Testimonios para la Iglesia, Vol. 2, p. 54-62, día 077

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Sus hijos, y todos los niños que han perdido a la persona de cuyo pecho fluía el amor maternal, han experimentado una pérdida irreparable. Pero cuando alguien se atreve a ocupar el lugar de la madre frente a ese pequeño y dolorido rebaño, asume una responsabilidad que implica una doble preocupación, en el sentido de ser más amorosa si es posible, dispuesta a no censurar ni amenazar más de lo que la madre lo hubiera hecho, para tratar de suplir de esa manera la pérdida que ha experimentado ese pequeño rebaño. Usted, Hno. G, ha estado como un hombre dormido. Estreche a sus hijos contra su corazón, rodéelos con sus brazos protectores, ámelos tiernamente. Si usted no lo hace, la frase que se escribirá acerca de usted será ésta: “Has sido hallado falto”.

Ambos tienen que hacer una obra. Terminen para siempre con sus murmuraciones. No permita, Hno. G, que la actitud exigente, mezquina y egoísta de su esposa influya sobre sus actos. Ambos han participado del mismo espíritu, y ambos le han robado a Dios. El pretexto de la pobreza ha brotado de los labios de ustedes; el Cielo sabe que eso es falso; pero sus palabras se convertirán en realidad, y serán ciertamente pobres, si continúan albergando el amor al mundo que han manifestado hasta ahora. “¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas. Malditos sois con maldición”. Malaquías 3:8, 9. Eviten esta maldición tan rápidamente como sea posible.

Hno. G, como mayordomo de Dios fije su mirada en él. A él le va a tener que rendir cuenta de su mayordomía, no a su esposa. Son los bienes de Dios los que está manejando. Se los ha prestado sólo por un poco de tiempo para probarlo, para ver si serán “ricos en buenas obras, dadivosos, generosos; atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que echen mano de la vida eterna”. 1 Timoteo 6:18, 19. Dios va a reclamar lo suyo con usura. Quiera él ayudarlos a prepararse para el juicio venidero. Crucifiquen el yo. Permitan que las preciosas gracias del Espíritu vivan en los corazones de ustedes. Apártense del mundo y de sus deseos corrompidos. “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él”. 1 Juan 2:15. Aunque la profesión de fe de ustedes fuera tan alta como el cielo, si son egoístas y amantes del mundo no tendrán parte en el Cielo con los santificados, los puros y los santos. “Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”. Mateo 6:21. Si el tesoro de ustedes está en el Cielo, allí estará su corazón. Hablarán acerca del Cielo, la vida eterna, la corona inmortal. Si el tesoro de ustedes está en la tierra, hablarán de cosas terrenales, se preocuparán de pérdidas y ganancias. “¿Qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” Mateo 16:26.

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Habrá luz y salvación para ustedes solamente si llegan a la conclusión de que las necesitan; en caso contrario, perecerán. Jesús puede salvar hasta lo sumo. Pero, Hna. G, si Dios ha hablado alguna vez por mí, le digo que está terriblemente engañada con respecto a sí misma, y debe experimentar una conversión completa, o en caso contrario nunca se contará entre los que pasarán por una gran tribulación, lavarán sus ropas y las blanquearán con la sangre del Cordero.

Las carnes y los estimulantes

Estimados hermanos H,

Recordé que vuestros rostros se hallaban entre los de varias personas a quienes vi necesitadas de que se haga cierta obra para ellas antes de que puedan ser santificadas por la verdad. Abrazasteis la verdad porque veíais que era la verdad, pero ella no se ha apoderado de vosotros. No habéis sentido su influencia santificadora en la vida. Ha estado resplandeciendo la luz sobre vuestra senda con respecto a la reforma pro salud y el deber que incumbe a los hijos de Dios en estos postreros días en cuanto a ejercer templanza en todas las cosas. Vi que estabais entre aquellos que demorarían en ver la luz y en corregir su manera de comer, beber y trabajar. En la medida en que se reciba y se siga la luz, ésta realizará una completa reforma en la vida y el carácter de todos aquellos que son santificados por ella.

