Testimonios para la Iglesia, Vol. 2, p. 234-242, día 097

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Hno L: Usted rige a su familia con vara de hierro. Es severo al gobernar a sus hijos. No va a lograr su amor mediante este procedimiento. No es tierno, amante, afectuoso ni cortés con su esposa; por lo contrario, es duro, y siempre está rebajándola para acusarla y censurarla. Una familia bien administrada y ordenada es agradable a la vista de Dios y de los ángeles ministradores. Usted debe aprender para que su hogar sea ordenado, cómodo y agradable. Adórnelo después con decorosa dignidad, y sus hijos asimilarán ese espíritu; y ustedes dos obtendrán con más facilidad orden, regularidad y obediencia. 

Hno. L: ¿Ha considerado usted qué es un niño, y adónde va? Sus hijos son los miembros jóvenes de la familia del Señor: hermanos y hermanas confiados a su cuidado por su Padre celestial a fin de que los prepare y los eduque para el Cielo. Cuando usted los ha tratado con aspereza, como lo ha hecho frecuentemente, ¿no cree que Dios le va a pedir cuenta de esa manera de tratar? No debería de tratarlos con semejante aspereza. Un niño no es un caballo o un perro para que usted le dé órdenes de acuerdo con el imperio de su voluntad, ni para que los controle en toda circunstancia con un garrote o un látigo, o con bofetadas. Algunos niños tienen un carácter irrefrenable que la administración de dolor puede ser necesaria; pero en muchísimos casos esta clase de disciplina los vuelve peores. 

Debería ejercer dominio propio. Nunca corrija a sus hijos mientras esté impaciente o enojado, o cuando se encuentre bajo la influencia de la ira. Castíguelos con amor, diciéndoles que le disgusta causarles dolor. Nunca levante la mano para dar un golpe, a menos que con limpia conciencia pueda inclinarse delante de Dios para pedir su bendición sobre la corrección que está por administrar. Fomente el amor en el corazón de sus hijos. Presénteles motivos elevados y correctos para ejercer dominio propio. No les dé la impresión de que se tienen que someter a su control como consecuencia de su decisión arbitraria; porque ellos son débiles, y usted es fuerte; porque usted es el padre, y ellos los hijos. Si usted desea arruinar su familia, siga gobernándola por medio de la fuerza bruta, y seguramente tendrá éxito. 

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Su esposa es tierna de corazón y se conmueve fácilmente. Siente la aspereza de su disciplina y eso la induce a irse al otro extremo. Trata de contrarrestar su severidad, y usted la acusa de no cumplir su deber de controlar a sus hijos. La considera complaciente, demasiado apegada a sus hijos, y blanda. Usted no la puede ayudar en ese sentido mientras usted no se corrija y manifieste esa ternura paternal que debería manifestar en el seno de su familia. Su errónea administración induce a su esposa a ser blanda en su disciplina. Tiene que suavizar su naturaleza. Necesita ser refinado por la influencia del Espíritu de Dios. Necesita convertirse cabalmente; entonces podrá actuar en forma correcta. Necesita que el amor penetre en su alma, para permitirle que ocupe el lugar de la dignidad propia; el yo debe morir. 

Su esposa necesita ternura y amor. El Señor la ama. Está más cerca del reino de los Cielos que usted. Pero está muriendo poco a poco, y usted es quien lentamente le está quitando la vida. Podría hacerla feliz si quisiera. Puede animarla a reposar en su gran afecto, a confiar en usted y a amarlo. Usted está alejando el corazón de ella. No se atreve a confiarle todos los sentimientos de su alma, porque usted los ha despreciado; ha ridiculizado sus temores, y ha impuesto sus opiniones como si fueran inapelables. El respeto de ella por usted seguramente va a morir si persiste en la conducta que ha comenzado; y cuando el respeto desaparece, el amor no dura mucho más.

