Los escépticos pueden burlarse del pensamiento de que un glorioso ángel del cielo prestase atención a un asunto tan sin importancia como estas sencillas necesidades humanas, y pueden dudar de la inspiración de la narración. Pero por la sabiduría de Dios, estas cosas se anotaron en la historia sagrada para beneficio, no de los ángeles sino de los hombres, a fin de que al hallarse en situaciones difíciles puedan encontrar consuelo en el pensamiento de que el Cielo lo sabe todo.
Jesús declaró a sus discípulos que ni un pajarillo cae al suelo sin que lo note el Padre celestial, y que si Dios puede tener presentes las necesidades de los pájaros del aire, con más razón cuidará de aquellos que lleguen a ser súbditos de su reino, y por la fe en él, herederos de la inmortalidad. ¡Oh, si tan sólo pudiese la mente humana comprender -en la medida en que el plan de la redención puede ser comprendido por la mente finita- la obra de Jesús al tomar sobre sí la naturaleza humana y lo que ha de obtener para nosotros por su condescendencia maravillosa, los corazones humanos quedarían enternecidos de gratitud por el gran amor de Dios, y con humildad adorarían la sabiduría divina que planeó el misterio de la gracia!
-700-
El cuidado de Dios por su obra
Fue en circunstancias difíciles y desalentadoras cuando Isaías, aún joven, fue llamado a la misión profética. El desastre amenazaba a su país. Por haber transgredido la ley de Dios, los habitantes de Judá habían perdido todo derecho a su protección, y las fuerzas asirias estaban por subir contra el reino de Judá. Pero el peligro de sus enemigos no era la mayor dificultad. Era la perversidad del pueblo lo que sumía al siervo del Señor en el más profundo desaliento. Por su apostasía y rebelión, dicho pueblo estaba atrayendo sobre sí los juicios de Dios. El joven profeta había sido llamado a darle un mensaje de amonestación, y sabía que encontraría una resistencia obstinada. Temblaba al considerarse a sí mismo, y pensaba en la terquedad e incredulidad del pueblo por el cual debía trabajar. Su tarea le parecía casi desesperada. ¿Debía renunciar a su misión, descorazonado, y dejar a Israel en paz en su idolatría? ¿Habrían de reinar en la tierra los dioses de Nínive y desafiar al Dios del cielo?
Tales eran los pensamientos que se agolpaban en su mente mientras estaba debajo del pórtico del santo templo. De repente, la puerta y el velo interior del templo parecieron alzarse o retraerse, y se le permitió mirar adentro, al lugar santísimo, donde ni siquiera los pies del profeta podían penetrar. Se alzó delante de él una visión de Jehová sentado sobre un trono alto y exaltado, mientras que su séquito llenaba el templo. A cada lado del trono se cernían los serafines, que volaban con dos alas, mientras que con otras dos velaban su rostro en adoración, y con otras dos cubrían sus pies. Estos ministros angélicos alzaban su voz en solemne invocación: “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos: toda la tierra está llena de su gloria” (Isaías 6:3), hasta que los postes y las columnas y las puertas de cedro parecían temblar, y la casa se llenaba de sus alabanzas.
Nunca antes había comprendido Isaías la grandeza de Jehová o su perfecta santidad; y le parecía que debido a su fragilidad e indignidad humanas debía perecer en aquella presencia divina. “¡Ay de mí!” -exclamó- “que soy muerto; que siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” Isaías 6:3, 5. Pero se le acercó un serafín con el fin de hacerle idóneo para su gran misión. Un carbón ardiente del altar tocó sus labios mientras se le dirigían las palabras: “He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado”. Y cuando se oyó la voz de Dios que decía: “¿A quién enviaré, y quién nos irá?” Isaías respondió con plena confianza: “Heme aquí, envíame a mí”. vers. 7, 8.
