Testimonios para la Iglesia, Vol. 7, p. 99-107, día 395

La centralización

Santa Helena, California,

4 de septiembre de 1902.

A los hermanos dirigentes de nuestra obra médica.

Estimados hermanos,

El Señor trabaja imparcialmente en favor de todas las partes de su viña. Son los hombres los que desorganizan su obra. El no concede a su pueblo el privilegio de recoger grandes sumas de dinero para establecer instituciones en algunos puntos solamente, de modo que no quede nada para instalar instituciones similares en otros lugares. 

Deben fundarse muchas otras instituciones en las ciudades de Norteamérica, especialmente en la parte Sur de los Estados Unidos, donde se ha hecho muy poca cosa hasta ahora. En los países extranjeros, deben iniciarse y dirigirse con éxito muchas empresas médicas misioneras. El establecimiento de los sanatorios es tan importante en Europa y otros países extranjeros como en los Estados Unidos. 

El Señor desea que sus hijos comprendan qué clase de trabajo debe realizarse y que, como administradores fieles, obren prudentemente en la inversión de recursos. En lo que concierne a la construcción de edificios, desea que se calcule el gasto a fin de saber si hay bastante dinero para terminar lo emprendido. Quiero también que se recuerde que no hay que concentrar todo el dinero de un modo egoísta en algunos lugares solamente, sino que conviene tener en cuenta las muchas otras localidades donde deben establecerse instituciones. 

De las instrucciones que he recibido se desprende que los administradores de todas nuestras instituciones, especialmente de los sanatorios recién establecidos, deben ahorrar con cuidado para poder auxiliar a otras instituciones que deben establecerse en otras partes del mundo. Aun cuando tengan una buena cantidad de dinero en caja, deben hacer sus planes teniendo en cuenta las necesidades del gran campo misionero de Dios. 

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No concuerda con la voluntad de Dios que su pueblo construya sanatorios gigantescos. Deben establecerse muchos sanatorios. No deben ser grandes, pero lo suficientemente completos para poder realizar un buen trabajo.

Se me han dado advertencias acerca de la formación de enfermeros y evangelistas médicos misioneros. No debemos centralizar esta preparación en un solo lugar. En todos los sanatorios establecidos deben prepararse jóvenes de ambos sexos para el trabajo médico misionero. El Señor abrirá delante de ellos un camino para que puedan trabajar por él. 

Las profecías que se cumplen manifiestamente bajo nuestros ojos, nos muestran que se acerca el fin de todas las cosas. Debe realizarse un trabajo de gran importancia lejos de los lugares donde, en lo pasado, se han centralizado nuestros esfuerzos.

Cuando conducimos agua corriente para irrigar un jardín, no tratamos de regar un solo lugar, dejando secos los demás. Eso es, sin embargo, lo que hemos hecho en el pasado en algunos lugares, con perjuicio del vasto campo. ¿Permanecerían desolados los lugares áridos? No; circule en todas partes la corriente de agua viva, y esparza gozo y fertilidad. 

No debemos fiar en el reconocimiento del mundo ni en la distinción que nos pueda dar. No debemos tampoco tratar de rivalizar, en cuanto a dimensiones y esplendor, con las instituciones del mundo. No será erigiendo vastos edificios ni rivalizando con nuestros enemigos como obtendremos la victoria, sino cultivando un espíritu manso y humilde como el de Cristo. Más vale la cruz con esperanzas frustradas, pero con la seguridad de la vida eterna después, que vivir como príncipes en este mundo y perder el cielo. 

El Salvador de la humanidad nació en un hogar humilde, en un mundo malo y maldito por causa del pecado. Se crió en el anonimato en Nazaret, un pueblo de Galilea y comenzó su obra en la pobreza y sencillez. Dios envió, pues, el Evangelio de un modo muy diferente del que muchos, hoy día, creen que es su deber proclamarlo. 

En el principio de la dispensación evangélica, Cristo enseñó a su iglesia a contar no con el puesto elevado y el esplendor que concede el mundo, sino con el poder de la fe y de la obediencia.El favor de Dios tiene más valor que el oro y la plata. La potencia del Espíritu Santo es inestimable.

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Así habla el Señor: “Los edificios no darán carácter a mi obra, a menos que los que construyen sigan mis instrucciones. En lo que se refiere al establecimiento de instituciones, si los que en lo pasado dirigieron y sostuvieron la obra se hubiesen guiado siempre por principios puros y exentos de egoísmo, no habría habido semejante acumulación de recursos míos en uno o dos lugares. Se habrían establecido instituciones en numerosas localidades. Las semillas de la verdad, echadas en mayor número de campos, habrían germinado y dado frutos para mi gloria. 

