Testimonios para la Iglesia, Vol. 3, p. 25-36, día 143

Para nosotros no hubo período de descanso, por más que lo necesitábamos. La Review, el Reformer y el Instructor deben ser editados. Se habían dejado muchas cartas sin contestar hasta que nosotros regresáramos para examinarlas. Las cosas estaban en una condición lamentable en la oficina. Todo necesitaba ponerse en orden. Mi esposo comenzó su labor y yo le ayudé en lo que pude; pero eso era poco. Trabajó incesantemente para corregir asuntos comerciales confusos y para mejorar el estado de nuestros periódicos. No podía depender de la ayuda de ninguno de sus hermanos en el ministerio. Su cabeza, corazón y manos estaban llenos. Los hermanos A y C no lo animaron, aunque sabían que estaba solo bajo las cargas en Battle Creek. No sostuvieron sus manos. Escribieron en una forma sumamente desalentadora sobre la pobre condición de salud en que se encontraban, diciendo que estaban tan agotados que no podía dependerse de ellos para realizar ninguna tarea. Mi esposo comprendió que no podía esperar nada de parte de ellos. A pesar de su doble trabajo durante todo el verano, no podía descansar. Y, sin tener en cuenta su debilidad, se afirmó para realizar la obra que otros habían descuidado.

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El Reformer estaba casi muerto. El hermano B había defendido los puntos de vista extremos del Dr. Trall. Esto había influido sobre el doctor para publicar sus ideas en el Reformer con mayor firmeza que la que habría usado corrientemente, descartando la leche, el azúcar y la sal. La postura de eliminar enteramente el uso de estas cosas puede parecer buena en su orden; pero no había llegado el momento para asumir una posición general sobre estos puntos. Y aquellos que adoptan la posición de ellos y abogan por el desuso completo de la leche, la manteca y el azúcar, no debieran tener estas cosas en su mesa. El hermano B, aun cuando adoptaba esta posición en el Reformer con el Dr. Trall —respecto a los efectos perjudiciales de la sal, la leche y el azúcar—, no practicaba las cosas que enseñaba. Estas cosas se usaban diariamente sobre su mesa.

Muchos de nuestro pueblo habían perdido su interés en el Reformer, y diariamente se recibían cartas con este pedido desalentador: “Por favor, cancele mi suscripción al Reformer”. Se recibieron cartas del oeste, donde el país es nuevo y la fruta escasa, preguntando: “¿Cómo viven en Battle Creek los amigos de la reforma de la salud? ¿Prescinden enteramente de la sal? Si es así, no podemos actualmente adoptar la reforma pro salud. No podemos conseguir sino poca fruta, y hemos abandonado el uso de la carne, el té, el café y el tabaco; pero necesitamos tener algo para sostener la vida”. 

Nosotros habíamos pasado algún tiempo en el oeste y conocíamos la escasez de fruta, y simpatizábamos con nuestros hermanos que en forma concienzuda estaban tratando de armonizar con el cuerpo de adventistas observadores del sábado. Se estaban desanimando y algunos se estaban apartando de la reforma pro salud, temiendo que en Battle Creek fueran radicales y fanáticos. No podíamos despertar interés en ninguna parte del Oeste para conseguir suscriptores al Health Reformer. Veíamos que los escritores en el Reformer se estaban alejando de la gente y los estaban dejando detrás. Si asumimos posiciones que los cristianos conscientes, que son ciertamente reformadores, no pueden adoptar, ¿cómo podemos esperar que beneficiaremos a esa clase a la que sólo podemos alcanzar desde el punto de vista de la salud?

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No debemos ir más rápido que aquellos cuyas conciencias e intelectos están convencidos de las verdades que defendemos. Debemos encontrar a la gente donde está. Algunos de nosotros hemos necesitado muchos años para arribar a nuestra posición actual en la reforma pro salud. El logro de una reforma en la dieta es un trabajo lento. Tenemos que encontrarnos con apetitos poderosos, porque el mundo está dado a la glotonería. Si le concediéramos a la gente tanto tiempo como el que nosotros hemos requerido para llegar al estado avanzado actual en la reforma, seríamos muy pacientes con ellos, y les permitiríamos avanzar paso por paso, como lo hemos hecho nosotros, hasta que sus pies estén firmemente establecidos sobre la plataforma de la reforma pro salud. Pero debiéramos ser muy cautelosos en no avanzar demasiado rápido, a menos que nos veamos obligados a desandar nuestros pasos. En las reformas sería mejor quedar un paso detrás de la marca que ir un paso más allá de ella. Y si se comete algún error, que sea del lado cercano a la gente. 

