Testimonios para la Iglesia, Vol. 5, p. 601-609, día 327

Cuando David pecó contra Urías y su mujer, clamó a Dios por el perdón. El declara: “Contra ti, contra ti solo he pecado, y hecho lo que es malo delante de tus ojos” Salmos 51:4. Todo el mal que se haya cometido contra los demás se extiende desde el injuriado hasta Dios. Por lo tanto, David procura el perdón, no de parte de un sacerdote, sino del Creador del hombre. El ora así: “Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis delitos”. vers. 1.

La verdadera confesión es siempre de carácter específico y reconoce pecados particulares. Pueden ser de tal naturaleza que deben ser presentados solamente ante Dios, pueden ser ofensas que se deben confesar a individuos que han sido dañados por causa de ellos, o pueden ser de tipo general que deben ser presentados ante el pueblo. Pero toda confesión debe ser definida y al punto, reconociendo los pecados mismos de que sois culpables. 

Cuando Israel estaba siendo oprimido por los amonitas, el pueblo escogido hizo un ruego ante Dios que ilustra el carácter definido de la confesión: “Entonces los hijos de Israel clamaron a Jehová, diciendo: Nosotros hemos pecado contra ti; porque hemos dejado a nuestro Dios, y servido a los baales. Y Jehová respondió a los hijos de Israel: ¿No habéis sido oprimidos de Egipto, de los amorreos, de los amonitas, de los filisteos …? Mas vosotros me habéis dejado y habéis servido a dioses ajenos, por tanto, yo no os libraré más. Andad y clamad a los dioses que os habéis elegido; que os libren ellos en el tiempo de vuestra aflicción. Y los hijos de Israel respondieron a Jehová: Hemos pecado, haz tú con nosotros como bien te parezca; sólo te rogamos que nos libres en este día. Y quitaron de entre sí los dioses ajenos, y sirvieron a Jehová; y él fue movido a compasión a causa del sufrimiento de Israel”. Jueces 10:10-17. 

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La confesión no será aceptable ante Dios sin un arrepentimiento y reforma sinceros. Han de haber cambios decididos en la vida; todo lo que ofende a Dios ha de ser puesto a un lado. Este será el resultado de una tristeza genuina por el pecado. Pablo, refiriéndose a la obra del arrepentimiento dice: “Porque he aquí, esto mismo de que hayáis sido contristados según Dios, ¡qué solicitud produjo en vosotros, qué defensa, qué indignación, qué temor, qué ardiente afecto, qué celo, y qué vindicación! En todo os habéis mostrado limpios en el asunto”. 2 Corintios 7:11. 

En los días de Samuel, los israelitas se apartaron de Dios. Sufrían las consecuencias del pecado por cuanto habían perdido su fe en Dios, perdido el discernimiento de su poder y sabiduría en el gobierno de la nación, perdido su confianza en su capacidad de defender y vindicar su causa. Se apartaron del gran Gobernador del universo y desearon ser gobernados al estilo de las naciones circunvecinas. Antes de encontrar la paz, hicieron esta confesión definida: “A todos nuestros pecados hemos añadido este mal de pedir rey para nosotros”. 1 Samuel 12:19. El mismo pecado del cual se convencieron tuvo que ser confesado. Su ingratitud oprimía sus almas y los desvinculaba de Dios.

Cuando el pecado ha adormecido las percepciones morales, el malhechor no discierne los defectos de su carácter ni se da cuenta de la enormidad del mal que ha cometido; y, a menos que se rinda al poder convincente del Espíritu Santo, permanecerá en una ceguera parcial con respecto a su pecado. Sus confesiones no son sinceras y fervorosas. A cada reconocimiento de su culpa añade una disculpa para excusar su proceder, declarando que si no hubiese sido por ciertas circunstancias, no hubiera hecho esto o aquello, por lo que ahora es reprendido. Pero los ejemplos de verdadero arrepentimiento y humillación dados en la Palabra de Dios revelan un espíritu de confesión en el cual no hay ninguna excusa por el pecado ni ningún esfuerzo por justificarse a sí mismo.