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Sus actividades son de tal carácter que no favorecen el progreso de su vida divina y estorban su crecimiento en la gracia y en el conocimiento de la verdad. Tienen la tendencia a rebajar al hombre, a inducirlo a ser más animal en sus propensiones. Las facultades superiores de la mente quedan sojuzgadas por las inferiores. La porción animal de su naturaleza gobierna la espiritual. Los que profesan estar preparándose para la traslación no deberían ser carnívoros.

Su familia ha participado ampliamente de alimentos a base de carne, y las inclinaciones animales se han fortalecido, mientras las intelectuales se han debilitado. Estamos compuestos de lo que comemos, y si subsistimos en gran medida gracias a la carne de animales muertos, participaremos de su naturaleza. Usted ha fortalecido la parte más vulgar de su organismo, mientras la más refinada se ha debilitado. Repetidas veces ha dicho en defensa de su hábito de comer carne: “Por más perjudicial que sea para los demás, a mí no me hace nada, porque la he comido toda mi vida”. Pero no sabe cuán bien habría estado si se hubiera abstenido de comer carne. Como familia, ustedes están lejos de encontrarse libres de enfermedades. Han comido grasa de animales, lo que Dios en su Palabra prohibe expresamente: “Estatuto perpetuo será por vuestras edades, dondequiera que habitéis, que ninguna grosura (grasa) ni ninguna sangre comeréis”. Levítico 3:17. “Además, ninguna sangre comeréis en ningún lugar donde habitéis, ni de aves ni de bestias. Cualquiera persona que comiere de alguna sangre, la tal persona será cortada de entre su pueblo”. Levítico 7:26, 27.

Tienen carne, pero no es buen alimento. Gracias a ella están peor. Si cada uno de ustedes se sometiera a un régimen más frugal, que les ayudara a eliminar entre doce y quince kilogramos de peso, estarían menos predispuestos a enfermarse. El consumo de carne les ha proporcionado sangre y músculos de mala calidad. El organismo de ustedes está congestionado, listo para contraer cualquier enfermedad. Ustedes son susceptibles a contraer enfermedades graves, y a padecer una muerte repentina, porque no poseen un organismo suficientemente fuerte como para ponerle freno a la enfermedad y resistirla. Llegará el momento cuando la fortaleza y la salud de que se han vanagloriado tanto, resultará que es más bien debilidad. No es el principal propósito de la vida del hombre satisfacer el estómago. Hay necesidades animales que satisfacer, es cierto; pero, ¿será posible que por causa de ellas el hombre se vuelva totalmente animal?

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Han puesto delante de sus hijos una mesa llena de alimentos malsanos, cocinados en forma malsana también. Han puesto carne delante de ellos y, ¿cuáles han sido los resultados? Esos chicos, ¿son refinados, intelectuales, obedientes, concienzudos, e inclinados hacia las cosas religiosas? Ustedes saben que no es así, sino todo lo contrario. Esa forma de vivir ha fortalecido lo animal en la naturaleza de ustedes, y ha debilitado lo espiritual. Le han legado a sus hijos una herencia miserable; una naturaleza depravada que se ha corrompido más todavía mediante hábitos groseros en el comer y el beber. La mesa ha completado la tarea realizada para hacer de ellos lo que son. El pecado se halla junto a la puerta. Ustedes saben que esos chicos no tienen inclinaciones religiosas, que no están dispuestos a someterse a restricción alguna, y que por lo contrario están inclinados a la desobediencia y a no respetar la autoridad. El hijo mayor está especialmente corrompido, y participa en buena medida de lo animal. Apenas si se descubre algún rasgo divino en su persona. Han criado a sus hijos para que complazcan el apetito cuándo y dónde les plazca. El ejemplo de ustedes les ha enseñado que hay que vivir para comer; que la complacencia del apetito es más o menos el motivo de la vida. Usted tiene que hacer una obra, Hno. H. Ha sido semejante a un hombre dormido o paralizado. Es el momento de hacer un esfuerzo poderoso para salvar a los miembros más jóvenes de su familia. La influencia que ejerce su hijo mayor sobre ellos es positivamente mala. Modifique su régimen alimentario. Un régimen estimulante, que conduce a la depravación, está fortaleciendo las pasiones animales de sus hijos. De todas las familias que conozco, la suya es la que más necesita eliminar la carne, la grasa, y aprender a cocinar higiénicamente.

