Este capítulo está basado en Mateo 24; Marcos 13; Lucas 21:5-38.
LAS palabras de Cristo a los sacerdotes y gobernantes: “He aquí vuestra casa os es dejada desierta,”1 habían llenado de terror su corazón. Afectaban indiferencia, pero seguían preguntándose lo que significaban esas palabras. Un peligro invisible parecía amenazarlos. ¿Podría ser que el magnífico templo que era la gloria de la nación iba a ser pronto un montón de ruinas? Los discípulos compartían ese presentimiento de mal, y aguardaban ansiosamente alguna declaración más definida de parte de Jesús. Mientras salían con él del templo, llamaron su atención a la fortaleza y belleza del edificio. Las piedras del templo eran del mármol más puro, de perfecta blancura y algunas de ellas de tamaño casi fabuloso. Una porción de la muralla había resistido el sitio del ejército de Nabucodonosor. En su perfecta obra de albañilería, parecía como una sólida piedra sacada entera de la cantera. Los discípulos no podían comprender cómo se podrían derribar esos sólidos muros.
Al ser atraída la atención de Cristo a la magnificencia del templo, ¡cuáles no deben haber sido los pensamientos que guardó para sí Aquel que había sido rechazado! El espectáculo que se le ofrecía era hermoso en verdad, pero dijo con tristeza: Lo veo todo. Los edificios son de veras admirables. Me mostráis esas murallas como aparentemente indestructibles; pero escuchad mis palabras: Llegará el día en que “no será dejada aquí piedra sobre piedra, que no sea destruída.”
Las palabras de Cristo habían sido pronunciadas a oídos de gran número de personas; pero cuando Jesús estuvo solo, Pedro, Juan, Santiago y Andrés vinieron a él mientras estaba sentado en el monte de las Olivas. “Dinos—le dijeron,—¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del mundo?” En su contestación a los discípulos, Jesús no consideró por separado la destrucción de Jerusalén y el gran día de su venida. Mezcló la descripción de estos dos acontecimientos. Si hubiese revelado a sus discípulos los acontecimientos futuros como los contemplaba él, no habrían podido soportar la visión. Por misericordia hacia ellos, fusionó la descripción de las dos grandes crisis, dejando a los discípulos estudiar por sí mismos el significado. Cuando se refirió a la destrucción de Jerusalén, sus palabras proféticas llegaron más allá de este acontecimiento hasta la conflagración final de aquel día en que el Señor se levantará de su lugar para castigar al mundo por su iniquidad, cuando la tierra revelará sus sangres y no encubrirá más sus muertos. Este discurso entero no fué dado solamente para los discípulos, sino también para aquellos que iban a vivir en medio de las últimas escenas de la historia de esta tierra.
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Volviéndose a los discípulos, Cristo dijo: “Mirad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán.” Muchos falsos mesías iban a presentarse pretendiendo realizar milagros y declarando que el tiempo de la liberación de la nación judía había venido. Iban a engañar a muchos. Las palabras de Cristo se cumplieron. Entre su muerte y el sitio de Jerusalén, aparecieron muchos falsos mesías. Pero esta amonestación fué dada también a los que viven en esta época del mundo. Los mismos engaños practicados antes de la destrucción de Jerusalén han sido practicados a través de los siglos, y lo serán de nuevo.
“Y oiréis guerras, y rumores de guerras: mirad que no os turbéis; porque es menester que todo esto acontezca; mas aún no es el fin.” Antes de la destrucción de Jerusalén, los hombres contendían por la supremacía. Se mataban emperadores. Se mataba también a los que se creía más cercanos al trono. Había guerras y rumores de guerras. “Es menester que todo esto acontezca—dijo Cristo;—mas aún no es el fin [de la nación judía como tal.] Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestilencias, y hambres, y terremotos por los lugares. Y todas estas cosas, principio de dolores.” Cristo dijo: A medida que los rabinos vean estas señales, declararán que son los juicios de Dios sobre las naciones por mantener a su pueblo escogido en servidumbre. Declararán que estas señales son indicios del advenimiento del Mesías. No os engañéis; son el principio de sus juicios. El pueblo se miró a sí mismo. No se arrepintió ni se convirtió para que yo lo sanase. Las señales que ellos presenten como indicios de su liberación de la servidumbre, os serán señales de su destrucción.
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“Entonces os entregarán para ser afligidos, y os matarán; y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre. Y muchos entonces serán escandalizados; y se entregarán unos a otros, y unos a otros se aborrecerán.” Todo esto lo sufrieron los cristianos. Hubo padres y madres que traicionaron a sus hijos e hijos que traicionaron a sus padres. Amigos hubo que entregaron a sus amigos al Sanedrín. Los perseguidores cumplieron su propósito matando a Esteban, Santiago y otros cristianos.
