Testimonios para la Iglesia, Vol. 2, p. 330-338, día 108

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Hubo un caso en el Condado de Montcalm, Míchigan, al que me voy a referir. Esta persona era un hombre noble. Medía un metro ochenta y tenía un aspecto agradable. Me llamaron a visitarlo porque estaba enfermo. Antes había conversado con él con respecto a su modo de vivir. “No me gusta su mirada”, le dije. Consumía grandes cantidades de azúcar. Le pregunté por qué lo hacía. Dijo que había dejado la carne y no sabía que hubiera nada que pudiera reemplazarla tan bien como el azúcar. La comida no le satisfacía, simplemente porque su esposa no sabía cocinar. Algunos de vosotros enviáis a vuestras hijas, que son casi mujeres, a la escuela a aprender ciencias antes de saber cocinar, cuando esto debiera ser considerado de primera importancia. He aquí una mujer que no sabía cocinar; no había aprendido cómo preparar comida saludable. La esposa y madre era deficiente en este aspecto de su educación; y como resultado, puesto que el alimento mal preparado era incapaz de satisfacer las demandas del cuerpo, se comía azúcar sin moderación, lo que enfermaba el organismo. Este hombre sacrificó su vida innecesariamente por causa de una alimentación deficiente. Cuando fui a ver a este hombre enfermo traté de explicarle del mejor modo posible cómo mejorar su situación y pronto comenzó a sentirse mejor. Pero imprudentemente se esforzó más allá de sus posibilidades, comió alimentos en poca cantidad y de baja calidad, y se enfermó nuevamente. Esta vez no hubo remedio. Su organismo parecía una masa viviente de corrupción. Murió víctima de una alimentación deficiente. Trató de que el azúcar ocupara el lugar de la buena alimentación, y esto sólo empeoró las cosas. 

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Con frecuencia me siento a las mesas de los hermanos y veo que usan grandes cantidades de leche y azúcar. Estas recargan el organismo, irritan los órganos digestivos y afectan el cerebro. Cualquier cosa que estorba el movimiento activo del organismo, afecta muy directamente al cerebro. Y por la luz que me ha sido dada, sé que el azúcar, cuando se usa copiosamente, es más perjudicial que la carne. Estos cambios deben hacerse cautelosamente, y el tema debe ser tratado en forma que no disguste ni cause prejuicios en aquellos a quienes queremos enseñar y ayudar. 

Con frecuencia nuestras hermanas no saben cocinar. A las tales quiero decir: Yo iría a la mejor cocinera que se pudiera hallar en el país, y permanecería a su lado si fuese necesario durante semanas, hasta llegar a dominar el arte de preparar los alimentos, y ser una cocinera inteligente y hábil. Obraría así aunque tuviese cuarenta años de edad. Es vuestro deber saber cocinar, y lo es también el enseñar a vuestras hijas a cocinar. Cuando les enseñáis el arte culinario, edificáis en derredor de ellas una barrera que las guardará de la insensatez y el vicio que de otra manera podría tentarlas. Yo aprecio a mi costurera y a mi copista; pero mi cocinera, que sabe preparar el alimento que sostiene la vida y nutre el cerebro, los huesos y los músculos, ocupa el puesto más importante entre los ayudantes de mi familia. 

Madres: No hay nada que cause tantos males como liberar a vuestras hijas de sus obligaciones, y no darles nada que hacer, y dejarlas que elijan en qué se han de ocupar: quizás en tejer crochet o hacer otras labores superfluas. Haced que ejerciten sus miembros y sus músculos. Si las fatiga, ¿qué problema hay? ¿No os cansáis en vuestro trabajo? ¿Acaso la fatiga perjudicará a vuestras hijas, a menos que trabajen en exceso, más que lo que os perjudica a vosotros? Por cierto que no. Pueden recuperarse de la fatiga en una buena noche de descanso y estar listas para trabajar al día siguiente. Es un pecado dejarlas crecer en la ociosidad. El pecado y la ruina de Sodoma fue el exceso de pan y ocio. 

