Testimonios para la Iglesia, Vol. 6, p. 389-398, día 377

Los que se quejan

“Vuestras palabras contra mí han sido violentas, dice Jehová. Y dijisteis: ¿Qué hemos hablado contra ti? Habéis dicho: Por demás es servir a Dios. ¿Qué aprovecha que guardemos su ley, y que andemos afligidos en presencia de Jehová de los ejércitos? Decimos, pues, ahora: Bienaventurados los soberbios, y los que hacen impiedad no sólo son los prosperados, sino que tentaron a Dios y escaparon”. vers. 13-15. Así se quejan los que retienen lo que pertenece a Dios. El Señor les dice que le prueben trayendo sus diezmos al alfolí, para ver si no derramará sobre ellos bendición. Pero albergan la rebelión en su corazón y se quejan de Dios; al mismo tiempo que le roban y disipan sus bienes. Cuando su pecado les es presentado, dicen: He tenido adversidades; mis cosechas han sido pocas; pero los malos prosperan. No vale la pena guardar el mandato del Señor. 

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Dios no quiere que nadie ande lamentándose delante de él. Los que así se quejan de Dios han atraído la adversidad sobre sí mismos. Robaron a Dios, y su causa se vio estorbada porque el dinero que debería haber afluido a su tesorería se dedicó a fines egoístas. Fueron desleales a Dios al no seguir el plan prescrito por él. Cuando Dios los prosperó y les pidió que le diesen su porción, sacudieron la cabeza y no reconocieron que era su deber hacerlo. Cerraron los ojos de su entendimiento a fin de no ver. Retuvieron el dinero del Señor, y trabaron la obra que él quería que se hiciese. Dios no fue honrado por el uso dado a los bienes que él había confiado. Por lo tanto, dejó caer la maldición sobre ellos, permitiendo que el devorador destruyese sus frutos y trajese calamidad sobre ellos. 

“Los que temen a Jehová

”En (Malaquías 3:16) se presenta una clase de personas diferentes, una clase que se reunía, no para criticar a Dios, sino para hablar de su gloria y de sus misericordias. Habían sido fieles a su deber. Habían dado lo suyo al Señor. Daban testimonios que hacían cantar y regocijar a los ángeles celestiales. No tenían quejas contra Dios. A los que andan en la luz y son fieles y leales en el cumplimiento de su deber, no se les oye quejarse ni emitir críticas. Pronuncian palabras de valor, esperanza y fe. Son los que se sirven a sí mismos, los que no dan a Dios lo suyo, los que se quejan. 

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“Entonces los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre. Y serán para mí especial tesoro, ha dicho Jehová de los ejércitos, en el día que yo actúe, y los perdonaré como el hombre que perdona a su hijo que le sirve. Entonces os volveréis y discerniréis de ver la diferencia entre el justo y el malo, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve” vers. 16-18. 

La recompensa de la generosidad expresada con toda el alma consiste en que la mente y el corazón son puestos en comunión más íntima con el Espíritu. 

El hombre que sufrió desgracias y se endeudó, no debe tomar la parte del Señor para cancelar sus deudas con sus semejantes. Debe considerar que se le está probando en este asunto y que al usar para sí la parte del Señor, roba al Dador. Es deudor a Dios por todo lo que tiene, pero llega a ser doblemente deudor cuando emplea el fondo del Señor para pagar lo que le debe a seres humanos. Frente a su nombre se escriben en los libros del cielo las palabras: “Infidelidad a Dios”. Tiene que arreglar una cuenta con Dios por haberse apropiado los recursos del Señor para su propia conveniencia. Y en su manejo de otros asuntos manifestará la misma falta de principios que reveló al apropiarse indebidamente de los recursos de Dios. Ello se verá en todo lo relacionado con sus propios negocios. El hombre que roba a Dios cultiva rasgos de carácter que le impedirán ser admitido en la familia de Dios en el cielo. 

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Un empleo egoísta de las riquezas demuestra que uno es infiel a Dios e incapacita al administrador de los recursos para el cometido superior del cielo. 

