Testimonios para la Iglesia, Vol. 2, p. 45-53, día 076

No permita que nada le impida progresar en el camino de la vida perdurable. Su interés eterno está en juego. En usted debe hacerse una obra completa. Deberá convertirse plenamente, o no llegará al Cielo. Pero Jesús lo invita a hacer de él su fortaleza, su apoyo. Será para usted una ayuda siempre presente en todo momento de necesidad; como la sombra de un gran peñasco en tierra desolada. No permita que su gran preocupación sea tener éxito en este mundo; por el contrario, la carga de su alma debería ser cómo alcanzar el mundo mejor, qué hacer para ser salvo. Al salvar su propia alma, salvará a otros. Al elevarse a sí mismo, elevará a los demás. Al aferrarse de la verdad y del trono de Dios, ayudará a otros a fijar su temblorosa fe en sus promesas y en su trono eterno. Usted debe llegar a la situación de valorar más la salvación que las ganancias terrenales, y considerar todo como pérdida para ganar a Cristo. Su consagración debe ser completa. Dios no permitirá que usted se reserve algo; no aceptará un sacrificio dividido; no puede albergar ídolos. Debe morir al yo y al mundo. Renueve cada día su consagración a Dios. La vida eterna merece un esfuerzo de toda la existencia, perseverante e incansable.

Se me mostró que su hermano estuvo convencido de la verdad por un tiempo, pero que ciertas influencias lo indujeron a apartarse. Su esposa le impidió obedecer sus convicciones. Pero en su aflicción ella buscó al Señor, y lo encontró. Entonces se preocupó de que su esposo abrazara la verdad; se arrepintió de haberse opuesto a él, de que su orgullo y amor al mundo le habían impedido por tanto tiempo que recibiera la verdad. Como un niño fatigado que procura descanso sin poder obtenerlo, por fin aceptó esta invitación llena de gracia: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”. Mateo 11:28. Su alma cansada y cargada buscó al Señor, y con arrepentimiento, humillación y oración ferviente depositó su carga sobre el gran Portador de cargas, y en él encontró descanso; recibió la evidencia de que su humillación y su sincero arrepentimiento habían sido aceptados por Dios, y que por causa de Cristo le había perdonado sus pecados.

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Se me ha mostrado, Hno. D, que usted dispone de muy poco tiempo para trabajar. Lleve a cabo su tarea cabalmente; redima el tiempo. No permita que la más mínima mancha empañe su carácter cristiano en sus transacciones comerciales. Mantenga sus vestiduras sin mancha del mundo. Vele y ore; no sea que caiga en tentación. Las tentaciones pueden rodearlo, pero usted no está obligado a caer en ellas. Puede obtener fortaleza de Cristo para mantenerse sin mácula en medio de la contaminación de esta era corrupta. “Por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia”. 2 Pedro 1:4. Mantenga la vista fija en Cristo, en la imagen divina. Imite su vida incontaminada, y será participante de su gloria, y heredará con él el reino preparado para usted desde la fundación del mundo.

La maledicencia

El hermano F ama la causa de Dios, pero la ha tomado demasiado a pecho, y ha asumido muchas responsabilidades que no debería haber tomado. Por causa de esto, su salud se ha resentido. A veces ha considerado ciertos asuntos en forma muy intensa, y ha deseado con demasiada vehemencia y ansiedad que todos los consideraran de la misma manera; y puesto que no estaban dispuestos a hacerlo se ha sentido casi aplastado. Es profundamente sensible y está en peligro de insistir con demasiada fuerza en sus opiniones.