Queremos obrar con la perspectiva correcta. Queremos actuar como hombres y mujeres que serán llevados a juicio. Y cuando adoptamos la reforma pro salud debiéramos hacerlo con un sentido del deber, no porque otro la ha adoptado. No he cambiado en nada mi rumbo desde que adopté la reforma pro salud. No he retrocedido ni un paso desde que la luz del cielo en cuanto a este asunto iluminó mi camino. Me aparté de todo inmediatamente: de la carne y de la manteca, dejé el sistema de tres comidas, y esto mientras llevaba acabo un trabajo intelectual intenso, escribiendo desde temprano en la mañana hasta la puesta del sol. Me reduje a dos comidas diarias sin cambiar mi trabajo. Estuve muy enferma antes, y sufrí cinco ataques de parálisis. He tenido mi brazo izquierdo sujeto al cuerpo varios meses porque sentía un dolor intenso en el corazón. Cuando hice estos cambios en mi régimen, me negué a someterme al gusto y dejar que me gobernara. ¿Dejaré que esto me impida asegurarme una mayor fuerza, que a su vez me permitirá glorificar a mi Señor? ¿Dejaré que eso se interponga en mi camino siquiera un momento? ¡Nunca! Sufrí mucha hambre. Yo consumía grandes cantidades de carne. Pero cuando me sentía desfallecer, cruzaba los brazos sobre el estómago y decía: “No probaré ni un bocado. Comeré alimentos sencillos o no comeré nada”. El pan me resulta desagradable. Sólo de vez en cuando podía comer un trozo del tamaño de una moneda grande. Podía tolerar bien algunas de las cosas de la reforma pro salud, pero cuando se trató del pan sentí un desagrado muy particular. Cuando hice estos cambios tuve que emprender una lucha especial. No pude comer las dos o tres primeras comidas. Dije al estómago: “Tendrás que esperar hasta que puedas comer pan”. Poco después comía pan integral, lo que no podía hacer antes, le hallaba buen sabor y no perdí el apetito. 

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Cuando estaba escribiendo Spiritual Gifts, tomos tres y cuatro, me sentí exhausta por el trabajo excesivo. Entonces comprendí que debía cambiar mi forma de vida, y al descansar unos pocos días me sentí bien de nuevo. Me aparté de estas cosas por principio. Me pronuncié en favor de la reforma pro salud por principio. Y desde ese momento, hermanos, no me habéis oído proponer una opinión extrema acerca de la reforma pro salud de la que me haya tenido que retractar. No he propuesto otra cosa fuera de lo que mantengo hoy. Os recomiendo un régimen alimentario saludable y nutritivo. 

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No me cuesta privarme de las cosas que producen mal aliento y dejan mal gusto en la boca. ¿Es abnegación dejar estas cosas y llegar a un estado en el que todo es tan dulce como la miel; en el que no queda mal gusto en la boca y no se siente debilidad en el estómago? Yo solía tener estos síntomas la mayor parte del tiempo. Me he sentido desfallecer con mi hijo en los brazos una y otra vez. Nada de esto me sucede ahora, y ¿consideraré esto como un renunciamiento, cuando puedo presentarme ante vosotros como lo hago hoy? No hay una mujer en cien que podría trabajar tanto como yo trabajo. Actué por principio, no por impulso. Actué porque creía que el Cielo aprobaría el rumbo que tomaba para llegar a estar en las mejores condiciones de salud, y así poder glorificar a Dios en mi cuerpo y espíritu, que son suyos. 

Podemos tener una variedad de alimentos buenos y saludables, cocinados en forma sana, de manera que agraden a todos. Y si vosotras, hermanas mías, no sabéis cocinar, os aconsejo que aprendáis. Saber cocinar es de vital importancia. Por la mala cocina se pierden más almas de lo que nos imaginamos. Produce malestar, enfermedad y mal genio; el organismo se descompone y no se pueden discernir las cosas celestiales. Hay más religión en un buen pan de lo que muchos piensan. Hay más religión en una buena cocina de lo que muchos se imaginan. Queremos que aprendáis lo que es la buena religión, y que la practiquéis en vuestras familias. A veces, durante mis ausencias de casa, sabía que el pan y el alimento en general que había sobre la mesa me iban a perjudicar; pero me veía obligada a comer un poco para sustentar la vida. Es un pecado a los ojos del Cielo ingerir tales alimentos. He sufrido por falta de alimento apropiado. Para un estómago dispéptico, podéis colocar sobre vuestras mesas frutas de diferentes clases, pero no demasiadas en una comida. De esta manera podéis tener variedad y alimentos de buen gusto, y después de comer os sentiréis bien. 

Me asombra saber que, después de toda la luz que se os ha dado en este lugar, muchos coméis entre comidas. No debierais ingerir ni un solo bocado entre vuestras comidas regulares. Comed lo debido, pero en una sola comida, y luego esperad hasta la siguiente. Yo como lo suficiente para satisfacer mis necesidades vitales; pero cuando me levanto de la mesa, mi apetito es tan bueno como cuando me senté. Y cuando llega la siguiente comida, estoy dispuesta a ingerir mi porción y nada más. Si comiera una cantidad doble de vez en cuando porque tiene buen gusto, ¿cómo podría inclinarme y pedir a Dios ayuda en mi trabajo de escritora, cuando no me vienen las ideas por causa de mi glotonería? ¿Podría pedirle a Dios que se ocupara de esa carga irrazonable que está en mi estómago? Eso sería deshonrarlo. Sería rogar para fomentar mi apetito. Ahora como lo que solamente considero correcto, y entonces puedo pedirle que me dé fuerza para llevar a cabo la obra que me ha dado para hacer. Y sé que el Cielo ha escuchado y contestado mi oración cuando he hecho este pedido. 