“Los lugares que fueron descuidados deben ahora atraer vuestra atención. Mi pueblo debe hacer una obra enérgica y rápida. Los que con intenciones puras se consagren completamente a mí, en cuerpo, alma y espíritu, trabajarán según mis métodos y en mi nombre. Cada uno se mantendrá en su lugar y mirará a mí, que soy el Guía y Consejero. 

“Instruiré al ignorante y ungiré con colirio celestial los ojos de muchos que hoy están sumidos en las tinieblas. Levantaré obreros que ejecuten mi voluntad, preparando un pueblo que subsista delante de mí en el tiempo del fin. En muchos lugares que debieran haber quedado provistos de sanatorios y escuelas desde hace mucho, estableceré mis instituciones, y ellas vendrán a ser centros de educación para la preparación de obreros”.

El Señor influirá en el ánimo de los hombres en lugares inesperados. Por providencia de Dios, algunos de los que en apariencia son enemigos de la verdad dedicarán sus capitales a construir casas y comprar propiedades. Con el tiempo, estas propiedades serán ofrecidas en venta a un precio muy inferior al de su costo. Nuestros hermanos verán la mano de Dios en esto, y comprarán así excelentes propiedades adaptadas a la obra de educación. Harán planes y obrarán con humildad y espíritu de sacrificio. Así es como hombres ricos preparan, inconscientemente, los instrumentos que permitirán al pueblo de Dios hacer progresar rápidamente su obra. 

En diversos lugares se han de comprar propiedades con el fin de ubicar sanatorios. Nuestros hermanos deben vigilar las ocasiones de comprar, lejos de las ciudades, propiedades en las que ya haya edificios y huertos en plena producción. La tierra tiene valor. En relación con nuestros sanatorios, debería haber terrenos de los cuales pequeñas porciones podrían dedicarse a la construcción de casas para los empleados y las demás personas que se preparen para la obra médica misionera. 

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Se me ha mostrado repetidas veces que no es prudente erigir instituciones gigantescas. La mayor obra en favor de las almas no se hace gracias a la magnitud de una institución. Un sanatorio gigantesco requiere muchos obreros. Y donde se reúnen tantos, es excesivamente difícil mantener una alta norma de espiritualidad. En una gran institución, sucede con frecuencia que los puestos de responsabilidad son desempeñados por obreros que no son espirituales, que no ejercen prudencia al obrar con aquellos que, si se los tratase sabiamente, se despertarían, convencerían y convertirían. 

No se ha hecho, en cuanto a presentar las Escrituras a los enfermos, ni la cuarta parte de la obra que podría haberse hecho, y que se habría efectuado en nuestros sanatorios si los obreros mismos hubiesen recibido cabal instrucción en lo religioso. 

Donde muchos obreros están reunidos en un solo lugar, la administración debe tener un nivel espiritual mucho más elevado que el que con frecuencia ha reinado en nuestros grandes sanatorios. 

Nos hallamos al borde del mundo eterno. Ya han comenzado a caer los juicios de Dios sobre los habitantes de la tierra. Dios envía estos juicios para que los seres humanos despierten. El tiene un propósito para cada cosa que permite que suceda en nuestro mundo, y desea que estemos tan identificados con las cosas espirituales que seamos capaces de percibir su intervención en los acontecimientos que eran tan raros en el pasado, pero que ahora ocurren casi diariamente. 

Hay una enorme tarea delante de nosotros, el trabajo final de dar el último mensaje de amonestación de Dios a un mundo pecador. ¿Pero qué hemos hecho para dar este mensaje? Les ruego que consideren los muchísimos lugares donde ni siquiera hemos entrado. Observen a nuestros obreros que continúan recorriendo el mismo camino mientras alrededor de ellos se halla un mundo descuidado, sumido en la corrupción y la impiedad: un mundo que aún no ha sido amonestado. Para mí este es un cuadro terrible. ¡Qué indiferencia más asombrosa manifestamos hacia las necesidades de un mundo que perece! 

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La señal de nuestra orden

Se me ha instruido acerca de que nuestras instituciones médicas deben establecerse como testigos de Dios. Se han instalado con el fin de aliviar a los enfermos y afligidos; para despertar un espíritu de investigación, con el fin de diseminar la luz y hacer avanzar la obra de reforma. Estas instituciones, dirigidas adecuadamente, constituirán el medio para dar a conocer las reformas esenciales en la preparación de un pueblo para la venida del Señor a muchos que de otra manera nos sería imposible alcanzar. 

