Testimonios para la Iglesia, Vol. 7, p. 22-29, día 387

Hay ocasiones en que es propio que los sábados los ministros prediquen a nuestras iglesias sermones breves, llenos de la vida y el amor de Cristo. Pero los miembros de la iglesia no deben esperar un sermón cada sábado. 

Recordemos que somos peregrinos y extranjeros en esta tierra, que buscamos una patria mejor, a saber la celestial. Trabajemos con tal fervor y devoción, que los pecadores sean atraídos a Cristo. Los que se unieron al Señor y prometieron servirle están obligados a participar con él en la gran y magnífica obra de salvar almas. Desempeñen fielmente su parte durante la semana los miembros de la iglesia, y relaten el sábado lo que han experimentado. La reunión será entonces alimento a su tiempo, que infunda a todos los presentes nueva vida y vigor. Cuando los hijos de Dios vean la gran necesidad que hay de trabajar como trabajó Cristo por la conversión de los pecadores, los testimonios que den en el culto del sábado estarán llenos de poder. Con gozo relatarán la preciosa experiencia que han adquirido al trabajar en favor de los demás. 

Nuestros ministros no han de dedicar su tiempo a trabajar por aquellos que ya han aceptado la verdad. Con el amor de Cristo ardiendo en su corazón, deben salir a ganar pecadores para el Salvador. Junto a todas las aguas han de sembrar la simiente de verdad, visitando un lugar tras otro para suscitar iglesia tras iglesia. Los que se deciden por la verdad, deben ser organizados en iglesias, y luego el predicador pasará adelante a otros campos igualmente importantes. 

Tan pronto como se organice una iglesia, ponga el ministro a los miembros a trabajar. Necesitarán que se les enseñe cómo trabajar con éxito. Dedique el ministro más de su tiempo a educar que a predicar. Enseñe a la gente a dar a otros el conocimiento que recibieron. Aunque se debe enseñar a los nuevos conversos a pedir consejo a aquellos que tienen más experiencia en la obra, también se les debe enseñar a no poner al ministro en el lugar de Dios. Los ministros no son sino seres humanos aquejados de flaquezas. Cristo es el único en quien debemos buscar dirección. “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros,… llenode gracia y de verdad”. “Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia por gracia”. Juan 1:14, 16. 

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El poder del Evangelio reposará sobre los grupos suscitados y los hará idóneos para servir. Algunos de los conversos quedarán de tal manera henchidos del poder de Dios, que entrarán en seguida en la obra. Trabajarán con tanta diligencia que no tendrán tiempo ni disposición para debilitar las manos de sus hermanos con críticas severas. Su único deseo será proclamar la verdad en las regiones lejanas. 

El Señor me ha presentado la obra que debe hacerse en nuestras ciudades. Los creyentes que hay en ellas pueden trabajar para Dios en el vecindario de sus casas. Deben hacerlo en silencio y con humildad, acompañados siempre por la atmósfera del cielo. Si mantienen al yo oculto y siempre dirigen la atención hacia Cristo, se sentirá el poder de su influencia. 

A medida que el que trabaja se entrega sin reserva al servicio del Señor, adquiere una experiencia que le capacita para trabajar cada vez con más éxito para el Maestro. La influencia que le atrajo a Cristo le ayuda a llevar a otros a él. Tal vez no le toque nunca hablar en público, pero no por eso es menos ministro de Dios; y su trabajo testifica de que es nacido de Dios. 

No es propósito del Señor que se deje a los ministros hacer la mayor parte de la obra de sembrar las semillas de verdad. Hombres que no han sido llamados al ministerio deben ser estimulados a trabajar para el Maestro de acuerdo a sus diversas capacidades. Centenares de hombres y mujeres que están ahora ociosos podrían prestar un servicio aceptable. Proclamando la verdad en los hogares de sus amigos y vecinos, podrían hacer una gran obra para el Maestro. Dios no hace acepción de personas. El empleará a los cristianos humildes y devotos, aun cuando no hayan recibido instrucción tan cabal como la que recibieron algunos otros. Dedíquense los tales a servirle trabajando de casa en casa. Sentados al lado del hogar, pueden, si son humildes, discretos y piadosos, hacer más de lo que podría hacer un ministro ordenado para satisfacer las necesidades reales de las familias. 

