Testimonios para la Iglesia, Vol. 5, p. 673-681, día 335

El reproche de Dios descansa sobre nosotros por causa de nuestro descuido de responsabilidades solemnes. Sus bendiciones han sido retiradas porque los testimonios que él ha dado no han sido acatados por quienes profesan creer en ellos. Oh, ¡ojalá hubiera un avivamiento religioso! Los ángeles de Dios están visitando de iglesia en iglesia, cumpliendo su deber; y Cristo está llamando a la puerta de vuestros corazones, procurando la entrada. Pero, se ha hecho caso omiso de los medios que Dios ha ideado para que la iglesia despierte y se dé cuenta de su miseria. La voz del Testigo fiel se ha escuchado dando la reprensión, pero no ha sido obedecida. Los hombres han escogido seguir su propio camino y no el de Dios porque el yo no ha sido crucificado en ellos. Por lo tanto, la luz ha surtido poco efecto sobre sus mentes y corazones. 

¿No despertará ahora de su letargo carnal el pueblo de Dios? ¿Aprovechará las bendiciones y las amonestaciones del momento, no dejando que nada se interponga entre sus almas y la luz que Dios quiere que brille sobre ellos? Que cada obrero de Dios comprenda la situación y presente El Centinela Americano ante nuestras iglesias, explicando su contenido y aplicando los hechos y las amonestaciones que contiene. ¡Que el Señor ayude a todos a redimir el tiempo! No permitáis que los afectos no consagrados lleven a alguno a resistir los ruegos del Espíritu de Dios. No estorbéis esta luz; que no sea olvidada o puesta a un lado como algo que no es digno de atención o que no se le puede dar crédito. 

Si esperáis que llegue la luz en forma que agrade a todos, esperaréis en vano. Si esperáis que haya llamados más fuertes u oportunidades mejores, la luz será retirada, y permaneceréis en las tinieblas. Aceptad cada rayo de luz que Dios envía. Los hombres que desatienden los llamados del Espíritu y de la Palabra de Dios, porque la obediencia incluye una cruz, perderán sus almas. Cuando los libros sean abiertos, y la obra y las intenciones que los impulsaban sean examinadas por el Juez de toda la tierra, se darán cuenta de la pérdida que han sufrido. Debemos siempre albergar el temor de Dios y darnos cuenta de que, individualmente, estamos delante del Dios de las huestes, y que ningún pensamiento, palabrani hecho relacionados con la obra de Dios debiera tener sabor de egoísmo o de indiferencia. 

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Obreros de la causa

El hecho de que un número tan elevado de miembros se congreguen en la iglesia de Battle Creek, y que sea el centro de tantos intereses importantes, la convierte en un campo misionero de primera clase. Gente de todas partes del país viene al sanatorio y mucha juventud de diversos estados de la nación asiste al colegio. Este campo necesita los obreros más dedicados y los mejores métodos de trabajo, para que pueda de continuo ejercer una influencia definida en favor de Cristo y la verdad. Cuando la obra se lleve a cabo como Dios lo requiere, el poder salvador de la gracia de Cristo se manifestará entre los que creen la verdad, y ellos serán una luz para los demás. 

Pero tristemente, en Battle Creek no se aprovechan las numerosas oportunidades que se tienen a mano para mantener el corazón de la obra en una condición saludable. Fuertes latidos de corazón procedentes del centro de la obra deberían sentirse por todas partes del cuerpo de creyentes. Sin embargo, si la acción del corazón es enfermiza y débil, todos los ramos de la causa se debilitarán. Es positivamente necesario que exista un poder robusto y sano en este punto central para que la verdad pueda ser llevada al mundo. El conocimiento de este último mensaje de amonestación, ha de difundirse en medio de las familias y de las comunidades en todo lugar, y hará falta un liderazgo sabio, tanto para trazar planes como para educar hombres que ayuden en la obra. 

