Testimonios para la Iglesia, Vol. 1, p. 570-577, día 066

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“Las reuniones comenzaron el lunes a las 10 de la mañana. Los Hnos. Rodman y Howard estaban presentes. Se mandó buscar al Hno. Newell Mead para que asistiera a la reunión, el cual estaba muy débil y nervioso, casi exactamente como tu padre en su enfermedad pasada. Una vez más se hizo énfasis en la condición de la iglesia, y se pasó la censura más severa sobre los que habían estorbado su prosperidad. Con los ruegos más fervientes les rogamos que se convirtieran a Dios y se orientaran en la dirección debida. El Señor nos ayudó en la obra; el Hno. Ball se sintió conmovido, pero actuó con lentitud. Su esposa se sentía profundamente conmovida por la situación de él. Nuestra reunión matinal se clausuró a eso de las tres o las cuatro de la tarde. Habíamos pasado todas esas horas ocupados, primero uno de nosotros, luego otro, trabajando con fervor por la juventud inconversa. Decidimos hacer otra reunión esa tarde, a las seis.

“Poco antes de comenzar, se me recordaron algunas interesantes escenas que habían pasado ante mí en visión, y las mencioné a los Hnos. Andrews, Rodman, Howard, Mead y varios otros que estaban presentes. Me parecía que los ángeles estaban rasgando la nube y dejando pasar los rayos de luz del cielo. El tema que se presentó tan vívidamente era el caso de Moisés. Exclamé: ‘¡Oh, si yo tuviera la habilidad de un artista, para describir la escena de Moisés en el monte!’ Su fuerza se mantuvo firme. ‘No perdió su vigor’, es el lenguaje de las Escrituras. Sus ojos nunca se oscurecieron, a pesar de haber subido al monte a morir. Los ángeles lo enterraron, pero el Hijo de Dios bajó, lo levantó de los muertos y lo llevó al cielo. Pero antes Dios le concedió una vista de la tierra prometida, con su bendición sobre ella. Parecía un segundo Edén. Como un panorama todo eso pasó ante su vista. Se le mostró la aparición de Cristo en su primer advenimiento, su rechazo por parte de la nación judía, y su muerte en la cruz. Moisés vio luego la segunda venida de Cristo y la resurrección de los justos. Hablé también del encuentro de los dos Adanes -Adán el primero, y Cristo el segundo Adán- cuando el Edén vuelva a florecer en la tierra. Me propongo escribir los detalles de estos interesantes puntos para publicarlos en el Testimonio número 14. Los hermanos quisieron que repitiera esto en la reunión de la tarde.

“Nuestra reunión durante el día había sido muy solemne. El domingo de tarde sentí pesar tal carga sobre mí, que lloré a viva voz por una media hora. El lunes se habían hecho llamados solemnes, y ahora el Señor los estaba haciendo llegar al blanco. El martes por la tarde me fui a la reunión sintiéndome un poco más aliviada. Hablé con toda soltura acerca de temas que había visto en visión, y que ya he referido. Nuestra reunión fue muy libre. El Hno. Howard lloró como un niño, así como también el Hno. Rodman. El Hno. Andrews habló en forma fervorosa y conmovedora, y derramó lágrimas. El Hno. Ball se levantó y confesó que esa tarde parecían haber en él dos espíritus, uno de los cuales le decía: ‘¿Puedes dudar que este testimonio de la Sra. White viene del cielo?’ Otro espíritu presentaba ante su mente las objeciones que había desplegado ante los enemigos de nuestra fe. ‘¡Oh! Si pudiera sentirme satisfecho -dijo él- acerca de todas estas objeciones, si pudieran ser quitadas, sentiría que le había hecho un gran mal a la Hna. White. No hace mucho envié un artículo al periódico La Esperanza de Israel. ¡Qué no daría por tener aquí ese artículo!’ Demostró tener profundos sentimientos, y lloró profusamente. El Espíritu del Señor estaba en la reunión. Los ángeles de Dios parecieron acercarse mucho, haciendo retroceder a los ángeles malos. Nuestra reunión terminó bien.

