Testimonios para la Iglesia, Vol. 3, p. 396-406, día 177

Despreciadores de los reproches

El apóstol Pablo afirma claramente que lo experimentado por los israelitas en sus viajes fue registrado para beneficio de los que viven en esta época, aquellos en quienes los fines de los siglos han parado. No consideramos que nuestros peligros sean menores que aquellos que corrieron los hebreos, sino mayores. Seremos tentados a manifestar celos y a murmurar, y habrá rebelión abierta, según se registra acerca del antiguo Israel. Habrá siempre un espíritu tendiente a levantarse contra la reprensión de pecados y males. Pero, ¿deberá callarse la voz de reprensión por causa de esto? En tal caso, no estaremos en mejor condición que las diversas denominaciones del país que temen mencionar los errores y pecados predominantes en el pueblo.

Aquellos a quienes Dios apartó como ministros de la justicia tienen solemnes responsabilidades en lo que se refiere a reprender los pecados del pueblo. Pablo ordenó a Tito: “Esto habla, y exhorta y reprende con toda autoridad. Nadie te menosprecie”. Tito 2:15. Siempre habrá quienes desprecien al que se atreva a reprender el pecado; pero hay ocasiones en que debe darse la reprensión. Pablo incitó a Tito a que reprendiese severamente a ciertas clases de personas, para que fuesen sanas en la fe. Los hombres y las mujeres de diferentes temperamentos que se reúnen para formar la iglesia, tienen peculiaridades y defectos. A medida que éstos se desarrollen, requerirán reprensión. Si los que se hallan en puestos importantes no los reprendieran nunca ni exhortasen, pronto se produciría una condición de desmoralización que deshonraría grandemente a Dios. Pero, ¿cómo será dada la reprensión? Dejemos contestar al apóstol: “Con toda paciencia y doctrina”. 2 Timoteo 4:2. Los buenos principios deben aplicarse a la persona que necesite reprensión, pero nunca se deben pasar por alto, con indiferencia, los males que haya entre el pueblo de Dios.

Habrá hombres y mujeres que desprecien la reprensión y que siempre se rebelarán contra ella. No es agradable que se nos presenten las cosas malas que hacemos. En casi cualquier caso en que sea necesaria la reprensión, habrá quienes pasen completamente por alto el hecho de que el Espíritu del Señor ha sido contristado y su causa cubierta de oprobio. Estos se compadecerán de los que merecían reprensión, porque se han herido sus sentimientos personales. Toda esta compasión no santificada hace que los que la manifiestan participen de la culpa del que fue reprendido. En nueve casos de cada diez, si se hubiera permitido que la persona reprendida comprendiera su mala conducta, se le habría ayudado a reconocerla y por lo tanto se habría reformado. Pero los simpatizantes entrometidos y no santificados atribuyen falsos motivos al que reprende y a la naturaleza del reproche, y, simpatizando con la persona reprendida, la inducen a pensar que realmente se la maltrató y sus sentimientos se rebelan contra el que no ha hecho sino cumplir con su deber. Los que cumplen fielmente sus deberes desagradables, conociendo su responsabilidad ante Dios, recibirán su bendición. Dios exige que sus siervos estén siempre dispuestos a hacer su voluntad con fervor. En el encargo que da el apóstol a Timoteo, le exhorta así: “Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina”. 2 Timoteo 4:2.

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Los hebreos no estaban dispuestos a someterse a las instrucciones y restricciones del Señor. Querían simplemente hacer su voluntad, seguir los impulsos de su propia mente y ser dominados por su propio juicio. Si se les hubiera concedido esta libertad, no habrían proferido queja contra Moisés; pero se amotinaron bajo la restricción. 

Dios quiere que su pueblo sea disciplinado y que obre con armonía, a fin de que lo vea todo unánimemente y tenga un mismo sentir y criterio. Para producir este estado de cosas, hay mucho que hacer. El corazón carnal debe ser subyugado y transformado. Dios quiere que haya siempre un testimonio vivo en la iglesia. Será necesario reprender y exhortar, y a algunos habrá que hacerles severos reproches, según lo exija el caso. Oímos el argumento: “¡Oh, yo soy tan sensible que no puedo soportar el menor reproche!” Si estas personas presentaran su caso correctamente, dirían: “Soy tan voluntarioso, tan pagado de mí mismo, tan orgulloso que no tolero que se me den órdenes; no quiero que se me reprenda. Abogo por los derechos del juicio individual; tengo derecho a creer y hablar según me plazca”. El Señor no desea que renunciemos a nuestra individualidad. Pero, ¿qué hombre es juez adecuado para saber hasta dónde debe llevarse este asunto de la independencia individual?

