Testimonios para la Iglesia, Vol. 5, p. 186-194, día 283

Miremos a Jesús

Muchos cometen un grave error en su vida religiosa al mantener la atención fija en sus sentimientos para juzgar si progresan o si declinan. Los sentimientos no son un criterio seguro. No hemos de buscar en nuestro interior la evidencia de que Dios nos ha aceptado. No encontraremos allí otra cosa que motivos de desaliento. Nuestra única esperanza consiste en mirar a Jesús, “autor y consumador de nuestra fe” Hebreos 12:2 (VM) En él está todo lo que puede inspirarnos esperanza, fe y valor. El es nuestra justicia, nuestro consuelo y regocijo. 

Los que buscan consuelo en su interior se cansarán y desilusionarán. El sentimiento de nuestra debilidad e indignidad debe inducirnos a invocar con humildad de corazón el sacrificio expiatorio de Cristo. Al confiar en sus méritos, hallaremos descanso, paz y gozo. El salva hasta lo sumo a todos los que se allegan a Dios por él.

Necesitamos confiar en Jesús diariamente, a cada hora. Nos ha prometido que según sea el día, será nuestra fuerza. Por su gracia podremos soportar todas las cargas del momento presente y cumplir sus deberes. Pero muchos se abaten anticipando las dificultades futuras. Están constantemente tratando de imponer las cargas de mañana al día de hoy. Así muchas de sus pruebas son imaginarias. Para los tales, Jesús no hizo provisión. Prometió gracia únicamente para el día. Nos ordena que no nos carguemos con los cuidados y dificultades de mañana; porque “basta al día su afán” Mateo 6:34.

La costumbre de meditar en males anticipados es imprudente y nada cristiana. Siguiéndola, dejamos de disfrutar las bendiciones y de aprovechar las oportunidades presentes. El Señor requiere de nosotros que cumplamos los deberes de hoy, y soportemos sus pruebas. Hemos de velar hoy para no ofender ni en palabras ni en hechos. Debemos alabar y honrar a Dios hoy. Por el ejercicio de una fe viva hoy, hemos de vencer al enemigo. Debemos buscar a Dios hoy, y estar resueltos a no permanecer satisfechos sin su presencia. Debemos velar, obrar y orar como si éste fuese el último día que se nos concede. ¡Qué intenso fervor habría entonces en nuestra vida! ¡Cuán estrechamente seguiríamos a Jesús en todas nuestras palabras y acciones!

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Son pocos los que aprecian o aprovechan debidamente el precioso privilegio de la oración. Debemos ir a Jesús y explicarle todas nuestras necesidades. Podemos presentarle nuestras pequeñas cuitas y perplejidades, como también nuestras dificultades mayores. Debemos llevar al Señor en oración cualquier cosa que se suscite para perturbarnos o angustiarnos. Cuando sintamos que necesitamos la presencia de Cristo a cada paso, Satanás tendrá poca oportunidad de introducir sus tentaciones. Su estudiado esfuerzo consiste en apartarnos de nuestro mejor Amigo, el que más simpatiza con nosotros. A nadie, fuera de Jesús, debiéramos hacer confidente nuestro. Podemos comunicarle con seguridad todo lo que está en nuestro corazón. 

Hermanos y hermanas, cuando os congregáis para el culto de testimonios, creed que Jesús se reúne con vosotros, creed que él está dispuesto a bendeciros. Apartad los ojos del yo; mirad a Jesús, hablad de su amor sin par. Contemplándole seréis transformados a su semejanza. Cuando oráis, sed breves y directos. No prediquéis al Señor un sermón en largas oraciones. Pedid el pan de vida como un niño hambriento pide pan a su padre terrenal. Dios nos concederá toda bendición necesaria, si se la pedimos con sencillez y fe. 

Las oraciones ofrecidas por los predicadores antes de sus discursos, son con frecuencia largas e inadecuadas. Abarcan una larga lista de asuntos que no se refieren a las necesidades del momento o de la gente. Esas oraciones son adecuadas para la cámara secreta, pero no deben ofrecerse en público. Los oyentes se cansan, y anhelan que el predicador termine. Hermanos, llevad a la gente con vosotros en vuestras oraciones. Id al Salvador con fe, decidle lo que necesitáis en esa ocasión. Dejad que el alma se acerque a Dios con intenso anhelo en busca de la bendición necesaria en el momento. 