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Quedamos de acuerdo en hacer otra reunión más al día siguiente, comenzando a las 10 de la mañana. Hablé de la humillación y glorificación de Cristo. El Hno. Ball se sentó cerca de mí, y lloró sin cesar mientras yo hablaba. Hablé durante una hora, y luego comenzamos nuestras labores por los jóvenes. Los padres habían ido a la reunión llevando consigo a sus hijos para que recibieran la bendición. El Hno. Ball se levantó y confesó humildemente que no había vivido como debía delante de su familia. Confesó ante sus hijos y su esposa que había estado en una condición de apostasía, y que en vez de haber sido una ayuda para ellos, había servido más bien de estorbo. Las lágrimas fluyeron libremente; su fuerte cuerpo se sacudía, y los sollozos no lo dejaban hablar.

“El Hno. Jaime Farnsworth se había dejado influenciar por el Hno. Ball, y no había estado en plena comunión con los adventistas guardadores del sábado. Hizo confesión con lágrimas. Luego les hicimos llegar fervientes ruegos a los jóvenes, hasta que trece de ellos se levantaron y expresaron su deseo de ser cristianos. Entre ellos estaban los hijos del Hno. Ball. Uno o dos se fueron antes de terminar, porque debían volver a casa. Un joven de unos veinte años de edad había caminado más de sesenta kilómetros para vernos y escuchar la verdad. Nunca había profesado una religión, pero antes de irse hizo su decisión por el Señor. Esa reunión fue una de las mejores. Al concluir, el Hno. Ball se acercó a tu padre y confesó con lágrimas que le había hecho mal, y le rogó que lo perdonara. Luego se me acercó y confesó que me había hecho un gran daño. ‘¿Puede usted perdonarme y orar a Dios para que me perdone?’, dijo. Le aseguramos que lo perdonaríamos tan libremente como esperábamos ser perdonados. Nos separamos de todos con muchas lágrimas, sintiendo que la bendición del cielo descansaba sobre nosotros. En la tarde no tuvimos reunión.

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“El jueves nos levantamos a las cuatro de la mañana. Por la noche había llovido, y todavía duraba la lluvia; sin embargo nos aventuramos a comenzar nuestro viaje a Bellows Falls, una distancia de casi cuarenta kilómetros. Los primeros seis fueron muy escabrosos porque tomamos una huella privada a través de los campos para evitar unas colinas de mucha pendiente. Pasamos sobre piedras y por campos arados, donde casi nos caíamos del trineo. A eso de la salida del sol, la tormenta se disipó, y una vez que llegamos al camino público adelantamos con mucho mayor comodidad. El clima estaba muy agradable; no podíamos haber pedido un día más bonito para viajar. Al llegar a Bellows Falls descubrimos que estábamos una hora tarde para el tren expreso, y una hora temprano para el siguiente. No podríamos llegar a St. Albans antes de las nueve de la noche. Buscamos un lugar confortable en un vagón de buena apariencia, luego tomamos nuestra cena y gozamos de los sencillos alimentos. Después nos preparamos a dormir si nos era posible.

“Mientras estaba dormida, alguien me sacudió vigorosamente el hombro. Al despertar, vi ante mí a una dama de agradable aspecto, que me dijo: ‘¿No me reconoce? Soy la Hna. Chase. El tren está en White River y para poco rato. Vivo cerca de aquí, y esta semana he venido cada día a revisar los vagones por si los encontraba a ustedes’. Entonces recordé que habíamos almorzado en la casa de ella, en Newport. Se mostró muy feliz de vernos. Ella y su madre guardaban el sábado, solas. Su esposo es conductor de los trenes. Esta hermana hablaba rápido. Nos dijo que le gustaba mucho la Review, porque no había reuniones a las cuales asistir. Quería libros para distribuir entre sus vecinos, pero tenía que ganar por sí misma todo el dinero que gastaba en libros o en la revista. Tuvimos una buena entrevista, aunque corta, porque el tren partió y tuvimos que separarnos.

“En St. Albans nos encontramos con los Hnos. Gould y A. C. Bourdeau. El Hno. B. tenía un carruaje cómodo y cubierto, tirado por dos caballos, pero guiaba muy despacio, de modo que no llegamos a Enosburgh sino después de la una de la mañana, cansados y ateridos de frío. Nos acostamos un poco después de las dos, y dormimos hasta después de las siete.