Hay por doquiera canales por los cuales podría fluir la benevolencia. Se producen constantemente necesidades, hay misiones que se ven estorbadas por falta de recursos. Deberán ser abandonadas a menos que los hijos de Dios se despierten y comprendan el verdadero estado de cosas. No esperéis hasta el momento de la muerte para hacer vuestro testamento, porque debéis disponer de vuestros recursos mientras vivís. 

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Cristo en toda la Biblia

El Poder de Cristo, el Salvador crucificado para dar vida eterna, debe ser presentado al pueblo. Debemos demostrarle que el Antiguo Testamento es tan ciertamente el Evangelio en sombras y figuras, como el Nuevo Testamento lo es en su poder desarrollado. El Nuevo Testamento no presenta una religión nueva; el Antiguo Testamento no presenta una religión que haya de ser superada por el Nuevo. El Nuevo Testamento es tan sólo el progreso y desarrollo del Antiguo. Abel creía en Cristo, y fue tan ciertamente salvado por su poder, como lo fueron Pedro y Pablo. Enoc fue representante de Cristo tan seguramente como el amado discípulo Juan. Enoc anduvo con Dios, y ya no fue hallado, porque Dios lo llevó consigo. A él fue confiado el mensaje de la segunda venida de Cristo. “De estos también profetizó Enoc, séptimo desde Adán, diciendo: He aquí, vino el Señor con sus santas decenas de millares”. Judas 14. El mensaje predicado por Enoc, y su traslado al cielo, fue un argumento convincente para todos los que vivían en su tiempo; un argumento que Matusalén y Noé pudieron usar con poder para demostrar que los justos podían ser trasladados. 

El Dios que anduvo con Enoc era nuestro Dios y Salvador Jesucristo. Era la luz del mundo como lo es ahora. Los que vivían entonces no estuvieron sin maestros que los instruyesen en la senda de la vida; porque Noé y Enoc eran cristianos. El Evangelio se da en preceptos en Levítico. Se requiere ahora obediencia implícita como entonces. ¡Cuán esencial es que comprendamos la importancia de esta palabra!

Se hace la pregunta: ¿Cuál es la causa de la escasez que hay en la iglesia? La respuesta es: Permitimos que nuestras mentes sean apartadas de la Palabra. Si la Palabra de Dios fuese ingerida como alimento del alma; si fuese tratada con respeto y deferencia, no habría necesidad de los muchos y repetidos Testimonios que se dan. Las simples declaraciones de las Escrituras serían recibidas y obedecidas.

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Sus principios vitales son como las hojas del árbol de la vida para la sanidad de las naciones. 

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Nuestra actitud hacia las autoridades civiles

Algunos de nuestros hermanos han dicho y escrito muchas cosas que se interpretan como opuestas al gobierno y las leyes. Es un error exponernos así a una interpretación errónea. No es prudente censurar continuamente lo que están haciendo los gobernantes. Nuestra obra no consiste en atacar a los individuos o las instituciones. Debemos ejercer gran cuidado para no ser interpretados como opositores a las autoridades civiles. Es verdad que nuestra guerra es agresiva, pero nuestras armas deben basarse en un claro “Así dice Jehová”. Nuestra obra consiste en preparar un pueblo que subsista en el gran día de Dios. No debemos desviarnos y entrar en cosas que estimularán la controversia, ni despertar antagonismo en los que no son de nuestra fe. 

No debemos trabajar de una manera que nos señale como que parece abogar por la traición. Debemos eliminar de nuestros escritos y expresiones toda declaración que, por sí misma, podría representarse falsamente y hacernos aparecer como opositores a la ley y al orden. Todo debe considerarse cuidadosamente, no sea que sentemos por escrito algo que parezca alentar la deslealtad para nuestro país y sus leyes. No se requiere de nosotros que desafiemos a las autoridades. Vendrá un momento en que, a causa de nuestra defensa de la verdad bíblica, seremos tratados como traidores; pero no lo apresuremos por actos imprudentes que despierten animosidad y disensión.

