Historia de los Patriarcas y Profetas: Capítulo 40 – Balaam

Este capítulo está basado en Números 22 y 24.

Cuando regresaron al Jordán, después de la conquista de Basán, los israelitas, en preparación para la inmediata invasión de Canaán, acamparon a la orilla del río un poco más arriba que el punto de su desembocadura en el mar Muerto, frente a la llanura de Jericó. Estaban en la misma frontera de Moab, y los moabitas se llenaron de terror al tener tan cerca a los invasores.

La gente de Moab no había sido molestada por Israel; pero había observado con presentimientos inquietantes todo lo que había ocurrido en los países vecinos. Los amorreos ante quienes había tenido que retroceder, habían sido vencidos por los hebreos, y el territorio que los amorreos habían arrebatado a Moab estaba ahora en posesión de Israel. Los ejércitos de Basán habían cedido ante el poder misterioso que encerraba la columna de nube, y las gigantescas fortalezas estaban ocupadas por los hebreos. Los moabitas no osaron arriesgarse a sacarlos; ante las fuerzas sobrenaturales que obraban en su favor, apelar a las armas era futil. Pero, como Faraón, decidieron acudir al poder de la hechicería para contrarrestar la obra de Dios. Atraerían una maldición sobre Israel.

La gente de Moab estaba estrechamente relacionada con los madianitas, por vínculos nacionales y de religión. Así que Balac, rey de Moab, despertó los temores de ese pueblo pariente, y obtuvo su cooperación en sus propósitos contra Israel mediante el siguiente mensaje: “Ahora lamerá esta gente todos nuestros contornos, como lame el buey la grama del campo.” Véase Números 22-24. Era fama que Balaam, habitante de Mesopotamia, poseía poderes sobrenaturales, y esa fama había llegado a la tierra de Moab. Se acordó solicitar su ayuda. Por consiguiente, enviaron mensajeros “los ancianos de Moab, a los ancianos de Madián,” para asegurarse los servicios de sus adivinaciones y su magia contra Israel.

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Los embajadores emprendieron en seguida su largo viaje a través de las montañas y los desiertos hacia Mesopotamia; al encontrar a Balaam, le entregaron el mensaje de su rey: “Un pueblo ha salido de Egipto, y he aquí que cubre la haz de la tierra, y habita delante de mí: ven pues ahora, te ruego, maldíceme este pueblo, porque es más fuerte que yo: quizá podré yo herirlo, y echarlo de la tierra: que yo sé que el que tú bendijeres, será bendito, y el que tú maldijeres, será maldito.”

Balaam había sido una vez hombre bueno y profeta de Dios; pero había apostatado, y se había entregado a la avaricia; no obstante, aun profesaba servir fielmente al Altísimo. No ignoraba la obra de Dios en favor de Israel; y cuando los mensajeros le dieron su recado, sabía muy bien que debía rehusar los presentes de Balac, y despedir a los embajadores. Pero se aventuró a jugar con la tentación, pidió a los mensajeros que se quedaran aquella noche con él, y les dijo que no podía darles una contestación decisiva antes de consultar al Señor. Balaam sabía que su maldición no podía perjudicar en manera alguna a los israelitas. Dios estaba de parte de ellos; y siempre que le fuesen fieles, ningún poder terrenal o infernal adverso podría prevalecer contra ellos. Pero halagaron su orgullo las palabras de los embajadores: “El que tú bendijeres, será bendito, y el que maldijeres, será maldito.” El soborno de los regalos costosos y de la exaltación en perspectiva excitaron su codicia. Avidamente aceptó los tesoros ofrecidos, y luego, aunque profesando obedecer estrictamente a la voluntad de Dios, trató de cumplir los deseos de Balac.

Durante la noche el ángel de Dios vino a Balaam con el mensaje: “No vayas con ellos, ni maldigas al pueblo; porque es bendito.”

