Los ángeles trabajan en armonía. Un orden perfecto caracteriza todos sus movimientos. Mientras más de cerca imitamos la armonía y el orden de la hueste angélica, mayor éxito tendrán los esfuerzos que hagan estos agentes celestiales en favor nuestro. Si no vemos la necesidad de acción armoniosa, y somos desordenados, indisciplinados y desorganizados en nuestro curso de acción, los ángeles, que están cabalmente organizados y se mueven en perfecto orden, no pueden trabajar con éxito por nosotros. Se alejan llenos de tristeza, porque no están autorizados a bendecir la confusión, la distracción y la desorganización. Todos los que desean la cooperación de los mensajeros celestiales deben trabajar al unísono con ellos. Los que tienen la unción de lo alto promoverán en todos sus esfuerzos el orden, la disciplina y la unidad de acción, y entonces los ángeles de Dios pueden cooperar con ellos. Pero estos mensajeros celestiales jamás pondrán su aprobación sobre la irregularidad, la desorganización y el desorden. Todos estos males son el resultado de los esfuerzos que hace Satanás por debilitar nuestras fuerzas, destruir nuestro valor e impedir la acción eficaz.
Satanás sabe muy bien que el éxito sólo puede ser el resultado del orden y la acción armoniosa. Bien sabe que todo lo conectado con el cielo está en perfecto orden, que la subordinación y la disciplina más completa marcan los movimientos de la hueste angélica. Se esfuerza en forma deliberada para llevar a los cristianos profesos tan lejos de las disposiciones celestiales como le sea posible. Por lo tanto, engaña aun al pueblo profeso de Dios y los hace creer que el orden y la disciplina son enemigos de la espiritualidad, que la única conducta segura para ellos consiste en dejar que cada uno siga su propio camino, y en permanecer especialmente distintos de los cuerpos de cristianos que están unidos y trabajan por establecer disciplina y armonía de acción. Todos los esfuerzos hechos por establecer orden son considerados peligrosos, una restricción de la legítima libertad, y por lo tanto dignos de ser temidos como el papismo. Estas almas engañadas consideran que es una virtud hacer alarde de su libertad de pensar y actuar en forma independiente. No aceptan el dicho de nadie. No se unen con nadie. Se me mostró que la obra especial de Satanás es llevar a los individuos a sentir que su acto de avanzar por sí mismos está de acuerdo con los propósitos de Dios, y que deben escoger su propio rumbo, independiente de sus hermanos.
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Se me hizo volver la mirada a los hijos de Israel. Muy pronto después que dejaron Egipto fueron organizados y disciplinados cabalmente. En su providencia especial, Dios había calificado a Moisés para que se pusiera a la cabeza de los ejércitos de Israel. Había sido un poderoso guerrero en su conducción de los ejércitos egipcios, y en su liderazgo ningún hombre lo sobrepasaba. El Señor no dejó que su santo tabernáculo fuera llevado indiscriminadamente por cualquier tribu que quisiera hacerlo. Fue sumamente cuidadoso, al punto de especificar el orden que quería que se observara en el transporte del arca sagrada, y designar una familia especial de entre los levitas para llevarla. Cuando convenía para bien del pueblo y para la gloria de Dios que armaran sus tiendas en cierto lugar, Dios les revelaba su voluntad haciendo que el pilar de nube descansara directamente sobre el tabernáculo, donde permanecía hasta cuando él decidiera que debían reanudar la marcha. En todas sus jornadas se requería de ellos que observaran perfecto orden. Cada tribu llevaba un estandarte con el signo de la casa de su padre sobre él, y se requería que cada tribu acampara bajo su propio estandarte. Cuando el arca se movía, los ejércitos avanzaban y las diferentes tribus marchaban en orden bajo sus propios estandartes. El Señor designó a los levitas como la tribu en cuyo medio se debía transportar el arca sagrada. Moisés y Aarón marchaban justo al frente del arca, y los hijos de Aarón los seguían de cerca, cada uno de ellos llevando una trompeta. Debían recibir las instrucciones de Moisés, y comunicarlas al pueblo por medio de las trompetas. Esos instrumentos producían sonidos especiales que el pueblo comprendía, moviéndose entonces en la forma correspondiente.