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La oración es el ejercicio más santo del alma. Debe ser sincera, humilde y ferviente: los deseos de un corazón renovado, exhalados en la presencia de un Dios santo. Cuando el suplicante sienta que está en la presencia divina, se olvidará de sí mismo. No tendrá deseo de ostentar talento humano, no tratará de agradar al oído de los hombres, sino de obtener la bendición que el alma anhela. 

Si aceptásemos la palabra del Señor al pie de la letra, ¡qué bendiciones serían las nuestras! ¡Ojalá que hubiese más oración ferviente y eficaz! Cristo ayudará a todos los que le busquen con fe. 

Se piden obreros

Un espíritu de mundanalidad y egoísmo ha impedido que la iglesia reciba muchas bendiciones. No tenemos derecho a suponer que la razón de que la utilidad de la iglesia sea limitada se deba a alguna restricción arbitraria de la luz y el poder divinos. El éxito que se experimentó en el pasado cuando se realizaron esfuerzos bien dirigidos contradice tal idea. En todo momento el éxito ha sido proporcional a la labor realizada. Lo único que ha restringido la utilidad de la iglesia es el trabajo y los sacrificios limitados. El espíritu misionero es desganado; la dedicación es débil; entre los miembros existen el egoísmo, la avaricia, la codicia y el fraude. 

¿Acaso no se preocupa Dios por estas cosas? ¿No es capaz de leer las intenciones y los propósitos de los corazones? La oración dedicada, ferviente y contrita les abriría las puertas y derramaría lluvias de gracia. Una opinión clara y estable de la cruz de Cristo contrarrestaría su mundanalidad y llenaría sus almas de humildad, arrepentimiento y gratitud. Entonces sentirían que no se pertenecen a sí mismos, sino que han sido comprados por la sangre de Cristo. 

La iglesia padece de una mortífera enfermedad espiritual. Sus miembros han sido heridos por Satanás; pero no levantan la vista hacia la cruz de Cristo, como miraron los israelitas la serpiente de metal, para salvarse. El mundo reclama tantas cosas de ellos, que no tienen tiempo de mirar la cruz del Calvario con la insistencia necesaria para ver su gloria y sentir su poder. Al vislumbrar ocasionalmente la abnegación y dedicación que la verdad demanda de ellos, se muestran reacios, y distraen su atención en otras cosas, para más prontamente olvidarse del asunto. El Señor no puede hacer que su pueblo sea útil y eficiente mientras éste no se preocupa de cumplir los requisitos que él ha establecido. 

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De todas partes surge el clamor de quienes anhelan recibir la luz que Dios ha impartido a su pueblo; pero a menudo estos pedidos se hacen en vano. ¿Quién siente la carga de consagrarse a Dios y a su obra? ¿Dónde están los hombres jóvenes que se capacitan para responder a estos llamados? Se abren ante nosotros vastos territorios donde la luz de la verdad nunca ha penetrado. Adonde quiera que miramos, vemos que hay abundantes mieses maduras listas para ser cosechadas, pero no hay quien siegue. Se ofrecen oraciones en favor del triunfo de la verdad. Hermanos, ¿qué significan estas oraciones? ¿Qué clase de éxito esperáis tener? ¿Un éxito que se acomode a vuestra indolencia, a vuestra complacencia egoísta; un éxito que se apoye y sostenga a sí mismo sin esfuerzo de vuestra parte? 

Tiene que haber un cambio decidido en la iglesia, que incomode a los que reposan despreocupadamente, antes de que puedan enviarse al campo obreros capacitados para hacer su solemne obra. Tiene que producirse un despertamiento, una renovación espiritual. La temperatura de la devoción cristiana tiene que elevarse. Han de trazarse y llevarse a cabo planes para que, la verdad sea diseminada por el mundo entero. Satanás está meciendo en sus brazos y adormeciendo a los profesos seguidores de Cristo, mientras alrededor de ellos las almas perecen, ¿y qué excusa ofrecerán al Maestro por su negligencia?