Por la mañana, Balaam de mala gana despidió a los mensajeros; pero no les dijo lo que había dicho el Señor. Airado porque sus deseos de lucro y de honores habían sido repentinamente frustrados, exclamó con petulancia: “Volveos a vuestra tierra, porque Jehová no me quiere dejar ir con vosotros.”

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Balaam “amó el premio de la maldad.” 2 Pedro 2:15. El pecado de la avaricia que, según la declaración divina, es idolatría, le hacía buscar ventajas temporales, y por ese solo defecto, Satanás llegó a dominarlo por completo. Esto ocasionó su ruina. El tentador ofrece siempre ganancia y honores mundanos para apartar a los hombres del servicio de Dios. Les dice que sus escrúpulos excesivos les impiden alcanzar prosperidad. Así muchos se dejan desviar de la senda de una estricta integridad. Después de cometer una mala acción les resulta más fácil cometer otra, y se vuelven cada vez más presuntuosos. Una vez que se hayan entregado al dominio de la codicia y a la ambición de poder se atreverán a hacer las cosas más terribles. Muchos se lisonjean creyendo que por un tiempo pueden apartarse de la probidad estricta para alcanzar alguna ventaja mundana, y que después de haber logrado su fin, podrán cambiar de conducta cuando quieran. Los tales se enredan en los lazos de Satanás, de los que rara vez escapan.

Cuando los mensajeros dijeron a Balac que el profeta había rehusado acompañarlos, no dieron a entender que Dios se lo había prohibido. Creyendo que la dilación de Balaam se debía a su deseo de obtener una recompensa más cuantiosa, el rey mandó mayor número de príncipes y más encumbrados que los primeros, con promesas de honores más grandes y con autorización para aceptar todas las condiciones que Balaam pusiese. El mensaje urgente de Balac al profeta fué éste: “Ruégote que no dejes de venir a mí: porque sin duda te honraré mucho, y haré todo lo que me dijeres: ven pues ahora, maldíceme a este pueblo.”

Por segunda vez Balaam fué probado. En su respuesta a las peticiones de los embajadores hizo alarde de tener mucha conciencia y probidad, y les aseguró que ninguna cantidad de oro y de plata podía persuadirle a obrar contra la voluntad de Dios. Pero anhelaba acceder al ruego del rey; y aunque ya se le había comunicado la voluntad de Dios en forma definitiva, rogó a los mensajeros que se quedaran, para que pudiese consultar otra vez a Dios, como si el Infinito fuera un hombre sujeto a la persuasión.

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Durante la noche se le apareció el Señor a Balaam y le dijo: “Si vinieren a llamarte hombres, levántate y ve con ellos; empero harás lo que yo te dijere.” Hasta ese punto le permitiría el Señor a Balaam que hiciera su propia voluntad, ya que se empeñaba en ello. No procuraba hacer la voluntad de Dios, sino que decidía su conducta y luego se esforzaba por obtener la sanción del Señor.

Son millares hoy los que siguen una conducta parecida. No tendrían dificultad en comprender su deber, si éste armonizara con sus inclinaciones. Lo hallan claramente expuesto en la Biblia, o lisa y llanamente indicado por las circunstancias y la razón. Pero porque estas evidencias contrarían sus deseos e inclinaciones, con frecuencia las hacen a un lado y pretenden acudir a Dios para saber cuál es su deber. Aparentan tener una conciencia escrupulosa y en fervientes y largas oraciones piden ser iluminados. Pero Dios no tolera que los hombres se burlen de él. A menudo permite a tales personas que sigan sus propios deseos y que sufran las consecuencias. “Mas mi pueblo no oyó mi voz, … dejélos por tanto a la dureza de su corazón: caminaron en sus consejos.” Salmos 81:11, 12. Cuando uno ve claramente su deber, no procura ir presuntuosamente a Dios para rogarle que le dispense de cumplirlo. Más bien debe ir con espíritu humilde y sumiso, pedir fortaleza divina y sabiduría para hacer lo que le exige.

