Testimonios para la Iglesia, Vol. 6, p. 163-172, día 354

Deponed toda manifestación de vanidad, porque no os ayuda en vuestra obra; y aun os ruego que estiméis en su verdadero valor vuestro carácter, pues habéis sido comprados por un precio infinito. Sed cuidadosos, dedicados a la oración, serios. No sintáis que podéis mezclar lo común con lo sagrado, lo cual se ha hecho con tanta frecuencia en el pasado, que el discernimiento espiritual de los maestros se ha empañado hasta el punto de no poder distinguir entre lo sagrado y lo común. Han tomado fuego extraño y lo han exaltado, alabado y honrado; y el Señor se ha apartado con desagrado. Maestros, ¿no sería mejor consagrarse plenamente a Dios? ¿Pondríais en peligro vuestras almas por un servicio dividido? 

Tributad el honor debido a Dios por medio de escritos y de la Palabra. Santificad al Señor Dios en vuestros corazones y manteneos siempre listos para dar razón de vuestra esperanza, con humildad y temor, a toda persona que os preguntare. ¿Entenderán esto los maestros de nuestras escuelas? ¿Adoptarán la Palabra de Dios como el libro de texto que los capacitará para ser sabios para la salvación? ¿Impartirán esta excelentísima sabiduría a los alumnos, sugiriendo ideas claras y precisas para que puedan presentarlas a otros? Puede parecer que la enseñanza de Palabra de Dios tiene solamente un efecto ínfimo sobre muchas mentes y corazones; pero si la obra del maestro ha sido cimentada en Dios, algunas lecciones de verdades divinas permanecerán en la memoria, aun de los más negligentes. El Espíritu Santo rociará la semilla sembrada y a menudo brotará después de muchos días, y producirá fruto para la gloria de Dios. 

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El gran Maestro que descendió del cielo no ha instruido a nuestros maestros para que estudien a los autores famosos. Él dice: “Venid a mí… Aprended de mí… y hallaréis descanso para vuestras almas”. Mateo 11:28, 29. Cristo ha prometido, y al aprender lecciones de él, hallaremos reposo. Todos los tesoros del cielo fueron puestos a su disposición a fin de dar estos dones al que busca en forma diligente y perseverante. Él es hecho “sabiduría, justificación, y santificación, y redención”. 1 Corintios 1:30. 

Los maestros deben entender cuáles son las lecciones que deben impartir, o no podrán preparar a los alumnos para ser promovidos a los grados superiores. Deben estudiar las lecciones de Cristo y el carácter de su enseñanza. Deben darse cuenta de la libertad que ellas ofrecen del formalismo y la tradición; y apreciar la originalidad, la autoridad, la espiritualidad, la ternura, la benevolencia y la accesibilidad de sus enseñanzas. Quienes hacen de la Palabra de Dios su estudio, quienes cavan en busca de los tesoros de verdad, llegarán a imbuirse con el espíritu de Cristo, y contemplándolo, serán transformados a su semejanza. Los que aprecian la Palabra enseñarán como discípulos que han estado a los pies de Jesús y se han acostumbrado a aprender de él. En vez de traer libros que contienen las suposiciones de los autores famosos del mundo, dirán: “No me tentéis a considerar de poco valor al más grande Autor y al más prominente Maestro, por medio de quien tengo vida eterna. Él jamás se equivoca. Es la fuente principal de donde fluye toda sabiduría”. Permitid entonces a cada maestro sembrar la semilla de la verdad en la mente de los alumnos. Cristo es el Maestro por excelencia. 

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Nuestro guía es la Palabra del Dios eterno. Ella nos ha hecho sabios para la salvación. Ella debe estar siempre en nuestros corazones y labios. “Escrito está” debe ser nuestra ancla. Los que hacen de la Palabra de Dios su consejera, comprenden las flaquezas del corazón humano y el poder de la gracia de Dios para subyugar cada impulso no santificado e impío. Sus corazones están siempre en oración y tienen el cuidado de ángeles santos. Cuando el enemigo se aproxima como una inundación, el Espíritu de Dios levanta un estandarte contra él, en favor del Maestro. Hay armonía en el corazón; porque la influencia preciosa y poderosa de la verdad gobierna. Hay una revelación de fe que obra por amor y purifica el alma. 

Orad para que podáis nacer de nuevo. Si tenéis este nuevo nacimiento os deleitaréis, no en las formas torcidas de vuestros propios deseos, sino en el Señor. Desearéis estar bajo su autoridad. Lucharéis constantemente por alcanzar un estandarte más elevado. Sin embargo, no seáis solamente lectores de la Biblia, sino también esmerados estudiantes para que sepáis qué demanda Dios de vosotros. Necesitáis un conocimiento experimental de cómo cumplir su voluntad. Cristo es nuestro Maestro.