Le ruego que dé media vuelta y se humille para confesar que ha obrado mal con su esposa. Ella no es perfecta. Tiene errores; pero sinceramente desea servir a Dios y soporta pacientemente su manera de proceder con ella y con sus hijos. Usted es rápido para descubrir los errores de su esposa, y cuando puede encontrar una grieta, la encuentra. Ella es débil; no obstante, con sus débiles fuerzas glorifica a Dios más que usted con toda su fuerza. 

Battle Creek,

17 de enero de 1869. 

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Una carta de cumpleaños

Amado Hijo, Te escribo esto en ocasión de tu décimonono cumpleaños. Hemos gozado el placer de tenerte con nosotros por algunas semanas. Estás ahora por dejarnos, pero nuestras oraciones te seguirán. 

Hoy termina otro año de tu vida. ¿Cómo puedes considerarlo al echar una mirada retrospectiva? ¿Has progresado en la vida religiosa? ¿Has crecido en espiritualidad? ¿Has crucificado el yo con sus afectos y concupiscencias? ¿Te interesa más el estudio de la Palabra de Dios? ¿Has obtenido victorias decisivas sobre tus propios sentimientos y carácter díscolo, o, cuál ha sido el registro de tu vida durante el año que acaba de pasar a la eternidad para nunca más volver? 

Al entrar en el nuevo año, hazlo con la ferviente resolución de dirigirte hacia adelante y hacia arriba. Sea tu vida más elevada y más exaltada de lo que jamás ha sido. Proponte no buscar tu propio interés y placer, sino hacer progresar la causa de tu Redentor. No permanezcas en una posición donde necesitas ayuda, donde otros tengan que guardarte para conservarte en el camino estrecho. Puedes ser fuerte para ejercer en otros una influencia santificadora. Puedes hallarte donde el interés de tu alma se despierte para hacer bien a otros, para consolar a los entristecidos, fortalecer a los débiles y dar tu testimonio por Cristo siempre que se presente la oportunidad. Ten por blanco honrar a Dios en todo, siempre y por doquiera. Entreteje tu religión en todo. Sé cabal en cuanto emprendas. 

No has experimentado el poder salvador de Dios como es privilegio hacerlo, porque no has hecho del deseo de glorificar a Cristo el gran blanco de tu vida. Sea para gloria de Dios cada resolución que tomes, cada trabajo que emprendas, cada placer que disfrutes. Sea éste el lenguaje de tu corazón: Yo soy tuyo, oh Dios, para vivir por ti, trabajar para ti y sufrir por ti. 

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Muchos profesan estar del lado del Señor, sin estarlo; el peso de todas sus acciones está en favor de Satanás. ¿Por qué medios determinaremos en qué lado estamos? ¿Quién posee el corazón? ¿Con quién están nuestros pensamientos? ¿Acerca de quién conversamos con deleite? ¿A quién dedicamos nuestros más cálidos afectos y nuestras mejores energías? Si estamos del lado del Señor, nuestros pensamientos están con él, y nuestras reflexiones más dulces se refieren a él. No trabamos amistad con el mundo; hemos consagrado a Dios todo lo que tenemos y somos. Anhelamos llevar su imagen, respirar su espíritu, hacer su voluntad y agradarle en todo.

Debes conducirte de tal manera que nadie necesite equivocarse acerca de ti. Sin decisión no puedes ejercer influencia en el mundo. Tus resoluciones pueden ser buenas y sinceras, pero fracasarán a menos que hagas de Dios tu fortaleza y avances con firme resolución de propósito. Debes consagrar todo tu corazón a la causa y la obra de Dios. Debes desear sinceramente obtener experiencia en la vida cristiana. Debes ejemplificar a Cristo en tu vida. 

No puedes servir a Dios y a Mammón. Estarás completamente del lado del Señor o del lado del enemigo. “El que no es conmigo, contra mí es; el que conmigo no recoge, desparrama”. Lucas 11:23. Algunas personas fracasan en su vida religiosa porque son vacilantes e irresolutas. Con frecuencia se convencen y casi llegan al punto de entregarlo todo para Dios; pero, al no decidirse, vuelven a caer. Mientras están en el pecado, su conciencia se endurece, y se vuelve cada vez menos susceptible a las impresiones del Espíritu de Dios. Su Espíritu las ha amonestado y convencido, pero ha sido despreciado y contristado hasta que casi se ha apartado de ellas. No se puede jugar con Dios. El nos muestra claramente nuestro deber, y si no andamos en la luz, ésta se convierte en tinieblas. 

