Testimonios para la Iglesia, Vol. 1, p. 490-497, día 056

Esta fue una gran prueba para mí, por cuanto no podía escribir completamente todo lo que había visto, porque estaba en aquel tiempo hablando a la gente seis a ocho veces por semana, visitando de hogar en hogar, y escribiendo cientos de páginas de testimonios personales y cartas privadas. Esta cantidad de trabajo que se me impuso, con sus pruebas y preocupaciones innecesarias, me incapacitó para cualquier tipo de trabajo. Mi salud se empobreció y mis sufrimientos mentales fueron indescriptibles.

Bajo estas circunstancias sometí mi juicio al de otros y escribí lo que salió en el número 11 respecto al Instituto de Salud, siendo incapaz en aquel momento de impartir todo lo que había visto. Me equivoqué en esto. Debe permitírseme saber mi propio deber mejor de lo que otros pueden saberlo, especialmente en asuntos que Dios me ha revelado. Algunos me culparán por hablar así. Otros me culparán por no haberlo dicho antes.

La disposición manifestada para apresurar tanto el asunto del Instituto, y en tan corto tiempo, ha sido una de las pruebas más difíciles que me haya tocado soportar. Si todos los que han usado mi testimonio para motivar a los hermanos hubieran sido igualmente motivados por él, me sentiría más satisfecha. Si yo demorara más tiempo para expresar mis puntos de vista y sentimientos, sería culpada mucho más, tanto por los que piensan que debería haber hablado más pronto como por los que pudieran pensar que no debía haber dado ninguna advertencia. Por el bien de los dirigentes de la obra, por el bien de la causa y de los hermanos, y para ahorrarme a mí misma grandes tribulaciones, he hablado con libertad.

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La salud y la religión

Dios quiere que se establezca una institución que por su influencia esté estrechamente relacionada con la obra final de habilitar mortales para la inmortalidad, una que no tendrá inclinación a debilitar los principios religiosos de ancianos y jóvenes y la cual no mejorará la salud del cuerpo en detrimento del crecimiento espiritual. El gran objeto de esta institución será mejorar la salud del cuerpo, para que el afligido pueda apreciar con mayor claridad las cosas espirituales. Si este objeto no se mantiene continuamente en mente y se realizan esfuerzos hacia ese fin, resultará en una maldición en vez de una bendición. La espiritualidad será considerada como un asunto secundario y la salud del cuerpo y las diversiones recibirán prioridad. Vi que la elevada norma no debe ser degradada en lo más mínimo a fin de que la institución pueda ser patrocinada por personas no creyentes. Si los no creyentes escogen venir mientras los dirigentes de la institución ocupan la posición exaltada que Dios desea que ocupen, habrá un poder que afectará sus corazones. Con Dios y los ángeles a su lado, su pueblo observador del sábado no puede sino prosperar.

Esta institución no debe ser establecida con propósitos pecuniarios, sino para ayudar en la tarea de traer al pueblo de Dios a una condición de salud física y mental que los capacite para apreciar verdaderamente las cosas espirituales y valorar correctamente la redención comprada a tan alto costo por los sufrimientos de nuestro Salvador. Esta institución no debe ser convertida en un lugar de diversión o entretenimiento. Los que no pueden vivir a menos que tengan excitación y diversión, no serán de utilidad al mundo; no son hechos mejores por la forma como viven. No haría ninguna diferencia que estuvieran ausentes o presentes en el mundo.

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Vi que la posición según la cual la espiritualidad es un perjuicio para la salud, que el doctor E procuró poner en las mentes de otros, es sólo argumento falaz del diablo. Satanás logró entrar al Edén e hizo que Eva creyera que ella necesitaba algo más que lo que Dios le había dado para su felicidad, que el fruto prohibido tendría una influencia especial para causar sensación de alegría sobre su cuerpo y mente y la exaltaría para ser igual a Dios en conocimiento. Pero el conocimiento y beneficio que pensó obtener resultó para ella una terrible maldición.

Hay personas de imaginación enfermiza para quienes la religión es un tirano que las gobierna con vara de hierro. Las tales lamentan constantemente su propia depravación, y gimen por males supuestos. No existe amor en su corazón; su rostro es siempre ceñudo. Las deja heladas la risa inocente de la juventud o de cualquiera. Consideran como pecado toda recreación o diversión, y creen que la mente debe estar constantemente dominada por pensamientos austeros. Este es un extremo. Otros piensan que la mente debe dedicarse constantemente a inventar nuevas diversiones a fin de tener salud. Aprenden a depender de la excitación, y se sienten intranquilos sin ella. Los tales no son verdaderos cristianos. Van al otro extremo.

