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El Maestro vio que usted necesitaba prepararse para su reino celestial. No la puso en el horno para que el fuego de la aflicción la consumiera. Como un refinador y purificador de plata, mantuvo sus ojos fijos en usted, para vigilar el proceso de purificación, hasta percibir su imagen reflejada en usted. Aunque a menudo sintió que la llama de la aflicción se encendía sobre usted, y a ratos pensó que la iba a consumir, la misericordia de Dios era tan grande en esos momentos, como cuando se sentía libre espiritualmente y triunfante en él. El horno era para purificar y refinar; no para consumir y destruir.
La vi luchar con la pobreza, para sostenerse a sí misma y a sus hijos. Muchas veces usted no sabía qué hacer, y el porvenir parecía oscuro e incierto. En su angustia, clamaba al Señor y él la consolaba y ayudaba, y en derredor suyo brillaban rayos de esperanza y luz. ¡Cuánto apreciaba a Dios en esas ocasiones! ¡Cuán dulce era su amor consolador! Le parecía que tenía un precioso tesoro depositado en el Cielo. Y al considerar la recompensa de los afligidos hijos de Dios, ¡cuánto la consolaba poder llamarle Padre!
Su caso en realidad era peor que si hubiera sido viuda. Su corazón agonizaba por causa de la conducta malvada de su esposo. Pero sus persecuciones, sus amenazas y su violencia no la indujeron a confiar en su propia sabiduría y a olvidarse de Dios. Muy lejos de ello; gracias a su sensatez era consciente de su debilidad, y de que era incapaz de llevar ese peso, y en su consciente debilidad recibió alivio al llevar sus pesadas preocupaciones a Jesús, el gran Portador de cargas. ¡Cómo apreciaba usted cada rayo de luz de su presencia! ¡Y cuán fuerte se sintió a veces en su fortaleza! Cuando la tormenta de persecución y crueldad se desataba inesperadamente sobre usted, el Señor no permitió que fuera abrumada; al contrario, en esos momentos de prueba obtenía fuerza, calma y paz, que le resultaban maravillosas.
Cuando las acusaciones ultrajantes y las burlas, más crueles que lanzas y flechas, caían sobre usted, la influencia del Espíritu de Dios en su corazón la indujo a hablar con calma, desapasionadamente. No era natural para usted hacer esto. Era el fruto de la obra del Espíritu de Dios. La gracia del Señor fortalecía su fe en medio del descorazonamiento producido por la esperanza postergada. La gracia la fortaleció para la lucha y las dificultades, y la sacó adelante, vencedora. Dios le enseñó a orar, a amar y a confiar, a pesar del ambiente desfavorable que la rodeaba. Al verificar una y otra vez que sus oraciones recibían respuesta de una manera especial, usted no llegó a la conclusión de que ello sucedía por causa de algún mérito suyo, sino por su gran necesidad. Esta necesidad era la oportunidad de Dios. Y la manifestación de su liberación especial en los momentos más difíciles era como un oasis en el desierto para el viajero desfalleciente y fatigado.
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El Señor no permitió que pereciera. A menudo indujo a algunos amigos a que la ayudaran cuando usted menos lo esperaba. Los ángeles de Dios la sirvieron, a medida que usted recorría paso a paso la escarpada senda. Se sintió apremiada por la pobreza, pero ésa fue la menor de las dificultades que tuvo que enfrentar. Cuando N usaba su autoridad para maltratarla y perjudicarla, usted creía que la copa que tenía que beber era ciertamente amarga; y cuando se degradaba para obrar inicuamente, y la ofendía y la insultaba en su propia casa, creó un abismo entre él y usted que jamás se pudo trasponer. Pero en medio de sus tremendas dificultades y perplejidades el Señor le daba amigos. No la dejó sola; por lo contrario, le impartió su fortaleza, de manera que usted pudo decir: “El Señor es mi Ayudador”.