Conforme se va extendiendo la obra año tras año, se hace cada vez más urgente la necesidad de obreros fieles; y si el pueblo del Señor anda en sus consejos, tales obreros se desarrollarán. Aunque debemos depender firmemente de Dios para recibir sabiduría y poder, él quiere que cultivemos nuestras capacidades hasta lo máximo. Al adquirir los obreros poder menta 1 y espiritual, y al familiarizarse con los propósitos y las actuaciones de Dios, adquirirán una visión más abarcante acerca de la obra que hay que realizar en este tiempo y estarán mejor calificados, tanto para desarrollar como para ejecutar planes para adelantarla. De esa forma se mantendrán al paso con la abundante providencia de Dios. 

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Debe hacerse un esfuerzo continuo para reclutar nuevos obreros. Hay que saber discernir y reconocer el talento. Debe animarse a toda persona consagrada y capaz a obtener la educación necesaria, para que se capaciten para contribuir a la difusión de la luz de la verdad. Todos los que sean competentes para hacer esta obra deben ser inducidos a tomar parte en alguno de sus ramos, según sus capacidades.

La obra solemne y trascendental para este tiempo no ha de llevarse a cabo y completarse solamente por los esfuerzos de unos cuantos hombres escogidos, que hasta el momento son los que han llevado las responsabilidades de la causa. Cuando quienes Dios ha llamado para participar en la realización de cierta obra, la hayan llevado lo más lejos que les haya sido posible, con la capacidad que Dios les ha dado, el Señor no permitirá que su obra se detenga en ese nivel. En su providencia, él llamará y capacitará a otros para que se unan a los primeros y juntos avancen todavía más lejos y eleven más alto su estandarte. 

Pero hay algunas mentalidades que no crecen con la obra; en vez de adaptarse a sus demandas crecientes, dejan que ella les lleve una gran ventaja, y finalmente son incapaces de comprender o de hacer frente a las exigencias de los tiempos. Cuando los hombres que Dios está capacitando para llevar responsabilidades en la causa, la manejan de una forma diferente a la que hasta el momento ha sido conducida, los obreros de mayor edad deben cuidarse de que su conducta no sea tal que estorbe a estos ayudantes o que restrinja la obra. Algunos quizá no se den cuenta de la importancia de ciertas medidas, sencillamente porque no ven las necesidades de la obra en toda su extensión y ellos mismos no sienten la obligación que Dios ha puesto sobre otros hombres. Los que no están calificados en forma especial para hacer cierta obra, deben cuidarse de no estorbar el camino de otros e impedirles realizar el propósito de Dios. 

El caso de David es apropiado. Deseaba construir el templo del Señor y reunió un suntuoso material para este propósito. Pero el Señor le dijo que a él no le tocaría hacer esa obra; recaería sobre Salomón, su hijo. La extensa experiencia de David le permitiría aconsejar a Salomón y animarlo, pero le tocaba al hombre más joven construir el templo. Las mentes cansadas y desgastadas de los obreros mayores no siempre podrán ver la grandeza de la obra, y no se sienten inclinados a mantenerse al paso con la abundante providencia de Dios; por lo tanto, las responsabilidades de peso no debieran recaer sólo sobre ellos. Posiblemente no traigan a la obra todos los elementos esenciales para su adelanto, por lo cual se retrasaría.

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Por carecer de una sabia administración, la obra en Battle Creek y en todo el Estado de Míchigan está muy detrás de lo que debiera estar. Aunque es necesario que comprendamos la situación y las necesidades de las misiones extranjeras, debiéramos también comprender las necesidades de la obra que está a nuestras mismas puertas. Si se aprovechan debidamente los recursos que Dios ha puesto a nuestro alcance, nos será posible despachar un número mayor de obreros. Hay necesidad de hacer una labor más enérgica dentro de nuestras iglesias. El mensaje especial que recalca los asuntos importantes e inminentes, las responsabilidades y los peligros referentes a nuestro tiempo deben ser presentados ante las iglesias, no con timidez y sin vida, “sino con demostración del Espíritu y de poder”. 1 Corintios 2:4. Han de asignarse responsabilidades a los miembros de iglesia. El espíritu misionero debe despertarse como nunca antes, y deben asignarse obreros según se necesiten, que actúen como pastores del rebaño, esforzándose personalmente para poner a la iglesia en una condición en que la vida espiritual y la actividad se echen de ver en todos sus contornos. 