La hermana F quiere ser cristiana, pero no ha cultivado la discreción y la verdadera cortesía. Es de temperamento optimista, ardiente y confiada en sí misma. Muestra el aspecto áspero de su carácter y aparentemente no ha ganado mucho con ello. Ha obrado basándose en sus impulsos, tal como lo sentía y a veces sus sentimientos han sido muy exagerados e intensos. Es muy definida con respecto a lo que le gusta o le disgusta, y ha permitido que se desarrollara mucho este desgraciado rasgo de carácter, para gran perjuicio de su propio progreso espiritual y para daño de la iglesia. Ha hablado demasiado, imprudentemente, tal como lo sentía. Esta circunstancia ha ejercido una fuerte influencia sobre su esposo, y lo ha inducido a veces a actuar impulsado por sus sentimientos exacerbados cuando, si hubiera esperado, y examinado las cosas con calma habiéndolas considerado adecuadamente, habría sido mejor para él y para la iglesia. Nada se gana cuando se avanza apresuradamente, sobre la base de los impulsos y los sentimientos fuertes.

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La hermana F obra por impulso, busca faltas y ha tenido demasiado que decir de sus hermanos y hermanas. Esta conducta es capaz de producir confusión en cualquier iglesia. Si pudiera dominar su genio, ganaría una gran victoria. Si procurara el adorno celestial, el ornamento de un espíritu humilde y tranquilo, que Dios, el Creador de los cielos y la tierra, considera de gran valor, entonces sería de verdadero valor para la iglesia. Si albergara el espíritu de Cristo, y se convirtiera en pacificadora, su propia alma florecería y sería una bendición para la iglesia dondequiera fuera a vivir. A menos que se convierta, y se produzca un cambio total en ella, a menos que se eduque a sí misma para no hablar apresuradamente y para no enojarse con rapidez, y cultive la verdadera cortesía cristiana, su influencia resultará perjudicial, y la felicidad de los que se relacionan con ella sufrirá. Manifiesta una independencia que la perjudica y la aleja de sus amistades. Esta independencia le ha causado muchas dificultades y ha herido a sus mejores amigos.

Si los que disponían de medios económicos fueron exigentes en su trato con su esposo, y no lo favorecieron más que los mundanos en las transacciones comerciales, ella se resintió y habló, y suscitó sentimientos de insatisfacción donde no los había antes. Este mundo, en el mejor de los casos, es egoísta. Muchos de los que profesan la verdad no han sido santificados por ella, y no están dispuestos a hacer la más mínima rebaja en el precio de sus productos cuando tratan con un hermano pobre, en circunstancias que sí lo harían con un mundano acomodado. No aman a su prójimo como a sí mismos. Agradaría más a Dios si hubiera menos egoísmo y más generosidad desinteresada.

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Puesto que la Hna. F ha visto manifestarse un espíritu egoísta entre los hermanos en los tratos comerciales, ha cometido un pecado mayor al reaccionar y al hablar del asunto en la forma como lo ha hecho. Se ha equivocado al esperar demasiado. Su lengua ha sido verdaderamente un miembro ingobernable, un mundo de iniquidad, encendido por el infierno, indomado e indomable. La Hna. F ha manifestado un espíritu de represalia, evidente por su conducta al sentirse ofendida. Todo eso está mal. Ha albergado sentimientos de amargura, totalmente ajenos al espíritu de Cristo. La ira, el resentimiento y toda clase de actitudes poco amables encuentran expresión al hablar en contra de aquellos con quienes estamos disgustados, y al recitar la lista de errores, fallas y pecados de los vecinos. De ese modo se satisfacen los deseos concupiscentes.