Los moabitas eran un pueblo envilecido e idólatra; sin embargo, de acuerdo con la luz que habían recibido, su culpabilidad no era, a los ojos del Cielo, tan grande como la de Balaam. Por el hecho de que él aseveraba ser profeta de Dios, se atribuiría autoridad divina a todo lo que diría. Por lo tanto no se le iba a permitir hablar como quisiera, sino que habría de anunciar el mensaje que Dios le diera. “Harás lo que yo te dijere,” fué la orden divina.

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Balaam había recibido permiso para acompañar a los mensajeros de Moab en caso de que vinieran por la mañana a llamarle. Pero enfadados por la tardanza de él y creyendo que otra vez se negaría a ir, salieron para su tierra sin consultar más con él. Había sido eliminada la excusa para cumplir lo pedido por Balac. Pero Balaam había resuelto obtener la recompensa; y tomando el animal en el cual solía montar, se puso en camino. Temía que se le retirara aun ahora el permiso divino, y se apresuraba ansiosamente, impaciente y temeroso de perder por uno u otro motivo la recompensa codiciada.

Pero “el ángel de Jehová se puso en el camino por adversario suyo.” El animal vió al divino mensajero, a quien el hombre no había visto, y se apartó del camino real y entró en el campo. Con golpes crueles, Balaam hizo volver la bestia al camino; pero nuevamente, en un sitio angosto y cerrado por murallas de piedra, le apareció el ángel, y el animal, tratando de evitar la figura amenazadora, apretó el pie de su amo contra la muralla. Balaam no veía la intervención divina, y no sabía que Dios estaba poniendo obstáculos en su camino. Se enfureció, y golpeando sin misericordia al asna, la obligó a seguir adelante.

“Y el ángel de Jehová pasó más allá, y púsose en una angostura, donde no había camino para apartarse ni a diestra ni a siniestra.” Apareció el ángel, como anteriormente, en actitud amenazadora, y el pobre animal, temblando de terror, se detuvo por completo, y cayó al suelo debajo de su amo. La ira de Balaam no conoció límites, y con su vara golpeó al animal aun más cruelmente que antes. Dios abrió entonces la boca a la burra, y la “bestia de carga, hablando en voz de hombre, refrenó la locura del profeta.” 2 Pedro 2:16. “¿Qué te he hecho, que me has herido estas tres veces?” dijo.

Lleno de ira al verse así estorbado en su viaje, Balaam contestó a la bestia como si ésta fuese un ser racional: “Porque te has burlado de mí: ¡ojalá tuviera espada en mi mano, que ahora te mataríal” ¡Allí estaba un hombre que se hacía llamar mago, que iba de camino para pronunciar una maldición sobre un pueblo con el objeto de paralizarle su fuerza, en tanto que no tenía siquiera poder suficiente para matar el animal en que montaba!

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Los ojos de Balaam fueron entonces abiertos, y vió al ángel de Dios de pie con la espada desenvainada, listo para darle muerte. Aterrorizado, “hizo reverencia, e inclinóse sobre su rostro.” El ángel le dijo: “¿Por qué has herido tu asna estas tres veces? he aquí yo he salido para contrarrestarte, porque tu camino es perverso delante de mí: el asna me ha visto, y hase apartado luego de delante de mí estas tres veces: y si de mí no se hubiera apartado, yo también ahora te mataría a ti, y a ella dejaría viva.”

Balaam debió la conservación de su vida al pobre animal tan cruelmente tratado por él. El hombre que alegaba ser profeta del Señor, el que declaraba ser “varón de ojos abiertos,” y “que vió la visión del Omnipotente,” estaba tan cegado por la codicia y la ambición, que no pudo discernir al ángel de Dios que era visible para su bestia. “El dios de este siglo cegó los entendimientos de los incrédulos.” 2 Corintios 4:4. ¡Cuántos son así cegados! Se precipitan por sendas prohibidas, traspasan la divina ley, y no pueden reconocer que Dios y sus ángeles se les oponen. Como Balaam, se airan contra los que procuran evitar su ruina.