Pablo no procuró escudarse, sino que pintó su pecado en los tonos más oscuros, sin intentar aminorar su culpa. Dice: “Yo encerré en cárceles a muchos de los santos, habiendo recibido poderes de los principales sacerdotes; y cuando los mataban, yo di mi voto. Y muchas veces, castigándolos en todas las sinagogas, los forzaba a blasfemar; y enfurecido sobremanera contra ellos, los perseguía hasta en las ciudades extranjeras”. Hechos 26:10, 11. No vacila al declarar que “Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero”. 1 Timoteo 1:15. 

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El corazón humillado y contrito, doblegado por el arrepentimiento genuino, podrá apreciar un poco el amor de Dios y el costo del Calvario; y de la misma manera como un hijo confiesa ante un padre amoroso, el que está verdaderamente arrepentido presentará todos sus pecados ante Dios. Y escrito está: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. 1 Juan 1:9. 

Ideas erróneas acerca de la confesión

Estimados hermanos y hermanas de _____,

He escuchado acerca de la buena obra que se ha estado llevando a cabo entre vosotros, y mi corazón se regocija. Desde que llegué a Battle Creek, he estado pensando mucho en la iglesia de ese lugar. Durante la semana de oración que se nos presentó, y en todas nuestras instituciones, ha surgido un interés firme y bien equilibrado. 

En el colegio se han llevado a cabo reuniones con éxito marcado. Ha habido varias conversiones entre los alumnos no adventistas. Las conversiones fueron más impresionantes aún, debido a que esas personas no habían tenido ninguna experiencia religiosa antes de venir al colegio, y algunos de ellos estaban determinados a no asistir a las reuniones para no exponerse a la luz. Pero asistieron y el Espíritu Santo los convenció y se convirtieron genuinamente. Ellos dicen que nunca antes habían estado tan felices como ahora. Algunos se han ido a sus hogares a pasar sus vacaciones. Como sus padres no profesan su religión, su fe será severamente probada. Pero se reciben interesantes cartas en las que declaran que están haciendo frente a sus nuevas responsabilidades y que se están esforzando por demostrar a sus amigos que la nueva fe que han recibido no los ha convertido en fanáticos y extremistas, sino en cristianos equilibrados, mejores en todo sentido que antes de su conversión. Ellos abrazan los principios de una fe pura y de amor hacia Dios y el prójimo, los cuales ponen por obra mediante una vida bien ordenada y una sana conversación. La buena obra que ha hecho el colegio ha sido una fuente de gran regocijo para todos.

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Durante tres semanas hemos tenido reuniones matutinas a las cinco y media para los empleados auxiliares del sanatorio. He hablado en estas ocasiones con buenos resultados; también he hablado a los pacientes varias veces.

Hemos tenido reuniones al mediodía con los obreros de la oficina de la Review. El Señor está obrando allí manifiestamente. Hombres que han profesado la verdad por años y que sin embargo nunca parecían tener ningún calor en su alma, han sido visitados por el Espíritu del Señor, y habría que oír cómo testifican de corazón acerca del precioso amor de Dios manifestado en su ser. Algunos de ellos dicen que nunca antes habían sido convertidos. 

Se han llevado a cabo reuniones en el templo dos veces al día por espacio de dos semanas y el mensaje presentado ha sido recibido de todo corazón. Los testimonios que fueron dados eran genuinos. Doy gracias a Dios por esta buena obra. Hemos tenido además algunas reuniones especiales en el templo. Como esta iglesia es grande, después que llamamos a la gente a pasar al frente para orar el sábado por la tarde, el último sábado del año viejo, invitamos a los que sentían que debían hacer confesión a que fueran y entraran a una de las salas anexas, donde tendrían oportunidad de hacerlo. Yo había hablado sobre el último capítulo de Malaquías: “¿Robará el hombre a Dios?” “Traed todos los diezmos al alfolí para que haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde”. Malaquías 3:10. Se hicieron muchas confesiones relacionadas con este asunto. 