Las siguientes palabras de Cristo se aplican a la iglesia: ¿Por qué estáis todo el día desocupados?” Mateo 20:6. ¿Por qué no estáis ocupados en alguna tarea dentro de su viña? Vez tras vez él os ha rogado: “Id también vosotros a la viña, y lo que sea justo, eso recibiréis”; pero este gentil llamado del cielo ha sido descuidado por la gran mayoría. ¿No es ya tiempo de que obedezcáis los mandatos de Dios? Hay trabajo para cada persona que profesa el nombre de Cristo. Una voz del cielo os llama solemnemente a que cumpláis vuestro deber. Escuchad esta voz e id a trabajar en seguida a cualquier lugar, en cualquier tarea. ¿Por qué estáis aquí ociosos todo el día? Hay trabajo que hacer, un trabajo que exige de vosotros las mejores fuerzas. Cada momento precioso de la vida se relaciona con algún deber que adeudáis a Dios o a vuestro prójimo, ¡y sin embargo permanecéis ociosos!

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Queda por hacerse una gran obra en favor de la ganancia de almas. Todos los ángeles de la gloria toman parte en esta obra, mientras que todos los demonios de las tinieblas se oponen a ella. Cristo nos ha demostrado el gran valor de las almas al venir al mundo atesorando en su corazón el amor eterno, y ofreciendo hacer al hombre heredero de todas sus riquezas. Nos revela el amor del Padre por la humanidad culpable y nos lo presenta como justo y como justificador de los que creen. 

“Ni aun Cristo se agradó a sí mismo”. Romanos 15:3. No hizo nada para sí; hizo su obra en favor del hombre. El egoísmo se avergonzó ante su presencia. Asumió nuestra naturaleza para poder sufrir en nuestro lugar. El egoísmo, el pecado del mundo, se ha convertido en el pecado prevaleciente de la iglesia. Al sacrificarse a sí mismo por el bien de la humanidad, Cristo hiere el egoísmo en su misma raíz. No retrajo nada, ni aun su propio honor y gloria celestial. El espera una abnegación y sacrificio correspondientes de parte de aquellos a quienes él vino a bendecir y a salvar. A cada cual se le exige trabajar conforme a su capacidad. Todo afán mundanal debe ser puesto a un lado para la gloria de Dios. El único deseo de ventajas terrenales debiera ser el de hacer marchar la causa de Dios de una manera mejor.

Los intereses de Cristo y de sus seguidores debieran ser idénticos; pero el mundo juzga que son separados y distintos, porque los que profesan ser de Cristo persiguen sus propios fines con tanto ahínco y malgastan sus bienes tan egoístamente como los que no profesan nada. Ponen la prosperidad terrenal en primer lugar; nada se equipara a esto. La causa de Cristo tiene que esperar hasta que ellos recojan una porción para sí mismos. Tienen que aumentar sus ganancias a toda costa. Las almas tienen que perecer sin un conocimiento de la verdad. ¿Cuánto valdrá un alma por la que Cristo murió en comparación con sus ganancias, su mercancía, sus casas y terrenos? Las almas tienen que esperar hasta que ellos se preparen para hacer algo. A estos servidores de Mammón Dios los llama siervos infieles y perezosos, pero Mammón se enorgullece de ellos y los considera entre sus adeptos más diligentes y devotos. Sacrifican los bienes de su Señor en el altar de la comodidad y el placer. El yo es su ídolo. 

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¡No hacer nada para traer almas a Jesús, quien lo sacrificó todo para poner la salvación a nuestro alcance! El egoísmo está apartando de la iglesia la benevolencia y el amor de Cristo. Se despilfarran millones del dinero del Señor en la gratificación de la concupiscencia mundanal, mientras que su tesorería está vacía. No sé realmente cómo presentar este asunto ante vosotros tal como a mí se me ha presentado. Se gastan miles de dólares cada año en complacer la vanidad en el vestir. Esos mismos recursos debieran emplearse para nuestras misiones. Se me mostraron familias que sobrecargan sus mesas de casi toda clase de lujos y complacen casi todo deseo de tener vestidos caros. Tienen negocios prósperos, o ganan un buen salario, pero casi cada dólar lo gastan en ellos mismos o en sus familias. ¿Es esto una imitación de Cristo? ¿Sienten estas personas alguna responsabilidad por economizar cuidadosamente y por resistir sus propensiones, para poder hacer más para el avance de la obra de Dios en la tierra? Si el pastor Andrews tuviera a su disposición algunos de los recursos que así se gastan innecesariamente, sería una gran bendición para él, y le proporcionaría ventajas que prolongarían su vida. La obra misionera podría aumentarse cien veces tanto si hubiera más recursos que emplear en llevar a cabo planes mayores. Sin embargo, los recursos que Dios ha señalado para que se los use precisamente con este propósito, se gastan en artículos que se consideran necesarios para la comodidad y la felicidad, y que no sería pecado poseer si no hubiera tanta necesidad de recursos para el avance de la verdad. Mis hermanos, ¿cuántos de vosotros estáis buscando lo propio en lugar de buscar las cosas del Señor Jesucristo! 

