El Gran Conflicto – Día 081

Capítulo 32—¿Quiénes son los ángeles? 

La relación entre el mundo visible y el invisible, el ministerio de los ángeles de Dios y la influencia o intervención de los espíritus malos, son asuntos claramente revelados en las Sagradas Escrituras y como indisolublemente entretejidos con la historia humana. Nótase en nuestros días una tendencia creciente a no creer en la existencia de los malos espíritus, mientras que por otro lado muchas personas ven espíritus de seres humanos difuntos en los santos ángeles, que son “enviados para” servir a “los que han de heredar la salvación”. Hebreos 1:14 (VM). Pero las Escrituras no solo enseñan la existencia de los ángeles, tanto buenos como malos, sino que contienen pruebas terminantes de que estos no son espíritus desencarnados de hombres que hayan dejado de existir. 

Antes de la creación del hombre, había ya ángeles; pues cuando los cimientos de la tierra fueron echados, a una “las estrellas todas del alba alababan, y se regocijaban todos los hijos de Dios”. Job 38:7. Después de la caída del hombre, fueron enviados ángeles para guardar el árbol de la vida, y esto antes que ningún ser humano hubiese fallecido. Los ángeles son por naturaleza superiores al hombre, pues el salmista refiriéndose a este, dice: “Algo menor lo hiciste que los ángeles”. Salmos 8:6 (V. Bover-Cantera). 

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Las Santas Escrituras nos dan información acerca del número, del poder y de la gloria de los seres celestiales, de su relación con el gobierno de Dios y también con la obra de redención. “Jehová afirmó en los cielos su trono; y su reino domina sobre todos”. Y el profeta dice: “Oí voz de muchos ángeles alrededor del trono”. Ellos sirven en la sala del trono del Rey de los reyes, “ángeles, poderosos en fortaleza”, “ministros suyos”, que hacen “su voluntad”, “obedeciendo a la voz de su precepto”. Salmos 103:19-21; Apocalipsis 5:11. Millones de millones y millares de millares era el número de los mensajeros, celestiales vistos por el profeta Daniel. El apóstol Pablo habla de “las huestes innumerables de ángeles”. Hebreos 12:22 (VM). Como mensajeros de Dios, iban y volvían “a semejanza de relámpagos” (Ezequiel 1:14), tan deslumbradora es su gloria y tan veloz su vuelo. El ángel que apareció en la tumba del Señor, y cuyo “aspecto era como un relámpago y su vestido blanco como la nieve”, hizo que los guardias temblaran de miedo y quedaran “como muertos”. Mateo 28:3, 4. Cuando Senaquerib, el insolente monarca asirio, blasfemó e insultó a Dios y amenazó destruir a Israel, “aconteció que en aquella misma noche salió un ángel de Jehová, e hirió en el campamento de los asirios ciento ochenta y cinco mil hombres”. El ángel “destruyó a todos los hombres fuertes y valerosos, con los príncipes y los capitanes” del ejército de Senaquerib, quien “volvió con rostro avergonzado a su propia tierra”. 2 Reyes 19:35; 2 Crónicas 32:21 (VM). 

Los ángeles son enviados a los hijos de Dios con misiones de misericordia. Visitaron a Abraham con promesas de bendición; al justo Lot, para rescatarle de las llamas de Sodoma; a Elías, cuando estaba por morir de cansancio y hambre en el desierto; a Eliseo, con carros y caballos de fuego que circundaban la pequeña ciudad donde estaba encerrado por sus enemigos; a Daniel, cuando imploraba la sabiduría divina en la corte de un rey pagano, o en momentos en que iba a ser presa de los leones; a San Pedro, condenado a muerte en la cárcel de Herodes; a los presos de Filipos; a San Pablo y a sus compañeros, en la noche tempestuosa en el mar; a Cornelio, para hacerle comprender el evangelio, a San Pedro, para mandarlo con el mensaje de salvación al extranjero gentil. Así fue como, en todas las edades, los santos ángeles ejercieron su ministerio en beneficio del pueblo de Dios. 

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Cada discípulo de Cristo tiene su ángel guardián respectivo. Estos centinelas celestiales protegen a los justos del poder del maligno. Así lo reconoció el mismo Satanás cuando dijo: “Teme Job a Dios de balde? ¿No le has tu cercado a él y a su casa, y a todo lo que tiene en derredor”. Job 1:9, 10. El medio de que Dios se vale para proteger a su pueblo está indicado en las palabras del salmista: “El ángel de Jehová acampa en derredor de los que le temen, y los defiende”. Salmos 34:7. Hablando de los que creen en él, el Salvador dijo: “Mirad no tengáis en poco a alguno de estos pequeños; porque os digo que sus ángeles en los cielos ven siempre la faz de mi Padre”. Mateo 18:10. Los ángeles encargados de atender a los hijos de Dios tienen a toda hora acceso a él. 