La causa ha perdido mucho talento, porque los hombres que ocupan puestos de responsabilidad no supieron discernirlo. Su visión no era del alcance suficiente para descubrir que la obra había crecido demasiado para ser llevada adelante por los obreros que entonces se ocupaban en ella. Mucho, pero mucho, que pudo haberse hecho todavía está sin hacerse; porque hay hombres que retuvieron las cosas en sus propias manos en lugar de distribuir el trabajo entre un número mayor y confiar en que Dios les ayudaría en sus esfuerzos. Han procurado impulsar ellos solos todos los ramos de la obra, temiendo que otros fueran menos eficientes. Su voluntad y su criterio han ejercido el control en estos diferentes departamentos, y debido a su incapacidad para reconocer todas las necesidades de la causa en todos sus aspectos, se han experimentado grandes pérdidas. 

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Es menester aprender que cuando Dios asigna los medios para realizar cierta obra, nosotros no debemos ponerlos a un lado y luego orar y esperar que él obre un milagro para suplir la necesidad. Si el agricultor deja de arar y de segar, Dios no hace un milagro para impedir los resultados de su negligencia. Al tiempo de la siega sus campos estarán estériles y no habrá grano para segar ni gavillas para recoger. Dios proveyó la semilla y el terreno, el sol y la lluvia; y si el labrador hubiera empleado los medios que estaban a su disposición, habría recibido conforme a su siembra y a sus esfuerzos. 

Hay grandes leyes que gobiernan el mundo natural, y las cosas espirituales están controladas por principios igualmente ciertos. Los medios para lograr un fin tienen que emplearse si se quiere lograr los resultados deseados. Dios le ha asignado a cada hombre su obra, conforme a su capacidad. Es por medio de la educación y la práctica como las personas han de prepararse para hacer frente a cualquier emergencia que pueda surgir, y se necesita planear en forma sabia para colocar a cada uno en la esfera apropiada, de manera que pueda obtener la experiencia que lo capacitará para desempeñar una responsabilidad. 

Aunque la educación, la preparación y el consejo de las personas de experiencia son, desde luego, esenciales para los obreros, se les debe enseñar que no pueden depender enteramente del parecer de ningún hombre. Como agentes libres de Dios, todos deben pedirle sabiduría. Cuando el discípulo depende enteramente de pensamientos ajenos y sólo se limita a aceptar sus planes, entonces ve únicamente a través de los ojos de ese hombre y se convierte en el eco del otro. Dios trata a los hombres como seres responsables. Obraría por su Espíritu por intermedio de la mente que dio al hombre, si éste tan sólo le diera la oportunidad de obrar y reconociese su obra. Dios se propone que cada uno use su mente y su conciencia por sí mismo. No es su intención que una persona se convierta en sombra de otra, ni que dé expresión solamente a los sentimientos de otra persona. 

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Todos debemos amar a nuestros hermanos y respetar y tener en alta estima a nuestros dirigentes, pero no debemos convertirlos en portadores de nuestras cargas. No debemos verter todas nuestras dificultades y perplejidades en las mentes de los demás, de manera que los cansemos. “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, que la pida a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada”. Santiago 1:5. Jesús nos invita: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es cómodo, y mi carga ligera”. Mateo 11:28. 

El fundamento del cristianismo es Cristo nuestra justicia. Los hombres son responsables ante Dios individualmente, y cada uno debe actuar como Dios dirige, no como lo inste la mente de otro; porque si se sigue este procedimiento, las almas no podrán ser impresionadas y dirigidas por el Espíritu del gran YO SOY. Permanecerán bajo una restricción que no permite la libertad de acción y de elección. 

