Testimonios para la Iglesia, Vol. 1, p. 538-545, día 062

El peligro de la confianza propia

Hermano F: El día 25 de diciembre de 1865 se me mostró que en Maine había comenzado una buena obra. Se me señaló en forma especial el campo de trabajo en el cual se ha establecido una compañía como fruto de las labores del Hno. Andrews y las de usted, cuyos miembros han manifestado su interés y amor por la verdad al construir una casa de culto. Hay todavía una gran obra que hacer en favor de esta compañía. Un buen número han sido convertidos a la teoría de la verdad; otros han decidido por el peso de la evidencia; ven belleza en la cadena de eslabones de la verdad, todos unidos en un todo armonioso y perfecto. Aman los principios de la verdad; sin embargo, no se han dado cuenta de su influencia santificadora. Estas almas están expuestas a los peligros de los últimos días. Satanás ha preparado sus engaños y trampas para los faltos de experiencia. Trabaja por intermedio de sus agentes, ministros que desprecian la verdad y pisotean ellos mismos la ley de Dios, enseñando a sus oyentes a hacer lo mismo.

Los miembros de esta compañía que ha recibido una verdad impopular sólo podrán estar seguros si ponen su confianza en Dios y se dejan santificar por la verdad que profesan. Han dado un paso importante y necesitan ahora una experiencia religiosa que los haga ser hijos e hijas del Altísimo, y herederos de la herencia inmortal comprada para ellos por su Hijo amado. Los que han sido instrumentos para presentarles la verdad no debieran cesar en sus labores en este importante período, sino que debieran seguir perseverando en sus esfuerzos hasta que estas almas sean recogidas en el granero de Cristo. Debe dárseles suficiente instrucción para que obtengan por sí mismos y en forma inteligente la evidencia de que la verdad ha sido para ellos salvación.

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Vi que Dios haría una obra aun mayor en Maine, si todos los que laboran en la causa se consagran a él sin confiar en sus propias fuerzas, sino en la Fortaleza de Israel. Se me mostró que el Hno. Andrews y usted han trabajado mucho y no han tenido el reposo que debieran haberse permitido con el fin de preservar la salud. Ustedes debieran trabajar con prudencia y observar períodos de reposo. Al hacer eso, podrán retener su vigor físico y mental, y hacer que su labor sea mucho más eficiente. Hno. F, usted es nervioso y actúa demasiado a partir de sus impulsos. La depresión mental tiene mucha influencia en su trabajo. A veces usted siente falta de libertad y piensa que es porque otros están equivocados o en oscuridad, o que hay algo mal, que usted no puede precisar. En consecuencia se lanza al ataque en cualquier parte y contra cualquiera, lo cual no puede sino causar graves daños. Si cuando está en esta condición de nerviosidad e inquietud se domina y descansa calmadamente en Dios, preguntándose si el problema no estará en usted mismo, se ahorraría de dañar su propia alma y herir la preciosa causa de Dios.

Vi que el Hno. F estaba en peligro de exaltarse si se le daba el poder de provocar intensas respuestas emocionales en la congregación por medio de sus discursos. Por esa razón a menudo se consideraría el predicador más efectivo. En esto, se engaña a sí mismo a veces. Si bien puede ser momentáneamente el predicador más aceptable, no por eso podría lograr el mayor bien. El predicador que puede afectar en mayor grado los sentimientos, no da por ello evidencia de ser el más útil.

Cuando el Hno. F es humilde y pone su confianza en Dios, puede hacer mucho bien. Los ángeles vienen en su ayuda, y es bendecido con claridad y libertad. Pero demasiado a menudo, después de un tiempo especial de triunfo se ha exaltado y ha llegado a pensar que es capaz de cualquier cosa, que él es algo, cuando sólo ha sido un instrumento en las manos de Dios. Después de estos incidentes, los ángeles de Dios lo han dejado librado a su propia y débil fuerza; entonces, a pesar de ser él mismo el culpable, con demasiada frecuencia ha culpado a sus hermanos y a la gente por la oscuridad y debilidad que sentía. En este estado mental de infelicidad, frecuentemente se vuelve contra éste o aquél, y aun cuando ni siquiera está hecha la mitad de su trabajo, siente que debe salir de allí y empezar obra en otra parte.

