Este capítulo está basado en Romanos.
Después de muchas demoras inevitables, Pablo llegó por fin a Corinto, escenario de tan ansiosas labores pasadas, y por un tiempo el objeto de su profunda solicitud. Encontró que muchos de los primeros creyentes todavía le consideraban con afecto como el que les había llevado primero la luz del Evangelio. Cuando saludó a estos discípulos y vió las evidencias de su fidelidad y celo, se regocijó porque su trabajo en Corinto no había sido estéril.
Los creyentes corintios, una vez tan propensos a perder de vista su alta vocación en Cristo, habían desarrollado fuerza de carácter cristiano. Sus palabras y hechos revelaban el poder transformador de la gracia de Dios, y eran ahora una poderosa fuerza para el bien en ese centro de paganismo y superstición. En la asociación de sus amados compañeros y estos fieles conversos, el cansado y turbado espíritu del apóstol halló reposo.
Durante su estada en Corinto tuvo Pablo tiempo para vislumbrar nuevos y más dilatados campos de servicio. Pensaba especialmente en su proyectado viaje a Roma. Una de sus más caras esperanzas y acariciados planes era ver firmemente establecida la fe cristiana en la gran capital del mundo conocido. Ya había una iglesia en Roma y el apóstol deseaba obtener la cooperación de sus miembros para la obra que debía hacerse en Italia y otros países. A fin de preparar el camino para sus labores entre aquellos hermanos, muchos de los cuales le eran todavía desconocidos, les escribió una carta anunciándoles su propósito de visitar a Roma y su esperanza de enarbolar el estandarte de la cruz en España.
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En su Epístola a los Romanos, Pablo expuso los grandes principios del Evangelio. Declaró su posición respecto a las cuestiones que perturbaban a las iglesias judías y gentiles, y mostró que las esperanzas y promesas que habían pertenecido una vez especialmente a los judíos, se ofrecían ahora también a los gentiles.
Con gran claridad y poder el apóstol presentó la doctrina de la justificación por la fe en Cristo. Esperaba que otras iglesias también fueran ayudadas por la instrucción enviada a los cristianos de Roma. ¡Pero cuán obscuramente podía prever la extensa influencia de sus palabras! A través de todos los siglos, la gran verdad de la justificación por la fe ha subsistido como un poderoso faro para guiar a los pecadores arrepentidos al camino de la vida. Fué esta luz la que disipó las tinieblas que envolvían la mente de Lutero, y le reveló el poder de la sangre de Cristo para limpiar del pecado. La misma luz ha guiado a la verdadera fuente de perdón y paz a miles de almas abrumadas por el pecado. Todo creyente cristiano tiene verdaderamente motivo para agradecer a Dios por la epístola dirigida a la iglesia de Roma.
En esta carta, Pablo expresó libremente su preocupación por los judíos. Siempre, desde su conversión, había anhelado ayudar a sus hermanos judíos a obtener una clara comprensión del mensaje evangélico. “La voluntad de mi corazón y mi oración a Dios sobre Israel—declaró él—es para salud.”
No era un deseo común que sentía el apóstol. Pedía constantemente a Dios que le permitiera trabajar en favor de los israelitas que no reconocían a Jesús de Nazaret como el Mesías prometido. “Verdad digo en Cristo—aseguró a los creyentes de Roma,—no miento, dándome testimonio mi conciencia en el Espíritu Santo, que tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón. Porque deseara yo mismo ser apartado de Cristo por mis hermanos, los que son mis parientes según la carne; que son Israelitas, de los cuales es la adopción, y la gloria, y el pacto, y la data de la ley, y el culto, y las promesas; cuyos son los padres, y de los cuales es Cristo según la carne, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos.”
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Los judíos eran el pueblo escogido de Dios, por medio del cual se había propuesto bendecir a todo el género humano. De entre ellos Dios había levantado muchos profetas. Estos habían predicho el advenimiento de un Redentor que iba a ser rechazado y muerto por aquellos que hubieran debido ser los primeros en reconocerlo como el Prometido.
