Testimonios para la Iglesia, Vol. 2, p. 251-258, día 099

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Su única seguridad consistía en confiar sin reservas en Cristo, su Salvador. No había seguridad para usted fuera de la cruz. ¡Cuán débil parecía la fortaleza humana en esas circunstancias! ¡Oh, cuán evidente era que no existe verdadera fortaleza fuera de la que Dios imparte a los que confían en él! Una petición ofrecida a Dios con fe tiene más poder que toda la riqueza del intelecto humano. 

En medio de la prosperidad, usted no llevó a cabo las resoluciones que había hecho en la adversidad. El engaño de las riquezas la separó de sus propósitos. Aumentaron sus preocupaciones y se extendió su influencia. Los afligidos, al recibir alivio de sus padecimientos, la glorificaban, y usted aprendió a amar las alabanzas de los pobres labios mortales. Vivía en una ciudad populosa, y pensó que para el éxito de sus negocios y para conservar su influencia era necesario que cuanto la rodeaba estuviese de acuerdo con los mismos. Pero llevó las cosas al extremo. Se dejó guiar demasiado por opiniones y juicios ajenos. Gastó recursos inútilmente tan sólo para satisfacer la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida. Se olvidó de que estaba manejando el dinero de su Señor. Cuando gastaba dinero sólo para estimular la vanidad, no consideraba que el ángel registrador anotaba acciones cuyo recuerdo la avergonzaría. El ángel dijo, señalándola: “Te glorificaste a ti misma, pero no me magnificaste”. Hasta se jactaba usted porque podía comprar esas cosas que hasta entonces habían estado fuera de su alcance. 

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Una gran suma se gastó en cosas innecesarias que sólo podían servir para la ostentación, fomentar la vanidad y el orgullo, y que finalmente le producirían remordimiento y vergüenza. Si hubiera recordado los derechos del Cielo sobre usted, y hubiera hecho una distribución adecuada de los medios confiados a su cuidado para ayudar al necesitado y colaborar en el progreso de la causa de la verdad presente, habría estado depositando un tesoro en el Cielo, y habría sido rica en Dios. Considere cuánto dinero ha invertido en algo que realmente no ha beneficiado a nadie, no ha alimentado ni vestido a nadie, ni le ha ayudado a nadie a ver el error de su camino para que pudiera volverse a Cristo y vivir.

Ha hecho grandes inversiones en empresas inciertas. Satanás cegó sus ojos para que no viera que esas empresas no le darían ganancias. La empresa de obtener la vida eterna no despertaba su interés. Allí podría haber invertido su dinero sin correr riesgos, sin tener que hacer frente a desilusiones, para recibir al final inmensas ganancias. Allí podría haber invertido en el banco del Cielo, que nunca falla. Allí podría haber depositado sus tesoros, donde los ladrones no minan ni el orín corrompe. Esta empresa es eterna y es mucho más noble que cualquier empresa terrenal, como los cielos son más altos que la tierra. 

Sus hijos no eran discípulos de Cristo. Mantenían amistad con el mundo y sus corazones naturales deseaban ser como los mundanos. La concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida los dominaban, y en cierta medida ejercieron influencia sobre usted también. Ha tratado con más interés de agradar y complacer a sus hijos que de agradar y glorificar a Dios. Se olvidó de los derechos que Dios tiene sobre usted y de las necesidades de su causa. El egoísmo la indujo a gastar dinero en adornos para su satisfacción y la de sus hijos. No pensó que ese dinero no era suyo; que sólo le había sido prestado para probarla, para ver si iba a evitar los males que había notado en los demás. Dios hizo de usted su mayordoma, y cuando él venga para ajustar cuentas con sus siervos, ¿qué cuenta va a rendir usted de su mayordomía? 

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Su fe y sencilla confianza en Dios empezaron a desvanecerse tan pronto como los recursos comenzaron a afluir. No se apartó usted de Dios en seguida. Su apostasía fue gradual. Renunció a los cultos matutino y vespertino porque no eran siempre convenientes. Su nuera le planteaba problemas difíciles y penosos, que tuvieron mucho que ver para disuadirla de continuar observando las devociones familiares. En su casa ya no se oraba. Sus negocios se convirtieron en el asunto primordial, y el Señor y su verdad quedaron relegados a segundo término. Recuerde los días del comienzo de su experiencia; ¿la habrían apartado esas pruebas entonces de la oración en familia? 