-701-
¿Qué importaba que las potencias terrenales estuviesen desplegadas contra Judá? ¿O que en su misión Isaías tuviese que hacer frente a la oposición y resistencia? Había visto al Rey, el Señor de los ejércitos; había oído el canto de los serafines: “Toda la tierra está llena de su gloria”, y el profeta había sido fortalecido para la obra que tenía delante de sí. Llevó consigo a través de toda su larga y ardua misión el recuerdo de esta visión.
Ezequiel, el profeta que exhalaba lamentaciones en el destierro, en la tierra de los caldeos, recibió una visión que le enseñó la misma lección de fe en el poderoso Dios de Israel. Mientras estaba a orillas del río Quebar, un torbellino parecía surgir del norte, “una gran nube, con un fuego envolvente, y en derredor suyo un resplandor, y en medio del fuego una cosa que parecía como de ámbar”. Numerosas ruedas de extraña apariencia, que se entrecortaban unas a otras, eran movidas por cuatro seres vivientes. Muy por encima de todas éstas “veíase la figura de un trono que parecía de piedra de zafiro; y sobre la figura del trono había una semejanza de los animales, su parecer de hachones encendidos: discurría entre los animales; y el fuego resplandecía, y del fuego salían relámpagos”. “Y debajo de sus alas, a sus cuatro lados, tenían manos de hombre”. Ezequiel 1:4, 26, 13, 8.
Había ruedas dentro de las ruedas, en un arreglo tan complicado que a primera vista le parecía a Ezequiel que era todo confuso. Pero cuando se movían, era con hermosa precisión y en perfecta armonía. Los seres celestiales estaban moviendo esas ruedas y por encima de todo, sobre el glorioso trono de zafiro, estaba el Eterno; mientras que rodeaba el trono el arco iris, emblema de gracia y amor. Abrumado por la terrible gloria de la escena, Ezequiel cayó sobre su rostro, cuando una voz le ordenó que se levantase y oyese la Palabra del Señor. Entonces se le dio un mensaje de amonestación para Israel.
-702-
Esta visión fue dada a Ezequiel en un tiempo en que su mente estaba llena de presentimientos lóbregos. Veía la tierra de sus padres desolada. La ciudad que había estado llena de habitantes ya no los tenía. La voz de la alegría y el canto de alabanza no se oían más en sus muros. El profeta mismo era forastero en un país extraño, donde reinaban supremas la ambición ilimitada y la crueldad salvaje. Lo que veía y oía acerca de la tiranía humana y el mal angustiaba su alma, y lloraba amargamente día y noche. Pero los símbolos admirables presentados delante de él al lado del río Quebar, le revelaron un poder predominante que era más poderoso que el de los gobernantes terrenales. Sobre los monarcas orgullosos y crueles de Asiria y Babilonia, se entronizaba el Dios de misericordia y verdad.
Las complicadas ruedas que al profeta le parecían envueltas en confusión, estaban bajo la dirección de una mano infinita. El Espíritu de Dios que, según la revelación, movía y dirigía estas ruedas, sacaba armonía de la confusión; de tal manera que todo el mundo estaba bajo su dominio. Miríadas de seres glorificados estaban listos para predominar a su orden contra el poder y la política de los hombres malos, y reportar beneficio a sus fieles.
De igual manera, cuando Dios estaba por revelar al amado Juan la historia de la iglesia durante los siglos futuros, le reveló el interés y cuidado del Salvador por su pueblo, mostrándole “uno semejante al Hijo del hombre”, que andaba entre los candeleros que simbolizaban a las siete iglesias. Mientras se le mostraban a Juan las últimas grandes luchas de la iglesia con las potencias terrenales, también se le permitió contemplar la victoria final y la liberación de los fieles. Vio a la iglesia en conflicto mortífero con la bestia y su imagen, y la adoración de esa bestia impuesta bajo la pena de muerte. Pero mirando más allá del humo y el estruendo de la batalla, contempló a una hueste sobre el monte de Sión con el Cordero, llevando, en vez de la marca de la bestia, “el nombre de su Padre escrito en sus frentes”. Y también vio a “los que habían alcanzado la victoria de la bestia, y de su imagen, y de su señal, y del número de su nombre, estar sobre el mar de vidrio, teniendo las arpas de Dios” (Apocalipsis 1:13; 14:1; 15:2), y cantando el himno de Moisés y del Cordero.