Por la manera en que tratara su bestia, Balaam había demostrado qué espíritu le dominaba. “El justo atiende a la vida de su bestia: mas las entrañas de los impíos son crueles.” Proverbios 12:10. Pocos comprenden debidamente cuán inicuo es abusar de los animales o dejarlos sufrir por negligencia. El que creó al hombre también creó a los animales inferiores, y extiende “sus misericordias sobre todas sus obras.” Salmos 145:9. Los animales fueron creados para servir al hombre, pero éste no tiene derecho a imponerles mal trato o exigencias crueles.

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A causa del pecado del hombre, “la creación entera gime juntamente con nosotros, y a una está en dolores de parto hasta ahora.” Romanos 8:22 (VM). Así cayeron los sufrimientos y la muerte no solamente sobre la raza humana, sino también sobre los animales. Le incumbe pues al hombre tratar de aligerar, en vez de aumentar, el peso del padecimiento que su transgresión ha impuesto a los seres creados por Dios. El que abusa de los animales porque los tiene en su poder, es un cobarde y un tirano. La tendencia a causar dolor, ya sea a nuestros semejantes o a los animales irracionales, es satánica. Muchos creen que nunca será conocida su crueldad, porque las pobres bestias no la pueden revelar. Pero si los ojos de esos hombres pudiesen abrirse como se abrieron los de Balaam, verían a un ángel de Dios de pie como testigo, para testificar contra ellos en las cortes celestiales. Asciende al cielo un registro, y vendrá el día cuando el juicio se pronunciará contra los que abusan de los seres creados por Dios.

Cuando vió al mensajero de Dios, Balaam exclamó aterrorizado: “He pecado, que no sabía que tú te ponías delante de mí en el camino; mas ahora, si te parece mal, yo me volveré.” El Señor le permitió proseguir su viaje, pero le dió a entender que sus palabras serían controladas por el poder divino. Dios quería dar a Moab evidencia de que los hebreos estaban bajo la custodia del Cielo; y lo hizo en forma eficaz cuando les demostró cuán imposible era para Balaam pronunciar una maldición contra ellos sin el permiso divino.

El rey de Moab, informado de que Balaam se acercaba, salió con un gran séquito hasta los confines de su reino, para recibirle. Cuando expresó su asombro por la tardanza de Balaam, en vista de las ricas recompensas que le esperaban, el profeta le dió esta contestación: “He aquí yo he venido a ti: mas ¿podré ahora hablar alguna cosa? La palabra que Dios pusiere en mi boca, ésa hablaré.” Balaam lamentaba que se le hubiese impuesto esta restricción; temía que sus fines no pudieran cumplirse porque el poder del Señor le dominaba.

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Con gran pompa, el rey y los dignatarios de su reino escoltaron a Balaam “a los altos de Baal,” desde donde iba a poder divisar al ejército hebreo. Contemplemos al profeta de pie en la altura eminente, mirando hacia el campamento del pueblo escogido de Dios. ¡Qué poco saben los israelitas de lo que está ocurriendo tan cerca de ellos! ¡Qué poco saben del cuidado de Dios, que los cobija de día y de noche! ¡Cuán embotada tiene la percepción el pueblo de Dios! ¡Cuán tardos han sido sus hijos en todas las edades para comprender su gran amor y misericordia! Si tan sólo pudieran discernir el maravilloso poder que Dios manifiesta constantemente en su favor, ¿no se llenarían sus corazones de gratitud por su amor, y de reverencia al pensar en su majestad y poder?

Balaam tenía cierta noción de los sacrificios y ofrendas de los hebreos, y esperaba que, superándolos en donativos costosos, podría obtener la bendición de Dios y asegurar la realización de sus proyectos pecaminosos. Así iban dominando su corazón y su mente los sentimientos de los moabitas idólatras. Su sabiduría se había convertido en insensatez; su visión espiritual se había ofuscado; cediendo al poder de Satanás, se había enceguecido él mismo.