¿Por qué no sienten los creyentes una preocupación más profunda y ferviente por los que no están en Cristo? ¿Por qué no se reúnen dos o tres para interceder con Dios por la salvación de alguna persona en especial, y luego por otra aún? Organícense nuestras iglesias en grupos para servir. Unanse diferentes personas para trabajar como pescadores de hombres. Procuren arrancar almas de la corrupción del mundo y llevarlas a la pureza salvadora del amor de Cristo. 

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La formación de pequeños grupos como base del esfuerzo cristiano me ha sido presentada por Uno que no puede errar. Si hay muchos miembros en la iglesia, organícense en pequeños grupos para trabajar no sólo por los miembros de la iglesia, sino en favor de los incrédulos. Si en algún lugar hay solamente dos o tres que conocen la verdad, organícense en un grupo de obreros. Mantengan íntegro su vínculo de unión, cerrando sus filas por el amor y la unidad, estimulándose unos a otros para progresar y adquiriendo cada uno valor, fortaleza y ayuda de los demás. Revelen la tolerancia y paciencia que manifestó Cristo y evitando las palabras apresuradas, usen el talento del habla para edificarse unos a otros en la santísima fe. Trabajen con el mismo amor que Cristo en favor de los que no están en el redil, olvidándose del yo en su esfuerzo por ayudar a otros. Mientras trabajen y oren en el nombre de Cristo, aumentará su número; porque el Salvador dice: “Si dos de vosotros se convinieren en la tierra, de toda cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos”. Mateo 18:19.

Los lugares desolados de la tierra

Ciertas familias deben establecerse con humilde confianza en Dios en los lugares desolados de su viña. Se necesitan hombres y mujeres consagrados para que se destaquen como árboles de justicia que fructifiquen en lugares desiertos de la tierra. Como recompensa de sus esfuerzos abnegados por sembrar las semillas de verdad, cosecharán una rica mies. Mientras visiten una familia tras otra y expliquen las Escrituras a los que están en tinieblas espirituales, muchos corazones serán conmovidos. 

En campos donde las condiciones son tan desfavorables y desalentadoras que muchos obreros se niegan a ir allí, pueden producirse muy notables mejoramientos mediante los esfuerzos de miembros laicos abnegados. Estos humildes obreros lograrán mucho por sus esfuerzos pacientes y perseverantes, pues no confían en el poder humano, sino en Dios, quien les concede su favor. La cantidad de bien que estos obreros logren no se conocerá en este mundo. 

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Misioneros de sostén propio

Los misioneros que se sostienen a sí mismos tienen con frecuencia mucho éxito. Iniciada de una manera humilde y reducida, su obra crecerá a medida que avancen bajo la dirección del Espíritu de Dios. Emprenden dos o tres juntos la obra de evangelización. Quizás los que dirigen la obra no les prometan ayuda financiera; sigan, sin embargo, adelante, orando, alabando, enseñando y viviendo la verdad. Pueden empezar a colportar, y de esa manera introducirán la verdad en muchas familias. Mientras progresan en su obra, adquirirán una experiencia bendecida. Les infunde humildad su sentido de su responsabilidad, pero el Señor va delante de ellos y hallan favor y ayuda tanto entre los ricos como entre los pobres. Aun la pobreza de estos misioneros consagrados es un medio de acceder a la gente. Mientras siguen adelante, son ayudados de muchas maneras por aquellos a quienes imparten alimento espiritual. Llevan el mensaje que Dios les dio y sus esfuerzos se verán coronados de éxito. Serán llevados a un conocimiento de la verdad muchos que, de no ser por estos humildes instructores, nunca habrían sido ganados para Cristo. 

Dios llama a obreros que entren en el campo de la mies que ya blanquea. ¿Tendremos que aguardar porque la tesorería está agotada, porque hay apenas lo suficiente para sostener a los obreros que están ya en el campo? Salid con fe, y Dios estará con vosotros. La promesa es: “Irá andando y llorando el que lleva la preciosa simiente; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas”. Salmos 126:6. 