Mediante sus siervos, Dios dió al pueblo judío una última oportunidad de arrepentirse. Se manifestó por medio de sus testigos cuando se los arrestó, juzgó y encarceló. Sin embargo, sus jueces pronunciaron sobre ellos la sentencia de muerte. Eran hombres de quienes el mundo no era digno, y matándolos, los judíos crucificaban de nuevo al Hijo de Dios. Así sucederá nuevamente. Las autoridades harán leyes para restringir la libertad religiosa. Asumirán el derecho que pertenece a Dios solo. Pensarán que pueden forzar la conciencia que únicamente Dios debe regir. Aun ahora están comenzando; y continuarán esta obra hasta alcanzar el límite que no pueden pasar. Dios se interpondrá en favor de su pueblo leal, que observa sus mandamientos.
En toda ocasión en que haya persecución, los que la presencian se deciden o en favor de Cristo o contra él. Los que manifiestan simpatía por aquellos que son condenados injustamente demuestran su afecto por Cristo. Otros son ofendidos porque los principios de la verdad condenan directamente sus prácticas. Muchos tropiezan, caen y apostatan de la fe que una vez defendieron. Los que apostatan en tiempo de prueba llegarán, para conseguir su propia seguridad, a dar falso testimonio y a traicionar a sus hermanos. Cristo nos advirtió todo esto a fin de que no seamos sorprendidos por la conducta antinatural y cruel de los que rechazan la luz.
Cristo dió a sus discípulos una señal de la ruina que iba a venir sobre Jerusalén, y les dijo cómo podían escapar: “Cuando viereis a Jerusalem cercada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado. Entonces los que estuvieren en Judea, huyan a los montes; y los que en medio de ella, váyanse; y los que estén en los campos, no entren en ella. Porque estos son días de venganza: para que se cumplan todas las cosas que están escritas.” Esta advertencia fué dada para que la recordasen cuarenta años más tarde en ocasión de la destrucción de Jerusalén. Los cristianos obedecieron la amonestación y ni uno de ellos pereció cuando cayó la ciudad.
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“Orad, pues, que vuestra huída no sea en invierno ni en sábado,” dijo Cristo. El que hizo el sábado no lo abolió clavándolo en su cruz. El sábado no fué anulado por su muerte. Cuarenta años después de su crucifixión, había de ser considerado todavía sagrado. Durante cuarenta años, los discípulos debían orar por que su huída no fuese en sábado.
De la destrucción de Jerusalén, Cristo pasó rápidamente al acontecimiento mayor, el último eslabón de la cadena de la historia de esta tierra la venida del Hijo de Dios en majestad y gloria. Entre estos dos acontecimientos, estaban abiertos a la vista de Cristo largos siglos de tinieblas, siglos que para su iglesia estarían marcados con sangre, lágrimas y agonía. Los discípulos no podían entonces soportar la visión de estas escenas, y Jesús las pasó con una breve mención. “Habrá entonces grande aflicción—dijo,—cual no fué desde el principio del mundo hasta ahora, ni será. Y si aquellos días no fuesen acortados, ninguna carne sería salva; mas por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados.” Durante más de mil años iba a imperar contra los seguidores de Cristo una persecución como el mundo nunca la había conocido antes. Millones y millones de sus fieles testigos iban a ser muertos. Si Dios no hubiese extendido la mano para preservar a su pueblo, todos habrían perecido. “Mas por causa de los escogidos—dijo,—aquellos días serán acortados.”
Luego, en lenguaje inequívoco, nuestro Señor habla de su segunda venida y anuncia los peligros que iban a preceder a su advenimiento al mundo. “Si alguno os dijere: He aquí está el Cristo, o allí, no creáis. Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y darán señales grandes y prodigios; de tal manera que engañarán, si es posible, aun a los escogidos. He aquí os lo he dicho antes. Así que, si os dijeren: He aquí en el desierto está; no salgáis: He aquí en las cámaras; no creáis. Porque como el relámpago que sale del oriente y se muestra hasta el occidente, así será también la venida del Hijo del hombre.” Una de las señales de la destrucción de Jerusalén que Cristo había anunciado era: “Muchos falsos profetas se levantarán y engañarán a muchos.” Se levantaron falsos profetas que engañaron a la gente y llevaron a muchos al desierto. Magos y hechiceros que pretendían tener un poder milagroso arrastraron a la gente en pos de sí a las soledades montañosas. Pero esa profecía fué dada también para los últimos días. Se trataba de una señal del segundo advenimiento. Aun ahora hay falsos cristos y falsos profetas que muestran señales y prodigios para seducir a sus discípulos. ¿No oímos el clamor: “He aquí en el desierto está”? ¿No han ido millares al desierto esperando hallar a Cristo? Y de los miles de reuniones donde los hombres profesan tener comunión con los espíritus desencarnados, ¿no se oye ahora la invitación: “He aquí en las cámaras” está? Tal es la pretensión que el espiritismo expresa. Pero, ¿qué dice Cristo? “No creáis. Porque como el relámpago que sale del oriente y se muestra hasta el occidente, así será también la venida del Hijo del hombre.”