Sobre todas las cosas, con nuestra pluma no debiéramos defender posiciones que no ponemos a prueba en forma práctica en nuestras propias familias, sobre nuestras propias mesas. Esto es un disimulo, una especie de hipocresía. En Míchigan podemos arreglarnos mejor prescindiendo de sal, azúcar y leche, que muchos de los que viven en el extremo oeste o en el lejano Este, donde hay escasez de fruta. Pero hay muy pocas familias en Battle Creek que no consuman estos productos. Sabemos que un uso abundante de estas cosas es positivamente dañino para la salud, y pensamos que en muchos casos, si no se usaran en absoluto, se disfrutaría de un estado de salud mucho mejor. Pero actualmente no nos sentimos preocupados por estas cosas. La gente está tan atrasada que consideramos que todo lo que ellos pueden sobrellevar es que tracemos la línea señalando sus indulgencias perjudiciales y narcóticos estimulantes. Damos testimonio positivo contra el tabaco, los licores espirituosos, el rapé, el té, el café, las carnes [de distintos animales], la manteca, las especias, los pasteles con grasa, los bizcochos o pasteles rellenos de fruta picada y carne o grasa de animales, una gran cantidad de sal, y todas las sustancias estimulantes usadas como artículos de alimento. 

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Si encontramos personas que no han recibido luz en cuanto a la reforma pro salud, y presentamos primero nuestros puntos de vista más fuertes, hay peligro de que se desanimen al ver cuánto tienen que abandonar, y en consecuencia no harán ningún esfuerzo para reformarse. Debemos conducir a la gente paciente y gradualmente, recordando el hoyo del cual nosotros fuimos sacados. 

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Capacidad no santificada

Se me ha mostrado que el hermano B tiene serios defectos de carácter que lo descalifican para estar vinculado estrechamente con la obra de Dios, donde deben llevarse importantes responsabilidades. Tiene suficiente capacidad mental, pero el corazón, los afectos, no han sido consagrados a Dios; por lo tanto no se puede confiar en él como una persona calificada para una tarea tan importante como la publicación de la verdad en las oficinas de Battle Creek. Un error o un descuido del deber en este trabajo afecta la causa de Dios en general. El hermano B no ha visto sus fallas, por lo tanto no se reforma. 

Nuestros caracteres se forman con hábitos de integridad mediante las cosas pequeñas. Usted, mi hermano, ha estado dispuesto a subestimar la importancia de los pequeños incidentes de la vida cotidiana. Éste es un gran error. Nada con lo cual tenemos algo que ver es realmente pequeño. Cada acción es de cierta importancia, ya sea del lado del bien o del lado del mal. Somos probados y se forman nuestros caracteres sólo al practicar los principios en las pequeñas transacciones de la vida corriente. Se nos examina y somete a prueba en las circunstancias diversas de la vida, y de ese modo adquirimos fuerzas para resistir las pruebas más grandes e importantes que se nos llama a soportar, y se nos califica para posiciones aún más trascendentes. La mente debe ser educada mediante pruebas diarias para tener hábitos de fidelidad, con el fin de adquirir un sentido de las demandas de lo correcto y del deber por encima de la inclinación y el placer. Las mentes así disciplinadas no vacilan entre el bien y el mal, como la caña tiembla en el viento; sino que tan pronto como se les someten los asuntos, disciernen que hay principios involucrados, e instintivamente eligen lo correcto sin debatir largamente el asunto. Son leales porque se han formado en hábitos de fidelidad y verdad. Al ser fieles en las cosas pequeñas, adquieren fuerza, y les resulta fácil ser fieles en cuestiones mayores. 

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La educación del hermano B no ha sido tal como para fortalecer esas elevadas cualidades morales que lo capacitarían para permanecer solo con la fuerza de Dios en defensa de la verdad, en medio de la oposición más severa, firme como una roca a los principios, fiel al carácter moral, indiferente a la alabanza humana o a la censura o a las recompensas, prefiriendo la muerte antes que violar la conciencia. Se necesita tal integridad en la oficina de publicaciones, de donde salen verdades solemnes, sagradas, sobre las cuales el mundo ha de ser probado.