El profeta Isaías, mirando hacia adelante a través de los siglos y presenciando el rechazamiento de profeta tras profeta y finalmente el del Hijo de Dios, fué inspirado a escribir concerniente a la aceptación del Redentor por aquellos que nunca antes habían sido contados entre los hijos de Israel. Refiriéndose a esta profecía, Pablo declara: “E Isaías determinadamente dice: Fuí hallado de los que no me buscaban; manifestéme a los que no preguntaban por mí. Mas acerca de Israel dice: Todo el día extendí mis manos a un pueblo rebelde y contradictor.”
Aunque Israel rechazó a su Hijo, Dios no los rechazó a ellos. Escuchemos cómo continúa Pablo su argumento: “Digo pues: ¿Ha desechado Dios a su pueblo? En ninguna manera. Porque también yo soy Israelita, de la simiente de Abraham, de la tribu de Benjamín. No ha desechado Dios a su pueblo, al cual antes conoció. ¿O no sabéis qué dice de Elías la Escritura? como hablando con Dios contra Israel dice: Señor, a tus profetas han muerto, y tus altares han derruído; y yo he quedado solo, y procuran matarme. Mas ¿qué le dice la divina respuesta? He dejado para mí siete mil hombres, que no han doblado la rodilla delante de Baal. Así también, aun en este tiempo han quedado reliquias por la elección de gracia.”
Israel había tropezado y caído, pero esto no hacía imposible que se volviera a levantar. En respuesta a la pregunta: “¿Han tropezado para que cayesen?” el apóstol replica: “En ninguna manera; mas por el tropiezo de ellos vino la salud a los Gentiles, para que fuesen provocados a celos. Y si la falta de ellos es la riqueza del mundo, y el menoscabo de ellos la riqueza de los Gentiles, ¿cuánto más el henchimiento de ellos? Porque a vosotros hablo, Gentiles. Por cuanto pues, yo soy apóstol de los Gentiles, mi ministerio honró, por si en alguna manera provocase a celos a mi carne, e hiciese salvos a algunos de ellos. Porque si el extrañamiento de ellos es la reconciliación del mundo, ¿qué será el recibimiento de ellos, sino vida de los muertos?”
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Era el propósito de Dios que su gracia se revelara entre los gentiles tanto como entre los israelitas. Esto había sido anunciado claramente en las profecías del Antiguo Testamento. El apóstol usa algunas de estas profecías en su argumento. “¿O no tiene potestad el alfarero—pregunta—para hacer de la misma masa un vaso para honra, y otro para vergüenza? ¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar la ira y hacer notoria su potencia, soportó con mucha mansedumbre los vasos de ira preparados para muerte, y para hacer notorias las riquezas de su gloria, mostrólas para con los vasos de misericordia que él ha preparado para gloria; los cuales también ha llamado, es a saber, a nosotros, no sólo de los Judíos, mas también de los Gentiles? Como también en Oseas dice: Llamaré al que no era mi pueblo, pueblo mío; y a la no amada, amada. Y será, que en el lugar donde les fué dicho: Vosotros no sois pueblo mío: allí serán llamados hijos del Dios viviente.” Véase Oseas 1:10.
A pesar del fracaso de Israel como nación, había entre ellos un buen remanente que se salvaría. En el tiempo del advenimiento del Salvador, había hombres y mujeres fieles que habían recibido con alegría el mensaje de Juan el Bautista, y habían sido inducidos así a estudiar de nuevo las profecías concernientes al Mesías. Cuando se fundó la iglesia cristiana primitiva, estaba compuesta de estos fieles judíos que reconocieron a Jesús de Nazaret como Aquel cuyo advenimiento habían anhelado. A este remanente se refiere Pablo cuando escribe: “Si el primer fruto es santo, también lo es todo, y si la raíz es santa, también lo son las ramas.”
