Capítulo 21—Un gran despertar religioso
En la profecía del primer mensaje angélico, en el capítulo 14 del Apocalipsis, se predice un gran despertamiento religioso bajo la influencia de la proclamación de la próxima venida de Cristo. Se ve un “ángel volando en medio del cielo, teniendo un evangelio eterno que anunciar a los que habitan sobre la tierra, y a cada nación, y tribu, y lengua, y pueblo”. “A gran voz” proclama el mensaje: “¡Temed a Dios y dadle gloria; porque ha llegado la hora de su juicio; y adorad al que hizo el cielo y la tierra, y el mar y las fuentes de agua!” Apocalipsis 14:6, 7 (VM).
La circunstancia de que se diga que es un ángel el heraldo de esta advertencia, no deja de ser significativa. La divina sabiduría tuvo a bien representar el carácter augusto de la obra que el mensaje debía cumplir y el poder y gloria que debían acompañarlo, por la pureza, la gloria y el poder del mensajero celestial. Y el vuelo del ángel “en medio del cielo”, la “gran voz” con la que se iba a dar la amonestación, y su promulgación a todos “los que habitan” “la tierra”—“a cada nación, y tribu, y lengua, y pueblo”—, evidencian la rapidez y extensión universal del movimiento.
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El mismo mensaje revela el tiempo en que este movimiento debe realizarse. Se dice que forma parte del “evangelio eterno”; y que anuncia el principio del juicio. El mensaje de salvación ha sido predicado en todos los siglos; pero este mensaje es parte del evangelio que solo podía ser proclamado en los últimos días, pues solo entonces podía ser verdad que la hora del juicio había llegado. Las profecías presentan una sucesión de acontecimientos que llevan al comienzo del juicio. Esto es particularmente cierto del libro de Daniel. Pero la parte de su profecía que se refería a los últimos días, debía Daniel cerrarla y sellarla “hasta el tiempo del fin”. Un mensaje relativo al juicio, basado en el cumplimiento de estas profecías, no podía ser proclamado antes de que llegásemos a aquel tiempo. Pero al tiempo del fin, dice el profeta, “muchos correrán de aquí para allá, y la ciencia será aumentada”. Daniel 12:4 (VM).
El apóstol Pablo advirtió a la iglesia que no debía esperar la venida de Cristo en tiempo de él. “Ese día—dijo—no puede venir, sin que” haya venido “primero la apostasía”, y sin que haya sido “revelado el hombre de pecado”. 2 Tesalonicenses 2:3 (VM). Únicamente después que se haya producido la gran apostasía y se haya cumplido el largo período del reino del “hombre de pecado”, podemos esperar el advenimiento de nuestro Señor. El “hombre de pecado”, que también es llamado “misterio de iniquidad”, “hijo de perdición” y “el inicuo”, representa al papado, el cual, como está predicho en las profecías, conservaría su supremacía durante 1.260 años. Este período terminó en 1798. La venida del Señor no podía verificarse antes de dicha fecha. San Pablo abarca con su aviso toda la dispensación cristiana hasta el año 1798. Solo después de esta fecha debía ser proclamado el mensaje de la segunda venida de Cristo.
Semejante mensaje no se predicó en los siglos pasados. San Pablo, como lo hemos visto, no lo predicó; predijo a sus hermanos la venida de Cristo para un porvenir muy lejano. Los reformadores no lo proclamaron tampoco. Martín Lutero fijo la fecha del juicio para cerca de trescientos años después de su época. Pero desde 1798 el libro de Daniel ha sido desellado, la ciencia de las profecías ha aumentado y muchos han proclamado el solemne mensaje del juicio cercano.
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Así como en el caso de la gran Reforma del siglo XVI, el movimiento adventista surgió simultáneamente en diferentes países de la cristiandad. Tanto en Europa como en América, hubo hombres de fe y de oración que fueron inducidos a estudiar las profecías, y que al escudriñar la Palabra inspirada, hallaron pruebas convincentes de que el fin de todas las cosas era inminente. En diferentes países había grupos aislados de cristianos, que por el solo estudio de las Escrituras, llegaron a creer que el advenimiento del Señor estaba cerca.
