Testimonios para la Iglesia, Vol. 5, p. 682-689, día 336

El don inestimable

“Bendito el Dios y Padre del Señor nuestro Jesucristo, el cual nos bendijo con toda bendición espiritual en lugares celestiales en Cristo: Según nos escogió en él… para que fuésemos santos y sin mancha delante de él en amor; habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos por Jesucristo a sí mismo… para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado: en el cual tenemos redención por su sangre, la remisión de pecados por las riquezas de su gracia”. Efesios 1:3-7. 

“Dios, que es rico en misericordia, por su mucho amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo;… y juntamente nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los cielos con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús”. Efesios 2:4-7.

Tales son las palabras con que “Pablo el anciano”, “prisionero de Cristo Jesús”, escribiendo desde su cárcel de Roma, se esforzó por presentar a sus hermanos, aquello para cuya presentación plena el lenguaje le resultaba inadecuado: “las inescrutables riquezas de Cristo”, el tesoro de la gracia que se ofrecía sin costo a los caídos hijos de los hombres. El plan de la redención se basaba en un sacrificio, un don. Dice el apóstol: “Porque ya sabéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor de vosotros se hizo pobre, siendo rico; para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos”. “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito”. Cristo “se dio a si mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad”. Y tenemos como bendición culminante de la redención, “la dádiva de Dios” que “es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” 2 Corintios 8:9; Juan 3:16; Tito 2:14; Romanos 6:23.

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“Cosas que ojo no vio, ni oreja oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que ha Dios preparado para aquellos que le aman”. Por cierto que nadie, al contemplar las riquezas de su gracia, podrá menos que exclamar con el apóstol: “¡Gracias a Dios por su don inefable!” 1 Corintios 2:9; 2 Corintios 9:15.

Así como el plan de la redención comienza y termina con un don, así debe ser llevado a cabo. El mismo espíritu de sacrificio que compró la salvación para nosotros, morará en el corazón de los que lleguen a participar del don celestial. Dice el apóstol Pedro: “Cada uno según el don que ha recibido, adminístrelo a los otros, como buenos dispensadores de las diferentes gracias de Dios”. 1 Pedro 4:10. Dijo Jesús a sus discípulos al enviarlos: “De gracia recibisteis, dad de gracia”. Mateo 10:8. En aquel que simpatice plenamente con Cristo, no habrá egoísmo ni exclusivismo. El que beba del agua viva hallará que “será en él una fuente de agua que salte para vida eterna”. Juan 4:14. El Espíritu de Cristo es en él como un manantial que brota en el desierto y fluye para refrigerar a todos, y hacer que los que están por perecer deseen beber del agua de la vida. Fue el mismo espíritu de amor y abnegación que había en Cristo el que impulsó al apóstol Pablo en sus múltiples labores. “A griegos y a bárbaros, a sabios y a no sabios” -dijo- “soy deudor”. “A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, es dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo” Romanos 1:14; Efesios 3:8.

Nuestro Señor quiso que su iglesia reflejase al mundo la plenitud y suficiencia que hallamos en él. Constantemente estamos recibiendo de la bondad de Dios, y al impartir de la misma hemos de representar al mundo el amor y la beneficencia de Cristo. Mientras todo el cielo está en agitación, enviando mensajeros a todas las partes de la tierra para llevar adelante la obra de redención, la iglesia del Dios viviente debe colaborar también con Cristo. Somos miembros de su cuerpo místico. El es la cabeza, que rige todos los miembros del cuerpo. Jesús mismo, en su misericordia infinita, está obrando en los corazones humanos, efectuando transformaciones espirituales tan asombrosas que los ángeles las miran con asombro y gozo. El mismo amor abnegado que caracteriza al Maestro se ve en el carácter y la vida de sus discípulos. Cristo espera de los hombres que participen de su naturaleza divina, mientras están en este mundo, de modo que no sólo reflejen su gloria para alabanza de Dios, sino que iluminen las tinieblas del mundo con el resplandor del cielo. Así se cumplirán las palabras de Cristo: “Vosotros sois la luz del mundo”. Mateo 5:14.

