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Por ese entonces comenzamos a trabajar por nuestros hermanos y amigos de los alrededores de Greenville. Como ocurre en muchos lugares, nuestros hermanos necesitaban ayuda. Había algunos que guardaban el sábado, pero que no eran miembros de la iglesia, y otros que habían dejado de guardarlo, y que necesitaban ayuda. Nos sentíamos dispuestos a ayudar a esas pobres almas, pero la conducta anterior de los dirigentes de la iglesia con respecto a esas personas, y su actitud actual, nos imposibilitaban casi del todo acercarnos a ellas. Al trabajar con los que habían cometido errores, algunos de los hermanos habían sido demasiado rígidos, demasiado hirientes en sus afirmaciones. Y cuando algunos se sentían inclinados a rechazar su consejo y a apartarse de ellos, decían: “Está bien; si se quieren ir, que se vayan”. Mientras se manifestaba tal falta de la compasión, la paciencia y la ternura de Jesús por parte de sus profesos seguidores, estas pobres almas sumidas en el error e inexpertas, abofeteadas por Satanás, ciertamente iban a naufragar en su fe. Por grandes que sean los daños y los pecados de los que se encuentran en el error, nuestros hermanos deben aprender a manifestar no sólo la ternura del gran Pastor, sino también su preocupación y amor inextinguibles por las pobres ovejas errantes. Nuestros pastores trabajan y predican semana tras semana, y se regocijan porque unas pocas almas aceptan la verdad; no obstante, algunos hermanos de ánimo pronto y decidido pueden destruir esa obra en cinco minutos al permitir que sus sentimientos los induzcan a pronunciar palabras como éstas: “Está bien; si se quieren ir, que se vayan”.
Descubrimos que no podíamos hacer nada por las ovejas esparcidas que se encontraban alrededor de nosotros, mientras no corrigiéramos primeramente los errores de muchos de los miembros de la iglesia. Ellos habían permitido que esas pobres almas se descarriaran. No se habían preocupado de atenderlas. En efecto, parecía que estaban ensimismados, y que estaban muriendo de muerte espiritual por falta de ejercicio espiritual. Seguían amando la causa en general, y estaban listos para apoyarla. Estaban dispuestos a atender a los siervos de Dios. Pero había una definida falta de atención por las viudas, los huérfanos y los miembros débiles del rebaño. Además de cierto interés por la causa en general, aparentemente había muy poco interés por cualquiera que no fuera miembro de sus propias familias. Como consecuencia de una religión tan estrecha, estaban muriendo de muerte espiritual.
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Había algunos que guardaban el sábado, asistían a las reuniones y participaban del plan de la benevolencia sistemática, pero que no formaban parte de la iglesia. Y es verdad que no estaban en condiciones de pertenecer a ninguna iglesia. Pero mientras los dirigentes de la iglesia asumían la actitud que descubrimos en algunos, y les daban poco o ningún ánimo, era casi imposible que ellos se levantaran con la fortaleza de Dios para obrar mejor. Al comenzar a trabajar por la iglesia, y a enseñarles que debían trabajar por los que estaban fallando, mucho de lo que yo había visto con respecto a la obra en ese lugar se abrió ante mí, y escribí varios testimonios definidos no sólo para los que habían fallado grandemente y estaban fuera de la iglesia, sino para los miembros de la iglesia que habían errado tanto al no salir a buscar a la oveja perdida. Y nunca me sentí más desilusionada que al verificar de qué manera se recibieron esos testimonios. Cuando fueron reprendidos los que habían fallado muchísimo, mediante testimonios bien definidos leídos en público en presencia de ellos, los recibieron, y confesaron con lágrimas sus faltas. Pero algunos miembros de la iglesia, que pretendían ser grandes amigos de la causa y de los Testimonios, apenas podían creer que fuera posible que hubieran estado tan equivocados como los testimonios lo establecían. Cuando se les dijo que eran egoístas, preocupados sólo de sí mismos y de sus familias; que no se habían preocupado de los demás, habían sido exclusivistas y habían permitido que algunas almas preciosas perecieran; que estaban en peligro de ser sobreprotectores y justos en su propia opinión, cayeron en un estado de gran agitación, y se sintieron sometidos a prueba.
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Pero esta experiencia era exactamente lo que necesitaban para aprender a ser tolerantes con los que pasaban por un estado similar. Hay muchos que se sienten seguros de que no serán probados por los Testimonios, y siguen en esa condición hasta que son sometidos a prueba. Les parece raro que alguien manifieste dudas. Son intolerantes con los que lo hacen, y hieren y azotan, para manifestar su celo por los Testimonios, con lo que demuestran que tienen más justicia propia que humildad. Pero cuando el Señor los reprende por sus errores, descubren que son más débiles que el agua. Cuando eso ocurre, apenas pueden resistir la prueba. Estas cosas deberían enseñarles humildad, ternura, y un amor inextinguible por los que están en el error.