Que cada maestro en nuestras escuelas y cada administrador en nuestras instituciones estudie lo que es esencial hacer a fin de trabajar en sus filas y llevar con ellos un sentido de perdón, de consuelo y esperanza. 

Mensajeros celestiales son enviados para ministrar a los que serán herederos de salvación; y conversarán con los maestros cuando ellos no estén satisfechos con la muy transitada senda de la tradición, cuando no teman apartarse de las sombras del mundo. Los maestros debieran tener cuidado, no sea que cierren las puertas y el Señor no encuentre la manera de entrar en los corazones de los jóvenes. 

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Palabras de un maestro divino

En sueños de la noche me hallaba yo entre una gran compañía en la que el tema de la educación agitaba la mente de todos los presentes. Muchos presentaban objeciones en cuanto a cambiar el carácter de la educación que había estado en boga por largo tiempo. Uno que desde mucho tiempo había sido nuestro enseñador hablaba a los congregados. Decía: “El asunto de la educación debiera interesar a toda la organización adventista del séptimo día. Las decisiones concernientes al carácter de nuestra obra escolar no debieran dejarse del todo a los directores y maestros”. 

Algunos insistían enérgicamente en que se estudiaran ciertos autores incrédulos y recomendaban los mismos libros condenados por el Señor, libros que por lo tanto, no debieran en manera alguna utilizarse. Después de mucha conversación y acaloradas discusiones, nuestro instructor se adelantó, y tomando algunos libros por los cuales se había abogado calurosamente, por considerarlos esenciales para una educación superior, dijo: “¿Acaso hallaréis en estos autores sentimientos y principios que permitan colocarlos sin peligro alguno en manos de los alumnos? Las inteligencias humanas quedan con facilidad fascinadas por los engaños de Satanás, y estas obras producen desgano por el estudio de la Palabra de Dios, la cual, si se la recibe y aprecia, asegura la vida eterna. Vosotros sois seres sujetos a hábitos, y debéis recordar que los hábitos correctos son bendiciones, tanto en sus efectos sobre vuestro carácter como en su influencia benéfica sobre los demás. Por otra parte, los malos hábitos, una vez establecidos, ejercen un poder despótico y esclavizan las inteligencias. Si nunca hubierais leído una sola palabra en estos libros, seríais hoy mucho más capaces de comprender el Libro más digno de ser estudiado y que proporciona las únicas ideas correctas sobre educación.

“El hecho de que haya sido costumbre incluir estos autores entre los libros de texto, y de que esta costumbre sea muy antigua, no es ningún argumento en su favor. El extendido uso no recomienda necesariamente a dichos libros como seguros o esenciales. Han llevado a millares adonde Satanás llevó a Adán y Eva; esto es, al árbol del conocimiento cuyo fruto Dios nos ha prohibido comer. Han inducido a los alumnos a dejar el estudio de las Escrituras por una clase de estudios que no es esencial. A fin de que los alumnos educados de esa manera lleguen alguna vez a ser idóneos para trabajar por las almas, tendrán que desaprender mucho de los conocimientos adquiridos. Encontrarán, empero, que desaprender es un trabajo difícil, por cuanto ideas censurables han echado raíces en sus mentes como la maleza en un jardín, y como resultado, algunos jamás podrán discernir entre lo correcto y lo erróneo. El bien y el mal se han mezclado en su educación. Se han ensalzado, para que las contemplasen, las imágenes de los hombres y las teorías humanas; de manera que cuando intentan enseñar a otros, la poca verdad que pueden repetir está entretejida con opiniones, dichos y hechos humanos. Las palabras de hombres que demuestran no tener un conocimiento práctico de Cristo no debieran encontrar sitio en nuestras escuelas, pues sólo constituirán obstáculos para la debida educación de la juventud.

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“Tenéis la Palabra del Dios vivo y con sólo pedirlo podéis recibir el don del Espíritu Santo para hacer de dicha Palabra un poder para los que creen y obedecen. La obra del Espíritu Santo es guiar a toda verdad. Cuando dependéis de la Palabra del Dios vivo con el corazón, la mente y el alma, el conducto de comunicación queda expedito. El estudio profundo y ferviente de la Palabra bajo la dirección del Espíritu Santo os suministrará maná fresco, y el mismo Espíritu hará eficaz su empleo. El esfuerzo de los jóvenes para disciplinar la mente para alcanzar elevadas y santas aspiraciones será recompensado. Los que hacen esfuerzos perseverantes en este sentido, y aplican la mente a la tarea de comprender la Palabra de Dios, están preparados para ser obreros juntamente con Dios.