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Más aún, cuando comemos sin moderación, pecamos en contra de nuestros propios cuerpos. Durante el sábado, en la casa de Dios, los glotones se sientan y duermen frente a las encendidas verdades de la Palabra de Dios. No pueden ni mantener los ojos abiertos; no comprenden los solemnes sermones presentados. ¿Pensáis que tales personas glorifican a Dios en sus cuerpos y espíritus, que son suyos? No; lo deshonran. Y el dispéptico; lo que lo ha hecho dispéptico es actuar de este modo. En lugar de ser regular, ha dejado que su apetito lo controle, y ha comido entre comidas. Quizás, si sus hábitos son sedentarios, no ha tenido el aire vigorizador del Cielo para ayudar en su digestión; puede no haber hecho el ejercicio suficiente para resguardar su salud. 

Algunos de vosotros os expresáis como si os agradara que alguien os dijese cuánto se debe comer. No debe ser así. Tenemos que actuar desde un punto de vista moral y religioso. Debemos ser templados en todas las cosas, porque se nos ofrece una corona incorruptible, un tesoro celestial. Y ahora quiero decir a mis hermanos y hermanas: Preferiría tener valor moral, asumir una posición definida y gobernarme a mí misma. No quisiera imponer esta carga a otra persona. Coméis demasiado y luego lo lamentáis, y seguís pensando en lo que coméis y bebéis. Comed lo que os beneficia, y levantaos de la mesa sintiéndoos libres ante el Cielo, sin remordimiento de conciencia. No creo que se deben evitar todas las tentaciones a los niños ni a los adultos. Nos espera una lucha, y debemos mantenernos en situación de resistir las tentaciones de Satanás; y necesitamos saber que poseemos en nosotros poder para ello. 

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Y ya que os aconsejamos que no comáis en exceso, aun de los mejores alimentos, queremos dirigir unas palabras de cautela a los extremistas para que no presenten una norma falsa ni procuren luego que todos se conformen con ella. Hay quienes emprenden una obra de reformadores respecto a la salud cuando no están preparados para dedicarse a otra empresa, pues no tienen bastante sentido para cuidar sus propias familias ni para conservar su debido lugar en la iglesia. ¿Qué hacen? ¡Ah, se dedican a ser médicos de la reforma pro salud, como si pudiesen tener éxito en ello! Asumen las responsabilidades del ejercicio de esta profesión, y se encargan de las vidas de hombres y mujeres, cuando no saben nada del asunto. 

Elevaré la voz contra los novicios que aseveran tratar las enfermedades de acuerdo con los principios de la reforma pro salud. No permita Dios que seamos objeto de experimentación. Nuestras filas son demasiado escasas. Y morir en una guerra tal es muy poco glorioso. Dios nos libre de un peligro tal. No necesitamos tales maestros y médicos. Los que procuran tratar las enfermedades deben saber algo del organismo humano. El Médico celestial estaba lleno de compasión. Los que tratan con los enfermos necesitan ese espíritu. Algunos de los que quieren dedicarse a médicos son fanáticos, egoístas y tercos. No se les puede enseñar nada. Puede ser que nunca hicieron nada de valor. Tal vez no hayan tenido éxito en la vida. No saben nada que valga la pena saberse, y sin embargo, se dedican a practicar la reforma pro salud. No podemos dejar que estas personas maten a uno o a otro. No, no podemos permitirlo. 

Necesitamos estar cada vez en lo cierto. Necesitamos educar a nuestros hermanos en la correcta reforma pro salud. “Limpiémonos -dice el apóstol- de toda inmundicia de carne y de espíritu, perfeccionando la santificación en temor de Dios”. 2 Corintios 7:1. Debemos tener razón para resistir en los últimos días. Necesitamos cerebros claros y mentes sanas en un cuerpo sano. Debemos empezar a trabajar seriamente por nuestros hijos, por cada miembro de nuestras familias. ¿Echaremos mano de esta obra y trabajaremos basados en lo correcto? ¿Cómo podremos prepararnos para la inmortalidad? El Señor nos ayude, a fin de que podamos comenzar a trabajar aquí como nunca antes. 

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Hemos hablado de tener una serie de reuniones en este lugar, y de dedicarnos a trabajar por los demás. Pero no nos atrevemos a apoyaros. Queremos que comencéis esta obra de reforma en vuestros propios hogares. Queremos que los que han estado inactivos se levanten. Debéis comenzar a trabajar. Y cuando veamos que habéis comenzado a trabajar por vosotros mismos vendremos y os apoyaremos. Esperamos reformar a vuestros hijos, para que puedan convertirse a Cristo, y para que el espíritu de reforma pueda cundir en vuestro medio. Pero cuando al parecer estáis doblemente muertos, y listos para ser arrancados de raíz, no nos atrevemos a emprender la obra. Preferimos ir a una congregación no creyente donde hay corazones listos para recibir la verdad; y anhelamos estar donde podamos hablarles. ¿Nos ayudaréis yendo a trabajar por vosotros mismos? 

