El primer intento por derribar la ley de Dios, hecho entre los inmaculados habitantes del cielo pareció por algún tiempo coronado de éxito. Un inmenso número de ángeles fué seducido; pero el aparente triunfo de Satanás se convirtió en derrota y pérdida, y determinó su separación de Dios y su destierro del cielo.
Cuando se renovó el conflicto en la tierra, Satanás volvió a ganar una aparente ventaja. Por la transgresión, el hombre llegó a ser su cautivo, y el reino del hombre cayó en manos del jefe de los rebeldes. Pareció que Satanás tendría libertad para establecer un reino independiente y para desafiar la autoridad de Dios y de su Hijo. Pero el plan de la redención hizo posible que el hombre volviera a la armonía con Dios y a acatar su ley; y que tanto la tierra como el hombre pudieran ser finalmente redimidos del poder del diablo.
Otra vez quedaba derrotado Satanás, y otra vez recurrió al engaño, esperando transformar su derrota en victoria. Para incitar la rebelión de la raza caída, hizo aparecer a Dios como injusto por haber permitido que el hombre violara su ley. Dijo el artero tentador: “Si Dios sabía cuál iba a ser el resultado, ¿por qué permitió que el hombre fuese probado, que pecara, e introdujera la desgracia y la muerte?” Y los hijos de Adán, olvidando la paciente misericordia, gracias a la cual se le ha otorgado al hombre otra oportunidad, sin pensar en el tremendo y asombroso sacrificio que su rebelión costaba al Rey del cielo, prestaron oídos al tentador y murmuraron contra el único Ser que podría salvarlos del poder de Satanás.
Millares de personas repiten hoy la misma rebelde queja contra Dios. No comprenden que al quitarle al hombre la libertad de elegir, le roban su prerrogativa como ser racional y le convierten en un mero autómata. No es el propósito de Dios forzar la voluntad de nadie. El hombre fué creado moralmente libre. Como los habitantes de todos los otros mundos, debe ser sometido a la prueba de la obediencia; pero nunca se le coloca en una situación en la cual se halle obligado a ceder al mal. No puede sobrevenirle tentación o prueba alguna que no sea capaz de resistir. Dios tomó medidas tales, que nunca tuvo el hombre que ser necesariamente derrotado en su conflicto con Satanás.
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A medida que se multiplicaron los hombres sobre la tierra, casi todo el mundo se alistó en las filas de la rebelión. De nuevo Satanás pareció haber alcanzado la victoria. Pero la omnipotencia divina impidió otra vez el desarrollo de la iniquidad y, mediante el diluvio, la tierra fué limpiada de su contaminación moral.
Dice el profeta: “Porque luego que hay juicios tuyos en la tierra, los moradores del mundo aprenden justicia. Alcanzará piedad el impío, y no aprenderá justicia; … y no mirará a la majestad de Jehová.” Isaías 26:9, 10. Así ocurrió después del diluvio. Ya libres de los castigos del Señor, los habitantes de la tierra se rebelaron de nuevo contra él. Dos veces el pacto de Dios y sus estatutos fueron desechados por el mundo. Tanto los antediluvianos como los descendientes de Noé rechazaron la autoridad divina. Entonces Dios hizo un pacto con Abrahán, y apartó para sí un pueblo que debía llegar a ser depositario de su ley.
Satanás empezó en seguida a tender sus lazos para seducir y destruir a este pueblo. Los hijos de Jacob fueron inducidos a contraer matrimonio con gentiles y a adorar sus ídolos. Pero José fué fiel a Dios, y su fidelidad fué un testimonio constante de la verdadera fe. Para apagar esta luz, obró Satanás mediante la envidia de los hermanos de José, quienes le vendieron como esclavo a un pueblo pagano. Sin embargo, Dios dirigió los acontecimientos para que su luz fuera comunicada al pueblo egipcio. Tanto en la casa de Potifar como en la cárcel, José recibió una educación y un adiestramiento que, con el temor de Dios, le prepararon para su alta posición como primer ministro de la nación. Desde el palacio de Faraón, se sintió su influencia por todo el país, y por todas partes se divulgó el conocimiento de Dios. En Egipto los israelitas alcanzaron prosperidad y riqueza y, hasta donde fueron fieles a Dios, ejercieron una amplia influencia. Los sacerdotes idólatras se alarmaron al ver que la nueva religión ganaba favor. Satanás les inspiró su propia enemistad contra el Dios del cielo y se propusieron apagar aquella luz. Los sacerdotes eran los encargados de la educación del heredero del trono, y fué el espíritu de terca oposición a Dios y el celo por la idolatría lo que modeló el carácter del futuro monarca, y le llevó a oprimir cruelmente a los hebreos.