Algunos no habían obrado honradamente con sus prójimos y confesaron sus pecados, y desde entonces han hecho restitución. Durante la semana próxima algunos de los que no habían estado obrando honradamente con Dios y como consecuencia se habían separado de él, empezaron a restituir lo que habían retenido. Un hermano no había devuelto sus diezmos por espacio de dos años. Le entregó una nota al secretario de la asociación por la cantidad de diezmo que había retenido, más los intereses, lo cual llegaba a la suma de 571,50 dólares. Doy gracias a Dios porque tuvo valor de hacerlo. Otro entregó una nota de 300 dólares. Otro hombre que había apostatado y se hallaba tan alejado de Dios que había pocas esperanzas de que volviera a caminar por el sendero de la justicia, entregó una nota de mil dólares. Se acordó que estos diezmos atrasados se dedicaran a la Misión Central de Europa. De modo que con ese dinero y otros donativos entregados para Navidad, se juntaron casi 6.000 dólares en esa iglesia, los cuales se entregaron a la tesorería para usarse en la obra de las misiones. 

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El alma que vive por la fe en Cristo no desea un bien mayor que el de conocer y hacer la voluntad de Dios. Es la voluntad de Dios que la fe de Cristo se haga perfecta por medio de las obras; él relaciona esta salvación y vida eterna de los creyentes con estas obras, y a través de ellas hace provisión para que la luz de la verdad penetre en todos los países y llegue a todas las personas. Este es el fruto de la obra del Espíritu de Dios. 

La verdad ha hecho blanco en los corazones. No es un impulso caprichoso, sino una verdadera conversión al Señor, y la voluntad perversa del hombre es subyugada por la voluntad de Dios. Robarle a Dios en diezmos y ofrendas es una violación del claro mandato de Jehová y causa un daño profundísimo a los que lo hacen, ya que los priva de la bendición de Dios, la cual se promete a los que proceden honradamente con él.

Por experiencia propia hemos aprendido que si Satanás no logra mantener a las almas atadas en el hielo de la indiferencia, intenta empujarlas hacia el fuego del fanatismo. Cuando el Espíritu del Señor se manifiesta entre su pueblo, también el enemigo aprovecha la oportunidad para obrar, procurando amoldar la obra de Dios conforme a los rasgos particulares y no santificados de diferentes individuos que trabajan en esa obra. Por lo tanto, siempre existe el peligro de hacer decisiones imprudentes. Muchos llevan a cabo una obra que ellos mismos han inventado, una obra que Dios no ha impulsado.

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Sin embargo, en lo que concierne a la obra aquí en Battle Creek, no ha habido fanatismo. Hemos sentido la necesidad de protegerla por todos lados con sumo cuidado; porque si el enemigo puede empujar a la gente hacia los extremos, queda bien complacido. De esa manera puede hacer más daño que si no hubiese habido un despertar religioso. Sabemos que jamás se ha hecho un esfuerzo religioso en el cual Satanás no haya hecho los mayores intentos de entremeterse, y en estos últimos días lo hará como nunca antes. El se da cuenta de que su tiempo es corto y obrará con todo el engaño de la injusticia para mezclar errores y opiniones incorrectos dentro de la obra de Dios y forzar a los hombres a asumir posiciones falsas. 

En muchos de nuestros reavivamientos religiosos se han cometido errores con respecto a la confesión. Aunque la confesión es saludable para el alma, es necesario que procedamos sabiamente.

Me ha sido mostrado que muchas, muchas confesiones nunca deberían pronunciarse ante el oído de los mortales; porque el resultado es lo que el criterio limitado de seres finitos no anticipa. Se dispersan las semillas del mal en las mentes y los corazones de los que las escuchan y cuando están bajo la tentación, estas semillas germinan y dan su fruto, repitiéndose así la misma triste experiencia. Los que son tentados piensan que esos pecados no pueden ser tan penosos porque ¿acaso no los cometieron los cristianos de experiencia que hicieron esa confesión? De modo que, la confesión abierta de esos pecados secretos dentro de la iglesia resultará en sabor de muerte y no de vida. 