En medio de todas sus pruebas, que nunca fueron plenamente reveladas a los demás, usted contó con un Amigo que nunca le falló, que le había dicho: “Estoy contigo siempre, hasta el fin del mundo”. Cuando estuvo en la tierra, siempre se sintió conmovido por el dolor humano. Pero aunque ahora se encuentra junto a su Padre, y lo adoran los ángeles que obedecen prestamente sus mandatos, su corazón, que amó, se compadeció y simpatizó, no ha cambiado. Sigue siendo un corazón cuya ternura es inmutable. Ese mismo Jesús conoce todas sus pruebas, y no la ha dejado sola para que luche contra las tentaciones, combata el mal y sea finalmente aplastada por las cargas y los pesares. Por medio de sus ángeles susurró a su oído: “No temas; estoy contigo”. “Yo soy… el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos”. Apocalipsis 1:17-18. “Conozco tus pesares; los he soportado. Conozco tus luchas; las he experimentado. Conozco tus tentaciones; las he tenido que enfrentar. He visto tus lágrimas; yo también he llorado. Tus esperanzas terrenales están destruidas, pero levanta la vista por la fe, entra detrás del velo, y ancla allí tus esperanzas. Tendrás la eterna seguridad de que puedes contar con un Amigo más íntimo que un hermano”.
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¡Oh, mi querida hermana! Si usted pudiera ver, como yo, los caminos y las obras de Dios manifestados a lo largo de sus perplejidades y pruebas en la primera parte de su experiencia, cuando la mano de la pobreza la oprimía, nunca lo podría olvidar; por lo contrario, su amor aumentaría, y su celo por promover su gloria sería incansable.
Como resultado de sus aflicciones y del carácter peculiar de sus pruebas, su salud se resintió. Los amigos de la causa de Dios eran pocos y muchos de ellos eran pobres; usted veía pocas esperanzas tanto a la derecha como a la izquierda. Miraba a sus hijos y al considerar su condición desamparada, su corazón casi desmayaba. En ese entonces, como resultado de la influencia de algunos adventistas que se habían unido con los shakers*, y en quienes usted tenía confianza porque habían sido sus amigos en momentos de necesidad, fue inducida a unirse a esta secta por un tiempo; pero los ángeles de Dios no la abandonaron. La sirvieron, y fueron como un muro de fuego a su alrededor. Los santos ángeles la protegieron especialmente de las influencias engañosas que prevalecían entre esa gente. Los shakers creían que usted iba a unir sus intereses con los de ellos; y que si podían inducirla a formar parte de su grupo, usted sería de gran ayuda para su causa; porque podría llegar a ser una ardorosa miembro de su sociedad. Le habrían dado un puesto importante entre ellos. Algunos de los shakers habían recibido manifestaciones espirituales, en el sentido de que usted había sido designada por Dios para ser un miembro prominente en su sociedad; pero que no deberían presionarla; esa forma de tratarla podría ejercer unapoderosa influencia sobre usted, en circunstancias que la fuerza o la presión podrían provocar el fracaso de sus esperanzas.
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El magnetismo* se practicaba bastante entre ellos. Se ufanaban de que gracias a este poder usted llegaría a ver las cosas tal como ellos. Usted no estaba al tanto de todas las artimañas y sutilezas que se emplearon para cumplir sus propósitos. El Señor la preservó. Parecía que había un círculo de luz alrededor suyo, que procedía de los ángeles ministradores, de manera que las tinieblas que la rodeaban no podían penetrar ese círculo de luz. El Señor abrió el camino para que pudiera salir incólume de esa comunidad de gente engañada, con los principios de su fe tan puros como cuando entró.
Su brazo enfermo fue una gran aflicción para usted. Se volvió a derecha y a izquierda en procura de ayuda. Permitió que una mujer probara su pretendida habilidad en usted. Esa mujer era un instrumento especial de Satanás. Como resultado de sus experimentos usted casi perdió la vida. El veneno introducido en su organismo era suficiente para matar a una persona bien robusta. En este caso también Dios se interpuso; si no hubiera sido así, su vida habría sido sacrificada.
