Testimonios para la Iglesia, Vol. 2, p. 259-268, día 100

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Una juventud que se engaña a sí misma

Hno. O, Se me han mostrado en visión los peligros de la juventud. Se me presentó su caso. Vi que usted no había adornado su profesión de fe. Usted pudo hacer el bien, y su ejemplo pudo haber sido una bendición para los jóvenes con quienes se ha relacionado; pero, ¡ay! no se ha convertido a Dios en lo más íntimo de su alma. Si hubiera asumido la conducta de un cristiano consecuente, sus parientes y amigos, gracias a su conducta piadosa, se habrían sentido inducidos a seguir en sus pisadas. Mi hermano: Su corazón no es recto para con Dios; sus pensamientos no son elevados; usted permite que su mente discurra por senderos equivocados. Su moralidad no ha logrado un tono puro y elevado. Sus hábitos han contribuido a perjudicar su salud física, y han sonado a muerte para su espiritualidad. No puede prosperar en su vida religiosa mientras no se convierta.

Cuando usted experimente la influencia transformadora del poder de Dios sobre su corazón, los resultados serán visibles en su vida. Le ha faltado experiencia religiosa, pero no es demasiado tarde para que busque ahora mismo a Dios con clamores fervientes, nacidos del corazón: “¿Qué puedo hacer para ser salvo?” Nunca podrá ser un verdadero cristiano hasta que se convierta cabalmente. Ha sido más amante de los placeres que de Dios. Ha estado buscando el placer, pero, ¿ha encontrado verdadero gozo en esa forma de proceder? Ha intentado hacerse el simpático ante muchachas jóvenes e inexpertas. Ha concentrado tanto su mente en ellas que no la ha podido dirigir hacia arriba, hacia Dios y el Cielo. “Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones”. Santiago 4:8. Esta exhortación se aplica a usted. Necesita aprender los caminos, la voluntad y las obras de Dios. Necesita una religión pura e incontaminada; necesita cultivar hábitos de devoción. Deje de hacer el mal y aprenda a hacer el bien. La bendición de Dios no puede reposar sobre usted hasta que llegue a ser más semejante a Cristo.

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Me apena ver la falta de piedad que existe entre la juventud. Satanás se apodera de las mentes y las lleva por canales corruptos. Muchos de los jóvenes se están engañando a sí mismos. Creen que son cristianos, pero nunca se han convertido. Mientras esta obra no se lleve a cabo en ellos, no comprenderán qué es el misterio de la piedad. No hay paz para los impíos. Dios quiere veracidad y sinceridad de corazón. El lo contempla y siente pena por usted, y por todos los jóvenes que se dedican con tanto entusiasmo a juegos pueriles, y que malgastan el tiempo, tan corto y precioso, en cosas que no tienen valor. Cristo lo compró a un precio muy elevado, y le ofrece gracia y gloria si está dispuesto a recibirlas; pero usted se aparta de la preciosa promesa del don de la vida eterna por los magros e insatisfactorios placeres de la tierra.

Su obra en este sentido no dará ganancias, sino una gran pérdida. La paga del pecado es muerte. La vida y el Cielo están delante de usted, pero parece que usted no sabe cuánto valen. No ha meditado en las preciosas cosas del Cielo. Si se rechaza el inestimable amor de Cristo, si el Cielo, la gloria y la vida eterna se consideran de poco valor, ¿qué motivos podemos presentar para la acción? ¿Qué incentivos para atraer? ¿Será posible que algunos deportes insensatos y una ronda de placeres excitantes atraigan la mente, la separen de Dios y adormezcan el corazón a su santo temor?