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“Porque nosotros somos colaboradores de Dios”, “administradores de la multiforme gracia de Dios” 1 Corintios 3:9; 1 Pedro 4:10. El conocimiento de la gracia de Dios, las verdades de su Palabra, y los dones temporales, el tiempo, los recursos, los talentos y la influencia, todas estas cosas constituyen un cometido de Dios, que ha de emplearse para su gloria y para la salvación de los hombres. Nada puede ofender más a Dios, que está constantemente otorgando sus dones al hombre, que ver a éste aferrarse egoístamente a sus dones, sin devolver nada al Dador. Jesús está hoy en el cielo preparando mansiones para los que le aman; sí, más que mansiones, un reino que ha de ser nuestro. Pero todos los que han de heredar estas bendiciones deben participar de la abnegación y el sacrificio de Cristo en favor de los demás. 

Nunca ha habido mayor necesidad de labor ferviente y abnegada en la causa de Cristo que ahora cuando las horas del tiempo de gracia están terminando rápidamente, y ha de ser proclamado al mundo el último mensaje de misericordia. Mi alma se conmueve dentro de mí al oír el clamor macedónico que llega de toda dirección, de las ciudades y las aldeas de nuestra propia tierra, de allende el Atlántico y el anchuroso Pacífico, y de las islas del mar. “Pasa a Macedonia y ayúdanos”. Hechos 16:9. Hermanos y hermanas, contestemos al clamor diciendo: “Haremos cuanto podamos, enviándoos tanto misioneros como dinero. Nos negaremos a embellecer nuestras casas, adornar nuestras personas y satisfacer el apetito. Daremos a la causa de Dios los recursos a nosotros confiados, y nos dedicaremos también sin reservas a su obra”. Se nos presentan las necesidades de la causa; las tesorerías vacías nos piden patéticamente ayuda Un peso tiene ahora más valor para la obra que el que tendrán diez pesos en algún momento futuro.

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Trabajad, hermanos, mientras tenéis oportunidad de hacerlo, mientras el día dura. Trabajad, porque “la noche viene, cuando nadie puede obra.” Juan 9:14. Nos resulta imposible decir cuán pronto llegará la noche. Ahora es nuestra oportunidad; aprovechémosla. Si hay quienes no pueden dedicar esfuerzo personal a la obra misionera, vivan económicamente, y den parte de lo que ganen. Así podrán contribuir con dinero para enviar periódicos y libros a los que no tienen la luz de la verdad; podrán ayudar a sufragar los gastos de los estudiantes que se están preparando para la obra misionera. Invertid en el banco del cielo todo dinero que podáis ahorrar. “Haceos tesoros en el cielo, donde ni polilla ni orín corrompe, y donde ladrones no minan ni hurtan: porque donde estuviere vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón”. Mateo 6:20, 21. 

Estas son palabras de Jesús, quien nos amó tanto que dio su propia vida para que pudiésemos morar con él en su reino. No deshonréis a vuestro Señor despreciando su orden positiva.

Dios invita a todos los que poseen tierras y casas a que las vendan e inviertan el dinero donde suplirá la gran necesidad del campo misionero. Una vez que hayan experimentado la verdadera satisfacción que proviene de obrar así, mantendrán abierto el canal, y los recursos que Dios les confía fluirán constantemente a la tesorería para que se conviertan las almas. A su vez estas almas practicarán la misma abnegación, economía y sencillez por amor de Cristo, a fin de poder llevar sus ofrendas a Dios. Por medio de estos talentos sabiamente invertidos, otras almas aún se convertirán; y así proseguirá la obra, demostrando que los dones de Dios son apreciados. El Dador es reconocido y ello redunda para su gloria en la fidelidad de sus mayordomos. 

Cuando dirigimos estas fervientes súplicas en favor de la causa de Dios y presentamos las necesidades financieras de nuestras misiones, se conmueven profundamente las almas concienzudas que creen la verdad. Como la viuda pobre que fue elogiada por Cristo y que dio sus dos blancas al tesoro, ellas dan en su pobreza hasta el máximo de su capacidad. Con frecuencia las tales se privan hasta de las cosas aparentemente necesarias para la vida; mientras que hombres y mujeres poseedores de casas y tierras se aferran a sus tesoros terrenales con tenacidad egoísta, y no tienen bastante fe en el mensaje ni en Dios para colocar sus recursos en su obra. A estos últimos se aplican especialmente las palabras de Cristo: “Vended lo que poseéis, y dad limosna”. Lucas 12:33. 