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Pedro recomienda a sus hermanos: “Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los ancianos; y todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad; porque: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes”. 1 Pedro 5:5. También el apóstol Pablo exhorta a sus hermanos filipenses a tener unidad y humildad: “Por tanto, si hay alguna consolación en Cristo, si algún consuelo de amor, si alguna comunión del Espíritu, si algún afecto entrañable, si alguna misericordia, completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa. Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús”. Filipenses 2:1-5. Y Pablo vuelve a exhortar así a sus hermanos: “El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno. Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros”. Romanos 12:9, 10. “Someteos unos a otros en el temor de Dios”. Efesios 5:21.

La historia de los israelitas nos presenta el grave peligro del engaño. Muchos no se dan cuenta del carácter pecaminoso de su propia naturaleza ni de lo que es la gracia del perdón. Están en las tinieblas de su naturaleza, sujetos a tentaciones y gran engaño. Viven lejos del Señor; y sin embargo están muy satisfechos de su vida cuando Dios aborrece su conducta. Esta clase de personas guerreará siempre contra la dirección del Espíritu de Dios, especialmente con la reprensión. No quiere ser perturbada. Ocasionalmente experimenta temores egoístas y buenos propósitos y a veces pensamientos de ansiedad y convicción; pero no tiene experiencia profunda porque no está ligada con la Roca eterna. Esta clase de personas no ve nunca la necesidad del testimonio claro. El pecado no le parece tan grave, porque no anda en la luz como Cristo está en la luz.

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Hay aún otra clase de personas que tiene gran luz y convicción especial, y una verdadera experiencia en la obra del Espíritu de Dios. Pero la han vencido las múltiples tentaciones de Satanás. No aprecia la luz que Dios le ha dado. No escucha las amonestaciones y reprensiones del Espíritu de Dios. Está bajo condenación. Dichas personas resistirán siempre el testimonio recto, porque éste las condena.

Dios quiere que su pueblo sea una unidad; que sus hijos tengan un mismo parecer, un mismo ánimo y un mismo criterio. Esto no puede lograrse sin un testimonio claro, recto y vivo en la iglesia. La oración de Cristo era que los discípulos fueran uno, como él era uno con su Padre. “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado”. Juan 17:20-23.

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Una súplica a los jóvenes

Estimados jóvenes: De vez en cuando el Señor me ha dado testimonios de amonestación para vosotros. Os alentará si queréis entregarle los mejores y más santos afectos de vuestro corazón. A medida que estas amonestaciones reviven distintamente delante de mí, comprendo vuestros peligros en una forma que yo sé que vosotros no discernís. La escuela situada en Battle Creek reúne a muchos jóvenes de diferente idiosincrasia. Si estos jóvenes no están consagrados a Dios ni son obedientes a su voluntad, y no andan humildemente en los caminos de sus mandamientos, la fundación de una escuela en Battle Creek causará gran desaliento a la iglesia. Esa escuela puede ser una bendición o una maldición. Os suplico a vosotros que habéis tomado el nombre de Cristo que os apartéis de toda iniquidad y que desarrolléis un carácter que Dios pueda aprobar.

Pregunto: ¿Creéis que los testimonios de reprensión que os han sido dados provienen de Dios? Si realmente creéis que la voz de Dios os ha hablado, señalando vuestros peligros, ¿prestáis atención a los consejos dados? ¿Mantenéis estos Testimonios frescos en vuestra mente leyéndolos a menudo y con oración en vuestro corazón? El Señor os ha hablado, niños y jóvenes, vez tras vez; pero habéis sido tardos en escuchar sus amonestaciones. Si la rebeldía no hubiera endurecido vuestro corazón contra lo que Dios ha dicho acerca de vuestro carácter y de vuestros peligros y contra la conducta que se os ha trazado, algunos de vosotros habríais prestado atención a lo que se requiere de vosotros para que podáis obtener fuerza espiritual y ser una bendición en la escuela, la iglesia y entre todos aquellos con quienes tratáis. 

