Testimonios para la Iglesia, Vol. 6, p. 311-320, día 369

Pero, ¿qué es esto comparado con el gozo que sentirán en el gran día de la manifestación final? “Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conocemos en parte; pero entonces conoceremos como fuimos conocidos”. 1 Corintios 13:12.

El galardón de los obreros de Cristo es entrar en su gozo. El gozo que el mismo Cristo contempla con vehemente deseo, se presenta en su oración a su Padre: “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo”. Juan 17:24

Cuando Jesús ascendía después de su resurrección, los ángeles esperaban para darle la bienvenida. Las huestes celestiales anhelaban saludar de nuevo a su amado Comandante, devuelto a ellos de la prisión de la muerte. Ansiosamente se apretujaban alrededor de Cristo cuando entraba por las puertas del cielo. Los volvería a saludar, pero su corazón estaba con el grupo de afligidos y solitarios discípulos a quienes había dejado sobre el monte de los Olivos. Y todavía permanece con sus hijos luchadores sobre la tierra, quienes aún deberán pelear con el destructor. “Padre”, dice él, “quiero que los que me has dado, estén también conmigo donde yo estoy”.

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Los redimidos de Cristo son sus joyas, sus preciosos y peculiares tesoros. “Porque como piedras de diadema serán enaltecidos en su tierra”; “las riquezas de la gloria de su herencia en los santos” Zacarías 9:16; Efesios 1:18. En ellos “verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho”. Isaías 53:11

¿No se regocijarán también sus obreros cuando contemplen el fruto de su trabajo? El apóstol Pablo escribe a los conversos de Tesalónica: “Porque ¿cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me gloríe? ¿No lo sois vosotros, delante de nuestro Señor Jesucristo, en su venida? Vosotros sois nuestra gloria y gozo”. 1 Tesalonicenses 2:19, 20. También exhorta a los hermanos de Filipo a ser “irreprensibles y sencillos”, a resplandecer “como luminares en el mundo; asidos de la palabra de vida; para que en el día de Cristo yo pueda gloriarme de que no he corrido en vano, ni en vano he trabajado”. Filipenses 2:15, 16

Cada impulso del Espíritu Santo para guiar a los hombres al bien y a Dios queda registrado los libros del cielo, y en el día de Dios, todos los que han actuado como instrumento para la obra del Espíritu Santo, se les permitirá contemplar lo que su vida ha realizado.

La viuda pobre que depositó sus dos blancas en la tesorería del Señor, ignoraba las consecuencias de lo que estaba haciendo. Su ejemplo de abnegación ha surtido efecto una y otra vez sobre miles de corazones en todas partes y en todo tiempo. Ha traído a la tesorería del Señor ofrendas tanto del encumbrado como del humilde, del acaudalado como del pobre. Ha ayudado a sostener misiones, establecer hospitales, alimentar a los hambrientos, vestir a los desnudos, sanar al enfermo y predicar el Evangelio a los pobres. Multitudes han sido bendecidas a través de su desprendida acción. Y en el día de Dios, a ella se le permitirá ver la influencia que tuvo su acto. Lo mismo será con la valiosa ofrenda de María Magdalena al Señor. ¡Cuántos han sido inspirados hacia el servicio amante al recordar el vaso de alabastro roto! ¡Y cuán grande será el regocijo de ella cuando contemple los resultados!

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Será maravillosa la alegría cuando se revelen sus afanes y desvelos con sus preciosos resultados. ¡Cuán grande será la gratitud de las personas que se reunirán con nosotros en las cortes celestiales cuando comprendan el tierno y amante interés manifestado en su salvación! Para Dios y al Cordero serán la alabanza, la honra y la gloria por nuestra redención; pero no se disminuirá la gloria de Dios al expresar gratitud a los que han sido sus instrumentos en la salvación de las personas que estaban a punto de perderse.