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Durante los cuarenta años que siguieron a la huída de Moisés de la tierra de Egipto, la idolatría pareció haber vencido en la lucha. Año tras año las esperanzas de los israelitas iban desfalleciendo. Tanto el rey como el pueblo se regocijaban de su poder y se burlaban del Dios de Israel. Este espíritu creció hasta llegar a su mayor exaltación en el Faraón a quien enfrentó Moisés. Cuando el caudillo hebreo se presentó ante el rey con un mensaje de “Jehová, el Dios de Israel,” no fué su ignorancia acerca del Dios verdadero la que le sugirió la respuesta, sino que desafió el poder de Dios al responder: “¿Quién es Jehová, para que yo oiga su voz …? Yo no conozco a Jehová.” Desde el principio hasta el fin, la oposición de Faraón al mandato divino no fué resultado de la ignorancia, sino del odio y de un espíritu de desafío.
Aunque las egipcios habían rechazado durante tanto tiempo el conocimiento de Dios, el Señor todavía les ofreció la oportunidad de arrepentirse. En los días de José, Egipto había servido de asilo para Israel; Dios había sido honrado en la bondad mostrada a su pueblo; por lo tanto, el Paciente, tardo para la ira y lleno de compasión, dió a cada castigo tiempo para realizar su obra; los egipcios, maldecidos por las mismas cosas que adoraban, tuvieron evidencia del poder de Jehová, y todos los que quisieron, pudieron someterse a Dios y escapar a sus azotes. El fanatismo y la terquedad del rey dieron por resultado la divulgación del conocimiento de Dios y muchos egipcios, atraídos a él, se dedicaron a servirle.
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Fué porque los israelitas estaban tan dispuestos a unirse con los paganos y a imitar su idolatría por lo que Dios les había permitido ir a Egipto, donde la influencia de José era grande y donde las circunstancias eran favorables para permanecer en calidad de pueblo diferente. Allí, además, la burda idolatría de los egipcios, y su crueldad y opresión durante la última parte de la estada de los hebreos entre ellos, hubieran debido inspirar en los israelitas odio hacia la idolatría, y llevarlos a buscar refugio en el Dios de sus padres. Pero esas mismas circunstancias fueron convertidas por Satanás en instrumento para lograr sus fines, pues ofuscó la mente de los israelitas y los indujo a imitar las costumbres paganas. A causa de la supersticiosa veneración que los egipcios rendían a los animales, no se les permitió a los hebreos que ofrecieran sacrificios. Así sus pensamientos no fueron dirigidos al gran Sacrificio por medio de este culto, y su fe se debilitó.
Cuando llegó la hora de la liberación de Israel, Satanás se propuso resistir los propósitos de Dios. Se empeñó en que aquel gran pueblo, que contaba más de dos millones de almas, se mantuviera en la ignorancia y la superstición. Al pueblo a quien Dios había prometido bendecir y multiplicar, para hacerlo un poder sobre la tierra, y por cuyo medio iba a revelar el conocimiento de su voluntad, al pueblo que iba a ser el depositario de su ley, procuró Satanás mantenerlo en la obscuridad y la servidumbre, con el fin de borrar de su memoria el recuerdo de Dios.
Cuando se hicieron los milagros delante del rey, Satanás estuvo presente para contrarrestar la influencia que podrían ejercer, e impedir que Faraón reconociera la soberanía de Dios y que obedeciera su mandato. Satanás obró hasta el límite de su poder para falsificar la obra de Dios y resistir la voluntad divina. Lo único que obtuvo fué preparar el camino para mayores manifestaciones del poder y de la gloria del Señor, y hacer aún más evidente la existencia y soberanía del Dios verdadero y viviente, tanto ante los israelitas como ante todo el pueblo egipcio.
