Testimonios para la Iglesia, Vol. 2, p. 607-615, día 140

Los hijos de Dios son sabios cuando confían sólo en la sabiduría que viene de arriba, y cuando no tienen otra fuerza sino la que viene de Dios. Necesitamos separarnos de la amistad y el espíritu del mundo, si deseamos estar unidos al Señor y permanecer en él. Nuestra fortaleza y nuestra prosperidad consisten en que estemos conectados con el Señor, elegidos y aceptados por él. No puede haber unión entre la luz y las tinieblas. Dios se propone que los suyos sean un pueblo peculiar, apartados del mundo, y sean ejemplos vivos de santidad, para que el mundo pueda ser iluminado y convencido de pecado, o condenado, según como traten la luz recibida. La verdad que se ha presentado al entendimiento, la luz que ha brillado en el alma, juzgará y condenará si se la descuida y se la abandona. 

En esta era degenerada se prefieren el error y las tinieblas más bien que la luz y la verdad. Las obras de muchos profesos seguidores de Cristo, no soportarán la prueba cuando sean examinados por la luz que ahora brilla sobre ellos. Por esta razón, muchos no vienen a la luz, por miedo de que se manifieste que sus obras no han sido efectuadas en Dios. La luz descubre, manifiesta el mal escondido detrás de las tinieblas. Los hombres del mundo y los siervos de Cristo pueden ser semejantes en su apariencia externa, pero son siervos de dos amos cuyos intereses están en clara oposición. El mundo no entiende ni discierne la diferencia; pero hay una inmensa distancia, una vasta separación, entre ellos. 

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Dice Cristo: “No sois del mundo, antes yo os elegí del mundo”. Los verdaderos seguidores de Cristo no pueden gozar la amistad del mundo y al mismo tiempo tener su vida escondida en Cristo. Los afectos deben ser apartados de los tesoros de la tierra y transferidos al tesoro celestial. ¡Qué difícil fue para el joven que tenía grandes posesiones apartar sus afectos de su tesoro terrenal, aun con la promesa de la vida eterna ante él como recompensa! 

Cuando todo lo que tenemos y somos no está consagrado a Dios, los intereses egoístas cierran nuestros ojos a la importancia de la obra, y retenemos los recursos que Dios reclama. Pero el que nos ha prestado estos recursos para el progreso de su causa, con frecuencia retrae su mano prosperadora, y de algún modo esparce los recursos que así retenemos, y se perderán para el que los posee y para la causa de Dios. No se guardaron en este mundo ni en el mundo por venir. Se roba a Dios y Satanás triunfa. El Señor quiere que usted escudriñe íntimamente su propio corazón, hermano O, y quite de él el amor al mundo. Muera a sí mismo, y viva para Dios. Entonces usted se contará entre los que son la luz del mundo. 

Se me mostró que usted acariciaba opiniones erróneas acerca del futuro, ideas que se asemejan a los sentimientos perniciosos de la “era por venir”. Usted a veces comenta estas ideas a otros. Pero no están en armonía con el cuerpo de la doctrina. Usted no aplica bien la Escritura. Cuando Jesús se levante en el lugar santísimo y ponga a un lado sus vestiduras de Mediador y se revista con las vestiduras de venganza en lugar del atavío sacerdotal, habrá terminado la obra en favor de los pecadores. Habrá llegado entonces el momento en que se dará la orden: “El que es injusto, sea injusto todavía:… y el que es justo, sea todavía justificado: y el santo sea santificado todavía. Y he aquí, yo vengo presto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según fuere su obra”. Apocalipsis 22:11-12. 

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Dios ha dado su Palabra para que todos la investiguen, a fin de que puedan conocer el camino de la vida. Nadie necesita errar, si tan sólo quiere someterse a las condiciones impuestas en la Palabra de Dios para la salvación. A todos se les concede el tiempo de gracia, a fin de que todos puedan formar su carácter para la vida eterna. Se da a todos oportunidad de decidirse por la vida o por la muerte. Los hombres serán juzgados de acuerdo con la medida de luz que les haya sido dada. Ninguno tendrá que dar cuenta de sus tinieblas y sus errores, si no le ha sido comunicada la luz. No pecó al no poseer lo que no le fue dado. Todos serán probados antes que Cristo abandone su puesto del lugar santísimo. El tiempo de gracia de todos termina cuando él deja de interceder por los pecadores, y se reviste de las vestiduras de venganza. 

