Testimonios para la Iglesia, Vol. 8, p. 106-114, día 424

Estamos viendo el cumplimiento de estas advertencias. Nunca antes se había cumplido una escritura tan al pie de la letra como éstas.

Los hombres pueden levantar edificios construidos con el mayor esmero y hechos a prueba de fuego, pero un solo toque de la mano de Dios, una sola chispa del cielo, arrasará todo refugio.

Se me ha preguntado si tengo algún consejo que dar. Ya he dado el consejo que Dios me ha dado a mí, con la esperanza de evitar la caída de la espada de fuego que se blandía sobre Battle Creek. Ahora ha llegado lo que yo temía: la noticia del incendio del edificio de la Review and Herald. Cuando me llegó, no sentí ninguna sorpresa, y no tenía ni una palabra que pronunciar. Lo que he tenido que decir de vez en cuando en forma de advertencias no ha surtido ningún efecto excepto el de endurecer a los que las oyeron, y ahora sólo puedo decir: Lo siento mucho, de corazón, que haya sido necesario experimentar este azote. Se había dado bastante luz. Si se hubiera aprovechado, no se necesitaría más luz.

Se me ha ordenado decir a nuestro pueblo, a ministros y a miembros laicos: “Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar”. Isaías 55:6, 7.

Que cada alma esté alerta. El enemigo os persigue. Sed vigilantes y estad despabilados para que no os sobrecoja algún engaño bien encubierto y genial. Que los descuidados e indiferentes se cuiden para que el día del Señor no venga sobre ellos como ladrón en la noche. Muchos se desviarán del sendero de la humildad y, echando a un lado el yugo de Cristo, se dirigirán por caminos extraños. Ciegos y desconcertados, dejarán el camino angosto que conduce a la ciudad de Dios.

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Un hombre no puede ser cristiano a menos que sea un cristiano despierto. El que vence ha de velar porque por medio de embrollos mundanales, el error y la superstición, Satanás se esfuerza por ganarse a los seguidores de Cristo. No basta que evitemos los peligros patentes y el proceder arriesgado. Hemos de mantenernos al lado de Cristo, andando por el camino de la abnegación y sacrificio. Estamos en terreno del enemigo. El que fue echado fuera del cielo ha descendido con gran poder. Valiéndose de todos los artificios y estratagemas posibles, procura llevar cautivas a las almas. A menos que estemos en vela, fácilmente seremos presa de sus innumerables engaños.

La experiencia de los discípulos en el Jardín de Getsemaní contiene una lección para el pueblo de Dios hoy día. Llevando consigo a Pedro, Jacobo y Juan, Cristo se fue al Getsemaní a orar. “Y les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad. Yéndose un poco adelante, se postró en tierra, y oró que si fuese posible, pasase de él aquella hora. Y decía: Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa, mas no lo que yo quiero, sino lo que tú. Vino luego y los halló durmiendo; y dijo a Pedro: Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar una hora? Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil”. Marcos 14:34-38.

Leed estas palabras cuidadosamente. Muchos están dormidos hoy, como lo estaban los discípulos. No están velando y orando para no caer en tentación. Leamos y estudiemos estos trozos de la Palabra de Dios que aluden especialmente a estos últimos días y señalan los peligros que amenazan al pueblo de Dios.

Necesitamos poseer una capacidad de percepción penetrante y santificada. Esta perspicacia no se ha de utilizar para criticarse y censurarse unos a otros, sino para discernir las señales de los tiempos. Hemos de cuidar nuestros corazones con toda diligencia para que nuestra fe no naufrague. Algunos que en un tiempo fueron creyentes sólidos en la verdad se han vuelto descuidados con respecto a su bienestar espiritual y están cediendo, sin la menor resistencia, a las bien trazadas tramas de Satanás. Ya es tiempo de que nuestro pueblo saque a sus familias de las ciudades y las lleven a localidades más retiradas, de lo contrario muchos de los jóvenes, y muchos también de los de mayor edad, serán engañados y cautivados por el enemigo.