Los verdaderos principios del cristianismo abren ante nosotros una fuente de felicidad, cuya altura, profundidad, longitud y anchura son inconmensurables. Cristo es en nosotros una fuente de agua que brota para vida eterna. Es un manantial inagotable del cual el cristiano puede beber a voluntad, sin agotarlo jamás.

Lo que comunica a casi todos enfermedades del cuerpo y de la mente, son los sentimientos de descontento y las quejas que de ellos surgen. No tienen a Dios, ni la esperanza que llega hasta dentro del velo, que es para el alma un ancla segura y firme. Todos los que poseen esta esperanza se purifican como él es puro. Los tales estarán libres de inquietudes y descontento; no estarán buscando males continuamente ni acongojándose por dificultades artificiales. Pero vemos a muchos sufrir dificultades prematuras; la ansiedad está estampada en todas sus facciones; no parecen hallar consuelo, sino que de continuo esperan algún mal terrible.

Los tales deshonran a Dios y desprestigian la religión de Cristo. No tienen verdadero amor hacia Dios, ni hacia sus compañeros e hijos. Sus afectos se han vuelto mórbidos. Pero las vanas diversiones no corregirán nunca el espíritu de los tales. Necesitan la influencia transformadora del Espíritu de Dios para ser felices. Necesitan ser beneficiados por la mediación de Cristo, a fin de apreciar completa y vivamente la consolación, divina y substancial. “El que quiere amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua del mal y sus labios no hablen engaños, apártese del mal, y haga el bien; busque la paz, y sígala, porque los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a sus oraciones; pero el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal”. Los que tienen un conocimiento experimental de este pasaje bíblico son verdaderamente felices. Consideran la aprobación del cielo como de más valor que cualquier diversión terrenal; Cristo en ellos, la esperanza de gloria, será salud al cuerpo y fuerza para el alma.

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La sencillez del evangelio está desapareciendo rápidamente de los profesos observadores del sábado. Me pregunto muchas veces durante el día, ¿cómo puede prosperarnos Dios? Se está orando muy poco. De hecho, la oración está casi obsoleta. Pocos están listos a llevar la cruz de Cristo, quien llevó el vergonzoso madero por nosotros. Siento que los asuntos no están avanzando en el instituto como Dios lo habría hecho adelantar. Temo que él quite sus ojos de éste. Se me mostró que los médicos y ayudantes deberían ser del orden más elevado, gente que tenga un conocimiento experimental de la verdad, que merezcan respeto, y se pueda confiar en su palabra. Deberían ser personas cuya mente no sea enfermiza, gente con perfecto dominio propio, que no sean vacilantes o variables, libres de celos y malas conjeturas, gente poseedora de un poder de voluntad que no ceda a indisposiciones de poca importancia, que no estén prejuiciados, que no piensen el mal, que piensen y se muevan con calma y consideración, teniendo la gloria de Dios y el bienestar de otros siempre delante de ellos. Nunca debe promoverse a alguien a una posición de responsabilidad meramente porque la desea. Se debe elegir solamente a aquellos que estén calificados para la posición. Los que deben llevar responsabilidades deberían ser probados y dar evidencia de que están libres de celos, que no sienten antipatía por éste o por aquél, mientras se rodean de unos pocos amigos y no advierten la presencia de otros. Dios quiera que todo se desarrolle como debe ser en esa institución.

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El trabajo y las diversiones

Querido hermano F: Me he sentido muy preocupada respecto de uno o dos asuntos. He llegado al punto de soñar por varias noches seguidas que le escribo carta tras carta. Creo pues, que es tiempo de expresar mis convicciones en cuanto a mi deber. Cuando se me mostró que el doctor E había errado en algunas cosas respecto a las instrucciones que les diera a sus pacientes, vi que usted había recibido las mismas ideas en muchos asuntos y que llegaría el tiempo cuando usted vería correctamente el asunto. Me refiero al trabajo y a las diversiones. Se me mostró que sería más beneficioso para la mayoría de los pacientes permitirles trabajo liviano, y aún animarlos a trabajar, que incitarlos a permanecer inactivos y ociosos. Si el poder de la voluntad se mantuviera activo para despertar las facultades, esta sería la mayor ayuda para recobrar la salud.