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Dios libró a Israel mediante extraordinarias manifestaciones de su potencia, y con juicios sobre todos los dioses de Egipto. “Y sacó a su pueblo con gozo; con júbilo a sus escogidos. Y dióles las tierras de las gentes; y las labores de las naciones heredaron: para que guardasen sus estatutos, y observasen sus leyes.” Salmos 105:43-45. Los rescató del estado de esclavitud en que se hallaban, para poder llevarlos a una buena tierra, que en su providencia había preparado para ellos como un refugio contra sus enemigos, a una tierra donde pudiesen vivir bajo la sombra de sus alas. Quería atraerlos a sí mismo, para rodearlos con sus brazos eternos; y les requirió que en retribución a toda su bondad y misericordia hacia ellos no tuviesen dioses ajenos ante él, el Dios viviente, y que ensalzaran su nombre y lo glorificaran en la tierra.
Durante su esclavitud en Egipto, muchos de los israelitas habían perdido en alto grado el conocimiento de la ley de Dios, y habían mezclado los preceptos divinos con costumbres y tradiciones paganas. Dios los llevó al Sinaí, y allí con su propia voz proclamó su ley.
Satanás y los ángeles malos asistieron a la escena. Aun mientras Dios proclamaba su ley a su pueblo, Satanás estaba urdiendo proyectos para inducirlo a pecar. Ante el mismo rostro del Cielo quería arrebatar a este pueblo a quien Dios había elegido. Llevándolos a la idolatría, iba a destruir la eficacia de todo culto; pues ¿cómo puede elevarse el hombre, adorando lo que es inferior a él mismo y que puede simbolizarse con hechuras de sus propias manos? Si el hombre pudiera llegar a ser tan ciego con respecto al poder, la majestad y la gloria del Dios infinito como para representarle por medio de una imagen o hasta por medio de una bestia o un reptil; si pudiera olvidar, hasta tal punto su propio parentesco divino; si olvidara que fué hecho a la imagen de su Creador, hasta el punto de inclinarse ante objetos repugnantes e irracionales; entonces quedaría el camino libre para la plena licencia, se desencadenarían las malas pasiones de su corazón, y Satanás ejercería dominio absoluto.
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Al pie mismo del Sinaí, empezó Satanás a ejecutar sus planes para derribar la ley de Dios y continuó así la obra que había iniciado en el cielo. Durante los cuarenta días que Moisés pasó en el monte con Dios, Satanás se ocupó en sembrar la duda, la apostasía y la rebelión. Mientras Dios escribía su ley, para entregarla al pueblo de su pacto, los israelitas, negando su lealtad a Jehová, pedían dioses de oro. Cuando Moisés regresó de la solemne presencia de la gloria divina, con los preceptos de la ley a la cual el pueblo se había comprometido a obedecer, halló a éste en actitud de abierto desafío a los mandamientos de esa ley y adorando una imagen de oro.
Al inducir a Israel a cometer este atrevido insulto y esta blasfemia contra Jehová, Satanás se había propuesto causar la ruina completa del pueblo. Puesto que se habían manifestado tan envilecidos, tan privados de todo entendimiento acerca de los privilegios y bendiciones que Dios les había ofrecido, y tan olvidados de sus repetidas promesas solemnes de lealtad, Satanás creyó que el Señor los repudiaría y los entregaría a la destrucción. Así obtendría el exterminio de la simiente de Abrahán, esa simiente prometida que había de preservar el conocimiento del Dios viviente, y mediante la cual había de venir Aquel que había de ser la verdadera simiente, y que le vencería a él, Satanás.
El gran rebelde había tramado destruir a Israel, y así frustrar los propósitos de Dios. Pero otra vez fué derrotado. A pesar de ser tan pecadores, los israelitas no fueron destruídos. En tanto que los que se habían puesto tercamente del lado de Satanás fueron eliminados, los humildes y los arrepentidos fueron perdonados bondadosamente. La historia de este pecado iba a destacarse como un testimonio perpetuo de la culpa y el castigo de la idolatría, y de la justicia y longanimidad de Dios.