No deben llevarse a cabo actividades en forma generalizada en cuanto al asunto de la confesión, porque la causa de Dios puede sufrir desprestigio ante la vista de los incrédulos. Si ellos escuchan confesiones de una baja conducta realizada por los que profesan ser seguidores de Cristo, se acarrea oprobio sobre su causa. Si Satanás de alguna forma pudiera propagar la impresión que los adventistas del séptimo día son la escoria de todas las cosas, lo haría con regocijo. ¡Que Dios no se lo permita! Dios recibirá mayor gloria si confesamos la corrupción secreta e innata del corazón sólo a Jesús, que si abrimos lo recóndito que hay en él ante el hombre finito y errante, el cual es incapaz de juzgar con rectitud, a menos que su corazón esté constantemente imbuído del Espíritu de Dios. Dios conoce el corazón, aun todos los secretos del alma; entonces, no virtáis en los oídos humanos el relato que sólo Dios debe escuchar. 

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Hay confesiones que son de tal naturaleza que deben ser llevadas ante unas cuantas personas selectas y reconocidas por el pecador con la más profunda humildad. El asunto no debe manejarse de tal forma que vaya a convertirse el vicio en virtud y que se haga sentir orgulloso al pecador por sus malos hechos. Si hay cosas de una naturaleza deshonrosa que deben presentarse ante la iglesia, llévense ante unas cuantas personas dignas que las escuchen, y no se exponga la causa de Cristo a la vergüenza pública propagando la hipocresía que ha existido en la iglesia. Ello traería oprobio sobre aquellos que procuraban ser semejantes a Cristo en carácter. Estas cosas deben considerarse. 

Luego hay confesiones que el Señor nos pide que hagamos unos a otros. Si habéis herido a un hermano en palabra o hecho, debéis primero reconciliaros con él para que vuestro culto pueda ser aceptable en el cielo. Confesad a los que habéis herido y haced restitución, produciendo fruto digno de arrepentimiento. Si alguien alberga sentimientos de amargura, ira o malicia hacia algún hermano, que se dirija a él personalmente, confiese su pecado y procure el perdón. 

De la forma como Cristo trata a los que yerran, podemos aprender lecciones valiosas, que se pueden aplicar por igual a esta obra de confesión. Nos pide que busquemos solos al que ha caído en la tentación y que luchemos con él. Si no es posible ayudarle por causa de las tinieblas que hay en su mente y su separación de Dios, debemos intentarlo de nuevo con dos o tres personas más. Únicamente si el mal no se corrige debemos comunicarlo a la iglesia. Es mejor tratar de arreglar los males y sanar las heridas sin necesidad de presentar el asunto ante toda la iglesia. La iglesia no debe ser un recipiente donde se depositan todas las quejas y se confiesan todos los pecados. 

Reconozco que por otro lado, existe el peligro de caer en la tentación de encubrir el pecado y contemporizar con él, desempeñando el papel de hipócritas. Aseguraos de que la confesión abarque completamente la influencia del mal cometido para que ningún deber para con Dios, el prójimo o la iglesia quede sin cumplirse para poder asiros de Cristo con confianza y poder esperar su bendición. Sin embargo, la cuestión de cómo y a quién deben confesarse los pecados exige un estudio cuidadoso basado en la oración. Hemos de considerarla desde todo punto de vista, pesándola ante Dios y buscando el esclarecimiento divino. Debemos preguntarnos si la confesión pública de los pecados de los cuales somos culpables obrará para bien, o para mal. ¿Anunciará las virtudes de Aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable? ¿Ayudará a purificar las mentes del pueblo la relación abierta de los engaños cometidos al negar la verdad, o tendrá después una influencia contaminadora sobre las mentes, y destruirá la confianza que otros tienen en nosotros? 

