La influencia de las niñas D fue muy mala en Battle Creek. No habían sido educadas. Su madre había descuidado su sagrado deber y no había reprimido a sus hijas. No las había criado en el temor y admonición del Señor. Las había consentido y protegido para que no llevaran responsabilidades hasta el punto de que no sintieron agrado por los simples deberes domésticos. La madre había educado a las hijas para que pensaran mucho en los vestidos, pero no destacó ante ellas el adorno interior. Estas jóvenes eran vanas y orgullosas. Sus mentes eran impuras; su conversación, corrupta; y sin embargo había un grupo en Battle Creek que se asociaba con esta manera de pensar, pero que no podía relacionarse con ellas sin descender a su nivel. Estas niñas no fueron tratadas tan severamente como el caso lo demandaba. Aman la compañía de los jóvenes, y ellos son el tema de su meditación y conversación. Tienen modales corruptos, son obstinadas y confían en ellas mismas.
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Toda la familia ama la ostentación. La madre no es una mujer prudente y seria. No está capacitada para educar hijos. Para ella es más importante vestir a sus hijas para una exhibición que procurar el adorno interior. No se ha disciplinado. Su voluntad no ha sido puesta en conformidad con la voluntad de Dios. Su corazón no es recto con Dios. Desconoce la operación de su Espíritu en el corazón, que pone los deseos y afectos en conformidad con la obediencia de Cristo. No posee cualidades nobles de la mente y no discierne las cosas sagradas. Ha permitido que sus hijas hagan lo que les agrada. La terrible experiencia que ella ha tenido con dos de sus hijos mayores no ha hecho en su mente la impresión profunda que demandaban las circunstancias. Ha educado a sus hijos para amar la vestimenta, la vanidad y la insensatez. No ha disciplinado a sus dos hijas menores. A D, bajo una influencia adecuada, sería un joven digno; pero tiene mucho que aprender. Sigue la inclinación antes que el deber. Ama hacer su propia voluntad y placer, y no tiene un conocimiento correcto de los deberes que recaen sobre un cristiano. Alegremente se ufanaría de interpretar como su deber la autogratificación y el seguimiento de su propia inclinación. No ha vencido la autogratificación. Tiene una obra que hacer a fin de aclarar su visión espiritual, para que pueda entender en qué consiste estar santificado para Dios, y aprender las elevadas demandas de Dios sobre él. Los serios defectos de su educación han afectado su vida.
Si el hermano B, con sus buenas aptitudes, fuera un jefe de oficina bien equilibrado y fiel, su trabajo sería de gran valor para la obra, y podría ganar el doble de salario. Pero durante los años pasados, considerando sus deficiencias y su influencia no consagrada, la oficina podría haberlo pasado mejor sin él, aun si sus servicios hubieran sido gratuitos. El hermano y la hermana B no han aprendido la lección de la economía. La gratificación del gusto y el deseo de placer y ostentación, han ejercido una influencia dominante sobre ellos. Para ellos sería más ventajoso tener salarios pequeños que grandes, porque lo gastarían todo de cualquier modo, aunque fuera mucho. Gozarían de la vida mientras usan lo que ganan, y luego, cuando la aflicción los sorprendiera, estarían totalmente desprevenidos. Gastarían veinte dólares semanales lo mismo como si fueran doce. Si el hermano y la hermana B hubieran sido administradores ahorrativos, negándose ellos mismos, ya podrían haber tenido una casa propia y además medios a los que acudir en caso de adversidad. Pero ellos no economizarán como otros lo han hecho, de quienes a veces han dependido. Si descuidan aprender estas lecciones, sus caracteres no serán hallados perfectos en el día de Dios.
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El hermano B ha sido el objeto del gran amor y condescendencia de Cristo, y sin embargo nunca ha sentido que podría imitar al gran Ejemplo. Pretende una porción mejor en esta vida que la que fue dada a nuestro Señor, y toda su vida ha procurado esto. Nunca ha sentido las profundidades de ignorancia y pecado de las que Cristo se propuso levantarlo y unirlo a su naturaleza divina.
