Este capítulo está basado en 1 Reyes 19:9-18.
Aunque el lugar del monte Horeb al cual Elías se había retirado era un sitio oculto para los hombres, era conocido por Dios; y el profeta cansado y desalentado, no fué abandonado para que luchase solo con las potestades de las tinieblas que le apremiaban. En la entrada de la cueva donde Elías se había refugiado, Dios se encontró con él, por medio de un ángel poderoso enviado para que averiguase sus necesidades y le diese a conocer el propósito divino para con Israel.
Mientras Elías no aprendiese a confiar plenamente en Dios no podía completar su obra en favor de aquellos que habían sido seducidos al punto de adorar a Baal. El triunfo señalado que había alcanzado en las alturas del Carmelo había preparado el camino para otras victorias aun mayores; pero la amenaza de Jezabel había desviado a Elías de las oportunidades admirables que se le presentaban. Era necesario hacer comprender al hombre de Dios la debilidad de su posición actual en comparación con el terreno ventajoso que el Señor quería que ocupase.
Dios preguntó a su siervo: “¿Qué haces aquí, Elías?” Te mandé al arroyo Cherit, y después a la viuda de Sarepta. Te ordené que volvieses a Israel y te presentases ante los sacerdotes idólatras en el monte Carmelo; luego te ceñí de fortaleza para guiar el carro del rey hasta la puerta de Jezreel. Pero ¿quién te mandó huir apresuradamente al desierto? ¿Qué tienes que hacer aquí?
Con amargura en el alma Elías exhaló su queja: “Sentido he un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu alianza, han derribado tus altares, y han muerto a cuchillo tus profetas: y yo solo he quedado, y me buscan para quitarme la vida.”
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Invitando al profeta a salir de la cueva, el ángel le ordenó que se pusiera de pie delante del Señor en la montaña, y escuchase su palabra. “Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de Jehová: mas Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto: mas Jehová no estaba en el terremoto. Y tras el terremoto un fuego: mas Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo apacible y delicado. Y cuando lo oyó Elías, cubrió su rostro con su manto, y salió, y paróse a la puerta de la cueva.”
No fué mediante grandes manifestaciones del poder divino, sino por “un silbo apacible,” cómo Dios prefirió revelarse a su siervo. Deseaba enseñar a Elías que no es siempre la obra que se realiza con la mayor demostración la que tiene más éxito para cumplir su propósito. Mientras Elías aguardaba la revelación del Señor, rugió una tempestad, fulguraron los relámpagos, y pasó un fuego devorador; pero Dios no estaba en todo esto. Luego se oyó una queda vocecita, y el profeta se cubrió la cabeza en la presencia del Señor. Su petulancia quedó acallada; su espíritu, enternecido y subyugado. Sabía ahora que una tranquila confianza y el apoyarse firmemente en Dios le proporcionarían siempre ayuda en tiempo de necesidad.
No es siempre la presentación más sabia de la verdad de Dios la que convence y convierte al alma. Los corazones de los hombres no son alcanzados por la elocuencia ni la lógica, sino por las dulces influencias del Espíritu Santo, que obra quedamente y sin embargo en forma segura para transformar y desarrollar el carácter. Es la queda vocecita del Espíritu de Dios la que tiene poder para cambiar el corazón.
“¿Qué haces aquí, Elías?” preguntó la voz; y nuevamente el profeta contestó: “Sentido he un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu alianza, han derribado tus altares, y han muerto a cuchillo tus profetas: y yo solo he quedado, y me buscan para quitarme la vida.”
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El Señor respondió a Elías que los que obraban mal en Israel no quedarían sin castigo. Iban a ser escogidos especialmente hombres que cumplirían el propósito divino de castigar al reino idólatra. Debía realizarse una obra severa, para que todos tuviesen oportunidad de colocarse de parte del Dios verdadero. Elías mismo debía regresar a Israel, y compartir con otros la carga de producir una reforma.