No es la voluntad de Dios que su pueblo en Battle Creek permanezca en la condición actual de frialdad e inactividad, mientras que la iglesia mediante algún gran poder milagroso sea estimulada a la vida y la acción. Si fuéramos sabios, y con diligencia, oración y gratitud empleáramos los medios por los cuales la luz y la bendición descienden sobre el pueblo de Dios, no habría poder en la tierra capaz de impedir la recepción de estos dones. Pero si rehusamos los medios que Dios ha provisto, no tenemos derecho de esperar que él obre un milagro para impartirnos luz, fuerza y vigor, porque esto nunca sucederá. 

El Señor me ha mostrado que hay hombres que ocupan puestos de responsabilidad que están directamente estorbando su obra, porque piensan que la obra debe hacerse y que la bendición debe provenir de cierta y determinada forma, y no reconocen lo que viene en otra forma diferente. Hermanos míos, que el Señor os haga ver este asunto tal como es. Dios no obra de la manera que los hombres disponen, o como ellos desean; él “obra en forma misteriosa para llevar a cabo maravillas”. ¿Por qué rechazar los métodos de trabajo del Señor sólo porque no coinciden con nuestras ideas? Dios tiene asignados sus canales de luz, pero estos no son necesariamente las ideas de un grupo de hombres en particular. Cuando todos ocupen su lugar designado en la obra de Dios, y con empeño busquen su sabiduría y dirección, entonces se habrá hecho un gran avance para que la luz brille en el mundo. Cuando los hombres dejen de estorbar el camino, Dios obrará entre nosotros como nunca antes. 

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Aunque es cierto que deben trazarse planes extensos, hay que tener cuidado que la obra en cada ramo de la causa esté unida armoniosamente con la de los demás departamentos, creando así un conjunto perfecto. Pero con mucha frecuencia ha sucedido lo contrario, y por consiguiente, la obra ha sido defectuosa. Un hombre que tiene a su cargo la supervisión de un ramo de la obra, puede exagerar sus responsabilidades de tal manera que a su parecer ese departamento está por encima de todos los demás. Cuando se adopta ese concepto estrecho, se influye mucho en los demás para que piensen de la misma manera. Así es la naturaleza humana, pero no el Espíritu de Cristo. En la medida en que se siga esta política, Cristo quedará excluido de la obra y el yo ocupará un lugar prominente. 

Los principios que deben motivar a los obreros de la causa de Dios han sido delineados por el apóstol Pablo: “Porque nosotros somos colaboradores de Dios”. 1 Corintios 3:9. “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres”. Colosenses 3:23. Y Pedro exhorta así a los creyentes: “Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. Si alguno habla, que hable como si fuesen palabras de Dios; si alguno ministra, que lo haga en virtud de la fuerza que Dios suministra, para que en todo sea Dios glorificado mediante Jesucristo”. 1 Pedro 4:10-11. 

Cuando estos principios gobiernen nuestros corazones nos daremos cuenta de que la obra es de Dios y no nuestra; que él cuida de la misma forma cada parte del gran conjunto. Cuando Cristo y su gloria se ponen en primer lugar y el amor propio es consumido por el amor hacia las almas por quienes Cristo murió, entonces ningún obrero se absorbe tanto en un solo ramo de la obra que pierda de vista la importancia de todos los demás. Es el egoísmo lo que conduce a la gente a pensar que la parte de la obra en que se ocupa es la más importante de todas. 

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Es el egoísmo lo que hace creer a los obreros que su criterio debe ser el más digno de confianza y que sus métodos de trabajo son los mejores, o que es prerrogativa suya constreñir la conciencia de otro. Ese era precisamente el espíritu de los dirigentes judíos en el tiempo de Cristo. En su deseo de exaltación de sí mismos, los sacerdotes y rabinos introdujeron unas reglas tan rígidas y tantas formas y ceremonias, que desviaron las mentes del pueblo impidiendo así que obraran en su favor. De esta forma perdieron de vista su misericordia y su amor. Hermanos míos, no sigáis el mismo camino. Permitid que las mentes de la gente se eleven hacia Dios. Dadle oportunidad de obrar en favor de los que le aman. No impongáis al pueblo normas y reglamentos, que si los siguen, los destituirán del Espíritu de Dios como fueron destituidas de lluvia y rocío las colinas de Gilboa.