Me parece que el Señor está extendiendo a los que han fallado, a los débiles y temblorosos, y hasta a los que han apostatado de la verdad, una invitación especial a incorporarse plenamente al rebaño. Pero sólo pocos en la iglesia creen lo mismo. Y menos aún están dispuestos a ponerse en condiciones de ayudarles. Hay muchos más que se interponen en el camino que deben recorrer esas pobres almas. Muchísimos asumen una actitud de estrictez. Requieren de los que están en error que cumplan tales y tales condiciones antes de extenderles una mano ayudadora. De ese modo los mantienen fuera del alcance de su brazo. No han aprendido que tienen el deber especial de salir a buscar esas ovejas perdidas. No deben esperar que ellas vengan adonde ellos están. Leamos la conmovedora parábola de la oveja perdida: “Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Éste a los pecadores recibe, y con ellos come. Entonces él les refirió esta parábola, diciendo: ¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso: y al llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido. Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento”. Lucas 15:1-7.
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Los fariseos murmuraban porque Jesús recibía a los publicanos y los pecadores comunes, y comía con ellos. En su justicia propia despreciaban a esos pobres pecadores que alegremente escuchaban las palabras de Jesús. El Señor dio la parábola de la oveja perdida para reprender la actitud de los escribas y fariseos, y con el fin de dar una lección impresionante para todos. Notemos, en particular, los siguientes puntos:
Se deja a las noventa y nueve, y se inicia una búsqueda diligente de la única que se había perdido. Se hace un esfuerzo total en favor de la oveja desafortunada. Del mismo modo los esfuerzos de la iglesia deberían dirigirse hacia los que se están apartando del redil de Cristo. Y si se han alejado mucho, no hay que esperar a que regresen antes de tratar de ayudarles, sino que hay que ir en busca de ellos.
Cuando la oveja perdida fue hallada, fue llevada a casa con gozo, y hubo mucha alegría después. Esto ilustra la bendición y el gozo que resultan de trabajar en favor de los que yerran. La iglesia que se dedica con éxito a esta tarea es una iglesia feliz. El hombre o la mujer cuyas almas se sienten conmovidas de compasión y amor por los extraviados, y que trabajan para traerlos al redil del gran Pastor, se dedican a una tarea bendita. Y, ¡oh, qué pensamiento más emocionante es que cuando de este modo se logra rescatar un alma, hay más gozo en el cielo que por noventa y nueve justos! Las almas egoístas, exclusivistas y exigentes, que parecen tener miedo de ayudar a los que están en error, como si se fueran a contaminar si lo hicieran, no experimentan las dulzuras de esta obra misionera; no participan de esa bendición que llena todo el cielo con el regocijo que produce el rescate de un solo ser que se haya apartado de Dios. Se encierran en sus estrechas opiniones y pensamientos, y se vuelven tan áridos e infructíferos como los montes de Gilboa, sobre los cuales no caía ni rocío ni lluvia. Si se priva de trabajo a un hombre fuerte, se debilitará. Las iglesias o personas que se privan de llevar cargas en favor de los demás, que se encierran en sí mismas, pronto sufrirán de debilidad espiritual. El trabajo únicamente mantiene en forma al hombre fuerte. Y el trabajo espiritual, la actividad y el llevar cargas únicamente fortalecerá a la iglesia de Cristo.
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El sábado 18 y el domingo 19 de abril disfrutamos de buenos momentos con nuestros hermanos de Greenville. Los hermanos A y B estaban con nosotros. Mi esposo bautizó a ocho personas. El 25 y el 26 estuvimos con los hermanos de la Iglesia de Wright. Esta querida gente siempre está dispuesta a recibirnos. Allí mi esposo bautizó a ocho más.
El 2 de mayo nos reunimos con una numerosa congregación en el salón de cultos de Monterrey. Mi esposo habló con claridad y fuerza acerca de la parábola de la oveja perdida. La Palabra fue una gran bendición para esa gente. Algunos de los que se habían extraviado estaban fuera de la iglesia y no había interés en trabajar para ayudarles. En efecto, la actitud rígida, inflexible y carente de sentimientos de algunos miembros de la iglesia estaba calculada para impedirles que volvieran si hubieran tenido la intención de hacerlo. El tema tocó el corazón de todos, y todos manifestaron el deseo de rectificar las cosas. El domingo hablamos tres veces en Allegan ante congregaciones numerosas. Nuestro itinerario indicaba que debíamos estar el 9 con la Iglesia de Battle Creek, pero sentíamos que nuestra obra en Monterrey acababa de comenzar, y por lo tanto decidimos regresar allí para, trabajar una semana más con esa iglesia.