El Señor ordenó a Elías: “Ve, vuélvete por tu camino, por el desierto de Damasco: y llegarás, y ungirás a Hazael por rey de Siria; y a Jehú hijo de Nimsi, ungirás por rey sobre Israel; y a Eliseo hijo de Saphat, de Abel-mehula, ungirás para que sea profeta en lugar de ti. Y será, que el que escapare del cuchillo de Hazael, Jehú lo matará; y el que escapare del cuchillo de Jehú, Eliseo lo matará.”
Elías había pensado que él era el único que adoraba al verdadero Dios en Israel; pero el que lee en todos los corazones reveló al profeta que eran muchos los que a través de los largos años de apostasía le habían permanecido fieles. Dijo Dios: “Yo haré que queden en Israel siete mil; todas rodillas que no se encorvaron a Baal, y bocas todas que no lo besaron.”
Son muchas las lecciones que se pueden sacar de lo que experimentó Elías durante aquellos días de desaliento y derrota aparente, y son lecciones inestimables para los siervos de Dios en esta época, que se distingue por una desviación general de lo correcto. La apostasía que prevalece hoy es similar a la que se extendió en Israel en tiempos del profeta. Multitudes siguen hoy a Baal al exaltar lo humano sobre lo divino, al alabar a los dirigentes populares, al rendir culto a Mammón y al colocar las enseñanzas de la ciencia sobre las verdades de la revelación. La duda y la incredulidad están ejerciendo su influencia nefasta sobre las mentes y los corazones, y muchos están reemplazando los oráculos de Dios por las teorías de los hombres. Se enseña públicamente que hemos llegado a un tiempo en que la razón humana debe ser exaltada sobre las enseñanzas de la Palabra. La ley de Dios, divina norma de la justicia, se declara anulada. El enemigo de toda verdad está obrando con poder engañoso para inducir a hombres y mujeres a poner las instituciones humanas donde Dios debiera estar, y a olvidar lo que fué ordenado para la felicidad y salvación de la humanidad.
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Sin embargo, esta apostasía, por extensa que haya llegado a ser, no es universal. No todos los habitantes del mundo son inicuos y pecaminosos; no todos se han decidido en favor del enemigo. Dios tiene a muchos millares que no han doblado la rodilla ante Baal, muchos que anhelan comprender más plenamente lo que se refiere a Cristo y a la ley, muchos que esperan contra toda esperanza que Jesús vendrá pronto para acabar con el reinado del pecado y de la muerte. Y son muchos los que han estado adorando a Baal por ignorancia, pero con los cuales el Espíritu de Dios sigue contendiendo.
Los tales necesitan la ayuda personal de quienes han aprendido a conocer a Dios y el poder de su palabra. En un tiempo como éste, cada hijo de Dios debe dedicarse activamente a ayudar a otros. Mientras los que comprenden la verdad bíblica procuren descubrir a los hombres y mujeres que anhelan luz los ángeles de Dios los acompañarán. Y donde vayan los ángeles, nadie necesita temer avanzar. Como resultado de los esfuerzos fieles de obreros consagrados, muchos serán desviados de la idolatría al culto del Dios viviente. Muchos cesarán de tributar homenaje a las instituciones humanas, y se pondrán intrépidamente de parte de Dios y de su ley.
Mucho depende de la actividad incesante de los que son fieles y leales; y por esta razón Satanás hace cuanto puede para impedir que el propósito divino sea realizado mediante los obedientes. Induce a algunos a olvidar su alta y santa misión y a hallar satisfacción en los placeres de esta vida. Los mueve a buscar la comodidad, o a dejar los lugares donde podrían ser una potencia para el bien y a preferir los que les ofrezcan mayores ventajas mundanales. A otros los induce a huir de su deber, desalentados por la oposición o la persecución. Pero todos los tales son considerados por el Cielo con la más tierna compasión. A todo hijo de Dios cuya voz el enemigo de las almas ha logrado silenciar, se le dirige la pregunta: “¿Qué haces aquí?” Te ordené que fueses a todo el mundo y predicases el Evangelio, a fin de preparar a un pueblo para el día de Dios. ¿Por qué estás aquí? ¿Quién te envió?