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“Sábado de mañana. Hay una buena cantidad de gente a pesar de que los caminos están malos; no los pasan bien ni los trineos ni los carruajes. Acabo de estar en una reunión, y pasé unos momentos en conferencia. Tu padre habla esta mañana, y yo en la tarde. Que el Señor nos ayude, es mi oración. Ya ves qué larga es la carta que te he escrito. Léesela a los que estén interesados, especialmente al papá y a la mamá White. Tú ves, Edson, que tenemos suficiente trabajo que hacer. Espero que no descuides el orar por nosotros. Tu padre trabaja duro, demasiado duro para su bienestar. A veces se da cuenta de haber recibido la bendición especial de Dios, y esto lo renueva y reanima en la obra. No nos hemos permitido ningún descanso desde que llegamos al Este. Hemos trabajado con todas nuestras fuerzas. Dios quiera bendecir nuestros débiles esfuerzos para el bien de su querido pueblo.

“Edson, espero que adornes tu profesión por una vida bien ordenada y una conversación piadosa. ¡Oh, sé ferviente! Sé celoso y perseverante en la obra. Vela en oración. Cultiva la humildad y la mansedumbre. Esto recibirá la aprobación de Dios. Escóndete en Jesús; sacrifica el amor propio y el orgullo, y procura obtener, hijo mío, una rica experiencia cristiana para usarla en cualquier posición que Dios requiera que ocupes. Busca hacer una obra completa y de corazón. Una obra superficial no pasará la prueba del juicio. Procura una transformación completa que te distinga del mundo. Que no se manchen tus manos, tu corazón ni tu carácter por la corrupción que hay en él. Mantén tu distinción. Dios llama diciendo: ‘Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso’. ‘Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios’.

“Sobre nosotros descansa la obra de perfeccionar la santidad. Cuando Dios nos vea hacer todo lo que podemos de nuestra parte, entonces nos ayudará. Los ángeles nos ayudarán, y seremos fuertes por medio de Cristo que nos fortalece. No descuides la oración secreta. Ora por ti mismo. Crece en la gracia, avanza, no te detengas, no retrocedas. Sigue adelante, a la victoria. Ten valor en el Señor, mi muchacho querido. Sólo un poco más de lucha con el gran adversario, y vendrá la liberación, y entregaremos la armadura a los pies de nuestro amado Redentor. Persevera hasta vencer cada obstáculo. Si el futuro parece algo nublado, sigue esperando, sigue creyendo. Las nubes desaparecerán, y la luz brillará una vez más. Alaba a Dios, dice mi corazón, alaba a Dios por lo que ha hecho por ti, por tu padre y por mí misma. Comienza bien el año nuevo. Tu madre,

E. G. W.”

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La reunión de West Enosburgh, Vermont, fue profundamente interesante. Fue muy agradable encontrarnos de nuevo con nuestros antiguos y probados amigos de este estado, y hablar con ellos. En poco tiempo se hizo una obra buena y grande. En general, estos amigos eran pobres y debían trabajar duro para obtener las comodidades básicas, allí donde para ganar un dólar hay que esforzarse más que para ganar dos en el oeste; sin embargo, fueron liberales con nosotros. En la Review se han dado muchos pormenores de esta reunión, y por falta de espacio no los repetiremos. En ningún estado los hermanos han sido más fieles a la causa que en el viejo Vermont.

A la vuelta de Enosburgh, nos detuvimos a pasar la noche con la familia del Hno. William White. Su hijo, el Hno. C. A. White, nos habló de su Lavadora y Estrujadora Combinada y Patentada, y quería nuestro consejo. Como yo había escrito oponiéndome a que nuestro pueblo se envolviera en derechos de patentes, él quería saber con exactitud cómo veía yo lo de su patente. Le expliqué detalladamente lo que yo no había querido decir en lo que dije, y también lo que sí había querido decir. No quise decir que es malo tener nada que ver con derechos de patente, puesto que eso es casi imposible, ya que muchísimas cosas con las que tenemos que ver todos los días están patentadas. Tampoco quise dar la idea de que es malo patentar, manufacturar y vender algún artículo digno de ser patentado. Lo que procuré era que se me comprendiera en el sentido de que no es correcto que nuestro pueblo se exponga a que esos hombres que recorren el país vendiendo el derecho de territorio para cierta máquina o artefacto lo manipulen, lo engañen y lo lleven a caer en diversas trampas. Muchas de esas cosas no tienen valor, por cuanto no representan ninguna mejora. Y los que se ocupan en su venta son, con pocas excepciones, una colección de engañadores.