Por indicación de Balaam, se erigieron siete altares, y él ofreció un sacrificio en cada uno. Luego se retiró a una altura, para comunicarse con Dios, y prometió que le haría saber a Balac cualquier cosa que el Señor le revelase.

Con los nobles y los príncipes de Moab, el rey se quedó de pie al lado del sacrificio, mientras que la multitud anhelosa se congregó alrededor de ellos, y todos esperaban el regreso del profeta. Por último volvió, y el pueblo esperó oír las palabras capaces de paralizar para siempre aquel poder extraño que se manifestaba en favor de los odiados israelitas. Balaam dijo:

“De Aram me trajo Balac, Rey de Moab, de los montes del oriente: Ven, maldíceme a Jacob; Y ven, execra a Israel. ¿Por qué maldeciré yo al que Dios no maldijo? ¿Y por qué he de execrar al que Jehová no ha execrado? Porque de la cumbre de las peñas lo veré, Y desde los collados lo miraré: He aquí un pueblo que habitará confiado, Y no será contado entre las gentes. ¿Quién contará el polvo de Jacob, O el número de la cuarta parte de Israel? Muera mi persona de la muerte de los rectos, Y mi postrimería sea como la suya.”

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Balaam confesó que había venido con el objeto de maldecir a Israel; pero las palabras que pronunció contradijeron rotundamente los sentimientos de su corazón. Se le obligó a pronunciar bendiciones, en tanto que su alma estaba henchida de maldiciones.

Mientras Balaam miraba el campamento de Israel, contempló con asombro la evidencia de su prosperidad. Se lo habían pintado como una multitud ruda y desorganizada que infestaba el país con grupos de merodeadores que afligían y aterrorizaban las naciones circunvecinas; pero lo que veía era todo lo contrario. Notó la vasta extensión y el orden perfecto del campamento, y que todo denotaba disciplina y orden cabales. Le fué revelado el favor que Dios dispensaba a Israel, y el carácter distintivo de ese pueblo escogido. No había de equipararse a las otras naciones, sino de superarlas en todo. El “pueblo habitará confiado, y no será contado entre las gentes.” Cuando se pronunciaron estas palabras, los israelitas aun no se habían establecido permanentemente en un sitio, y Balaam no conocía su carácter particular y especial ni sus modales y costumbres. Pero ¡cuán sorprendentemente se cumplió esta profecía en la historia ulterior de Israel! A través de todos los años de su cautiverio y de todos los siglos de su dispersión, han subsistido como pueblo distinto de los demás. Así tambien los hijos de Dios, el verdadero Israel, aunque dispersados entre todas las naciones, no son sino advenedizos en la tierra, y su ciudadanía está en los cielos.

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No sólo se le mostró a Balaam la historia del pueblo hebreo como nación, sino que contempló el incremento y la prosperidad del verdadero Israel de Dios hasta el fin. Vió cómo el favor especial del Altísimo asistía a los que le aman y le temen. Los vió, sostenidos por su brazo, entrar en el valle de la sombra de muerte. Y les vió salir de la tumba, coronados de gloria, honor e inmortalidad. Vió a los redimidos regocijarse en las glorias imperecederas de la tierra renovada. Mirando la escena, exclamó: “¿Quién contará el polvo de Jacob, o el número de la cuarta parte de Israel?” Y al ver la corona de gloria en cada frente y el regocijo que resplandecía en todos los semblantes, contempló con anticipación aquella vida ilimitada de pura felicidad, y rogó solemnemente: “¡Muera mi persona de la muerte de los rectos, y mi postrimería sea como la suya!”