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7 de enero de 1903

Todos estamos muy entristecidos por la noticia de la terrible pérdida que ha sufrido la causa como resultado del incendio de las oficinas de la Review and Herald. Dentro del espacio de uno o dos años dos de nuestras instituciones más grandes han sido destruidas por fuego. La noticia de esta reciente calamidad nos ha hecho lamentar profundamente, pero fue el Señor quien permitió que nos sobrecogiera, y no debiéramos quejarnos, sino más bien aprender de ella la lección que el Señor nos quiere enseñar.

La destrucción del edificio de la Review and Herald no debe pasarse por alto como algo desprovisto de significado. Todo el que tiene conexión con las oficinas debiera preguntarse: “¿En qué sentido me merezco yo esta lección? ¿En qué sentido he andado contrariamente a un ‘Así dice Jehová’, para que él tuviera que dirigirme esta lección a mí? ¿He hecho caso de las advertencias y reprensiones que él ha enviado, o he seguido yo mis propios caminos?”

Que el Dios que examina los corazones reprenda a los que yerran, y que cada uno se arrodille ante él con humildad y contrición, poniendo a un lado todo fariseísmo y presunción, confesando y dejando todo pecado, y pidiendo perdón a Dios en nombre del Redentor. Dice Dios: “Al que a mí viene, no le echo fuera” (Juan 6:37), y los que con sinceridad se presentan ante él serán perdonados y justificados, y recibirán poder para ser hijos de Dios.

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Ruego que los que se han opuesto a la luz y a la evidencia, rehusando escuchar las advertencias de Dios, vean en la destrucción de las oficinas de la Review and Herald una súplica para volverse a Dios con toda sinceridad de corazón. ¿No se darán cuenta de que Dios les habla con la mayor seriedad? Él no está procurando destruir vidas, sino salvarlas. En la reciente devastación, la vida de los trabajadores fue amablemente preservada para que todos tengan la oportunidad de ver que Dios los estaba corrigiendo por medio de un mensaje que venía, no de fuentes humanas, sino del cielo. El pueblo de Dios se ha apartado de él; no ha seguido su instrucción, y él se ha acercado a ellos para corregirlos; pero él no ocasionó la pérdida de vidas. Ni un alma falleció. A todas se les ha permitido vivir para que reconozcan el Poder que nadie puede negar.

Alabemos al Señor porque la vida de sus hijos fue estimada ante sus ojos. Pudo haber talado a los trabajadores en medio de su descuido y autosuficiencia. Sin embargo, ¡no lo hizo! Él dice: “Les daré otra oportunidad. Permitiré que el fuego les hable y veré si contravienen lo que en mi providencia he hecho. Los probaré con fuego para ver si aprenden la lección que deseo enseñarles”.

Cuando el Sanatorio de Battle Creek fue destruido, Cristo se entregó a sí mismo para proteger las vidas de hombres y mujeres. Por medio de esta destrucción Dios suplicaba a su pueblo que volvieran a él. Y por medio de la destrucción de las oficinas de la Review and Herald, y la protección de vidas, él les suplica por segunda vez. Él desea que vean que el poder milagroso del Infinito ha sido ejercido para salvar vidas, para que todo obrero tenga la oportunidad de arrepentirse y convertirse. Dios dice: “Si ellos se vuelven a mí, les volveré el gozo de mi salvación. Pero si siguen sus propios caminos, me acercaré aún más a ellos; y la aflicción vendrá sobre las familias que dicen creer la verdad, pero que no la practican, que no hacen del Señor Dios de Israel su temor y su miedo”.

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Que todos se examinen personalmente para ver si están en la fe. Que el pueblo de Dios se arrepienta y convierta para que sus pecados sean borrados cuando vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio. Que determinen en qué respecto han dejado de caminar por el sendero que Dios ha designado, y de purificar sus almas teniendo en cuenta sus consejos.

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Lo que pudo haber sido

Santa Helena, California,

5 de enero de 1903.