La buena obra progresó, y sobrepasó nuestras expectativas. El salón estaba lleno, y nunca antes habíamos visto una obra semejante en Monterrey, llevada a cabo en tan poco tiempo. El domingo, cincuenta se adelantaron para pedir que oráramos por ellos. Los hermanos se sintieron profundamente conmovidos por las ovejas perdidas, confesaron su frialdad y su indiferencia, e hicieron buenas decisiones. Los hermanos G. T. Lay y S. Rummery dieron buenos testimonios, y fueron recibidos con gozo por sus hermanos. Se bautizaron catorce; uno de ellos era un hombre de edad mediana que antes se había opuesto a la verdad. La obra avanzó solemnemente, con confesiones y muchas lágrimas, e impulsando a todos. Así clausuramos las labores del año del congreso. Y aún creíamos que la buena obra realizada en Monterrey de ningún modo estaba terminada. Hemos hecho arreglos para regresar y dedicar varias semanas a trabajar en el condado de Allegan.
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El congreso que acaba de terminar fue una ocasión de profundo interés. Las labores de mi esposo fueron muy intensas durante sus numerosas sesiones, y tiene que descansar. Nuestras labores del año pasado fueron consideradas favorablemente por nuestros hermanos, y durante el congreso se nos manifestó simpatía, tierna consideración y amabilidad. Gozamos con ellos de gran libertad, y nos separamos gozando de confianza y amor mutuos.
Trabajando por Cristo
De acuerdo con lo que se me ha mostrado, los observadores del sábado se vuelven más egoístas a medida que aumentan sus riquezas. Su amor por Cristo y su pueblo está disminuyendo. No ven las necesidades de los pobres, ni sienten sus sufrimientos ni sus pesares. No se dan cuenta de que al descuidar a los pobres y a los que sufren están descuidando a Cristo, y que al aliviar las necesidades y los sufrimientos de los pobres en la mayor medida de sus posibilidades, están sirviendo a Jesús.
Cristo dice a sus redimidos: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de éstos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”. Mateo 25:34-40.
Convertirse en un obrero que persevera pacientemente en ese bienhacer que implica labores abnegadas, es una tarea gloriosa que merece las sonrisas del Cielo. El trabajo fiel es más aceptable por parte de Dios que el culto más celoso y considerado más santo. Las oraciones, las exhortaciones y las charlas son frutos baratos que frecuentemente están vinculados entre sí; pero los frutos que se manifiestan mediante buenas obras, en atención de los necesitados, los huérfanos y las viudas, son frutos genuinos, y crecen naturalmente en un buen árbol.
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La religión pura y sin mancha delante del Padre es ésta: “Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha de este mundo”. Santiago 1:27. Las buenas obras son los frutos que Cristo quiere que produzcamos; palabras amables, hechos generosos, de tierna consideración por los pobres, los necesitados, los afligidos. Cuando los corazones simpatizan con otros corazones abrumados por el desánimo y el pesar, cuando la mano se abre en favor de los necesitados, cuando se viste al desnudo, cuando se da la bienvenida al extranjero para que ocupe su lugar en la casa y en el corazón, los ángeles se acercan, y un acorde parecido resuena en los Cielos. Todo acto de justicia, misericordia y benevolencia produce melodías en el Cielo. El Padre desde su trono observa a los que llevan a cabo estos actos de misericordia, y los cuenta entre sus más preciosos tesoros. “Y serán míos, dice Jehová de los ejércitos, en aquel día cuando reúna mis joyas”. Todo acto misericordioso, realizado en favor de los necesitados y los que sufren es considerado como si se lo hubiera hecho a Jesús. Cuando socorréis al pobre, simpatizáis con el afligido y el oprimido, y cultiváis la amistad del huérfano, entabláis una relación más estrecha con Jesús.
“Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis. Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no te servimos? Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna”. Mateo 25:41-46.