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Pablo compara el residuo de Israel a un noble olivo, algunas de cuyas ramas habían sido cortadas. Compara a los gentiles a las ramas de un olivo silvestre, injertadas en la cepa madre. “Que si algunas de las ramas fueron quebradas—escribe a los creyentes gentiles,—y tú, siendo acebuche, has sido ingerido en lugar de ellas, y has sido hecho participante de la raíz y de la grosura de la oliva; no te jactes contra las ramas; y si te jactas, sabe que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti. Pues las ramas, dirás, fueron quebradas para que yo fuese ingerido. Bien: por su incredulidad fueron quebrados, mas tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, antes teme, que si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco no perdone. Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios: la severidad ciertamente en los que cayeron; mas la bondad para contigo, si permanecieres en la bondad; pues de otra manera tú también serás cortado.”
Por la incredulidad y el rechazamiento del propósito del Cielo para con él, Israel como nación había perdido su relación con Dios. Pero Dios podía unir a la verdadera cepa de Israel las ramas que habían sido separadas de la cepa madre: el residuo que había permanecido fiel al Dios de sus padres. “Y aun ellos—declara el apóstol respecto a las ramas quebradas,—si no permanecieren en incredulidad, serán ingeridos; que poderoso es Dios para volverlos a ingerir.” “Si tú—escribe a los gentiles—eres cortado del natural acebuche, y contra natura fuiste ingerido en la oliva, ¿cuánto más éstos, que son las ramas naturales, serán ingeridos en su oliva?
“Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis acerca de vosotros mismos arrogantes: que el endurecimiento en parte ha acontecido en Israel, hasta que haya entrado la plenitud de los Gentiles; y luego todo Israel será salvo; como está escrito: Vendrá de Sión el Libertador, que quitará de Jacob la impiedad; y éste es mi pacto con ellos, cuando quitare sus pecados. Así que, cuanto al evangelio, son enemigos por causa de vosotros: mas cuanto a la elección, son muy amados por causa de los padres. Porque sin arrepentimiento son las mercedes y la vocación de Dios. Porque como también vosotros en algún tiempo no creísteis a Dios, mas ahora habéis alcanzado misericordia por la incredulidad de ellos; así también éstos ahora no han creído, para que, por la misericordia para con vosotros, ellos también alcancen misericordia.
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“Porque Dios encerró a todos en incredulidad, para tener misericordia de todos. ¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿o quién fué su consejero? ¿O quién le dió a él primero, para que le sea pagado? Porque de él, y por él, y en él, son todas las cosas. A él sea gloria por siglos.”
Así muestra Pablo que Dios es abundantemente capaz de transformar el corazón del judío y del gentil igualmente y de conceder a todo creyente en Cristo las bendiciones prometidas a Israel. El repite las declaraciones de Isaías concernientes al pueblo de Dios: “Si fuere el número de los hijos de Israel como la arena de la mar, las reliquias serán salvas: porque palabra consumidora y abreviadora en justicia, porque palabra abreviada, hará el Señor sobre la tierra. Y como antes dijo Isaías: Si el Señor de los ejércitos no nos hubiera dejado simiente, como Sodoma habríamos venido a ser, y a Gomorra fuéramos semejantes.”
Cuando Jerusalén fué destruída y el templo reducido a ruinas, muchos miles de judíos fueron vendidos, para que fueran esclavos en países paganos. Como restos de un naufragio en una playa desierta, fueron esparcidos entre las naciones. Por mil ochocientos años los judíos han vagado de país en país por todo el mundo, y en ningún lugar se les ha dado oportunidad de recuperar su antiguo prestigio como nación. Maldecidos, odiados, perseguidos, de siglo en siglo la suya ha sido una herencia de sufrimiento.
