Este capítulo está basado en Nehemías 6.
Sambalat y sus confederados no se atrevían a guerrear abiertamente contra los judíos; pero con creciente malicia continuaban en secreto sus esfuerzos para desalentarlos y ocasionarles perplejidad y perjuicio. La muralla que cercaba a Jerusalén estaba llegando rápidamente a su terminación. Una vez que se la hubiese acabado y se hubiesen colocado las puertas, aquellos enemigos de Israel no podrían entrar ya en la ciudad. Era por lo tanto cada vez mayor su deseo de detener cuanto antes el trabajo. Idearon al fin un plan por medio del cual esperaban apartar a Nehemías de su puesto y matarlo o encarcelarlo una vez que lo tuviesen en su poder.
Fingiendo que deseaban que ambos partidos opositores transigieran, procuraron celebrar una conferencia con Nehemías, y le invitaron a reunirse con ellos en una aldea de la llanura de Ono. Mas él, iluminado por el Espíritu Santo acerca del verdadero fin que perseguían, rehusó. Escribe: “Enviéles mensajeros, diciendo: Yo hago una grande obra, y no puedo ir: porque cesaría la obra, dejándola yo para ir a vosotros.” Pero los tentadores eran persistentes. Cuatro veces le mandaron mensajes similares, y cada vez recibieron la misma respuesta.
Al ver que ese plan no tenía éxito, recurrieron a una estratagema más audaz. Sambalat envió a Nehemías un mensajero que llevaba una carta abierta en la cual se decía: “Hase oído entre las gentes, y Gasmu lo dice, que tú y los Judíos pensáis rebelaros; y que por eso edificas tú el muro, con la mira … de ser tú su rey; y que has puesto profetas que prediquen de ti en Jerusalem, diciendo: ¡Rey en judá! Y ahora serán oídas del rey las tales palabras: ven por tanto, y consultemos juntos.”
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Si los informes mencionados hubiesen circulado realmente, habría habido motivo de aprensión, pues no habrían tardado en llegar hasta el rey, a quien la menor sospecha podía inducir a tomar las medidas más severas. Pero Nehemías estaba convencido de que la carta era completamente falsa, y que había sido escrita para despertar sus temores y atraerlo a una trampa. Esta conclusión quedaba fortalecida por el hecho de que la carta se enviaba abierta, evidentemente para que el pueblo leyese su contenido, y se alarmase e intimidase.
Contestó prestamente: “No hay tal cosa como dices, sino que de tu corazón tú lo inventas.” Nehemías no ignoraba los designios de Satanás. Sabía que esas tentativas se hacían para debilitar las manos de los constructores y así frustrar sus esfuerzos.
Satanás había sido derrotado vez tras vez; y ahora con aun mayor malicia y astucia, tendió un lazo más sutil y peligroso para el siervo de Dios. Sambalat y sus compañeros sobornaron a hombres que profesaban ser amigos de Nehemías, para que le diesen malos consejos como palabra de Jehová. El principal que se empeñó en esta obra inicua fué Semaías, al que Nehemías había tenido antes en buena estima. Ese hombre se encerró en una cámara cercana al santuario, como si temiese que su vida peligrara. El templo estaba entonces protegido por muros y puertas, pero las puertas de la ciudad no habían sido colocadas todavía. Aparentando gran preocupación por la seguridad de Nehemías, Semaías le aconsejó que buscase refugio en el templo. Propuso: “Juntémonos en la casa de Dios dentro del templo, y cerremos las puertas del templo, porque vienen para matarte; sí, esta noche vendrán a matarte.”
Si Nehemías hubiese seguido este consejo traicionero, habría sacrificado su fe en Dios y en ojos del pueblo habría parecido cobarde y despreciable. En vista de la obra importante que había emprendido y de la confianza que había profesado tener en el poder de Dios, habría sido completamente inconsecuente de su parte ocultarse como quien tuviese miedo. La alarma se habría difundido entre el pueblo; cada uno habría procurado su propia seguridad; y la ciudad habría sido dejada sin protección, para caer presa de sus enemigos. Ese único paso imprudente de parte de Nehemías habría sido una entrega virtual de todo lo que se había ganado.