Fallaron todos los medios a los cuales recurrió para recuperar la salud. No sólo su brazo, sino todo su organismo estaba enfermo. Sus pulmones estaban afectados, y usted se encaminaba rápidamente hacia la muerte. En ese momento usted creyó que sólo Dios podía librarla. Algo más podría hacer: seguir la indicación del apóstol que encontramos en el capítulo 5 de Santiago. En ese momento hizo un pacto con Dios, que si le concedía la vida para poder seguir atendiendo las necesidades de sus hijos, sería del Señor y a él únicamente serviría; iba a dedicar su vida a su gloria; emplearía sus fuerzas para promover su causa, y practicaría el bien en la tierra. Los ángeles registraron la promesa que usted le hizo en ese momento a Dios.
Acudimos a usted en medio de su gran aflicción, y reclamamos el cumplimiento de las promesas de Dios en su favor. No nos atrevíamos a considerar las apariencias; porque si lo hubiéramos hecho habríamos sido como Pedro, a quien el Señor invitó a acercarse a él caminando sobre el agua. Debió mantener los ojos fijos en Jesús; pero miró hacia abajo, hacia las aguas turbulentas, y su fe falló. Con calma y firmemente nos aferramos sólo de las promesas de Dios, sin tomar en cuenta las apariencias, y por fe reclamamos su bendición. Se me mostró que Dios obró especialmente y de manera maravillosa, y su vida fue preservada por un milagro de la misericordia, para ser un monumento viviente de su poder sanador y para dar testimonio de sus maravillosas obras en favor de los hijos de los hombres.
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Cuando se produjo en usted ese cambio tan notable, terminó su cautiverio, y el gozo y la alegría llenaron su corazón en lugar de la duda y el pesar. La alabanza a Dios brotaba de su corazón y de sus labios. “¡Oh, lo que ha hecho Dios!” era el sentimiento de su alma. El Señor oyó las oraciones de sus siervos, y la levantó para que siguiera viviendo y soportando pruebas, para velar y esperar su aparición, y para glorificar su nombre. La pobreza y los cuidados la presionaban muchísimo. Cuando a veces las nubes oscuras la envolvían, no podía evitar el hacer esta pregunta: “Oh, Dios, ¿me has olvidado?” Pero no había sido desamparada, aunque no podía ver un camino abierto delante de usted. El Señor quería que confiara en su amor y su misericordia tanto en medio de las nubes y las tinieblas como a la luz del sol. A veces las nubes desaparecían, y rayos de luz resplandecían sobre usted para fortalecer su desanimado corazón y aumentar su vacilante confianza, y de nuevo ponía su temblorosa fe en las seguras promesas de su Padre celestial. Entonces, sin querer clamaba: “¡Oh, Dios! Creeré en ti; confiaré en ti. Hasta aquí has sido mi ayudador, y no me vas a abandonar ahora”.
Cuando ganó la victoria, y de nuevo la luz resplandeció sobre usted, no podía encontrar las palabras para expresar su sincera gratitud a su bondadoso Padre celestial; y pensó que nunca más dudaría de su amor ni desconfiaría de su cuidado. No procuró la comodidad. No consideró que el trabajo pesado fuera una carga con tal de que se abriera el camino para que usted pudiera cuidar de sus hijos y protegerlos de la iniquidad que prevalece en esta etapa de la historia del mundo. La preocupación de su corazón era verlos volverse al Señor. Suplicó delante del Señor con clamores y lágrimas. Tanto deseaba su conversión. A veces su corazón se desanimaba y desmayaba, por temor de que sus oraciones no fueran respondidas; pero de nuevo consagraba a Dios sus hijos, y su fiel corazón los volvía a colocar sobre el altar.