Por este descuido de la oración de viva voz, usted dejó de ejercer una influencia que debió conservar. Era su deber reconocer a Dios en su familia, sin tener en cuenta las consecuencias. Debiera haber presentado sus peticiones ante Dios mañana y noche. Usted debiera haber sido como un sacerdote en la casa, y debiera haber confesado sus pecados y los de sus hijos. Si hubiese sido fiel, Dios, que había sido su guía, no la habría abandonado a su propia sabiduría. 

En su casa se gastaban recursos inútilmente por pura ostentación. Usted se había afligido hondamente al ver este pecado en otros. Mientras usaba así sus recursos, estaba robando a Dios. Entonces el Señor dijo: “Yo dispersaré. Por un tiempo le permitiré andar en el camino que ha elegido; cegaré su juicio y le quitaré la sabiduría. Le mostraré que su fuerza es debilidad, y su sabiduría insensatez. La humillaré y le abriré sus ojos para que vea cuánto se ha apartado de mí. Si no quiere volverse a mí de todo corazón, y reconocerme en todos sus caminos, mi mano dispersará, y el orgullo de la madre y de los hijos será abatido y la pobreza volverá a ser su suerte. Mi nombre será ensalzado. La soberbia del hombre será abatida, y su orgullo, humillado”. 

Lo que he escrito anteriormente se me dio el 25 de diciembre de 1865 en la ciudad de Róchester, Nueva York. En junio pasado se me mostró que el Señor la estaba tratando con amor, y que la estaba invitando a volver a él para que pudiera vivir. Se me mostró que por años usted ha tenido la impresión de encontrarse en condición de apóstata. Si se hubiera consagrado a Dios podría haber hecho una obra grande y buena al permitir que su luz resplandeciera sobre los demás. A cada cual se le da una obra que hacer por el Maestro. A cada uno de sus siervos les confía dones y talentos especiales. “A uno dio cinco talentos, y a otro dos, y a otro uno, a cada uno conforme a su capacidad”. Mateo 25:15. Cada siervo tiene un cometido por el cual es responsable; y los diversos cometidos están en relación con las distintas capacidades. Al otorgar, sus talentos, Dios no ha obrado con parcialidad. Ha repartido los talentos de acuerdo con las posibilidades conocidas de sus siervos, y espera los réditos correspondientes. 

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En la primera parte de su vida, el Señor le impartió los talentos de la influencia, pero no le dio recursos, y por lo tanto, no esperaba que usted, en su pobreza, impartiese lo que no tenía. Como la viuda, usted dio lo que podía, aunque si hubiese considerado sus circunstancias, se habría sentido eximida de hacer tanto como hizo. En su enfermedad, Dios no le pedía que le dedicase la energía activa que la enfermedad le había quitado. Aunque se veía restringida en su influencia y sus recursos, Dios aceptaba sus esfuerzos para hacer bien y contribuir al progreso de su causa según lo que poseía, y no según lo que no tenía. El Señor no desprecia la ofrenda más humilde hecha voluntaria y sinceramente. 

Usted posee un temperamento fogoso. El fervor por una causa buena es digno de alabanza. En sus anteriores pruebas y perplejidades obtuvo una experiencia que había de reportar ventajas a otros. Era celosa en el servicio de Dios. Se deleitaba en presentar las evidencias de nuestra fe a los que no creían en la verdad presente. Podía hablar con seguridad; porque estas cosas eran una realidad para usted. La verdad era parte de su ser; los que escuchaban sus fervientes llamados no podían dudar de su sinceridad, y quedaban convencidos de que las cosas eran así. 

En la providencia de Dios, su influencia se extendió; además de esto, Dios creyó propio probarla dándole talentos y recursos. Por lo tanto, le fue impuesta una doble responsabilidad. Cuando comenzó a mejorar su condición, usted dijo: “Tan pronto como pueda conseguirme una casa, daré para la casa de Dios”. Pero cuando tuvo la casa, vio que había que hacer tantos arreglos para que todo fuese conveniente y agradable en derredor, que se olvidó del Señor y de sus derechos sobre usted, y se sintió menos inclinada a ayudar a la causa de Dios que en los días de su pobreza y aflicción. 

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Buscó la amistad con el mundo, y se apartó más y más de Dios. Se olvidó de la exhortación de Cristo: “Mirad por vosotros, que vuestros corazones no sean cargados de glotonería y embriaguez, y de los cuidados de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día”. “Así que el que piensa estar firme, mire no caiga” Lucas 21:34; 1 Corintios 10:12. 