Los redimidos encontrarán y reconocerá a las personas cuya atención dirigieron hacia el exaltado Salvador. ¡Qué santa conversación sostienen con estas personas! Se oirá: “Yo era un pecador sin Dios y sin esperanza en el mundo, y te acercaste a mí, y dirigiste mi atención hacia el precioso Salvador como mi única esperanza. Y yo creí en él. Me arrepentí de mis pecados y fui capacitado para sentarme con sus santos en los lugares celestiales junto a Cristo Jesús”. Otros dirán: “Yo era pagano en tierras paganas. Tú dejaste tus amigos y cómodo hogar, y viniste a enseñarme cómo encontrar a Jesús y creer en él como el único verdadero Dios. Destruí mis ídolos y adoré a Dios, y ahora lo veo cara a cara. Estoy salvo, para siempre salvo para contemplar por la eternidad a quien amo. Entonces lo veía con el ojo de la fe, mas ahora lo veo como es él. Puedo expresar mi gratitud por su misericordia redentora a Aquel que me amó y me lavó de mis pecados en su propia sangre”.

Otros expresarán su gratitud a los que alimentaron al hambriento y cubrieron al desnudo. “Cuando la desesperación envolvió mi alma en incredulidad, el Señor te envió a mí”, dicen ellos, “para que dijeras palabras de esperanza y consuelo. Me llevaste alimentos para mis necesidades físicas, y me enseñaste Palabra de Dios, haciéndome consciente de mis necesidades espirituales. Me trataste como a un hermano. Simpatizaste conmigo en mis aflicciones y restauraste mi alma magullada y herida para que pudiera asirme de la mano de Cristo, que se extendía para salvarme. Pacientemente me enseñaste en mi ignorancia que tenía un Padre en el cielo que se preocupaba por mí. Me leíste las preciosas promesas de la Palabra de Dios. Inspiraste en mí la fe de que Jesús me salvaría. Mi corazón se enterneció, subyugado, quebrantado a medida que contemplaba el sacrificio que Cristo hizo por mí. Llegué a sentir hambre por el pan de vida, y la verdad fue preciosa para mi alma. Aquí estoy salvo, eternamente salvo para alabar a Aquel que dio su vida por mí”.

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¡Qué regocijo habrá cuando estos redimidos se encuentren con los que se preocuparon por ellos! Y los que vivieron, no para complacerse a sí mismos, sino para ser una bendición para el infortunado que tiene tan pocas bendiciones, ¡cuán viva será la emoción que inundará sus corazones de satisfacción! Comprenderán esta promesa: “Serás bienaventurado; porque no te podrán recompensar: pero te será recompensado en la resurrección de los justos”. Lucas 14:14. “Entonces te deleitarás en Jehová y yo te haré subir sobre las alturas de la tierra, y te daré a comer la heredad de Jacob tu padre; porque la boca de Jehová lo ha hablado”. Isaías 58:14.

“No temas… yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande”. Génesis 15:1.

“Yo soy tu parte y tu heredad”. Números 18:20.

“Y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor”. Juan 12:26.

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Sección 5—El colportaje

“Dichosos vosotros los que sembrais junto a todas las aguas”.

La importancia del colportaje

La obra del colportaje, debidamente practicada, es obra misionera del más alto nivel, y es un método tan bueno y exitoso como cualquiera que se pueda usar para presentar a la gente las valiosas verdades importantes para este tiempo. La importancia de la obra del ministerio es indudable; pero muchos que tienen hambre del pan de vida no tienen la oportunidad de oír la Palabra por medio de los predicadores delegados por Dios. Por esta razón es esencial que nuestras publicaciones circulen ampliamente. Así el mensaje llegará donde el predicador no puede ir, y la atención de muchos será atraída a los acontecimientos importantes relacionados con las escenas finales de la historia de este mundo.

Dios ha ordenado la obra del colportaje como un medio de presentar a la gente la luz contenida en nuestros libros, y los colportores deben comprender cuán indispensable es presentar al mundo, tan pronto como sea posible, los libros necesarios para su educación e ilustración espirituales. Esta es en verdad la obra que el Señor quiere que su pueblo haga en este tiempo. Todos los que se consagran a Dios para trabajar como colportores están ayudando a dar el último mensaje de amonestación al mundo. Nunca se valorará demasiado esta obra; porque si no fuese por los esfuerzos del colportor, muchos jamás oirían la amonestación divina.