Los trompeteros daban primero una señal para llamar la atención de la gente; luego, todos debían estar atentos y obedecer el sonido claro de las trompetas. No había confusión de sonido en las voces de las trompetas; por lo tanto, no había excusa para la confusión en los movimientos. El jefe de cada compañía daba instrucciones definidas con respecto a los movimientos que debían ejecutar, y ninguno que pusiera atención era dejado en la ignorancia con respecto a lo que debía hacer. Si alguien no cumplía con los requerimientos que el Señor le daba a Moisés, y que éste comunicaba al pueblo, era castigado con la muerte. No le servía de nada la excusa de que no sabía la naturaleza de esos requerimientos, porque con ella sólo probaba su ignorancia voluntaria; recibía así el justo castigo de su transgresión. Si no sabían la voluntad de Dios concerniente a ellos, era su propia culpa. Habían tenido las mismas oportunidades de obtener el conocimiento impartido que el resto del pueblo había tenido. Por eso, su pecado de no saber, de no comprender, era tan grande a la vista de Dios como si hubieran escuchado y luego transgredido.
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El Señor designó una familia especial de la tribu de Leví para que llevara el arca. Otros de entre los levitas fueron especialmente señalados por Dios para llevar el tabernáculo y todos sus muebles, y para realizar la obra de erigirlo y desarmarlo. Y si cualquier persona, llevada por la curiosidad o por desorden se salía de su lugar y tocaba cualquier parte del santuario o los muebles, o hasta se acercaba a cualquiera de los obreros, debía sufrir la muerte. Dios no dejó su santo tabernáculo para que fuera llevado, armado o desarmado indiscriminadamente por cualquier tribu que pudiera elegir el cargo. En cambio, se eligieron personas que pudieran apreciar el carácter sagrado de la obra en que estaban ocupadas. A esos hombres elegidos por Dios se les indicó que impresionaran al pueblo con el carácter especialmente sagrado del arca y de todo lo que tuviera conexión con ella, de modo que no miraran a esas cosas sin darse cuenta de su naturaleza santa y fueran cortados de Israel. Todas las cosas pertenecientes al lugar santísimo debían ser consideradas con reverencia.
Los viajes de los hijos de Israel están fielmente descritos; la liberación que el Señor realizó en favor de ellos, su perfecta organización y orden especial, su pecado al murmurar contra Moisés, y de ese modo contra Dios, sus transgresiones, sus rebeliones, sus castigos, sus cadáveres esparcidos en el desierto por no haber querido someterse a las sabias disposiciones de Dios. Todo este fiel cuadro se despliega ante nosotros como una amonestación para que no sigamos su ejemplo de desobediencia, y caigamos como ellos.
“Pero de los más de ellos no se agradó Dios; por lo cual quedaron postrados en el desierto. Mas estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros, para que no codiciemos cosas malas, como ellos codiciaron. Ni seáis idólatras, como algunos de ellos, según está escrito: Se sentó el pueblo a comer y a beber, y se levantó a jugar. Ni forniquemos, como algunos de ellos fornicaron, y cayeron en un día veintitrés mil. Ni tentemos al Señor, como también algunos de ellos le tentaron, y perecieron por las serpientes. Ni murmuréis, como algunos de ellos murmuraron, y perecieron por el destructor. Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos. Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga” 1 Corintios 10:5-12. ¿Ha dejado Dios de ser un Dios de orden? No; es el mismo en la dispensación actual como en la anterior. Pablo dice: “Dios no es Dios de confusión, sino de paz”. 1 Corintios 14:33. Pone hoy tanta atención a los detalles como entonces. Y es su designio que aprendamos lecciones de orden y organización a partir del orden perfecto instituido en los días de Moisés para beneficio de los hijos de Israel.
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Otras labores
Experiencias desde el 23 de diciembre de 1867 al 1.º de febrero de 1868
Continuaré ahora relatando incidentes, y quizás la mejor idea que pueda dar de nuestras labores hasta la temporada de la reunión realizada en Vermont, sea con la transcripción de una carta que le escribí a mi hijo, que estaba en Battle Creek, el 27 de diciembre de 1867.