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Nuestro pueblo ha recibido gran luz, y sin embargo, muchos de los ministros dedican sus esfuerzos a las iglesias, enseñando a los que debieran ser instructores; iluminando a los que debieran ser “la luz del mundo”; regando a aquellos de los cuales debieran fluir ríos de aguas vivas; enriqueciendo a los que podrían ser minas de verdad preciosa; repitiendo la invitación del Evangelio a los que, dispersos hasta los últimos confines de la tierra, debieran estar dando el mensaje del cielo a los que nunca lo han oído; alimentando a aquellos que debieran estar en los caminos y los vallados dando la invitación: “Las bodas a la verdad están aparejadas”. 

Aquellos cuyas ligaduras de pecado han sido rotas, que han buscado al Señor con corazón contrito y han obtenido respuesta a su anhelante petición de justicia, no son nunca fríos ni sin aliento. Su corazón está lleno de amor abnegado por los pecadores. Desechan de sí toda ambición mundanal, todo egoísmo. Su trato con las cosas profundas de Dios los hace más y más semejantes a su Salvador. Se regocijan en los triunfos de él y se sienten henchidos de su gozo. Día tras día crecen hasta alcanzar la plena estatura de hombres y mujeres en Cristo.

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Obreros de entre las filas

Dios observa este mundo con intenso interés. El conoce la capacidad que los hombres tienen para el servicio. Al mirar el curso de los siglos, el Señor cuenta a sus obreros -tanto hombres como mujeres- y les prepara el camino, diciendo: “Les enviaré a mis mensajeros, y en medio de las tinieblas verán que brilla una gran luz. Al ser ganados para servir a Cristo, utilizarán sus talentos para la gloria de mi nombre. Se los verá salir a trabajar para mí con celo y devoción. La verdad llamará poderosamente la atención de millares como resultado de sus esfuerzos, y los hombres que se hallan ciegos espiritualmente recibirán la vista y contemplarán mi salvación. La verdad cobrará tal prominencia que podrán leerla aun los que pasen corriendo. Se diseñarán diversos medios con el fin de alcanzar los corazones. En esta obra se utilizarán algunos métodos diferentes de los que se han usado anteriormente, pero que nadie los estorbe criticándolos a causa de ello”.

Las personas a quienes Dios elige como obreros, no siempre son gente de talento a la vista del mundo. A veces escoge a gente sin instrucción y les asigna una tarea especial. Estos tienen acceso a una clase que otros no podrían alcanzar. Al abrir sus corazones a la influencia de la verdad, Cristo les imparte sabiduría. Sus vidas inspiran y exhalan la fragancia de la piedad. Eligen cuidadosamente las palabras antes de hablarlas. Se desviven por promover el bienestar de sus semejantes. Se acercan a los necesitados y desanimados llevándoles alivio y felicidad. Comprenden la necesidad de permanecer constantemente bajo la enseñanza de Cristo, para poder trabajar en armonía con la voluntad de Dios. Estudian la mejor forma de imitar el ejemplo dado por el Salvador al llevar la cruz y negarse a sí mismo. Al constituirse en testigos de Dios, revelan su amor y compasión y le rinden toda la gloria a Aquel a quien aman y sirven. 

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Aprenden constantemente del Gran Maestro, y desarrollan cada vez un más alto grado de excelencia, aunque siempre se mantienen bajo el sentimiento de su propia ineficacia y debilidad. Su fuerte y amorosa admiración por Cristo los impulsa constantemente hacia arriba. Practican sus virtudes; porque su vida está identificada con la suya. En su constante avance ascendente son una bendición para el mundo y una honra para su Redentor. Acerca de ellos Cristo declara: “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad”. Mateo 5:5.

Se debe animar a tales obreros. Su trabajo no está llamado a ser visto de los hombres, sino a glorificar a Dios; y soportará el escrutinio divino. El Señor permite que estos obreros se relacionen con los que poseen habilidades más marcadas, con el fin de llenar los vacíos que van quedando. Se siente complacido cuando se los aprecia, porque ellos constituyen eslabones en su cadena de servicio.