Quitad todo trabajo de los que han estado sobrecargados toda su vida, y en nueve casos de cada diez, el cambio les hará daño. Así fue en el caso de mi esposo. Se me mostró que el ejercicio al aire libre es mucho mejor que el que se práctica encerrado. Pero, si no se puede conseguir trabajo al aire libre, el trabajo liviano en la casa ocupará y recreará la mente y la prevendrá de ocuparse en síntomas y pequeñas dolencias y también prevendrá de nostalgias.

Vi que este sistema de ociosidad había sido la mayor maldición, tanto para su esposa como para mi esposo. Dios le asignó trabajo a la primera pareja en Edén, porque sabía que serían más felices trabajando. Por lo que se me ha mostrado, este sistema de ociosidad es una maldición para el alma y el cuerpo. El trabajo ligero no excitará ni agotará la mente o las fuerzas más que las diversiones. A menudo los enfermos por concentrarse en sus sentimientos negativos, piensan que son totalmente incapaces para realizar nada, cuando si ellos activaran la voluntad y se obligaran a sí mismos a realizar una cantidad de trabajo físico cada día, serían mucho más felices y mejorarían mucho más rápido. Escribiré más sobre este punto de aquí en adelante.

Por un periódico reciente de Róchester entiendo que ya no se práctica el juego de la baraja como una diversión en la institución de _____.

E. G. W., nota para la primera edición.

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Número 13—Testimonio para la iglesia

Introducción

Una vez más siento que es mi deber hablar al pueblo de Dios con mucha franqueza. Me es humillante señalar los errores y la rebeldía de aquellos que han estado relacionados por tanto tiempo con nosotros y nuestra obra. Lo hago para corregir declaraciones equivocadas que han trascendido al exterior concerniente a mi esposo y a mí misma, y como advertencia para otros; declaraciones que han tenido la intención de causar daño a la obra. Si el sufrimiento fuera solamente para mi esposo y para mí, guardaría silencio; pero cuando la causa está en peligro de reproche y sufrimiento, es mi deber hablar, auque sea humillante. Hay hipócritas y orgullosos que se ensalzarán por sobre nuestros hermanos porque son suficientemente humildes para confesar sus pecados. Dios ama a su pueblo que guarda sus mandamientos, y los reprende, no porque son los peores, sino porque son el mejor pueblo en el mundo. “Porque a los que amo”, dice Jesús, “reprendo y castigo”.

Deseo llamar especialmente la atención de mis lectores a los notables sueños registrados en esta obrita, todos ilustrando lo mismo en forma clara y armoniosa. Multitud de sueños surgen de las cosas comunes de la vida, con las cuales el Espíritu de Dios no tiene nada que ver. Hay también sueños falsos así como visiones falsas, inspirados por el espíritu de Satanás. Pero los sueños provenientes del Señor están categorizados en la palabra de Dios con las visiones y son tan ciertamente frutos del espíritu de profecía como lo son las visiones. Tales sueños, tomando en cuenta las personas que los tienen y las circunstancias bajo las cuales son dados, contienen sus propias pruebas de autenticidad. Que las bendiciones de Dios acompañen a esta obrita.

Breve bosquejo de mis actividades

19 de diciembre de 1866 – 25 de abril de 1867

Al convencerme plenamente que mi esposo no se recuperaría de su prolongada enfermedad mientras permaneciera inactivo, y que el tiempo había llegado para que yo siguiera adelante testificando ante la gente, decidí, contrariando el juicio y consejo de la iglesia de Battle Creek, de la cual éramos miembros en aquel tiempo, aventurarnos a un viaje por la parte norte de Míchigan, con mi esposo en su condición extremadamente débil, en la helada más severa del invierno. La decisión de arriesgar tanto requería un grado considerable de valor moral y fe en Dios, especialmente viéndome sola, con la influencia de la iglesia, incluyendo a los que dirigían la obra en Battle Creek, en contra mía.

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Pero yo sabía que tenía una obra que hacer, y me parecía que Satanás estaba determinado a retraerme de ella. Había esperado largo tiempo porque nuestro cautiverio cesara y temía que se perdieran almas preciosas si permanecía por más tiempo sin trabajar. Seguir inactiva me parecía peor que la muerte; y si salíamos, lo peor que podría sucedernos era perecer. Así que el 19 de diciembre de 1866, dejamos Battle Creek durante una tormenta de nieve para dirigirnos a Wright, condado de Ottawa en el Estado de Míchigan. Mi esposo soportó el largo y severo viaje de 150 kilómetros mejor de lo que yo esperaba y cuando llegamos a nuestra vieja casa, la del hermano Root, parecía tan bien, como cuando salimos de Battle Creek. Fuimos recibidos bondadosamente por esta querida familia y cuidaron de nosotros tan tiernamente como los padres cristianos pueden cuidar de hijos inválidos.