En 1821, tres años después de haber llegado Miller a su modo de interpretar las profecías que fijan el tiempo del juicio, el Dr. Joseph Wolff, “el misionero universal”, empezó a proclamar la próxima venida del Señor. Wolff había nacido en Alemania, de origen israelita, pues su padre era rabino. Desde muy temprano se convenció de la verdad de la religión cristiana. Dotado de inteligencia viva y dada a la investigación, solía prestar profunda atención a las conversaciones que se oían en casa de su padre mientras que diariamente se reunían piadosos correligionarios para recordar las esperanzas de su pueblo, la gloria del Mesías venidero y la restauración de Israel. Un día, cuando el niño oyó mencionar a Jesús de Nazaret, preguntó quién era. “Un israelita del mayor talento—le contestaron—; pero como aseveraba ser el Mesías, el tribunal judío le sentenció a muerte”. “¿Por qué entonces—siguió preguntando el niño—está Jerusalén destruida? ¿y por qué estamos cautivos?” “¡Ay, ay!—contestó su padre—. Es porque los judíos mataron a los profetas”. Inmediatamente se le ocurrió al niño que “tal vez Jesús de Nazaret había sido también profeta, y los judíos le mataron siendo inocente” (Travels and Adventures of the Rev. Joseph Wolff, tomo 1, p. 6). Este sentimiento era tan vivo, que a pesar de haberle sido prohibido entrar en iglesias cristianas, a menudo se acercaba a ellas para escuchar la predicación.
Cuando tenía apenas siete años habló un día con jactancia a un anciano cristiano vecino suyo del triunfo futuro de Israel y del advenimiento del Mesías. El anciano le dijo entonces con bondad: “Querido niño, te voy a decir quién fue el verdadero Mesías: fue Jesús de Nazaret, […] a quien tus antepasados crucificaron, como también habían matado a los antiguos profetas. Anda a casa y lee el capítulo cincuenta y tres de Isaías, y te convencerás de que Jesucristo es el Hijo de Dios”. Ibíd., 1:7. No tardó el niño en convencerse. Se fue a casa y leyó el pasaje correspondiente, maravillándose al ver cuán perfectamente se había cumplido en Jesús de Nazaret. ¿Serían verdad las palabras de aquel cristiano? El muchacho pidió a su padre que le explicara la profecía; pero este lo recibió con tan severo silencio que nunca más se atrevió a mencionar el asunto. Pero el incidente ahondó su deseo de saber más de la religión cristiana.
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El conocimiento que buscaba le era negado premeditadamente en su hogar judío; pero cuando tuvo once años dejó la casa de su padre y salió a recorrer el mundo para educarse por sí mismo y para escoger su religión y su profesión. Se albergó por algún tiempo en casa de unos parientes, pero no tardó en ser expulsado como apóstata, y solo y sin un centavo tuvo que abrirse camino entre extraños. Fue de pueblo en pueblo, estudiando con diligencia, y ganándose la vida enseñando hebreo. Debido a la influencia de un maestro católico, fue inducido a aceptar la fe romanista, y se propuso ser misionero para su propio pueblo. Con tal objeto fue, pocos años después, a proseguir sus estudios en el Colegio de la Propaganda, en Roma. Allí, su costumbre de pensar con toda libertad y de hablar con franqueza le hicieron tachar de herejía. Atacaba abiertamente los abusos de la iglesia, e insistía en la necesidad de una reforma. Aunque al principio fue tratado por los dignatarios papales con favor especial, fue luego alejado de Roma. Bajo la vigilancia de la iglesia fue de lugar en lugar, hasta que se hizo evidente que no se le podría obligar jamás a doblegarse al yugo del romanismo. Fue declarado incorregible, y se le dejó en libertad para ir donde quisiera. Se dirigió entonces a Inglaterra, y, habiendo abrazado la fe protestante, se unió a la iglesia anglicana. Después de dos años de estudio, dio principio a su misión en 1821.
Al aceptar la gran verdad del primer advenimiento de Cristo como “varón de dolores, experimentado en quebranto”, Wolff comprendió que las profecías presentan con igual claridad su segundo advenimiento en poder y gloria. Y mientras trataba de conducir a su pueblo a Jesús de Nazaret, como al Prometido, y a presentarle su primera venida en humillación como un sacrificio por los pecados de los hombres, le hablaba también de su segunda venida como rey y libertador.
“Jesús de Nazaret—decía—, el verdadero Mesías, cuyas manos y pies fueron traspasados, que fue conducido como cordero al matadero, que fue Varón de dolores y experimentado en quebranto, que vino por primera vez después que el cetro fue apartado de Judá y la vara de gobernador de entre sus pies, vendrá por segunda vez en las nubes del cielo y con trompeta de arcángel”. Wolff, Researches and Missionary Labors, 62. “Sus pies se asentarán sobre el Monte de los Olivos. Y el dominio sobre la creación, que fue dado primeramente a Adán y que le fue quitado después (Génesis 1:26; 3:17) será dado a Jesús. El será rey sobre toda la tierra. Cesarán los gemidos y lamentos de la creación y oiránse cantos de alabanza y acciones de gracias […]. Cuando Jesús venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles […] los creyentes que murieron resucitarán los primeros. 1 Tesalonicenses 4:16; 1 Corintios 15:23. Esto es lo que nosotros los cristianos llamamos la primera resurrección. Entonces el reino animal cambiará de naturaleza (Isaías 11:6-9), y será sometido a Jesús. Salmos 8. Prevalecerá la paz universal”. Journal of the Rev. Joseph Wolff, 378, 379. “El Señor volverá a mirar la tierra, y dirá que todo es muy bueno”. Ibíd., 294.
