Cain y Abel, los hijos de Adán, eran muy distintos en carácter. Abel poseía un espíritu de lealtad hacia Dios; veía justicia y misericordia en el trato del Creador hacia la raza caída, y aceptaba agradecido la esperanza de la redención. Pero Caín abrigaba sentimientos de rebelión y murmuraba contra Dios, a causa de la maldición pronunciada sobre la tierra y sobre la raza humana por el pecado de Adán. Permitió que su mente se encauzara en la misma dirección que los pensamientos que hicieron caer a Satanás, quien había alentado el deseo de ensalzarse y puesto en tela de juicio la justicia y autoridad divinas.
Estos hermanos fueron probados, como lo había sido Adán antes que ellos, para comprobar si habrían de creer y obedecer las palabras de Dios. Conocían el medio provisto para salvar al hombre, y entendían el sistema de ofrendas que Dios había ordenado. Sabían que mediante esas ofrendas podían expresar su fe en el Salvador a quien éstas representaban, y al mismo tiempo reconocer su completa dependencia de él para obtener perdón; y sabían que sometiéndose así al plan divino para su redención, demostraban su obediencia a la voluntad de Dios. Sin derramamiento de sangre no podía haber perdón del pecado; y ellos habían de mostrar su fe en la sangre de Cristo como la expiación prometida ofreciendo en sacrificio las primicias del ganado. Además de esto, debían presentar al Señor los primeros frutos de la tierra, como ofrenda de agradecimiento.
Los dos hermanos levantaron altares semejantes, y cada uno de ellos trajo una ofrenda. Abel presentó un sacrificio de su ganado, conforme a las instrucciones del Señor. “Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda.” Génesis 4:4. Descendió fuego del cielo y consumió la víctima. Pero Caín, desobedeciendo el directo y expreso mandamiento del Señor, presentó sólo una ofrenda de frutos. No hubo señal del cielo de que este sacrificio fuera aceptado. Abel rogó a su hermano que se acercase a Dios en la forma que él había ordenado; pero sus súplicas crearon en Caín mayor obstinación para seguir su propia voluntad. Como era el mayor, no le parecía propio que le amonestase su hermano, y desdeñó su consejo.
-59-
Caín se presentó a Dios con murmuración e incredulidad en el corazón tocante al sacrificio prometido y a la necesidad de las ofrendas expiatorias. Su ofrenda no expresó arrepentimiento del pecado. Creía, como muchos creen ahora, que seguir exactamente el plan indicado por Dios y confiar enteramente en el sacrificio del Salvador prometido para obtener salvación, sería una muestra de debilidad. Prefirió depender de sí mismo. Se presentó confiando en sus propios méritos. No traería el cordero para mezclar su sangre con su ofrenda, sino que presentaría sus frutos, el producto de su trabajo. Presentó su ofrenda como un favor que hacía a Dios, para conseguir la aprobación divina. Caín obedeció al construir el altar, obedeció al traer una ofrenda; pero rindió una obediencia sólo parcial. Omitió lo esencial, el reconocimiento de que necesitaba un Salvador.
En lo que se refiere al nacimiento y a la educación religiosa, estos hermanos eran iguales. Ambos eran pecadores, y ambos reconocían que Dios demandaba reverencia y adoración. En su apariencia exterior, su religión era la misma hasta cierto punto; pero más allá de esto, la diferencia entre los dos era grande.
“Por la fe Abel ofreció a Dios mayor sacrificio que Caín.” Hebreos 11:4. Abel comprendía los grandes principios de la redención. Veía que era pecador, y que el pecado y su pena de muerte se interponían entre su alma y la comunión con Dios. Trajo la víctima inmolada, la vida sacrificada, y así reconoció las demandas de la ley que había sido quebrantada. En la sangre derramada contempló el futuro sacrificio, a Cristo muriendo en la cruz del Calvario; y al confiar en la expiación que iba a realizarse allí, obtuvo testimonio de que era justo, y de que su ofrenda había sido aceptada.