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Todo el universo presenció las escenas del Sinaí. En la actuación de las dos administraciones se vió el contraste entre el gobierno de Dios y el de Satanás. Otra vez los inmaculados habitantes de los otros mundos volvieron a ver los resultados de la apostasía de Satanás, y la clase de gobierno que él habría establecido en el cielo, si se le hubiera dejado dominar.
Al hacer que los hombres violaran el segundo mandamiento, Satanás se propuso degradar el concepto que tenían del Ser divino. Anulando el cuarto mandamiento, les haría olvidar completamente a Dios. El hecho de que Dios demande reverencia y adoración por sobre los dioses paganos se funda en que él es el Creador, y que todas las demás criaturas le deben a él su existencia. Así lo presenta la Biblia. Dice el profeta Jeremías: “Jehová Dios es la verdad; él es Dios vivo y Rey eterno: … los dioses que no hicieron los cielos ni la tierra, perezcan de la tierra y de debajo de estos cielos. El que hizo la tierra con su potencia, el que puso en orden el mundo con su saber, y extendió los cielos con su prudencia…. Todo hombre se embrutece y le falta ciencia; avergüéncese de su vaciadizo todo fundidor; porque mentira es su obra de fundición, y no hay espíritu en ellos; vanidad son, obras de escarnios: en el tiempo de su visitación perecerán. No es como ellos la suerte de Jacob: porque él es el Hacedor de todo.” Jeremías 10:10-16.
El sábado, como recordatorio del poder creador de Dios, le señala a él como Hacedor de los cielos y de la tierra. Por lo tanto, es un testimonio perpetuo de su existencia, y un recuerdo de su grandeza, su sabiduría y su amor. Si el sábado se hubiera santificado siempre, jamás habría podido haber ateos ni idólatras.
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La institución del sábado, que tiene su origen en el Edén, es tan antigua como el mundo mismo. Ese día fué observado por todos los patriarcas, desde la creación en adelante. Durante su servidumbre en Egipto, los israelitas fueron obligados por sus amos a violar el sábado, y perdieron en gran parte el conocimiento de su santidad. Cuando se proclamó la ley en el Sinaí, las primeras palabras del cuarto mandamiento fueron: “Acuérdate de santificar el día de sábado,” lo cual demuestra que el sábado no se instituyó entonces; se señala su origen haciéndolo remontar a la creación. Para borrar a Dios de la mente de los hombres, Satanás se propuso derribar este gran monumento recordativo. Si pudiera inducir a los hombres a olvidar a su Creador, ya no harían esfuerzos para resistir al poder del mal, y Satanás estaría seguro de su presa.
La enemistad de Satanás contra la ley de Dios lo ha incitado a guerrear contra cada precepto del Decálogo. Con el gran principio del amor y la lealtad hacia Dios, el Padre de todos, se relaciona estrechamente el principio del amor y la obediencia a los padres. El despreciar la autoridad de los padres lleva pronto a despreciar la autoridad de Dios. Así se explican los esfuerzos de Satanás por menoscabar la autoridad del quinto mandamiento. Entre los paganos se prestaba poca atención al principio ordenado en este precepto. En muchas naciones se solía abandonar a los padres o darles muerte cuando la vejez los incapacitaba para cuidarse a sí mismos. En la familia, se trataba a la madre con poco respeto, y después de la muerte de su esposo, se le exigía que se sometiera a la autoridad del hijo mayor. Moisés insistió en la obediencia filial; pero cuando los israelitas se apartaron de Dios, menospreciaron el quinto mandamiento junto con los otros.
Satanás “homicida ha sido desde el principio” (Juan 8:44); y en cuanto tuvo poder sobre los seres humanos, no sólo los incitó a odiarse y matarse mutuamente, sino también a desafiar atrevidamente la autoridad de Dios, hasta el punto de violar el sexto mandamiento como parte de su religión.