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Nehemías no necesitó mucho tiempo para comprender el verdadero carácter de su consejero y el fin que perseguía. Dice: “Entendí que Dios no lo había enviado, sino que hablaba aquella profecía contra mí, porque Tobías y Sanballat le habían alquilado por salario. Porque sobornado fué para hacerme temer así, y que pecase, y le sirviera de mal nombre con que fuera yo infamado.”
El pérfido consejo dado por Semaías fué secundado por más de un hombre de gran reputación que, mientras profesaba ser amigo de Nehemías, se había aliado secretamente con sus enemigos. Pero tendieron inútilmente su lazo. La intrépida respuesta de Nehemías fué: “¿Un hombre como yo ha de huir? ¿y quién, que como yo fuera, entraría al templo para salvar la vida? No entraré.”
No obstante las maquinaciones de sus enemigos, abiertos o secretos, la obra de construcción seguía firmemente adelante, y en menos de dos meses después de la llegada de Nehemías a Jerusalén, la ciudad estaba ceñida de sus defensas, y los edificadores podían andar por la muralla y mirar hacia abajo a sus enemigos derrotados y asombrados. “Como lo oyeron todos nuestros enemigos—escribe Nehemías,—temieron todas las gentes que estaban en nuestros alrededores, y abatiéronse mucho sus ojos, y conocieron que por nuestro Dios había sido hecha esta obra.”
Sin embargo, esta evidencia de la mano directora del Señor no bastó para evitar el descontento, la rebelión y la traición entre los israelitas. “Iban muchas cartas de los principales de Judá a Tobías, y las de Tobías venían a ellos. Porque muchos en Judá se habían conjurado con él, porque era yerno de Sechanías.” En esto se ven los malos resultados del casamiento con idólatras. Una familia de Judá se había vinculado con los enemigos de Dios, y la relación establecida resultaba en una trampa. Muchos habían hecho lo mismo. Estos, como la turba mixta que había subido de Egipto con Israel, eran una fuente de constantes dificultades. No servían a Dios con todo su corazón; y cuando la obra de él exigía un sacrificio, estaban listos para violar su solemne juramento de cooperación y apoyo.
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Algunos de los que más se habían destacado para maquinar daño contra los judíos manifestaron entonces el deseo de vivir en amistad con ellos. Los nobles de Judá que se habían enredado casándose con idólatras, y que habían sostenido correspondencia traicionera con Tobías y jurado servirle, se pusieron a alabarle como hombre capaz y previsor, con quien sería ventajoso que los judíos se aliasen. Al mismo tiempo, seguían traicionando y le transmitían los planes y movimientos de Nehemías. De esta manera la obra del pueblo de Dios estaba expuesta a los ataques de sus enemigos, y se creaban oportunidades para interpretar con falsedad las palabras y los actos de Nehemías e impedir su obra.
Cuando los pobres y oprimidos habían apelado a Nehemías para que corrigiese los daños que sufrían, él se levantó osadamente en su defensa y logró que los malhechores quitasen el oprobio que pesaba sobre ellos. Pero no quería ejercer ahora en favor suyo la autoridad que había ejercido en favor de sus compatriotas oprimidos. Algunos habían respondido a sus esfuerzos con ingratitud y traición, pero él no se valió de su poder para castigar a los traidores. Con serenidad y desinterés, siguió sirviendo al pueblo, sin cejar en sus esfuerzos ni permitir que disminuyese su interés.