-60-
Caín tuvo la misma oportunidad que Abel para aprender y aceptar estas verdades. No fué víctima de un propósito arbitrario. No fué elegido un hermano para ser aceptado y el otro para ser desechado. Abel eligió la fe y la obediencia; Caín, en cambio, escogió la incredulidad y la rebelión. Todo dependió de esta elección.
Caín y Abel representan dos clases de personas que existirán en el mundo hasta el fin del tiempo. Una clase se acoge al sacrificio indicado; la otra se aventura a depender de sus propios méritos; el sacrificio de éstos no posee la virtud de la divina intervención y, por lo tanto, no puede llevar al hombre al favor de Dios. Sólo por los méritos de Jesús son perdonadas nuestras transgresiones. Los que creen que no necesitan la sangre de Cristo, y que pueden obtener el favor de Dios por sus propias obras sin que medie la divina gracia, están cometiendo el mismo error que Caín. Si no aceptan la sangre purificadora, están bajo condenación. No hay otro medio por el cual puedan ser librados del dominio del pecado.
La clase de adoradores que sigue el ejemplo de Caín abarca la mayor parte del mundo; pues casi todas las religiones falsas se basan en el mismo principio, a saber que el hombre puede depender de sus propios esfuerzos para salvarse. Afirman algunos que la humanidad no necesita redención, sino desarrollo, y que ella puede refinarse, elevarse y regenerarse por sí misma. Como Caín pensó lograr el favor divino mediante una ofrenda que carecía de la sangre del sacrificio, así obran los que esperan elevar a la humanidad a la altura del ideal divino sin valerse del sacrificio expiatorio. La historia de Caín demuestra cuál será el resultado de esta teoría. Demuestra lo que será el hombre sin Cristo. La humanidad no tiene poder para regenerarse a sí misma. No tiende a subir hacia lo divino, sino a descender hacia lo satánico. Cristo es nuestra única esperanza. “En ningún otro hay salud; porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.” Hechos 4:12.
-61-
La verdadera fe, que descansa plenamente en Cristo, se manifestará mediante la obediencia a todos los requerimientos de Dios. Desde los días de Adán hasta el presente, el motivo del gran conflicto ha sido la obediencia a la ley de Dios. En todo tiempo hubo individuos que pretendían el favor de Dios, aun cuando menospreciaban algunos de sus mandamientos. Pero las Escrituras declaran “que la fe fué perfecta por las obras,” y que sin las obras de la obediencia, la fe “es muerta.” “El que dice, Yo le he conocido, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y no hay verdad en él.” Santiago 2:22, 17; 1 Juan 2:4.
Cuando Caín vió que su ofrenda era desechada, se enfureció contra el Señor y contra Abel; se disgustó porque Dios no aceptaba el sacrificio con que el hombre substituía al que había sido ordenado divinamente, y se disgustó con su hermano porque éste había decidido obedecer a Dios en vez de unírsele en la rebelión contra él. A pesar de que Caín despreció el divino mandamiento, Dios no le abandonó a sus propias fuerzas; sino que condescendió en razonar con el hombre que se había mostrado tan obstinado. Y el Señor dijo a Caín: “¿Por qué te has ensañado, y por qué se ha inmutado tu rostro?” Por medio de un ángel se le hizo llegar la divina amonestación: “Si bien hicieres, ¿no serás ensalzado? y si no hicieres bien, el pecado está a la puerta.” Génesis 4:6, 7. Tocaba a Caín escoger. Si confiaba en los méritos del Salvador prometido, y obedecía los requerimientos de Dios, gozaría su favor. Pero si persistía en su incredulidad y transgresión, no tendría fundamento para quejarse al ser rechazado por el Señor.