Muchos de los clientes de nuestras instituciones médicas poseen ideas elevadas con referencia a la presencia de Dios en la institución que visitan; y son muy susceptibles a las influencias espirituales que allí prevalecen. Si todos los médicos, enfermeras y ayudantes caminan delante de Dios con circunspección, recibirán un poder más que humano para tratar con estas personas. Cada institución cuyos obreros sean gente consagrada, se verá compenetrada del poder divino; y la gente que las frecuente no sólo obtendrá alivio de sus enfermedades corporales, sino que hallará también un bálsamo sanador para sus almas enfermas de pecado.

Que los dirigentes de nuestro pueblo pongan de relieve la necesidad de mantener una influencia religiosa poderosa en nuestras instituciones médicas. El Señor pretende que en estos lugares se le dé honra con palabras y acciones, para que sean sitios donde se magnifique su ley y se hagan prominentes las verdades de la Biblia. Los médicos misioneros deben realizar una gran obra para con Dios. Deben mantenerse completamente despiertos y vigilantes, vestidos con cada pieza de la armadura del cristiano y empeñados en una lucha varonil. Deben mantenerse leales a su Jefe, obedeciendo todos los mandamientos, incluyendo aquel que pone en evidencia la señal de su orden.

La observancia del sábado es la señal entre Dios y su pueblo. No tengamos vergüenza de portar la señal que nos distingue del mundo. Mientras meditaba sobre este asunto recientemente en las horas de la noche, Uno que tenía autoridad nos aconsejó que estudiáramos la instrucción dada a los israelitas con relación al sábado. “Con todo eso vosotros guardaréis mis sábados -les había declarado el Señor-; porque es señal entre mí y vosotros por vuestras edades, para que sepáis que yo soy Jehová que os santifico. Así que guardaréis mis sábados, porque santo es a vosotros… Seis días se hará obra, mas el día séptimo es sábado de reposo consagrado a Jehová; cualquiera que hiciere obra el día del sábado morirá ciertamente. Guardarán, pues, el sábado los hijos de Israel; celebrándolo por sus edades por pacto perpetuo: señal es para siempre entre mí y los hijos de Israel”. Éxodo 31:13-17.

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El sábado ha de ser siempre la señal que distinga a los obedientes de los desobedientes. Satanás ha trabajado con poderosa maestría para anular el cuarto mandamiento y conseguir con ello que se pierda de vista la señal de Dios. El mundo cristiano ha pisoteado el sábado del Señor y en su lugar observa un día de reposo instituido por el enemigo. Pero el Señor tiene un pueblo que le es leal. Su trabajo se ha de llevar a cabo en líneas rectas. La gente que ostenta su señal debe establecer iglesias e instituciones que sean monumentos para él. Por humilde que sea su apariencia, estos monumentos testificarán constantemente en contra del falso día de reposo instituido por Satanás y en favor del sábado establecido por el Señor en el Edén, cuando juntas cantaban todas las estrellas del alba y todos los hijos lanzaban exclamaciones de regocijo. 

Hay peligro de que penetre en nuestros sanatorios un espíritu de irreverencia y negligencia en la observancia del sábado. A los hombres de responsabilidad que hay en la obra misionera médica les incumbe el deber de dar instrucción a los médicos, los enfermeros y auxiliares, con respecto a la santidad del día santo de Dios. Cada médico debe esforzarse especialmente por dar el buen ejemplo. La índole de sus deberes le induce naturalmente a sentirse justificado por hacer en sábado muchas cosas que no debiera hacer. En lo posible debe planear su trabajo de modo que pueda dejar de lado sus deberes comunes. 

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Con frecuencia, los médicos y los enfermeros son llamados en sábado a atender a los enfermos y a veces les resulta imposible tener tiempo para descansar y asistir a los cultos devocionales. Nunca se han de descuidar las necesidades de la humanidad doliente. Por su ejemplo el Salvador nos ha mostrado que es correcto aliviar los sufrimientos en sábado. Pero el trabajo innecesario, como los tratamientos y las operaciones comunes que pueden postergarse, debe ser diferido. Hágase comprender a los pacientes que los médicos y auxiliares deben tener un día de descanso. Hágaseles comprender que los obreros temen a Dios y desean santificar el día que él puso aparte para que sus hijos lo observen como señal entre él y ellos.