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Cuando ingresaron al ejército, sus oraciones los siguieron. Fueron maravillosamente preservados de todo daño. Ellos dijeron que era buena suerte; pero las oraciones de una madre, procedentes de un alma anhelante y preocupada, al darse cuenta del peligro que corrían sus hijos de perecer en su juventud sin esperanza en Dios, tuvieron mucho que ver en su preservación. ¡Cuántas oraciones fueron registradas en el Cielo para que esos hijos fueran preservados con el fin de obedecer a Dios y dedicar sus vidas a su gloria! En la ansiedad que experimentaba por sus hijos, usted le rogaba a Dios que se los trajera de vuelta, para procurar con más fervor conducirlos por la senda de la santidad. Decidió que trabajaría más fielmente que nunca.
El Señor permitió que usted fuera entrenada en la adversidad y la aflicción para que pudiera obtener una experiencia que podría ser valiosa para usted misma y para los demás. En los días de su pobreza y de su prueba amaba al Señor y sus privilegios religiosos. La cercanía del regreso de Cristo era su consuelo. Era su esperanza viviente el hecho de encontrar pronto descanso para sus labores y fin para sus pruebas; cuando podría llegar a la conclusión de que no había trabajado ni sufrido demasiado; porque el apóstol Pablo declara: “Esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria”. 2 Corintios 4:17.
Relacionarse con el pueblo de Dios le parecía casi como si hubiera estado visitando el Cielo. Los obstáculos no la desanimaban. Podía padecer cansancio y hambre por falta de alimento temporal, pero no podía privarse del alimento espiritual. Buscó fervientemente la gracia de Dios, y no lo hizo en vano. Su comunión con el pueblo de Dios era la bendición más rica de que podía disfrutar.
Como resultado de su experiencia cristiana, usted aborrecía la vanidad, el orgullo y la ostentación extravagante. Cuando observó los gastos que hacían los profesos cristianos por pura ostentación y para fomentar el orgullo, su corazón y sus labios dijeron: “¡Oh, si yo hubiera dispuesto de los medios que se encuentran en las manos de estos mayordomos infieles, habría considerado uno de los más grandes privilegios ayudar a los necesitados y colaborar en el progreso de la causa de Dios!”
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A menudo sentía la presencia de Dios al tratar de iluminar humildemente a los demás con respecto a la verdad para estos últimos días. Había experimentado la verdad por sí misma. Sabía que lo que había visto y oído y experimentado, y acerca de lo cual había dado testimonio, no era ficción. Se deleitaba en presentar ante los demás, en conversación privada, la forma maravillosa como Dios había conducido a su pueblo. Se refería a su trato con tanta seguridad como para convencer los corazones de los que la escuchaban. Hablaba como si conociera las cosas que estaba afirmando. Cuando hablaba con los demás con respecto a la verdad presente, anhelaba disponer de oportunidades mayores y de una influencia más amplia, para dar a conocer a muchos que moran en tinieblas la luz que había iluminado su senda. A veces consideraba su pobreza, su influencia limitada, y sus mejores esfuerzos -a menudo mal interpretados por los profesos amigos de la causa de la verdad-, y se sentía casi desanimada.
A veces, mientras se hallaba confundida, se equivocaba en su juicio, y no faltaban algunos que deberían haber poseído ese amor que no piensa el mal, que observaban, sospechaban el mal, y trataban de sacar el mayor partido posible de los errores que creían ver en usted. Pero el amor y la tierna piedad de Jesús no se apartaban de usted; eran su apoyo en medio de las pruebas y persecuciones de su vida. El reino de los cielos y la justicia de Cristo ocupaban el primer lugar en usted. Su vida adolecía de imperfecciones, porque errar es humano; pero de acuerdo con lo que el Señor ha tenido a bien mostrarme con respecto al ambiente desanimador de los días de su pobreza y su prueba, sé que nadie podría haber tenido una conducta más libre de errores que usted, si se hubiera encontrado como usted en medio de la pobreza y de pruebas dificilísimas. Es fácil para los que evitan las pruebas por las que tienen que pasar otros, observar e interrogarse, sospechar el mal y encontrar faltas. Algunos están más dispuestos a censurar a los demás por proseguir una cierta conducta, que a asumir la responsabilidad de decir lo que se debería hacer o señalar un camino más correcto.