La Hna. H es una mujer cuya sangre está corrompida. Su organismo está lleno de humores escrofulosos por comer carne. El consumo de carne de cerdo en vuestra familia os ha proporcionado sangre de mala calidad. La Hna. H necesita limitarse estrictamente a un régimen de cereales, frutas y verduras, cocinadas sin carne ni grasa alguna. Necesitaréis adheriros durante bastante tiempo a un régimen estrictamente saludable para colocaros en mejores condiciones de salud, que os relacionen correctamente con la vida. Es imposible que quienes hacen copioso consumo de carne tengan un cerebro despejado y un intelecto activo.

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Os aconsejamos que cambiéis vuestros hábitos de vida; pero al mismo tiempo os recomendamos que lo hagáis con entendimiento. Conozco familias que han cambiado de un régimen a base de carne a otro deficiente. Su alimento está tan mal preparado que repugna al estómago; y estas personas me han dicho que la reforma pro salud no les asienta, pues están perdiendo su fuerza física. Esta es una razón por la cual algunos no han tenido éxito en sus esfuerzos para simplificar su alimentación. Siguen un régimen pobre. Preparan sus alimentos sin esmero ni variación. No debe haber muchas clases de alimentos en una comida, pero cada comida no debe estar compuesta invariablemente de las mismas clases de alimentos. El alimento debe prepararse con sencillez, aunque en forma esmerada para que incite al apetito. Debéis eliminar la grasa de vuestra alimentación. Contamina cualquier alimento que preparéis. Comed mayormente frutas y verduras.

Después de disminuir su fuerza física por comer una cantidad reducida de alimentos de mala calidad, algunos concluyen que su anterior manera de vivir era mejor. El organismo debe ser sostenido. Sin embargo, no vacilamos en decir que la carne no es necesaria para tener salud y fuerza. Se la usa porque el apetito depravado la desea. Su consumo excita las propensiones animales y fortalece las pasiones de la misma naturaleza. Cuando aumentan estas propensiones, decrecen las facultades intelectuales y morales. El consumo de carne tiende a hacer tosco el cuerpo y embota las finas sensiblidades de la mente.

El pueblo que se está preparando para ser santo, puro y refinado, y ser introducido en la compañía de los ángeles celestiales, ¿habrá de continuar quitando la vida de los seres creados por Dios para sustentarse con su carne y considerarla como un lujo? Por lo que el Señor me ha mostrado, habrá que cambiar este orden de cosas, y el pueblo de Dios ejercerá templanza en todas las cosas. Los que se sustentan mayormente con carne no pueden evitar comer la de animales que en mayor o menor grado están enfermos. El proceso de preparar los animales para el mercado, produce enfermedad en ellos; y aun cuando se hallen en el mejor estado de salud posible, se acaloran y enferman al ser arreados antes de llegar al mercado. Los fluidos y las carnes de estos animales enfermos pasan directamente a la sangre y al sistema circulatorio del cuerpo humano para convertirse en fluidos y carnes del mismo. Así se introducen humores en el organismo. Y si la persona tiene ya sangre impura, ésta se empeora por el consumo de la carne de esos animales. El peligro de contraer una enfermedad aumenta diez veces al comer carne. Las facultades intelectuales, morales y físicas quedan perjudicadas por el consumo habitual de carne. El comer carne trastorna el organismo, anubla el intelecto y embota las sensibilidades morales. Os decimos, amados hermanos y hermanas, que la conducta más segura consiste en dejar la carne.