Los educadores y los educandos de nuestras instituciones médicas deben recordar que para ellos y los dirigentes significa mucho observar correctamente el sábado. Al guardar el sábado acerca del cual Dios declara que debe ser santificado, revelan la señal de su orden y muestran claramente que están de parte de su Señor. 

Ahora y siempre hemos de destacarnos como pueblo distinto y peculiar, libre de toda política mundana, sin los estorbos que representaría el confederarse con aquellos que no tienen sabiduría para discernir los requerimientos de Dios tan claramente presentados en su ley. Todas nuestras instituciones médicas han sido establecidas como instituciones adventistas del séptimo día, para representar las diversas características de la obra misionera médica evangélica, y así preparar el camino para la venida del Señor. Debemos demostrar que procuramos trabajar en armonía con el cielo. Debemos testificar a toda nación, tribu y lengua que somos un pueblo que ama y teme a Dios, un pueblo que santifica su monumento recordativo de la creación, la señal puesta entre él y sus hijos obedientes para mostrar que los santifica. Y debemos manifestar claramente nuestra fe en la pronta venida del Señor en las nubes del cielo. 

Como pueblo nos ha humillado grandemente la conducta que han seguido algunos de nuestros hermanos de responsabilidad al apartarse de los antiguos jalones. Hay quienes, a fin de llevar a cabo sus planes, negaron su fe por sus palabras. Esto demuestra cuán poca confianza se puede poner en la sabiduría y el juicio humanos. Como nunca antes, necesitamos ver ahora el peligro que corremos de ser desviados inadvertidamente de nuestra lealtad a los mandamientos de Dios. Necesitamos comprender que Dios nos ha dado un mensaje decidido de amonestación para el mundo, así como dio a Noé un mensaje de amonestación para los antediluvianos.

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Procure nuestro pueblo no menoscabar la importancia del sábado para vincularse con los incrédulos. Tenga cuidado de no apartarse de los principios de nuestra fe y de no dar la impresión de que no es malo conformarse al mundo. Sienta gran temor de prestar oído a los consejos de cualquier hombre, fuere cual fuere su puesto, si obra en forma contraria a lo que Dios ha realizado para mantener a su pueblo separado del mundo. 

El Señor está probando a su pueblo, para ver quien será leal a los principios de su verdad. Nuestra obra consiste en proclamar al mundo los mensajes del primer ángel, el segundo y el tercero. En el desempeño de nuestros deberes, no debemos despreciar ni temer a nuestros enemigos. No está de acuerdo con la orden de Dios que nos liguemos por contratos con los que no son de nuestra fe. Debemos tratar con bondad y cortesía a los que se niegan a ser leales a Dios, pero nunca hemos de unimos con ellos para consultarlos acerca de los intereses vitales de su obra. Poniendo nuestra confianza en Dios, debemos avanzar firmemente, hacer su obra con abnegación, confiar humildemente en él, entregarnos a su providencia nosotros mismos y todo lo que concierne a nuestro presente y futuro, mantener firme el principio de nuestra confianza hasta el fin y recordar que recibimos las bendiciones del cielo, no porque las merezcamos, sino porque Cristo las merece y porque mediante la fe en él aceptamos la abundante gracia de Dios.

Oro a Dios para que mis hermanos comprendan que el mensaje del tercer ángel significa mucho para nosotros, y que la observancia del verdadero día de reposo es la señal que distingue a los que sirven a Dios de los que no le sirven. Despiértense los que se han vuelto soñolientos e indiferentes. Somos llamados a ser santos, y debemos aplicarnos cuidadosamente a no dar la impresión de que no tiene importancia el que conservemos o no las características peculiares de nuestra fe. Nos incumbe la solemne obligación de asumir en favor de la verdad y de la justicia una posición más decidida que la que hemos asumido en lo pasado. La línea de demarcación entre los que guardan los mandamientos de Dios y los que no los guardan debe resaltar con claridad inequívoca. Debemos honrar concienzudamente a Dios y emplear diligentemente todos los medios para cumplir nuestro pacto con él, a fin de recibir sus bendiciones, que son tan esenciales para el pueblo que va a ser probado severamente. Deshonramos grandemente a Dios si damos la impresión de que nuestra fe y nuestra religión no constituyen una fuerza dominante en nuestra vida. Así nos apartamos de sus mandamientos, que son nuestra vida y negamos que él sea nuestro Dios y que seamos su pueblo. 

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