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Usted se confundió. No sabía en quién confiar. Había sólo unos pocos observadores del sábado en _____ y sus alrededores, capaces de ejercer una influencia salvadora. Algunos que profesaban la fe no eran motivo de honra para la causa de la verdad presente. No reunían con Cristo; por lo contrario, esparcían. Podían hablar en voz alta y por mucho tiempo, pero sus corazones no estaban en la obra. No habían sido santificados por la verdad que profesaban creer. Estos, al no tener raíces, abandonaron la fe. Si lo hubieran hecho antes, habría sido mejor para la causa de la verdad. Por causa de estas cosas, Satanás se aprovechó de usted, y preparó el camino para su apostasía.
Mi atención fue dirigida a sus deseos de poseer recursos. El sentimiento de su corazón era: “¡Oh, si tan sólo tuviese medios, no los despilfarraría! Daría un ejemplo a los avaros y mezquinos. Les mostraría la gran bendición que se recibe al hacer bien”. Su alma aborrecía la codicia. Al ver que quienes poseían abundantes riquezas cerraban su corazón al clamor de los menesterosos, usted decía: “Dios los visitará y los recompensará según sus obras”. Y cuando veía a los ricos enorgullecidos, que rodeaban su corazón de egoísmo, como con ligaduras de hierro, comprendía que ellos eran más pobres que usted misma, aun cuando pasaba necesidades y sufrimientos. Cuando veía que estos hombres, orgullosos de sus riquezas, obraban con altanería, porque el dinero tiene poder, se compadecía de ellos y nada la habría inducido a cambiar de lugar con ellos. Sin embargo, usted deseaba recursos a fin de usarlos de una manera que reprendiese a los codiciosos.
Dios dijo al ángel que la había atendido hasta entonces: “La he probado en la pobreza y la aflicción, y ella no se ha separado de mí ni se ha rebelado contra mí. Ahora la probaré con la prosperidad. Le revelaré un aspecto del corazón humano con el cual ella no está familiarizada. Le mostraré que el dinero es el enemigo más peligroso que haya encontrado. Le revelaré el engaño de las riquezas; le demostraré que son una trampa, aun para aquellos que se sienten seguros contra el egoísmo, contra la exaltación, la extravagancia, el orgullo y el amor a las alabanzas humanas.
Me fue mostrado que ante usted se abrió el camino para que mejorasen sus condiciones de vida, y pudiese al fin obtener los recursos que pensaba usar con sabiduría para gloria de Dios. ¡Cuán ansiosamente miraba su ángel ministrador esa nueva prueba, para ver cómo la resistiría! Cuando llegaron los recursos a sus manos, vi cómo, gradual y casi imperceptiblemente, usted se separaba de Dios. Gastaba para su propia conveniencia los recursos que se le habían confiado, y se rodeaba de las comodidades de esta vida. Vi que los ángeles la miraban con anhelante tristeza, con el rostro medio desviado, pesarosos de abandonarla. Sin embargo, usted no advertía la presencia de ellos, y seguía su conducta sin acordarse de su ángel guardián.
Los negocios y los cuidados de su nueva situación reclamaban su tiempo y su atención, de modo que no consideró su deber hacia Dios. Jesús la había adquirido por su propia sangre; no era su propia dueña. Su tiempo, sus fuerzas y los medios de que disponía, todo le pertenecía a su Redentor. Había sido su Amigo constante, su fuerza y su sostén cuando los otros amigos habían sido como caña cascada. Retribuyó el amor y la generosidad de Dios con ingratitud y olvido.