Si Balaam hubiera estado dispuesto a aceptar la luz que Dios le había dado, habría cumplido su palabra; e inmediatamente habría cortado toda relación con Moab. No hubiera presumido ya más de la misericordia de Dios, sino que se habría vuelto hacia él con profundo arrepentimiento. Pero Balaam amaba el salario de iniquidad, y estaba resuelto a obtenerlo a todo trance.

Balac había esperado confiadamente que una maldición caería como plaga fulminante sobre Israel; y al oír las palabras del profeta exclamó apasionadamente: “¿Qué me has hecho? hete tomado para que maldigas a mis enemigos, y he aquí has proferido bendiciones.” Balaam, procurando hacer de la necesidad una virtud, aseveró que, movido por un respeto concienzudo de la voluntad de Dios, había pronunciado palabras que habían sido impuestas a sus labios por el poder divino. Su contestación fué: “¿No observaré yo lo que Jehová pusiere en mi boca para decirlo?”

Aun así Balac no podía renunciar a sus propósitos. Decidió que el espectáculo imponente ofrecido por el vasto campamento de los hebreos, había intimidado de tal modo a Balaam que no se atrevió a practicar sus adivinaciones contra ellos. El rey resolvió llevar al profeta a algún punto desde el cual sólo pudiera verse una parte de la hueste. Si se lograba inducir a Balaam a que la maldijera por pequeños grupos, todo el campamento no tardaría en verse entregado a la destrucción. En la cima de una elevación llamada Pisga, se hizo otra prueba. Nuevamente se construyeron siete altares, sobre los cuales se colocaron las mismas ofrendas y sacrificios que antes. El rey y los príncipes permanecieron al lado de los sacrificios, en tanto que Balaam se retiraba para comunicarse con Dios. Otra vez se le confió al profeta un mensaje divino, que no pudo callar ni alterar.

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Cuando se presentó a la compañía que esperaba ansiosamente, se le preguntó: “¿Qué ha dicho Jehová?” La contestación, como anteriormente, infundió terror al corazón del rey y de los príncipes:

“Dios no es hombre, para que mienta; Ni hijo de hombre para que se arrepienta: El dijo, ¿y no hará?; Habló, ¿y no lo ejecutará? He aquí, yo he tomado bendición: Y él bendijo, y no podré revocarla. No ha notado iniquidad en Jacob, Ni ha visto perversidad en Israel: Jehová su Dios es con él, Y júbilo de rey en él.”

Embargado por el temor reverente que le inspiraban estas revelaciones, Balaam exclamó: “No hay hechizo contra Israel, ni hay adivinación contra Israel.” Números 23:23 (VM). Conforme al deseo de los moabitas, el gran mago había probado el poder de su encantamiento; pero precisamente con respecto a esta ocasión se iba a decir de los hijos de Israel: “¡Lo que ha hecho Dios!” Mientras estuvieran bajo la protección divina, ningún pueblo o nación, aunque fuese auxiliado por todo el poder de Satanás, podría prevalecer contra ellos. El mundo entero iba a maravillarse de la obra asombrosa de Dios en favor de su pueblo, a saber, que un hombre empeñado en seguir una conducta pecaminosa fuese de tal manera dominado por el poder divino que se viese obligado a pronunciar, en vez de imprecaciones, las más ricas y las más preciosas promesas en el lenguaje sublime y fogoso de la poesía. Y el favor que en esa ocasión Dios concedió a Israel había de ser garantía de su cuidado protector hacia sus hijos obedientes y fieles en todas las edades. Cuando Satanás indujese a los impíos a que calumniaran, maltrataran y exterminaran al pueblo de Dios, este mismo suceso les sería recordado y fortalecería su ánimo y fe en Dios.