Es un asunto terrible ministrar en cosas sagradas cuando el corazón y las manos no son santos. Ser un colaborador de Cristo implica tremendas responsabilidades; estar como su representante no es un asunto pequeño. Las enormes realidades del juicio probarán la obra de cada hombre. El apóstol dijo: “No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor… Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo”. 2 Corintios 4:5, 6. La suficiencia del apóstol no estaba en él, sino en la benigna influencia del Espíritu de Cristo, la que llenó su alma y puso cada pensamiento en sujeción a la obediencia de Cristo. El poder de la verdad que acompaña a la palabra predicada será un sabor de vida para vida o de muerte para muerte. Se les requiere a los ministros que sean ejemplos vivientes de la mente y el espíritu de Cristo, epístolas vivientes, conocidas y leídas por todos los hombres. Tiemblo cuando considero que hay algunos ministros, aun entre los adventistas del séptimo día, que no están santificados por las verdades que predican. Nada menos que el poderoso y penetrante Espíritu de Dios obrando en los corazones de sus mensajeros para dar el conocimiento de la gloria de Dios, puede ganarles la victoria.
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La predicación del hermano B no se ha caracterizado por la aprobación del Espíritu de Dios. Puede hablar con fluidez y presentar con claridad un argumento, pero su predicación ha carecido de espiritualidad. Sus apelaciones no han tocado el corazón con una nueva ternura. Ha habido una cantidad de palabras, pero los corazones de los oyentes no han sido avivados y enternecidos con una sensación del amor del Salvador. Los pecadores no han sido convictos y atraídos a Cristo por una impresión de que “Jesús de Nazaret pasaba por allí”. Lucas 18:37 (DHH). Los pecadores debieran recibir una clara impresión de la cercanía y la buena voluntad de Cristo para darles salvación en el momento presente. Debiera presentarse ante la gente a un Salvador, mientras que el corazón del orador tendría que estar subyugado e imbuido con su Espíritu. El mismo tono de la voz, la mirada, las palabras, debieran poseer un poder irresistible para mover los corazones y controlar las mentes. Debiera encontrarse a Jesús en el corazón del ministro. Si Jesús está en las palabras y en el tono de la voz, si éstas están endulzadas con su tierno amor, serán una bendición de más valor que todas las riquezas, placeres y glorias de la tierra; porque dichas bendiciones no vendrán y se irán sin cumplir una obra. Se profundizarán las convicciones, se harán impresiones, y se levantará la pregunta: “¿Qué debo hacer para ser salvo?” Hechos 16:30.
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Mentes desequilibradas
A cada uno de nosotros Dios ha confiado cometidos sagrados, de los cuales nos tiene por responsables. Es su propósito que eduquemos la mente, a fin de que podamos ejercitar los talentos que nos ha dado, de tal manera que realicemos la mayor suma de bien y reflejemos la gloria del Dador. A Dios le debemos todas las cualidades de la mente. Esas facultades pueden ser cultivadas, dirigidas y dominadas tan cabalmente que cumplan el propósito para el cual fueron dadas. Es nuestro deber educar la mente, de modo que saque a luz las energías del alma y desarrolle toda facultad. Cuando todas las facultades estén en ejercicio, el intelecto se fortalecerá y se alcanzará el propósito por el cual fueron dadas.
Muchos no están haciendo la mayor suma de bien, porque ejercitan el intelecto en una dirección y descuidan de dar atención esmerada a aquellas cosas para las cuales piensan que no son aptos. Dejan así dormir algunas facultades débiles, porque la obra que las ejercitaría y por consiguiente las fortalecería, no les agrada. Deben ejercitarse y cultivarse todas las facultades de la mente. La percepción, el juicio, la memoria y todas las potencias del raciocinio deben tener igual fuerza a fin de que la mente esté bien equilibrada.
Si se usan ciertas facultades con descuido de las demás, el designio de Dios no se realiza plenamente en nosotros; porque todas las facultades ejercen su influencia una sobre otras y dependen en gran medida unas de otras. No se puede usar eficazmente una de ellas sin la operación de todas, para que el equilibrio se conserve cuidadosamente. Si toda la atención y fuerza se concentran en una, mientras las otras permanecen dormidas, el desarrollo es intenso en ésta, y conducirá a extremos porque no todas las facultades habrán sido cultivadas. Algunas mentes están atrofiadas y les falta el debido equilibrio. No todas las mentes están, por naturaleza, constituidas de igual manera. Tenemos mentes diferentes; algunas son fuertes en ciertos puntos y muy débiles en otros. Y estas deficiencias tan evidentes no necesitan ni debieran existir. Si los que las poseen fortalecieran los puntos débiles de su carácter, cultivándolos y ejercitándolos, llegarían a ser fuertes.