Jóvenes y niñas, sois responsables ante Dios por la luz que os ha dado. Esta luz y estas amonestaciones, si no las escucháis, se levantarán en el juicio contra vosotros. Se os han señalado claramente los peligros que corréis; se os han dirigido palabras de cautela y habéis sido guardados por todos lados y rodeados de advertencias. Habéis escuchado en la casa de Dios las verdades más solemnes y escrutadoras del corazón, presentadas por los siervos del Señor con la manifestación de su Espíritu. ¿Qué peso han tenido sobre vuestro corazón estas solemnes súplicas? ¿Qué influencia ejercen sobre vuestro carácter? Se os pedirá cuenta de cada una de estas súplicas y advertencias. Se levantarán en el juicio para condenar a los que viven en la vanidad, liviandad y orgullo.

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Amados jóvenes amigos, lo que sembráis, segaréis. Ahora es el tiempo de la siembra para vosotros. ¿Cuál será la mies? ¿Qué estáis sembrando? Cada palabra que pronunciáis, cada acto que ejecutáis es una semilla que dará fruto, bueno o malo, y resultará en gozo o pesar para el que la siembre. Según la semilla que se siembre, será la cosecha. Dios os ha dado gran luz y muchos privilegios. Después que ha sido dada esta luz, después que vuestros peligros os han sido presentados claramente, la responsabilidad recae sobre vosotros. La manera en que empleéis la luz que Dios os da, hará inclinar la balanza para vuestra felicidad o desgracia. Vosotros mismos estáis moldeando vuestros destinos.

Todos ejercéis influencia para bien o para mal sobre la mente y el carácter de los demás. Y en los registros del cielo queda escrito exactamente qué clase de influencia ejercéis. Un ángel os acompaña, y toma nota de vuestras palabras y acciones. Cuando os levantáis por la mañana, ¿sentís vuestra impotencia y vuestra necesidad de fuerza divina? ¿Y dais a conocer humildemente, de todo corazón, vuestras necesidades a vuestro Padre celestial? En tal caso, los ángeles notan vuestras oraciones, y si éstas no han salido de labios fingidores, cuando estéis en peligro de pecar inconscientemente y de ejercer una influencia que induciría a otros a hacer el mal, vuestro ángel custodio estará a vuestro lado, para induciros a seguir una conducta mejor, escoger las palabras que habéis de pronunciar, y para influir en vuestras acciones. 

Si no os consideráis en peligro y si no oráis por ayuda y fortaleza para resistir las tentaciones, os extraviaréis seguramente; vuestro descuido del deber quedará anotado en el libro de Dios en el Cielo, y seréis hallados faltos en el día de la prueba. Hay en derredor de vosotros algunas personas que han recibido instrucción religiosa, y otros que han sido complacidos, mimados, adulados y alabados, hasta el punto de haber quedado literalmente echados a perder para la vida práctica. Hablo de personas a quienes conozco. Su carácter se ha torcido tanto por la indulgencia, la adulación y la indolencia que son inútiles para esta vida. Siendo así, ¿qué se puede esperar de ellos para aquella vida donde todo es pureza y santidad, y donde todos tendrán un carácter armonioso? He orado por estas personas; les he hablado personalmente. Pude ver la influencia que ejercerían sobre otras mentes, al inducirlas a ser vanidosas, a desvivirse por la indumentaria y a descuidar sus intereses eternos. La única esperanza que hay para esta clase de personas consiste en que presten atención a sus caminos, humillen su corazón vano y orgulloso delante de Dios, confiesen sus pecados y se conviertan.

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La vanidad en el vestir como el amor a la diversión es una gran tentación para los jóvenes. Dios tiene sobre éstos derechos sagrados. Exige todo el corazón, toda el alma, todos los afectos. La respuesta que se da a veces a esta declaración es: “¡Oh, no profeso el cristianismo!” ¿Qué importa si no lo hacéis? ¿No tiene Dios sobre vosotros los mismos derechos que sobre el que profesa ser su hijo? Debido a que os atrevéis a descuidar las cosas sagradas, ¿pasará el Señor por alto vuestro pecado de negligencia y rebelión? Cada día en que despreciéis el derecho de Dios y toda oportunidad de misericordia que menospreciéis, serán cargados a vuestra cuenta y aumentarán la lista de pecados que se presentará contra vosotros en el día en que se investiguen las cuentas de cada alma. Me dirijo a vosotros, jóvenes y niñas, sea que profeséis o no el cristianismo. Dios exige vuestros afectos, vuestra gozosa obediencia y devoción. Tenéis ahora un corto tiempo de gracia y podéis aprovechar esta oportunidad para entregaros incondicionalmente a Dios.

