Testimonios para la Iglesia, Vol. 2, p. 226-234, día 096

Usted es devota por naturaleza. Si pudiera educar su mente para que se dedicara a temas elevados, que nada tuvieran que ver con usted misma, sino que fueran de naturaleza celestial, podría ser de utilidad. Pero una gran parte de su vida ha sido malgastada en soñar con hacer alguna obra grande en lo futuro, mientras el deber de hoy, que era su deber por insignificante que le haya parecido, quedó a un lado. Ha sido infiel. El Señor no le va a encargar ninguna obra más importante hasta que la que tiene delante haya sido vista y llevada a cabo con voluntad pronta y alegre. A menos que el corazón esté en el trabajo, resultará pesado, no importa de qué clase sea. El Señor prueba nuestras habilidades dándonos primero pequeños deberes para que los hagamos. Si nos apartamos de ellos con disgusto y murmuramos, nada más se nos confiará hasta que enfrentemos con alegría esos deberes pequeños, para hacerlos bien; entonces se nos confiarán responsabilidades mayores. 

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Se le han confiado talentos, no para que los malgaste, sino para ponerlos en manos de los cambiadores, de manera que cuando venga el Maestro pueda recibir lo suyo con usura. Dios no ha distribuido estos talentos indiscriminadamente. Ha otorgado estos sagrados cometidos de acuerdo con la capacidad reconocida de sus siervos. “A cada uno su obra”. Marcos 13:34. Da a todos imparcialmente, y espera la ganancia correspondiente. Si todos cumplen su deber de acuerdo con la medida de su propia responsabilidad, la cantidad que se les ha confiado, sea grande o pequeña, será duplicada. Su fidelidad es sometida a prueba, y ella misma es positiva evidencia de su sabia mayordomía, y del hecho de que era digno de que se le confiaran las verdaderas riquezas, inclusive el don de la vida eterna. 

En el congreso celebrado en Nueva York en octubre de 1868, se me mostró que hay muchos que no están haciendo nada y que podrían estar haciendo el bien. Se me presentó cierta clase de gente que posee impulsos generosos, inclinación a la devoción, y que le gusta hacer el bien; pero, al mismo tiempo, no están haciendo nada. Manifiestan un sentimiento de complacencia propia, y se arrullan con la idea de que si hubieran tenido la oportunidad, o si las circunstancias hubieran sido más favorables, podrían haber hecho una obra grande y buena; pero están esperando esa oportunidad. Desprecian la estrechez de mente del miserable que mezquina la limosna que le da al necesitado. Se dan cuenta de que esa persona vive para sí misma, que no se va a olvidar de ella para beneficiar a los demás, para bendecirlos con los talentos de la influencia y los medios económicos que le han sido confiados para que los use, no para que abuse de ellos, ni para que se oxiden, ni para sepultarlos en tierra. Los que se entregan a su mezquindad y su egoísmo, son responsables de sus actos miserables, y de los talentos de los cuales abusaron. Pero más responsables son los que tienen impulsos generosos y son naturalmente rápidos para discernir las cosas espirituales, si permanecen inactivos, a la espera de una oportunidad que suponen no ha llegado, y que al contrastar su disposición con la indisposición del miserable, creen que su condición es más favorable que la de sus vecinos de alma mezquina. Los tales se engañan a sí mismos. La mera posesión de cualidades que no usan sólo aumenta su responsabilidad; y si conservan sin acrecentar los talentos de su Maestro, o los guardan, su condición no es mejor que la de esos vecinos por los cuales su alma siente tanto desprecio. Se les dirá: “Sabíais cuál era la voluntad de vuestro Maestro, y no la hicisteis”. 