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Vi que el Hno. F estaba en peligro de lanzarse a la batalla confiando en sus propias fuerzas, pero en el conflicto verá que esa fuerza no es sino debilidad. Mientras ha puesto su confianza en Dios, a menudo ha tenido éxito en los combates con los opositores de nuestra fe. Pero a veces se ha sentido entusiasmado con la victoria que Dios le ha concedido a la verdad sobre el error, y en esos conflictos se ha tomado la gloria para sí. El yo se ha visto magnificado ante sus ojos.

Se me mostró que en sus dos últimas discusiones él no tuvo el espíritu correcto. Antes de la primera se dejó exaltar por los halagos de hombres que no aman la verdad. Mientras escuchaba y en cierto modo participaba de una discusión que tenían dos individuos que no estaban en la fe, se sintió exaltado y pensó que podría afrontar a cualquier opositor. Y mientras se sentía lleno de confianza, por ese mismo hecho se vio despojado de su fortaleza. A Dios no le pareció bien que hubiera desechado el consejo del Hno. Andrews. Su espíritu de suficiencia propia estuvo a punto de transformar esa discusión en un rotundo fracaso. En esos combates, si no se obtienen claras ventajas, siempre hay pérdidas. Nunca se debe uno precipitar a ellos, sino que cada movida debe ser hecha con precaución, y con la mayor sabiduría, porque está en juego mucho más que lo que hay en una batalla nacional. Satanás y sus huestes bullen de actividad en estos conflictos entre la verdad y el error, y si los paladines de la verdad no van a la batalla confiando en la fortaleza de Dios, Satanás les demostrará cada vez que él es mejor general que ellos.

En el segundo combate había mucho, muchísimo, que estaba en juego. Sin embargo allí también fracasó el Hno. F. No se lanzó a ese conflicto sintiendo su debilidad y confiando con humildad y sencillez en la fortaleza de Dios. Nuevamente se sintió autosuficiente. Sus éxitos anteriores lo habían exaltado. Pensó que las victorias que había logrado se debían mayormente a su destreza en el uso de los poderosos argumentos que provee la palabra de Dios.

Se me mostró que los defensores de la verdad no deben provocar discusiones. Y siempre que sea necesario enfrentarse con un oponente para hacer avanzar la causa de la verdad y la gloria de Dios, ¡con cuánta humildad y cuidado debieran ir al conflicto! Escudriñando su corazón, confesando sus pecados y con fervientes oraciones, y a menudo ayunando por un tiempo, debieran rogarle a Dios que les conceda su ayuda especial y provea una gloriosa victoria para su preciosa verdad salvadora, de tal modo que el error pueda ser visto en su verdadera deformidad y sus defensores sean completamente confundidos. Los que luchan por la verdad contra quienes se oponen a ella, deben darse cuenta de que no se enfrentan sólo a los hombres, sino que están contendiendo con Satanás y sus ángeles, y que éstos tienen la determinación de hacer que el error y las tinieblas retengan su dominio sobre el campo, y que la verdad sea cubierta por el error. Por cuanto el error es lo que más concuerda con el corazón natural, se da por sentado que es luz. Los hombres que se sienten cómodos aman el error y las tinieblas, y no están dispuestos a dejarse reformar por la verdad. No se dejan atraer a la luz por no arriesgarse a que sus obras sean reprobadas.

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Si los que se proponen vindicar la verdad confían en el peso de los argumentos y se apoyan débilmente en Dios, y avanzan de ese modo al encuentro de sus oponentes, nada se ganará para el lado de la verdad; por el contrario, habrá decididamente pérdidas. Si no se gana una victoria evidente en favor de la verdad, el asunto queda peor que antes del conflicto. Los que anteriormente podían haber abrigado convicciones en cuanto a la verdad, ahora se quedan tranquilos y deciden en favor del error, porque en su estado de oscuridad no pueden darse cuenta de que la verdad llevaba la ventaja. Estas dos últimas discusiones tuvieron muy poco efecto en hacer avanzar la causa de Dios, y habría sido mejor que no hubieran ocurrido. El Hno. F no entró en ellas con un espíritu de humillación propia y una firme confianza en Dios. El enemigo le produjo una visión exagerada de sí mismo, y adoptó un espíritu de autosuficiencia y confianza que no es apropiado para un humilde siervo de Cristo. Tenía puesta su propia armadura, no la de Dios.