Hay tres consignas en la vida cristiana que deben ser observadas si deseamos evitar que Satanás nos gane la delantera; a saber: Velar, orar y trabajar. Es necesario velar y orar para progresar en la vida divina. Nunca hubo en su caso un tiempo más importante que el actual. Su única seguridad consiste en vivir una vida vigilante. Vele y ore siempre. ¡Oh, cuán grande preventivo es esto contra la tentación y el peligro de caer en las trampas del mundo! ¡Cuán fervientemente debiera usted haberse dedicado al trabajo durante los últimos años cuando su influencia era extensa! 

Amada hermana, la alabanza de los hombres y la adulación corriente en el mundo han ejercido en usted una influencia mayor de lo que cree. No ha aprovechado sus talentos, dándolos a los banqueros. Usted es por naturaleza afectuosa y generosa. Ha ejercido estos rasgos de carácter hasta cierto punto, pero no tanto como Dios requiere. La mera posesión de estos dones excelentes, no es suficiente; Dios exige que se los mantenga en constante ejercicio, porque, valiéndose de ellos, él bendice a los que necesitan ayuda y lleva a cabo su obra en favor de la salvación del hombre. 

El Señor no depende de las almas mezquinas para cuidar a los pobres que merecen ayuda, ni para sostener su causa. Los tales son demasiado estrechos de mente; le mezquinarían la más pequeña limosna a los necesitados en sus tribulaciones. También quisieran que la causa se empequeñeciera para que estuviera de acuerdo con sus ideas limitadas. Economizar dinero sería la idea predominante entre ellos. Parece que su dinero es de más valor para ellos que las preciosas almas por las cuales Cristo murió. Las vidas de los tales, en lo que concierne a Dios y al Cielo, son peores que si no existieran. Dios no les va a confiar una obra tan importante. 

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“Maldecid a Meroz, dijo el ángel de Jehová; maldecid severamente a sus moradores, porque no vinieron al socorro de Jehová, el socorro de Jehová contra los fuertes”. Jueces 5:23. ¿Qué hizo Meroz? Nada. Ese fue su pecado. La maldición de Dios recayó sobre ellos por lo que no hicieron. El hombre de mente egoísta y estrecha es responsable por su mezquindad; pero los que tienen sentimientos bondadosos y generosos impulsos, y amor por las almas, tienen una tremenda responsabilidad; porque si permiten que esos talentos queden sin usar y se desperdicien, serán considerados siervos infieles. La mera posesión de estos dones no basta. Los que los poseen deben darse cuenta de que sus obligaciones y responsabilidades son mayores. 

El Maestro requerirá de cada uno de sus mayordomos que rinda cuenta de su mayordomía, para ver lo que ha ganado con los talentos que les confió. Los que reciban recompensas no se adjudicarán el mérito por haber negociado con diligencia; le darán toda la gloria a Dios. Hablan de lo que se les entregó como de “tu dinero”, no el propio. Cuando se refieren a la ganancia tienen cuidado de declarar de dónde procedió. El capital fue adelantado por el Maestro. Negociaron con él de manera que tuvieron éxito, y le devolvieron al Dador el capital y los intereses. El recompensa sus esfuerzos como si el mérito les correspondiera, cuando lo deben todo a la gracia y la misericordia del generoso Dador. Sus palabras de aprobación inmerecida resuenan en sus oídos: “Bien, buen siervo fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor”. Mateo 25:21. 

A usted, hermana mía, se le ha confiado dinero y la capacidad de ejercer influencia; por lo tanto, su responsabilidad es grande. Debe obrar con cautela, y en el temor de Dios. Su sabiduría es debilidad, pero la sabiduría de lo alto es fuerte. El Señor quiere iluminar sus tinieblas y volver a darle una vislumbre del tesoro celestial, para que pueda apreciar el valor comparativo de ambos mundos. Le permite así elegir entre este mundo o la herencia eterna. Vi que tenía todavía oportunidad de volver al aprisco. Jesús la ha redimido por su propia sangre, y le pide que emplee sus talentos en su servicio. Usted no se ha endurecido a la influencia del Espíritu Santo. Cuando se le presenta la verdad de Dios, halla respuesta en su corazón. 

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Vi que usted debería examinar cada una de sus decisiones. No debería hacer nada apresuradamente. Permita que Dios sea su consejero. El ama a sus hijos, y es correcto que usted los ame; pero no es correcto que les dé en sus afectos el lugar que el Señor reclama. Tienen impulsos amables y propósitos generosos. Poseen nobles rasgos de carácter. Si vieran solamente su necesidad del Salvador, y se inclinaran al pie de la cruz, podrían ejercer influencia para el bien. Ahora son más amadores de los placeres que de Dios. Actualmente se encuentran en las filas del enemigo, bajo la bandera negra de Satanás. Jesús los invita a acudir a él, a abandonar las filas del enemigo y a ubicarse bajo la bandera manchada de sangre de la cruz de Cristo. 