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Si usted hubiera educado su mente para que se concentre en temas elevados, para meditar en asuntos celestiales, podría haber hecho mucho bien. Podría haber ejercido una influencia sobre la mente de los demás, para apartarlos de sus pensamientos egoístas y de su tendencia a amar el mundo, para dirigirlos por los canales de la espiritualidad. Si sometiera sus afectos y sus pensamientos a la voluntad de Cristo, sería capaz de hacer mucho bien. Su imaginación es enfermiza porque le ha permitido recorrer senderos prohibidos y volverse soñadora. El soñar despierta y el levantar románticos castillos imaginarios la ha descalificado para ser útil. Ha vivido en un mundo imaginario; ha sido una mártir imaginaria y también una cristiana imaginaria. 

Hay mucho de este sentimentalismo subalterno mezclado con la experiencia cristiana de los jóvenes en esta etapa de la historia del mundo. Hermana mía: Dios quiere que usted sea transformada. Eleve sus afectos; se lo ruego. Dedique sus facultades mentales y físicas al servicio de su Redentor, que la ha comprado. Santifique sus pensamientos y sentimientos para que todas sus obras sean hechas en Dios. 

Usted ha estado sumida en un triste engaño. Dios habría querido que escudriñara íntimamente cada pensamiento y propósito de su corazón. Sea leal con su propia alma. Si sus afectos hubieran estado concentrados en Dios, como él lo pide, no habría pasado por las pruebas que le sobrevinieron. Hay una inquietud de espíritu en usted que no se va a aliviar hasta que sus pensamientos cambien; hasta que termine eso de soñar despierta y edificar castillos imaginarios, y se ponga a hacer el trabajo que hay que hacer ahora mismo. 

Cuando escriba cartas, deje a un lado eso de formar parejas y tejer conjeturas acerca de los matrimonios de sus amigos. La relación matrimonial es santa, pero en esta época degenerada sirve de manto a toda clase de vilezas. Se ha abusado de esta institución, y se la ha convertido en un crimen que forma parte de las señales de los últimos días, tal como los casamientos realizados antes del diluvio llegaron a ser un crimen también. Satanás está constantemente ocupado en apurar a los jóvenes inexpertos para que formen alianzas matrimoniales. Pero mientras menos nos gloriamos en los matrimonios que se están celebrando últimamente, mejor será. Cuando se comprende la naturaleza sagrada de los requerimientos del matrimonio, aun ahora recibe la aprobación del Cielo, y brinda felicidad a ambos miembros de la pareja, y Dios es glorificado. Quiera Dios darle capacidad para hacer la obra que está delante de usted. 

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Estoy por escribir acerca de esta obra errónea y engañosa que se está llevando a cabo bajo el manto de la religión. La concupiscencia de la carne ejerce dominio sobre hombres y mujeres. La mente ha sido depravada como resultado de la perversión de los pensamientos y sentimientos, pero el poder engañoso de Satanás ha enceguecido de tal manera los ojos, que estas pobres almas seducidas se adulan a sí mismas con la idea de que poseen mentes espirituales, que son especialmente consagradas, en circunstancias que su experiencia religiosa está compuesta de un sentimentalismo enfermizo más que de pureza, verdadera bondad y humildad de alma; la mente no se aparta del yo, no se ejercita ni se eleva al bendecir a los demás, al realizar buenas obras. “La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es ésta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha de este mundo”. Santiago 1:27. La religión verdadera ennoblece la mente, refina el gusto, santifica el juicio, y hace que su poseedor sea participante de la pureza y las influencias del Cielo; acerca a los ángeles, y aparta cada vez más del espíritu y la influencia del mundo. 

Battle Creek, Míchigan.

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La severidad en el gobierno de la familia

HNO. L, En junio pasado se me mostró que hay una obra que hacer para que usted corrija su conducta. Usted no se ve a sí mismo. Su vida ha sido una equivocación. No sigue una conducta sabia y misericordiosa en el seno de su familia. Es exigente. Si continúa el proceder que ha seguido con su esposa y sus hijos, los días de ella serán acortados y sus hijos le van a tener miedo, pero no lo van a querer. Usted cree que su conducta se basa en la sabiduría cristiana, pero se engaña a sí mismo.