Hna. F: si usted se siente herida porque sus amigos o vecinos están obrando mal en perjuicio propio, si son sorprendidos en falta, siga la regla bíblica: “Repréndele estando tú y él solos”. Mateo 18:15. Y al hablar con el que usted supone que está en error, procure hacerlo con humildad; porque la ira del hombre no da como resultado la justicia de Dios. La única manera de restaurar a los que han cometido errores es por medio de un espíritu de humildad, bondad y tierno amor. Sea cuidadosa con sus modales. Evite todo lo que en la apariencia y en el gesto, en la palabra o el tono de voz, cause la impresión de orgullo o suficiencia propia. Evite toda palabra o mirada que podría exaltarla, o establecer un contraste entre su bondad y justicia y las fallas de ellos. Aléjese lo más que pueda del desdén, el insulto o el desprecio. Evite cuidadosamente toda apariencia de enojo; y aunque su lenguaje sea claro, que no haya en él ni reproches, ni acusaciones injuriosas, ni señal de ira, sino más bien de sincero amor. Sobre todo, que no haya ni sombra de odio ni mala voluntad, ni amargura en la expresión. Nada fuera de la bondad y la amabilidad pueden fluir de un corazón lleno de amor. Sin embargo, ninguno de esos preciosos frutos puede impedirle hablar en la forma más seria y solemne, como si los ángeles la estuvieran escuchando, y usted estuviera actuando con relación al juicio venidero. Recuerde que el éxito de la reprensión depende en gran medida del espíritu con que se la da. No descuide la oración ferviente para que pueda poseer una mente humilde, y los ángeles de Dios puedan ir delante de usted para obrar en los corazones que usted está tratando de alcanzar, con el fin de suavizarlos mediante impresiones celestiales, de modo que sus esfuerzos puedan dar resultados. Si algún bien se hace, no se adjudique el crédito. Sólo Dios debe ser exaltado. Sólo Dios lo ha hecho todo.

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Usted ha defendido su actitud de hablar mal de su hermano o hermana o vecino delante de los demás antes de ir a hablar con ellos, y de dar los pasos que Dios ha señalado definidamente que se deben dar. Ha dicho: “¡Pero! ¡Si yo no hablé con nadie hasta que me sentía tan agobiada que no lo pude impedir!” ¿Qué la agobiaba? ¿No era acaso el claro descuido de su propio deber, de un “Así dice Jehová”? Usted cometió un pecado porque no fue a hablar con el ofensor para ventilar su falta entre usted y él solos. Si no lo hizo, si desobedeció a Dios, ¿cómo no se habría de sentir abrumada, a menos que su corazón se hubiera endurecido, puesto que estaba pisoteando el mandamiento de Dios y en su corazón estaba aborreciendo a su hermano o vecino? ¿Y de qué modo trató de librarse de esa carga? ¡Dios la reprende por su pecado de olvido, al no hablar con su hermano acerca de su falta, y usted se disculpa y se consuela con un pecado de comisión, es a saber, hablar de las faltas de su hermano con otra persona! ¿Es ésta la forma adecuada de obtener tranquilidad, cometiendo un pecado?

Todos sus esfuerzos por salvar a los que están equivocados pueden resultar infructuosos. Pueden pagarle mal por bien. Tal vez se enojen en vez de convencerse. ¿Qué pasará si escuchan sin resultados, y prosiguen la mala conducta que comenzaron? Esto va a suceder con frecuencia. A veces la reprensión más suave y tierna no produce buenos resultados. En ese caso la bendición que usted deseaba que otro recibiera al comportarse justamente, al dejar de hacer el mal y al aprender a hacer el bien, volverá a su propio pecho. Si el que está en error persiste en el pecado, trátelo bondadosamente, y déjelo con su Padre Celestial. Ha librado su alma; el pecado de ellos ya no descansa sobre usted; ya no participa más del pecado de ellos. Si perecen, su sangre caerá sobre sus propias cabezas.

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Querida amiga: Debe producirse en usted una transformación completa, o en caso contrario será pesada en la balanza y hallada falta. En la Iglesia de _____, especialmente las mujeres que hablan mucho, tienen una lección que aprender. “Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión del tal es vana”. Santiago 1:26. Muchos serán pesados en la balanza y hallados faltos en este asunto de tan gran importancia. ¿Dónde están los cristianos que se van a someter a esta regla; que se van a poner de parte de Dios contra los que practican la maledicencia; que van a complacer a Dios y poner guardia, una guardia continua delante de su boca, y van a guardar la puerta de sus labios? No hable mal de nadie. No escuche ningún mal informe acerca de nadie. Porque si no hubiera oyentes, no habría maledicentes. Si alguien habla mal de otro en su presencia, no se lo permita. Rehuse escucharlo, aunque sus modales sean suaves y su voz dulce. Esa persona puede profesar aprecio, no obstante lo cual puede lanzar insinuaciones encubiertas para apuñalar el carácter en medio de la oscuridad.