La obediencia y la sumisión a los requerimientos de Dios son las condiciones que expone el apóstol inspirado, por las cuales llegamos a ser hijos de Dios y miembros de la familia real. Jesús ha rescatado por su propia sangre, del abismo y la ruina a la cual Satanás los obligaba a ir, a todo niño y joven, y a todo hombre y mujer. Debido a que los pecadores no aceptarán la salvación que se les ofrece gratuitamente, ¿quedarán libres de sus obligaciones? El hecho de que decidan permanecer en pecado y audaz transgresión, no reduce su culpabilidad. Jesús pagó un precio por ellos y le pertenecen. Son su propiedad; y si no quieren obedecer a Aquel que dio su vida por ellos, y dedican su tiempo, fortaleza y talento al servicio de Satanás, están ganando su salario, que es la muerte. La gloria inmortal y la vida eterna son la recompensa que nuestro Redentor ofrece a los que quieran obedecerle. Gracias a él, es posible que ellos perfeccionen su carácter cristiano mediante su nombre y venzan por su cuenta como él venció en su favor. Les ha dado un ejemplo en su propia vida, mostrándoles cómo pueden vencer. “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”. Romanos 6:23.

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Los derechos de Dios son igualmente válidos para todos. Los que prefieren descuidar la gran salvación que se les ofrece gratuitamente; los que prefieren servirse ellos mismos y permanecer siendo enemigos de Dios, enemigos del Redentor que se sacrificó a sí mismo, están ganando su paga. Están sembrando para la carne y de la carne cosecharán corrupción.

Los que se han revestido de Cristo por el bautismo, demostrando por este acto que se separan del mundo y que se han comprometido a andar en novedad de vida, no deben levantar ídolos en su corazón. Los que se regocijaron una vez en la evidencia de que sus pecados eran perdonados, que gustaron el amor del Salvador, y que luego persisten en unirse con los enemigos de Cristo, rechazando la perfecta justicia que Jesús les ofrece y escogiendo los caminos que él ha condenado, serán juzgados más severamente que los paganos que nunca tuvieron la luz, y que nunca conocieron a Dios ni su ley. Los que se niegan a seguir la luz que Dios les ha dado, prefiriendo las diversiones, vanidades y locuras del mundo y negándose a conformar su conducta con los santos y justos requerimientos de la ley de Dios, son culpables de los más graves pecados a la vista de Dios. Su culpabilidad y su paga serán proporcionales a la luz y a los privilegios que tuvieron. 

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Vemos al mundo absorto en sus propias diversiones. Los primeros y principales pensamientos de la gran mayoría, especialmente de las mujeres, se dedican a la ostentación. El amor a la indumentaria y los placeres está destruyendo la felicidad de millares. Y algunos de los que profesan amar y guardar los mandamientos de Dios imitan a esa clase de personas, tanto como les es posible hacerlo sin perder el nombre de cristianos. Algunos de los jóvenes tienen tanta afición a la ostentación, que hasta están dispuestos a renunciar al nombre de cristianos para seguir su inclinación a la vanidad y la indumentaria, y el amor a los placeres. La abnegación en el vestir es parte de nuestro deber cristiano. El vestir sencillamente y abstenerse de ostentar joyas y adornos de toda clase está de acuerdo con nuestra fe. ¿Pertenecemos al número de aquellos que ven la insensatez de los mundanos al entregarse a la extravagancia en el vestir y al amor de las diversiones? En tal caso, debiéramos pertenecer a la clase que rehúye todo lo que sanciona este espíritu que se posesiona de la mente y del corazón de quienes viven para este mundo solamente y no piensan ni se interesan en el venidero.