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Wolff creía inminente la venida del Señor. Según su interpretación de los períodos proféticos, la gran consumación debía verificarse en fecha no muy diferente de la señalada por Miller. A los que se fundaban en el pasaje: “Del día y hora nadie sabe”, para afirmar que nadie podía saber nada respecto a la proximidad del advenimiento, Wolff les contestaba: “¿Dijo el Señor que el día y la hora no se sabrían jamás? ¿No nos dio señales de los tiempos, para que reconociéramos siquiera la proximidad de su venida, como se reconoce la cercanía del estío por la higuera cuando brotan sus hojas? Mateo 24:32. ¿No conoceremos jamás ese tiempo, cuando él mismo nos exhortó no solo a leer la profecía de Daniel sino también a comprenderla? Y es precisamente en Daniel donde se dice que las palabras serían selladas hasta el tiempo del fin (lo que era el caso en su tiempo), y que ‘muchos correrán de aquí para allá’ (expresión hebraica que significa observar y pensar en el tiempo), y ‘la ciencia’ respecto a ese tiempo será aumentada. Daniel 12:4. Además, nuestro Señor no dice que la proximidad del tiempo no será conocida, sino que nadie sabe con exactitud el ‘día’ ni la ‘hora’. Dice que se sabrá bastante por las señales de los tiempos, para inducirnos a que nos preparemos para su venida, así como Noé preparó el arca”. Wolff, Researches and Missionary Labors, 404, 405.
Respecto al sistema popular de interpretar, o mejor dicho de torcer las Sagradas Escrituras, Wolff escribió: “La mayoría de las iglesias cristianas se ha apartado del claro sentido de las Escrituras, para adoptar el sistema fantástico de los budistas; creen que la dicha futura de la humanidad consistirá en cernerse en el aire, y suponen que cuando se lee judíos, debe entenderse gentiles; y cuando se lee Jerusalén, debe entenderse la iglesia; y que si se habla de la tierra, es por decir cielo; que por la venida del Señor debe entenderse el progreso de las sociedades de misiones; y que subir a la montaña de la casa del Señor significa una gran asamblea de los metodistas”. Journal of the Rev. Joseph Wolff, 96.
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Durante los veinticuatro años que transcurrieron de 1821 a 1845, Wolff hizo muchísimos viajes: recorrió en África, Egipto y Abisinia; en Asia, Palestina, Siria, Persia, Bokara y la India. Visitó también los Estados Unidos de Norteamérica, y de paso para aquel país predicó en la isla de Santa Elena. Llegó a Nueva York en agosto de 1837, y después de haber hablado en aquella ciudad, predicó en Filadelfia y Baltimore, y finalmente se dirigió a Washington. Allí, dice, “debido a una proposición hecha por el ex presidente John Quincy Adams, en una de las cámaras del congreso, se me concedió por unanimidad el uso del salón del congreso para una conferencia que di un sábado, y que fue honrada con la presencia de todos los miembros del congreso, como también del obispo de Virginia, y del clero y de los vecinos de Washington. El mismo honor me fue conferido por los miembros del gobierno de Nueva Jersey y de Pensilvania, en cuya presencia di conferencias sobre mis investigaciones en el Asia, como también sobre el reinado personal de Jesucristo”. Ibíd., 398, 399.
El Dr. Wolff visitó los países más bárbaros sin contar con la protección de ningún gobierno europeo, sufriendo muchas privaciones y rodeado de peligros sin número. Fue apaleado y reducido al hambre, vendido como esclavo y condenado tres veces a muerte. Fue atacado por bandidos y a veces estuvo a punto de morir de sed. Una vez fue despojado de cuanto poseía, y tuvo que andar centenares de millas a pie a través de las montañas, con la nieve azotándole la cara y con pies descalzos entumecidos por el contacto del suelo helado.
Cuando se le aconsejó que no fuera sin armas entre tribus salvajes y hostiles, declaró estar provisto de armas: “la oración, el celo por Cristo y la confianza en su ayuda”. “Además—decía—, llevo el amor de Dios y de mi prójimo en mi corazón, y la Biblia en la mano”. W. H. D. Adams, In Perils Oft, 192. Doquiera fuese llevaba siempre consigo la Biblia en hebreo e inglés. Hablando de uno de sus últimos viajes, dice: “Solía tener la Biblia abierta en mis manos. Sentía que mi fuerza estaba en el Libro, y que su poder me sostendría”. Ibíd., 201.