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El Salvador dió señales de su venida y aun más que eso, fijó el tiempo en que la primera de estas señales iba a aparecer. “Y luego después de la aflicción de aquellos días, el sol se obscurecerá, y la luna no dará su lumbre, y las estrellas caerán del cielo, y las virtudes de los cielos serán conmovidas. Y entonces se mostrará la señal del Hijo del hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del hombre que vendrá sobre las nubes del cielo, con grande poder y gloria. Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán sus escogidos de los cuatro vientos, de un cabo del cielo hasta el otro.”2
Cristo declaró que al final de la gran persecución papal, el sol se obscurecería y la luna no daría su luz. Luego las estrellas caerían del cielo. Y dice: “De la higuera aprended la parábola: Cuando ya su rama se enternece, y las hojas brotan, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando viereis todas estas cosas, sabed que está cercano, a las puertas.”
Cristo anuncia las señales de su venida. Declara que podemos saber cuándo está cerca, aun a las puertas. Dice de aquellos que vean estas señales: “No pasará esta generación, que todas estas cosas no acontezcan.” Estas señales han aparecido. Podemos saber con seguridad que la venida del Señor está cercana. “El cielo y la tierra pasarán—dice,—mas mis palabras no pasarán.”
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Cristo va a venir en las nubes y con grande gloria. Le acompañará una multitud de ángeles resplandecientes. Vendrá para resucitar a los muertos y para transformar a los santos vivos de gloria en gloria. Vendrá para honrar a los que le amaron y guardaron sus mandamientos, y para llevarlos consigo. No los ha olvidado ni tampoco ha olvidado su promesa. Volverán a unirse los eslabones de la familia. Cuando miramos a nuestros muertos, podemos pensar en la mañana en que la trompeta de Dios resonará, cuando “los muertos serán levantados sin corrupción, y nosotros seremos transformados.”3 Aun un poco más, y veremos al Rey en su hermosura. Un poco más, y enjugará toda lágrima de nuestros ojos. Un poco más, y nos presentará “delante de su gloria irreprensibles, con grande alegría.”4 Por lo tanto, cuando dió las señales de su venida, dijo: “Cuando estas cosas comenzaren a hacerse, mirad, y levantad vuestras cabezas, porque vuestra redención está cerca.”
Pero el día y la hora de su venida, Cristo no los ha revelado. Explicó claramente a sus discípulos que él mismo no podía dar a conocer el día o la hora de su segunda aparición. Si hubiese tenido libertad para revelarlo, ¿por qué habría necesitado exhortarlos a mantener una actitud de constante expectativa? Hay quienes aseveran conocer el día y la hora de la aparición de nuestro Señor. Son muy fervientes en trazar el mapa del futuro. Pero el Señor los ha amonestado a que se aparten de este terreno. El tiempo exacto de la segunda venida del Hijo del hombre es un misterio de Dios.
Cristo continuó señalando la condición del mundo en ocasión de su venida: “Como los días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre. Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día que Noé entró en el arca, y no conocieron hasta que vino el diluvio y llevó a todos, así será también la venida del Hijo del hombre.” Cristo no presenta aquí un milenario temporal, mil años en los cuales todos se han de preparar para la eternidad. Nos dice que como fué en los días de Noé, así será cuando vuelva el Hijo del hombre.
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¿Cómo era en los días de Noé?—“Vió Jehová que la malicia de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal.”5 Los habitantes del mundo antediluviano se apartaron de Jehová y se negaron a hacer su santa voluntad. Siguieron sus propias imaginaciones profanas e ideas pervertidas. Y a causa de su perversidad fueron destruídos; y hoy el mundo está siguiendo el mismo camino. No ofrece señales halagüeñas de gloria milenaria. Los transgresores de la ley de Dios están llenando la tierra de maldad. Sus apuestas, sus carreras de caballos, sus juegos, su disipación, sus prácticas concupiscentes, sus pasiones indomables, están llenando rápidamente el mundo de violencia.