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Hay hombres y mujeres pobres que me escriben pidiendo consejo en cuanto a si deben vender sus casas y dar el dinero a la causa. Dicen que los pedidos de recursos conmueven sus almas y quieren hacer algo para el Maestro que lo ha hecho todo para ellos. Quiero decir a los tales: “Tal vez no debáis vender vuestras casitas ahora mismo; pero id a Dios por vuestra cuenta; el Señor oirá ciertamente vuestras fervientes oraciones por sabiduría para conocer vuestro deber”. Si nos dedicáramos más a pedir sabiduría celestial a Dios, y buscáramos menos la sabiduría de los hombres, tendríamos más luz del cielo, y Dios nos bendeciría en nuestra humildad.

Pero puedo decir a aquellos a quienes Dios confió bienes y poseen tierras y casas: “Comenzad a vender y dad limosna. No demoréis. Dios espera de vosotros más de lo que habéis estado dispuestos a hacer”. Queremos pediros a vosotros que tenéis recursos, que inquiráis con ferviente oración: “¿Hasta dónde se extienden los derechos divinos sobre mi propiedad?” Hay ahora una obra que hacer para preparar un pueblo que subsista en el día del Señor. Deben invertirse recursos en la obra de salvar hombres que, a su vez, trabajarán para otros. Sed prestos para devolver a Dios lo suyo. Una razón por la cual hay tanta falta del Espíritu de Dios, es que muchos están robando a Dios. 

Hay para nosotros una lección de la experiencia de las iglesias de Macedonia, según la describe Pablo. El dice que sus miembros “a sí mismos se dieron primeramente al Señor”. 2 Corintios 8:5. Entonces estuvieron deseosos de dar sus recursos a Cristo. “En grande prueba de tribulación, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su bondad. Pues de su grado han dado conforme a sus fuerzas, yo testifico, y aun sobre sus fuerzas; pidiéndonos con muchos ruegos, que aceptásemos la gracia y la comunicación del servicio para los santos”. vers. 2-4.

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Pablo traza una regla para dar a la causa de Dios, y nos dice cuál será el resultado tanto para nosotros como para Dios. “Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, o por necesidad; porque Dios ama al dador alegre”. “Esto empero digo: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra en bendiciones, en bendiciones también segará”. “Poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia; a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo que basta, abundéis para toda buena obra... Y el que da simiente al que siembra, también dará pan para comer, y multiplicará vuestra sementera, y aumentará los crecimientos de los frutos de vuestra justicia; para que estéis enriquecidos en todo para toda bondad, la cual obra por nosotros hacimiento de gracias a Dios”. 2 Corintios 9:6-11. 

No debemos considerar que podemos hacer o dar algo que nos dé derecho al favor de Dios. Dice el apóstol: “¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿de qué te glorías como si no hubieras recibido?” 1 Corintios 4:7. Cuando David y el pueblo de Israel hubieron reunido el material que habían preparado para la edificación del templo, el rey, al confiar el tesoro a los príncipes de la congregación, se regocijó y dio gracias a Dios en palabras que debieran grabarse para siempre en el corazón de los hijos de Dios. 

“Asimismo holgóse mucho el rey David, y bendijo a Jehová delante de toda la congregación; y dijo David: Bendito seas tú, oh Jehová, Dios de Israel nuestro padre, de uno a otro siglo. Tuya es, oh Jehová, la magnificencia, y el poder, y la gloria, la victoria, y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas… Y en tu mano está la potencia y la fortaleza, y en tu mano la grandeza y fuerza de todas las cosas. Ahora pues, Dios nuestro, nosotros te confesamos, y loamos tu glorioso nombre. Porque ¿quién soy yo, y quién es mi pueblo, para que pudiésemos ofrecer de nuestra voluntad cosas semejantes? Porque todo es tuyo, y lo recibido de tu mano te damos. Porque nosotros, extranjeros y advenedizos somos delante de ti, como todos nuestros padres; y nuestros días cual sombra sobre la tierra, y no dan espera. Oh Jehová Dios nuestro, toda esta abundancia que hemos aprestado para edificar casa a tu santo nombre, de tu mano es, y todo es tuyo. Yo sé, Dios mío, que tú escudriñas los corazones, y que la rectitud te agrada: por eso yo con rectitud de mi corazón voluntariamente te he ofrecido todo esto, y ahora he visto con alegría que tu pueblo, que aquí se ha hallado ahora, ha dado para ti espontáneamente”. 1 Crónicas 29:10-17. 