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Es agradable, pero no muy provechoso, ejercer aquellas facultades que son por naturaleza las más fuertes, mientras descuidamos las débiles, que necesitan ser fortalecidas. Las facultades más débiles deben recibir cuidadosa atención, a fin de que todas las potencias del intelecto queden bien equilibradas y todas hagan su parte como una maquinaria bien regulada. Dependemos de Dios para la preservación de todas nuestras facultades. En su relación con Dios, los cristianos se hallan en la obligación de educar su mente de manera que todas las facultades queden fortalecidas y se desarrollen más plenamente. Si descuidamos esto, nunca alcanzarán aquéllas el propósito para el cual fueron destinadas. No tenemos derecho a descuidar ninguna de las facultades que Dios nos ha dado. Vemos monomaníacos en todas partes del país. Con frecuencia son cuerdos acerca de todos los temas menos uno. La razón de ello es que un órgano de la mente se ejercitó especialmente mientras se dejó dormir a los demás. El que estuvo en constante uso se gastó y enfermó, y el hombre naufragó. Dios no fue glorificado por esta conducta. Si el hombre hubiera ejercitado de igual manera todos los órganos, éstos habrían alcanzado un desarrollo sano; no se le habría impuesto todo el trabajo a uno y por lo tanto, ninguno se habría arruinado.
Los predicadores deben ser precavidos, para no estorbar los propósitos de Dios mediante sus propios planes. Corren el peligro de cercenar la obra de Dios, de limitar su ocupación a ciertas localidades, y de no cultivar un interés especial en la obra de Dios en sus diversos departamentos. Algunos concentran su mente sobre un tema, con exclusión de otros que pueden ser de igual importancia. Son hombres de una sola idea. Toda la fuerza de su ser se concentra en el tema que ocupa su mente en el momento. Pierden de vista toda otra consideración. Este asunto favorito preocupa sus pensamientos y es el tema de su conversación. Asimilan ávidamente todas las pruebas referentes a este asunto y tanto se espacian en ellas que cansan la mente que debe seguirlos.
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Con frecuencia se pierde tiempo explicando puntos que son realmente baladíes y que debieran darse por sentados sin presentar pruebas, porque son obvios. Pero los puntos realmente vitales deben ser presentados tan clara y enérgicamente como lo permitan el lenguaje y las pruebas. El poder de concentrar la mente sobre un tema con exclusión de todos los demás, es bueno hasta cierto punto; pero el ejercicio constante de esta facultad cansa los órganos encargados de esa obra; les impone un recargo excesivo y como resultado no se alcanza a realizar la mayor cantidad de bien. Un conjunto de órganos tiene que sufrir el desgaste principal mientras que los otros permanecen dormidos. La mente no puede ejercitarse así en forma sana, y por consiguiente la vida se acorta.
Todas las facultades deben sobrellevar una parte de la labor, obrando armoniosamente, equilibrándose unas a otras. Los que dedican toda la fuerza de su mente a un tema adolecen de grandes deficiencias en otros puntos, pues sus facultades no son cultivadas por igual. El tema que consideran encadena su atención, y los induce a seguir profundizando más y más el asunto. A medida que se interesan y absorben en el tema, ven más conocimientos y luz. Pero son pocas las mentes que pueden seguirlos, a menos que hayan dedicado al tema los mismos pensamientos profundos. Existe el peligro de que estos hombres aren y planten las semillas de la verdad a tal profundidad que las tiernas y preciosas hojas nunca lleguen a la superficie.
A menudo se realiza trabajo duro e innecesario, que nunca será apreciado. Si los que tienen la facultad de concentrarse tan intensamente la cultivan a expensas de las demás, no pueden tener una mente bien proporcionada. Son como máquinas en las cuales un solo juego de engranajes trabaja a la vez. Mientras que algunas ruedas se herrumbran en la inactividad, otras se están gastando por el uso constante. Los hombres que cultivan una o dos facultades, y no las ejercitan todas por igual, no pueden realizar en el mundo la mitad del bien que Dios quiso que realizaran. Son hombres unilaterales; utilizan solamente la mitad del poder que Dios les ha dado, mientras que la otra mitad se herrumbra e inutiliza por la inactividad.
