Testimonios para la Iglesia, Vol. 6, p. 144-153, día 352

Principios básicos del éxito

Maestros y alumnos deberían colaborar en la obra de reforma, cada uno trabajando en la forma más provechosa, para hacer de nuestras escuelas aquello que el Señor puede aprobar. Se necesita unidad de acción para el éxito. Un ejército en combate se confundiría y sería derrotado, si los soldados actuaran conforme a sus impulsos individuales, en vez de moverse al unísono bajo la dirección de un general competente. Los soldados de Cristo también deben actuar en armonía. Un puñado de almas convertidas, unidas en un gran propósito, bajo una sola dirección, obtendrá victorias en cada combate.

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Si hay desunión entre los que pretenden creer en la verdad, el mundo llegará a la conclusión de que esta gente no es de Dios, porque trabajan unos contra otros. Cuando somos uno con Cristo, estaremos unidos entre nosotros mismos. Aquellos que no están enyugados con Cristo, siempre halan hacia el lado equivocado. Poseen un temperamento que corresponde a la naturaleza humana carnal, y a la más mínima excusa, la pasión está ampliamente dispuesta para enfrentarse con la pasión. Esto causa choques; y se oyen voces estridentes en reuniones de juntas, comisiones y asambleas públicas, oponiéndose a los métodos de reforma.

Otra condición para el éxito es la obediencia a cada palabra de Dios. No se ganan victorias a través de ceremonias o exhibiciones, sino por medio de la obediencia sencilla al Generalísimo, Señor Dios del cielo. Aquel que pone su confianza en este Líder, jamás sabrá lo que es la derrota. La derrota viene del error de confiar en métodos humanos y en invenciones humanas, y por colocar lo divino en segundo lugar. La obediencia fue la lección que el Capitán de las huestes del Señor procuró enseñar a los grandes ejércitos de Israel: obediencia en las cosas en que no podían vislumbrar ningún éxito. Cuando hay obediencia a la voz de nuestro Líder, Cristo dirigirá sus batallas en maneras que sorprenderán a los grandes poderes de la tierra. 

Somos soldados de Cristo; y se espera de aquellos que se registran en su ejército que realicen faenas difíciles, faenas que agotarán sus energías en grado sumo. Debemos entender que la vida de un soldado conlleva lucha agresiva, perseverancia y fortaleza. Debemos soportar pruebas por el amor de Cristo. No estamos involucrados en batallas de gestos. Debemos enfrentar adversarios muy poderosos; “porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”. Efesios 6:12. Debemos encontrar nuestra fortaleza en el mismo lugar donde la encontraron los primeros discípulos. “Todos estos perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos”. “Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la Palabra de Dios. Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común”. Hechos 1:14; 4:31, 32.

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Lo que impide la reforma

La Biblia ha sido introducida hasta cierto punto, en nuestras escuelas y se han hecho algunos esfuerzos en el sentido de la reforma; pero es muy difícil adoptar principios rectos después de haber estado acostumbrados, por tanto tiempo a los métodos populares. Las primeras tentativas para cambiar las viejas costumbres acarrearon pruebas severas para los que deseaban andar en el camino señalado por Dios. Se han cometido errores que ocasionaron resultando grandes pérdidas. Ha habido obstáculos que tendieron a hacernos transitar por senderos comunes y mundanales y a impedirnos que comprendiéramos los principios de la educación verdadera. A los inconversos que miraban las cosas desde las bajas regiones del egoísmo, de la incredulidad y de la indiferencia, los principios y métodos correctos les parecieron erróneos. 

Algunos maestros y administradores, convertidos sólo a medias, son piedras de tropiezo para otros. Ceden en algunas cosas y hacen reformas a medias; pero cuando se produce un mayor conocimiento, rehúsan avanzar, prefiriendo trabajar de acuerdo con sus propias ideas. Al hacer esto están tomando y comiendo de aquel árbol de conocimiento que coloca a lo humano por encima de lo divino. “Ahora, pues, temed a Jehová, y servidle con integridad y en verdad; y quitad de entre vosotros los dioses a los cuales sirvieron vuestros padres al otro lado del río, y en Egipto; y servid a Jehová. Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová”. AY acercándose Elías a todo el pueblo, dijo: ¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él. Y el pueblo no respondió palabra” Josué 24:14, 15; 1 Reyes 18:21. Habríamos superado por mucho nuestra presente condición espiritual si hubiéramos avanzado a medida que nos llegaba la luz. 

