: “Deben esperar; no tenemos fondos en la tesorería”? 

Algunos de los hombres experimentados y piadosos, que se destacaron al servicio de esta obra, ahora duermen en sus tumbas. Como representantes del Señor, eran canales señalados por Dios a través de los cuales se comunicarían a la iglesia los principios de la vida espiritual. Habían logrado una experiencia del más alto valor. No se los podía comprar ni vender. Su pureza y devoción y abnegación, su conexión viviente con Dios, fueron bendecidas para la edificación de la obra. Nuestras instituciones se caracterizaban por el espíritu de abnegación. 

En los días cuando luchábamos con la pobreza, los que vieron cuán maravillosamente obraba Dios en favor de su causa sentían que no se les podría conceder un honor más grande que el de hallarse unidos con los intereses de la obra por medio de los lazos sagrados que los conectaban con Dios. ¿Depondrían ellos la carga para discutir términos financieros con el Señor? No, no. Aunque cada mercenario abandonara su puesto, ellos no desertarían jamás. 

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En los primeros años de la causa, los creyentes que se sacrificaban para levantar la obra, estaban imbuidos del mismo espíritu. Sentían que para lograr el éxito de la obra, Dios requería una consagración sin reservas de todos los que estaban relacionados con su causa: de cuerpo, alma y espíritu, y de todas sus energías y habilidades. 

Pero la obra se ha deteriorado en algunos respectos. Mientras ha crecido en extensión y posesiones materiales, su piedad ha disminuido. 

La historia de Salomón contiene una lección para nosotros. La vida temprana de este rey de Israel fue radiante y promisoria. Eligió la sabiduría de Dios, y la gloria de su reino despertó la admiración del mundo. Tanto su fuerza como su carácter pudieron desarrollarse acercándose cada vez más a la semejanza del carácter de Dios; pero, qué triste fue su historia; se lo elevó a las más sagradas posiciones de confianza, pero demostró ser infiel. En él crecieron la autosuficiencia, el orgullo y la exaltación del yo. La codicia de poder político y de autoexaltación lo indujeron a formar alianzas con las naciones paganas. Tuvo que pagar un precio terrible por la plata de Tarsis y el oro de Ofir, pues los procuró a expensas de su propia integridad y la traición de cometidos sagrados. La asociación con los idólatras corrompió su fe; un paso falso condujo a otro; se rompieron las barreras que Dios había erigido para la seguridad de su pueblo; la poligamia corrompió su vida; y por fin sucumbió a la adoración de dioses falsos. Un carácter que había sido firme, puro y elevado, se hizo débil y manchado por la ineficiencia moral. 

No faltaron los consejeros perversos que hicieron desviar a su antojo aquella mente, una vez noble e independiente, porque había desechado a Dios como su guía y consejero. Su agudo discernimiento se embotó; cambió el espíritu considerado y concienzudo de los años tempranos de su reinado. La gratificación propia llegó a ser su dios; y, como resultado, su reinado se caracterizó por un juicio severo y llegó a ser una cruel tiranía. Las extravagancias de su complacencia egoísta exigieron el pago de impuestos agobiadores de parte de los pobres. Después de ser el rey más sabio que jamás ostentara un cetro, Salomón se transformó en un déspota. Como rey había sido el ídolo de la nación, y se copiaban sus palabras y acciones. Su ejemplo ejerció una influencia cuyos resultados se conocerán totalmente sólo cuando las obras de todos pasen en revista delante de Dios, y cada hombre sea juzgado por las acciones realizadas en el cuerpo. 

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¡Oh, cómo puede Dios soportar las malas acciones de aquellos que han tenido gran luz y grandes ventajas, y a pesar de ellas han seguido el curso de su propia elección, para su eterno perjuicio! Salomón, quien en la dedicación del templo había encargado solemnemente al pueblo: “Sea, pues, perfecto vuestro corazón para con Jehová nuestro Dios” (1 Reyes 8:61), eligió su propio camino, y su corazón se apartó de Dios. Esa mente que una vez había estado entregada a Dios y había sido inspirada por él para escribir las palabras más preciosas de la sabiduría (el libro de los Proverbios) -verdades que se inmortalizaron-, esa mente noble, se volvió incompetente, débil en fuerza moral, como resultado de sus alianzas perversas y de ceder a la tentación, y Salomón se deshonró a sí mismo, deshonró a Israel y deshonró a Dios. 

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