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El consumo de té y café perjudica también el organismo. Hasta cierto punto, el té intoxica. Penetra en la circulación y reduce gradualmente la energía del cuerpo y de la mente. Estimula, excita, aviva y apresura el movimiento de la maquinaria viviente, imponiéndole una actividad antinatural, y da al que lo bebe la impresión de que le ha hecho un gran servicio infundiéndole fuerza. Esto es un error. El té sustrae energía nerviosa y debilita muchísimo. Cuando desaparece su influencia y cesa la actividad estimulada por su uso, ¿cuál es el resultado? Una languidez y debilidad que corresponden a la vivacidad artificial que impartiera el té. Cuando el organismo está ya recargado y necesita reposo, el consumo de té acicatea la naturaleza, la estimula a cumplir una acción antinatural y por lo tanto disminuye su poder para hacer su trabajo y su capacidad de resistencia; y las facultades se agotan antes de lo que el Cielo quería. El té es venenoso para el organismo. Los cristianos deben abandonarlo. La influencia del café es hasta cierto punto la misma que la del té, pero su efecto sobre el organismo es aún peor. Es excitante, y en la medida en que lo eleve a uno por encima de lo normal, lo dejará finalmente agotado y postrado por debajo de lo normal. A los que beben té y café, los denuncia su rostro. Su piel pierde el color y parece sin vida. No se advierte en el rostro el resplandor de la salud.

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El té y el café no nutren el organismo. Alivian repentinamente, antes que el estómago haya tenido tiempo de digerirlos. Esto demuestra que aquello que los consumidores de estos estimulantes llaman fuerza proviene de la excitación de los nervios del estómago, que transmiten la irritación al cerebro, y éste a su vez es impelido a aumentar la actividad del corazón y a infundir una energía de corta duración a todo el organismo. Todo esto es fuerza falsa, cuyos resultados ulteriores dejan en peor condición, pues no imparten ni una sola partícula de fuerza natural.

El segundo efecto de beber té es dolor de cabeza, insomnio, palpitaciones del corazón, indigestión, temblor nervioso y muchos otros males. “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional”. Romanos 12:1. Dios nos pide un sacrificio vivo; no un sacrificio muerto o moribundo. Cuando comprendemos los requerimientos de Dios, nos damos cuenta de que nos pide que seamos temperantes en todas las cosas. El motivo de nuestra creación consiste en glorificar a Dios mediante nuestros cuerpos y nuestros espíritus, que le pertenecen. ¿Cómo podemos lograrlo cuando complacemos el apetito en detrimento de las facultades físicas y morales? Dios nos pide que presentemos nuestros cuerpos como un sacrificio vivo. El deber que se desprende de esto es que tenemos que preservar ese cuerpo en la mejor condición de salud posible, para que podamos cumplir el requisito. “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios”. 1 Corintios 10:31.

Tiene una obra que hacer para poner su casa en orden. Purifíquese de toda inmundicia de carne y espíritu, para perfeccionar la santidad en el temor de Dios. Debe hacer esfuerzos fervientes para descubrir sus errores, y con temor de Dios, apoyándose en su fortaleza, apártese de ellos. Querido hermano, querida hermana: Tienen que reformarse en cuanto al orden. Debieran cultivar amor por la pulcritud y la estricta limpieza. Dios es un Dios de orden. No aprueba hábitos de descuido y desorden en ninguno de los miembros de su pueblo. En su ropa, en su casa, en todas las cosas, manifiesten buen gusto y orden. Se nos considera un pueblo peculiar. La reforma relativa a la vestimenta establece un contraste notable con las modas del mundo. Los que adoptan esta forma de vestir debieran manifestar buen gusto y orden, y estricta limpieza en todo su atuendo. No se debiera aceptar un vestido o un traje a menos que esté confeccionado en forma correcta y dispuesto con pulcritud. Porque no deberíamos provocar el disgusto de los incrédulos por el descuido y la falta de pulcritud de nuestra ropa, sino que debiéramos vestirnos modestamente, teniendo en cuenta la salud y la limpieza, de manera que nuestra forma de vestir se recomiende a sí misma frente al juicio de las mentes sencillas.