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El gozo propuesto a Cristo, el que le sostuvo a través de sacrificios y sufrimientos, fué el gozo de ver pecadores salvados. Debe ser el de todo aquel que le siga, el acicate de su ambición. Los que comprendan, siquiera en un grado limitado, lo que la redención significa para ellos y sus semejantes, entenderán en cierta medida las vastas necesidades de la humanidad. Sus corazones serán movidos a compasión al ver la indigencia moral y espiritual de millares que están bajo la sombra de una condenación terrible, en comparación con la cual los sufrimientos físicos resultan insignificantes.
A las familias, tanto como a los individuos, se pregunta: “¿Qué haces aquí?” En muchas iglesias hay familias bien instruidas en las verdades de la Palabra de Dios, que podrían ampliar la esfera de su influencia trasladándose a lugares donde se necesita el ministerio que ellas son capaces de cumplir. Dios invita a las familias cristianas para que vayan a los lugares obscuros de la tierra, a trabajar sabia y perseverantemente en favor de aquellos que están rodeados de lobreguez espiritual. Para contestar a este llamamiento se requiere abnegación. Mientras que muchos aguardan que todo obstáculo sea eliminado, hay almas que mueren sin esperanza y sin Dios. Por amor a las ventajas mundanales, o con el fin de adquirir conocimientos científicos, hay hombres que están dispuestos a aventurarse en regiones pestilentes, y a soportar penurias y privaciones. ¿Dónde están los que quieran hacer lo mismo por el afán de hablar a otros del Salvador?
Si, en circunstancias penosas, hombres de poder espiritual, apremiados más de lo que pueden soportar, se desalientan y abaten; si a veces no ven nada deseable en la vida, esto no es cosa extraña o nueva. Recuerden los tales que uno de los profetas más poderosos huyó por su vida ante la ira de una mujer enfurecida. Fugitivo, cansado y agobiado por el viaje, con el ánimo abatido por la cruel desilusión, solicitó que se le dejase morir. Pero fué cuando su esperanza había desaparecido y la obra de su vida se veía amenazada por la derrota, cuando aprendió una de las lecciones más preciosas de su vida. En la hora de su mayor flaqueza conoció la necesidad y la posibilidad de confiar en Dios en las circunstancias más severas.
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Los que, mientras dedican las energías de su vida a una labor abnegada, se sienten tentados a ceder al abatimiento y la desconfianza, pueden cobrar valor de lo que experimentó Elías. El cuidado vigilante de Dios, su amor y su poder se manifiestan en forma especial para favorecer a sus siervos cuyo celo no es comprendido ni apreciado, cuyos consejos y reprensiones se desprecian y cuyos esfuerzos por las reformas se retribuyen con odio y oposición.
Es en el momento de mayor debilidad cuando Satanás asalta al alma con sus más fieras tentaciones. Así fué como esperó prevalecer contra el Hijo de Dios; porque por este método había obtenido muchas victorias sobre los hombres. Cuando la fuerza de voluntad flaqueaba y faltaba la fe, entonces los que se habían destacado durante mucho tiempo y con valor por el bien, cedían a la tentación. Moisés, cansado por cuarenta años de peregrinación e incredulidad, perdió por un momento su confianza en el Poder infinito. Fracasó precisamente en los lindes de la tierra prometida. Así también fué con Elías. El que había mantenido su confianza en Jehová a través de los años de sequía y hambre; el que había estado intrépidamente frente a Acab; el que durante el día de prueba había estado en el Carmelo delante de toda la nación como único testigo del Dios verdadero, en un momento de cansancio permitió que el temor de la muerte venciese su fe en Dios.
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Y así sucede hoy. Cuando estamos rodeados de dudas y las circunstancias nos dejan perplejos, o nos afligen la pobreza y la angustia, Satanás procura hacer vacilar nuestra confianza en Jehová. Entonces es cuando despliega delante de nosotros nuestros errores y nos tienta a desconfiar de Dios, a poner en duda su amor. Así espera desalentar al alma, y separarnos de Dios.