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Si las personas dotadas de esta clase de mente tienen un trabajo especial que requiere reflexión, no deben ejercitar todas sus facultades en ese asunto con exclusión de todo otro interés. Aunque dediquen la mayor parte de su atención al tema que estudian, los otros ramos de la obra deben recibir el beneficio de una parte de su tiempo. Esto será mejor para ellos y para la causa en general. Un ramo de la obra no debe recibir la atención exclusiva en detrimento de todos los demás. En sus escritos, algunos deben precaverse constantemente de no oscurecer puntos que son claros, cubriéndolos con muchos argumentos que no serán de interés vital para el lector. Si se espacian tediosamente en ciertos puntos, dando todo detalle que se les ocurra, su trabajo estará casi perdido. El interés del lector no será bastante profundo para estudiar el asunto hasta el final. Se pueden hacer confusos los puntos más esenciales de la verdad si se presta atención a todo detalle minucioso. Se abarca mucho terreno, pero la obra a la cual se dedica tanta labor no producirá todo el bien que podría hacer si despertara interés general.
En esta época, cuando fábulas agradables surgen a la superficie y atraen la mente, la verdad presentada en estilo fácil apoyada en algunas pocas pruebas indubitables, es mejor que la investigación destinada a hacer un despliegue abrumador de evidencias; porque entonces las diversas mentes no considerarán el argumento tan claro como antes de que las evidencias les fueran presentadas. Para muchos, los asertos positivos resultan mucho más convincentes que los largos argumentos. Los tales toman muchas cosas por sentadas y las pruebas no les ayudan a decidir el caso.
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Adventistas opositores
Nuestros oponentes más encarnizados se encuentran entre los adventistas del primer día. No participan en la lucha honradamente. Seguirán cualquier curso de acción, por irrazonable e inconsistente que sea, para encubrir la verdad y tratar de que parezca que la ley de Dios no tiene vigencia. Se jactan de que el fin justifica los medios. Hombres de su grupo, en quienes no tenían confianza, iniciarán una diatriba contra el día de reposo del cuarto mandamiento, y le darán publicidad a sus declaraciones, por falsas, injustas y hasta ridículas que sean, si pueden hacerlas efectivas en contra de la verdad que odian.
Esta lucha injusta de hombres irrazonables no debiera afectarnos o desconcertarnos. Aquellos que aceptan lo que estos hombres hablan y escriben contra la verdad y se complacen con ello, no son los que se convencerían de la verdad o que honrarían la causa de Dios si la aceptasen. Podemos emplear mejor el tiempo y la energía que explayándonos en las argucias de nuestros oponentes que trafican con calumnias y tergiversaciones. Mientras se emplea un tiempo precioso en seguir las vueltas y giros de opositores deshonestos, la gente receptiva a la convicción [del Espíritu Santo] está muriendo por falta de conocimiento. Se presenta ante las mentes una serie de argucias de la propia invención de Satanás, mientras la gente está clamando por alimento sustancioso a su debido tiempo.
Para fabricar objeciones se necesitan individuos que hayan educado sus mentes para luchar contra la verdad. Y no es sabio que las saquemos de sus manos y las pasemos a miles de personas que nunca habrían pensado en ellas si no las hubiéramos divulgado al mundo. Esto es lo que nuestros opositores quieren que hagamos, que les prestemos atención y que se las publiquemos. Esto es especialmente cierto en cuanto a algunos. Es su principal objetivo al escribir sus falsedades y al desfigurar la verdad y los caracteres de aquellos que la aman y la defienden. Al tratar sus errores y falsedades con un despreciativo silencio, se extinguirán más rápidamente y dejarán de ser notados. Ellos no quieren que se los deje solos. Aman la oposición. Si no fuera por esto, no tendrían sino poca influencia.