Existe una falta de espiritualidad deplorable entre nuestro pueblo. Hay una obra enorme que hacer en su favor antes de que puedan llegar a ser lo que Cristo se propone que sean: la luz del mundo. Por años he sentido profunda angustia en mi corazón mientras el Señor ha presentado delante de mí la necesidad de Jesús y de su amor que existe en las iglesias. Han reinado el espíritu de autosuficiencia y la disposición a luchar por los puestos y por la supremacía. He visto que la exaltación propia se está popularizando entre los adventistas del séptimo día, y que a menos que el orgullo humano quede abatido y Cristo sea exaltado, nosotros, como pueblo, no estaremos en mejores condiciones para recibir a Cristo cuando venga por segunda vez, que como estaba el pueblo judío cuando vino por primera vez. 

Los judíos esperaban al Mesías; pero él no vino como ellos habían predicho que .vendría, y si hubiera sido aceptado como el Prometido, sus doctos maestros se hubiesen visto obligados a admitir que se habían equivocado. Estos dirigentes se habían separado de Dios y Satanás obró en sus mentes para que rechazaran al Salvador. En vez de abandonar su orgullosa opinión, cerraron los ojos frente a todas las evidencias de que él era el Mesías, y no solamente rechazaron el mensaje de salvación ellos mismos, sino que endurecieron el corazón del pueblo contra Jesús. Su historia debe ser una amonestación solemne para nosotros. No esperemos nunca que cuando el Señor tenga luz para su pueblo Satanás se quede tranquilo y no haga ningún esfuerzo para impedir que sea recibida. El obrará en las mentes para despertar la desconfianza, los celos y la incredulidad. Cuidémonos de no rechazar la luz que Dios envía sólo porque no llega en forma que nos complazca. Que la bendición de Dios no sea retirada de nosotros porque no conocemos el tiempo de nuestra visitación. Si hay algunos que no ven y aceptan la luz ellos mismos, que no estorben el camino de otros. Que nunca se diga de este pueblo tan favorecido, como se dijo de los judíos cuando las buenas nuevas del reino les fueron pregonadas: “Vosotros mismos no entrasteis, y a los que entraban se lo impedisteis”. Lucas 11:52. 

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La Palabra de Dios nos enseña que éste es el tiempo, por encima de todos los demás, cuando podemos esperar que venga luz del cielo. Es ahora cuando debemos esperar un refrigerio de la presencia del Señor. Debemos estar atentos a los movimientos de la providencia divina, tal como el ejército de Israel estuvo alerta a “un ruido como de pasos en la cima de las balsameras” (2 Samuel 5:24), la señal indicada de que el cielo obraría en su favor. 

Dios no puede glorificar su nombre por medio de su pueblo mientras éste confía en el hombre y en el brazo del hombre. El presente estado de debilidad continuará hasta que sólo Cristo sea exaltado; hasta que, junto con Juan el Bautista se diga con un corazón humillado y reverente: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” Juan 3:30. Se me han dado estas palabras para expresarlas al pueblo de Dios: “Exaltad al Hombre del Calvario. Échese a un lado la humanidad, para que todos contemplen a Aquel que es el centro de sus esperanzas de vida eterna. Dice el profeta Isaías: ‘Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre: Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz’. Isaías 9:6. Que la iglesia y el mundo contemplen al Redentor. Que toda voz proclame con Juan: ‘He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo’”. Juan 1:29. 

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La fuente de aguas vivas se abre para el alma sedienta. Dios declara: “Porque yo derramaré aguas sobre el sequedal, y ríos sobre la tierra árida”. Isaías 44:3. A las almas que con ahínco procuran la luz y que aceptan con alegría cada rayo de iluminación divina de su Palabra, a éstos solamente se les dará luz. Es por intermedio de estas almas que Dios revelará la luz y el poder que alumbrarán toda la tierra con su gloria. 

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