Encontramos la iglesia de este lugar en condiciones precarias. En muchos de sus miembros germinaba la semilla de la desunión y la insatisfacción recíproca se arraigaba profundamente, a la vez que un espíritu mundano se posesionaba de ellos. Y a pesar de su estado degradado habían disfrutado tan a lo lejos el trabajo de nuestros predicadores, que estaban hambrientos de alimento espiritual. Aquí empezaron nuestras primeras faenas de éxito desde la enfermedad de mi esposo. El hablaba treinta o cuarenta minutos en la mañana del sábado y del domingo, y yo me encargaba del resto del tiempo, y de hablar por cerca de una hora y media en la tarde de cada día. Se nos escuchaba con mucha atención. Noté que mi esposo se fortalecía, y sus temas se hacían más claros y lógicos. Mis sentimientos de gratitud superaron toda expresión cuando en una ocasión habló por una hora con claridad y poder, con el peso de la causa sobre él, tal como antes. Me levanté en la congregación y por cerca de media hora traté con lágrimas de expresarles lo que sentía. El sentimiento de la congregación era profundo. Sentí la seguridad de que esto era la aurora de días mejores para nosotros.

Nos quedamos con estos hermanos por seis semanas. Les hablé veinticinco veces y mi esposo doce. A medida que progresaba la obra en esta iglesia, empezaron a abrírseme casos particulares y comencé a escribir testimonios para ellos que sumaron un total de cien páginas. Entonces empezó el trabajo por estas personas a medida que venían a la casa del hermano Root donde mi esposo y yo nos quedábamos, y con algunos de ellos en sus hogares, pero más especialmente en reuniones en la casa de culto. Encontré que en este tipo de obra, mi esposo era de gran ayuda. Su vasta experiencia en esta clase de trabajo -ya que había trabajado conmigo en el pasado-, lo había calificado para ello. Y ahora al volver a ella, parecía manifestar la misma claridad de pensamiento, buen juicio y fidelidad al tratar con los errantes que mostraba al comienzo. De hecho, ninguno de nuestros ministros habría podido brindarme el apoyo que él me dio. Una grande y buena obra se llevó a cabo en favor de estas queridas personas. Se confesaron ofensas libre y plenamente, la unión fue restaurada y la bendición del Señor reposó sobre la obra. Mi esposo trabajó para establecer el sistema de benevolencia sistemática de la iglesia y colocarlo en el nivel que debería ser adoptado en todas las iglesias. Sus esfuerzos ayudaron a levantar la suma que la iglesia debería pagar a la tesorería anualmente, que eran unos trescientos dólares. Los miembros de iglesia que se habían molestado o confundido por algunos de mis testimonios, especialmente los que se referían al asunto de la vestimenta, quedaron totalmente de acuerdo al escuchar la explicación. Se adoptaron las reformas sobre la salud y el vestir y se recibió una suma considerable para el Instituto de Salud.

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Debo mencionar aquí que a medida que esta obra se desarrollaba, por desgracia un hermano acaudalado del Estado de Nueva York visitó Wright después de pasar por Battle Creek y enterarse de que habíamos contrariado la opinión y el consejo de la iglesia y de los dirigentes de la obra en Battle Creek. Este hermano decidió describir a mi esposo, aun delante de aquellos por quienes habíamos trabajado más, como parcialmente loco y su testimonio, en consecuencia, como de ningún valor. Su influencia en esto, según lo expresó el hermano Root, el anciano de la iglesia, atrasó la obra al menos por dos semanas. Digo esto para que las personas no consagradas se percaten de cómo en su ceguera e insensibilidad, ejercen influencia en poco tiempo, que puede tomarles semanas a los agotados siervos del Señor para contrarrestarla. Trabajábamos en favor de personas acaudaladas y Satanás vio que este hermano rico era justamente el hombre que podía usar. Que el Señor pueda traerlo a donde pueda ver, y con humildad de corazón confesar su pecado. Por dos semanas más de muy agotadoras faenas, con la bendición de Dios, pudimos deshacer esta influencia equivocada y darle a aquella gente amada, prueba completa de que Dios nos había enviado a ellos. Como un resultado adicional de nuestras faenas, siete personas fueron prontamente bautizadas por el hermano Waggoner, y dos en julio por mi esposo, en ocasión de nuestra segunda visita a esa iglesia.

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Tatiana Patrasco