Hno. F, Dios le había provisto un obrero de profunda experiencia, el más capaz del campo. Tenía experiencia personal en resistir las estratagemas de Satanás, y había experimentado la más intensa angustia mental. En la omnisapiente providencia de Dios se le había permitido sentir el calor del horno refinador, y allí había aprendido que todo refugio que no fuera Dios caería, y todo artefacto sobre el cual se apoyara demostraría no ser más que una caña cascada. Usted debería haberse dado cuenta de que el Hno. Andrews tenía un interés tan profundo como el suyo en la discusión, y debiera haber escuchado sus consejos con un espíritu de humildad, y haber obtenido provecho con sus instrucciones. Pero Satanás tenía aquí un objeto que ganar, a saber, derrotar los propósitos de Dios; por eso se posesionó de su mente y así estorbó la obra de Dios. Usted se apresuró a la batalla con su propia fuerza, y los ángeles lo dejaron pelear así. Pero Dios, en su misericordia por su causa, no quiso que los enemigos de su verdad obtuvieran una victoria evidente, y en respuesta a las oraciones fervorosas y llenas de angustia de su siervo, los ángeles vinieron a prestar socorro. En vez de un fracaso total, se logró una victoria parcial, para que los enemigos de la verdad no se regocijaran sobre los creyentes. Pero nada se ganó con ese esfuerzo, cuando podría haberse visto un glorioso triunfo de la verdad sobre el error. Había al lado de usted dos de los más hábiles defensores de la verdad; tres hombres con la fuerza de la verdad, contra un hombre que procuraba cubrir la verdad con el error. En Dios usted podría haber sido un ejército, si hubiera afrontado el conflicto en la forma debida. Pero su autosuficiencia lo transformó en un fracaso casi completo.

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Nunca debe usted entrar en una discusión donde hay tanto en juego, confiando en su propia capacidad de manejar argumentos poderosos. Si no lo puede evitar, entre en el conflicto, pero hágalo con firme confianza en Dios y con espíritu de humildad, el espíritu de Cristo, que lo ha llamado a aprender de él, que es manso y humilde de corazón. Luego, y con el fin de glorificar a Dios y ser ejemplo del carácter de Cristo, usted nunca debiera tomar ventaja indebida de su oponente. Deje de lado el sarcasmo y los juegos de palabras. Recuerde que usted se halla en combate, además del elemento humano, con Satanás y sus ángeles. El que venció a Satanás en el cielo y expulsó del cielo al enemigo caído, y que murió por redimir de su poder al hombre caído, cuando estaba junto a la tumba de Moisés disputando acerca de su cuerpo, no acusó amargamente a Satanás, sino que le dijo: “Jehová te reprenda”.

En sus últimas dos discusiones usted ha despreciado el consejo del siervo de Dios y ha rehusado escucharle, a pesar de que con toda su alma se ha dedicado a la obra. En su providencia, Dios le concedió a usted un consejero cuyos talentos e influencia lo hacían acreedor a su respeto y confianza, y de ningún modo hubiera lesionado su dignidad el dejarse guiar por su juicio experimentado. Los ángeles de Dios notaron su suficiencia propia, y le dieron la espalda con tristeza. Dios no podía desplegar sin riesgo su poder en favor de usted, porque se habría apropiado la gloria, y sus labores futuras habrían tenido poco valor. Hno. F, vi que en sus trabajos usted no debiera confiar en su propio juicio, lo cual tan a menudo lo ha hecho errar el camino. Usted debiera respetar el criterio de los que tienen experiencia. No se escude tras su propia dignidad ni se sienta tan autosuficiente que no pueda aceptar los consejos de sus colaboradores experimentados.