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Merced a los conceptos pervertidos de lo que son los atributos divinos, los paganos fueron inducidos a creer que los sacrificios humanos eran necesarios para obtener el favor de sus dioses; y las crueldades más horribles se han perpetrado bajo diferentes formas de idolatría. Entre éstas se contaba la costumbre de hacer pasar a los hijos por el fuego ante ídolos. Cuando uno de ellos salía ileso de esta prueba del fuego, la gente creía que su ofrenda había sido aceptada; al niño así librado se le consideraba extraordinariamente favorecido por los dioses. Era colmado de beneficios, y después muy estimado; y por graves que fuesen sus crímenes, nunca se le castigaba. Pero si alguno se quemaba al pasar por el fuego, su suerte estaba decidida; se creía que la ira de los dioses sólo podía satisfacerse quitando la vida a la víctima, y por consiguiente era ofrecida como sacrificio. En épocas de gran apostasía, estas abominaciones prevalecieron hasta cierto grado, aun entre los israelitas.
También la violación del séptimo mandamiento se practicó antiguamente en nombre de la religión. Los ritos más licenciosos y abominables llegaron a formar parte del culto pagano. Hasta los dioses mismos se representaban como impuros, y sus adoradores daban rienda suelta a las pasiones bajas. Prevalecían vicios contra la naturaleza, y las fiestas religiosas se caracterizaban por una impureza general y pública.
La poligamia se practicó desde tiempos muy antiguos. Fué uno de los pecados que trajo la ira de Dios sobre el mundo antediluviano y sin embargo, después del diluvio esa práctica volvió a extenderse. Hizo Satanás un premeditado esfuerzo para corromper la institución del matrimonio, debilitar sus obligaciones, y disminuir su santidad; pues no hay forma más segura de borrar la imagen de Dios en el hombre, y abrir la puerta a la desgracia y al vicio.
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Desde el principio de la gran controversia, se propuso Satanás desfigurar el carácter de Dios, y despertar rebelión contra su ley; y esta obra parece coronada de éxito. Las multitudes prestan atención a los engaños de Satanás y se vuelven contra Dios. Pero en medio de la obra del mal, los propósitos de Dios progresan con firmeza hacia su realización. El manifiesta su justicia y benevolencia hacia todos los seres inteligentes creados por él. A causa de las tentaciones de Satanás, todos los miembros de la raza humana se han convertido en transgresores de la ley divina; pero en virtud del sacrificio de su Hijo se abre un camino por el cual pueden regresar a Dios. Por medio de la gracia de Cristo pueden llegar a ser capaces de obedecer la ley del Padre. Así en todos los tiempos, de entre la apostasía y la rebelión Dios saca a un pueblo que le es fiel, un pueblo “en cuyo corazón está” su “ley.” Isaías 51:7.
Satanás sedujo a los ángeles mediante el engaño; así también fué como en todo tiempo realizó su obra entre los hombres, y seguirá usando este procedimiento hasta el fin. Si él confesase abiertamente que está haciendo la guerra a Dios y a su ley, los hombres procurarían precaverse contra él; pero Satanás se disfraza y combina la verdad con el error. Las mentiras más peligrosas son las que están mezcladas con la verdad. De ahí que se acepten errores que cautivan y arruinan el alma. Valiéndose de este método, Satanás arrastra al mundo consigo. Pero se acerca el día en que su triunfo terminará para siempre.
El proceder de Dios respecto a la rebelión desenmascarará completamente la obra que durante tanto tiempo se ha hecho en forma oculta. Los resultados del dominio de Satanás y del rechazamiento de los estatutos divinos quedarán revelados a la vista de todos los seres racionales. La ley de Dios está plenamente vindicada. Se verá que todos los actos de Dios tuvieron por fin el bien eterno de su pueblo y de todos los mundos creados. Satanás mismo, en presencia del universo, confesará la justicia del gobierno de Dios y la rectitud de su ley.