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¡Oh! Yo le ruego a usted, que tiene tan poco interés en las cosas santas, que escudriñe minuciosamente su propio corazón. ¿Qué defensa va a hacer delante de Dios para justificar su vida mundana y carente de consagración? En ese día tremendo no podrá defenderse. Permanecerá mudo. Piense, le ruego, piense durante esas horas que dedica a buscar placeres, que todas esas cosas terminarán. Si usted tuviera conceptos correctos acerca de la vida, de la vida del Señor, que no tiene fin, cuán rápidamente se apartaría de esa vida de placeres y pecados. Cuán prontamente cambiaría de actitud, de conducta, de amigos, y volcaría la fuerza de sus afectos en Dios y en las cosas celestiales. Cuán decididamente despreciaría usted el hecho de haber cedido a las tentaciones que lo han engañado y cautivado. Cuán celosos serían sus esfuerzos por lograr la vida bendita; cuán fervientes y perseverantes serían sus oraciones a Dios para pedirle que su gracia repose sobre usted, para que su poder lo sostenga y le ayude a resistir al diablo. Cuán diligente sería para aprovechar todos sus privilegios religiosos y aprender los caminos y la voluntad de Dios. Cuán cuidadoso sería usted al meditar en la ley de Dios y al comparar su vida con sus requerimientos. Cuánto temor tendría, no sea que peque en palabras u obras, y cuán ferviente para crecer en la gracia y la verdadera santidad. Su conversación no se referiría a cosas baladíes sino al Cielo. Entonces cosas gloriosas y eternas se abrirían ante usted, y no descansaría hasta que su espiritualidad se desarrollara más y más. Pero las cosas de la tierra reclaman su atención y usted se olvida de Dios. Le ruego que alce el rostro, que busque al Señor para que lo pueda encontrar; llámelo mientras está cercano. 

La verdadera conversión

Querido Hno. P, Mientras estábamos en _____ hace un año, trabajamos en favor de usted. Se me mostraron sus peligros y deseábamos salvarlo; pero vemos que no ha tenido la fortaleza necesaria para llevar adelante las resoluciones que hizo entonces. Me perturba este asunto y temo no haber sido tan fiel como debí ser para exponer delante de usted todo lo que sabía acerca de su caso. Algunas cosas no le revelé. Mientras estaba en Battle Creek en el mes de junio, se me mostró otra vez que usted no estaba haciendo progresos y la razón de ello era que no estaba recorriendo una senda limpia. No disfrutaba de la religión. Se ha apartado de Dios y de la justicia. Ha estado buscando la felicidad de manera equivocada, en los placeres prohibidos; y no tiene el valor moral necesario para confesar sus pecados y abandonarlos a fin de hallar misericordia. 

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No consideró que el pecado fuera tan abominable a la vista de Dios como para apartarse de él; no hizo una obra completa, y cuando el enemigo vino con sus tentaciones, no lo resistió. Si hubiera comprendido cuán ofensivo es el pecado a la vista de Dios, no habría cedido tan fácilmente a la tentación. No estaba tan cabalmente convertido como para aborrecer su vida de pecado e insensatez. El pecado le seguía pareciendo placentero y se sentía inclinado a ceder a sus placeres engañosos. Lo más íntimo de su alma no estaba convertido, y muy pronto perdió lo que había logrado. 

La vanidad personal en su caso, como en el de muchos otros, ha sido un obstáculo especial para usted. Siempre le ha gustado la alabanza. Esto ha sido una trampa para usted. Sus presuntos amigos han manifestado una satisfacción especial al estar en su compañía, y esto le ha producido satisfacción. Algunas mujeres simples, y complacientes, lo han alabado, han manifestado sentirse encantadas con su compañía y usted sintió que un poder fascinante lo invadía cuando estaba con ellas. No se dio cuenta, mientras pasaba esas horas en procura de placer -horas que pertenecían a su familia- que Satanás estaba tendiendo sus trampas junto a sus pies. 

Satanás tiene tentaciones para cada paso de su vida. Usted no ha economizado el dinero como debía haberlo hecho. Aborrece la mezquindad. Eso está muy bien; pero se va al otro extremo y su vida ha estado marcada por la prodigalidad. Cristo les enseñó una lección a sus discípulos cuando alimentó a los cinco mil. Hizo un gran milagro y dio de comer a esa vasta multitud con cinco panes y dos pececillos. Cuando todos estuvieron satisfechos, no miró con indiferencia los fragmentos que sobraron, como si fuera indigno de él hacerlo. El que tenía poder para hacer ese notable milagro y alimentar a una multitud tan grande, dijo a sus discípulos: “Recoged los pedazos que sobraron, para que no se pierda nada”. Juan 6:12. Esta es una lección para todos nosotros que no deberíamos pasar por alto. 