Además, algunos de nuestros propios hermanos se han ocupado en la venta de objetos patentados, teniendo razones para creer que éstos no eran lo que se decía que eran. Es asombroso ver cómo tantos de entre nuestro pueblo -algunos después de haber sido claramente advertidos- todavía se permiten ser engañados por las falsas declaraciones de esos vendedores de derechos de patentes. Algunas patentes son en realidad valiosas, y a unos pocos les ha ido bien con ellas. Pero es mi opinión que allí donde se ha ganado un dólar se han perdido cien. No se puede tener nada de confianza en esas promesas de derechos de patentes. Y el hecho de que los que se ocupan en eso son, con pocas excepciones, unos engañadores y unos mentirosos, hace difícil que un hombre honesto con un producto valioso obtenga el crédito y el apoyo que merece.

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El Hno. White exhibió su Lavadora y Estrujadora Combinada ante la compañía, que incluía a los Hnos. Bourdeau, Andrews, mi esposo y yo, y no pudimos evitar el formarnos una opinión favorable del aparato. Un tiempo después nos regaló una que el Hno. Corliss, de Maine, nuestro empleado, en pocos momentos puso en condiciones de funcionar. La Hna. Burgess, del Condado de Gratiot, nuestra joven empleada, está muy contenta con ella. Una mujer débil que tenga un hijo o esposo capaz de manejar esta máquina, puede lavar gran cantidad de ropa en pocas horas, sin tener mucho más que hacer, que vigilar el trabajo. El Hno. White envió circulares que cualquiera puede obtener si nos escribe y manda lo necesario para el franqueo.

Nuestra siguiente reunión tuvo lugar en Adams Center, Nueva York. Fue una asamblea muy concurrida. En este lugar y sus alrededores había varias personas cuyos casos se me habían mostrado, y por las cuales yo sentía el más profundo interés. Eran hombres de valor moral. Algunos habían llegado en su vida a posiciones que les hacían pesada la cruz de la verdad presente, o por lo menos así pensaban ellos. Otros, que habían llegado a la edad mediana, habían sido criados desde su niñez guardando el sábado, pero no habían llevado la cruz de Cristo. Estos individuos estaban en una posición de la cual parecía difícil moverlos. Necesitaban que se los sacudiera de su dependencia de sus buenas obras, y se los llevara a sentir su condición perdida sin Cristo. No podíamos abandonar a esas almas, y luchamos con todo nuestro poder para ayudarlas. Por fin se conmovieron, y desde entonces he tenido la alegría de saber de algunas de ellas, y oír buenas noticias acerca de todas ellas. Esperamos que el amor de este mundo no impida que entre a sus corazones el amor de Dios. Dios está convirtiendo gente fuerte y acomodada, y trayéndola a nuestras filas. Si quieren prosperar en la vida cristiana, crecer en la gracia, y al fin obtener una rica recompensa, tendrán que usar de su abundancia para hacer avanzar la causa de la verdad.

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Después de dejar Adams Center, pasamos unos pocos días en Róchester, y de ese lugar nos dirigimos a Battle Creek, donde quedamos el sábado y el primer día [domingo]. De allí volvimos a nuestro hogar, donde pasamos el siguiente sábado y primer día con los hermanos que se reunieron procedentes de diversos lugares.

Mi esposo se había ocupado del asunto de los libros en Battle Creek, y esa iglesia había establecido un noble ejemplo. En la reunión de Fairplains presentó la necesidad de poner en las manos de los que no podían comprarlas, obras como Spiritual Gifts (Dones espirituales), Appeal to Mothers (Llamado a las madres), How to Live (Cómo vivir), Appeal to Youth (Llamado a la juventud), Sabbath Readings (Lecturas sabáticas), y los diagramas con su clave explicativa. El plan recibió la aprobación general. Pero en otro lugar me referiré a esta importante obra.