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Necesitáis mentes claras y enérgicas para apreciar el carácter excelso de la verdad, para valorar la expiación y estimar debidamente las cosas eternas. Si seguís una conducta equivocada y erróneos hábitos de comer, y por ello debilitáis las facultades intelectuales, no estimáis la salvación y la vida eterna como para que os inspiren a conformar vuestras vidas con la de Cristo; ni haréis los esfuerzos fervorosos y abnegados para conformaros con la voluntad de Dios que su Palabra requiere, y que necesitáis para que os den la idoneidad moral que merecerá el toque final de la inmortalidad.

El descuido de la reforma pro salud

Queridos hermanos I,

El Señor me ha mostrado algunas cosas con respecto a ustedes que me siento en el deber de escribir. Se encuentran entre los que se me presentaron como remisos a poner en práctica la reforma pro salud. La luz ha resplandecido sobre la senda que transita el pueblo de Dios, no obstante lo cual no todos avanzan de acuerdo con ella, ni siguen tan rápidamente como lo indican las providencias de Dios al abrir caminos delante de ellos. Mientras no lo hagan, estarán en tinieblas. Si Dios ha hablado a este pueblo, quiere que oiga y obedezca su voz. El sábado pasado, mientras hablaba, vi nítidamente delante de mí los rostros pálidos de ustedes tal como me fueron mostrados. Vi el estado de salud de ustedes, y las enfermedades que han padecido por tanto tiempo. Se me mostró que no han vivido en forma sana. Sus apetitos han sido malsanos, y han complacido el gusto a expensas del estómago. Han introducido en él sustancias a partir de las cuales es imposible producir buena sangre. Esto ha sobrecargado el hígado, porque los órganos digestivos se han desajustado. Los dos tienen hígados enfermos. La reforma pro salud sería de gran beneficio para ambos, si la pusieran en práctica estrictamente. Ustedes no han hecho esto. El apetito de ustedes es morboso, y como no les gusta un régimen sencillo, compuesto por harina integral, frutas y verduras preparadas sin condimentos ni grasa, están transgrediendo continuamente las leyes que Dios ha establecido para su organismo. Mientras lo hagan, tendrán que sufrir las consecuencias; porque para cada transgresión hay una sanción establecida. ¡Y ustedes se asombran de que permanentemente padecen de mala salud!

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Tengan la seguridad de que Dios no va a realizar un milagro para salvarlos de las consecuencias de su propia conducta. Ustedes no han dispuesto de una cantidad de aire suficiente. El Hno. I ha trabajado en su negocio, dedicándose intensamente a su trabajo, respirando muy poco aire y haciendo muy poco ejercicio. Su sangre circula lentamente. Al respirar, el aire sólo llena la parte superior de los pulmones. Muy pocas veces ejercita los músculos abdominales al respirar. El estómago, el hígado, los pulmones y el cerebro están sufriendo por causa de la falta de una respiración profunda y plena, que de producirse electrificaría la sangre y le impartiría un color brillante y vivo, que es lo único que puede mantener pura la maquinaria humana, dándole tonicidad y vigor a cada uno de sus órganos.

Ustedes mis queridos hermanos, podrían gozar de mucha mejor salud de la que actualmente tienen, y podrían evitarse muchísimos malestares, si solamente ejercieran temperancia en todas las cosas: en el trabajo, en el comer y en el beber. Las bebidas calientes debilitan el estómago. Jamás se debiera comer queso. La harina refinada no puede proporcionar al organismo el alimento que existe en el pan integral. El uso constante de pan hecho con harina refinada no puede mantener el organismo en buenas condiciones de salud. Ustedes dos tienen hígados perezosos. El consumo de harina refinada agrava las dificultades en medio de las cuales ustedes están trabajando.

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Tatiana Patrasco