Llegará el momento en que las expresiones incautas de un carácter denunciador, que hayan sido pronunciadas o escritas negligentemente por nuestros hermanos, serán usadas por nuestros enemigos para condenarnos. Las emplearán no sólo para condenar a los que hicieron las declaraciones, sino que las atribuirán a toda la organización adventista. Nuestros acusadores dirán que en tal y tal día, uno de nuestros dirigentes dijo esto y lo otro, contra la administración de las leyes de este gobierno. Muchos se quedarán asombrados al ver cómo fueron archivadas muchas cosas que darán pie a los argumentos de nuestros adversarios. Muchos se sorprenderán al oír cómo sus propias palabras se repiten exageradas, para darles un significado que no se proponían darles. Por lo tanto, ejerzan cuidado nuestros hermanos y hablen cautelosamente en todo momento y en toda circunstancia. Sean todos cautos, no sea que por expresiones temerarias provoquen un tiempo de aflicción antes de la gran crisis que ha de probar las almas de los hombres. 

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Cuantas menos acusaciones directas hagamos contra las autoridades y potestades, tanto mayor será la obra que podremos realizar en los Estados Unidos y en los otros países; pues las demás naciones seguirán el ejemplo de los Estados Unidos. Si bien estos encabezarán el movimiento, la misma crisis sobrevendrá a nuestro pueblo en todas partes del mundo.

Nuestra obra consiste en magnificar y exaltar la ley de Dios. La verdad de la santa Palabra de Dios debe ser manifestada. Debemos enaltecer las Escrituras como norma de vida. Con toda modestia, con un espíritu de gracia y el amor de Dios, debemos indicar a los hombres que el Señor Dios es el Creador de los cielos y de la tierra, y que el séptimo día es reposo de Jehová.

En el nombre del Señor hemos de avanzar, desplegar su estandarte y defender su Palabra. Cuando las autoridades nos ordenen que no hagamos esta obra; cuando nos prohíban proclamar los mandamientos de Dios y la fe de Jesús, entonces será necesario que digamos como los apóstoles: “Juzgad si es justo delante de Dios obedecer antes a vosotros que a Dios: porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído”. Hechos 4:19. 

La verdad ha de ser presentada con el poder del Espíritu Santo. Es lo único que puede dar eficacia a nuestras palabras: Únicamente por el poder del Espíritu se habrá de ganar y conservar la victoria. El agente humano debe ser movido por el Espíritu de Dios. Los obreros deben ser guardados para la salvación por el poder de Dios mediante la fe. Deben tener sabiduría divina, a fin de que nada de lo que digan incite a los hombres a cerrarnos el camino. Inculcando la verdad espiritual, hemos de preparar un pueblo que podrá, con mansedumbre y temor, dar razón de su fe ante las autoridades supremas de nuestro mundo. 

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Necesitamos presentar la verdad en su sencillez, defender la piedad práctica; y debemos hacer esto con el espíritu de Cristo. La manifestación de un espíritu tal ejercerá la mejor influencia sobre nuestras propias almas, y tendrá un poder convincente sobre los demás. Demos al Señor oportunidad de obrar por intermedio de sus propios agentes. No nos imaginemos que podremos trazar planes para el futuro; reconozcamos a Dios como el que está manejando el timón en todo tiempo y en toda circunstancia. Él obrará por los medios adecuados, y sostendrá, ensanchará y fortalecerá su pueblo.

Los agentes del Señor deben tener un celo santificado y completamente regido por él. Los tiempos tormentosos nos sobrecogerán bastante pronto, y no debemos seguir una conducta impropia que apresure su llegada. Vendrá una tribulación de un carácter tal que impulsará hacia Dios a todos los que deseen ser suyos y solamente suyos. Hasta que seamos probados en el horno de fuego no nos conoceremos a nosotros mismos, y no es propio que midamos el carácter de los demás ni condenemos a aquellos que no han recibido todavía la luz del mensaje del tercer ángel.

Si deseamos que los hombres se convenzan de que la verdad que creemos santifica el alma y transforma el carácter, no los abrumemos constantemente con acusaciones vehementes. Con ello tan sólo lograríamos imponerles la conclusión de que la doctrina que profesamos no puede ser la cristiana, ya que no nos hace bondadosos ni corteses. El cristianismo no se manifiesta por acusaciones pugilísticas y condenatorias. 