Jóvenes cristianos, he visto en algunos de vosotros un amor a los vestidos y a la ostentación que me ha apenado. En algunos que han sido bien instruidos, que tuvieron privilegios religiosos desde su infancia y se vistieron de Cristo por el bautismo, confesando así que morían al mundo, he visto tal vanidad en la indumentaria y liviandad en la conducta, que han agraviado al amado Salvador y ocasionado oprobio para la causa de Dios. He notado con pena vuestra decadencia religiosa y vuestra disposición a adornar vuestra vestimenta. Algunos han tenido la mala suerte de llegar a poseer cadenas o alfileres de oro, o ambas cosas, y han manifestado el mal gusto de exhibirlos, para atraer la atención. No puedo sino asociar estos caracteres con el vano pavo real que ostenta sus vistosas plumas para ser admirado. Es todo lo que esta pobre ave tiene para atraer la atención, porque su graznido y su forma no son nada atrayentes.

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Los jóvenes pueden esforzarse por destacarse en la búsqueda del adorno de un espíritu manso y humilde, joya de inestimable valor que puede llevarse con gracia divina. Este adorno poseerá atracción para muchos en este mundo y será considerado de gran valor por los ángeles del Cielo, y sobre todo por nuestro Padre celestial; quienes lo llevan serán huéspedes idóneos de sus atrios. 

Los jóvenes tienen facultades que, debidamente cultivadas, los capacitarían para ocupar casi cualquier puesto de confianza. Si se propusieran obtener una educación para ejercitar y desarrollar las facultades que Dios les ha dado a fin de ser útiles y beneficiar a otros, su mente no se atrofiaría. Manifestarían profundidad de pensamiento y firmeza de principios, y ganarían influencia y respeto. Ejercerían sobre los demás una influencia elevadora, que induciría a las almas a ver y reconocer el poder de una vida cristiana inteligente. Los que se interesan más en el ostentoso adorno de sus personas que en educar la mente y ejercitar sus facultades para tener mayor utilidad, y glorificar a Dios, no comprenden su responsabilidad ante Dios. Se sentirán inclinados a ser superficiales en todo lo que emprendan, limitarán su utilidad y atrofiarán su intelecto.

Me siento hondamente apenada por los padres de estos jóvenes, como también por los hijos. La responsabilidad de la deficiente preparación de los hijos tendrá que recaer sobre alguien. Los padres que han mimado y complacido a sus hijos, en vez de refrenarlos juiciosamente de acuerdo a los buenos principios, pueden ver los caracteres que han formado. Según la preparación, es el carácter.

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El fiel Abraham

Mis pensamientos se remontan al fiel Abraham, quien, en obediencia a la orden divina que le fuera dada en visión nocturna en Beerseba, prosigue su viaje junto con Isaac. Ve delante de sí la montaña que Dios le había prometido señalar como lugar donde debe ofrecer su sacrificio. Saca la leña del hombro de su siervo, y la pone sobre Isaac, el que ha de ser ofrecido. Ciñe su alma con firmeza y severidad llena de agonía, dispuesto a realizar la obra que Dios le exige que haga. Con corazón angustiado y mano enervada, toma el fuego, mientras que Isaac le pregunta: “Padre mío… He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto?” Génesis 22:7. Pero, oh, Abraham no puede decírselo en ese momento. El padre y el hijo construyen el altar, y llega para Abraham el terrible momento de dar a conocer a Isaac lo que ha hecho agonizar su alma durante todo el largo viaje, a saber, que Isaac mismo es la víctima. Isaac ya no es un niño; es un joven adulto. Podría rehusar someterse al designio de su padre, si quisiera hacerlo. No acusa a su padre de locura, ni siquiera procura cambiar su propósito. Se somete. Cree en el amor de su padre y sabe que no haría el terrible sacrificio de su único hijo si Dios no se lo hubiera ordenado. Isaac queda atado por las manos temblorosas y amantes de su padre compasivo, porque Dios lo ha dicho. El hijo se somete al sacrificio, porque cree en la integridad de su padre. Pero, cuando está listo, cuando la fe del padre y la sumisión del hijo han sido plenamente probadas, el ángel de Dios detiene la mano alzada de Abraham que está por matar a su hijo, y le dice que basta. “Conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único”. vers. 12.

Este acto de fe de Abraham ha sido registrado para nuestro beneficio. Nos enseña la gran lección de confiar en los requerimientos de Dios, por severos y crueles que parezcan; y enseña a los hijos a someterse enteramente a sus padres y a Dios. Por la obediencia de Abraham se nos enseña que nada es demasiado precioso para darlo a Dios. 

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