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Los adventistas del primer día, como clase, son los más difíciles de alcanzar. Generalmente rechazan la verdad, como lo hicieron los judíos. Hasta tanto sea posible, debiéramos seguir adelante como si esa gente no existiera. Estas personas son elementos de confusión, y entre ellos existen inmoralidades en un grado alarmante. Sería la mayor calamidad que muchos de ellos abrazaran la verdad. Tendrían que desaprender todo y aprender de nuevo, o nos causarían grandes problemas. Hay ocasiones cuando sus tergiversaciones evidentes tendrán que enfrentarse. Cuando éste sea el caso, deberá hacerse rápida y brevemente, y luego continuar con nuestro trabajo. El plan de la enseñanza de Cristo debería ser el nuestro. Él era claro y sencillo, atacaba directamente la raíz del asunto, y enfrentaba la mente de todos.
No es el mejor plan ser muy explícito y decir sobre un punto todo lo que pueda decirse, cuando unos pocos argumentos cubrirían el tema y serían suficientes para todos los propósitos prácticos a fin de convencer o silenciar a los oponentes. Usted puede eliminar hoy todos los argumentos que les sirven de apoyo, y cerrar la boca de los impugnadores de modo que no puedan decir nada, y mañana recorrerán nuevamente los mismos asuntos. Así será, vez tras vez, porque no aman la luz ni vendrán a la luz, a menos que sus tinieblas y errores les sean quitados. Un plan mejor es guardar una reserva de argumentos que verter un caudal de conocimiento sobre un tema que se daría por sentado sin argumentos detallados. El ministerio de Cristo duró sólo tres años, y una obra grande fue hecha en ese breve período. En estos últimos días hay una obra grande que hacer en un tiempo breve. Mientras muchos se están alistando para hacer algo, hay almas que perecerán por falta de luz y conocimiento.
Si los hombres que están ocupados en presentar y defender la verdad de la Biblia se ponen a investigar y mostrar la falacia y las inconsecuencias de hombres que deshonestamente convierten la verdad de Dios en una mentira, Satanás levantará suficientes opositores como para mantener sus plumas constantemente ocupadas, mientras que otras ramas de la obra quedarán abandonadas y sufrirán.
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Debemos tener una mayor porción del espíritu de aquellos hombres que estaban ocupados en la construcción de los muros de Jerusalén. Estamos haciendo una gran obra y no podemos descender. Si Satanás ve que puede mantener a hombres contestando las objeciones de los oponentes, silenciando sus voces e impidiéndoles que hagan la obra más importante para el tiempo actual, habrá logrado su objetivo.
Por demasiado tiempo el libro Sabbath History [Historia del sábado] no ha llegado a manos de la gente. Necesitan esta obra preciosa aunque todavía no se la haya perfeccionado. Nunca podrá prepararse de manera que pueda silenciar totalmente a los opositores irrazonables, que son inestables y que falsean las Escrituras para su propia destrucción. Éste es un mundo ocupado. Los hombres y mujeres que se ocupan en los negocios de la vida no tienen tiempo para meditar, ni para leer lo suficiente la Palabra de Dios como para comprender todas sus verdades importantes. Los argumentos largos y detallados interesarán sólo a unos pocos; porque la gente tiene que leer mientras anda a la carrera. Usted no podrá eliminar de las mentes de los adventistas del primer día las objeciones al mandamiento sobre el sábado, más de lo que el Salvador del mundo, por su gran poder y milagros, pudo convencer a los judíos de que él era el Mesías, después que ellos habían decidido rechazarlo. Como los obstinados e incrédulos judíos, estos opositores han escogido las tinieblas antes que la luz, y si les hablara un ángel directamente desde las cortes del cielo, dirían que era Satanás.
El mundo ahora necesita trabajo. Están viniendo pedidos de todas direcciones como el clamor macedónico: “Pasa y ayúdanos”. Argumentos claros y precisos, que se destaquen como hitos, harán más para convencer las mentes, que una larga serie de argumentos muy abarcantes, pero que nadie sino las mentes investigadoras tendrán interés en seguir. El Sabbath History debiera darse a la gente. Mientras esté circulando una edición, y la gente se esté beneficiando con ella, debieran hacerse mayores mejoras, hasta que se haya hecho todo lo posible para llevar el libro a un nivel de perfección. Nuestro éxito consistirá en alcanzar las mentes corrientes. Aquellos que tienen talento y posición se sienten tan por encima de la sencillez de la obra, y se consideran tan satisfechos con ellos mismos, que no sienten necesidad de la verdad. Están exactamente donde estaban los judíos, llenos de justicia propia y autosuficiencia. Están sanos y no tienen necesidad de un médico.