Evite resueltamente escuchar, aunque el murmurador insista en que se sentirá abrumado hasta que pueda hablar. ¡Abrumado, por cierto! por un secreto maldito capaz de separar a los mejores amigos. Vayan, ustedes los abrumados, y libérense de su carga en la forma en que Dios lo indicó. Primeramente vayan y hablen con su hermano acerca de su falta entre ustedes y él solos. Si esto falla, lleven a dos amigos y háblenle en su presencia. Si estos pasos no dan resultados, entonces díganlo a la iglesia. Ni un solo incrédulo debe estar al tanto del más mínimo detalle del asunto. Comunicarlo a la iglesia es el último paso que se debe dar. No lo publiquen entre los enemigos de nuestra fe. Estos no tienen derecho a estar enterados de los asuntos de la iglesia, no sea que las debilidades y los errores de los seguidores de Cristo queden en evidencia.

Los que se están preparando para la venida de Cristo deberían ser sobrios y velar en oración, porque nuestro adversario el diablo anda alrededor como león rugiente buscando a quién devorar; pero tenemos que resistirlo firmes en la fe. “Porque: el que quiere amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua de mal, y sus labios no hablen engaño; apártese del mal, y haga el bien; busque la paz, y sígala. Porque los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a sus oraciones”. 1 Pedro 3:10-12.

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El egoísmo y el amor al mundo

Queridos hermanos G,

Hace algún tiempo que he querido escribirles. Cuando la luz que el Señor me dio apareció claramente delante de mí, algunas cosas impresionaron con fuerza mi mente mientras me encontraba delante de la gente en _____. Albergué la esperanza de que ustedes asistieran a otra reunión, y que la labor comenzada allí pudiera ser proseguida. Pero me apena ver que cuando nuestros hermanos asisten a un congreso, generalmente no se dan cuenta de la importancia de prepararse para esa reunión. En lugar de consagrarse a Dios antes de venir, esperan hasta encontrarse en la reunión para que esa obra se haga allí. Traen su hogar con ellos, y consideran que las cosas que han dejado atrás son de más valor e importancia que la preparación del corazón para su venida. Por lo tanto, casi todos se van más o menos como cuando vinieron. Para asistir a estas reuniones hay que gastar mucho dinero, y si los que vienen no sacan provecho, sufren una pérdida, y dificultan la tarea de los que tienen la responsabilidad de trabajar por ellos. Nuestros hermanos se retiraron del congreso demasiado pronto. Habríamos presenciado una obra muy especial por parte de Dios, si todos se hubieran quedado para participar en la tarea.

Hna. G: tengo un mensaje para usted. Usted está lejos del reino. Ama este mundo, y ese amor la ha vuelto fría, egoísta, exigente y avara. Su gran motivo de interés es el poderoso dólar. ¡Cuán poco sabe usted de cómo considera Dios a los que se hayan en su condición! Está terriblemente engañada. Se está conformando a este mundo en lugar de transformarse por la renovación de su entendimiento. El egoísmo y el amor propio se manifiestan en su vida en medida apreciable. No ha vencido este desgraciado defecto de carácter. Si no le pone remedio, perderá el Cielo, y su felicidad aquí se malogrará grandemente. Esto ya ha ocurrido. La nube que le ha seguido entenebreciendo su vida, crecerá y se volverá más oscura hasta que todo su cielo esté cubierto de nubes. Mirará a la derecha, y no habrá luz allí; y a la izquierda, y no descubrirá un solo rayo.

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Usted se crea problemas donde no existen, porque no anda bien. No es consagrada. Su actitud quejosa y mezquina la vuelve infeliz y desagrada a Dios. Durante toda su vida se ha cuidado a sí misma, tratando de ser feliz. Esa es una miserable tarea; una actividad sin provecho. Mientras más invierta en esto, mayor será la pérdida. Mientras menos acciones tenga en el negocio de servirse a sí misma, más ganará. No sabe nada del amor desinteresado y carente de egoísmo, y mientras no se dé cuenta de que hay un pecado especial en la carencia de este precioso rasgo de carácter, no manifestará diligencia para cultivarlo.

