Testimonios para la Iglesia, Vol. 6, p. 47-55, día 342

Antiguamente el Señor ordenó a su pueblo que se reuniera tres veces al año para rendirle culto. Los hijos de Israel acudían a aquellas santas convocaciones, trayendo a la casa de Dios sus diezmos, así como las ofrendas por el pecado y las de gratitud. Se reunían para relatar las misericordias de Dios, para conocer sus obras admirables, tributarle agradecimiento y alabar su nombre. Debían participar en el servicio de sacrificios que señalaba a Cristo como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Así habían de preservarse del poder corruptor de la mundanalidad y la idolatría. La fe, el amor y la gratitud debían mantenerse vivos en su corazón, y al congregarse en ese servicio sagrado se vinculaban más estrechamente con Dios y unos con otros. 

En los días de Cristo vastas muchedumbres provenientes de todos los países asistían a aquellas fiestas, y si las hubieran observado como Dios quería, con un espíritu de verdadera adoración, la luz de la verdad podría haber sido esparcida por su intermedio a todas las naciones del mundo. 

Los que residían lejos del tabernáculo debían emplear más de un mes cada año para asistir a esas santas convocaciones. El Señor vio que aquellas reuniones eran necesarias para la vida espiritual de su pueblo. Necesitaban apartarse de los cuidados mundanales, para comulgar con Dios y contemplar las realidades invisibles. 

Si los hijos de Israel necesitaban el beneficio de aquellas santas convocaciones en su tiempo, ¡cuánto más lo necesitamos nosotros en estos últimos días de peligro y conflicto! Si los habitantes del mundo necesitaban entonces la luz que Dios le había confiado a su iglesia, ¡cuánto más la necesitan ahora! 

Este es el momento en que cada uno debe acudir en auxilio de Jehová contra los poderosos. Las fuerzas del enemigo se están vigorizando, y se calumnia a nuestro pueblo. Deseamos que la gente llegue a conocer nuestras doctrinas y nuestra obra. Queremos que sepan lo que somos y lo que creemos. Debemos llegar a su corazón. Ocupe el ejército de Jehová el terreno para representar la obra y causa de Dios. No presentemos excusas. El Señor nos necesita. Él no hace su obra sin la cooperación del agente humano. Id al congreso aun cuando ello os cueste un sacrificio. Id con la voluntad de trabajar. Y haced todo esfuerzo posible por inducir a vuestros amigos a ir, no en vuestro lugar, sino con vosotros, para estar de parte del Señor y obedecer sus mandamientos. Ayudad a aquellos que tienen interés en asistir, proveyéndoles, si es necesario, alimento y alojamiento. Os acompañarán los ángeles enviados para ministrar a los que han de heredar la salvación. Dios hará grandes cosas por su pueblo. Bendecirá todo esfuerzo hecho para honrar a su causa y hacer progresar su obra. 

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La preparación del corazón

En estas reuniones debemos recordar siempre que hay dos fuerzas que obran. Se está librando una batalla que los ojos humanos no ven. El ejército del Señor está en el terreno, procurando salvar almas. Satanás y su hueste están también obrando, procurando de toda manera posible engañar y destruir. El Señor nos ordena: “Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las acechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”. Efesios 6:11-12. Día tras día sigue la batalla. Si pudiesen abrirse nuestros ojos para ver cómo obran los agentes buenos y malos, no habría trivialidades, ni vanidad ni bromas. Si cada uno quisiera revestirse con toda la armadura de Dios y pelear virilmente las batallas del Señor, se ganarían victorias que harían temblar el reino de las tinieblas. 

Ninguno de nosotros debe asistir a un congreso confiando en los ministros o los obreros bíblicos para que la reunión resulte bendecida. Dios no desea que su pueblo descanse por completo en los pastores. No quiere que se debilite dependiendo de los seres humanos. Los creyentes no deben apoyarse como niños impotentes sobre alguien como si fuera un puntal. Como mayordomo en la iglesia de Dios, cada miembro de iglesia debe sentir la responsabilidad de tener vida y raíces propias. Cada uno debe sentir que, en cierta medida, el éxito de la reunión depende de él. No digáis: “No soy responsable. No tendré nada que hacer en esta reunión”. Si estos son vuestros sentimientos, dais a Satanás la oportunidad de trabajar por vuestro intermedio. Él llenará vuestra mente de pensamientos, y os dará algo que hacer en sus filas. En vez de “reunir” con Cristo, estaréis “dispersando”. 