“El mundo reconoce como maestros a algunos a quienes Dios no puede aprobar como instructores seguros. Dejan de lado la Biblia y en cambio recomiendan las producciones de autores ateos como si ellas contuviesen aquel sentir que debiera entrelazarse con el carácter. ¿Qué podéis esperar de una siembra tal? En el estudio de estos libros censurables, tanto la mente de los maestros como la de los alumnos se corrompe, y el enemigo siembra su cizaña. No puede ser de otra manera. Al beber de una fuente impura, se introduce veneno en el organismo. Los jóvenes inexpertos a quienes se hace seguir este orden de estudios reciben impresiones que encauzan sus pensamientos por canales fatales para la piedad. Jóvenes enviados a nuestras escuelas han aprendido de libros tenidos por dignos de confianza, debido a que se usaban y favorecían en las escuelas del mundo. Pero de las escuelas mundanas, imitadas de esta manera, han salido muchos alumnos convertidos en ateos por el estudio de estos mismos libros.

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“¿Por qué no habéis ensalzado la Palabra de Dios por encima de toda producción humana? ¿No basta con mantenerse unido al Autor de toda verdad? ¿No estáis satisfechos con sacar agua fresca de las corrientes del Líbano? Dios tiene fuentes vivas con las cuales refrigerar al alma sedienta, y depósitos de precioso alimento con el cual vigorizar la espiritualidad. Aprended de él y él os habilitará para dar a los que la solicitan una razón de la esperanza que hay en vosotros. ¿Habéis pensado que un conocimiento mejor de lo que el Señor ha dicho tendría efecto deletéreo sobre maestros y alumnos?” 

Hubo silencio en la asamblea y la convicción se apoderó de cada corazón. Hombres que se habían creído entendidos y fuertes vieron que eran débiles y carentes del conocimiento de aquel Libro que concierne al eterno destino del alma humana. El mensajero de Dios tomó entonces de las manos de varios maestros los libros que habían estado estudiando, algunos de los cuales, escritos por autores incrédulos, contenían sentimientos ateos, y los puso a un lado diciendo: “Jamás ha habido momento alguno en vuestra vida en que el estudio de estos libros haya contribuido a vuestro bien y progreso actuales o a vuestro bien eterno futuro. ¿Por qué habríais de llenar vuestros anaqueles con libros que apartan de Cristo la inteligencia? ¿Por qué gastáis dinero en aquello que no es pan? Cristo os ruega: ‘Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón’. Mateo 11:29. ¿Necesitáis comer del Pan de vida que descendió del cielo. Os es necesario ser estudiantes más diligentes de las Sagradas Escrituras y beber de la Fuente de la vida. Sacad, sacad de Cristo en oración ferviente. Lograd una experiencia diaria con respecto a comer la carne y beber la sangre del Hijo de Dios. Nunca podrán los autores humanos satisfacer vuestra gran necesidad para este tiempo; pero con templando a Cristo, autor y consumador de vuestra fe, seréis transformados a su semejanza”. 

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Poniendo la Biblia en manos de ellos, siguió diciendo: “Sabéis poco de este libro. Ignoráis las Escrituras y el poder de Dios y tampoco comprendéis la profunda importancia del mensaje que ha de proclamarse a un mundo que perece. Lo pasado ha demostrado que tanto los maestros como los alumnos saben muy poco de las imponentes verdades que son asuntos vitales para este tiempo. Si el mensaje del tercer ángel fuera proclamado en todos sus aspectos a muchos de los que ocupan el puesto de maestros, no lo comprenderían. Si tuvieseis el saber que viene de Dios, vuestro ser entero proclamaría la verdad del Dios vivo a un mundo muerto en sus transgresiones y pecados. No obstante, se exaltan libros y periódicos que poco contienen de la verdad presente y los hombres se vuelven demasiado doctos para seguir un ‘así dice Jehová’. 

“Cada maestro de nuestras escuelas debe ensalzar al único Dios verdadero; pero muchos de los centinelas están durmiendo. Son como ciegos que guían a otros ciegos. Mas el día del Señor está por sobrecogernos. Como ladrón, viene con paso furtivo y sorprenderá a todos los que no velan. ¿Quiénes, entre los maestros, están despiertos y como fieles dispensadores de la gracia de Dios están dando a la trompeta sonido inconfundible? ¿Quiénes proclaman el mensaje del tercer ángel e invitan al mundo a prepararse para el gran día de Dios? El mensaje que damos tiene el sello del Dios vivo”. 