Usted se casó con su esposo porque lo amaba. Sabía que al hacerlo sellaba un pacto con él mediante el cual se convertía en la madre de sus hijos. Pero he observado que usted es deficiente en esto. Sí, lamentablemente deficiente. No ama a los hijos de su esposo, y a menos que se produzca un cambio total, una reforma completa en usted, y en la forma de administrar su casa, estas preciosas joyas se arruinarán. El amor, el manifestar afecto, no forman parte de su carácter. ¿Le diré la verdad y me convertiré en su enemiga por eso? Usted es demasiado egoísta para amar a los hijos de otra persona. Se me mostró que el fruto de su unión no prosperará, ni recibirá la bendición de la fuerza, la vida y la salud, y que el Espíritu de Dios la va a abandonar, a menos que usted se someta a un cambio total, y mejore en lo que es tan deficiente. En la misma medida en que su egoísmo agosta y marchita a los jóvenes corazones que la rodean, la maldición de Dios agostará y marchitará las promesas sobre las cuales se basa su unión y su amor egoísta. Y si usted persiste en esa clase de conducta, Dios se acercará más a usted, eliminará uno tras otro los ídolos que están delante de su rostro, hasta que humille en su presencia su corazón orgulloso, egoísta e insumiso.

Vi que tendrá que rendir cuenta en el día de Dios por el incumplimiento de su cometido. Está amargando demasiado la vida de esos queridos niños, especialmente de la niña. ¿Dónde están el afecto, las amantes caricias y la paciencia? El odio reside en su corazón no santificado, y no el amor. La censura brota de sus labios más a menudo que la alabanza y las palabras de ánimo. Sus modales, su aspereza, su naturaleza antipática son para esa niña tan sensible como el granizo que cae sobre una tierna planta. Se doblega frente a cada arremetida suya, hasta que su vida queda oprimida, magullada y quebrantada.

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Su manera de manejar la casa está secando las corrientes del amor, la esperanza y el gozo en sus hijos. Una tristeza constante se manifiesta en el rostro de la niña, pero ese hecho, en lugar de despertar su simpatía y su ternura, la impacienta y le causa positivo disgusto. Podría cambiar esa actitud por el ánimo y la alegría si lo quisiera. “¿No ve Dios esto? ¿No lo sabe acaso?” fueron las palabras del ángel. Dios la va a castigar por estas cosas. Usted asumió voluntariamente esta responsabilidad, pero Satanás se ha aprovechado de su carácter infeliz, de su falta de amor, de su amor propio, su mezquindad y su egoísmo, y ahora este carácter suyo aparece con toda su deformidad, incorrecto, insumiso, atándola como si fueran cadenas de hierro. Los niños leen en el rostro de la madre; se dan cuenta si éste expresa amor o disgusto. Usted no se da cuenta de la obra que está haciendo. ¿No despierta piedad en usted esa carita triste, ese suspiro que brota de un corazón oprimido que anhela amor? No, en usted no. Aleja, en cambio, al niño de usted, y aumenta su disgusto.

Vi que el padre no había seguido la conducta que debiera haber seguido. A Dios no le agrada su actitud. Alguien robó el corazón de ese padre de los que son sangre de su sangre y hueso de sus huesos. Hno. G: usted debería haber asumido una actitud firme, y no haber permitido que las cosas tomaran el rumbo que han seguido. Usted se dio cuenta de que las cosas no iban bien, y a veces se sintió preocupado, pero el temor de desagradar a su actual esposa, y producir un infeliz desacuerdo en el seno de la familia, lo indujo a guardar silencio cuando debería haber hablado. Usted no ha asumido una actitud firme en este asunto. Sus hijos no tienen una madre que los defienda, que los proteja de la censura mediante sus palabras juiciosas.

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Tatiana Patrasco