-703-
Estas lecciones son para nuestro beneficio. Necesitamos afirmar nuestra fe en Dios; porque está por sobrecogernos un tiempo que probará las almas de los hombres. Sobre el monte de las Olivas, Cristo explicó los temibles juicios que habrían de preceder a su segunda venida: “Oiréis guerras, y rumores de guerras”. “Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestilencias, y hambres, y terremotos por los lugares. Y todas estas cosas, principio de dolores” Mateo 24:6-8. Aunque estas profecías se cumplieron parcialmente con la destrucción de Jerusalén, se aplican más directamente a los postreros días.
Estamos en el mismo umbral de acontecimientos grandes y solemnes. La profecía se está cumpliendo rápidamente. El Señor está a la puerta. Pronto ha de empezar un período de interés abrumador para todos los vivientes. Las controversias pasadas han de revivir y surgirán otras nuevas. Nadie sueña siquiera con las escenas que han de producirse en nuestro mundo. Satanás está trabajando por medios humanos. Los que están haciendo un esfuerzo para cambiar la constitución y obtener una ley que imponga la observancia del domingo, no se dan cuenta de lo que será el resultado. Una crisis está por sobrecogernos.
Pero los siervos de Dios no han de confiar en sí mismos en esta grande emergencia. En las visiones dadas a Isaías, a Ezequiel y a Juan, vemos cuán íntimamente está relacionado el cielo con los acontecimientos que suceden en la tierra, y cuán grande es el cuidado de Dios para con los que son leales. El mundo no está sin gobernante. El programa de los acontecimientos venideros está en las manos del Señor. La Majestad del cielo tiene a su cargo el destino de las naciones, como también lo que concierne a su iglesia.
Nos permitimos sentir demasiada congoja, preocupación y perplejidad en la obra del Señor. No son los hombres finitos quienes han de llevar la carga de la responsabilidad. Necesitamos confiar en Dios, creer en él y avanzar. La incansable vigilancia de los mensajeros celestiales, y su incesante actividad en su ministerio en relación con los seres terrenales, nos muestra cómo la mano de Dios está guiando una rueda dentro de otra rueda. El Instructor divino dice a todo aquel que desempeña una parte en su obra, como dijo antiguamente a Ciro: “Yo te ceñiré, aunque tú no me conociste”. Isaías 45:5.
-704-
En la visión de Ezequiel, Dios tenía su mano debajo de las alas de los querubines. Esto enseña a sus siervos que el poder divino es lo que les da éxito. Obrará con ellos si quieren apartar la iniquidad y llegar a ser puros en su corazón y vida.
La luz resplandeciente que cruza entre los seres vivientes con la rapidez del relámpago representa la celeridad con que esta obra avanzará finalmente hacia su terminación. El que no duerme, que está continuamente obrando para lograr sus designios, puede realizar su gran obra armoniosamente. Lo que a las mentes finitas parece enredado y complicado, la mano de Dios lo puede mantener en perfecto orden. El puede crear medios y recursos para estorbar los propósitos de los hombres impíos; e introducirá confusión en los consejos de los que maquinan agravios contra su pueblo.
Hermanos, no es ahora tiempo de llorar y desesperar, ni tampoco de ceder a la duda e incredulidad. Cristo no es ahora un Salvador que esté en la tumba nueva de José, cerrada con una gran piedra y sellada con el sello romano; tenemos un Salvador resucitado. El es el Rey, el Señor de los ejércitos; se sienta entre los querubines, y en medio de la disensión y tumulto de las naciones guarda todavía a su pueblo. El que reina en los cielos es nuestro Salvador. El mide toda prueba. Vigila el fuego del horno que ha de probar cada alma. Cuando las fortalezas de los reyes sean derribadas, cuando las saetas de la ira de Dios atraviesen el corazón de sus enemigos, su pueblo estará salvo en sus manos.