No obstante la terrible sentencia pronunciada sobre los judíos como nación en ocasión de su rechazamiento de Jesús de Nazaret, han vivido de siglo en siglo muchos judíos nobles y temerosos de Dios, tanto hombres como mujeres, que sufrieron en silencio. Dios consoló sus corazones en la aflicción, y contempló con piedad su terrible suerte. Oyó las agonizantes oraciones de aquellos que le buscaban con todo corazón en procura de un correcto entendimiento de su Palabra. Algunos aprendieron a ver en el humilde Nazareno a quien sus padres rechazaron y crucificaron, al verdadero Mesías de Israel. Al percibir el significado de las profecías familiares por tanto tiempo obscurecidas por la tradición y la mala interpretación, sus corazones se llenaron de gratitud hacia Dios por el indecible don que otorga él a todo ser humano que escoge aceptar a Cristo como Salvador personal.
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Es a esta clase a la cual Isaías se refiere en su profecía: “Las reliquias serán salvas.” Desde los días de Pablo hasta ahora, Dios, por medio de su Santo Espíritu ha estado llamando a los judíos tanto como a los gentiles. “Porque no hay acepción de personas para con Dios,” declaró Pablo. El apóstol se considera a sí mismo deudor “a Griegos y a bárbaros,” tanto como a los judíos; pero nunca perdió de vista las indiscutibles ventajas de los judíos sobre otros, “lo primero ciertamente, que la palabra de Dios les ha sido confiada.” “El evangelio—declaró—es potencia de Dios para salud a todo aquel que cree; al Judío primeramente y también al Griego. Porque en él la justicia de Dios se descubre de fe en fe; como está escrito: Mas el justo vivirá por la fe.” Es de este Evangelio de Cristo, igualmente eficaz para el judío y el gentil, del que el apóstol en su Epístola a los Romanos declara que no se avergüenza.
Cuando este Evangelio se presente en su plenitud a los judíos, muchos aceptarán a Cristo como el Mesías. Entre los ministros cristianos son pocos los que han sido llamados a trabajar por el pueblo judío. Pero a éstos que han sido pasados por alto, tanto como a todos los otros, ha de darse el mensaje de misericordia y esperanza en Cristo.
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En la proclamación final del Evangelio, cuando una obra especial deberá hacerse en favor de las clases descuidadas hasta entonces, Dios espera que sus mensajeros manifiesten particular interés en el pueblo judío que se halla en todas partes de la tierra. Cuando las escrituras del Antiguo Testamento se combinen con las del Nuevo para explicar el eterno propósito de Jehová, eso será para muchos judíos como la aurora de una nueva creación, la resurrección del alma. Cuando vean al Cristo de la dispensación evangélica pintado en las páginas de las escrituras del Antiguo Testamento, y perciban cuán claramente explica el Nuevo Testamento al Antiguo, sus facultades adormecidas se despertarán y reconocerán a Cristo como el Salvador del mundo. Muchos recibirán por la fe a Cristo como su Redentor. En ellos se cumplirán las palabras: “A todos los que le recibieron, dióles potestad de ser hechos hijos de Dios, a los que creen en su nombre.” Juan 1:12.
Entre los judíos hay algunos que, como Saulo de Tarso, son poderosos en las Escrituras, y éstos proclamarán con poder la inmutabilidad de la ley de Dios. El Dios de Israel hará que esto suceda en nuestros días. No se ha acortado su brazo para salvar. Cuando sus siervos trabajen con fe por aquellos que han sido mucho tiempo descuidados y despreciados, su salvación se revelará.
“Por tanto, Jehová que redimió a Abraham, dice así a la casa de Jacob: No será ahora confundido Jacob, ni su rostro se pondrá pálido; porque verá a sus hijos, obra de mis manos en medio de sí, que santificarán mi nombre; y santificarán al Santo de Jacob, y temerán al Dios de Israel. Y los errados de espíritu aprenderán inteligencia, y los murmuradores aprenderán doctrina.” Isaías 29:22-24.