A la iglesia de Battle Creek

En una ocasión, al mediodía, estaba yo escribiendo acerca de la obra que pudo haberse hecho en el último congreso de la Asociación General si los hombres que ocupaban puestos de responsabilidad hubieran seguido la voluntad y los caminos de Dios. Los que han tenido gran luz no han andado en ella. La reunión terminó sin que se produjera ningún cambio. Los hombres no se humillaron ante el Señor como debieran, y el Espíritu Santo no fue impartido.

Había escrito hasta ese punto, cuando perdí el conocimiento, y me parecía estar presenciando una escena en Battle Creek.

Nos encontrábamos reunidos en el auditorio del Tabernáculo. Se ofreció una oración, se cantó un himno, y se volvió a orar. Una súplica ferviente se elevó ante Dios. La presencia del Espíritu Santo se hizo notoria en la reunión. El efecto fue profundamente conmovedor, y algunos de los presentes estaban llorando en voz alta.

Alguien se levantó de sus rodillas y declaró que antes había estado en desacuerdo con ciertas personas por las cuales no sentía ningún afecto, pero que ahora se veía a sí mismo como realmente era. En tono bien solemne recitó el mensaje dado a la iglesia de Laodicea: Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad. Y comentó: “En mi autosuficiencia, así mismo me sentía yo”. Y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. “Ahora veo que esta es mi condición. Mis ojos se han abierto. He sido duro de espíritu, e injusto. Me consideraba justo, pero ahora tengo partido el corazón, y reconozco mi necesidad de los consejos de Aquel que me ha examinado hasta lo más recóndito del alma. Oh, ¡cuán gratas, compasivas y amables son las palabras: ‘Yo te aconsejo que de mi compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas’”. Apocalipsis 3:17, 18.

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El que hablaba se dirigió a los que habían estado orando y dijo: “Tenemos algo que hacer. Debemos confesar nuestros pecados y humillar nuestro corazón ante Dios”. Con corazón quebrantado hizo confesión y luego se acercó a varios de los hermanos, uno tras otro, y les estrechó la mano, pidiéndoles perdón. Las personas con quienes él habló se levantaron de un salto, confesando y pidiendo perdón, y todos se abrazaron derramando lágrimas. El espíritu de la confesión se difundió por toda la congregación. Fue un tiempo pentecostal. Se alabó a Dios por medio del canto, y la obra continuó hasta las altas horas de la noche, casi hasta el amanecer.

Las siguientes palabras eran repetidas a menudo: “Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé pues, celoso, y arrepiéntete. He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”. Apocalipsis 3:19, 20.

Ninguno parecía ser tan altivo que no quisiera hacer confesión de corazón, y los que dirigían esta obra eran personas de influencia, pero nunca antes habían tenido el valor de confesar sus propios pecados.

Había un regocijo cual nunca antes se había escuchado dentro del Tabernáculo.

Luego cobré el conocimiento y por un rato no sabía dónde estaba. Todavía tenía la pluma en la mano. Me fueron dirigidas las siguientes palabras: “Esto es lo que pudo haber sido. Todo esto lo habría hecho el Señor por su pueblo. El cielo entero esperaba manifestar su clemencia”. Medité sobre cuánto habríamosavanzado si se hubiera llevado a cabo una obra cabal en el último congreso de la Asociación General, y me embargó una agonía de desengaño al darme cuenta que lo que había presenciado no era una realidad.

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*****El camino que Dios señala es siempre el mejor y el más prudente. Él siempre glorifica su nombre. La única seguridad para no incurrir en decisiones precipitadas movidos por la ambición consiste en mantener el corazón en armonía con Cristo Jesús. No se puede depender de la sabiduría humana. El hombre es voluble, creído, orgulloso y egoísta. Que los obreros que están ocupados en servir a Dios confíen completamente en el Señor. Entonces los dirigentes darán a conocer que están dispuestos a ser dirigidos, no por la sabiduría humana, de la cual es tan inútil apoyarse como de una caña cascada, sino más bien de la sabiduría del Señor, quien ha dicho: “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra”. Santiago 1:5, 6.