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No está lejos el tiempo en que Dios se levantará para vindicar su autoridad agraviada. “He aquí que Jehová sale de su lugar, para visitar la maldad del morador de la tierra contra él.” Isaías 26:21. “¿Quién podrá sufrir el tiempo de su venida? ¿o quién podrá estar cuando él se mostrará?” Malaquías 3:2. A causa de su pecaminosidad, se le prohibió al pueblo de Israel acercarse al monte cuando Dios estaba por descender sobre él para proclamar su ley, para evitar que fuese consumido por la abrasadora gloria de su presencia. Si tales manifestaciones de su poder señalaron el sitio escogido para la proclamación de su ley, ¡cuán pavoroso no será su tribunal cuando venga para aplicar el juicio de estos sagrados estatutos! ¿Cómo soportarán su gloria en el gran día de la retribución final los que pisotearon su autoridad?
Los terrores del Sinaí debían darle al pueblo una idea de las escenas del juicio. El sonido de una trompeta llamó a Israel a presentarse ante Dios. La voz del arcángel y la trompeta de Dios llamarán a la presencia del Juez desde todos los confines de la tierra tanto a los vivos como a los muertos. El Padre y el Hijo, asistidos por una multitud de ángeles, estaban presentes en el monte. En el gran día del juicio, Cristo vendrá “en la gloria de su Padre con sus ángeles.” “Entonces se sentará sobre el trono de su gloria. Y serán reunidas delante de él todas las gentes.” Mateo 16:27; 25:31, 32.
Cuando se manifestó la presencia divina en el Sinaí, la gloria del Señor era ante la vista de todo Israel como un fuego devorador. Pero cuando venga Cristo en gloria con sus santos ángeles, toda la tierra resplandecerá con el tremendo fulgor de su presencia. “Vendrá nuestro Dios, y no callará: fuego consumirá delante de él, y en derredor suyo habrá tempestad grande. Convocará a los cielos de arriba, y a la tierra, para juzgar a su pueblo.” Salmos 50:3, 4. De él procederá una corriente de fuego que fundirá los elementos con su ardiente calor; y la tierra y las obras que hay en ella serán consumidas. “Se manifestará el Señor Jesús del cielo con los ángeles de su potencia, en llama de fuego, para dar el pago a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio.” 2 Tesalonicenses 1:7, 8.
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Nunca, desde que se creó al hombre, se había presenciado semejante manifestación del poder divino como cuando se proclamó la ley desde el Sinaí. “La tierra tembló; también destilaron los cielos a la presencia de Dios: aquel Sinaí tembló delante de Dios, del Dios de Israel.” Salmos 68:8. En medio de las más terríficas convulsiones de la naturaleza, la voz de Dios se oyó como una trompeta desde la nube. El monte fué sacudido desde la base hasta la cima, y las huestes de Israel, demudadas y temblorosas, cayeron de hinojos.
Aquel, cuya voz hizo entonces temblar la tierra, ha declarado: “Aun una vez, y yo conmoveré no solamente la tierra, mas aun el cielo.” La Escritura dice: “Jehová bramará desde lo alto, y desde la morada de su santidad dará su voz,” “y temblarán los cielos y la tierra.” En aquel gran día que se acerca, el cielo mismo se apartará “como un libro que es envuelto.” Y todo monte y toda isla se moverán de su sitio. “Temblará la tierra vacilando como un borracho, y será removida como una choza; y agravaráse sobre ella su pecado, y caerá, y nunca más se levantará.” Hebreos 12:26; Jeremías 25:30; Joel 3:16; Apocalipsis 6:14; Isaías 24:20.
“Por tanto, se enervarán todas las manos, y desleiráse todo corazón de hombre: y se llenarán de terror; angustias y dolores los comprenderán; … pasmaráse cada cual al mirar a su compañero; sus rostros, rostros de llamas.” “Y visitaré la maldad sobre el mundo, y sobre los impíos su iniquidad; y haré que cese la arrogancia de los soberbios, y abatiré la altivez de los fuertes.” Isaías 13:7, 8, 11; Jeremías 30:6.