Jesús se identifica con la gente que sufre. “Yo tenía hambre y sed. Yo era forastero. Yo estaba desnudo. Yo me hallaba enfermo. Yo me encontraba en la cárcel. Mientras vosotros disfrutabais del abundante alimento extendido sobre vuestra mesa, yo padecía de hambre en la choza o en la calle, no lejos de vosotros. Cuando cerrasteis vuestras puertas delante de mí, mientras vuestras bien amobladas habitaciones estaban vacías, yo no tenía donde reclinar la cabeza. Vuestros guardarropas estaban repletos de trajes y vestidos para cambiaros, en cuya adquisición dilapidasteis mucho dinero que podríais haber dado a los necesitados, yo carecía de vestidos cómodos. Mientras gozabais de salud, yo estaba enfermo. La desgracia me arrojó en prisión y me encadenó, doblegando mi espíritu y privándome de libertad y esperanza, mientras vosotros andabais de aquí para allá, libres”. ¡Qué unidad dice Jesús aquí que existe entre él y sus sufrientes discípulos! Considera que el caso de ellos es el suyo. Se identifica con ellos como si fuera él mismo quien sufre. Toma nota, cristiano egoísta, que cada vez que descuidas al pobre necesitado y al huérfano, estás desamparando a Jesús en persona.
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Conozco personas que hacen una elevada profesión de fe, cuyos corazones están tan encasillados en el amor de sí mismos y en el egoísmo, que no pueden apreciar lo que estoy escribiendo. Toda la vida han pensado y vivido sólo para sí mismos. Hacer un sacrificio para beneficiar a los demás, perder algo para que otros puedan ganar, está totalmente fuera de sus planes. No tienen la menor idea de que Dios les pide esto. El yo es su ídolo. Semanas, meses y años preciosos pasan a la eternidad, sin que se registre en el Cielo que hayan realizado actos bondadosos, se hayan sacrificado por el bien de los demás, hayan alimentado al hambriento, vestido al desnudo o recibido en sus casas al forastero. Esto de recibir extraños al azar no es agradable. Si supieran que los que desean participar de su abundancia son dignos de ello, tal vez podrían hacer algo en este sentido. Hay virtud en arriesgarse. Es posible que hospedemos ángeles.
Hay huérfanos que deberían ser atendidos; pero algunos no se atreven a emprender esta tarea, porque les daría más trabajo del que quisieran realizar, y les dejaría muy poco tiempo para la complacencia propia. Pero cuando el Rey proceda con su investigación, estas almas que no hacen nada, carentes de generosidad, entonces se darán cuenta de que el Cielo está de parte de los que han sido trabajadores, de los que se han negado a sí mismos por causa de Cristo. No se ha hecho provisión alguna para los que siempre han tenido un cuidado especial en amarse y cuidarse a sí mismos. El terrible castigo con que el Rey amenaza a los que se hallan a su izquierda, en este caso, no tiene por motivo sus grandes crímenes. No se los condena por lo que hicieron, sino por lo que dejaron de hacer. No hicisteis lo que el Cielo os había dicho que hicierais. Os complacisteis a vosotros mismos, y vuestra parte está con los que se complacen a sí mismos.
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A mis hermanas digo: Sed hijas de benevolencia. El Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido. Tal vez pensasteis que si encontrarais a un niño sin defectos, lo recibiríais y lo cuidaríais; pero perturbar la mente con el cuidado de un chico vagabundo, lograr que desaprenda muchas cosas y aprenda otras nuevas, y enseñarle dominio propio, es una tarea que rehusáis emprender. Enseñar al ignorante, tener compasión de los que siempre han aprendido el mal, y reformarlos, no es tarea fácil; pero el Cielo ha puesto precisamente a esas personas en vuestro camino. Son bendiciones disfrazadas.
Hace años se me mostró que el pueblo de Dios sería probado en cuanto a proporcionar hogares a los que carecían de ellos; que muchos quedarían sin hogar como consecuencia de haber aceptado la verdad. La oposición y la persecucijn privaría a los creyentes de sus hogares, y era deber de los que los tenían abrir ampliamente sus puertas para recibir a los que no los tenían. Me fue mostrado más recientemente que Dios va a probar especialmente a su pueblo profeso con referencia a este asunto. Cristo, por nuestra causa se hizo pobre, para que nosotros, mediante su pobreza fuésemos enriquecidos. Hizo un sacrificio a fin de poder proveer hogares a los peregrinos y extranjeros que en este mundo buscan una patria mejor, es a saber, la celestial. ¿Será posible que los que han sido objetos de su gracia, que esperan ser herederos de la inmortalidad, rehusen e incluso manifiesten mala voluntad cuando se les propone que compartan sus hogares con los necesitados? ¿Será posible que nosotros, que somos discípulos de Jesús, rehusemos permitir que los extraños traspongan nuestras puertas porque los tales no conocen a los que moran en nuestros hogares?