La obra de Dios requiere hombres de elevadas facultades morales que se ocupen en su proclamación. Se necesitan hombres cuyos corazones estén fortalecidos con un santo fervor, hombres de un propósito firme a los que no se mueva fácilmente, que puedan deponer cada interés egoísta y darlo todo por la cruz y la corona. La causa de la verdad presente padece por falta de hombres que sean leales a un sentido de lo correcto y del deber, cuya integridad moral sea firme, y cuya energía esté a la altura de las oportunidades de la providencia de Dios. Tales cualidades son de más valor que riquezas incalculables invertidas en la obra y la causa de Dios. Energía, integridad moral y un propósito firme de parte de lo correcto son cualidades que no pueden suplirse con ninguna cantidad de oro. Los hombres que poseen estas cualidades ejercerán influencia por todas partes. Sus vidas serán más poderosas que la excelsa elocuencia. Dios llama a hombres de corazón, hombres de intelecto, hombres de integridad moral, a quienes pueda hacer depositarios de su verdad, y que representarán correctamente sus principios sagrados en su vida diaria.

En algunos respectos el hermano B tiene una capacidad que sólo pocos poseen. Si su corazón estuviera consagrado a la obra, podría llenar un cargo importante en la oficina con la aceptación de Dios. Necesita convertirse y humillarse como un niñito, y buscar la religión pura y de corazón, a fin de que su influencia en la oficina, o en la causa de Dios en cualquier parte, sea lo que debe ser. El carácter de su influencia ha dañado a todos los que están relacionados con la oficina, pero muy especialmente a los jóvenes. Su posición como jefe le dio influencia. No se condujo concienzudamente en el temor de Dios. Ha favorecido a algunos más que a otros. Descuidó a los que, por su fidelidad y capacidad, merecían aliento especial, y causó zozobra y perplejidad a aquellos por quienes tendría que haberse interesado en forma especial. Aquellos que vinculan sus afectos e interés a uno o dos, y los favorecen en detrimento de otros, no debieran retener su puesto en la oficina por un solo día. Esta parcialidad no santificada hacia personas especiales que puede complacer el afecto por algunos, en descuido de otros que son concienzudos y temerosos de Dios, y a su vista de más valor, ofende a Dios. Debiéramos valorar lo que Dios valora. Él considera de mayor valor el ornato de un espíritu manso y sereno que la belleza externa, el adorno superficial, las riquezas o el honor mundanal. 

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Los verdaderos seguidores de Cristo no formarán amistades íntimas con aquellos cuyos caracteres tienen defectos serios, y cuyo ejemplo no sería seguro imitar, mientras que es su privilegio asociarse con personas que guardan una consideración cuidadosa por el cumplimiento del deber en los negocios y en la religión. Las personas carentes de principios y de un espíritu devoto generalmente ejercen una influencia más efectiva para moldear la mente de sus amigos íntimos que la que ejercen aquellos que parecen bien balanceados y capaces de controlar e influir sobre los que tienen defectos de carácter y carecen de espiritualidad y de una actitud devota. 

La influencia del hermano B, si no es santificada, pone en peligro las almas de los que siguen su ejemplo. Su tacto hábil y su inventiva son admirados, y hace que aquellos relacionados con él le den crédito por calificaciones que no posee. En la oficina era descuidado con su tiempo. Si esto lo hubiera afectado sólo a él, habría sido un asunto pequeño; pero su posición como jefe le daba influencia. Su ejemplo ante los que estaban en la oficina, especialmente los aprendices, no era circunspecto y consciente. Si con su talento ingenioso, el hermano B poseyera un alto sentido de obligación moral, sus servicios serían inestimables en la oficina. Si sus principios hubieran sido tales que nada lo hubiera movido de la estricta línea del deber, que ningún atractivo que se presentara hubiera podido comprar su consentimiento a una mala acción, entonces su influencia habría moldeado a otros; pero sus deseos de placer lo sedujeron y lo apartaron de su puesto del deber. Si él hubiera permanecido en la fuerza de Dios, insensible a la censura o la adulación, firme a los principios, fiel a sus convicciones sobre la verdad y la justicia, habría sido un hombre superior y habría ganado una influencia convincente por todas partes. El hermano B carece de frugalidad y economía. Carece del tacto que lo capacitaría para adaptarse a las providencias de Dios y que haría de él alguien que presta servicios de emergencia. Él ama la alabanza humana. Las circunstancias lo desvían y está sujeto a la tentación, y no se puede confiar en su integridad. 