Dios te invita a ser colaborador suyo en su viña. Empieza donde te encuentres. Acude a la cruz, y allí renuncia a ti mismo, al mundo y a todo ídolo. Acepta plenamente a Jesús en tu corazón. Te hallas en un lugar donde es difícil conservar la consagración y ejercer una influencia que aparte a otros del pecado, de los placeres y de la insensatez para que anden en el camino angosto, que deben seguir los redimidos del Señor. 

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Entrégate completamente a Dios; ríndele todo sin reserva y busca así la paz que sobrepuja todo entendimiento. No puedes ser nutrido por Cristo a menos que estés en él. Si no estás en él, eres un sarmiento seco. No sientes tu necesidad de pureza y verdadera santidad. Debes anhelar con fervor el Espíritu Santo, y orar fervorosamente para obtenerlo. No puedes esperar la bendición de Dios sin buscarla. Si empleas los recursos que se hallan a tu alcance, experimentarás un crecimiento en la gracia, y te elevarás a una vida superior. 

No es natural para ti amar las cosas espirituales, pero puedes adquirir este amor ejercitando tu mente y las fuerzas de tu ser en esa dirección. Lo que necesitas es el poder de obrar. La verdadera educación es el poder de usar nuestras facultades de manera que produzcan resultados benéficos. ¿Por qué ocupa la religión tan poco de nuestra atención mientras que el mundo obtiene la fuerza del cerebro, de los huesos y de los músculos? Es porque toda la fuerza de nuestro ser se dedica a ello. Nos hemos preparado para dedicarnos con fervor y poder a los negocios mundanales hasta el punto que ahora es fácil para la mente inclinarse en este sentido. Esta es la única razón que nos explica por qué los creyentes encuentran tan difícil la vida religiosa y tan fácil la vida mundanal. Las facultades han sido educadas para ejercer su fuerza en esa dirección. En la vida religiosa se han aceptado las verdades de la Palabra de Dios, pero no se las ha ilustrado en forma práctica en la vida. 

El cultivo de los pensamientos religiosos y sentimientos de devoción no es hecho parte de la educación. Deberían influir en el ser entero y regirlo completamente. El hábito de hacer lo recto es lo que se necesita. Se obra intermitentemente bajo influencias favorables; pero el pensar natural y fácilmente en las cosas divinas no es el principio que rige la mente. 

Si se ejercita de continuo la mente en las cosas del espíritu, no será necesario permanecer en la condición de enanos espirituales. Pero el mero hecho de orar al respecto, no satisfará las necesidades del caso. El ejercicio producirá fuerza. Muchos de los que profesan creer en Cristo, están muy expuestos a perder ambos mundos. El ser cristiano a medias y mundano a medias hace que uno sea cristiano en una centésima parte, y mundano en todo lo demás. 

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La vida espiritual es lo que Dios requiere, y sin embargo son millares los que claman: “No sé lo que me pasa, no tengo fuerza espiritual, no poseo el Espíritu de Dios”. Sin embargo, las mismas personas se vuelven activas, locuaces, y aun elocuentes cuando hablan de asuntos mundanales. Escuchemos a los tales en la reunión. Apenas si pronuncian una docena de palabras con voz casi imperceptible. Son hombres y mujeres del mundo. Han cultivado sus tendencias mundanales hasta que sus facultades se han fortalecido en ese sentido. Sin embargo, son tan débiles como niños en lo que respecta a las cosas espirituales, cuando debieran ser fuertes e inteligentes. No se deleitan en espaciarse en el misterio de la piedad. No conocen el lenguaje del Cielo, y no educan sus mentes para poder cantar los himnos del Cielo o deleitarse en los ejercicios espirituales que allí recibirán la atención de todos. 