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El éxito de la reunión depende de la presencia y el poder del Espíritu Santo. Todo aquel que ama la causa de la verdad debiera orar por el derramamiento del Espíritu. Y en cuanto esté en nuestro poder, debemos suprimir todo lo que impida que él actúe. El Espíritu Santo no podrá nunca ser derramado mientras los miembros de la iglesia alberguen divergencias y amarguras los unos hacia los otros. La envidia, los celos, las malas sospechas y las maledicencias son de Satanás, y cierran eficazmente el camino para que el Espíritu Santo no intervenga. No hay nada en este mundo que sea tan precioso para Dios como su iglesia. No hay nada que él proteja con un celo más esmerado. No hay nada que ofenda tanto a Dios como un acto que perjudique la influencia de aquellos que le sirven. Él llamará a cuenta a todos los que ayuden a Satanás en su obra de criticar y desalentar. 

Los que se hallan desprovistos de compasión, ternura y amor, no pueden hacer la obra de Cristo. Antes que pueda cumplirse la profecía de que el débil será “como David,” y la casa de David “como ángel de Jehová” (Zacarías 12:8), los hijos de Dios deben poner a un lado todo pensamiento de sospecha con respecto a sus hermanos. Los corazones deben latir al unísono. Debe manifestarse mucho más abundantemente la benevolencia cristiana y el amor fraternal. Repercuten en mis oídos las palabras: “Uníos, uníos.” La verdad solemne y sagrada para este tiempo debe unificar al pueblo de Dios. Debe morir el deseo de preeminencia. Un tema de emulación debe absorber todos los demás: “¿Quién se asemejará más a Cristo en su carácter? ¿Quién se esconderá más completamente en Jesús?” 

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“En esto es glorificado mi Padre—dice Cristo—, en que llevéis mucho fruto” Juan 15:8. Si hubo alguna vez un lugar donde los creyentes debían llevar mucho fruto, es en nuestros congresos. En estas reuniones nuestros actos, nuestras palabras, nuestro espíritu, quedan anotados, y nuestra influencia será tan abarcante como la eternidad. 

La transformación del carácter ha de atestiguar al mundo que el amor de Cristo mora en nosotros. El Señor espera que su pueblo demuestre que el poder redentor de la gracia puede obrar en el carácter deficiente, y hacer que se desarrolle simétricamente para que lleve abundante fruto. 

Pero a fin de que cumplamos el propósito de Dios, debe hacerse una obra preparatoria. El Señor nos ordena que despojemos nuestro corazón del egoísmo, que es la raíz del enajenamiento. Él anhela derramar sobre nosotros su Espíritu Santo en abundante medida, y nos ordena que limpiemos el camino mediante nuestra negación del yo. Cuando entreguemos el yo a Dios, nuestros ojos serán abiertos para ver las piedras de tropiezo que nuestra falta de cristianismo ha colocado en el camino ajeno. Dios nos ordena que las eliminemos todas. Dice: “Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados”. Santiago 5:16. Entonces podremos tener la seguridad que tuvo David, cuando después de haber confesado su pecado oró: “Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente. Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, y los pecadores se convertirán a ti”. Salmos 51:12, 13. 

Cuando la gracia de Dios reine en el interior, el alma quedará rodeada de una atmósfera de fe y valor, y de un amor como el de Cristo; esa atmósfera vigorizará la vida espiritual de todos los que la inhalen. Entonces podremos ir al congreso, no sólo para recibir, sino para impartir. Todo aquel que participe del amor perdonador de Cristo, todo aquel que haya sido iluminado por el Espíritu de Dios, y se haya convertido a la verdad, sentirá que en virtud de esas preciosas bendiciones, tiene una deuda hacia toda alma con la cual llegue a tratar. El Señor utilizará a los que son de corazón humilde para alcanzar a las almas a quienes no pueden llegar los ministros ordenados. Serán inducidos a pronunciar palabras que revelarán la gracia salvadora de Cristo. 

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Y al beneficiar a otros, serán ellos mismos beneficiados. Dios nos da la oportunidad de impartir gracia, a fin de poder llenarnos de nuevo con una mayor medida de ella. La esperanza y la fe se fortalecerán a medida que el agente de Dios utilice los talentos y los medios que Dios le ha proporcionado. Obrará junto a él un instrumento divino. 

Asuntos administrativos

Hasta donde sea posible, nuestros congresos campestres debieran dedicarse enteramente a intereses espirituales. No deben ser oportunidades para tratar asuntos administrativos. 