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El rey de Moab, desalentado y angustiado, exclamó: “Ya que no lo maldices, ni tampoco lo bendigas.” No obstante, subsistía una débil esperanza en su corazón, y decidió hacer otra prueba. Condujo a Balaam al monte Peor, donde había un templo dedicado al culto licencioso de Baal, su dios. Allí se erigió el mismo número de altares que antes, y el mismo número de sacrificios fueron ofrecidos; pero Balaam no se apartó solo como en las otras ocasiones, para averiguar la voluntad de Dios. No pretendió hacer hechicería alguna, sino que, de pie al lado de los altares, miró a lo lejos a las tiendas de Israel. Otra vez el Espíritu de Dios asentó sobre él, y brotó de sus labios el divino mensaje:

“¡Cuán hermosas son tus tiendas, oh Jacob, Tus habitaciones, oh Israel! Como arroyos están extendidas, Como huertos junto al río, Como lináloes plantados por Jehová, Como cedros junto a las aguas, De sus manos destilarán aguas, Y su simiente será en muchas aguas: Y ensalzarse ha su rey más que Agag, Y su reino será ensalzado…. Se encorvará para echarse como león, y como leona; ¿Quien lo despertará? Benditos los que te bendijeren, Y malditos los que te maldijeren.”

La prosperidad del pueblo de Dios se presenta aquí mediante algunas de las más bellas figuras ofrecidas por la naturaleza. El profeta compara a Israel a los valles fértiles cubiertos de abundantes cosechas; a huertos florecientes regados por manantiales inagotables; al perfumado árbol de sándalo y al majestuoso cedro. Esta última figura es una de las más hermosas y apropiadas que se encuentran en la Palabra inspirada. El cedro del Líbano era honrado por todos los pueblos del Oriente. El género de árboles al que pertenece se encuentra dondequiera que el hombre haya ido, por toda la tierra. Florecen desde las regiones árticas hasta las zonas tropicales, y si bien gozan del calor, saben arrostrar el frío; brotan exuberantes en las orillas de los ríos, y no obstante, se elevan majestuosamente sobre el páramo árido y sediento. Clavan sus raíces profundamente entre las rocas de las montañas, y audazmente desafían la tempestad. Sus hojas se mantienen frescas y verdes cuando todo lo demás ha perecido bajo el soplo del invierno. Sobre todos los demás árboles, el cedro del Líbano se distingue por su fuerza, su firmeza, su vigor perdurable; y se lo usa como símbolo de aquellos cuya vida “está escondida con Cristo en Dios.” Colosenses 3:3. Las Escrituras dicen: “El justo florecerá como la palma: crecerá como cedro en el Líbano.” Salmos 92:12. La mano divina elevó el cedro a la categoría de rey del bosque. “Las hayas no fueron semejantes a sus ramas, ni los castaños fueron semejantes a sus ramos.” Ezequiel 31:8. El cedro se usa a menudo como emblema de la realeza; y su empleo en la Escritura, para representar a los justos, demuestra cómo el cielo considera y aprecia a los que hacen la voluntad de Dios.

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Balaam profetizó que el rey de Israel sería más grande y más poderoso que Agag. Tal era el nombre que se daba a los reyes de los amalecitas, entonces nación poderosa; pero Israel, si era fiel a Dios, subyugaría a todos sus enemigos. El Rey de Israel era el Hijo de Dios; su trono se había de establecer un día en la tierra, y su poder se exaltaría sobre todos los reinos terrenales.

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Al escuchar las palabras del profeta, Balac quedó abrumado por la frustración de su esperanza, por el temor y la ira. Le indignaba el hecho de que Balaam se hubiera atrevido a darle la menor promesa de una respuesta favorable, cuando todo estaba resuelto contra él. Miraba con desprecio la conducta transigente y engañosa del profeta. El rey exclamó airado: “Húyete, por tanto, ahora a tu lugar: yo dije que te honraría, mas he aquí que Jehová te ha privado de honra.” La contestación que recibió el rey fué que se le había prevenido que Balaam sólo podría pronunciar el mensaje dado por Dios.