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Tiene una gran obra que hacer, y no puede darse el lujo de perder un solo momento más sin comenzar a hacerla. Hno. P: estoy alarmada por causa de usted; pero sé que Dios lo sigue amando, a pesar de que en su conducta se ha desviado. Si no lo amara tan especialmente, no me presentaría, como lo hace, los peligros que usted corre. Usted se ha dedicado a risas y diversiones con hombres y mujeres que no temen a Dios. Algunas mujeres frívolas y sin principios lo han retenido en su compañía, y usted parecía un pájaro hipnotizado, fascinado por esas personas superficiales. Los ángeles de Dios le han seguido las pisadas, y han registrado fielmente todo acto erróneo, todo alejamiento de la senda de la virtud.

Sí, todo acto, por más secreto que le haya parecido mientras lo estaba cometiendo, estaba a la vista de Dios, de Cristo y de los santos ángeles. Hay un libro en el cual están escritos todos los hechos de los hijos de los hombres. Ni un solo caso de los registrados allí se puede esconder. Se ha hecho una sola provisión para el transgresor. El fiel arrepentimiento, la confesión del pecado y la fe en la sangre purificadora de Cristo traerán perdón, y esta palabra se escribirá junto a su nombre. 

¡Oh, mi hermano! Si hace un año usted hubiera hecho una obra cabal, el año pasado, tan precioso, no habría sido peor que perdido para usted. Usted sabía cuál era la voluntad de su Maestro, pero no la hizo. Está en condición peligrosa. Su sensibilidad se ha embotado para las cosas espirituales; tiene una conciencia violada. Su influencia no se ejerce para juntar, sino para esparcir. No tiene un interés especial en las actividades religiosas. No es feliz. Su esposa uniría su interés con el del pueblo de Dios si usted se apartara de su camino. Necesita su ayuda. ¿No quisieran emprender esta tarea juntos? 

En junio pasado vi que su única esperanza de quebrantar las cadenas de su esclavitud consistía en apartarse de sus relaciones. Ha cedido tanto a las tentaciones de Satanás que ha llegado a ser un hombre débil. Era un amante de los placeres más que de Dios, y estaba avanzando con rapidez por la senda descendente. Me he sentido desilusionada al verificar que usted se encontraba en el mismo estado de indiferencia que ha mantenido por años. Ha conocido y ha experimentado el amor de Dios y ha sido su delicia cumplir su voluntad. Se ha deleitado en el estudio de la Palabra del Señor. Ha sido puntual para asistir a la reunión de oración. Su testimonio ha procedido de un corazón que sentía la influencia vivificante del amor de Cristo. Pero ha perdido su primer amor. 

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Dios lo invita ahora a arrepentirse y a ser celoso en la obra. La conducta que siga ahora determinará su felicidad eterna. ¿Puede rechazar la misericordiosa invitación que ahora se le extiende? ¿Puede elegir su propio camino? ¿Puede albergar orgullo y vanidad, y perder su alma finalmente? La Palabra de Dios nos dice con claridad que pocos se salvarán, y que la mayor parte, incluso los llamados, serán indignos de la vida eterna. No tendrán parte en el Cielo, sino que su porción será con Satanás, y experimentarán la segunda muerte. 

Los hombres y mujeres pueden escapar de esta condenación, si lo quieren. Es verdad que Satanás es el gran originador del pecado; pero esto no excusa los pecados de nadie; porque él no puede obligar a los seres humanos a hacer el mal. Los tienta a hacerlo, y presenta el pecado como algo atractivo y agradable; pero tiene que dejar que ellos decidan si lo van a cometer o no. No obliga a los hombres a embriagarse, ni los obliga tampoco a no asistir a las reuniones religiosas; presenta sus tentaciones de manera que induce a hacer el mal, pero el hombre es un ser moralmente libre, que puede aceptar o rechazar sus insinuaciones. 

La conversión es una obra que la mayoría no aprecia. No es cosa de poca monta transformar una mente terrenal que ama al pecado, e inducirla a comprender el indescriptible amor de Cristo, los encantos de su gracia y la excelencia de Dios, de tal manera que el alma se impregne del amor divino y sea cautivada por los misterios celestiales. Cuando una persona comprende estas cosas, su vida anterior le parece desagradable y odiosa. Aborrece el pecado y, quebrantando su corazón delante de Dios, abraza a Cristo, vida y gozo del alma. Renuncia a sus placeres anteriores. Tiene una mente nueva, nuevos afectos, nuevo interés, nueva voluntad; sus tristezas, deseos y amor son todos nuevos. Se aparta ahora de la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida, que hasta entonces prefirió a Cristo, y éste es el encanto de su vida, la corona de su regocijo. Considera ahora, en toda su riqueza y gloria, el cielo que no le atraía antes, y lo contempla como su patria futura, donde verá, amará y alabará a Aquel que lo redimió con su sangre. 