Muchos opinan que será concedido un tiempo de gracia después que Jesús acabe su obra de Mediador en el departamento santísimo. Este es un sofisma de Satanás. Dios prueba al mundo por la luz que se complace en darle antes de la venida de Cristo. Entonces se habrá formado el carácter para la vida o la muerte. Pero el tiempo de gracia de aquellos que prefieran vivir una vida de pecado, y descuidar la gran salvación ofrecida, se cierra cuando cesa el ministerio de Cristo, precisamente antes de su aparición en las nubes de los cielos. 

Las personas que aman al mundo, cuyos ánimos son carnales y enemigos de Dios, se harán la ilusión de que se les otorgará un tiempo de gracia después que Cristo aparezca en las nubes de los cielos. El corazón carnal, que es tan adverso a someterse y obedecer se verá seducido por esta opinión placentera. Muchos permanecerán en seguridad carnal, y continuarán en rebelión contra Dios lisonjeándose con la idea de que habrá entonces un momento para arrepentirse del pecado, y que tendrán oportunidad de aceptar la verdad que es ahora impopular, y que tanto contraría sus inclinaciones y deseos naturales. Creen que aprovecharán la oportunidad de salvarse cuando no tengan nada que aventurar ni que perder al obedecer a Cristo y la verdad. 

Hay en las Escrituras algunas cosas que son difíciles de comprender y que, según el lenguaje de Pedro, los ignorantes e inestables tuercen para su propia perdición. Tal vez no podamos en esta vida explicar el significado de todo pasaje de la Escritura; pero no hay puntos de verdad práctica que hayan de quedar envueltos en el misterio. Cuando llegue el momento en que, según la providencia de Dios, el mundo deba ser probado respecto de la verdad para este tiempo, su Espíritu inducirá a las mentes a escudriñar las Escrituras, aun con ayuno y oración, hasta que descubran eslabón tras eslabón, y los unan en una cadena perfecta. Todo hecho que se relacione directamente con la salvación de las almas quedará tan claro que nadie necesitará errar ni andar en las tinieblas. 

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A medida que hemos seguido la cadena de la profecía, se ha visto claramente y explicado la verdad revelada para nuestro tiempo. Somos responsables de los privilegios que disfrutamos y de la luz que resplandece sobre nuestra senda. Los que vivieron en generaciones pasadas fueron responsables de la luz que se dejó brillar sobre ellos. Su mente se preocupó con respecto a diferentes puntos de la Escritura que los probaban. Pero no comprendían las verdades que nosotros comprendemos. No fueron responsables de la luz que no recibieron. Tuvieron la Biblia como nosotros; pero el tiempo en que debía revelarse la verdad especial relacionada con las escenas finales de la historia de esta tierra había de coincidir con las últimas generaciones que iban a vivir en la tierra. 

Las verdades especiales han sido adaptadas a las condiciones de las generaciones a medida que existían. La verdad presente, que prueba a los de esta generación, no era una prueba para los de las generaciones anteriores. Si la luz que ahora resplandece sobre nosotros acerca del sábado del cuarto mandamiento hubiese sido dada a las generaciones pasadas, Dios habría tenido a éstas por responsables de ella. 

Cuando el templo de Dios fue abierto en el cielo, Juan vio en santa visión una clase de personas cuya atención había sido atraída por el arca que contenía la ley de Dios, a la cual miraban con reverencia. La prueba especial del cuarto mandamiento no llegó hasta después que el templo de Dios fue abierto en el cielo. 

Los que murieron antes que fuese dada la luz referente a la ley de Dios y los requerimientos del cuarto mandamiento, no fueron culpables del pecado de violar el sábado. Es insondable la sabiduría y la misericordia de Dios al dispensar luz y conocimiento en el momento oportuno, a medida que el pueblo la necesita. Antes de venir a juzgar al mundo con justicia, envía una amonestación para despertar a las personas y llamarles la atención al descuido en que se tuvo el cuarto mandamiento, para que, estando instruidas, puedan arrepentirse de la transgresión de su ley y demostrar fidelidad al gran Legislador. El ha provisto lo necesario para que todos puedan ser santos y felices si así lo desean. Se le ha dado suficiente luz a esta generación para que podamos saber cuáles son nuestros deberes y privilegios y disfrutar de la sencillez y el poder de las preciosas y solemnes verdades.

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Somos responsables tan sólo por la luz que brilla sobre nosotros. Los mandamientos de Dios y el testimonio de Jesús nos están probando. Si somos fieles y obedientes, Dios se deleitará en nosotros, y nos bendecirá como su pueblo escogido y peculiar. Cuando la fe y el amor perfectos y la obediencia abunden y obren en el corazón de los que siguen a Cristo, éstos ejercerán una poderosa influencia. Difundirán una luz que disipará las tinieblas circundantes, refinará y elevará a todos los que caigan dentro de la esfera de su influencia, e impartirá un conocimiento de la verdad a todos los que estén dispuestos a ser iluminados y a seguir en la humilde senda de la obediencia. 