Cuando Moisés regresó de su encuentro con la divina presencia en el monte, donde había recibido las tablas del testimonio, el culpable Israel no pudo soportar la luz que glorificaba su semblante. ¡Cuánto menos podrán los transgresores mirar al Hijo de Dios cuando aparezca en la gloria de su Padre, rodeado de todas las huestes celestiales, para ejecutar el juicio sobre los transgresores de su ley y sobre los que rechazan su sacrificio expiatorio! Los que menospreciaron la ley de Dios y pisotearon bajo sus pies la sangre de Cristo, “los reyes de la tierra, y los príncipes, y los ricos, y los capitanes, y los fuertes,” se esconderán “en las cuevas y entre las peñas de los montes,” y dirán a los montes y a las rocas: “Caed sobre nosotros, y escondednos de la cara de Aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero: porque el gran día de su ira es venido; y ¿quién podrá estar firme?” En “aquel día arrojará el hombre, a los topos y murciélagos, sus ídolos de plata y sus ídolos de oro, … y se entrarán en las hendiduras de las rocas, y en las cavernas de las peñas, por la presencia formidable de Jehová, y por el resplandor de su majestad, cuando se levantare para herir la tierra.” Apocalipsis 6:15-17; Isaías 2:20, 21.
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Entonces se verá que la rebelión de Satanás contra Dios dió como resultado la ruina de sí mismo, y de todos los que eligieron ser sus súbditos. El hizo creer que de la transgresión resultaría un gran bien; pero se verá que “la paga del pecado es muerte.” “Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno; y todos los soberbios, y todos los que hacen maldad, serán estopa; y aquel día que vendrá, los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, el cual no les dejará ni raíz ni rama.” Satanás, la raíz de todo pecado, y todos los obradores del mal, que son sus ramas, serán completamente extirpados. Se pondrá fin al pecado, y a toda la aflicción y ruina que acarreó. El salmista dice: “Destruíste al malo, raíste el nombre de ellos para siempre jamás. Oh enemigo, acabados son para siempre los asolamientos.” Romanos 6:23; Malaquías 4:1; Salmos 9:5, 6.
Pero en medio de la tempestad de los castigos divinos, los hijos de Dios no tendrán ningún motivo para temer. “Jehová será la esperanza de su pueblo, y la fortaleza de los hijos de Israel.” El día que traerá terror y destrucción para los transgresores de la ley de Dios, para los obedientes significará “gozo inefable y glorificado.” “Juntadme mis santos—dirá el Señor;—los que hicieron conmigo pacto con sacrificio. Y denunciarán los cielos su justicia; porque Dios es el juez.” Joel 3:16; 1 Pedro 1:8; Salmos 50:5, 6.
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“Entonces os tornaréis, y echaréis de ver la diferencia entre el justo y el malo, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve.” “Oídme, los que conocéis justicia, pueblo en cuyo corazón está mi ley.” “He aquí he quitado de tu mano el cáliz de aturdimiento … nunca más lo beberás.” “Yo, yo soy vuestro consolador.” “Porque los montes se moverán, y los collados temblarán; mas no se apartará de ti mi misericordia, ni el pacto de mi paz vacilará, dijo Jehová, el que tiene misericordia de ti.” Malaquías 3:18; Isaías 51:7, 22, 12; 54:10.
El gran plan de la redención dará por resultado el completo restablecimiento del favor de Dios para el mundo. Será restaurado todo lo que se perdió a causa del pecado. No sólo el hombre, sino también la tierra, será redimida, para que sea la morada eterna de los obedientes. Durante seis mil años, Satanás luchó por mantener la posesión de la tierra. Pero se cumplirá el propósito original de Dios al crearla. “Tomarán el reino los santos del Altísimo, y poseerán el reino hasta el siglo, y hasta el siglo de los siglos.” Daniel 7:18.
“Desde el nacimiento del sol hasta donde se pone, sea alabado el nombre de Jehová.” “En aquel día Jehová será uno, y uno su nombre.” “Y Jehová será Rey sobre toda la tierra.” La Sagrada Escritura dice: “Para siempre, oh Jehová, permanece tu palabra en los cielos.” “Fieles son todos sus mandamientos; afirmados por siglo de siglo.” Los sagrados estatutos que Satanás ha odiado y ha tratado de destruir, serán honrados en todo el universo inmaculado. Y “como la tierra produce su renuevo, y como el huerto hace brotar su simiente, así el Señor Jehová hará brotar justicia y alabanza delante de todas las gentes.” Salmos 113:3; Zacarías 14:9; Salmos 119:89; 111:7, 8; Isaías 61:11.