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Los hombres no poseen la sabiduría de Dios ni el constante esclarecimiento que proviene de la Fuente de todo poder, el cual haría que fuera seguro para ellos seguir sus propios impulsos e impresiones. He visto por experiencia que cuando han obrado de ese modo, se ha producido la destrucción no sólo de los que han obrado conforme a sus propios impulsos, sino de muchos otros que cayeron bajo su influencia. La extravagancia más desordenada fue el resultado, y la incredulidad y el escepticismo aumentaron a la par con el extremismo de la agitación religiosa. La obra que no se forja en Dios llega a la nada tan pronto como se acaba la agitación.

Hay poder y permanencia en lo que el Señor hace, sea que obre por medio de instrumentos humanos o de otra manera. El progreso y la perfección de la obra de la gracia en el corazón no dependen de la agitación o las manifestaciones extravagantes. Los corazones que están bajo la influencia del Espíritu de Dios estarán en dulce armonía con su voluntad. Me ha sido mostrado que cuando el Señor obra por medio de su Santo Espíritu, no habrá nada en sus transacciones que degrade al pueblo del Señor ante el mundo, sino que más bien lo exalta. La religión de Cristo no hace toscos y rudos a los que la profesan. Los sujetos de la gracia no son indóciles, sino que están siempre dispuestos a aprender de Jesús y a buscar el consejo el uno del otro. 

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Lo que aprendamos del gran Maestro de la verdad perdura; no tendrá el sabor de la suficiencia propia, sino que nos conducirá a la humildad y a la mansedumbre; y la obra que hagamos será sana, pura y ennoblecedora, porque se forjó en Dios. Los que así trabajan demostrarán en su vida hogareña y en su trato con la humanidad, que tienen el pensamiento de Cristo. La gracia y la verdad reinarán en sus corazones, inspirando y purificando sus intenciones y ejerciendo control sobre sus actos externos. 

Espero que ninguno vaya a pensar que se está ganando el favor de Dios por medio de la confesión de sus pecados, o que haya una virtud especial en confesarse ante los seres humanos. Debe haber en nuestra experiencia la fe que obra por medio del amor y que purifica el alma. El amor de Cristo subyugará las inclinaciones carnales. La verdad no sólo lleva dentro de sí misma la evidencia de su origen celestial, sino que demuestra que por la gracia del Espíritu de Dios es eficaz en lo que concierne a la purificación del alma. El Señor anhela que vengamos a él diariamente con todas nuestras cuitas y confesiones de pecado, y él nos puede dar el descanso al llevar su yugo y su carga. Su Santo Espíritu, mediante sus piadosas influencias, colmará el alma, y todo pensamiento será sometido a la obediencia de Cristo.

Me temo ahora que por causa de algún error de vuestra parte la bendición de Dios que recayó sobre vosotros en _____ se convierta en maldición; que alguna idea falsa prevalezca, de manera que estéis dentro de pocos meses en una condición peor que en la que estabais antes de que se efectuara esta obra de reavivamiento. Si no cuidáis constantemente vuestras almas, los incrédulos tendrán la peor impresión de vosotros. Dios no sería glorificado con esta clase de servicio espasmódico. Cuidaos de no llevar las cosas a los extremos y de traer amplio oprobio sobre la preciosa causa de Dios. Después de haber sido bendecidos por Dios, muchos fracasan al no procurar ser, en la humildad de Cristo, una bendición para los demás. En vista de que las palabras de vida eterna han sido sembradas en vuestros corazones, os ruego que andéis humildemente ante Dios, que hagáis las obras de Cristo, y que rindáis mucho fruto de justicia. Ruego al Señor que vosotros os comportéis como hijos e hijas del Altísimo, que no os convirtáis en extremista y que no hagáis nada que contriste al Espíritu de Dios. 

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