Muchos de nuestros hermanos corren el riesgo de procurar ejercer sobre otros un poder controlador y oprimir a sus semejantes. Existe el peligro de que aquellos a quienes se han confiado responsabilidades conozcan un solo poder: el de la voluntad no santificada. Algunos han ejercido este poder sin escrúpulo y han perjudicado grandemente a aquellos a quienes el Señor está usando. Una de las mayores maldiciones de nuestro mundo (que se ve en las iglesias y por doquiera) es el amor a la supremacía. Los hombres se dejan absorber por la búsqueda del poder y de la popularidad. Para nuestro agravio y vergüenza, este espíritu se ha manifestado en las filas de los observadores del sábado. Pero el éxito espiritual es solamente para los que han adquirido mansedumbre y humildad en la escuela de Cristo. 

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Debemos recordar que el mundo nos juzgará por lo que aparentemos ser. Procuren no manifestar inconsecuencia de carácter los que quieren representar a Cristo. Antes de avanzar al frente, veamos que el Espíritu Santo haya sido derramado sobre nosotros. Cuando tal sea el caso daremos un mensaje decidido, pero de un carácter mucho menos condenatorio que el que han estado dando algunos. Entonces todos los creyentes serán mucho más fervientes en pro de la salvación de nuestros oponentes. Dejemos a Dios la responsabilidad de condenar a las autoridades y a los gobiernos. Con mansedumbre y amor, defendamos como centinelas fieles los principios de la verdad tal cual es en Jesús. 

El amor fraternal

Las características más necesarias, y que deben atesorar los que respetan los mandamientos de Dios, son la paciencia y la perseverancia, la paz y el amor. Cuando falta el amor, ocurre una pérdida irreparable; las personas se alejarán de la verdad aun cuando se hayan relacionado con la causa de Dios. Nuestros hermanos que ocupan puestos de responsabilidad y que ejercen poderosa influencia, deberían recordar las palabras del apóstol Pablo inspiradas por el Espíritu Santo: “Así que, los que somos fuertes debemos soportar las flaquezas de los débiles, y no agradarnos a nosotros mismos. Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno, para edificación. Porque ni aun Cristo se agradó a sí mismo; antes bien, como está escrito: Los vituperios de los que te vituperaban cayeron sobre mí”. Romanos 15:1-3. Dice también: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo”. Gálatas 6:1, 2. 

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Recordemos que la obra de restituir al errante debe ser nuestra principal preocupación. Esta labor no se debe realizar de manera orgullosa, entrometida o dominante. Nuestro comportamiento no debe expresar: “Se me ha concedido autoridad y la utilizaré” para lanzar acusaciones sobre los que han errado. Debemos restaurar al pecador “con un espíritu de mansedumbre, no sea que tú también seas tentado”. La obra que debemos realizar por nuestros hermanos no es que los rechacemos, ni que los llevemos al desánimo, o a la desesperación al decir: “Usted me ha decepcionado, por lo tanto no trataré de ayudarlo”. Quien se erige como juez repleto de sabiduría y poder, para pisotear a los que se sienten oprimidos y necesitados de ayuda, manifiesta el espíritu de los fariseos y se arropa con el manto de su autoproclamada dignidad. Internamente agradece a Dios porque no es como los demás, y supone que su actitud es encomiable, y que es bastante fuerte para no ser tentado. Sin embargo, no es así: “Porque el que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña”. Gálatas 6:3. Tal persona estará en constante peligro. Quien ignora las serias dificultades de su hermano será llevado por los designios divinos al mismo terreno que su hermano ha atravesado en medio de la prueba y el dolor. Por medio de esa amarga experiencia aprenderá que él mismo es tan necesitado y desvalido como la persona a quien ha rechazado. “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”. Gálatas 6:7. 

“Por tanto, si hay alguna consolación en Cristo, si algún consuelo de amor, si alguna comunión del Espíritu, si algún afecto entrañable, si alguna misericordia, completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa. Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús”. Filipenses 2:1-5. 

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