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Señalando la Biblia, añadió: “Las Escrituras del Antiguo Testamento y del Nuevo se han de combinar en la obra de preparar a un pueblo que subsista en el Día del Señor. Aprovechad fervorosamente vuestras oportunidades actuales. Haced de la Palabra del Dios viviente vuestro libro de texto. Si siempre se hubiera hecho esto, ciertos alumnos ahora perdidos para la causa de Dios serían misioneros. Jehová es el único Dios verdadero y ha de ser reverenciado y adorado. Los que respetan las palabras de autores incrédulos e inducen a los alumnos a considerar estos libros como esenciales en su educación, menoscaban su fe en Dios. El tono, el espíritu, la influencia de estos libros son deletéreos para los que dependen de ellos para adquirir conocimiento. Los alumnos han sido hechos el blanco de influencias que los indujeron a apartar los ojos de Cristo, la Luz del mundo, y los malos ángeles se regocijan porque quienes profesan conocer a Dios le niegan en la forma en que se le ha negado en nuestras escuelas. El Sol de Justicia ha estado resplandeciendo sobre la iglesia, para disipar las tinieblas, y para llamar la atención del pueblo de Dios a la preparación esencial para los que quieren resplandecer como luminares en el mundo. Los que reciban esta luz la comprenderán; los que no la reciban andarán en tinieblas, no sabiendo dónde tropiezan. Nunca esta el alma segura a menos que se halle bajo la dirección divina. Entonces será guiada a toda verdad. La palabra de Cristo caerá con vivo poder sobre los corazones obedientes, y mediante la aplicación de la verdad divina se reproducirá la imagen perfecta de Dios y en el cielo se dirá: ‘Vosotros estáis completos en él’”. Colosenses 2:10. 

En ningún caso debe permitirse a los alumnos emprender tantos estudios que no puedan asistir a los cultos. 

Nadie sino Aquel que creó al hombre puede efectuar un cambio en el corazón humano. Solamente Dios puede realizar la mejora. Cada maestro deberá darse cuenta que debe ser movido por agencias divinas. Los juicios e ideas humanas del más experimentado personaje se hallan propensos a ser imperfectos y defectuosos, y el frágil instrumento, sujeto a sus propios rasgos de carácter hereditario, tiene necesidad de someterse diariamente a la santificación del Espíritu Santo, de lo contrario, el yo tomará las riendas y querrá dirigir. En el espíritu manso y humilde del estudiante, todos los planes, ideas y métodos humanos deben ser traídos a Dios para que los corrija y endose; de otra manera la energía incansable de Pablo y la hábil lógica de Apolos no tendrán poder para efectuar la convicción de las almas. 

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Los internados

Al asistir a nuestros colegios muchos jóvenes quedan separados de las tiernas y refrenadoras influencias del hogar. Precisamente en la época de la vida en que necesitan observación vigilante son arrebatados a la restricción de la influencia y autoridad paternas y colocados en compañía de un gran número de jóvenes de igual edad y de caracteres y costumbres de vida diversos. Muchos de estos han recibido en su infancia escasa disciplina y son superficiales y frívolos; otros han sido reprimidos hasta el exceso y al alejarse de las manos que tenían tal vez demasiado tirantes las riendas del mando, creyeron que tenían libertad para proceder como quisieran. Desprecian hasta el mismo pensamiento de la restricción. Esas compañías aumentan grandemente los peligros de los jóvenes. 

Los internados de nuestras escuelas se han establecido para que nuestros jóvenes no sean llevados de aquí para allá y expuestos a las influencias perjudiciales que abundan por doquiera, sino que, hasta donde sea posible, se les ofrezca la atmósfera de un hogar para que se protejan de las tentaciones conducentes a la inmoralidad y sean guiados a Jesús. La familia del cielo representa lo que debiera ser la familia de la tierra, y los hogares de nuestras escuelas, donde se reúnen jóvenes que buscan una preparación para el servicio de Dios, debieran aproximarse tanto como fuera posible al modelo divino. 

Los maestros que están a cargo de estos hogares llevan graves responsabilidades, pues tienen que hacer las veces de padres y madres, demostrando, lo mismo para uno que para todos los alumnos, un interés semejante al que los padres demuestran por sus hijos. 

Los diversos elementos del carácter de los jóvenes con quienes tienen que tratar les imponen muchas cargas pesadas, y necesitan mucho tacto y paciencia para inclinar en la dirección debida las inteligencias que han sido desviadas por la mala enseñanza. Los maestros necesitan gran capacidad directiva; deben ser fieles a los principios; y, sin embargo, prudentes y benignos, uniendo la disciplina al amor y a la simpatía propia de Cristo. Debieran ser hombres y mujeres de fe, sabiduría y oración. No debieran manifestar una dignidad severa e inflexible, sino mezclarse con los jóvenes e identificarse con ellos en sus gozos y tristezas, como también en la diaria rutina del trabajo. Por lo general, una obediencia alegre y amante será el fruto de tal esfuerzo. 

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