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Era Dios quien había proporcionado al pueblo las riquezas de la tierra, y su Espíritu le había predispuesto a entregar sus cosas preciosas para el templo. Todo provenía del Señor; si su poder divino no hubiese movido el corazón de la gente, vanos habrían sido los esfuerzos del rey, y el templo no se habría erigido. 

Todo lo que los hombres reciben de la bondad de Dios sigue perteneciendo a Dios. Todo lo que él nos ha otorgado en las cosas valiosas y bellas de la tierra, ha sido colocado en nuestras manos para probarnos, para medir la profundidad de nuestro amor hacia él y nuestro aprecio por sus favores. Tanto los tesoros de las riquezas como los del intelecto, han de ser puestos como ofrenda voluntaria a los pies de Jesús. 

Ninguno de nosotros puede subsistir sin la bendición de Dios, pero Dios puede hacer su obra sin la ayuda del hombre, si así lo quiere. Ha dado, sin embargo, a cada hombre su obra, y confía a los hombres tesoros de riquezas o de intelecto como a sus mayordomos. Por su misericordia y generosidad, Dios nos pone en cuenta todo lo que le devolvemos como mayordomos fieles. Pero debemos comprender siempre que no es obra de mérito de parte del hombre. Por grande que sea la capacidad del hombre, no posee nada que Dios no le haya dado, y que no le pueda retirar si estas muestras preciosas de su favor no son apreciadas y debidamente empleadas. Los ángeles de Dios cuya percepción no ha sido enturbiada por el pecado, reconocen los dones del cielo como otorgados con la intención de que sean devueltos en forma que aumente la gloria del gran Dador. El bienestar del hombre está vinculado con la soberanía de Dios. La gloria de Dios es el gozo y la bendición de todos los seres creados. Cuando procuramos fomentar su gloria, estamos procurando para nosotros mismos el mayor bien que nos es posible recibir. Hermanos y hermanas en Cristo, Dios pide que consagremos a su servicio cada facultad, cada don que hayamos recibido de él. El quiere que digamos como David: “Todo es tuyo, y lo recibido de tu mano te damos”. 

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El carácter de Dios revelado en Cristo

Dijo El Salvador: “Esta empero es la vida eterna: que te conozcan el solo Dios verdadero, y a Jesucristo, al cual has enviado”. Juan 17:3. Y Dios declaró por el profeta: “No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conoceme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio, y justicia en la tierra: porque estas cosas quiero, dice Jehová”. Jeremías 9:23, 24. 

Nadie, sin ayuda divina, puede alcanzar este conocimiento de Dios. El apóstol dice que a los mundanos “no les pareció tener a Dios en su noticia”. Cristo “en el mundo estaba, y el mundo fue hecho por él; y el mundo no le conoció” Romanos 1:28; Juan 1:10. Jesús declaró a sus discípulos: “Nadie conoció al Hijo, sino el Padre; ni al Padre conoció alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quisiere revelar”. Mateo 11:27. En aquella última oración que hizo en favor de quienes le seguían, antes de entrar en las sombras del Getsemaní, el Salvador alzó sus ojos al cielo, lleno de compasión por la ignorancia de los hombres, y dijo: “Padre justo, el mundo no te ha conocido, mas yo te he conocido”. “He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste”. Juan 17:25, 6. 

Desde el principio, fue el plan estudiado de Satanás inducir a los hombres a olvidarse de Dios, a fin de que pudiese someterlos. Por eso mintió acerca del carácter de Dios, a fin de inducirlos a albergar un falso concepto de él. Les presentó al Creador como revestido de los atributos del príncipe del mal mismo: arbitrario, severo, inexorable, a fin de que le temiesen, rehuyesen, y hasta odiasen. Satanás esperaba confundir de tal manera las mentes de aquellos a quienes había engañado, que desechasen a Dios de su conocimiento. Entonces borraría la imagen divina del hombre y grabaría su propia semejanza sobre el alma; llenaría a los hombres de su propio espíritu y los haría cautivos de su voluntad. 

Calumniando el carácter de Dios y excitando la desconfianza en él fue como Satanás indujo a Eva a transgredir. Por el pecado, la mente de nuestros primeros padres se oscureció, su naturaleza se degradó y su concepto de Dios fue amoldado por su propia estrechez y egoísmo. Y a medida que los hombres se hicieron más audaces en el pecado, el conocimiento y el amor de Dios se borraron de su mente y corazón. “Porque habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni dieron gracias… se desvanecieron en sus discursos, y el necio corazón de ellos fue entenebrecido”. Romanos 1:21. 

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