El caso de Ana More

El sábado siguiente nos reunimos con la iglesia de Orleans, donde mi esposo presentó el caso de nuestra muy lamentada hermana, Ana More. Cuando el Hno. Amadon nos visitó el verano pasado, dijo que la Hna. More había estado en Battle Creek, y no habiendo hallado allí empleo, había viajado al condado de Leelenaw para hallar un hogar en casa de un antiguo amigo que había sido su colaborador en los campos misioneros del Africa Central. Mi esposo y yo nos sentimos muy apenados al ver que esta querida sierva de Cristo se haya visto en la necesidad de privarse de la compañía de los de su fe, y decidimos invitarla a que viniera a hacer su hogar con nosotros. Escribimos invitándola a encontrarnos en Wright cuando fuéramos allá a cumplir con nuestro compromiso, y se viniera a casa con nosotros. Pero no llegó a Wright. Incluyo aquí su respuesta a nuestra carta, fechada el 29 de agosto de 1867, que recibimos en Battle Creek:

“Hermano White: Su bondadosa comunicación me llegó en el correo de esta semana. Como el correo llega aquí sólo una vez por semana, y se lo llevan mañana, me apresuro a responder. Aquí estamos, como quien dice, en tierras salvajes. Un indio lleva a pie el correo todos los viernes, y vuelve los martes. He consultado con el Hno. Thompson acerca de la ruta, y dice que la forma mejor y más segura de viajar es tomar un bote de aquí hasta Milwaukee, y de allí a Grand Haven.

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“Como al venir aquí gasté todo mi dinero, y me invitaron a hacer mi hogar en la familia del Hno. Thompson, le he estado ayudando a la Hna. Thompson en sus tareas domésticas y costuras, a un dólar cincuenta por semana de cinco días, ya que no quieren que trabaje los domingos, y yo no trabajo el sábado, reposo del Señor, el único que la Biblia reconoce. No quieren que los deje, a pesar de la diferencia en creencias. El dice que puedo tener mi hogar entre ellos, sólo que no haga prominentes mis creencias entre su pueblo. Hasta me ha invitado a reemplazarlo en sus compromisos de predicación, y así lo he hecho. La Hna. Thompson necesita una maestra para sus hijos, ya que las influencias de afuera son tan perniciosas, y las escuelas tan violentas que ella no está dispuesta a enviar a sus seres queridos a asistir a ellas hasta que no sean cristianos, según ella dice. El hijo mayor, que tiene dieciséis años, es un joven piadoso y devoto. Han aceptado parcialmente la reforma pro salud, y pienso que pronto la aceptarán plenamente y les gustará. El padre se ha suscrito al Health Reformer (Reformador de la salud), porque le mostré algunos ejemplares que yo tenía.

“Espero y oro porque todavía abrace el santo sábado. La Hna. Thompson ya cree en él. El esposo se mantiene admirablemente aferrado a sus propias convicciones, y por supuesto, cree que él está en lo correcto. Si tan sólo pudiera hacer que leyera los libros que traje, History of the Sabbath (Historia del sábado), y otros; pero los mira y los llama infieles, y dice que le parece que en su misma portada llevan el error. Pero si tan sólo leyeran cuidadosamente cada sentimiento de nuestras enseñanzas, creo que las abrazarían como verdades bíblicas, y verían su belleza y armonía. No dudo de que la Hna. T. estaría feliz de hacerse en seguida adventista del séptimo día, si no fuera porque su esposo se opone tan amargamente a que suceda algo así. Recibí la impresión en mi mente antes de venir, que aquí tenía una obra que hacer; pero la verdad se ha hecho presente en la familia, y si no puedo hacerla avanzar más, parecería que mi obra aquí estuviera concluída, o casi completa. No quiero hallarme avergonzada de Cristo en esta malvada generación, y me gustaría mucho más echar mi suerte con los guardadores del sábado, el pueblo escogido de Dios.

“Para llegar hasta Greenville necesitaré por lo menos diez dólares. Eso, más lo poco que he ganado, creo que será suficiente. Pero ahora esperaré que usted me escriba, y haga lo que le parezca mejor en cuanto a enviarme el dinero. En la primavera creo que habré reunido lo suficiente para viajar por mis propios medios, y creo que me gustaría hacerlo. Que el Señor nos guíe y bendiga en todo lo que emprendamos, es el ardiente deseo de mi corazón. Y ojalá yo pueda ocupar en la viña moral del Señor la posición que él me asigne, cumpliendo prontamente todo deber, no importa cuán oneroso parezca, según su buena voluntad, es mi sincero deseo y la oración de mi corazón.

ANA MORE”.

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Tatiana Patrasco