En la profecía referente a la destrucción de Jerusalén, Cristo dijo: “Y por haberse multiplicado la maldad, la caridad [el amor] de muchos se resfriará. Mas el que perseverare hasta el fin, éste será salvo. Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, por testimonio a todos los Gentiles; y entonces vendrá el fin.” Esta profecía volverá a cumplirse. La abundante iniquidad de aquel día halla su contraparte en esta generación. Lo mismo ocurre con la predicción referente a la predicación del Evangelio. Antes de la caída de Jerusalén, Pablo, escribiendo bajo la inspiración del Espíritu Santo, declaró que el Evangelio había sido predicado a “toda criatura que está debajo del cielo.”6 Así también ahora, antes de la venida del Hijo del hombre, el Evangelio eterno ha de ser predicado “a toda nación y tribu y lengua y pueblo.”7
Dios “ha establecido un día, en el cual ha de juzgar al mundo.”8 Cristo nos dice cuándo ha de iniciarse ese día. No afirma que todo el mundo se convertirá, sino que “será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, por testimonio a todos los Gentiles; y entonces vendrá el fin.” Mediante la proclamación del Evangelio al mundo, está a nuestro alcance apresurar la venida de nuestro Señor. No sólo hemos de esperar la venida del día de Dios, sino apresurarla.9 Si la iglesia de Cristo hubiese hecho su obra como el Señor le ordenaba, todo el mundo habría sido ya amonestado, y el Señor Jesús habría venido a nuestra tierra con poder y grande gloria.
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Después que hubo indicado las señales de su venida, Cristo dijo: “Cuando viereis hacerse estas cosas, conoced que está cerca, a las puertas.” “Mirad, velad y orad.” Dios advirtió siempre a los hombres los juicios que iban a caer sobre ellos. Los que tuvieron fe en su mensaje para su tiempo y actuaron de acuerdo con ella, en obediencia a sus mandamientos, escaparon a los juicios que cayeron sobre los desobedientes e incrédulos. A Noé fueron dirigidas estas palabras: “Entra tú y toda tu casa en el arca; porque a ti he visto justo delante de mí.” Noé obedeció y se salvó. Este mensaje llegó a Lot: “Levantaos, salid de este lugar; porque Jehová va a destruir esta ciudad.”10 Lot se puso bajo la custodia de los mensajeros celestiales y se salvó. Así también los discípulos de Cristo fueron advertidos acerca de la destrucción de Jerusalén. Los que se fijaron en la señal de la ruina inminente y huyeron de la ciudad escaparon a la destrucción. Así también ahora hemos sido advertidos acerca de la segunda venida de Cristo y de la destrucción que ha de sobrecoger al mundo. Los que presten atención a la advertencia se salvarán.
Por cuanto no sabemos la hora exacta de su venida, se nos ordena que velemos. “Bienaventurados aquellos siervos, a los cuales cuando el Señor viniere, hallare velando.”11 Los que velan esperando la venida de su Señor no aguardan en ociosa expectativa. La espera de la venida de Cristo debe inducir a los hombres a temer al Señor y sus juicios sobre los transgresores. Les ha de hacer sentir cuán grande pecado es rechazar sus ofrecimientos de misericordia. Los que aguardan al Señor purifican sus almas obedeciendo la verdad. Con la vigilancia combinan el trabajo ferviente. Por cuanto saben que el Señor está a las puertas, su celo se vivifica para cooperar con los seres divinos y trabajar para la salvación de las almas. Estos son los siervos fieles y prudentes que dan a la familia del Señor “a tiempo … su ración.”11 Declaran la verdad que tiene aplicación especial a su tiempo. Como Enoc, Noé, Abrahán y Moisés declararon cada uno la verdad para su tiempo, así también los siervos de Cristo dan ahora la amonestación especial para su generación.
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Pero Cristo presenta otra clase: “Y si aquel siervo malo dijere en su corazón: Mi señor se tarda en venir: y comenzare a herir a sus consiervos, y aun a comer y a beber con los borrachos; vendrá el señor de aquel siervo en el día que no espera.”