Los seres humanos que se creen importantes y que se hallan henchidos con el pensamiento de sus propias habilidades superiores, pasan por alto a esta clase de, obreros contritos y humildes; pero Dios no los pierde de vista ni siquiera por un momento. El se da cuenta de todo lo que hacen con el fin de ayudar a los que se encuentran en necesidad. En las cortes celestiales, cuando se reúnan los redimidos en el hogar, estarán de pie más cerca del Hijo de Dios. Ellos resplandecerán en las cortes del Señor honrados por él, porque a su vez han considerado un honor ministrar en favor de aquellos por quienes dio su vida. 

Dios inspirará a hombres que se hallan en posiciones humildes para que prediquen el mensaje de la verdad presente. Se verá que muchos de ellos se apresuran de aquí para allá, constreñidos por el Espíritu de Dios, llevando la luz a los que se hallan en tinieblas. En ellos la verdad es como fuego en sus huesos, que los llena de un ardiente deseo de alumbrar a los que están en oscuridad. Muchos, aun entre los iletrados, proclamarán la palabra del Señor. Aun los niños se sentirán impulsados por el Espíritu de Dios para salir a declarar el mensaje del cielo. El Espíritu será derramado sobre las personas que se someten a sus indicaciones.

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Desechando los reglamentos humanos que los estorbaban y sus excesivas precauciones, se unirán al ejército del Señor. 

En el futuro, el Espíritu del Señor impresionará a personas que se dedican a los quehaceres comunes de la vida para que dejen sus empleos ordinarios y salgan a proclamar el último mensaje de misericordia. Es necesario prepararlos para el trabajo tan rápidamente como sea posible, a fin de que sus esfuerzos sean coronados de éxito. Ellos colaboran con los agentes celestiales, porque están dispuestos a gastar y a ser gastados en el servicio del Maestro. Nadie está autorizado a estorbar a estos obreros. En cambio, se les debe desear la bendición de Dios cuando salen a cumplir la gran comisión. Al hablar de ellos no se debe utilizar ninguna palabra descomedida, porque siembran la semilla del Evangelio en los lugares difíciles de la tierra. 

Las cosas mejores de la vida: la sencillez, la honestidad, la veracidad, la pureza, la integridad intachable, no se pueden comprar ni vender; son tan gratuitas para el ignorante como para el educado, para el hombre de color como para el blanco, y para el humilde campesino como para el rey que se sienta sobre su trono. El regocijo del Salvador será compartido por obreros humildes que no confían en sus propias fuerzas, sino que trabajan con sencillez, poniendo siempre su confianza en Dios. Sus oraciones perseverantes traerán almas a los pies de la cruz. Jesús influirá en los corazones de la gente y obrará milagros en la conversión de las almas, en respuesta a los esfuerzos abnegados de estos obreros. Los seres humanos ingresarán a la comunidad de la iglesia. Se edificarán casas de reuniones y se establecerán escuelas. Los corazones de los obreros se llenarán de regocijo al observar la salvación de Dios. 

Cuando los redimidos se congreguen en la presencia de Dios, se darán cuenta de cuán imperfectas eran sus conclusiones acerca de lo que el cielo considera como éxito. Al repasar sus esfuerzos por alcanzar el éxito descubrirán cuán insensatos eran sus planes, cuán triviales sus supuestas pruebas, y cuán irrazonables sus dudas. Entonces verán cuán a menudo acarrearon el fracaso sobre lo que hacían por no confiar en lo que Dios decía. Entonces una verdad se destacará con toda claridad: la posición que se ocupa no prepara al hombre para entrar en las cortes celestiales. También se darán cuenta de que el honor que se rinde a los seres humanos pertenece sólo a Dios, y que a él corresponde toda la gloria. De los labios del coro de ángeles y de la hueste de redimidos brotará el cántico: “Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos. ¿Quién no te temerá, oh Señor, y glorificará tu nombre? Pues sólo tú eres santo”. Apocalipsis 15:3-4. 

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