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Su esposa no ha sido de gran ayuda para usted; más bien ha sido un estorbo. Si hubiera recibido y aceptado los testimonios que se le hicieron llegar hace más de dos años, le sería hoy de gran ayuda en el evangelio. Pero no ha recibido ni actuado conforme a ese testimonio. Si hubiera hecho eso, su curso habría sido enteramente distinto. Ella no se ha consagrado a Dios. Ama su comodidad, evita las cargas y no se niega a sí misma. Se permite ser indolente, y su ejemplo no es digno de imitación, sino que le hace daño a la causa de Dios. A veces ella ejerce una fuerte influencia sobre usted, especialmente si siente nostalgia por el hogar, o está descontenta. Además, ejerce influencia sobre usted en los asuntos de la iglesia. Se forma una opinión acerca de cierto hermano o hermana, y expresa desagrado o fuerte atracción, cuando el caso es que con frecuencia los mismos individuos a quienes les ha abierto su corazón, han sido causa de mucha aflicción para la iglesia. Su estado falto de consagración la lleva a sentir gran atracción por los que manifiestan gran confianza y amor por ella, mientras que las almas preciosas que Dios ama pueden ser pasadas por alto debido a que no se las ha oído pronunciar fervorosas expresiones de lealtad hacia ella o el Hno. F. Sin embargo, el amor de esas mismas almas es verdadero y más digno de aprecio que el de quienes proclaman su aprecio con tanta elocuencia. La opinión que se forma su esposa tiene gran influencia sobre la mente de usted. A menudo usted cree a pie juntillas que ella está en lo cierto, y termina pensando como ella, y actuando en forma correspondiente en los asuntos de la iglesia.

Debe usted ejemplificar la vida de Cristo, porque sobre usted descansan solemnes responsabilidades. Su esposa es responsable ante Dios de su conducta. Si es un estorbo para usted, tendrá que dar cuenta ante Dios. A veces se despierta y se humilla ante Dios, y es de mucha utilidad; pero pronto vuelve a caer en el mismo estado de inactividad, evitando responsabilidades y excusándose del trabajo mental y físico. Su salud estaría mucho mejor si fuera más activa, si se ocupara con más alegría y de corazón en labor física y mental. No le falta la capacidad sino la disposición a actuar; no quiere perseverar en el cultivo del gusto por la actividad. Necesita hacer algo por despertarse y dedicarle a Dios sus energías físicas e intelectuales. Dios requiere esto de ella, y en el día de Dios será hallada una sierva inútil, a menos que haya una reforma completa de su parte y viva a la altura de la luz que se le ha dado. Si no ocurre esta reforma, ella no debiera estar de ningún modo unida con su esposo en las labores de éste.

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Dios bendecirá y sostendrá al Hno. F si avanza con humildad, apoyado en el juicio de sus colaboradores experimentados.

No seáis engañados

Es la obra de Satanás engañar al pueblo de Dios y guiarlo fuera del camino correcto. No deja ningún medio sin probar; se les dejará caer cuando estén más desprevenidos; de aquí la importancia de fortificar cada punto. La iglesia de Battle Creek no planeó volverse contra nosotros; es una iglesia tan buena como la que más. Pero hay mucho que ganar o perder en Battle Creek, y Satanás empleará contra ellos toda su artillería, si con eso puede estorbar la obra. Simpatizamos profundamente con esta iglesia en su condición presente de humillación, y queremos decir: Que en ningún corazón surja un espíritu de triunfo. Dios sanará todos los males de este querido pueblo, y hará de ellos una poderosa defensa para la verdad, si caminan en humildad y guardan cada punto contra los ataques de Satanás. Esta gente se halla continuamente bajo el fuego del enemigo. Es probable que ninguna otra iglesia lo resistiera tan bien. Por lo tanto, mirad con ojos compasivos a vuestros hermanos de Battle Creek y orad que Dios les ayude a guardar el fuerte.

Cuando mi esposo se hallaba inactivo y por su causa yo debía permanecer en casa, Satanás estaba complacido, y no apremió a nadie para que echara sobre nosotros pruebas como las que se mencionan en las páginas anteriores. Pero cuando salimos, el 19 de diciembre de 1866, vio que había la posibilidad de que hiciéramos algo en la causa de Cristo que dañaría su causa, haciendo que se expusieran algunos de los engaños que dirigía contra el rebaño de Dios. Por lo tanto, sintió la necesidad de hacer algo por estorbarnos. Y no había mejor forma de lograr esto que hacer que nuestros antiguos amigos de Battle Creek nos retiraran su simpatía y echaran pesadas cargas sobre nosotros. Aprovechó cada circunstancia desfavorable, impulsando las cosas con el poder de una locomotora.

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Gracias a Dios, el enemigo no nos detuvo ni nos aplastó completamente. Por la gracia de Dios todavía estamos vivos, y el Señor, lleno de misericordia, ha vuelto a bendecir a su pueblo errante, pero ahora arrepentido, habiendo confesado sus pecados. Hermanos, amémoslos aún más, y oremos más por ellos ahora que Dios les ha manifestado su gran amor.

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Tatiana Patrasco