“Mi querido hijo Edson: Te escribo sentada al escritorio del Hno. D. T. Bourdeau, en West Enosburgh, Vermont. Cuando se terminó nuestra reunión de Topsham, Maine, me sentí sumamente agotada. Mientras llenaba mi baúl, casi me desmayé por la debilidad. La última obra que hice allí fue reunir a la familia del Hno. A y tener una entrevista especial con ellos. Me dirigí a esa querida familia y les hice llegar palabras de exhortación y consuelo, y también de corrección y consejo a uno conectado con ellos. Todo lo que dije fue recibido plenamente y seguido de confesión, llanto y mucho alivio para el Hno. y la Hna. A. Para mí esta obra es pesada y me produce mucho desgaste.
“Después que nos acomodamos en los vagones, me recosté y descansé aproximadamente una hora. Teníamos esa tarde un compromiso en Westbrook, Maine, para encontrarnos con los hermanos de Portland y sus alrededores. Nos alojamos en casa de la bondadosa familia del Hno. Martin. Durante la tarde no pude permanecer sentada; pero como me urgieron a estar en la reunión de la noche, fui a la escuela sintiendo que no tendría fuerzas para ponerme de pie y dirigirme al pueblo. La casa estaba llena de oyentes profundamente interesados. El Hno. Andrews dio comienzo a la reunión y habló un corto tiempo. Tu padre lo siguió con algunas observaciones. Me puse entonces de pie, y apenas había pronunciado unas pocas palabras cuando sentí que mis fuerzas se renovaban por completo. Parecía como si toda mi debilidad me hubiera abandonado, y hablé alrededor de una hora con perfecta libertad. Sentí una gratitud inexpresable por esta ayuda que Dios me concedió en el preciso momento en que más la necesitaba. El miércoles por la noche hablé libremente durante casi dos horas acerca de las reformas relativas a la salud y la vestimenta. El ver cómo se renovó tan inesperadamente mi energía, después de haberme sentido totalmente exhausta antes de esas dos reuniones, ha sido una fuente de mucho ánimo para mí.
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“La visita que hicimos a la familia del Hno. Martin nos dio mucha alegría, y esperamos ver a sus queridos hijos entregar sus corazones a Cristo, y con sus padres pelear la batalla cristiana, y obtener la corona de inmortalidad cuando se haya ganado la victoria.
“El jueves volvimos a Portland y comimos con la familia del Hno. Gowell. Tuvimos una entrevista especial con ellos, la cual esperamos que los beneficie. Nos interesa mucho el caso de la esposa del Hno. Gowell. El corazón de esta madre está desgarrado porque ha visto a sus hijos en aflicción y muerte, y sepultados en la tumba silenciosa. A los que duermen les irá bien. Dios quiera que la madre busque toda la verdad y se haga tesoros en el cielo, para que cuando venga el Dador de la vida a libertar a los cautivos de la gran cárcel de la muerte, se encuentren el padre, la madre y los hijos, y se reanuden los eslabones rotos de la cadena familiar, para nunca más ser cortados.
“El hermano Gowell nos llevó a la estación en su carruaje. Apenas alcanzamos a subir al tren antes que partiera. Viajamos cinco horas, y nos encontramos con el Hno. A. W. Smith en la estación de Mánchester, que nos esperaba para llevarnos a su casa en dicha ciudad. Allí esperábamos poder descansar por una noche; pero había una buena cantidad de personas que nos esperaban. Habían viajado unos 14 kilómetros desde Amherst para reunirse con nosotros. Tuvimos una reunión muy agradable, la cual esperamos que haya sido útil para todos. Nos retiramos a descansar a eso de las diez. Temprano a la mañana siguiente dejamos el cómodo y hospitalario hogar del Hno. Smith para continuar nuestra jornada a Washington. La ruta era lenta y tediosa. Dejamos el tren en Hillsborough, y hallamos medios de transporte esperando para llevarnos los veinte kilómetros restantes hasta Washington. El Hno. Colby tenía un trineo y frazadas, y viajamos con bastante comodidad hasta que estuvimos a pocos kilómetros de nuestro destino. No había suficiente nieve para que el trineo se deslizara sin dificultad. El viento comenzó a soplar, y durante los tres o cuatro kilómetros finales nos lanzaba a la cara y los ojos el aguanieve que caía, lo cual producía dolor, y nos helaba casi hasta congelarnos. Por fin hallamos refugio en el acogedor hogar del Hno. C. K. Farnsworth. Hicieron todo lo posible para nuestra comodidad, y todo se arregló de modo que pudiéramos descansar tanto como fuese posible. Y te aseguro que fue poco.