Suponed que Cristo morara en cada corazón y que el egoísmo en todas sus formas desapareciera de la iglesia, ¿cuál sería el resultado? La armonía, la unidad y el amor fraternal se verían en nuestro medio tan realmente como en la iglesia que Cristo primero estableció. Por dondequiera se vería la actividad cristiana. La iglesia entera ardería como llama de sacrificio para la gloria de Dios. Cada cristiano traería el fruto de su abnegación para ser consumido sobre el altar. Habría más actividad en la elaboración de nuevos métodos de servicio y en el estudio de cómo acercarse a los pobres pecadores para salvarlos de la destrucción eterna.

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Si nos vistiéramos con ropa sencilla y modesta, sin ocuparnos de las modas; si nuestras mesas estuvieran servidas en todo tiempo con alimentos sencillos y nutritivos, evitando todo lujo, toda extravagancia; si nuestras casas fueran construidas con atractiva sencillez y amobladas de igual manera, se demostraría el poder de la verdad y ejerceríamos una influencia positiva sobre los incrédulos. Pero mientras nos conformemos al mundo en estos asuntos, y en algunos casos aparentemente procurando sobrepasar a los mundanos en extravagancia, la predicación de la verdad tendrá poco o ningún efecto. ¿Quién creerá la solemne verdad para este tiempo, cuando los que ya profesan creerla contradicen su fe por medio de sus obras? No es Dios quien nos ha cerrado las ventanas de los cielos, sino nuestra propia conformidad con las costumbres y prácticas del mundo.

El tercer ángel de (Apocalipsis 14) se presenta volando vertiginosamente a través del cielo y proclamando: “He aquí… los que guardan los mandamientos de Dios y tienen la fe de Jesús” Apocalipsis 14:12. Aquí se nos muestra la naturaleza de la obra del pueblo de Dios. Poseen un mensaje de tanta importancia que se les representa volando para presentarlo al mundo. Tienen en sus manos el pan de vida para un mundo hambriento. El amor de Cristo los constriñe. Este es el último mensaje. Una vez que haya hecho su obra, no le seguirá ningún otro, ni se escucharán otros llamados de misericordia. ¡Qué cometido! Qué responsabilidad descansa sobre todos los que llevan las siguientes palabras de súplica misericordiosa: “El Espíritu y la esposa dicen, ven. Y el que oye, diga: ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente”. Apocalipsis 22:17.

Todo aquel que escuche, dirá: Ven. No sólo los ministros, sino también el pueblo. Todos juntos han de extender la invitación. No sólo por medio de su profesión, sino por su carácter y su manera de vestir, todos han de ejercer una influencia atractiva. Han sido constituidos como fideicomisarios del mundo, ejecutores del testamento de Uno que ha legado una sagrada verdad a los hombres. ¡Ojalá que todos estuvieran conscientes de la dignidad y la gloria de lo que Dios ha encomendado en sus manos! 

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El sello de Dios

“Y clamo en mis oídos con gran voz, diciendo: Los visitadores de la ciudad han llegado, y cada uno trae en su mano su instrumento para destruir”. Ezequiel 9:1.