Tiene ideas peculiares con respecto a la forma de dirigir a su familia. Ejerce un poder independiente y arbitrario que no concede libertad de ninguna clase a los que están a su alrededor. Se cree suficiente para capitanear a su familia, y piensa que su cabeza basta para mover a cada miembro, tal como el obrero mueve la máquina que tiene en las manos. Usted da órdenes y asume una autoridad que desagrada al Cielo y entristece a los ángeles piadosos. Se ha comportado en el seno de su familia como si fuera el único capaz de manejarse a sí mismo. Se ha ofendido cuando su esposa se ha atrevido a oponerse a sus opiniones y a poner en tela de juicio sus decisiones. 

Después de ejercer mucha tolerancia, soportar pacientemente sus caprichos, ella se ha rebelado contra una autoridad injusta, se ha vuelto nerviosa y distraída, y ha manifestado desprecio por su conducta. Usted se ha aprovechado de estas manifestaciones, la ha acusado de cometer pecado, y ha sido dirigido por el espíritu del diablo, cuando quien cometía la falta era usted. La llevó al borde de la desesperación, y después se burló de ella. Cuán fácil le habría sido hacerle alegre y agradable la vida. Pero usted hizo todo lo contrario. 

Ha sido más bien indolente. No ha tenido la ambición de ejercer la fortaleza que el Señor le ha concedido. Este es su capital. Un uso juicioso de su fuerza, más hábitos de perseverancia y trabajo, lo habrían capacitado para conseguir las comodidades de la vida. Usted se ha equivocado, y creyó que el orgullo inducía a su esposa a desear tener algunas cosas más cómodas en su hogar. Ha sido oprimida y tratada con mezquindad por usted. Necesita una alimentación más generosa, una provisión más abundante de alimentos sobre su mesa; y en su casa necesita las cosas más confortables y convenientes que usted pueda conseguir, cosas que le permitan trabajar con tanta comodidad como sea posible. Pero usted ha considerado estos asuntos desde un punto de vista equivocado. Creyó que casi todo lo que se puede comer es suficientemente bueno, si se puede vivir con ello y conservar las fuerzas. Ha insistido en la necesidad de que la alimentación de su débil esposa sea frugal. Pero ella no puede generar buena sangre ni carne con el régimen alimentario que usted le impone, y vivir con salud. Algunas personas no pueden subsistir con el mismo alimento que les viene bien a otros, aunque esté preparado de la misma manera.

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Usted está en peligro de volverse extremista. Su organismo puede convertir un alimento basto y pobre en buena sangre. Los órganos suyos, productores de sangre, están en buenas condiciones. Pero su esposa necesita un alimento más seleccionado. Si ella come el mismo alimento que el organismo de usted convierte en buena sangre, el de ella no lo asimilará. Carece de vitalidad, y necesita un régimen generoso y fortalecedor. Debería tener una buena provisión de frutas, y no reducirse a las mismas cosas día tras día. Su vínculo con la vida es tenue. Está enferma, y las necesidades de su organismo son muy diferentes de las de una persona sana. 

Hno. L: Usted ostenta mucha dignidad, pero, ¿se la ha ganado? ¡Oh, no! La ha asumido. Ama su propia comodidad. Usted y el trabajo duro no andan de acuerdo. Si no hubiera sido tan negligente en su trabajo, tendría muchas de las comodidades de la vida que ahora no puede conseguir. Mediante sus hábitos de indolencia ha perjudicado a su esposa y a sus hijos. Las horas que debería haber empleado en trabajo intenso las ha pasado conversando y leyendo, y gozando de comodidad. 