Los que, destacándose en el frente del conflicto, se ven impelidos por el Espíritu de Dios a hacer una obra especial, experimentarán con frecuencia una reacción cuando cese la presión. El abatimiento puede hacer vacilar la fe más heroica y debilitar la voluntad más firme. Pero Dios comprende, y sigue manifestando compasión y amor. Lee los motivos y los propósitos del corazón. Aguardar con paciencia, confiar cuando todo parece sombrío, es la lección que necesitan aprender los dirigentes de la obra de Dios. El Cielo no los desamparará en el día de su adversidad. No hay nada que parezca más impotente que el alma que siente su insignificancia y confía plenamente en Dios, y en realidad no hay nada que sea más invencible.
No sólo es para los hombres que ocupan puestos de gran responsabilidad la lección de lo que experimentó Elías al aprender de nuevo a confiar en Dios en la hora de prueba. El que fué la fortaleza de Elías es poderoso para sostener a cada hijo suyo que lucha, por débil que sea. Espera de cada uno que manifieste lealtad, y a cada uno concede poder según su necesidad. En su propia fuerza el hombre es absolutamente débil; pero en el poder de Dios puede ser fuerte para vencer el mal y ayudar a otros a vencerlo. Satanás no puede nunca aventajar a aquel que hace de Dios su defensa. “Ciertamente en Jehová está la justicia y la fuerza.” Isaías 45:24.
Hermano cristiano, Satanás conoce tu debilidad; por lo tanto aférrate a Jesús. Permaneciendo en el amor de Dios, puedes soportar toda prueba. Sólo la justicia de Cristo puede darte poder para resistir a la marea del mal que arrasa al mundo. Introduce fe en tu experiencia. La fe alivia toda carga y todo cansancio. Si confías de continuo en Dios, podrás comprender las providencias que te resultan ahora misteriosas. Recorre por la fe la senda que él te traza. Tendrás pruebas; pero sigue avanzando. Esto fortalecerá tu fe, y te preparará para servir. Los anales de la historia sagrada fueron escritos, no simplemente para que los leamos y nos maravillemos, sino para que obre en nosotros la misma fe que obró en los antiguos siervos de Dios. El Señor obrará ahora de una manera que no será menos notable doquiera haya corazones llenos de fe para ser instrumentos de su poder.
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A nosotros, como a Pedro, se dirigen estas palabras: “Satanás os ha pedido para zarandaros como a trigo; mas yo he rogado por ti que tu fe no falte.” Lucas 22:31, 32. Nunca abandonará Cristo a aquellos por quienes murió. Nosotros podemos dejarle y ser abrumados por la tentación; pero nunca puede Cristo desviarse de un alma por la cual dió su propia vida como rescate. Si nuestra visión espiritual pudiese despertarse, veríamos almas agobiadas por la opresión y cargadas de pesar, como un carro de gavillas, a punto de morir desalentadas. Veríamos ángeles volar prestamente en ayuda de estos seres tentados, para rechazar las huestes del mal que los rodean y colocar sus pies sobre el fundamento seguro. Las batallas que se riñen entre los dos ejércitos son tan reales como las que entablan los ejércitos de este mundo, y son destinos eternos los que dependen del resultado del conflicto espiritual.
En la visión del profeta Ezequiel aparecía como una mano debajo de las alas de los querubines. Esto tenía por fin enseñar a los siervos de Dios que el poder divino es lo que da éxito. Aquellos a quienes Dios emplea como sus mensajeros no deben considerar que la obra de él depende de ellos. Los seres finitos no son los que han de llevar esta carga de responsabilidad. El que no duerme, el que está obrando de continuo para realizar sus designios, llevará adelante su obra. El estorbará los propósitos de los hombres impíos, confundirá los consejos de aquellos que maquinan el mal contra su pueblo. El que es el Rey, el Señor de los ejércitos, está sentado entre los querubines; y en medio de la lucha y el tumulto de las naciones, sigue guardando a sus hijos. Cuando las fortalezas de los reyes sean derribadas, cuando las saetas de la ira atraviesen los corazones de sus enemigos, su pueblo estará seguro en sus manos.