Antes de volver a su pueblo, Balaam emitió una hermosísima y sublime profecía con respecto al Redentor del mundo y a la destrucción final de los enemigos de Dios:

“Verélo, mas no ahora: lo miraré, mas no de cerca: Saldrá ESTRELLA de Jacob, y levantaráse cetro de Israel, Y herirá los cantones de Moab, y destruirá todos los hijos de Seth.”

Y concluyó prediciendo el exterminio total de Moab y de Edom, de Amalec y de los cineos, con lo que privó al rey de los moabitas de todo rayo de esperanza.

Frustrado en sus esperanzas de riquezas y de elevación, en desgracia con el rey, y sabiendo que había incurrido en el desagrado de Dios, Balaam volvió de la misión que se había impuesto a sí mismo. Después que llegara a su casa, le abandonó el poder del Espíritu de Dios que lo había dominado, y prevaleció su codicia, que hasta entonces había sido tan sólo refrenada. Estaba dispuesto a recurrir a cualquier ardid para obtener la recompensa prometida por Balac. Balaam sabía que la prosperidad de Israel dependía de que éste obedeciera a Dios y que no había manera alguna de ocasionar su ruina sino induciéndole a pecar. Decidió entonces conseguir el favor de Balac, aconsejándoles a los moabitas el procedimiento que se había de seguir para traer una maldición sobre Israel.

Regresó inmediatamente a la tierra de Moab y expuso sus planes al rey. Los moabitas mismos estaban convencidos de que mientras Israel permaneciera fiel a Dios, él sería su escudo. El proyecto propuesto por Balaam consistía en separarlos de Dios, induciéndolos a la idolatría. Si fuese posible hacerlos participar en el culto licencioso de Baal y Astarté, ello los enemistaría con su omnipotente Protector, y pronto serían presa de las naciones feroces y belicosas que vivían en derredor suyo. De buena gana aceptó el rey este proyecto, y Balaam mismo se quedó allí para ayudar a realizarlo.

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Balaam presenció el éxito de su plan diabólico. Vió cómo caía la maldición de Dios sobre su pueblo y cómo millares eran víctimas de sus juicios; pero la justicia divina que castigó el pecado en Israel no dejó escapar a los tentadores. En la guerra de Israel contra los madianitas, Balaam fué muerto. Había presentido que su propio fin estaba cerca cuando exclamó: “Muera mi persona de la muerte de los rectos, y mi postrimería sea como la suya.” Pero no había escogido la vida de los rectos, y tuvo el destino de los enemigos de Dios.

La suerte de Balaam se asemejó a la de Judas, y los caracteres de ambos son muy parecidos. Trataron de reunir el servicio de Dios y el de Mammón, y fracasaron completamente. Balaam reconocía al verdadero Dios y profesaba servirle; Judas creía en Cristo como el Mesías y se unió a sus discípulos. Pero Balaam esperaba usar el servicio de Jehová como escalera para alcanzar riquezas y honores mundanos; al fracasar en esto, tropezó, cayó y se perdió. Judas esperaba que su unión con Cristo le asegurase riquezas y elevación en aquel reino terrestre que, según creía, el Mesías estaba por establecer. El fracaso de sus esperanzas le empujó a la apostasía y a la perdición. Tanto Balaam como Judas recibieron mucha iluminación espiritual y ambos gozaron de grandes prerrogativas; pero un solo pecado que ellos abrigaban en su corazón, envenenó todo su carácter y causó su destrucción.

Es cosa peligrosa albergar en el corazón un rasgo anticristiano. Un solo pecado que se conserve irá depravando el carácter, y sujetará al mal deseo todas sus facultades más nobles. La eliminación de una sola salvaguardia de la conciencia, la gratificación de un solo hábito pernicioso, una sola negligencia con respecto a los altos requerimientos del deber, quebrantan las defensas del alma y abren el camino a Satanás para que entre y nos extravíe. El único procedimiento seguro consiste en elevar diariamente con corazón sincero la oración que ofrecía David: “Sustenta mis pasos en tus caminos, porque mis pies no resbalen.” Salmos 17:5.

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