Les parecerá que es algo que no pueden hacer, porque requerirá mucha abnegación. No tienen una noción experimental del asunto. Los que han librado las batallas de su patria, y han estado sometidos a las dificultades, los trabajos y los peligros de la vida del soldado, deberían ser los últimos en vacilar y en manifestar cobardía en esta gran contienda por la vida eterna. En este caso estarán combatiendo por una corona de vida y una herencia inmortal. Su salario será seguro, y cuando la guerra haya terminado su ganancia será la vida eterna, una felicidad sin mezcla, y un eterno peso de gloria. 

Satanás se va a oponer a todo esfuerzo que puedan hacer. Les presentará el mundo en sus aspectos más atractivos, como lo hizo con el Salvador del mundo cuando lo tentó por cuarenta días en el desierto. Cristo venció todas las tentaciones de Satanás, y lo mismo pueden hacer sus hijos. Están sirviendo a un amo duro. La paga del pecado es muerte. No pueden permitirse pecar. Van a descubrir que es algo sumamente caro. Y al final se van a encontrar con una pérdida eterna. Perderán las mansiones que Jesús fue a preparar a los que lo aman, y perderán también esa vida que se mide con la vida de Dios. Y esto no es todo. Tendrán que sufrir la ira de un Dios ofendido por haberle escatimado su servicio y haber brindado sus esfuerzos a su peor enemigo. Sus hijos no han recibido tadavía la plenitud de la luz, y la condenación sólo viene después del rechazamiento de esa luz. 

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Si los profesos cristianos estuvieran libres de error y fueran fervientes en sus esfuerzos por promover la gloria de Dios, ¡qué agitación se produciría en las filas del enemigo! Satanás es diligente y sincero en su obra. No quiere que las almas se salven. No quiere que se quebrante el poder que ejerce sobre ellos. No solamente pretende hacer las cosas; las hace en serio. Observa a Cristo cuando invita a las almas a acudir a él para que tengan vida, y es diligente y celoso en sus esfuerzos para impedir que acepten la invitación. No dejará medio sin usar para impedir que dejen sus filas y se pasen a las de Cristo. ¿Por qué los profesos seguidores de Jesús no pueden hacer tanto por él como sus enemigos hacen en contra de él? ¿Por qué no hacen todo lo que pueden? Satanás hace todo lo que puede para impedir que las almas acudan a Cristo. El fue una vez un ángel muy honrado en el Cielo, y aunque ha perdido su santidad, no ha perdido su poder. Ejerce ese poder con terribles efectos. No espera que su presa acuda a él. Va en pos de ella. Anda de aquí para allá por toda la tierra como león rugiente buscando a quien devorar. No siempre ostenta el feroz aspecto de león, pero cuando quiere lograr los mejores resultados se transforma en ángel de luz. Con toda facilidad puede transformar el rugido del león en los argumentos más convincentes o en el más suave susurro. Tiene legiones de ángeles que le ayudan en su obra. A menudo esconde sus trampas y atrae mediante engaños placenteros. Encanta y seduce a muchos adulando su vanidad. Presenta mediante sus instrumentos los placeres del mundo en su aspecto más atractivo, y adorna el sendero que conduce al infierno con flores tentadoras, y de ese modo las almas resultan encantadas y van a la ruina. Después de cada paso que se da en la senda descendente, Satanás tiene alguna otra tentación especial para conducirlas aún más lejos por el camino equivocado. 

Si sus hijos estuvieran dirigidos por principios religiosos, serían fortificados contra el vicio y la corrupción que los rodean en esta era degenerada. Dios sería para ellos como el torreón de una fortaleza si quisieran depositar su confianza en él. “¿O forzará alguien mi fortaleza? Haga conmigo paz; sí, haga paz conmigo”. Isaías 27:5. El Señor será su Conductor en los días de su juventud, si están dispuestos a creer y confiar en él. 

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Amada hermana mía, el Señor ha sido muy misericordioso con usted y su familia. Tiene ante su Padre celestial la obligación de alabar y glorificar su santo nombre en la tierra. A fin de continuar en su amor, debe trabajar constantemente para obtener la humildad de espíritu, y ese ánimo manso, sereno, que es de gran valor a los ojos de Dios. Su fuerza en Dios aumentará al consagrarlo todo a él, de manera que pueda decir con confianza: “¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o cuchillo?” Romanos 8:35. “Por lo cual estoy cierto que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni lo alto, ni lo bajo, ni ninguna criatura nos podrá apartar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”. vers. 38-39. 

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