Los que son dominados por la mente carnal no pueden comprender la fuerza sagrada de la verdad vital de la cual depende su salvación, porque albergan orgullo en su corazón, amor al mundo, amor a la comodidad, egoísmo, codicia, envidia, celos, concupiscencia, odio y todo mal. Si quisieran vencer estas cosas, podrían participar de la naturaleza divina. Muchos abandonan las claras verdades de la Palabra de Dios y ya no siguen la luz que resplandece claramente sobre su senda; procuran penetrar secretos que no han sido revelados claramente, conjeturan, hablan y disputan acerca de cuestiones que no necesitan comprender, porque no se refieren en forma especial a su salvación. Miles han sido seducidos de esta manera por Satanás. Han descuidado la fe y el deber presente que son claros y abarcantes para todos los que tienen raciocinio; se han espaciado en teorías dudosas, y pasajes que no podían comprender, y han errado en lo que concierne a la fe; su fe es mixta. 

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Dios quiere que todos hagan un uso práctico de las claras enseñanzas de su Palabra acerca de la salvación del hombre. Si son hacedores de la Palabra, que es clara y poderosa en su sencillez, no dejarán de perfeccionar un carácter cristiano. Seguirán santificados por la verdad, y obedeciéndola humildemente se asegurarán la vida eterna. Dios quiere siervos que sean fieles, no sólo en palabra, sino en acción. Sus frutos demostrarán la sinceridad de su fe. 

Hno. O, usted estará sujeto a las tentaciones de Satanás si continúa albergando sus opiniones erróneas. Su fe será una fe mixta, y estará en peligro de confundir a otras mentes. Dios requiere de su pueblo que sea unido. Sus opiniones particulares perjudicarán su influencia; y si continúa albergándolas y hablando de ellas, habrán de separarle finalmente de sus hermanos. Si Dios tiene alguna luz necesaria para la salvación de su pueblo, se la dará como le ha dado otras grandes e importantes verdades. Usted no debe ir más allá de esto. Deje que Dios obre a su modo para realizar su propósito a su tiempo y manera. Dios le ayude a andar en la luz como él es luz.

Responsabilidad por la luz recibida

Se me ha mostrado el caso del hermano P. El había estado por algún tiempo resistiendo la verdad. Su pecado no era que se negara a recibir lo que sinceramente creía que era un error, sino que no investigara diligentemente y conociera aquello a lo que se oponía. Daba por sentado que los adventistas observadores del sábado, en conjunto, estaban en error. Esta opinión estaba de acuerdo con sus sentimientos, y no veía la necesidad de investigar por sí mismo, por medio de un diligente estudio de las escrituras con sincera oración. Si hubiese seguido este proceder podría ahora haber estado en una situación mejor que la actual. Ha sido demasiado reacio a recibir evidencias y demasiado negligente en escudriñar las Escrituras para ver si estas cosas son así. Pablo no consideraba dignos de encomio a los que resistían sus enseñanzas hasta ser obligados por una abrumadora evidencia a aceptar que se trataba de doctrinas provenientes de Dios. 

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Pablo y Silas trabajaron en la sinagoga de los judíos en Tesalónica con algún éxito; pero los judíos incrédulos estaban muy desconectados, y causaron disturbios, y provocaron un gran tumulto en contra de ellos. Estos devotos apóstoles se vieron obligados a dejar Tesalónica, bajo la protección de la noche e irse a Berea, donde se los recibió con alegría. Elogiaron a los Bereanos de este modo: “Estos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así. Así que creyeron muchos de ellos”. Hechos 17:11-12. 

El hermano P no vio la vital importancia de la cuestión. No se sintió impelido a investigar con diligencia, en forma independiente, para descubrir la verdad. Le tenía demasiada alta estima al anciano P, y no sintió la necesidad de aprender de Aquel que es manso y humilde de corazón. No estuvo dispuesto a aprender, sino que confiaba en sí mismo. Nuestro Salvador no tiene palabras de encomio para los que, en estos últimos días, son de corazón lento para creer, como tampoco elogió al dudoso Tomás, quien alardeaba de que no creería en las pruebas que los discípulos referían, y a las que ellos daban crédito, de que Cristo se había ciertamente levantado de entre los muertos y se les había aparecido. Dijo Tomás: “Si no viere en sus manos la señal de los clavos” … “y metiere mi mano en su costado, no creeré”. Juan 20:25. Cristo le brindó a Tomás la evidencia que había dicho que necesitaba; pero le reprochó: “No seas incrédulo, sino creyente”. Tomás reconoció que había sido convencido. Jesús le dijo: “Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron”. 