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Cuando se abogó por nuevos métodos, se suscitaron tantas preguntas y dudas, y fueron tantas las reuniones celebradas para discernir toda dificultad, que los reformadores se vieron estorbados y algunos cesaron de pedir reformas. Parecieron incapaces de detener la corriente de duda y crítica. Fueron pocos, comparativamente, los que recibieron el Evangelio en Atenas, debido a que la gente albergaba orgullo intelectual y sabiduría mundana y reputaba como locura el Evangelio de Cristo. Pero, “lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres”. “Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios”. 1 Corintios 1:25, 23, 24. 

Nos toca ahora comenzar de nuevo. Las reformas deben emprenderse de todo corazón, alma y voluntad. Los errores pueden ser muy antiguos, pero los años no hacen del error verdad, ni de la verdad error. Se han seguido por demasiado tiempo los viejos hábitos y costumbres. El Señor quiere que maestros y alumnos desechen ahora toda idea falsa. No tenemos libertad para enseñar lo que coincida con la norma del mundo o la norma de la iglesia, sencillamente porque así se suele hacer. Las lecciones enseñadas por Cristo han de constituir la norma. Ha de tenerse estrictamente en cuenta lo que el Señor ha dicho con respecto a la enseñanza que se ha de impartir en nuestras escuelas; pues si en algunos respectos no existe una educación de carácter completamente diferente de la que se ha venido dando en algunas de nuestras escuelas, no necesitábamos haber gastado dinero en la compra de terrenos y la construcción de edificios escolares. 

Algunos sostendrán que si se da preferencia a la enseñanza religiosa, nuestras escuelas llegarán a ser impopulares y que aquellos que no son de nuestra fe no las patrocinarán. Muy bien; vayan los tales a otras escuelas donde encuentren un sistema de educación que concuerde con sus gustos. Es el propósito de Satanás impedir por medio de estas consideraciones que se logre el objetivo por el cual nuestras escuelas fueron establecidas. Estorbados por estas artimañas, los dirigentes razonan a la usanza del mundo. Copian sus planes e imitan sus costumbres. Muchos han demostrado su falta de sabiduría de lo alto hasta el extremo de unirse a los enemigos de Dios y de la verdad al proveer entretenimientos mundanos a los alumnos. Al hacer esto atraen sobre ellos mismos la ira de Dios, pues desvían a los jóvenes y hacen la obra de Satanás. Esta obra, con todos sus resultados, la tendrán que arrostrar ante el tribunal de Dios. 

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Los que siguen semejante conducta dan a entender que no se puede confiar en ellos. Después que el mal ha sido hecho, podrán confesar su error; pero, ¿podrán acaso destruir la influencia que han ejercido? ¿Se dirá el “bien, buen siervo” a los que no cumplieron su cometido? Estos obreros infieles no han edificado sobre la Roca eterna, y su fundamento resultará ser arena movediza. En vista de que el Señor nos manda ser diferentes y singulares, ¿cómo podremos apetecer la popularidad o tratar de imitar las costumbres y prácticas del mundo? “¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad con Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios”. Santiago 4:4. 

Rebajar las normas para conseguir popularidad y un aumento en número de feligreses y luego hacer de este aumento un motivo de regocijo, pone de manifiesto gran ceguedad. Si la cantidad fuera una prueba del éxito, Satanás podría pretender la preeminencia, porque en este mundo sus seguidores forman la gran mayoría. Es el grado de poder moral que compenetra una escuela lo que constituye una prueba de su prosperidad. Es la virtud, la inteligencia y la piedad de las personas que componen nuestras escuelas, y no su número, lo que debiera ser una fuente de gozo y gratitud. ¿Deberían, acaso, nuestras escuelas convertirse al mundo y seguir sus costumbres y modas? “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que… no os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”. Romanos 12:1, 2. 

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Muchos harán uso de todos los medios posibles para atenuar la diferencia entre los adventistas del séptimo día y los observadores del primer día de la semana. Me fue presentada una congregación que, a pesar de llevar el nombre de adventistas del séptimo día, aconsejaba que las normas que hacen de nosotros un pueblo singular no se destacaran tanto, pues alegaban que no era el mejor método para garantizar el éxito a nuestras instituciones. Pero éste no es el momento de arriar nuestra bandera o avergonzarnos de nuestra fe. El estandarte distintivo, descrito con las palabras, “aquí está la paciencia de los santos, aquí están los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apocalipsis 14:12), debe ondear sobre el mundo hasta el fin del tiempo de gracia. Al paso que han de aumentarse los esfuerzos para avanzar en diversas localidades, no debe encubrirse en modo alguno nuestra fe con el fin de obtener patrocinio. La verdad ha de llegar hasta las almas que están a punto de perecer, y si de alguna manera ello es impedido, Dios queda deshonrado y la sangre de las almas estará sobre nuestras vestiduras. 