Así que, aunque expuesto al poder engañoso y a la continua malicia del príncipe de las tinieblas y en conflicto con todas las fuerzas del mal, el pueblo de Dios tiene siempre asegurada la protección de los ángeles del cielo. Y esta protección no es superflua. Si Dios concedió a sus hijos su gracia y su amparo, es porque deben hacer frente a las temibles potestades del mal, potestades múltiples, audaces e incansables, cuya malignidad y poder nadie puede ignorar o despreciar impunemente. 

Los espíritus malos, creados en un principio sin pecado, eran iguales, por naturaleza, poder y gloria, a los seres santos que son ahora mensajeros de Dios. Pero una vez caídos por el pecado, se coligaron para deshonrar a Dios y acabar con los hombres. Unidos con Satanás en su rebeldía y arrojados del cielo con él, han sido desde entonces, en el curso de los siglos, sus cómplices en la guerra empezada contra la autoridad divina. Las Sagradas Escrituras nos hablan de su unión y de su gobierno de sus diversas órdenes, de su inteligencia y astucia, como también de sus propósitos malévolos contra la paz y la felicidad de los hombres. 

La historia del Antiguo Testamento menciona a veces su existencia y su actuación pero fue durante el tiempo que Cristo estuvo en la tierra cuando los espíritus malos dieron las más sorprendentes pruebas de su poder. Cristo había venido para cumplir el plan ideado para la redención del hombre, y Satanás resolvió afirmar su derecho para gobernar al mundo. Había logrado implantar la idolatría en toda la tierra, menos en Palestina. Cristo vino a derramar la luz del cielo sobre el único país que no se había sometido al yugo del tentador. Dos poderes rivales pretendían la supremacía. Jesús extendía sus brazos de amor, invitando a todos los que querían encontrar en él perdón y paz. Las huestes de las tinieblas vieron que no poseían un poder ilimitado, y comprendieron, que si la misión de Cristo tenía éxito, pronto terminaría su reinado. Satanás se enfureció como león encadenado y desplegó atrevidamente sus poderes tanto sobre los cuerpos como sobre las almas de los hombres. 

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Que ciertos hombres hayan sido poseídos por demonios está claramente expresado en el Nuevo Testamento. Las personas afligidas de tal suerte no sufrían únicamente de enfermedades cuyas causas eran naturales. Cristo tenía conocimiento perfecto de aquello con que tenía que habérselas, y reconocía la presencia y acción directas de los espíritus malos. 

Ejemplo sorprendente de su número, poder y malignidad, como también del poder misericordioso de Cristo, lo encontramos en el relato de la curación de los endemoniados de Gádara. Aquellos pobres desaforados, que burlaban toda restricción y se retorcían, echando espumarajos por la boca, enfurecidos, llenaban el aire con sus gritos, se maltrataban y ponían en peligro a cuantos se acercaban a ellos. Sus cuerpos cubiertos de sangre y desfigurados, sus mentes extraviadas, presentaban un espectáculo de los más agradables para el príncipe de las tinieblas. Uno de los demonios que dominaba a los enfermos, declaró: “Legión me llamo; porque somos muchos”. Marcos 5:9. En el ejército romano una legión se componía de tres a cinco mil hombres. Las huestes de Satanás están también organizadas en compañías, y la compañía a la cual pertenecían estos demonios correspondía ella sola en número por lo menos a una legión. 

Al mandato de Jesús, los espíritus malignos abandonaron sus víctimas, dejándolas sentadas en calma a los pies del Señor, sumisas, inteligentes y afables. Pero a los demonios se les permitió despeñar una manada de cerdos en el mar; y los habitantes de Gádara, estimando de más valor sus puercos que las bendiciones que Dios había concedido, rogaron al divino Médico que se alejara. Tal era el resultado que Satanás deseaba conseguir. Echando la culpa de la pérdida sobre Jesús, despertó los temores egoístas del pueblo, y les impidió escuchar sus palabras. Satanás acusa continuamente a los cristianos de ser causa de pérdidas, desgracias y padecimientos, en lugar de dejar recaer el oprobio sobre quienes lo merecen, es decir, sobre sí mismo y sus agentes. 

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Tatiana Patrasco