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Es cierto que algunos que compran los libros los dejarán en los estantes o los pondrán sobre la mesa de la sala, y rara vez los mirarán. Sin embargo, Dios cuida de su verdad, y llegará el día cuando estos libros serán buscados y leídos. La enfermedad o la desgracia pueden entrar en el hogar, y por medio de la verdad contenida en los libros Dios concede paz, esperanza y descanso a los corazones afligidos. Su amor les es revelado, y comprenden cuán precioso es el perdón de sus pecados. De esa manera coopera el Señor con sus obreros abnegados.

Son muchos los que a causa del prejuicio no conocerán la verdad a menos que alguien la lleve a sus casas. El colportor puede encontrar a tales personas y muchas personas a causa del prejuicio, no conocerán la verdad a menos que alguien la llevea sus casas. Existe una clase de obra especial que el colportor puede realizar con mejor éxito que otros en sus visitas de casa en casa. Puede familiarizarse con la gente y comprender sus verdaderas necesidades; también puede orar con ella y señalarle al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Así se preparará el camino para que el mensaje especial pare esto tiempo impresione sus mentes.

Hay una gran responsabilidad sobre el colportor. Debiera ir a su trabajo preparado para explicar las Escrituras. Si pone su confianza en el Señor mientras va de lugar en lugar, los ángeles de Dios estarán a su alrededor para ayudarle a hablar con palabras que infundan luz, esperanza y valor a muchas almas.

El colportor debe recordar que tiene la oportunidad de sembrar en todo terreno. Mientras vende los libros que contienen la verdad, recuerde que está haciendo la obra de Dios, y que todo talento debe emplearse para gloria de su nombre. Dios estará con todo el que desea conocer la verdad para presentarla claramente a otros. Dios ha hablado con sencillez y claridad: “Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga”. Apocalipsis 22:17. Debemos instruir sin tardanza a quienes lo necesitan, para llevarlos al conocimiento de la verdad como está en Jesús.

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Las ovejas perdidas del redil de Dios están esparcidas por todo lugar, y se está descuidando la obra que tendría que hacerse en su favor. Por la luz recibida, sé que debiera haber cien colportores donde hay uno. Debería animarse a los colportores a hacer esta clase de obra; no a vender libros con historias, sino a presentar al mundo los libros que contienen la verdad más importante para este tiempo.

Salgan los colportores con la Palabra del Señor, recordando que los que obedecen los mandamientos y enseñan a otros a obedecerlos serán recompensados al ver las almas convertirse; y un alma verdaderamente convertida traerá otras a Cristo. Así entrará la obra en nuevos territorios.

Ha llegado el tiempo en que los colportores deben hacer una gran obra. El mundo está dormido y, como atalayas, deben proclamar la amonestación para advertir a los que duermen del peligro en que se encuentran. Las iglesias no conocen el tiempo de su visitación. Con frecuencia la mejor manera como pueden aprender la verdad, es por los esfuerzos del colportor. Los que salen en nombre del Señor son sus mensajeros para dar a las multitudes que están en las tinieblas y el error, las gratas nuevas de la salvación en Cristo, en obediencia a la ley de Dios.

Se me ha revelado que aun donde la gente puede escuchar a un predicador, el colportor debe realizar su obra en colaboración con el ministro; porque aunque el predicador presente fielmente el mensaje, la gente no lo puede retener todo. La página impresa es por lo tanto esencial, no sólo para despertarlos y hacerles comprender la importancia de la verdad para este tiempo, sino para arraigarlos y fundamentarlos en ella y afirmarlos contra los errores engañosos. Los libros y periódicos son los medios dispuestos por el Señor para mantener constantemente delante de la gente el mensaje para este tiempo. En lo que concierne a instruir y confirmar a la gente en la verdad, las publicaciones harán una obra mayor que la que puede hacer el ministerio de la palabra hablada por su propia cuenta. Los mensajeros silenciosos que se colocan en los hogares de la gente por la obra del colportor, de todas maneras fortalecerán la obra del ministerio evangélico, porque el Espíritu Santo impresionará la mente de los que lean los libros, así como impresiona la mente de los que escuchan la predicación de Palabra. El mismo ministerio de los ángeles que acompaña la obra del predicador, acompaña también a los libros que contienen la verdad.

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Las noticias de todo esfuerzo exitoso de nuestra parte para despejar las tinieblas y difundir la luz y el conocimiento de Dios y de Jesucristo, el Enviado, son llevadas al cielo. El acto conmueve a los principados y las potestades, y despierta la simpatía de todos los seres celestiales.

“Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento. Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden; a estos ciertamente olor de muerte para muerte, y a aquéllos olor de vida para vida. Y para estas cosas, ¿quién es suficiente?” 2 Corintios 2:14-16.

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Las cualidades del colportor

Puesto que el colportaje con nuestras publicaciones es una obra misionera, debe ser enfocado desde un punto de vista misionero. Los que son elegidos como colportores deben ser hombres y mujeres que sientan la preocupación de servir, cuyo blanco no sea obtener ganancias, sino llevar la luz a la gente. Todo nuestro servicio debe prestarse para gloria de Dios, para dar la luz de la verdad a los que están en tinieblas. Los principios egoístas, el amor a las ganancias, el prestigio a la posición, no deben mencionarse siquiera entre nosotros.

Los colportores necesitan estar diariamente convertidos a Dios, a fin de que sus obras y hechos sean sabor de vida para vida, y puedan ejercer una influencia salvadora. La razón por la cual muchos han fracasado en la obra del colportaje es porque no eran verdaderos cristianos; no conocían el espíritu de la conversión. Tenían la teoría de cómo debía ser hecha la obra, pero no sentían que dependían de Dios.

Colportores, recordad que en los libros que vendéis no estáis presentando la copa que contiene el vino de Babilonia, las doctrinas erróneas ofrecidas a los reyes de la tierra, sino la copa que contiene las preciosas verdades de la redención. ¿Beberéis vosotros mismos de ella? Vuestras mentes deben estar sujetas a la voluntad de Cristo, y él pondrá en ellas su propio sello. Contemplándolo, podéis ser transformados de gloria en gloria, de carácter en carácter. Dios quiere que vayáis al frente, hablando las palabras que os dé. Él quiere que demostréis que ponéis en alto a la humanidad, que ha sido comprada por la preciosa sangre del Salvador. Cuando os dejéis caer sobre la roca y seáis quebrantados, experimentaréis el poder de Cristo, y otros reconocerán el poder de la verdad en vuestro corazón.

A los que están asistiendo a la escuela para aprender a hacer la obra de Dios más perfectamente, les digo: Recordad que es únicamente por una consagración diaria a Dios como llegaréis a ser ganadores de almas. Ha habido quienes no podían ir a la escuela porque eran demasiado pobres para sufragar sus gastos, pero cuando llegaron a ser hijos e hijas de Dios, en el lugar y el trabajo donde estaban obraron en favor de quienes los rodeaban. Aunque privados del conocimiento que se obtiene en la escuela, se consagraron a Dios, y Dios obró por su medio. Como los discípulos, cuando fueron llamados de sus oficios de pescadores a seguir a Cristo, aprendieron preciosas lecciones del Salvador. Se vincularon con el gran Maestro, y el conocimiento que adquirieron de las Escrituras los calificó para hablar a otros de él. Así llegaron a ser verdaderamente sabios, porque no eran demasiado sabios en su propia opinión para recibir instrucción de lo alto. El poder renovador del Espíritu Santo les dio energía práctica y salvadora.

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El conocimiento del hombre más sabio, que no ha aprendido en la escuela de Cristo, es insensatez en lo que se refiere a conducir almas al Señor. Dios puede obrar únicamente por medio de quienes aceptan la invitación: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Por que mi yugo es fácil, y ligera mi carga”. Mateo 11:28-30.

Muchos de nuestros colportores se han apartado de los principios correctos. El deseo de obtener ventajas mundanales desvió su mente del verdadero propósito y espíritu de la obra. Nadie piense que con ostentación se impresionará correctamente a la gente. Con esto no se conseguirán los mejores ni más permanentes resultados. Nuestra obra consiste en dirigir las mentes a las verdades solemnes para este tiempo. Solamente cuando nuestro propio corazón esté lleno del espíritu de las verdades contenidas en el libro que vendemos, y cuando con humildad llamemos la atención de la gente a esas verdades, el verdadero éxito acompañará nuestros esfuerzos; porque únicamente entonces el Espíritu Santo, que convence de pecado, de justicia y de juicio, estará presente para impresionar los corazones.

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