En estos congresos se reúnen obreros de todas partes del campo, y pareciera ser una oportunidad favorable para considerar asuntos de negocios relacionados con los varios aspectos de la obra, y para la capacitación de obreros en diferentes renglones. Todos estos variados intereses son importantes, pero cuando se han llevado a cabo durante los congresos campestres, han dejado escasa oportunidad para considerar la relación práctica de la verdad con el alma. Los pastores se han desviado de su cometido de fortalecer a los hijos de Dios en la santísima fe, y como resultado, el congreso no ha cumplido los objetivos para los cuales fue convocado. Se llevan a cabo numerosas reuniones en las cuales la mayoría de las personas no tiene ningún interés, y si asistieran a ellas, saldrían fastidiadas en lugar de recibir beneficio y refrigerio espiritual. Muchos se sienten frustrados porque sus expectativas de recibir ayuda en las reuniones del congreso campestre no han sido satisfechas. Los que acudieron en busca de orientación y fortaleza regresaron a sus hogares e iglesias no mucho mejor capacitados para atender a sus familias que antes de asistir a las reuniones. 

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Los asuntos de negocios deben estar a cargo de las personas designadas especialmente para ello. Y hasta donde sea posible, debieran reunirse con los miembros en alguna otra ocasión que no sea un congreso campestre. Las reuniones de capacitación para el colportaje, Escuela Sabática y publicaciones para la obra misionera, debieran llevarse a cabo en la iglesia local o en reuniones especiales para ese fin. Este mismo principio debe aplicarse a las reuniones de enseñanza del arte culinario. Aunque estas actividades son apropiadas en el lugar que les corresponde, no debieran ocupar el tiempo de nuestros congresos campestres. 

Los presidentes de las asociaciones y los pastores tienen que dedicarse a atender los intereses espirituales de los hermanos, y por lo tanto, deben ser liberados de las labores ordinarias que acompañan a los congresos. Los ministros debieran estar listos para actuar como maestros y guías en las tareas del campamento cuando la ocasión lo requiera; pero no deben agotarse. Deben sentirse refrigerados, y estar en disposición animosa, porque esto es esencial para el bienestar de la congregación. Deben poder hablar palabras de aliento y valor, y dejar caer en el terreno de los corazones sinceros, semillas de verdad espiritual que brotarán y darán precioso fruto. 

Los ministros deben enseñar a la gente a acudir al Señor y cómo llevar a otros a él. Deben adoptarse métodos, ejecutarse planes, por los cuales se elevarán las normas y se enseñará cómo purificarse de la iniquidad y superarse por la adhesión a los principios puros y santos. 

Es necesario que haya tiempo para el escudriñamiento del corazón y el cultivo de la mente. Cuando la mente se espacia exageradamente en asuntos de negocios, se producirá como resultado falta de poder espiritual. La piedad personal, la verdadera fe y la santidad del corazón, deben tenerse presentes, para que los hermanos comprendan su importancia. 

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Debe manifestarse el poder de Dios en nuestros congresos, o no podremos prevalecer contra el enemigo de las almas. Cristo dice: “Separados mí, nada podéis hacer”. Juan 15:5. 

A los que se reúnen en los congresos debe inculcárseles la idea de que el propósito de las concentraciones es obtener una experiencia cristiana superior, progresar en el conocimiento de Dios, fortalecerse con vigor espiritual; y a menos que lo comprendamos, las concentraciones serán infructuosas para nosotros. 

Ayuda ministerial

Los congresos campestres o las reuniones de evangelismo realizadas cerca de ciudades grandes, deben contar con suficiente ayuda ministerial. La presencia de pastores en todas nuestras concentraciones religiosas debiera ser lo más abundante posible. No es aconsejable someter a uno o dos pastores a una tensión constante. Bajo tal tensión se agotarán física y mentalmente y se incapacitarán para realizar la obra asignada. Los pastores, para poder mantener la fortaleza necesaria para dirigir las reuniones, deben hacer arreglos anticipados para dejar sus campos de labor en buenas manos, con miembros que, aunque no puedan predicar, sean capaces de llevar adelante la obra de casa en casa. Muchas personas, con la ayuda de Dios, pueden trabajar esforzadamente, y como fruto de su trabajo verán resultados cuya abundancia les sorprenderá. 

En nuestras reuniones más concurridas se necesita una variedad de dones. Hay que aportar nuevos talentos. Debe darse oportunidad al Espíritu Santo para que trabaje en la mente de los oyentes. Entonces la verdad se presentará en forma novedosa y con poder. 