Quiera el Señor ayudaros a experimentar lo que nunca habéis experimentado antes. Quiera ayudaros a morir al yo, para que el espíritu de la reforma penetre en vuestros hogares, de modo que los ángeles de Dios puedan estar en medio de vosotros para ministrar en vuestro favor, y podáis estar capacitados para ir al cielo.

Extremos en la reforma pro salud

En el transcurso del congreso anual en el Centro Adams, Nueva York, el 25 de octubre de 1868, se me mostró que los hermanos de _____ se sentían grandemente perplejos y angustiados por el proceder de B y C. Los que llevan la causa de Dios en el corazón no pueden menos que sentirse celosos por su prosperidad. Se me mostró que estos hombres no eran confiables. Eran extremistas y echarían por tierra la reforma pro salud. Su modo de actuar no tendería a corregir o reformar a los que eran intemperantes en su dieta; por el contrario su influencia disgustaría a creyentes y no creyentes, y los alejaría de la reforma, en vez de acercarlos a ella.

Nuestros puntos de vista difieren ampliamente de los del mundo en general. No son populares. Las masas rechazarán cualquier teoría, no importa cuán razonable pueda ser, si impone una restricción al apetito. Se consulta el gusto en lugar de la razón y la salud. Todos los que dejen la senda trillada de la costumbre, y aboguen por una reforma, encontrarán oposición, se los considerará locos, dementes, radicales; dejadlos seguir siempre una conducta tan coherente. Pero cuando los hombres que abogan por una reforma llegan a extremos, y son inconsecuentes en su modo de obrar, no se puede culpar a la gente si llegan a sentir disgusto por la reforma pro salud. Estos extremistas hacen más daño en unos pocos meses que el que podrían deshacer en toda su vida. Por causa de ellos se desacredita toda la teoría de nuestra fe, y nunca podrán hacer que los que son testigos de tales exhibiciones de la así llamada reforma pro salud piensen que hay nada bueno en ella. Estos hombres llevan a cabo una obra que a Satanás le encanta ver progresar. 

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Los que abogan por una verdad impopular debieran llevar vidas muy consecuentes, y debieran tener gran cuidado de evitar los extremos. No debieran esforzarse por ver cuánto pueden separar su posición de la de otros hombres; sino al contrario, por ver cuánto se pueden acercar a los que desean reformar, de modo que puedan ayudarlos a adoptar la posición que ellos mismos tienen en tan alta estima. Si este es su sentir, procederán de tal modo que acreditarán la verdad por la que abogan ante el buen juicio de hombres y mujeres sinceros y razonables. Estos se verán obligados a reconocer que la reforma pro salud es coherente. 

Se me mostró el modo como B se comporta con su propia familia. Ha sido severo y dictatorial. Adoptó la reforma pro salud según la concepción del hermano C y, como él, se enroló en una posición extrema; y al no tener una mente equilibrada ha cometido errores cuyos resultados no los borrará el tiempo. Ayudado por ideas extraídas de libros, comenzó a promover la teoría propiciada por el hermano C y, como él, se propuso alcanzar todas las metas que había concebido. Hizo que su familia se ajustara a sus rígidas reglas, pero fracasó en controlar sus propias tendencias animales. No pudo lograr mantenerse dentro de las normas, y controlar su cuerpo. Si hubiera tenido un conocimiento correcto del sistema de la reforma pro salud hubiera sabido que su esposa no estaba en condiciones de dar a luz a niños sanos. Sus propias pasiones incontroladas lo habían dominado sin permitirle darse cuenta de las consecuencias de su proceder. 

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Antes del nacimiento de sus hijos no trató a su esposa como debiera tratarse a una mujer en su estado. Le aplicó sus rígidas reglas de acuerdo con las ideas del hermano C, lo que llegó a ser muy perjudicial para ella. No le brindaba la calidad ni la cantidad de alimento necesario para nutrir dos vidas en vez de una. Otra vida dependía de ella, y su organismo no recibía el alimento nutritivo y saludable necesario para mantenerla fuerte. Eran insuficientes la cantidad y la calidad. Su organismo requería cambios, una variedad y calidad de alimento más nutritivo. Sus hijos nacieron con un sistema digestivo debilitado y una sangre empobrecida. La comida que la madre se veía obligada a recibir no proveía sangre de buena calidad, y por consiguiente dio a luz a niños llenos de humores. 

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