“Y llamó Jehová al varón vestido de lienzos, que tenía a su cintura la escribanía de escribano. Y díjole Jehová: Pasa por medio de la ciudad, por medio de Jerusalem, y pon una señal en la frente a los hombres que gimen y que claman a causa de todas las abominaciones que se hacen en medio de ella. Y a los otros dijo a mis oídos: Pasad por la ciudad en pos de él, y herid; no perdone vuestro ojo, ni tengáis misericordia. Matad viejos, mozos y vírgenes, niños y mujeres, hasta que no quede ninguno: mas a todo aquel sobre el cual hubiere señal, no llegaréis; y habéis de comenzar desde mi santuario. Comenzaron pues desde los varones ancianos que estaban delante del templo”. vers. 3-6.

Jesús está por abandonar el propiciatorio del santuario celestial, para ponerse vestiduras de venganza, y derramar su ira en juicio contra aquellos que no han respondido a la luz que Dios les ha dado. “Porque no se ejecuta luego sentencia sobre la mala obra, el corazón de los hijos de los hombres está en ellos lleno para hacer mal”. Eclesiastés 8:11. En vez de enternecerse por la paciencia y tolerancia que el Señor ha manifestado hacia ellos, los que no temen a Dios ni aman la verdad fortalecen su corazón en la mala conducta. Pero aun la tolerancia de Dios tiene límites, y muchos están superándolos. Han sobrepasado los límites de la gracia, y por lo tanto Dios debe intervenir y vindicar su propio honor. 

Acerca de los amorreos el Señor dijo: “Y en la cuarta generación volverán acá: porque aun no está cumplida la maldad del amorreo hasta aquí”. Génesis 15:16. Aunque dicha nación se destacaba por su idolatría y corrupción, no había llenado todavía la copa de su iniquidad, y Dios no quiso dar la orden de que se la destruyese completamente. Este pueblo había de ver el poder divino manifestado en forma tan señalada que iba a quedar sin excusa. El compasivo Creador estaba dispuesto a soportar su iniquidad hasta la cuarta generación. Entonces, si no mejoraban, los juicios iban a caer sobre ellos. 

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Con infalible exactitud, el Ser Infinito sigue llevando una cuenta con todas las naciones. Mientras ofrece su misericordia, con invitaciones al arrepentimiento, esta cuenta permanece abierta; pero cuando las cifras llegan a cierta cantidad que Dios ha fijado, comienza el ministerio de su ira. La cuenta se cierra. Cesa la paciencia divina. Entonces ya no intercede la misericordia en su favor.

Al profeta, mientras miraba a través de las edades, se le presentó este tiempo en visión. Las naciones de esta época han recibido misericordia sin precedentes. Les han sido dadas las bendiciones más selectas del cielo, pero el orgullo intensificado, la codicia, la idolatría, el desprecio de Dios y la vil ingratitud, son cosas anotadas contra ellas. Están cerrando rápidamente su cuenta con Dios. 

Pero lo que me hace temblar es el hecho de que aquellos que han tenido la mayor luz y los mayores privilegios han sido contaminados por la iniquidad prevaleciente. Bajo la influencia de los injustos que los rodean, muchos, aun de entre los que profesan la verdad, se han enfriado y son arrastrados por la fuerte corriente del mal. El desprecio universal en que se tiene la verdadera piedad y santidad, induce a los que no se relacionan estrechamente con Dios a perder la reverencia a su ley. Si estuviesen siguiendo la luz y obedeciendo de todo corazón la verdad, esta santa ley les parecería aún más preciosa cuando tanto se la desprecia y desecha. A medida que la falta de respeto por la ley de Dios se vuelve más manifiesta, se hace más distinta la línea de demarcación entre sus observadores y el mundo. El amor hacia los preceptos divinos aumenta en una clase de personas en la medida en que en otra clase aumenta el desprecio hacia ellos. 

La crisis se está acercando rápidamente. Las cifras que suben velozmente demuestran que está por llegar el tiempo de la visitación de Dios. Aunque le repugna castigar, castigará sin embargo, y lo hará prestamente. Los que andan en la luz verán señales de un peligro inminente; pero no han de permanecer sentados en tranquila y despreocupada espera de la ruina, consolándose con la creencia de que Dios protegerá a su pueblo en el día de la visitación. Lejos de ello. Deben comprender que es su deber trabajar diligentemente para salvar a otros, esperando en Dios con fe vigorosa para obtener ayuda. “La oración del justo, obrando eficazmente puede mucho”. Santiago 5:16. 

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