Pero en lugar de reconocer su pecado, Caín siguió quejándose de la injusticia de Dios, y abrigando envidia y odio contra Abel. Censuró violentamente a su hermano y trató de arrastrarlo a una disputa acerca del trato de Dios con ellos. Con mansedumbre, pero valiente y firmemente, Abel defendió la justicia y la bondad de Dios. Indicó a Caín su error, y trató de convencerle de que el mal estaba en él. Le recordó la infinita misericordia de Dios al perdonar la vida a sus padres cuando pudo haberlos castigado con la muerte instantánea, e insistió en que Dios realmente los amaba, pues de otra manera no entregaría a su Hijo, santo e inocente, para que sufriera el castigo que ellos merecían. Todo esto aumentó la ira de Caín. La razón y la conciencia le decían que Abel estaba en lo cierto; pero se enfurecía al ver que quien solía aceptar su consejo osaba ahora disentir con él, y al ver que no lograba despertar simpatía hacia su rebelión. En la furia de su pasión, dió muerte a su hermano.
-62-
Caín odió y mató a su hermano, no porque Abel le hubiese causado algún mal, sino “porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas.” 1 Juan 3:12. Asimismo odiaron los impíos en todo tiempo a los que eran mejores que ellos. La vida de obediencia de Abel y su fe pronta para responder eran un perpetuo reproche para Caín. “Todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, porque sus obras no sean redargüídas.” Juan 3:20. Cuanto más clara sea la luz celestial reflejada por el carácter de los fieles siervos de Dios, tanto más a lo vivo quedan revelados los pecados de los impíos, y tanto más firmes serán los esfuerzos que harán por destruir a los que turban su paz.
La muerte de Abel fué el primer ejemplo de la enemistad que Dios predijo que existiría entre la serpiente y la simiente de la mujer; entre Satanás y sus súbditos, y Cristo y sus seguidores. Mediante el pecado del hombre, Satanás había obtenido el dominio de la raza humana, pero Cristo habilitaría al hombre para librarse de su yugo. Siempre que por la fe en el Cordero de Dios, un alma renuncie a servir al pecado, se enciende la ira de Satanás. La vida santa de Abel desmentía el aserto de Satanás de que es imposible para el hombre guardar la ley de Dios.
-63-
Cuando Caín, movido por el espíritu malo, vió que no podía dominar a Abel, se enfureció tanto que le quitó la vida. Y dondequiera haya quienes se levanten para vindicar la justicia de la ley de Dios, el mismo espíritu se manifestará contra ellos. Es el espíritu que a través de las edades ha levantado la estaca y encendido la hoguera para los discípulos de Cristo. Pero las crueldades perpetradas contra ellos son instigadas por Satanás y su hueste porque no pueden obligarlos a que se sometan a su dominio. Es la ira de un enemigo vencido. Todo mártir de Jesús murió vencedor. El profeta dice: “Ellos le han vencido [“la serpiente antigua, que se llama Diablo y Satanás”] por la sangre del Cordero, y por la palabra de su testimonio; y no han amado sus vidas hasta la muerte.” Apocalipsis 12:11, 9.
El fratricida Caín tuvo pronto que rendir cuenta por su delito. “Y Jehová dijo a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Y él respondió: No sé; ¿soy yo guarda de mi hermano?” Caín se había envilecido tanto en el pecado que había perdido la noción de la continua presencia de Dios y de su grandeza y omnisciencia. Así, recurrió a la mentira para ocultar su culpa.
Nuevamente el Señor dijo a Caín: “¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra.” Dios había dado a Caín una oportunidad para que confesara su pecado. Había tenido tiempo para reflexionar. Conocía la enormidad de la acción que había cometido y de la mentira de que se había valido para esconder su crimen; pero seguía aún en su rebeldía, y la sentencia no se hizo esperar. La voz divina que antes se había oído en tono de súplica y amonestación pronunció las terribles palabras: “Ahora pues, maldito seas tú de la tierra que abrió su boca para recibir la sangre de tu hermano de tu mano: Cuando labrares la tierra, no te volverá a dar su fuerza: errante y extranjero serás en la tierra.” Génesis 4:9-12.