Los que profesan creer en Cristo, los cristianos mundanales, no están familiarizados con las cosas celestiales. Nunca serán llevados a las puertas de la Nueva Jerusalén para participar en ejercicios que hasta entonces no les interesaron especialmente. No prepararon sus mentes para que se deleitasen en la devoción y en la meditación de las cosas de Dios y del Cielo. ¿Cómo podrían, entonces, participar en los servicios del Cielo? ¿Cuánto deleite hallarían en lo espiritual, lo puro y lo santo del Cielo, cuando ello no fue su deleite especial en la tierra? La atmósfera que allí reine será la pureza misma. Pero esas personas no están familiarizadas con ella. Cuando estaban en el mundo, siguiendo sus vocaciones mundanales, sabían lo que debían hacer y cómo debían obrar. Gracias al constante ejercicio, las facultades inferiores se desarrollaron, mientras que las potencias superiores y más nobles del alma, debilitadas por la inactividad, se tornaron incapaces de despertarse para los ejercicios espirituales. Las cosas espirituales no se disciernen, porque son consideradas con ojos que aman el mundo y no pueden estimar el valor y la gloria de lo divino sobre lo temporal. 

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La mente debe ser educada y disciplinada para amar la pureza. El amor por las cosas espirituales debe ser alentado. Sí, debe ser estimulado, si se quiere crecer en gracia y en el conocimiento de la vedad. Desear lo bueno y la verdadera santidad es correcto en sí, pero si te detienes allí, de nada te servirá. Los buenos propósitos son loables, pero no tendrán valor a menos que se lleven resueltamente a cabo. Muchos se perderán aunque esperaron y desearon ser cristianos, pero no hicieron esfuerzos fervientes; por lo tanto, serán pesados en la balanza y hallados faltos. La voluntad debe ejercerse en la debida dirección diciendo: Quiero ser un cristiano consagrado. Quiero conocer la longitud, la anchura, la altura y la profundidad del amor perfecto. Escucha las palabras de Jesús: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos”. Mateo 5:6. Cristo ha hecho amplia provisión para satisfacer el alma que tiene hambre y sed de justicia. 

El elemento puro del amor delatará al alma, a fin de que alcance lo superior, en busca del conocimiento más amplio de las cosas divinas, de tal manera que no quede satisfecha a menos que obtenga la plenitud. La mayoría de los que profesan ser cristianos no tienen idea de la fuerza espiritual que podrían tener si fuesen tan ambiciosos, celosos y perseverantes para alcanzar el conocimiento de las cosas divinas como lo son para obtener las miserables y perecederas cosas de esta vida. Las masas que profesan ser cristianas se satisfacen con su condición de enanos espirituales. No están dispuestas a buscar primeramente el reino de Dios y su justicia; de ahí que la piedad sea para ellas un misterio oculto e incomprensible. No conocen a Cristo por experiencia. 

Transpórtese repentinamente al Cielo a esos hombres y mujeres que están satisfechos con su condición de enanos e inválidos en las cosas divinas, y hágaseles considerar por un instante el alto y santo estado de perfección que reina siempre allí, donde toda alma rebosa de amor, donde todo rostro resplandece de gozo, donde se elevan melodiosos acentos de música arrobadora en honor de Dios y del Cordero y los incesantes raudales de luz fluyen sobre los santos desde el rostro de Aquel que se sienta sobre el trono y del Cordero; y hágaseles comprender que hay un gozo superior aún que experimentar; porque cuanto más reciben del gozo de Dios, tanto mayor es la capacidad de los justos para disfrutar la dicha eterna; de modo que continúe recibiendo nuevas y mayores provisiones de las incesantes fuentes de gloria y felicidad inefable; ¿podrían dichas personas, me pregunto, alternar con la muchedumbre celestial, participar en sus cantos y soportar la pura, excelsa y arrobadora gloria que emana de Dios y del Cordero? ¡Oh no! Su tiempo de prueba se alargó durante años para que pudiesen aprender el lenguaje del Cielo, para que pudiesen llegar a ser “participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que está en el mundo por concupiscencia”. 2 Pedro 1:4. Pero tenían que dedicar las facultades de su mente y las energías de su ser a un negocio egoísta. No podían dedicarse a servir a Dios sin reserva. Las empresas mundanales debían ocupar el primer lugar y recibir lo mejor de sus facultades; un pensamiento pasajero fue todo lo que dedicaron a Dios. ¿Serán los tales transformados después que se haya pronunciado la decisión final: “El santo sea santificado todavía, y el que es sucio, ensúciese todavía”? Apocalipsis 22:11. Ese tiempo se está acercando. 