Mientras quienes estén vinculados a nuestras instituciones anden humildemente con Dios, los seres celestiales cooperarán con ellos; pero recuerden todos el hecho de que Dios ha dicho: “Yo honraré a los que me honran” 1 Samuel 2:30. Ni por un momento debiera causarse la impresión de que sería beneficioso para él ocultar su fe y sus doctrinas a los incrédulos del mundo, por temor a que no le tendrán en tan alta estima si llegan a conocer sus principios. Cristo demanda de todos sus seguidores una confesión de fe abierta y varonil. Cada cual ha de permanecer en su puesto y ser lo que Dios quiso que sea: un espectáculo para el mundo, los ángeles y los hombres. El universo entero mira con interés indecible para ver el fin de la gran controversia entre Cristo y Satanás. Todo cristiano ha de ser una luz, no escondida debajo de un almud o de una cama, sino colocada en el candelero para que alumbre a todos los que están en la casa. No se relegue jamás a un último lugar la verdad de Dios por cobardía o conveniencia mundana.

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Aunque en muchos aspectos nuestras instituciones de enseñanza se han conformado al mundo, aunque paso a paso han avanzado hacia el mundo, son prisioneras de la esperanza. El destino no ha entretejido tanto sus lazos alrededor de lo que están haciendo, como para que necesiten permanecer desamparadas y en incertidumbre. Si escucharan su voz y siguieran sus caminos, Dios las corregiría y las iluminaría, y las traería de nuevo a su recta posición que las distinguen del mundo. Cuando se discierna la ventaja de obrar de acuerdo con principios cristianos, cuando se oculte el yo en Cristo, se logrará mucho más progreso, porque cada obrero sentirá su propia debilidad humana, implorará la sabiduría y la gracia de Dios, y recibirá la ayuda divina prometida para cada emergencia.

Las circunstancias difíciles debieran crear la firme determinación de superarlas. La eliminación de una barrera dará mayor habilidad y valor para continuar avanzando. Avanzad en la dirección debida y cambiad lo que sea necesario con firmeza e inteligencia. Entonces las circunstancias se convertirán en vuestras ayudadoras y no en estorbos. Comenzad a trabajar. El encino se encuentra en la semilla que es la bellota. 

A los maestros y administradoresSuplico a nuestro personal escolar que ejerza juicio acertado y trabaje en un plano más elevado. Nuestras instituciones educacionales deben depurarse de toda impureza. La administración de nuestras instituciones debe basarse en principios cristianos para que triunfen a pesar de los obstáculos que las asedian. Si se dirigen estas instituciones mediante procedimientos mundanales, habrá falta de solidez en la obra y carencia de discernimiento espiritual previsor. La condición del mundo antes de la primera venida de Cristo es una ilustración de la condición que imperará en el mundo antes de su segunda venida. El pueblo judío fue destruido porque rechazó el mensaje de salvación enviado del cielo. ¿Seguirán los miembros de esta generación—a quienes Dios ha dispensado tanta luz y oportunidades maravillosas—la misma tendencia de los que rechazaron la luz para su propia ruina? 

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Muchos tienen vendas en sus rostros en estos tiempos. Esas vendas son el apego a las costumbres y las prácticas mundanas, las cuales los apartan de la gloria del Señor. Dios desea que mantengamos los ojos fijos en él, para que apartemos la vista de las cosas de este mundo. 

A medida que la verdad se introduzca en la vida práctica, la norma deberá elevarse cada vez más hasta que alcance los requerimientos de la Biblia. Esto exigirá oposición a las modas, costumbres, prácticas y principios guiadores del mundo. Las influencias mundanales, lo mismo que las olas del mar, rompen contra los seguidores de Cristo para empujarlos lejos de los verdaderos principios de su humildad y gracia. Debemos permanecer tan firmes como una roca en lo que concierne a los principios, lo cual requerirá valor moral; y aquellos cuyas almas no están afianzadas a la Roca eterna serán arrastrados por la corriente mundanal. Podemos permanecer firmes solamente si nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. La independencia moral es enteramente apropiada cuando se opone al mundo. Cuando nos sometamos enteramente a la voluntad de Dios estaremos en terreno ventajoso, y comprenderemos la necesidad de separarnos definidamente de las costumbres y las prácticas del mundo.