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“El sábado, tu padre habló poco después del mediodía, y después de una pausa de unos veinte minutos presenté un testimonio de reprensión a varios que estaban usando tabaco, y también para el Hno. Ball, que había estado fortaleciendo las manos de nuestros enemigos al ridiculizar las visiones y publicar expresiones amargas contra nosotros en el periódico Crisis, de Boston, y en The Hope of Israel (La Esperanza de Israel), un periódico publicado en Iowa. Se citó a la reunión de la tarde en casa del Hno. Farnsworth. La iglesia estuvo presente, y allí tu padre le pidió al Hno. Ball que expresara sus objeciones contra las visiones y diera una oportunidad para responder a ellas. Así se pasó la tarde. El Hno. Ball manifestó mucha inflexibilidad y oposición. Admitió que en algunos puntos estaba satisfecho, pero mantuvo firmemente su posición. El Hno. Andrews y tu padre hablaron con claridad, explicando asuntos que él había comprendido mal, y condenando su injusta conducta para con los adventistas guardadores del sábado. Todos sentimos que habíamos hecho lo mejor posible ese día por debilitar las fuerzas del enemigo. La reunión continuó hasta pasadas las diez de la noche.
“A la mañana siguiente asistimos nuevamente a las reuniones en la capilla. Tu padre habló en la mañana. Pero justo antes que él comenzara a hablar, el enemigo hizo que un pobre y débil hermano sintiera que tenía una carga asombrosa relativa a la iglesia. Con grandes aspavientos, habló, gimió y lloró, y actuó como si le hubiera sobrevenido una terrible carga, que nadie logró comprender. Nosotros nos esforzábamos por hacer que los que profesaban la verdad vieran su espantoso estado de oscuridad y apostasía delante de Dios, y lo confesaran con humilde sinceridad, volviéndose así al Señor con sincero arrepentimiento, de modo que él pudiera volver a ellos y sanar sus apostasías. Satanás procuró estorbar la obra empujando a esa pobre alma inestable a que causara disgusto en los que deseaban actuar en forma razonable. Me levanté y le dirigí a ese hombre un testimonio claro. No había tomado ningún alimento por dos días, y Satanás lo había engañado y empujado más allá de sus límites.
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“Tu padre entonces predicó. Tuvimos unos momentos de intermedio, y luego traté de hablar sobre las reformas de salud y la vestimenta, y presenté un testimonio claro a los que habían estado estorbando el camino de los jóvenes y los incrédulos. Dios me ayudó a hablarle con claridad al Hno. Ball, y a decirle en el nombre del Señor lo que estaba haciendo. Esto lo afectó mucho.