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Las obras de la santidad, que parecían cansadoras, son ahora su delicia. Escoge como tema de estudio y consejera a la Palabra de Dios que antes le parecía árida y sin interés. Es como una carta que le escribiera Dios, con la inscripción del Eterno. Somete a esta regla sus pensamientos, palabras y acciones y por ella los prueba. Tiembla ante las órdenes y amenazas que contiene, mientras que se aferra firmemente a sus promesas y fortalece su alma apropiándose de ellas. Elige ahora la sociedad de los más piadosos; ya no se deleita en la de los impíos, cuya compañía amaba antes. Llora por pecados que ve en ellos y de los cuales se reía antes. Renuncia al amor propio y a la vanidad, vive para Dios y es rica en buenas obras. Esta es la santificación que Dios requiere. No aceptará nada que sea menos que esto. 

Le ruego, hermano mío, que escudriñe su corazón con diligencia y pregunte: “¿En qué camino viajo? ¿Adónde me llevará?” Puede regocijarse porque su existencia no fue cortada mientras no tenía esperanza segura de vida eterna. Dios no permita que descuide por más tiempo esta obra y perezca en sus pecados. No halague su alma con falsas esperanzas. Usted no ve otro camino que seguir sino uno demasiado humilde para aceptarlo. Cristo le presenta, aun a usted, mi hermano errante, un mensaje de misericordia: “Venid, que ya está todo aparejado”. Lucas 14:17. Dios está dispuesto a aceptarle, y a perdonarle todas sus transgresiones, si tan solo quiere venir. Usted ha sido pródigo, se separó de Dios y se mantuvo mucho tiempo alejado de él; a pesar de eso él le recibirá ahora. Sí, la Majestad del cielo le invita a acudir a él, para que reciba vida. Cristo está dispuesto a limpiarlo del pecado cuando lo acepte. ¿Qué ganancia ha encontrado en el servicio del pecado? ¿Qué le ha aprovechado seguir la carne y el diablo? ¿No es miserable el salario que recibió? ¡Oh, vuelva, vuelva! ¿por qué habría de morir?

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Usted ha sentido muchas convicciones y remordimientos de conciencia. Ha manifestado muchos propósitos y formulado incontables promesas; y sin embargo, se demora, y no quiere recibir a Cristo a fin de recibir vida. ¡Ojalá que en su corazón se grabe la comprensión del tiempo en que vivimos para que vuelva y viva! ¿No puede usted oír la voz del fiel pastor en este mensaje? ¿Cómo puede usted desobedecer? No juegue con Dios, no sea que lo abandone a sus tortuosos caminos. Para usted es asunto de vida o muerte. ¿Cuál escogerá? Es cosa terrible contender con Dios y resistir a sus súplicas. Puede sentir arder el amor de Dios en el altar de su corazón, como lo sintió una vez. Puede comulgar con Dios como en tiempos pasados. Si limpia su camino, puede volver a disfrutar las riquezas de su gracia, y su rostro expresará nuevamente su amor. 

No se requiere de usted que se confiese ante aquellos que no conocen su pecado y sus errores. No es su deber publicar una confesión que haga triunfar a los incrédulos; debe confesarse ante quienes corresponde, ante los que no se aprovecharán de sus yerros. Confiésese de acuerdo con la Palabra de Dios, y permita que sus prójimos oren por usted y Dios aceptará su obra y le sanará. Por amor de su alma, escuche las súplicas que le instan a hacer una obra cabal para la eternidad. Ponga a un lado su orgullo, su vanidad y haga lo recto. Vuelva al redil. El Pastor le aguarda y le recibirá. Arrepiéntase, haga sus primeras obras, y vuelva a gozar del amor de Dios.

Deberes del esposo y la esposa

Hno. R, En junio pasado se me presentó su caso en visión. Pero la presión del trabajo ha sido tan constante que no había podido escribir lo que se me mostró con respecto a casos individuales. Quiero escribir lo que tengo por delante antes de oír algún informe de los asuntos que se refieren a su caso; porque Satanás podría tratar de introducir dudas en su mente. Esa es su obra.