Es tan responsable del capital constituido por su fuerza física, como el rico lo es de sus riquezas. Ambos son mayordomos. A ambos se les ha confiado una tarea. No debe abusar de su fuerza, sino usarla para adquirir lo que pueda suplir generosamente las necesidades de su familia, y para disponer de algo que dar a Dios para ayudar a la causa de la verdad presente. Ha sido consciente de la manifestación del orgullo, la ostentación y la vanidad en _____, y ha decidido que su ejemplo no prestaría apoyo al orgullo y la extravagancia. En el esfuerzo hecho para lograr esto, su pecado ha sido tan grande como el de los otros. 

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Ha fallado grandemente en su experiencia religiosa. Se ha puesto a un lado como espectador, para observar las deficiencias y fallas de los demás, y para alabarse a sí mismo porque veía errores en los otros. Ha sido cuidadoso y recto en sus transacciones comerciales, y al observar que ha habido deshonestidad en otros que hacen gran profesión de fe, contrastó esos errores con sus propios principios con respecto a este asunto, y dijo en su corazón: “Soy mejor que ellos”, mientras que al mismo tiempo se estaba ubicando a un costado de la iglesia, para observar y encontrar faltas, sin hacer nada ni ponerse de parte del Señor para remediar el mal. Tuvo una norma para medir a los demás. Si no alcanzaban su ideal, dejaba de simpatizar con ellos, y se llenaba de un sentimiento de complacencia propia. 

Ha sido exigente en su experiencia religiosa. Si Dios lo hubiera tratado como a usted le hubiera gustado tratar a los miembros de la iglesia que suponía estaban en el error, y como trató a su propia familia, su condición sería lamentable, por cierto. Pero el Dios misericordioso, tierno y piadoso, cuya bondad es invariable, lo ha perdonado, y no lo ha rechazado ni lo ha dejado a un lado por sus transgresiones, sus numerosos errores y sus apostasías. ¡Oh, no! Lo sigue amando. 

¿Ha considerado usted realmente que “con la medida que medís os será medido”? Mateo 7:2. Usted vio orgullo, vanidad y amor al mundo en algunos que pretendían ser cristianos en _____. Esto es sumamente lamentable; y porque se tolera esa actitud, los ángeles se entristecen. Los que siguen el ejemplo de los que carecen de consagración están ejerciendo una influencia que aleja de Cristo, y están acumulando en sus vestimentas la sangre de las almas. Si continúan en la misma conducta, perderán sus almas, y algún día sabrán lo que es sentir el peso terrible de las otras almas que fueron desviadas por su falta de consagración, mientras profesaban estar gobernados por principios religiosos. 

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Tiene toda la razón del mundo para estar contristado por el orgullo y la falta de sencillez de los que profesan cosas mejores. Pero usted se ha dedicado a vigilar a los demás, y hablar de sus errores, y ha descuidado su propia alma. No es responsable de los pecados de sus hermanos, a menos que su ejemplo los haya hecho tropezar, o haya desviado sus pisadas de la senda estrecha. Tiene una obra grande y solemne que hacer para dominarse y subyugarse, para volverse manso y humilde de corazón, para educarse de manera que llegue a ser tierno, piadoso en el seno de su familia, y poseer esa nobleza de espíritu y esa verdadera generosidad de alma que desprecia todo lo que sea mezquino. 

Le ha parecido que se estaba trabajando demasiado en el salón de cultos, y ha hecho notar que se hacían muchos gastos innecesarios allí. No necesita tener esos escrúpulos de conciencia tan especiales. No hay nada en ese salón que se esté preparando con demasiado cuidado, nitidez y orden. Esa obra no es grandiosa. Los adornos no son extravagantes. Los que están listos para quejarse de ese salón de cultos, ¿consideraron para quién lo están construyendo; que se lo estaba haciendo para que fuera especialmente la casa de Dios; para dedicársela a él; para que fuera un lugar donde la gente se pudiera reunir con el Señor? Muchos reaccionan como si el Creador de los cielos y la tierra, el que hizo todo lo agradable y hermoso que hay en el mundo, se va a sentir complacido al ver una casa erigida para él sin orden ni belleza. Algunos construyen casas grandes y convenientes para sí mismos, pero no se pueden permitir gastar mucho en una casa que van a dedicar a Dios. Cada peso de los medios económicos que se encuentran en sus manos, es del Señor. Se los ha prestado por un poco de tiempo, con el fin de que lo usen para su gloria; pero administran estos medios para el progreso de la causa de Dios como si cada peso gastado con este fin fuera pérdida neta. 