“Una vez más celebramos una reunión vespertina en casa del Hno. Farnsworth. El tiempo estuvo tormentoso durante las reuniones; sin embargo el Hno. Ball no faltó a ninguna de ellas. Se continuó con el mismo tema, la investigación del rumbo que él había mantenido. Si alguna vez el Señor le ayudó a un hombre a expresarse, lo hizo esa noche con el Hno. Andrews, quien enfocó el tema del sufrimiento por causa de Cristo. Se mencionó el caso de Moisés, que rehusó ser llamado hijo de la hija de Faraón, escogiendo más bien sufrir aflicción con el pueblo de Dios que gozar por un tiempo de los placeres del pecado, considerando el reproche de Cristo como mayor riqueza que los tesoros de Egipto, porque respetaba la recompensa del galardón. El Hno. Andrews mostró que este ejemplo era uno entre muchos en que el reproche de Cristo fue estimado superior a las riquezas y la honra mundanales, los títulos altisonantes, la expectativa de una corona, y la gloria de un reino. El ojo de la fe estuvo fijo en el glorioso futuro, y la recompensa del galardón fue considerada de tal valor que hizo que las cosas más preciosas que puede ofrecer el mundo parecieran no tener valor alguno. Los hijos de Dios soportaron burlas, azotes, cadenas y prisiones; fueron apedreados, aserrados, tentados, errantes, vestidos de pieles de ovejas y de cabras, desposeídos, afligidos, atormentados; y sostenidos por la esperanza y la fe, pudieron considerar livianas esas aflicciones. El futuro, la vida eterna, les parecía de tal valor que sentían que sus sufrimientos eran pequeños en comparación con la recompensa del galardón.
“El Hno. Andrews relató el caso de un fiel cristiano que estaba por sufrir el martirio a causa de su fe. Otro cristiano había estado conversando con él con respecto al poder de la esperanza cristiana, deseando saber si ésta sería lo suficientemente fuerte como para sostenerlo mientras su carne se consumía en el fuego. Le pidió a su hermano, que estaba por sufrir el martirio, que le diera una señal si la fe y la esperanza cristianas eran más fuertes que el fuego devorador. Esperaba que el turno próximo le tocaría a él, y dicha señal lo fortalecería para afrontar las llamas. El mártir le prometió que le daría la señal. Fue llevado a la estaca entre las burlas y provocaciones de la multitud de ociosos que se habían congregado para ver cómo el cristiano se consumía en la hoguera. Se trajo la leña y se encendió el fuego, y el compañero cristiano fijó sus ojos en el mártir moribundo, sintiendo que mucho dependía de la señal. El fuego ardió y ardió, la carne se ennegreció, pero la señal no venía. El cristiano no apartó un momento sus ojos de la terrible escena. Los brazos ya se habían tostado, y no había señales de vida. Todos pensaban que el fuego había hecho su obra y que no quedaba ya rastro de vida. Mas ¡oh maravilla! ¡De entre las llamas los dos brazos se alzaron de pronto hacia el cielo! El cristiano, cuyo corazón comenzaba a desfallecer, contempló la gozosa señal; todo su ser se estremeció, y renovó su fe, su esperanza y su valor. De sus ojos brotaron lágrimas de gozo.
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“Al referirse el Hno. Andrews a los brazos ennegrecidos y quemados que se alzaron al cielo entre las llamas, él también se puso a llorar como un niño. Casi toda la congregación estaba conmovida hasta las lágrimas. La reunión concluyó a eso de las diez. Las nubes de tinieblas se habían disipado en forma dramática. El Hno. Hemingway se levantó y dijo que había estado en completa apostasía, usando tabaco, oponiéndose a las visiones y persiguiendo a su esposa por creer en ellas, pero declaró que no volvería a hacer eso. Nos pidió perdón a ella y a todos. Su esposa habló con gran sentimiento. Su hija y otros más se levantaron para orar. El Hno. Hemingway declaró que el testimonio que la Hna. White había expresado parecía venir directamente desde el trono, y que nunca volvería a atreverse a presentarle oposición.
“El Hno. Ball dijo entonces que si las cosas eran como nosotros las veíamos, entonces su caso era muy malo. Declaró que él sabía que había estado en apostasía durante años, y que había estorbado el camino de los jóvenes. Agradecimos a Dios por esa admisión. Decidimos salir el lunes temprano por la mañana, pues teníamos un compromiso en Braintree, Vermont, para encontrarnos con unos treinta guardadores del sábado. Pero el tiempo estaba muy frío, inclemente y huracanado como para viajar cuarenta kilómetros después de una labor tan sostenida, y finalmente decidimos esperar y continuar la obra en Washington hasta que el Hno. Ball se decidiera por la verdad o en contra de ella, de tal modo que la iglesia pudiera descansar en lo referente a su caso.