No debemos elevar nuestras normas un poco solamente sobre las normas del mundo, sino que debemos hacer que la distinción sea decididamente visible. La razón por la cual ejercemos tan escasa influencia sobre nuestros familiares no creyentes, es porque hay muy poca diferencia evidente entre nuestras prácticas y las del mundo.

Muchos maestros ajustan el alcance de sus mentes a un nivel angosto y bajo. No mantienen siempre el plan divino a la vista,sino que fijan los ojos en modelos mundanos. Levantad vuestra vista, “donde está Cristo sentado a la diestra de Dios”, y trabajad entonces para que vuestros alumnos puedan ser moldeados según su carácter perfecto. Señalad a los jóvenes la escalera de siete peldaños de Pedro y colocad sus pies, no en el peldaño más alto, sino en el más bajo, y con esmerada solicitud, instadlos a subir hasta el último. 

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Cristo, quien une la tierra con el cielo, es la escalera. La base está afirmada sobre la tierra en su humanidad; el peldaño más alto llega hasta el trono de Dios en su divinidad. La humanidad de Cristo cubre la humanidad caída, mientras su divinidad se sostiene del trono de Dios. Somos salvados al subir la escalera peldaño tras peldaño, mirando a Cristo, apoyándonos en Cristo, escalando paso a paso hasta la estatura de Cristo, para que él sea hecho sabiduría, justicia, santificación y redención en nosotros. Fe, virtud, conocimiento, temperancia, paciencia, piedad, bondad fraternal y amor son los peldaños de esta escalera. Todas estas virtudes deben manifestarse en el carácter cristiano; “porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás”. 2 Pedro 1:10, 11. 

No es asunto fácil obtener el preciado tesoro de la vida eterna. Nadie puede obtenerlo e ir a la deriva con la corriente del mundo. Debe salir del mundo y mantenerse separado y no tocar lo inmundo. Nadie puede actuar como un mundano sin ser arrastrado por la corriente del mundo. Nadie logrará un progreso ascendente sin esfuerzo perseverante. El que quiere vencer debe mantenerse asido firmemente de Cristo. No debe mirar hacia atrás, sino siempre hacia arriba u obtener un grado de fortaleza moral tras otro. El precio de la seguridad es la vigilancia personal. Satanás está jugando el juego de la vida por vuestra alma. No cedáis hacia su lado un solo centímetro, no sea que obtenga ventaja sobre vosotros. 

Si finalmente llegamos al cielo, será por la unión de nuestras almas a Cristo, afirmándonos en él, y separándonos del mundo, de sus extravagancias y encantos. Debe haber cooperación espiritual de nuestra parte con las inteligencias celestiales. Debemos creer, trabajar, orar, velar y esperar. Puesto que fuimos adquiridos por el Hijo de Dios, somos su propiedad y cada uno debiera educarse en la escuela de Cristo. Tanto maestros como alumnos deben trabajar diligentemente para la eternidad. El fin de todas las cosas está a las puertas. Hay necesidad ahora de hombres armados y equipados para batallar por Dios. 

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No es a los seres humanos a quienes debemos exaltar, sino a Dios; el único Dios vivo y verdadero. La vida desinteresada, el espíritu generoso y de sacrificio, la simpatía y el amor de quienes están en posiciones de confianza en nuestras instituciones, debieran tener una influencia purificadora y ennoblecedora que inducirían a hacer el bien. Estas palabras de consejo no vendrían entonces de espíritus con suficiencia y jactanciosos; sino sus discretas virtudes serían de mayor valor que el oro. Si nos aferramos de la naturaleza divina, obrando sobre el plan de la adición, añadiendo gracia sobre gracia para perfeccionar un carácter cristiano, Dios obrará sobre el plan de la multiplicación. Él dice en su palabra: “Gracia y paz os sean multiplicadas en el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús”. 2 Pedro 1:2. 

“Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová”. Jeremías 9:23, 24. “Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios”. “¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia”. Miqueas 6:8; 7:18. “Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo”. “Aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda”. Isaías 1:16, 17.

Estas son palabras de Dios para nosotros. El pasado está contenido en el libro donde todas las cosas están escritas. No podemos borrar el registro; pero si elegimos aprender esas cosas, el pasado nos enseñará sus lecciones. Cuando adoptamos el pasado como nuestro instructor, podremos también hacerlo nuestro amigo. Cuando traemos a la mente lo que en el pasado ha sido desagradable, que ello nos enseñe a no repetir el mismo error. Que en el futuro no se registre nada que con el tiempo cause tristeza alguna, llena de remordimiento.

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