Dios no quiere que su pueblo gaste en forma extravagante los medios económicos para ostentación o adorno; quiere que manifiesten limpieza, orden, buen gusto y una sencilla belleza al preparar una casa para él con el fin de que se pueda encontrar con su pueblo. Los que levantan una casa para Dios deben manifestar un interés mayor, y asimismo más cuidado y buen gusto en sus arreglos, puesto que el motivo por el cual se la construye es más elevado y santo que el común de los edificios que se construyen. 

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El Señor lee las intenciones y los propósitos de los hombres. Los que tienen un concepto elevado de su carácter sentirán el mayor placer en que todo lo que se relacione con él sea hecho de la mejor manera, y ponga en evidencia el buen gusto más refinado. Pero los que construyen a regañadientes una casa dedicada a Dios, más pobre que la que aceptarían para vivir ellos mismos, manifiestan falta de reverencia hacia Dios y las cosas sagradas. Sus obras revelan que a sus ojos sus propias preocupaciones de orden temporal son de más valor que los asuntos de naturaleza espiritual. Las cosas eternas ocupan un lugar secundario. No se considera esencial tener cosas buenas y convenientes para usarlas en el servicio de Dios; pero, eso sí, se las ve sumamente esenciales en los asuntos de esta vida. Los hombres revelan así la verdadera naturaleza moral de los principios que se encuentran en sus corazones. 

Muchos de nuestros hermanos tienen miras estrechas. El orden, la pulcritud, el buen gusto y la conveniencia han sido calificados de orgullo y amor al mundo. Esto es una equivocación. El vano orgullo, que se manifiesta en atavíos ostentosos y adornos innecesarios, no es agradable a Dios. Pero el que creó para el hombre un mundo hermoso, y plantó el encantador jardín del Edén con toda clase de árboles para que dieran fruto y exhibieran belleza, y que decoró la tierra con flores encantadoras de todas clases y formas, nos ha dado pruebas tangibles de que le agrada la hermosura. Sin embargo, acepta la más humilde ofrenda del niño más pobre y débil, si no tiene nada mejor que ofrecer. Dios acepta la sinceridad del alma. El hombre que tiene a Dios entronizado en el corazón, y que lo ha exaltado por sobre todo, será inducido a someter totalmente su voluntad a Dios, y hará una entrega completa de sí mismo a su gobierno y su reino. 

Los miopes mortales no comprenden los caminos y las obras de Dios. Sus ojos no están dirigidos hacia las alturas, hacia él, como deberían estarlo. No tienen una visión exaltada de las cosas eternas. Las contemplan sólo con visión empañada. No se deleitan especialmente en considerar el amor de Dios, la gloria y el esplendor del Cielo, el carácter exaltado de los santos ángeles, la majestad y el encanto inexpresables de Jesús, nuestro Redentor. Por tanto tiempo han mantenido las cosas terrenales delante de los ojos, que las escenas eternas les resultan vagas e indefinidas. Tienen un concepto limitado de Dios, el Cielo y la eternidad. 

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Las cosas sagradas se ponen al mismo nivel de las comunes; por lo tanto, en su trato con Dios manifiestan esa misma actitud mezquina y miserable que ponen en evidencia cuando tratan con sus semejantes. Sus ofrendas al Señor son rengas, enfermas o defectuosas. Le roban a Dios así como le roban a sus semejantes. Sus mentes no alcanzan una elevada norma moral; por lo contrario, permanecen en un nivel bajo; están respirando constantemente las miasmas de las zonas bajas de la tierra. 

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