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La experiencia religiosa del hermano B no era sólida. Actuaba por impulso, no por principio. Su corazón no era recto con Dios, y no tenía delante de sí el temor de Dios ni su gloria. Actuaba mucho como un hombre ocupado en asuntos comunes; tenía muy poco sentido del carácter sagrado de la obra en la cual estaba ocupado. No había practicado la abnegación ni la economía, por lo tanto no tenía experiencia en estos asuntos. A veces trabajaba fervientemente y manifestaba un buen interés en la obra. Luego nuevamente descuidaba su tiempo y gastaba momentos preciosos en conversaciones sin importancia, impidiendo que otros cumplieran con su deber y dándoles un ejemplo de insensatez e infidelidad. La obra de Dios es sagrada y demanda hombres de estricta integridad. Se necesitan hombres cuyo sentido de la justicia, aun en los asuntos más pequeños, no les permita emplear su tiempo en forma descuidada e incorrecta; hombres que comprendan que están manejando recursos que pertenecen a Dios, y que no se apropiarían injustamente de un centavo para su propio uso; hombres que serán justos como también fieles y exactos, cuidadosos y diligentes en su trabajo, tanto en la ausencia de su empleador como en su presencia, probando por su fidelidad que no son meramente siervos que agradan a los hombres y atienden fielmente su deber sólo cuando son observados, sino que son trabajadores concienzudos, fieles, íntegros, que hacen lo recto, no para recibir la alabanza humana, sino porque aman y escogen lo correcto movidos por un alto sentido de su obligación para con Dios.

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Los padres no son cuidadosos en la educación de sus hijos. No ven la necesidad de moldear sus mentes mediante la disciplina. Les dan una educación superficial, manifestando mayor cuidado por lo ornamental que por esa educación sólida que desarrollaría y dirigiría las capacidades como para sacar a relucir las energías del alma, y hacer que las facultades de la mente se expandan y fortalezcan por el ejercicio. Las habilidades de la mente necesitan que se las cultive, con el fin de que se las pueda ejercitar para la gloria de Dios. Debiera dársele cuidadosa atención a la cultura del intelecto, de modo que los diversos órganos de la mente puedan tener un mismo vigor al ejercitarlos, cada uno en su función peculiar. Si los padres permiten que sus hijos sigan la inclinación de su mente, su propia inclinación y placer, descuidando el deber, sus caracteres se formarán conforme a ese patrón, y no serán competentes para ninguna posición responsable en la vida. Debieran restringirse los deseos e inclinaciones de los jóvenes, fortalecerse los puntos débiles de su carácter y reprimir sus tendencias demasiado fuertes.

Si a una facultad se le permite permanecer inactiva, o se la deja desviar de su curso correcto, no se lleva a cabo el propósito de Dios. Debieran desarrollarse completamente todas las facultades. Debiera cuidarse cada una de ellas, porque cada una influye sobre las demás, y todas deben ejercitarse a fin de que la mente esté debidamente equilibrada. Si se cultivan uno o dos órganos y se usan continuamente porque sus hijos deciden dirigir la fuerza de la mente en una dirección, descuidando otras facultades mentales, llegarán a la madurez con mentes desequilibradas y caracteres faltos de armonía. Serán aptos y fuertes en una dirección, pero grandemente deficientes en otras áreas igualmente importantes. No serán hombres y mujeres competentes. Sus deficiencias serán visibles y malograrán todo el carácter. 

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El hermano B ha cultivado una propensión casi ingobernable por las visitas a lugares de interés y por los viajes de placer. Se malgastan tiempo y recursos para gratificar su deseo de excursiones de placer. Su amor egoísta por el placer conduce al descuido de deberes sagrados. Al hermano B le encanta predicar, pero nunca ha emprendido esta tarea sintiendo sobre sí el ¡ay! si no predica el evangelio [ver 1 Corintios 9:16]*. Frecuentemente ha dejado el trabajo que demandaba su atención en la oficina, para cumplir con invitaciones de algunos de sus hermanos en otras iglesias. Si hubiera sentido la solemnidad de la obra de Dios para este tiempo y salido [al campo] poniendo su confianza en Dios, practicando la abnegación y exaltando la cruz de Cristo, habría logrado algo de beneficio. Pero frecuentemente tenía tan poca comprensión de la santidad de esta obra, que aprovechaba la oportunidad de visitar otras iglesias para convertir la ocasión en una escena de autogratificación; en síntesis, en un viaje de placer. ¡Qué contraste entre su proceder y el practicado por los apóstoles, que salieron con la carga de la palabra de vida, y con la manifestación del Espíritu predicaron a Cristo crucificado! Señalaron el camino viviente mediante la abnegación y la cruz. Tuvieron comunión con su Salvador en sus sufrimientos, y su mayor deseo era conocer a Cristo Jesús, y a él crucificado. No tenían en cuenta su propia conveniencia, ni consideraban sus vidas preciosas para ellos. Vivían no para gozar, sino para hacer el bien y para salvar almas por las cuales Cristo murió. 