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Los que han educado su mente en el deleite de los ejercicios espirituales, son los que pueden ser trasladados sin que los abrume la pureza y la gloria trascendental del Cielo. Puedes tener un vasto conocimiento de las artes, puedes estar familiarizado con las ciencias, puedes sobresalir en música y caligrafía, pueden agradar tus modales a los que te tratan, pero ¿qué tienen que ver estas cosas con una preparación para el Cielo? ¿Te preparan para subsistir delante del tribunal de Dios? 

No te engañes. Dios no puede ser burlado. Nada que no sea la santidad te preparará para el Cielo. Es la piedad sincera y experimental lo único que puede darte un carácter puro y elevado, y habilitarte para entrar en la presencia de Dios, quien mora en luz inaccesible. Esta tierra es el único lugar donde debemos adquirir el carácter celestial. Por lo tanto, comienza en seguida. Y no te lisonjees de que llegará el tiempo en que podrás con más facilidad que ahora hacer un esfuerzo ferviente. Cada día te distancias más de Dios. Prepárate para la eternidad con un celo que no has manifestado todavía. Educa la mente para amar la Biblia, amar la reunión de oración, amar la hora de meditación, y sobre todo, la hora en la cual el alma comulga con Dios. Adquiere la mentalidad del Cielo si quieres unirte con el coro celestial en las mansiones divinas. 

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Hoy empieza un nuevo año de tu vida. Una nueva página ha sido abierta en el libro por el ángel registrador. ¿Qué se anotará en sus columnas? ¿Quedarán manchadas con la negligencia espiritual, con deberes que no fueron cumplidos? No lo permita Dios. Sean anotadas allí cosas de las que no te avergüences cuando sean reveladas a las miradas de los hombres y de los ángeles. 

Greenville, Míchigan,

27 de julio de 1868.

El engaño de las riquezas

Querida Hna. M,

Cuando el Señor me mostró su caso, se me hizo recordar lo que pasó hace muchos años, cuando usted creía en la próxima venida de Cristo. Usted esperaba y amaba su aparición. 

Su esposo era por naturaleza un hombre afectuoso y noble; pero confiaba en su propia fuerza, que era debilidad. No sentía la necesidad de hacer de Dios su fortaleza. Las bebidas intoxicantes entorpecieron su cerebro, y finalmente paralizaron las facultades superiores de la mente. Su humanidad, creada a la semejanza de Dios, fue sacrificada a su sed por las bebidas fuertes. 

Usted sufrió oposición y malos tratos, pero Dios fue la fuente de su fortaleza. Mientras confió en él, la sostuvo. En todas sus puebas no se permitió que fuera abrumada. ¡Cuán a menudo la fortalecieron los ángeles celestiales cuando se estaba desanimando, impresionando vívidamente su corazón con pasajes de las Escrituras que expresan el amor inagotable de Dios, y dándole evidencias de que su misericordia nunca cambia! Su alma confiaba en el Señor. Su comida y su bebida era hacer la voluntad de su Padre celestial. A veces confiaba fielmente en las promesas de Dios, y de nuevo su fe era probada hasta lo sumo. Los caminos de Dios parecían misteriosos, pero la mayor parte del tiempo usted tenía evidencias de que él la cuidaba en medio de sus aflicciones, y que no iba a permitir que sus cargas fueran más pesadas de lo que podía soportar. 

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