La posición del hermano P lo ha hecho un hombre débil. Permaneció por bastante tiempo luchando en contra de casi todo, excepto el sábado. Al mismo tiempo se amigaba con los transgresores de los mandamientos, al ser reclamado por los adventistas que estaban en firme oposición al sábado del cuarto mandamiento. El no estaba en condición de ayudarlos porque él mismo estaba indeciso. Su influencia más bien ha confirmado a muchos en su descreimiento. A pesar de toda la ayuda, evidencias y alicientes que ha tenido, su retraso ha desagradado al Señor, mientras que ha fortalecido las manos de los que estaban luchando en contra de Dios, oponiéndose a la verdad. 

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El hermano P podría ser ahora un hombre fuerte, de influencia en el pueblo de Dios en Maine y altamente estimado “por causa de su obra”. Pero tiende a pensar que su retraso es una virtud especial, más bien que un pecado del que debe arrepentirse. Ha sido muy lento en aprender las lecciones que Dios ha intentado enseñarle. No ha sido un estudiante capaz, no ha crecido en experiencia en la verdad presente, lo que lo capacitaría para llevar el peso de la responsabilidad, que podría llevar ahora, si hubiera aprovechado diligentemente toda la luz que le fue dada. Se me mostró un tiempo cuando el hermano P empezó a hacer un esfuerzo para someterse a sí mismo y restringir su apetito; entonces podría con más facilidad ser paciente. Había sido fácilmente excitable, apasionado, irritable y depresivo. Su modo de comer y beber tenía mucho que ver con su estado. Las bajas pasiones imperaban, predominando sobre las facultades más elevadas de la mente. La temperancia lo beneficiaría mucho al hermano P, y necesita mucho más ejercicio físico y trabajo para su salud. Al esforzarse por controlarse, comenzó a creer, pero no recibió en su esfuerzo por mejorar la bendición que podría haber recibido si se hubiera esforzado antes. 

En vez de juntar con Cristo para la verdad, por demasiado tiempo se mantuvo retrasado, no quiso avanzar y se colocó abiertamente en el camino impidiendo el progreso de otros, así desparramó en favor del enemigo. Su influencia se interpuso al progreso de la obra que Dios encomendara a sus siervos.

Las ideas, del hermano P acerca del orden y la organización han estado en directa oposición al plan del orden de Dios. En el cielo hay orden, y ha de ser imitado por los que viven en la tierra y son herederos de salvación. Cuanto más se acercan los mortales al orden y la organización del cielo, tanto más cerca llegan a ese estado aceptable a la vista de Dios, que los hará súbditos del reino celestial y les brindará esa aptitud para la traslación de la tierra al cielo, que Enoc poseía antes de su traslación. 

El hermano P debiera cuidarse. Hay una falta de orden en su organización. No ha estado en armonía con esa moderación, cuidado y diligencia, necesarios para preservar la armonía y la unidad de acción. Su experiencia, su educación en las cosas religiosas de los años pasados, ha sido un gran detrimento para sus queridos hijos y especialmente para el pueblo de Dios. No ha cumplido con las obligaciones que el cielo impone a un padre, y especialmente a un ministro. Un padre que tiene sólo un débil sentido de la responsabilidad paterna de fomentar e imponer orden, disciplina y obediencia, fracasará como ministro y pastor del rebaño. La misma carencia que caracteriza la dirección de su hogar y de su familia, se verá de un modo más público en la iglesia de Dios. Los errores quedarán sin corregir, por causa de los resultados desagradables que acompañan a la reprensión y al llamado ferviente. 

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Se necesita una gran reforma en la familia del hermano P. Dios no se complace con su estado actual de desorden, con que hagan su propia voluntad y sigan su propio rumbo. Este estado de cosas en su familia contrarrestará su influencia dondequiera lo conozcan. También tiene el efecto de desalentar a los que desean ayudarlo a sostener a su familia. Esta falta es perjudicial para la causa. El hermano P no refrena a sus hijos. Dios no se agrada con su comportamiento desordenado, arrogante, con su proceder sin refinamiento. Todo esto es el resultado, o la maldición, de la libertad irrestringida que los adventistas (del primer día) han considerado que era su bendito privilegio gozar. El hermano y la hermana P han deseado la salvación de sus hijos, pero vi que Dios no obraría un milagro en su conversión, mientras hubiera algunos deberes que caben a los padres, y que estos debieran comprender bien. Dios ha dejado una obra para que estos padres la hagan, que ellos han devuelto a Dios para que él la realice por ellos. Cuando el hermano y la hermana P sientan la responsabilidad que debieran sentir por sus hijos, unirán sus esfuerzos para establecer orden, disciplina y un saludable control en su familia. 

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