El mal siervo dice en su corazón: “Mi señor se tarda en venir.” No dice que Cristo no vendrá. No se burla de la idea de su segunda venida. Pero en su corazón y por sus acciones y palabras, declara que la venida de su Señor tarda. Destierra del ánimo ajeno la convicción de que el Señor va a venir prestamente. Su influencia induce a los hombres a una demora presuntuosa y negligente. Los confirma en su mundanalidad y estupor. Las pasiones terrenales y los pensamientos corruptos se posesionan de su mente. El mal siervo come y bebe con los borrachos, y se une con el mundo en la búsqueda de placeres. Hiere a sus consiervos acusando y condenando a los que son fieles a su Maestro. Se asocia con el mundo. Siendo semejantes, participan juntos en la transgresión. Es una asimilación temible. Juntamente con el mundo, queda entrampado. Se nos advierte: “Vendrá el Señor de aquel siervo … a la hora que no sabe, y le cortará por medio, y pondrá su parte con los hipócritas.”
“Y si no velares, vendré a ti como ladrón, y no sabrás en qué hora vendré a ti.”12 El advenimiento de Cristo sorprenderá a los falsos maestros. Están diciendo: “Paz y seguridad.” Como los sacerdotes y doctores antes de la caída de Jerusalén, esperan que la iglesia disfrute de prosperidad terrenal y gloria. Interpretan las señales de los tiempos como indicios de esto. Pero ¿qué dice la Palabra inspirada? “Vendrá sobre ellos destrucción de repente.”13 El día de Dios vendrá como ladrón sobre todos los que moran en la faz de la tierra, que hacen de este mundo su hogar. Viene para ellos como ladrón furtivo.
El mundo, lleno de orgías, de placeres impíos, está dormido en la seguridad carnal. Los hombres están postergando la venida del Señor. Se burlan de las amonestaciones. Orgullosamente se jactan diciendo: “Todas las cosas permanecen así como desde el principio.” “Será el día de mañana como éste, o mucho más excelente.”14 Nos hundiremos aun más en el amor a los deleites. Pero Cristo dice: “He aquí, yo vengo como ladrón.”15 En el mismo tiempo en que el mundo pregunta con desprecio: “¿Dónde está la promesa de su advenimiento?”14 se están cumpliendo las señales. Mientras claman: “Paz y seguridad,” se acerca la destrucción repentina. Cuando el escarnecedor, el que rechaza la verdad, se ha vuelto presuntuoso; cuando la rutina del trabajo en las diversas formas de ganar dinero se lleva a cabo sin consideración a los principios; cuando los estudiantes procuran ávidamente conocerlo todo menos la Biblia, Cristo viene como ladrón.
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En el mundo todo es agitación. Las señales de los tiempos son alarmantes. Los acontecimientos venideros proyectan ya sus sombras delante de sí. El Espíritu de Dios se está retirando de la tierra, y una calamidad sigue a otra por tierra y mar. Hay tempestades, terremotos, incendios, inundaciones, homicidios de toda magnitud. ¿Quién puede leer lo futuro? ¿Dónde hay seguridad? No hay seguridad en nada que sea humano o terrenal. Rápidamente los hombres se están colocando bajo la bandera que han escogido. Inquietos, están aguardando y mirando los movimientos de sus caudillos. Hay quienes están aguardando, velando y trabajando por la aparición de nuestro Señor. Otra clase se está colocando bajo la dirección del primer gran apóstata. Pocos creen de todo corazón y alma que tenemos un infierno que rehuir y un cielo que ganar.
La crisis se está acercando gradual y furtivamente a nosotros. El sol brilla en los cielos y recorre su órbita acostumbrada, y los cielos continúan declarando la gloria de Dios. Los hombres siguen comiendo y bebiendo, plantando y edificando, casándose y dándose en casamiento. Los negociantes siguen comprando y vendiendo. Los hombres siguen luchando unos con otros, contendiendo por el lugar más elevado. Los amadores de placeres siguen atestando los teatros, los hipódromos, los garitos de juego. Prevalece la más intensa excitación, y sin embargo el tiempo de gracia está llegando rápidamente a su fin, y cada caso está por ser decidido para la eternidad. Satanás ve que su tiempo es corto. Ha puesto todos sus agentes a trabajar a fin de que los hombres sean engañados, seducidos, ocupados y hechizados hasta que haya terminado el tiempo de gracia, y se haya cerrado para siempre la puerta de la misericordia.
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Solemnemente llegan hasta nosotros, a través de los siglos, las palabras amonestadoras de nuestro Señor desde el monte de las Olivas: “Mirad por vosotros, que vuestros corazones no sean cargados de glotonería y embriaguez, y de los cuidados de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día.” “Velad pues, orando en todo tiempo, que seáis tenidos por dignos de evitar todas estas cosas que han de venir y de estar en pie delante del Hijo del hombre.”