-64-
Aunque Caín merecía la sentencia de muerte por sus crímenes, el misericordioso Creador le perdonó la vida y le dió oportunidad para arrepentirse. Pero Caín vivió sólo para endurecer su corazón, para alentar la rebelión contra la divina autoridad, y para convertirse en jefe de un linaje de osados y réprobos pecadores. Este apóstata, dirigido por Satanás, llegó a ser un tentador para otros; y su ejemplo e influencia hicieron sentir su fuerza desmoralizadora, hasta que la tierra llegó a estar tan corrompida y llena de violencia que fué necesario destruirla.
Al perdonar la vida al primer asesino, Dios dió al universo entero una lección concerniente al gran conflicto. La sombría historia de Caín y sus descendientes demostró cuál hubiera sido el resultado si se hubiera permitido que el pecador viviera para siempre, y continuara en su rebelión contra Dios. La paciencia de Dios sólo inducía a los impíos a ser más osados y provocadores en su iniquidad.
Quince siglos después de dictarse la sentencia contra Caín, el universo vió cómo fructificaban su influencia y su ejemplo en el crimen y la corrupción que inundaron la tierra. Se puso en claro que la sentencia de muerte pronunciada contra la raza caída por la transgresión de la ley de Dios, era a la vez justa y misericordiosa. Cuanto más tiempo vivían los hombres en el pecado, tanto más réprobos se tornaban. La sentencia divina que acortaba una carrera de iniquidad desenfrenada, y que libertaba al mundo de la influencia de los que se habían endurecido en la rebelión, fué una bendición más bien que una maldición.
Satanás obra constantemente, con intensa energía y bajo miles de disfraces, para desfigurar el carácter y el gobierno de Dios. Con planes abarcantes y bien organizados y con maravilloso poder, trabaja por mantener engañados a los habitantes del mundo. Dios, el Ser infinito y omnisciente, ve el fin desde el principio, y al hacer frente al mal trazó planes extensos y de gran alcance. Se propuso no sólo aplastar la rebelión, sino también demostrar a todo el universo la naturaleza de ésta. El plan de Dios se iba desarrollando y a la vez que revelaba su justicia y su misericordia, vindicaba plenamente su sabiduría y equidad en su trato con el mal.
-65-
Los santos habitantes de los otros mundos observaban con profundo interés los acontecimientos que ocurrían en la tierra. En las condiciones que prevalecieron en el mundo antediluviano vieron ilustradas las consecuencias de la administración que Lucifer había tratado de establecer en el cielo, al rechazar la autoridad de Cristo y al desechar la ley de Dios. En aquellos despóticos pecadores antediluvianos veían los súbditos sobre los cuales Satanás ejercía dominio. “Todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal.” Génesis 6:5. Toda emoción, todo impulso y toda imaginación estaban en pugna con los divinos principios de pureza, paz y amor. Era un ejemplo de la terrible depravación resultante del procedimiento seguido por Satanás para quitar a las criaturas de Dios la restricción de su santa ley.
Mediante el desarrollo del gran conflicto, Dios demostrará los principios de su gobierno, los cuales han sido falseados por Satanás y por todos los que él ha engañado. La justicia de Dios será finalmente reconocida por todo el mundo, aunque tal reconocimiento se hará demasiado tarde para salvar a los rebeldes. Dios tiene la simpatía y la aprobación del universo entero a medida que paso a paso su plan progresa hacia su pleno cumplimiento. El lo cumplirá hasta la final extirpación de la rebelión. Se verá que todos los que desecharon los divinos preceptos se colocaron del lado de Satanás en guerra contra Cristo. Cuando el príncipe de este mundo sea juzgado, y todos los que se unieron con él compartan su destino, el universo entero testificará así acerca de la sentencia: “Justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos.” Apocalipsis 15:3.