Satanás dirigió siempre sus asaltos contra los que procuraban hacer progresar la obra y causa de Dios. Aunque a menudo se ve frustrado, con la misma frecuencia renueva sus ataques, dándoles más vigor y usando medios que hasta entonces no probó. Pero su manera de obrar en secreto mediante aquellos que se dicen amigos de la obra de Dios, es la más temible. La oposición abierta puede ser feroz y cruel, pero encierra mucho menos peligro para la causa de Dios que la enemistad secreta de aquellos que, mientras profesan servir a Dios, son de corazón siervos de Satanás. Están en situación de poner toda ventaja en las manos de aquellos que usarán su conocimiento para estorbar la obra de Dios y perjudicar a sus siervos.
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Toda estratagema que pueda sugerir el príncipe de las tinieblas será empleada para inducir a los siervos de Dios a confederarse con los agentes de Satanás. Les llegarán repetidamente solicitudes para apartarlos de su deber; pero, como Nehemías, deben contestar firmemente: “Yo hago una grande obra, y no puedo ir.” En plena seguridad, los que trabajan para Dios pueden seguir adelante con su obra y dejar que sus esfuerzos refuten las mentiras que la malicia invente para perjudicarles. Como los que construían los muros de Jerusalén, deben negarse a permitir que las amenazas, las burlas o las mentiras los distraigan de su obra. Ni por un momento deben relajar su vigilancia; porque hay enemigos que de continuo les siguen los pasos. Siempre deben elevar su oración a Dios y poner “guarda contra ellos de día y de noche.” Nehemías 4:9.
A medida que se acerca el tiempo del fin, se harán sentir con más poder las tentaciones a las cuales Satanás somete a los que trabajen para Dios. Empleará agentes humanos para escarnecer a los que edifiquen la muralla. Pero si los constructores se rebajasen a hacer frente a los ataques de sus enemigos, ello no podría sino retardar la obra. Deben esforzarse por derrotar los propósitos de sus adversarios; pero no deben permitir que cosa alguna los aparte de su trabajo. La verdad es más fuerte que el error, y el bien prevalecerá sobre el mal.
Tampoco deben permitir que sus enemigos conquisten su amistad y simpatía de modo que los seduzcan para hacerles abandonar su puesto del deber. El que por un acto desprevenido expone al oprobio la causa de Dios, o debilita las manos de sus colaboradores, echa sobre su propio carácter una mancha que no se quitará con facilidad, y pone un obstáculo grave en el camino de su utilidad futura.
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“Los que dejan la ley, alaban a los impíos.” Proverbios 28:4. Cuando los que se unen con el mundo, aunque haciendo alarde de gran pureza, abogan por la unión con los que siempre se han opuesto a la causa de la verdad, debemos temerlos y rehuírlos con la misma decisión que revelaba Nehemías. El enemigo de todo bien es el que inspira tales consejos. Se trata de palabras provenientes de personas mercenarias, y se les debe resistir tan resueltamente hoy como antaño. Cualquier influencia tendiente a hacer vacilar la fe del pueblo de Dios en su poder guiador debe ser resistida con firmeza.
En la resuelta devoción de Nehemías a la obra de Dios, y en su igualmente firme confianza en Dios, residía la razón del fracaso que sufrieron sus enemigos al tratar de atraerlo adonde lo tuviesen en su poder. El alma indolente cae fácilmente presa de la tentación; pero en la vida que tenga nobles fines y un propósito absorbente, el mal encuentra poco lugar donde asentar el pie. La fe del que progresa constantemente no se debilita; porque encima, debajo y más allá de lo que se ve reconoce al amor infinito que obra todas las cosas para cumplir su buen propósito. Los verdaderos siervos de Dios obran con determinación inagotable, porque dependen constantemente del trono de la gracia.
El Señor ha provisto auxilio divino para todas las emergencias a las cuales no pueden hacer frente nuestros recursos humanos. Nos da el Espíritu Santo para ayudarnos en toda estrechez, para fortalecer nuestra esperanza y seguridad, para iluminar nuestros espíritus y purificar nuestros corazones. Provee oportunidades y medios para trabajar. Si sus hijos están al acecho de las indicaciones de su providencia, y están listos para cooperar con él, verán grandes resultados.