-114-

El olvido

Invito a todos los que profesan ser hijos de Dios a considerar la historia de los israelitas tal como está registrada en los Salmos 105, 106 y 107. Al estudiar detenidamente estas Escrituras, podremos apreciar más cabalmente la bondad, la misericordia y el amor de Dios.

Un himno de la tierra prometida

Alabad a Jehová, invocad su nombre;
Dad a conocer sus obras en los pueblos.
Cantadle, cantadle salmos;
Hablad de todas sus maravillas.
Gloriaos en su santo nombre;
Alégrese el corazón de los que buscan a Jehová.
Buscad a Jehová y su poder;
Buscad siempre su rostro.
Acordaos de las maravillas que él ha hecho,
De sus prodigios y de los juicios de su boca,
Oh vosotros, descendencia de Abraham su siervo,
Hijos de Jacob, sus escogidos.
Él es Jehová nuestro Dios;
En toda la tierra están sus juicios.
Se acordó para siempre de su pacto;
De la palabra que mandó para mil generaciones,
La cual concertó con Abraham,
Y de su juramento a Isaac.
La estableció a Jacob por decreto,
A Israel por pacto sempiterno,
Diciendo: A ti te daré la tierra de Canaán
Como porción de vuestra heredad. Cuando ellos eran pocos en número,
Y forasteros en ella,
Y andaban de nación en nación,
De un reino a otro pueblo,
No consintió que nadie los agraviase,
Y por causa de ellos castigó a los reyes.
No toquéis, dijo, a mis ungidos,

Ni hagáis mal a mis profetas.
Trajo hambre sobre la tierra,
Y quebrantó todo sustento de pan.
Envió un varón delante de ellos;
A José, que fue vendido por siervo.
Afligieron sus pies con grillos;
En cárcel fue puesta su persona.
Hasta la hora que se cumplió su palabra,
El dicho de Jehová le probó.
Envió al rey, y le soltó;
El señor de los pueblos, y le dejó ir libre.
Lo puso por señor de su casa,
Y por gobernador de todas sus posesiones,
Para que reprimiera a sus grandes

como él quisiese,
Y a sus ancianos enseñara sabiduría.
Después entró Israel en Egipto,
Y Jacob moró en la tierra de Cam.
Y multiplicó su pueblo en gran manera,
Y lo hizo más fuerte que sus enemigos.
Cambió el corazón de ellos para
que aborreciesen a su pueblo,
Para que contra sus siervos pensasen mal.
Envió a su siervo Moisés,

Y a Aarón, al cual escogió. Puso en ellos las palabras de sus señales,
Y sus prodigios en la tierra de Cam.
Envió tinieblas que lo oscurecieron todo;
No fueron rebeldes a su palabra.
Volvió sus aguas en sangre,
y mató sus peces.
Su tierra produjo ranas
Hasta en las cámaras de sus reyes.
Habló, y vinieron enjambres de moscas,
Y piojos en todos sus términos.
Les dio granizo por lluvia,
Y llamas de fuego en su tierra.
Destrozó sus viñas y sus higueras,
Y quebró los árboles de su territorio.

Habló, y vinieron langostas,
Y pulgón sin número;
Y comieron toda la hierba de su país,
Y devoraron el fruto de su tierra.
Hirió de muerte a todos los primogénitos en su tierra,
Las primicias de toda su fuerza.
Los sacó con plata y oro;
Y no hubo en sus tribus enfermo.
Egipto se alegró de que salieran,
Porque su terror había caído sobre ellos.
Extendió una nube por cubierta,
Y fuego para alumbrar la noche.
Pidieron, e hizo venir codornices;
Y los sació de pan del cielo.
Abrió la peña, y fluyeron aguas;
Corrieron por los sequedales como un río.
Porque se acordó de su santa palabra
Dada a Abraham su siervo. Sacó a su pueblo con gozo;
Con júbilo a sus escogidos.
Les dio las tierras de las naciones,
Y las labores de los pueblos heredaron;
Para que guardasen sus estatutos,
Y cumpliesen sus leyes.
Aleluya.

Salmos 105.

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