El hermano B puede presentar argumentos sobre puntos doctrinales, pero no ha experimentado en sí mismo las lecciones prácticas de la santificación, la abnegación y la cruz. Puede hablar al oído, pero al no haber sentido en su corazón la influencia santificadora de estas verdades, ni haberlas practicado en su vida, falla en hacerlas llegar a la conciencia con un sentido profundo de su importancia y de su carácter solemne en vista del juicio, cuando cada caso debe decidirse. El hermano B no ha educado su mente, y su comportamiento fuera de la reunión no ha sido ejemplar. Aparentemente la carga de la obra no ha recaído sobre él, sino que ha sido frívolo y juvenil, y por su ejemplo ha rebajado la norma de la religión. Las cosas sagradas y comunes han sido colocadas sobre un mismo nivel. 

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El hermano B no ha estado dispuesto a sobrellevar la cruz; no ha estado dispuesto a seguir a Cristo desde el pesebre a la sala del juicio y al Calvario. Ha atraído sobre sí una penosa aflicción al buscar su propio placer. Todavía tiene que aprender que su propia fuerza es debilidad y su sabiduría, insensatez. Si él hubiera sentido que estaba ocupado en la obra de Dios, y que estaba en deuda con Aquel que le había dado tiempo y talentos, y que requería que fuesen mejorados para su gloria, si hubiera permanecido fielmente en su puesto, no habría sufrido esa enfermedad larga y tediosa. Su exposición [a la intemperie] en ese viaje de placer le causó meses de sufrimiento y le habría causado la muerte si no hubiera sido por la oración de fe ferviente y efectiva elevada en su favor por aquellos que sentían que no estaba preparado para morir. Si hubiera muerto en ese momento, su caso habría sido mucho peor que el de un pecador sin luz. Pero Dios oyó misericordiosamente las oraciones de su pueblo y le prorrogó la vida, para que pudiera tener oportunidad de arrepentirse de su infidelidad y redimir el tiempo. Su ejemplo había influido sobre muchos en Battle Creek en la dirección equivocada. 

El hermano B se recuperó de su enfermedad, pero él y su familia se sintieron muy poco humillados bajo la mano de Dios. La obra del Espíritu Santo, y la sabiduría procedente de él, no se manifiestan para que nos sintamos felices y satisfechos con nosotros mismos, sino para que nuestras almas puedan renovarse en conocimiento y verdadera santidad. Cuánto mejor habría sido para este hermano si su dolencia lo hubiera inducido a efectuar un fiel escudriñamiento de corazón, a descubrir las imperfecciones de su carácter, para que pudiera eliminarlas, y con espíritu humilde salir del horno como oro purificado, reflejando la imagen de Cristo. 

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La iglesia le ayudó a sobrellevar la enfermedad que él mismo se había acarreado. Se proveyeron personas que lo cuidaran y en gran medida la iglesia sobrellevó sus gastos; sin embargo ni él ni su familia apreciaron esta generosidad y bondad de parte de la iglesia. Sintieron que merecían todo lo que se hizo por ellos. Cuando el hermano B se levantó de su enfermedad, se sintió mal dispuesto hacia mi esposo porque él desaprobó su conducta, que era tan censurable. Se unió con otros para lastimar la influencia de mi esposo, y desde que dejó la oficina no se ha sentido bien. Resistió pobremente la prueba de ser examinado por Dios.

El hermano B no ha aprendido aún la lección que tendrá que aprender si finalmente quiere ser salvo: negar el yo y resistir su deseo de placer. Tendrá que ser nuevamente humillado y probado aun más de cerca, porque fracasó en soportar las pruebas del pasado. Ha desagradado a Dios al justificar al yo. Tiene apenas poca experiencia en participar de los sufrimientos de Cristo. Ama la ostentación y no economiza sus recursos. El Señor sabe. Él pesa los sentimientos internos y las intenciones del corazón. Él comprende al hombre. Prueba nuestra fidelidad. Requiere que le amemos y sirvamos con toda la mente y el corazón y las fuerzas. Los amantes del placer pueden aparentar una forma de piedad que incluso implique cierta abnegación, y pueden sacrificar tiempo y dinero, y sin embargo el yo no ha sido subyugado, y la voluntad no se ha sometido a la voluntad de Dios.

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