Se me mostró su vida pasada, y se me dijo que Dios había sido muy misericordioso con usted al iluminar sus ojos para que viera su verdad, y al rescatarlo de su condición peligrosa de duda e incertidumbre, y al afirmar su fe y su mente en las eternas verdades de su Palabra. Asentó sus pies sobre la Roca. Por un poco de tiempo manifestó gratitud y humildad; pero últimamente se ha estado separando de Dios. Cuando usted era pequeño a sus propios ojos, entonces Dios lo amaba. 

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La música ha sido una trampa para usted. Está perturbado por la estima propia; es natural para usted tener ideas exaltadas acerca de su propia habilidad. La enseñanza de la música lo ha perjudicado. Muchas mujeres le han confiado sus dificultades familiares. Esto también ha sido perjudicial para usted. Lo ha exaltado, y lo ha inducido a tener una mayor estima de sí mismo. 

En su propia familia usted ha ocupado una posición digna y más bien elevada. Su esposa tiene defectos, de los cuales usted está bien al tanto. Estos han dado malos resultados. Ella no es por naturaleza una dueña de casa. Tiene que educarse en este sentido. Ha mejorado algo, y debería aplicarse fervientemente para mejorar todavía más. Carece de orden, buen gusto y limpieza, tanto en el manejo de su casa como en su manera de vestir. Le agradaría a Dios que educara su mente para dedicarse a estas cosas que le faltan. No gobierna bien a su familia. Cede fácilmente y le cuesta mantener sus decisiones. Los deseos y pedidos de sus hijos la llevan de aquí para allá, y se somete al juicio de ellos. En lugar de tratar de mejorar en este sentido, como debería hacerlo, se siente contenta si aparece una oportunidad o una excusa para desembarazarse de los cuidados y las responsabilidades del hogar, y para permitir que otros cumplan los deberes en el seno de su familia. En realidad debería educarse para que éstos le llegaran a gustar. No podrá hacer su parte como esposa y madre hasta que se entrene en este sentido. Le falta confianza en sí misma. Es tímida, retraída y desconfía de sí misma. Tiene una opinión muy pobre de lo que hace, y esto la desanima, de manera que se detiene y no hace más. Necesita que se la anime; necesita palabras de ternura y afecto. Tiene buen espíritu. Es humilde y tranquila, y el Señor la ama; no obstante, debería hacer esfuerzos ímprobos para corregir esos defectos que contribuyen a que su familia sea infeliz. La práctica en estas cosas le dará confianza en sus propias habilidades para hacerlas bien. 

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Usted y su esposa tienen caracteres opuestos. A usted le gusta el orden y la limpieza, tiene muy buen gusto y gobierna las cosas bastante bien. Como marido, es un poco rígido y exigente. No se conduce como para despertar en su esposa confianza y familiaridad. Sus deficiencias lo han inducido a considerarla inferior a usted, y han contribuido a que ella se sienta así también. Dios la estima mucho más que usted; porque los caminos suyos son torcidos para él. Por causa de su esposa y de sus hijos, y por otras razones además, debería corregir sus deficiencias y mejorar en las cosas en que ahora falla. Podría lograrlo si se empeñara suficientemente. 

A Dios le desagrada el desorden, el descuido y la falta de prolijidad en cualquier persona. Estas deficiencias son males graves, y tienden a disminuir el afecto del esposo por la esposa, cuando éste ama el orden, hijos bien disciplinados y una casa bien administrada. Una esposa y madre no puede lograr que el hogar sea agradable y feliz a menos que ame el orden, conserve su dignidad y administre bien; por lo tanto, todos los que fallen en estos puntos deberían comenzar en seguida a educarse en este sentido, y cultivar exactamente las mismas cosas en las cuales la deficiencia es mayor. La disciplina hará mucho en favor de los que no tienen estas cualidades esenciales. La hermana R se rinde ante estos defectos, y cree que no puede hacer las cosas de modo diferente. Cuando hace la prueba y no logra ver una mejoría definida se desanima. Esto no debe ser así. Su felicidad y la de su familia dependen de que se levante y trabaje con entusiasmo y celo para lograr una decidida reforma en estas cosas. Debe revestirse de confianza y decisión; revestirse de femineidad. Tiene la tendencia de evitar todo lo que no ha probado. Nadie hay más dispuesta que ella a hacer algo, si cree que va a tener éxito. Si fracasa en su nuevo esfuerzo, debe probar una y otra vez. Puede ganar el respeto de su esposo y sus hijos. 

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