Cuando se llevan a cabo las importantes actividades relacionadas con las reuniones realizadas cerca de ciudades populosas, es esencial obtener la cooperación de todos los obreros. Deben tener presente la atmósfera de las reuniones, relacionarse con los asistentes a su llegada y cuando se marchan; mostrar extrema cortesía, bondad y tierna compasión por sus almas. Deben estar preparados para hablarles a tiempo y fuera de tiempo, aspirando a ganarlos para Cristo. Qué bueno sería si los obreros de Cristo pudieran manifestar la mitad de la vigilancia que emplea Satanás, quien se encuentra siempre bien despierto, velando para colocar alguna trampa para destruirlos. 

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Que cada nuevo día se convierta en el día más importante. Ese día o esa noche podría ser la única oportunidad que alguna persona pueda tener de escuchar el mensaje de amonestación. Recordad siempre eso. 

Cuando los ministros permiten que se los aleje de su obra para visitar las iglesias, no solamente agotan sus energías físicas, sino, que además se privan ellos mismos del tiempo que necesitan para estudiar y orar, para guardar silencio delante de Dios y para efectuar un examen de conciencia. Como resultado, quedan descalificados para realizar el trabajo cuando y donde se requiera. 

Nada es más necesario en la obra que los resultados prácticos que produce la comunión con Dios. Debiéramos demostrar en nuestra vida diaria que gozamos de paz y reposo en el Señor. Cuando hay paz en el corazón se reflejará en el rostro. Proporciona a la voz un poder persuasivo. La comunión con Dios impartirá elevación moral al carácter y a todo el comportamiento. La gente comprenderá que nosotros—lo mismo que los primeros discípulos—, hemos estado con Jesús. Esto impartirá a la obra del pastor un poder aún mayor que el que procede de la influencia de su predicación. No debe permitir que se le prive de ese poder. La comunión con Dios por medio de la oración y el estudio de su Palabra no debe descuidarse, pues en eso radica la fuente de su fortaleza. Ningún trabajo para la iglesia debe ser más importante que este. 

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Nuestra confianza en Dios y en las realidades eternas es muy débil. Si los hombres y las mujeres estuvieran con Dios, él los escondería en la hendidura de la Roca. Protegidos así, pueden ver a Dios, de la misma manera como Moisés lo vio. Con el poder y la luz que Dios otorga, pueden comprender y lograr más de lo que habían considerado posible. {6TI 54.4}Se necesita más habilidad, tacto y sabiduría para presentar la Palabra y alimentar la grey del Señor que lo que muchos suponen. Una presentación árida y sin vida de la verdad menoscaba el más sagrado mensaje que Dios ha dado a la humanidad. 

Los que enseñan la verdad deben vivir en continuo contacto personal y en comunicación consciente y activa con Dios. En ellos deben ser evidentes los principios de la verdad, la justicia y la misericordia. Deben extraer de la Fuente de toda sabiduría poder moral e intelectual. Sus corazones deben ser movidos por los profundos estímulos del Espíritu de Dios. 

La fuente de todo poder es ilimitada; y si en vuestra gran necesidad buscáis el Espíritu Santo para que obre en vuestra propia alma, si os refugiáis en Dios, ciertamente no os presentaréis ante la gente con un mensaje árido y desprovisto de poder. Si oráis mucho y contempláis a Jesús, dejaréis de exaltar el yo. Si pacientemente ejercitáis fe, confiando implícitamente en Dios, reconoceréis la voz de Jesús diciendo: “Escalad nuevas alturas”. 

Todos deben actuar como obreros

“Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”. Efesios 4:11-13. 

Este pasaje bíblico contiene un programa de trabajo extenso que puede practicarse en nuestros congresos campestres. Todos estos dones deben ponerse en práctica. Todo obrero fiel trabajará para lograr la perfección de los santos. Todos los que se preparan para trabajar en la causa en cualquier campo del saber, debieran mejorar cada oportunidad para desempeñarse en las concentraciones religiosas. Dondequiera que se celebren estas reuniones, los jóvenes que se han preparado en la rama médica, deben sentir que es su deber participar. Es necesario instarlos a trabajar no solamente en asuntos médicos, sino también a hablar de la “verdad presente”, dando razón de por qué somos adventistas del séptimo día. Si a estos jóvenes se les da la oportunidad de trabajar con ministros de mayor experiencia, recibirán gran ayuda y bendición. 

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